Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898-1924) - Gilberto Loaiza Cano - E-Book

Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898-1924) E-Book

Gilberto Loaiza Cano

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Beschreibung

La biografía intenta modular el microcosmos de la singularidad del individuo elegido con el macrocosmos del proceso histórico en que ese individuo vivió. Sin ese individuo, ese proceso no podría señalar las mismas tendencias y es en ese proceso que el individuo intenta establecer algún contraste. Luis Tejada contuvo, en su existencia, las vacilaciones de una época de transición; sus vacilaciones, sus desplantes bohemios, sus desafíos retóricos hacen parte de la discusión que dotó de cierta personalidad histórica un momento de la vida pública colombiana en el que los valores y las concepciones del mundo que habían prevalecido hasta entonces comenzaban a desvanecerse o, al menos, eran relativizadas por un alud de novedades de todo tipo. Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898-1924) aborda la vida y la obra del cronista bajo el supuesto de que estamos ante un ser singular que condensó, por lo menos, las concepciones del mundo, las ilusiones de una generación intelectual que fue portadora de algunos síntomas de la transformación en todo eso que, de modo informe, llamamos cultura. Cambios en las formas y prácticas artísticas, en la vida cotidiana, en la política partidista, en las relaciones entre grupos sociales, en las relaciones con las innovaciones tecnológicas. No olvidemos que Tejada, y otros escritores por supuesto, narraron la irrupción de novedades como el automóvil y el avión, el alumbrado eléctrico en las calles, los relojes públicos. Su vida y su obra, en consecuencia, son testimonio invaluable de las experiencias de cambio que la sociedad colombiana vivió especialmente en la década de 1920.

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Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898-1924)

2.a edición

Gilberto Loaiza Cano

Periodismo

Editorial Universidad de Antioquia®

Colección Periodismo

© Gilberto Loaiza Cano

© Editorial Universidad de Antioquia®

ISBN: 978-958-501-004-8

ISBNe: 978-958-501-003-1

Segunda edición: diciembre del 2020, Editorial Universidad de Antioquia®

Primera edición: 1995, Instituto Colombiano de Cultura

Motivo de cubierta: Pedro Nel Gómez, Homenaje a Ricardo Rendón, 1938, Colección Casa Museo Pedro Nel Gómez, Medellín

Diseño de cubierta y diagramación: Imprenta Universidad de Antioquia

Hecho en Colombia / Made in Colombia

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia®

Editorial Universidad de Antioquia®

(+57) 4 219 50 10

[email protected]

http://editorial.udea.edu.co

Apartado 1226. Medellín, Colombia

Las imágenes incluidas en esta obra se reproducen con fines educativos y académicos, de conformidad con lo dispuesto en los artículos 31-43 del capítulo III de la Ley 23 de 1982 sobre derechos de autor.

Ministril, trovero, juglar

de alma singular...

Vago de todos los caminos:

¡tus innúmeros rastros

confundan al viajero

del futuro...!

León de Greiff, 1921

Para analizar debidamente todo lo que representa Luis Tejada, habría necesidad de escribir mucho y de haber meditado mucho antes de escribir. Tal vez algún día lo hagamos

Alberto Lleras Camargo, 1925

Prólogo a la primera edición

Cuando Gilbert Keith Chesterton escribió la biografía de William Cobbet, el primer capítulo debió titularlo “El renacimiento de Cobbet”, aunque quiso llamarlo “El olvido de Cobbet”, para advertir más claramente que se había ocupado de un escritor injustamente olvidado y, en el mejor de los casos, mal conocido. Chesterton seguía advirtiendo que a Cobbet se lo admiraba por aquello que, precisamente, era menos sustancial en su obra. A Cobbet, decía su biógrafo, “se lo ha estimado únicamente por su estilo, por su manera de escribir, y no por sus temas, por su materia”.1 En consecuencia, la biografía buscaba restituir, hacer renacer aquellos aspectos de alguien que, según Edward P. Thompson, fue el creador de la cultura intelectual radical en Inglaterra.2 Iguales intenciones iluminaron las populares biografías de Stefan Zweig, quien siempre creyó haber elegido “hombres aparte”. Robert Skidelsky presentó su extensa biografía de John Maynard Keynes diciendo que intentaba superar aquellos estudios que no habían atrapado la vida del pensador inglés “en toda su variedad y riqueza”.3 Cada biografía, pues, responde a una omisión, a un olvido, es una reparación presuntamente científica ante los vacíos y distorsiones acumulados sobre la vida y la obra de un individuo.

El otro requisito imprescindible de los estudios con alguna inspiración biográfica consiste en elegir arquetipos, paradigmas, individuos y obras ejemplares. Entonces se acude a hombres proféticos, en el sentido de Max Weber, que han señalado el rumbo de un proceso colectivo. Se recurre a una obra y a un hombre clásicos para hacer descubrimientos más vastos: la concepción del mundo de un grupo social, el modo de sentir y pensar de los hombres de una época, la cultura del pueblo condensada en una voz intelectual. Así, tenemos los célebres estudios de Lucien Febvre y Mijaíl Bajtín basados en François Rabelais, y los estudios sobre Pascal y el jansenismo de alguien que, como Lucien Goldmann, despreció el valor interpretativo de lo biográfico en la comprensión de una obra teórica, pero que aceptó la existencia de voces individuales coherentes. No siempre se elige a aquellos seres que representan “los ideales de vida de una comunidad”,4 según lo creía José Luis Romero. Precisamente, los estudios de Jean-Paul Sartre sobre Baudelaire, Flaubert y Genet tratan de destinos poco heroicos. Pero tienen la virtud, quizá la más esencial, de detenerse en “un universal singular [...] universalizado por su época” que, a su vez, “la retotaliza reproduciéndola como singularidad”.5 Sin necesidad de ir tan lejos, en Colombia tuvimos en Alberto Miramón a un dedicado biógrafo que con audacia dirigió sus indagaciones hacia vidas nada ejemplares que servían para advertir sobre la existencia “de un tipo social determinado en una época”.6

Las reflexiones anteriores invitan a entender el ensayo biográfico como un método multidisciplinario, porque puede responder a varios propósitos y porque el ejercicio mismo de la investigación exige esfuerzos versátiles. En la historia política, un personaje puede informar sobre “un grupo de influencia”, sobre el “medio político o intelectual” que lo originó e, incluso, sobre el “contexto pasional” en que los individuos jugaron un papel significativo. Las vidas de artistas pueden ser útiles sistemas de interpretación de obras y de fijación de momentos en la historia del arte. En la biografía de intelectuales se reconstruye el campo cultural de una época, se conocen las formas predominantes de sociabilidad intelectual y las ideologías que disputaron algún nivel de hegemonía.7

El biógrafo no siempre tendrá al frente seres unilaterales, tal como lo advirtieron Edward P. Thompson al escribir su biografía de William Morris y Robert Skidelsky en su trabajo sobre Keynes. En el primer caso, el historiador inglés tuvo ante sí a un poeta y creador de crítica social, de teoría y acción políticas. En el otro, el autor advirtió que “Keynes habitó mundos diferentes” y eso lo obligó a “una combinación de habilidades que pocas veces se encuentra en un biógrafo”. No será entonces extraño que el sociólogo, el historiador, el filósofo, el literato sufran grandes mutaciones según las exigencias narrativas y explicativas de la biografía, según los campos en que teórica y prácticamente intervino el personaje biografiado.8

En apariencia, y es fácil creerlo así, la biografía es el retorno a la historia de eventos, de detalles, donde prima el relato de sucesos. Es cierto que se recobra el interés por vidas, sentimientos, comportamientos, incluso por aquello que con algún desprecio llamamos anécdotas. Pero, en verdad, la biografía, como la entendemos, exige una armonía entre el microcosmos y el macrocosmos. De un lado, la entrega escrupulosa y fina a las fuentes que nos permitan decir toda la verdad posible sobre el individuo. Del otro, el examen de las generalizaciones de la sociología y la historia que iluminan a manera de premisas el trayecto de la investigación. Entre esas dos direcciones de la investigación surgen ricos contrastes. De las afirmaciones globales depende la justa ubicación de la masa a veces caótica de pequeños hechos. A su vez, de esos pequeños detalles que rodean al sujeto de la biografía pueden resultar valoraciones más precisas sobre un período, sobre una generación intelectual, es decir, se hace posible algún cuestionamiento a la gran teoría. De ahí que nos hayan parecido tan aleccionadoras las palabras de Peter Gay, el minucioso biógrafo de Sigmund Freud: “La narración histórica sin un análisis completo es trivial, el análisis histórico sin la narración es incompleto”.9

Luis Tejada perteneció a la que José Carlos Mariátegui denominó generación de “hombres nuevos” de América Latina.10 Igual que Julio Antonio Mella, Aníbal Ponce y el Amauta, padeció la fatal coincidencia de una muerte temprana. Pero no compartió con ellos una refinada formación universitaria ni las decantaciones filosóficas que dieran lugar a una obra sistemática de pensador socialista. Tampoco participó de polémicas políticas allende las fronteras. Y, sobre todo, su obra escrita, toda concentrada en el periodismo, aún no conoce una difusión generosa, y de su vida solamente hay una reunión de anécdotas distorsionantes. El caso de Luis Tejada no es aislado: en Colombia no existe una tradición siquiera aproximada a los estudios de sociología de la cultura o de biografías de intelectuales, como sí sucede en Chile o en México. Mencionemos, por ejemplo, los trabajos de José Joaquín Brunner y Gonzalo Catalán sobre la formación del “campo cultural” en Chile, con las consiguientes disputas entre élites intelectuales por adquirir el control hegemónico de ese campo, y, en el caso de México, los estudios de Roderic Camp sobre los intelectuales y el poder. La reciente tesis, premiada por Colcultura, de Hilda Soledad Pachón Farías, sobre José Eustasio Rivera y los intelectuales del decenio del veinte, constituye toda una novedad en un campo inexplorado.11

En 1975, el ensayista Darío Ruiz Gómez reconoció que hasta esa fecha Luis Tejada había sido condenado a permanecer “al margen, en un silencio conveniente”,12 junto con otros escritores colombianos como Tomás Carrasquilla y Fernando González. En verdad, hasta ese momento Luis Tejada no había pasado de ser un sujeto digno de evocaciones y testimonios cada vez más escasos con el pasar del tiempo: una anécdota, una semblanza que llegaba en las fechas de aniversario a las publicaciones periódicas. Pero, reconozcamos, desde 1977 comenzó a expandirse un variado interés que se manifestó en la aparición de su nombre en historias de la filosofía, del sindicalismo, de la política, del arte, de la literatura y de la crítica literaria en Colombia. Menciones que testimonian la riqueza y la intensidad latentes de un hombre que apenas vivió entre 1898 y 1924.

En 1977 fue publicada una desordenada compilación que recogía las crónicas de su libro de 1924 y 80 nuevos textos. Como una especie de admonición, Juan Gustavo Cobo Borda dijo en el prólogo de esa compilación que la obra del cronista, hasta 1921, pertenecía a una prehistoria que “bien vale la pena olvidar”,13 aunque sin saberlo estuviese presentando textos que Tejada escribió en años anteriores al límite arbitrario que impuso el crítico. En 1989, en un intento reparador, Miguel Escobar Calle recopiló escritos de 1920, uno de los años más fecundos del periodista antioqueño.14 Pero, desatento a lo biográfico y poco sensible con el estilo de Tejada, le adjudicó escritos de 1919 que no fueron de su autoría. El esfuerzo más reciente por abarcar a Tejada de principio a fin terminó en el poco confiable libro de Víctor Bustamante titulado Luis Tejada. Una crónica para el cronista.15 No hay allí una responsable descripción de las fuentes ni una sólida voluntad de explicación de la vida y la obra de Tejada. Las imprecisiones sumadas podrían dar origen a un nuevo libro. El defecto más considerable del libro de Bustamante consiste en que olvidó que Tejada fue un intelectual con creaciones teóricas y prácticas, por lo que no se encuentra la conjunción de vida y obra. Fue como hablar de Bolívar sin mencionar sus batallas o escribir la biografía de Colón olvidando sus viajes.

“Donde no hay texto, no hay objeto para la investigación y el pensamiento en ciencias humanas”.16 Con esa premisa metodológica, tan obvia pero tan despreciada en nuestro medio, emprendimos la aventura de, primero, reunir toda la obra escrita posible de Tejada, cumpliendo con las pesquisas detectivescas propias de una tarea recopiladora: fijación de fechas originales de los textos, ordenamiento cronológico, determinación de autoría en casos necesarios. Cumplido ese paso, el examen de su obra y su vida resultó más expedito y cada juicio más sólido. La filología, en consecuencia, obró aquí como disciplina auxiliar.

¿Qué hay de singular en Tejada para que merezca tanta dedicación? En verdad, muchos hombres de la generación de Los Nuevos en Colombia tienen la aureola de seres singulares; además, la época en que se forjaron intelectualmente les planteó dilemas que la definieron como una de las generaciones de “mayor personalidad histórica” del país.17 Época de crisis ideológica, política y económica en el mundo después de la Primera Guerra. Protagonistas de un decenio, 1920-1930, de grandes mutaciones en el país. Aunque, según Daniel Pécaut, el espectro político ideológico de ese decenio estuvo petrificado,18 fue un período de enfrentamientos de nuevas clases sociales y de choque entre las ideologías anunciadoras de una revolución socialista entonces triunfante y la de un régimen anclado en un espíritu religioso que rememoraba los patrones culturales de la Colonia española. Incipiente modernización técnica y cultural, aparición de tipos sociales modernos, pero también prolongación de los atavíos de una sociedad regida por la ideología oficial de la Iglesia católica, influyente en el control social y en los más altos asuntos del Estado. En esa época de contrastes se definieron las personalidades de Jorge Eliécer Gaitán, del genial y trágico Ricardo Rendón, de Alberto Lleras Camargo, de León de Greiff, de Luis Tejada, entre otros.

La sospecha inicial sobre Tejada partió de la pluralidad de su escritura, que hacía suponer un amplio espectro de preocupaciones. A eso se unieron los testimonios de sus compañeros de generación que coincidían en señalarlo como su guía moral e intelectual. En el trayecto, apareció la certeza de tener al frente al más sincero exponente de los dilemas de un tipo de intelectual que nació con el siglo. Casi con igual denuedo ejerció la crítica de arte, la crítica social y política, la enunciación de los compromisos de la nueva intelectualidad pequeño burguesa. En fin, fue un crítico de la cultura. Todo aquello lo ejerció con la brillantez del genio que, en un escenario tan efímero como el periodismo, pudo crear un tipo de escritura original y perdurable. Además, su obra teórica se ligó a tareas prácticas de organización de los primeros grupos comunistas de Colombia y de movimientos críticos y artísticos afiliados a las estéticas vanguardistas.

Semejante a la comparación que hizo Antonio Gramsci entre la crítica “militante” de Francesco de Sanctis y la “fríamente estética” de Benedetto Croce, la crítica de Tejada expuso “el fervor apasionado del hombre de partido”.19 Con su escritura y con su comportamiento manifestó el reprimido ascenso de un grupo de intelectuales que deseaba imponer sus orientaciones morales, estéticas y políticas. Su crítica fue la del hombre que buscó la existencia de un nuevo arte y de una nueva sensibilidad acordes con las luces subversivas de las estéticas de vanguardia, que trató de hallar nexos orgánicos entre la naciente clase obrera y la joven intelectualidad que él representaba. E intentó aclimatar en un ambiente hostil la utopía del socialismo. En definitiva, luchó por una nueva cultura.

En Tejada se condensó de manera dramática lo que José Carlos Mariátegui definió como “la inquietud contemporánea” y cuyo síntoma fue “una gran crisis de conciencia”, de desesperada oscilación entre actitudes decadentes y afirmativas, entre el desordenado escape del intelectual bohemio ante las exigencias de sobriedad puritana y la angustiosa búsqueda de un mito movilizador con sus respectivos ídolos. Las ambivalencias del hombre que se refugió en el café o en los suburbios de la ciudad y que luego trató de hallar equilibrio en una utopía. Y, he ahí la tragedia, cuando encontró esa fe apasionada y luchó “por la victoria de un orden nuevo”, su cuerpo ya estaba mortalmente aniquilado. Pero tal singularidad, en vez de aislarlo, hizo de Luis Tejada el hilo conductor para reconstruir, en parte, un modo de vivir de los intelectuales, un modo de ser de la cultura colombiana en un momento de su historia. A partir de la vida de un intelectual nos aproximamos a las concepciones del mundo que se enfrentaron en las primeras décadas del siglo; a los movimientos de rebelión ética y estética; a la formación de núcleos de recepción de nuevas ideas políticas y artísticas; a las pugnas por el control de los medios de producción ideológica, a la oposición entre viejos y nuevos intelectuales. Es decir, la vida de un intelectual representó para nosotros la posibilidad de reconstruir la vida intelectual de una época o, como diría Lucien Febvre, el “clima moral” que la identificó.

Como si nos hubiésemos propuesto darle la razón al tiempo circular de Borges, en el siglo xix vivió un Luis Vargas Tejada que fue poeta romántico y conspirador. Participó en la conspiración del 25 de septiembre de 1828 contra Simón Bolívar, cuando su gobierno se trastocaba en dictadura. También, como nuestro hombre, apenas vivió algo más de veintiséis años: nació en 1802 y murió perseguido en 1829. Ningún nexo familiar fue descubierto, pero las similitudes dicen que cada vida es plagio de otra anterior.

Ahora bien, ¿cómo transformamos la materia bruta de la investigación en este ensayo biográfico? Basándose en André Maurois, otro biógrafo colombiano dijo que “la biografía es un estudio demarcado por dos acontecimientos: el nacimiento y la muerte”.20 Esas son las fronteras temporales del relato y a ese orden nos ceñimos con relativo esmero. En el primer capítulo nos pareció importante fijar los rasgos de la tradición cultural que heredó Tejada a través de su familia y con la cual entró en conflicto. En el último quisimos aventurarnos en la pregunta condicional que Max Weber propone para el pasado y que nosotros tradujimos así: ¿qué habría sido de Luis Tejada si...? Para una vida que se truncó como un proyecto mutilado, la pregunta sobre un destino potencial no nos pareció absurda si las respuestas estaban fundadas en una “posibilidad objetiva”. El itinerario de Tejada, con tantos rastros dispersos, exigió que cada capítulo fuera un escenario con su propio acumulado de interrogantes. También nos propusimos escribir con claridad, sin caer en los hermetismos técnicos de la academia universitaria. Las citas y notas de pie de página eran todas indispensables y ojalá acompañen y no mortifiquen la lectura.

El examen de nuestra intención corresponde ahora a los lectores.

Bogotá, 1994

1 Gilbert K. Chesterton, La vie de Cobbet, Gallimard, París, 1929, p. 10.

2 Edward P. Thompson, La formación histórica de la clase obrera en Inglaterra, vol. 2, Crítica, Barcelona, 1989, p. 354.

3 Robert Skidelsky, John Maynard Keynes, vol. 1, Alianza, Madrid, 1986, p. 18.

4 José Luis Romero, “La biografía como tipo historiográfico”, en su libro Sobre la biografía y la historia, Sudamericana, Buenos Aires, 1945, p. 27.

5 Jean-Paul Sartre, en el prefacio de L’idiot de la famille, decía: “Un hombre no es jamás un individuo, prefiero llamarlo un universal singular: totalizado y, en consecuencia, universalizado por su época, él la retotaliza reproduciéndola como singularidad”. Gallimard, París, 1971, p. 7.

6 Alberto Miramón, Dos vidas no ejemplares. En aquella sobre Pedro Fermín de Vargas, anunció: “A nadie como a este hombre le fue dado vivir en la penumbra y fenecer en la sombra”. Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 1962, pp. 9, 12.

7 Véanse por ejemplo: Arnaud Teyssier y otros, “Problémes de méthode de la biographie”, Actes de Colloque, La Sorbonne, 1985; y Lewis Langness, Lives: an Anthropological Approach to Biography, Chandler and Sharp Publishers, Novato-California, 1981.

8 Robert Skidelsky, op. cit., p. 18.

9 Peter Gay, citado por Hayden White en El contenido de la forma, Paidós, Barcelona, 1992, p. 21. La cita proviene de Peter Gay, Style in History, Basic Books, Nueva York, 1974, p. 189.

10 Véase José Carlos Mariátegui, en la introducción de su libro La Escena contemporánea, Minerva, Lima, 1925.

11 Hilda Soledad Pachón Farías, Los intelectuales colombianos en los años 20. El caso de José Eustasio Rivera, Colcultura, Bogotá, 1993.

12 Darío Ruiz Gómez, “Luis Tejada contra el despotismo ilustrado”, en De la razón a la soledad, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1975, p. 71.

13 Juan Gustavo Cobo Borda, en prólogo a Gotas de tinta, compilación a cargo de Hernando Mejía Arias, Colcultura, Bogotá, 1977, p. 18.

14 Mesa de redacción; compilación, prólogo y cronología a cargo de Miguel Escobar Calle, Universidad de Antioquia, Biblioteca Pública Piloto, Medellín, 1989.

15 Víctor Bustamante, Luis Tejada, una crónica para el cronista, Editorial Babel, Medellín, 1994.

16 Mijail Bajtin, Estética de la creación verbal, Siglo XXI, 1985, p. 298.

17 Así lo afirma uno de sus críticos: Antonio García, Gaitán y el problema de la revolución colombiana, CEDIS, Bogotá, 1974, p. 29.

18 Para Daniel Pécaut, el escenario político-ideológico de la década del veinte seguía petrificado, sin “ningún precepto” que amenazara la “función de fundamento del orden social” que desempeñaba la doctrina católica. Orden y violencia, 1930-1954, vol. 1, Siglo XXI, Bogotá, 1987, p. 85.

19 Antonio Gramsci, Cultura y literatura, Península, Barcelona, 1968, pp. 260-263. Véase también Cuadernos de la cárcel, tomo ii, cuaderno 4, Ediciones Era, México, pp. 260-263.

20 Fernando Galvis Salazar, “De la biografía en general y sus relaciones con la novela y con la historia”, Boletín de Historia y Antiguedades, n.o 672-674, diciembre de 1970, p. 616.

Prólogo a la segunda edición

Esta segunda edición de mi biografía sobre Luis Tejada aparece luego de veinticinco años de la primera, publicada en ese entonces por dos instituciones ya extintas, Colcultura y Tercer Mundo. En este lapso pueden haber sucedido pocas o muchas cosas, en Colombia, en torno a la investigación histórica, a la escritura biográfica y, en particular, en torno al estudio de la vida y la obra del cronista antioqueño. El remozamiento de la investigación histórica en Colombia parece hecho incuestionable; sin haber logrado aún el nivel de profesionalización deseado, la formación de historiadores e historiadoras se ha multiplicado en las universidades colombianas y eso ha permitido una eclosión muy difusa de temas y métodos. La escritura biográfica y, sobre todo, la escritura de la biografía histórica no parecen haber gozado de esa misma expansión. Escribir biografías basadas en una documentación rigurosa y en el estudio de los determinantes y las relaciones de cada época sigue siendo un hecho exótico y un desafío al hostil diagrama de la investigación en nuestras universidades: aunque, admitamos, algunas bellas anomalías interrumpen el pobre paisaje.1 Han aparecido, es cierto, en el panorama colombiano, muy buenas biografías; pienso, por ejemplo, en el libro de Gerald Martin sobre García Márquez, en las biografías un tanto traviesas de Fernando Vallejo y en las del experimentado Walter Joe Broderick. Sin embargo, la biografía no es un ejercicio científico consolidado precisamente porque se trata de un esfuerzo que sobrepasa las muy limitadas condiciones para la investigación que ofrecen las universidades colombianas. Quizá la otra parte de la respuesta a esta carencia se halle en el creciente interés por las mezclas de historia y ficción que permiten licencias narrativas y argumentativas imposibles en la investigación y la escritura biográficas.

¿Y qué se ha escrito sobre Luis Tejada en los últimos veinticinco años? Muy poco, demasiado poco. Conozco algunos estudios monográficos en los que el personaje ocupa algún lugar central o hace parte de una visión de conjunto sobre su generación intelectual. En el 2005, John Galán Casanova hizo un ejercicio superficial, muy divulgativo, para dar a conocer al escritor de Gotas de tinta.2 Más detallado y sólido es el ensayo de Herly Torres y Rodrigo Malaver “El intertexto de lo urbano en Luis Tejada”, publicado en el 2003.3

Mientras el estudio de su obra y su vida ha suscitado poco interés, menos precario es el paisaje de compilaciones o reediciones de sus escritos. En 1997 hubo una reedición de su Libro de crónicas, de 1924,4 y en el 2006, el 2007 y el 2008 hubo sucesivas compilaciones, cada una provista de su particular criterio de selección. Evoco el libro de bolsillo que prepararon en Medellín con el fin de promover la lectura en el Metro de Medellín titulado Crónicas para leer en el tranvía;5 la preparación del breve libro estuvo orlada por la realización de un documental de gran calidad, producido por Teleantioquia, con el nombre La búsqueda del paraíso (2007). La compilación Nueva antología de Luis Tejada (2008) estuvo a mi cargo e intenté recuperar una visión de conjunto de la trayectoria del escritor; ese libro fue recientemente reimpreso. De modo que la obra de Tejada, en los años iniciales del siglo xxi, gozó de una relativa difusión y revaluación.

Agreguemos que su nombre quedó inscrito en uno de los tomos del Pensamiento colombiano del siglo xx(2013);6 allí intenté enfatizar el carácter de un escritor que testimonia la transición en que su generación intelectual estuvo atrapada, transición entendida como modernización por las novedades tecnológicas que se acumularon como señales de un evidente y a la vez pernicioso progreso material, y entendida como modernidad por las mutaciones en la sensibilidad, en los comportamientos privados y públicos, en las concepciones del mundo. Tejada fue relator muy generoso de esos cambios y por eso legó un testimonio de la densidad de aquella trasformación. Precisamente, esos tiempos de trasformación, conocidos como la década de 1920, han tenido su atractivo en las ciencias humanas colombianas. Ya es lejano el desordenado pero atractivo libro de Carlos Uribe CelisLos años veinte en Colombia. Ideología y cultura (1985).7 Muy cerca de la primera edición de mi biografía, apareció el libro de María Tila UribeLos años escondidos (1994),8 en el que de un modo muy impresionista rescata la génesis de los socialismos y el comunismo en el espacio público de opinión de esa época. A esa preocupación se une el libro de Diego Jaramillo Las huellas del socialismo: los discursos socialistas en Colombia, 1919-1929.9 Asimismo, la monografía del inquieto Isidro Vanegas, que data de 1999,10 se une a otras más recientes, especialmente de la maestría en Historia de la Universidad Nacional (sede Bogotá), que examinan el dinamismo de aquella década de transición. Y, por último, hago referencia al libro de Ricardo Arias Trujillo dedicado al grupo conservador mejor conocido como los Leopardos, quizá el libro que ha hecho la mejor tentativa de reconstitución del paisaje intelectual de ese tiempo.11 Más sugestivo por la perspectiva que presenta, a pesar de la concentración excesiva en el ámbito bogotano, es Tejidos oníricos (2009)12, de Santiago Castro-Gómez.

No me he comprometido con un estado de la cuestión exhaustivo; he querido sugerir, apenas, un panorama de relativa innovación sobre el examen de unos problemas y de una época sobre los que, de un modo u otro, mi estudio biográfico ha hecho algún aporte o en que la figura de Tejada o los intelectuales de su entorno han sido evocados como agentes muy activos de un proceso de transición muy complejo. Aun así, estimo que esa década sigue siendo tratada con superficialidad y sigue atrapada en lugares comunes; y espero que yo no haya contribuido a cimentar ciertas reiteraciones en la definición de esa época.

El cinismo creador

Una de las trasformaciones menos estudiadas tiene que ver con el lenguaje público, algo en que Tejada tuvo intervención importante. Los primeros decenios del siglo xx conocieron, en Colombia, la multiplicación de los agentes sociales y, especialmente, la organización partidista de la cultura popular preparó un ambiente plural de ejercicio de la opinión y de lucha por la conquista de la multitud en las calles; el proselitismo, la publicidad mutaron decisivamente en esos años con la ayuda de varias innovaciones tecnológicas que volvieron vertiginosa la comunicación política. La prosa utilitaria del largo siglo xix, excesivamente concentrada en lo político y en el control de lo privado y de lo público, comenzó a agrietarse con la irrupción, acaso tímida, de las vanguardias estéticas; con la llegada, también tímida, de los nihilismos e irracionalismos que adobaron el imaginario de una juventud intelectual que intentaba zafarse de los paradigmas de la templanza y las buenas maneras. Las incipientes urbes de esos decenios acogieron esa sociabilidad disidente que, en algunos lugares, sacudió la modorra pacata. Pero no nos entusiasmemos, no fue mucho, nada comparable con el ruido, así hubiese sido efímero, de las vanguardias artísticas de otros lugares del continente americano.

En esos decenios iniciales del siglo llegaron la fantasía, las escrituras ociosas, los escándalos de la bohemia. La prosa pretendidamente racional y ordenadora del siglo xix dio lugar a géneros de escritura cuyo único objetivo era modificar el lenguaje mismo, no pretendían cumplir funciones preceptivas. No eran manuales de urbanidad, ni tratados de derecho administrativo, ni memorias médicas, ni ensayos de proselitismo religioso y político (aunque solía confundirse lo uno con lo otro); tampoco eran novelas moralizadoras o difusoras de un proyecto partidista de nación. Nada de eso; más bien, ensoñaciones poéticas, versos asimétricos, fantasías, pensamiento ocioso, reivindicación de la pereza, paradojas. Otra vez advirtamos: no fue mucho de eso, apenas algo que es, de todos modos, significativo; y allí está inscrito el pequeñofilósofo, autodenominación feliz del propio Tejada.

La brevedad lo devoró. Luis Tejada vivió apenas algo más de veintiséis años; nació el 7 de febrero de 1898 en el municipio de Barbosa (Antioquia) y murió en Girardot (Cundinamarca) el 17 de septiembre de 1924. Publicó sus escritos desde el 4 de abril de 1917 hasta poco antes de morir y solo escribió crónicas, artículos, editoriales, algunas entrevistas y uno que otro poema para los periódicos y revistas de la época. Es decir, murió muy joven, escribió poco, en un medio efímero y en géneros de escritura más bien ligeros. Sin embargo, en la breve existencia y en el pequeño espacio de una crónica, el escritor consiguió mostrar un método de observación de la sociedad y elaboró una forma de escritura que lograron, hasta hoy, distinguirlo. Esas fueron sus principales contribuciones al lenguaje público cínico en esos años de cambio.

El método fue el del vagabundeo filosófico, semejante al del flâneur de los Pequeños poemas en prosa, de Charles Baudelaire; eso le ayudó a elegir la perspectiva adecuada para narrar las sutilezas y pequeñeces de la vida urbana. Ya no era el método analítico que sirvió de base a las pretendidas ciencias del hombre en el largo siglo xix; no, prefirió detenerse en lo que aparentemente estaba desprovisto de trascendencia y que, sin embargo, era indicio precioso de mutaciones en los comportamientos colectivos. A ese método le agregó una forma de escritura: la paradoja. En la obra de Luis Tejada hay una relación estrecha entre comportamiento cínico, crítica sistemática de la vida pública y escritura sustentada en el recurso de la paradoja. La paradoja hizo parte del arsenal retórico de los humanistas del Renacimiento y desde entonces tiene un peso argumentativo incuestionable, porque contribuyó a la reflexión jocoseria de un Erasmo, por ejemplo; porque ha sido prueba de virtuosismo verbal de quienes la utilizaron, y porque ha contribuido a decir lo contrario de lo que la opinión general espera (paradoja viene de para: al lado o afuera; doxa: opinión). Es quizá en este significado primigenio que la argumentación paradójica de Tejada cobró sentido en su tiempo. El pequeñofilósofo se preocupó con frecuencia por afirmar aquello que desafiaba las nociones predominantes; es decir, se preocupó por darles fundamento a juicios que resultaban inesperados, a primera vista arbitrarios y extravagantes, que contrariaban la opinión prevaleciente. De modo que sus reflexiones paradojales fueron una especie de manifestación estética, o por lo menos literaria, que expresó una emancipación de una forma de escribir basada en la utilidad, en el cumplimiento de funciones ancilares en nombre de la razón, de la ciencia, de la política o de la religión. Eso hace de Tejada un nuevo tipo de intelectual, subversivo, disidente, anunciador del mundo móvil y fragoroso de los variados -ismos de la política y del arte.

El militante

En su corta existencia, el pequeñofilósofo se adhirió al entusiasmo del comunismo en apariencia triunfante. Adhesión que tuvo costo escriturario, porque el escritor de paradojas se volvió un sistemático comentarista de lo que, por esos años, comenzaba a conocerse como la cuestiónsocial. En el final de su existencia, Tejada se consagró a una rigurosa exposición, acudiendo a ejemplos de otros países en Latinoamérica, de lo que debería ser una legislación laboral en Colombia. Tejada percibía el ascenso de un conflicto social que exigía la intermediación política de un “partido de clase”; él mismo estaba erigiéndose en la voz intelectual que enunciaba las más indispensables conquistas de la nueva clase social. Dos tareas parecieron las más apremiantes en sus reflexiones y en la actuación política apasionada que caracterizó sus últimos días: por un lado, promover la necesidad de erigir una legislación que morigerara la situación de la nueva clase en las relaciones de trabajo; por otro, la enunciación del deseo de crear una organización política de nuevo tipo que sirviera de intermediaria, de representante de los intereses de una clase en ascenso. Estas preocupaciones lo obligaron a ir más allá de la juguetona exaltación del ocio; esta vez se trataba de argumentar de manera sobria y precisa acerca de la creación de una Oficina General del Trabajo, de una Inspección Médica del Trabajo, de instaurar una jornada laboral de ocho horas, de conquistar el derecho a la sindicalización, de impedir la sobreexplotación de la mano de obra femenina. Tejada era consciente de la asunción de un conflicto social debido al ascenso del capitalismo, a la instalación del sistema de fábrica; por tanto, era indispensable crear organismos de protección o, al menos, de vigilancia de las condiciones de trabajo. A esa preocupación le añadió el interés por las conquistas del movimiento obrero en otros países; se detuvo, especialmente, en el triunfo electoral de los obreros ingleses y en las conquistas laborales del movimiento obrero en Uruguay.

En estos tiempos nuestros tan conservadores, en que hay cierta fascinación por arrastrarse en el fango, por moverse en la turbiedad, el joven cronista constituye una figura poco recomendable para la memoria colectiva. ¿Qué tal? Un jovencito encantado con una utopía socialista, convencido de reivindicaciones igualitarias, pionero del nefando comunismo. Otros mitos tratan de imponerse en estos días, otras epopeyas nada edificantes. Eso puede explicar, quizá, el poco interés por el personaje, por su época, por otros intelectuales de su generación. Y eso puede darle alguna trascendencia, trascurrido un cuarto de siglo de la primera, a esta segunda edición.

La biografía

Un estudio biográfico no pretende montar nuevos ídolos, ni redimir personalidades, ni mucho menos enterrar trayectorias humanas. Un estudio biográfico es una forma de buscar densidad narrativa y explicativa; es la búsqueda de una perspectiva con el fin de entender a los individuos de una época o, mejor, es una manera de entender una época siguiendo las huellas de ciertos individuos. Tampoco es el seguimiento detectivesco de una vida; es más bien la reconstitución de la trama, de la red de relaciones en que ese individuo estuvo inserto. Ahora bien, lo que ese individuo haya dicho o escrito o actuado es dato significativo en esa tarea reconstructiva, permite entender la conversación de la época, lo que podía o no podía decirse y hacerse. La singularidad de cada quien estriba en lo que pudo decir en la conversación: si lo que dijo era apenas la entrada en una conversación que ya se había iniciado o si fue él quien propuso un nuevo asunto y lo dijo de un modo tan inusitado que, no hay que dudarlo, dio origen a una nueva conversación. Tejada tuvo algo de lo uno y de lo otro; es decir, fue prolongador de una tradición, comenzó hablando a la manera de sus padres y maestros, pero luego propuso nuevos temas y formas de escribir. Eso lo singularizó y eso lo ha hecho atractivo para la historia de la vida intelectual colombiana.

Esa singularidad padeció su propia paradoja. Tejada no podía hablar en público; hoy habría sido diagnosticado con un trastorno de ansiedad social; la multitud lo intimidaba y, cuando debía intervenir ante un público expectante, lo aplastaba el miedo, la vergüenza, y entonces sobrevenía un silencio prolongado e incómodo. En cambio, deleitaba a sus amigos de tertulia con sus reflexiones juguetonas o, más evidente, plasmaba su agudeza crítica en la escritura cotidiana. Esos rasgos, en apariencia anodinos, simples anécdotas que salpican al personaje, pueden ayudarnos a comprender los dilemas de una generación intelectual, cuyas acciones tuvieron el sello de la intrusión o de la subordinación. Tejada era inteligente, brillante, pero estaba incapacitado para exponer sus ideas en auditorios amplios. Esta inhibición la compensó con excesos que contribuyeron a acelerar su muerte temprana. Otros miembros de su generación acudieron drásticamente a la autoaniquilación y otros más abandonaron sus irreverencias juveniles al iniciar la década de los treinta.

La biografía intenta modular ese microcosmos de la singularidad del individuo elegido con el macrocosmos del proceso histórico en que ese individuo vivió. Sin ese individuo, ese proceso no podría señalar las mismas tendencias, y es en ese proceso que el individuo intenta establecer algún contraste. Tejada contuvo, en su existencia, las vacilaciones de una época de transición; sus vacilaciones, sus desplantes bohemios, sus desafíos retóricos hacen parte de la discusión que dotó de cierta personalidad histórica un momento de la vida pública colombiana en que los valores y las concepciones del mundo que, hasta entonces, habían prevalecido comenzaban a desvanecerse o, al menos, eran relativizadas por un alud de novedades de todo tipo. La vida y la obra de Tejada ha sido la perspectiva narrativa adoptada, partiendo del supuesto de que estamos ante un singular que condensó, por lo menos, las concepciones del mundo, las ilusiones de una generación intelectual que fue portadora de algunos síntomas de la trasformación en todo eso que, de modo informe, llamamos cultura. Cambios en las formas y prácticas artísticas, en la vida cotidiana, en la política partidista, en las relaciones entre grupos sociales, en las relaciones con las innovaciones tecnológicas. No olvidemos que Tejada —y otros escritores, por supuesto— narró la irrupción de novedades como el automóvil y el avión, el alumbrado eléctrico en las calles, los relojes públicos. Su vida y su obra, en consecuencia, son testimonio invaluable de las experiencias de cambio que la sociedad colombiana vivió especialmente en la década de 1920.

La biografía de un intelectual fue, en este caso, la reconstrucción del nudo de relaciones al que perteneció el escritor, del diálogo entre el mundo y su escritura. De la relación que podía haber entre el breve texto periodístico y la totalidad de la cultura, de los cambios que vivía la sociedad de su tiempo. La obra de Tejada nos remitía a esos cambios y estos, a su vez, nos permitían entender la personalidad de su escritura. Inserto en un proceso colectivo, su vida y su obra fueron inseparables de fenómenos de expresión generacional, como el antipasatismo de los Arquilókidas, un hallazgo documental que habla de un momento de crítica acerba a la tradición letrada; otro hallazgo documental, importante para el momento de la primera edición, fue el programa comunista de 1924 en que Tejada y el grupo de jóvenes comunistas de la época tuvieron responsabilidad en la redacción y difusión.

Creo que en este estudio se ha logrado demostrar la importancia de la herencia cultural y política del liberalismo radical. En efecto, el autor de las famosas “Gotas de tinta” o de las “Cotidianas” o de las “Glosas insignificantes” perteneció a un círculo de familias de Antioquia con notorios antecedentes liberales radicales. Ser liberal en Antioquia, bastión del catolicismo intransigente en buena parte de la segunda mitad del xix, implicó un enfrentamiento cotidiano con el poder local del cura que, por ejemplo, se rehusaba frecuentemente a administrar los sacramentos a las familias liberales. Muchas de esas familias difundieron la práctica del matrimonio civil, la educación laica, actitudes religiosas disidentes como el librepensamiento o el espiritismo. En Medellín, desde fines del mencionado decenio, ya había círculos de espiritismo formados por grupos de artesanos. La familia de Tejada estuvo muy cerca de esas disidencias religiosas, de la promoción de las pedagogías modernas; con ese ánimo varios parientes del escritor recorrieron Antioquia y el Viejo Caldas. Por tanto, el origen familiar y el legado del liberalismo radical nos parecieron imprescindibles en la caracterización de este intelectual y en la explicación de su evolución hacia un incipiente comunismo.

La nueva edición

Este ejercicio biográfico partió de la premisa de la compilación de su obra periodística, desde el primero hasta el último escrito que pudo ser recuperado de las incompletas colecciones de prensa. Hubo otros apoyos documentales más puntuales, como la consulta del archivo de la Escuela Normal de Institutores de Antioquia y algunos testimonios de parientes y amigos del escritor. No pudimos contar con un apoyo documental valioso proveniente de algún archivo privado; aun así, dispusimos de 672 crónicas que constituyeron la premisa documental que sirvió de sustento para este ejercicio de reconstrucción biográfica. Ese conjunto de crónicas fue sometido a los trabajos preliminares propios de una fijación de textos: la definición de la autoría, la determinación de la fecha original de publicación de cada crónica. Valga precisar que Luis Tejada utilizó seudónimos —por ejemplo, Valentín— o firmó con sus iniciales, lo cual propició confusiones porque algo semejante hizo un dirigente liberal que escribió en la prensa por la misma época de nuestro autor: Lázaro Tobón. Por eso hubo un necesario examen de los rasgos estilísticos que dotaron de una identidad incuestionable a Tejada. Por fortuna, estábamos ante un escritor que, en su tiempo, fue un personaje rico en anécdotas que, mientras existió, fue comentado con interés. La generación de Tejada fue, además, prolija en autorrepresentaciones.

La compilación de su obra fue una labor que emprendí en compañía de María Cristina Orozco, quien luego hizo un trabajo semejante con la obra de José Mar (seudónimo de José Vicente Combariza). Compilar escritos de un autor es considerado, hoy día, como un ejercicio intelectual irrelevante; el compilador no es autor de nada, es cierto, solamente hace las pesquisas para hallar textos, los coteja, confirma autoría, define fechas originales de creación, fija una cronología general de la obra, precisa elementos distintivos de un estilo, de una personalidad creadora, separa géneros de escritura. En fin, cumple una labor que esboza la crítica literaria, el análisis de forma y contenido, la comprensión general de la obra según reiteraciones estilísticas y temáticas. “Donde no hay texto, no hay objeto para la investigación y el pensamiento en las ciencias humanas”, tal como afirma Mijaíl Bajtín en su Estética de la creación verbal.13 Estas tareas preliminares no suelen hacerlas los autores mismos, sobre todo si han muerto, y les corresponden a veces a albaceas voluntariosos, pero lo más posible e ideal es que las hagan los críticos, los historiadores, los filólogos, todos aquellos que necesiten dotar de fundamento documental sus juicios sobre obras, ideas, artistas, intelectuales. Decir algo acerca de una obra y su creador debería partir, como lo pide hoy una genuina historia intelectual, de situar al autor y su obra en las coordenadas discursivas de la época. Michel de Certeau habla del lugar social de producción;14 Michel Foucault se refiere a las condiciones de posibilidad de los enunciados;15 otros hablan del contexto discursivo. Todos, de alguna forma, establecen vínculos entre el escritor y su obra, entre un texto y otro texto de una misma obra, entre varias obras del mismo autor, entre ese autor y otros autores, entre esa obra y otras obras, entre una obra y el universo intelectual al que perteneció. Todas esas relaciones interpretativas son posibles y eficaces, si, claro, se cuenta con esa premisa obvia y a menudo despreciada de contar con una obra bien establecida.

La visión retrospectiva, hoy forzosa, permite decir que este ejercicio biográfico fue relativamente cómodo para quien entonces era estudiante de una maestría en Historia en la Universidad Nacional de Colombia. Luis Tejada vivió poco y nunca salió del país, no colaboró con publicaciones extranjeras; esa vida trunca y su corta producción en los periódicos de la época fueron aliciente para emprender la tarea; aun así, la compilación de sus crónicas no fue sencilla. Las colecciones de prensa estaban dispersas, mal conservadas o despedazadas; por eso, su escritura en Barranquilla, entre 1918 y 1919, nos aparece todavía incompleta; por eso, también, tenemos pocos testimonios de su colaboración en la prensa de Manizales. A eso se añadieron las omisiones familiares en la conservación de alguna huella testimonial.

En esta edición he decidido respetar la fórmula de citación de la primera edición. Es decir, he apelado al orden de la compilación ya mencionada que sirvió de fundamento a este estudio biográfico, por lo que, al citar la Obra completa de Luis Tejada, acudí a la siguiente convención: título del texto y fecha original, las iniciales oc, enseguida la indicación del tomo y el número de página. Ejemplo: El periodista, marzo 14 de 1922, oc, ii, p. 389.

Cali, 2020

1 Pienso, por ejemplo, en tres profesores universitarios que han dejado huella de biógrafos: Alberto Mayor Mora, Técnica y utopía(biografía intelectual y política de Alejandro López, 1876-1940), Eafit, Medellín, 2001; César Ayala Diago, su trilogía dedicada a Gilberto Alzate Avendaño, publicada por la fundación del mismo nombre: El porvenir del pasado, tomo i, 2007; Inventando al Mariscal, tomo ii, 2009; Democracia, bendita seas, tomo iii, 2013; y Andrés López Bermúdez, Jorge Zalamea, enlace de dos mundos. Quehacer literario y cosmopolitismo (1905-1969),