Los Watson - Jane Austen - E-Book

Los Watson E-Book

Jane Austen.

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Beschreibung

Emma Watson asiste a su primer baile. Su belleza e ingenuidad harán que todas las miradas se centren en ella. ¿Es eso la felicidad para una joven en la Inglaterra previctoriana...? Con este pretexto, Jane Austen nos habla de nuevo de la condición de la mujer de su época, de su limitado papel en la sociedad y de su falta de recursos propios. "Una maravillosa edición ilustrada de la novela de Jane Austen"

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Seitenzahl: 86

Veröffentlichungsjahr: 2012

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LOS WATSON

Jane Austen

Ilustraciones de Sara Morante

Título original: The Watson

© de las ilustraciones: Sara Morante

© de la traducción: Íñigo Jáuregui

1.ª edición: junio de 2012

Edición en ebook: enero de 2013

© Nórdica Libros, S.L.

C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B 28044 Madrid (España)

www.nordicalibros.com

ISBN DIGITAL: 978-84-15717-24-9

Corrección ortotipográfica: Juan Marqués y Ana Patrón

Maquetación ebook: Caurina Diseño Gráfico

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Contenido

Portadilla

Créditos

Autor

Ilustraciones

Los Watson

Jane Austen

(Steventon, 1775-Winchester, 1817)

Novelista británica. Séptima hija de una familia de ocho hermanos, su padre se encargó personalmente de su educación. En 1801, los Austen se trasladaron a Bath y luego a Chawton, un pueblo de Hampshire, donde la escritora redactó la mayoría de sus novelas. Apacible, sereno y equilibrado es su modo de escribir, y describe con sutil ironía el ambiente de la clase alta rural del sur de Inglaterra. El interés de sus obras reside en los diferentes matices psicológicos de sus personajes, y en la descripción, con una buena dosis de crítica, del ambiente social en que sitúa a sus protagonistas, que no es otro que el suyo propio, el de la burguesía acomodada.

Sara Morante

(Torrelavega, 1976)

Estudió Artes Aplicadas en España y en Irlanda. Recibió el Premio Nacional de Arte Joven, categoría ilustración, de la Dirección Gral. De Juventud del Gobierno de Cantabria en el año 2008, y sus trabajos han sido seleccionados y expuestos en el IV Premio Nacional de Litografía Ciudad de Gijón 09, Inmersiones 09 y Espacio Zuloa de Vitoria (ilustración ganadora del Good Shi(r)t, 2010). Asimismo, colabora asiduamente en prensa y publicidad (www.saramorante.com).

 

En D., una localidad de Surrey, iba a celebrarse el primer baile de invierno el martes 13 de octubre, y todo el mundo esperaba que fuera muy señalado. De forma confidencial, se hizo circular una larga lista de familias del condado cuya asistencia se daba por segura, y había grandes esperanzas de que incluso los Osborne hicieran acto de presencia. Después, claro está, vino la invitación de los Edwards a los Watson. Los Edwards eran gente pudiente, vivían en la ciudad y tenían carruaje propio. Los Watson vivían en un pueblo a cinco kilómetros de distancia, eran pobres y carecían de coche cerrado. Y, durante los meses de invierno, siempre que se había celebrado algún baile en el lugar, los Edwards solían invitar a los Watson a cambiarse de ropa, cenar y dormir en su casa antes de emprender el camino de vuelta.

En aquella ocasión, dado que únicamente dos de las hijas del Sr. Watson se hallaban en casa y que una de ellas debía quedarse para atenderlo, pues estaba enfermo y había perdido a su mujer, solo una podía aprovechar la generosidad de sus amigos. La Srta. Emma Watson, que acababa de regresar con su familia tras haber vivido con una tía suya que la había criado, iba a hacer su primera aparición pública en el lugar, y su hermana mayor, cuya afición por los bailes era la misma que diez años atrás, tenía mérito al llevar de buen grado a su hermana (vestida con sus mejores galas) hasta D. en el viejo carruaje.

Mientras atravesaban los charcos del húmedo y embarrado camino, la Srta. Watson dio a su inexperta hermana las siguientes instrucciones y advertencias:

—Imagino que será un baile estupendo, y entre tantos oficiales no te faltarán acompañantes. Ya verás cómo la doncella de la Sra. Edwards estará muy dispuesta a ayudarte en todo, y te aconsejo que consultes cualquier duda a Mary Edwards, pues tiene un gusto excelente. Si el Sr. Edwards no pierde dinero jugando a las cartas, te quedarás hasta que te apetezca; de lo contrario, quizá te traiga rápidamente de vuelta, pero en cualquier caso tendrás asegurada una buena sopa. Espero que estés radiante. No me sorprendería que fueras una de las jóvenes más bonitas de la fiesta; la novedad siempre levanta expectación. Puede que Tom Musgrave se fije en ti, pero te aconsejo que no le incites bajo ningún concepto. Suele fijarse en todas las nuevas. Le encanta coquetear, pero nunca va en serio.

—Creo que ya te he oído hablar de él —dijo Emma—. ¿Quién es?

—Un joven de gran fortuna, bastante independiente y muy agradable, el favorito de todas allá donde va. Casi todas las jóvenes de por aquí están enamoradas de él, o lo han estado. Me parece que yo soy la única que ha escapado con el corazón intacto, aunque fui la primera en quien se fijó cuando vino a esta comarca hace seis años. Hay quien dice que ninguna otra le ha gustado tanto desde entonces, aunque siempre esté haciendo la corte a unas y otras.

—¿Y cómo es que tú fuiste la única que se le resistió? —preguntó Emma, sonriendo.

—Hay una razón —respondió la Srta. Watson, mudando de color—. Los hombres no se han portado demasiado bien conmigo. Espero que tú seas más afortunada.

—Querida hermana, te pido perdón si, sin pretenderlo, te he causado dolor.

—Cuando conocimos a Tom Musgrave —prosiguió la Srta. Watson, ensimismada—, yo estaba enamorada de un joven llamado Purvis, un buen amigo de Robert que solía pasar mucho tiempo con nosotros. Todos pensaban que aquello acabaría en boda.

Un suspiro acompañó a estas palabras, y Emma mantuvo un respetuoso silencio. Pero su hermana prosiguió tras una breve pausa:

—Te preguntarás por qué no ocurrió así y él terminó casándose con otra, mientras que yo sigo soltera. Pero eso debes preguntárselo a él y no a mí. Penélope también tendría algo que decir. Sí, Emma, Penélope anduvo metida en todo aquello. Cree que todo vale con tal de encontrar marido. Yo confiaba en ella, pero puso a Purvis en mi contra con la intención de quedárselo para sí; así que él fue espaciando sus visitas y al poco se casó con otra. Penélope resta importancia a lo que hizo, pero a mí me parece una traición indigna. No volveré a amar a ningún otro hombre como a Purvis. Creo que Tom Musgrave no puede comparársele.

—Me asusta eso que dices de Penélope —dijo Emma—. ¿Cómo puede una hermana hacer algo semejante? ¡Rivalidad y traición entre hermanas! Me da miedo conocerla, aunque espero que no fuera así y que las apariencias estuvieran en su contra.

—No conoces a Penélope. Haría lo que fuera con tal de casarse. Ella misma te lo reconocería. No le cuentes ningún secreto, sigue mis consejos y no te fíes de ella. Tiene sus virtudes, pero no esperes de ella lealtad, honor o escrúpulos si puede sacar provecho. Desearía de todo corazón que encontrara un buen marido. Te aseguro que preferiría que lo encontrara ella a encontrarlo yo.

—¡Cielos! Bueno, puedo entenderlo. Un corazón herido como el tuyo no debe de sentir demasiada inclinación por el matrimonio.

—No, ciertamente; pero ya sabes que no tenemos más remedio que casarnos. Yo me arreglaría muy bien sola; con unos pocos amigos y un agradable baile de vez en cuando me contentaría, si una fuera a ser siempre joven. Pero nuestro padre no puede asegurarnos el porvenir, y es muy triste envejecer, ser pobre y que se rían de ti. He perdido a Purvis, es cierto, pero muy poca gente se casa con su primer amor. No debería rechazar a un hombre simplemente por no ser Purvis. Y eso no significa que pueda perdonar nunca a Penélope.

Emma asintió, dándole la razón.

—Con todo, Penélope también pasó lo suyo —prosiguió la Srta. Watson—. Sufrió una gran desilusión con Tom Musgrave, de quien estaba prendada, y que después de mí empezó a fijarse en ella. Pero él nunca fue en serio y, cuando hubo jugado lo suficiente con ella, dejó de hacerle caso y pasó a interesarse por Margaret. La pobre Penélope quedó desconsolada. Desde entonces está intentando pescar a cierto caballero de Chichester. No nos ha dicho quién es, pero yo creo que se trata del rico y anciano Dr. Harding, tío de una amiga a la que suele visitar. Eso le ha hecho tomarse muchas molestias sin que de momento le haya servido de nada. Cuando se fue el otro día dijo que sería la última vez. Supongo que no sabías qué la reclamaba en Chichester, ni te figurabas qué podía alejarla de Stanton justo cuando volvías a casa después de tantos años de ausencia.

—Cierto, ni lo sospechaba siquiera. Que se comprometiera a visitar a la Sra. Shaw justo en ese momento me pareció muy inoportuno. Esperaba encontrar a todas mis hermanas en casa para que pudiéramos intimar enseguida.

—Imagino que el doctor habrá tenido un ataque de asma, y que por eso ella ha tenido que salir corriendo. Los Shaw están de su parte, o al menos eso creo, pero ella no me cuenta nada. Presume de no confiar en los demás. Dice, y no le falta razón, que «demasiados cocineros estropean el caldo».

—Lamento su preocupación —dijo Emma—, pero no me gustan sus planes ni sus opiniones. La temo, pues ha de tener un carácter demasiado descarado y masculino. Estar tan obsesionada por casarse y perseguir a un hombre con el único objetivo de lograr una buena posición es algo que me choca. No alcanzo a comprenderlo. Ser pobre es una desgracia, pero para una mujer con educación y sensibilidad no debería ser la peor. Preferiría ser maestra de escuela (y no se me ocurre nada peor) a casarme con un hombre que no me gusta.

—Pues yo preferiría cualquier cosa antes que ser maestra de escuela —replicó su hermana—. He trabajado en una y sé la vida que te espera en ellas. Tú no. Casarme con un hombre desagradable me gustaría tan poco como a ti, pero no creo que haya tantos. Creo que podría gustarme cualquiera que tuviera buen carácter y una buena renta. Pero supongo que nuestra tía te educó para ser más refinada.

—Si te digo la verdad, no lo sé. Mi comportamiento te lo dirá. Yo no sabría juzgarlo. No puedo comparar los métodos de nuestra tía con los de cualquier otra persona, porque los desconozco.

—Sin embargo, se ve en muchas cosas que eres muy refinada. Lo vengo observando desde que volviste, y temo que eso no te hará más feliz. Penélope se reirá de ti.

—Que no me hará más feliz, lo sé. Si mis opiniones no son acertadas tendré que corregirlas. Si exceden mi condición, tendré que intentar ocultarlas, pero dudo que el ridículo... ¿Penélope es muy ingeniosa?