Magia Navideña En El Retiro De Escritores - Julia Sutton - E-Book

Magia Navideña En El Retiro De Escritores E-Book

Julia Sutton

0,0
2,49 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Después de la muerte de su madre, la joven Louise debe ocuparse de cuidar de su melancólico padre y de un rebelde hermano menor.

Trabaja incansablemente en una pastelería, pero sueña con convertirse en una autora infantil exitosa, y su vida amorosa está en crisis debido a su atracción de toda la vida por el chico malo local. Con la ayuda de algunos amigos entrometidos, gana un concurso de Navidad para pasar una semana en un retiro de escritores en el hotel Mystic Springs.

Parece que la suerte de Lou está cambiando, pero ¿puede concentrarse en medio de sucesos inquietantes y la presencia de un mentor de escritura muy atractivo?

Agreguen una pizca de magia y piérdanse en este acogedor romance navideño.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB

Veröffentlichungsjahr: 2022

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



MAGIA NAVIDEÑA EN EL RETIRO DE ESCRITORES

JULIA SUTTON

Traducido porNATALIA STECKEL

Derechos de autor (C) 2020 Julia Sutton

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2021 por Next Chapter

Publicado en 2021 por Next Chapter

Arte de la portada por CoverMint

Editado por Ana Medina

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

ÍNDICE

Agradecimientos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Querido lector

Biografía de la autora

AGRADECIMIENTOS

Muchas gracias a Miika Hannila y a todo el equipo de Next Chapter Publishing por darme la oportunidad de publicar este libro y por todo su duro trabajo.Un enorme agradecimiento a todos mis lectores. Espero que disfruten este libro. Gracias a mis maravillosos amigos y familiares, quienes siempre han sido un gran apoyo.

Para la adorable Eleanor

PRÓLOGO

Había una vez, en una lejana tierra de hollín y suciedad, vivía una pequeña niña llamada Louise Henry.

Louise era algo soñadora; algunos amigos de la escuela hasta la consideraban extraña. Siempre tenía la nariz metida en un libro y, cuando no estaba leyendo, estaba creando historias en su mente.

A Louise no le importaba tener pocos amigos, ya que había sido bendecida con una familia cariñosa. Una madre amable, de cabello dorado, y un padre valiente y fuerte, que le compraba libros y lapiceras y que la alentaba a celebrar el hecho de ser diferente.

Louise se convirtió en una joven refinada, generosa y llena de energía. Como en todas las buenas historias de aventuras, su vida tuvo altos y bajos, hubo momentos buenos y malos, felicidad y dolor, pero Louise se aferraba a sus sueños.

Este es un capítulo de su vida. Este es su cuento de hadas...

CAPÍTULO1

—¡El té está servido! —Grité las palabras con la esperanza de que atravesaran las paredes y llegaran a la sala de estar, donde mi padre y mi hermano están sentados mirando el noticiario de la tarde. El calor del horno me da en el rostro al abrir la puerta para sacar la bandeja de empanadas. Están doradas, cocinadas a la perfección y huelen delicioso. Las coloco en cuatro platos, y luego regreso rápido a la cocina para sacar las papas fritas del horno superior y para revolver los frijoles burbujeantes—.¡La comida está servida! —vuelvo a gritar. Oigo el chirrido de la puerta de la cocina al abrirse. Papá entra sin prisa, con su pijama a rayas y rascándose la cabeza; parece que está listo para irse a la cama.

—¿Dónde está Robbie?—Mi hermano menor quien, por lo general, es el primero en sentarse a la mesa, no está por ninguna parte.

—Hablando por su móvil. —Papá señala con el pulgar por encima del hombro—. Tiene uno nuevo.

—¿De dónde demonios sacó dinero para eso? —pregunto mientras, con una cuchara, coloco con cuidado los frijoles junto a las empanadas.

—Quizá es mejor no preguntar —responde papá. Descorre una silla, y se deja caer en ella.

Soplo un mechón de cabello para quitármelo de los ojos mientras hurgo en los estantes en busca de condimentos.

—Sírvete papas, papá.

—No me gustan mucho las de supermercado —refunfuña al tiempo que les agrega ketchup.

—Bueno, no queda mucho dinero para comprar comida. —Dejo que mi voz se apague, y sonrió al verlo llevarse el tenedor a la boca.

Robbie entra despacio a la cocina, pasándose la mano por su pelo oscuro y enmarañado.

—¿Otra vez empanadas?

—Oh, ya dejen de quejarse. —Me siento, y sonrío ampliamente—. Esta es una comida saludable, y traje torta de la pastelería para el postre.

Los ojos de Robbie se iluminan ante la mención de algo dulce.

—¿Torta de chocolate?

—Sí —confirmo—. Con crema fresca.

—¿Dónde está tu tía Josie? —pregunta papá.

—Ya vendrá —contesto, mirando el reloj. Dos minutos antes de las seis, alguien golpea a la puerta, y Bertie, nuestro perro Labrador dorado, sale de su cama y va patinando por el pasillo.

—¿Por qué tiene que venir a comer todas las noches?—Robbie hace una mueca y remueve los frijoles—. ¿Tengo que comerme ésto?

—Así es —respondo, y trago un trozo de empanada de carne—. Es una de tus cinco porciones diarias, y ya sabes que la tía Josie está sola.—Le revuelvo un poco el cabello de camino a la puerta principal, y lo oigo chasquear la lengua ante mi demostración de afecto de hermana. Bertie tiene el pelo del lomo erizado y está gruñendo hacia el panel de vidrio.

—Hola, Lou. —La tía Josie entra deprisa, sacudiéndose las gotas de lluvia de su cabello recién arreglado—.Está lloviendo a cántaros. Se viene el invierno.

—Recién estamos en noviembre; en teoría, seguimos en otoño —respondo mientras tomo su abrigo y bufanda—. ¿Estuviste en la peluquería?

Josie se toca sus rizos color lila.

—¿Te gusta? La aprendiz de peluquera me convenció de cambiar mi azul habitual.

—Se ve muy bien. Entra, la cena está en la mesa.—La sigo por el pasillo, de regreso a la cocina. Robbie tiene los pies sobre la silla vacía. Los quito de un golpe, irritada por su falta de educación, y le pido a la tía Josie que se siente.

—¿Qué tal estuvo la escuela? —le pregunto a mi hermano de quince años.

Robbie mastica con lentitud, pensando en otro día en la academia Hayes.

—Bien. —Agacha la cabeza para evitar mi mirada.

—¿Hiciste el ponqué de uvas pasas?—El día anterior lo había pasado hurgando en los estantes del supermercado en busca de los ingredientes necesarios para su clase de economía doméstica. No había harina ni pasas de Corinto, por lo que tuve que correr al otro lado de la ciudad hasta otro supermercado, durante mi hora de almuerzo.

—Emmm... esteee... no.

—Ah.—Coloco el tenedor en la mesa y estoy a punto de interrogarlo cuando suena el teléfono.

—Si llaman de ese centro de atención al cliente en la India, diles que me mudé a Corea del Norte.—Papá sonríe con satisfacción al tiempo que atiendo el teléfono.

Una mujer con acento elegante saluda y se presenta como la señora Frostrich.

—¿La directora? —pregunto al tiempo que trago saliva por el temor y fulmino con la mirada a Robbie, quien se puso pálido.

—¿Habla la señora Henry?

—Señorita Louise Henry —respondo—. ¿En qué puedo ayudarla?

—Ah, lo siento, señorita Henry. Me preguntaba si podríamos hablar sobre Robbie.

Salgo de la cocina hacia la sala y busco el control remoto para silenciar el televisor.

—Sí, por supuesto. ¿Está todo bien?

La directora respira profundo.

—Robbie ha estado faltando a clases, señorita Henry. «¡Oh, no, no otra vez!».Me dejo caer en el sofá.

—Esta semana, hasta el momento, no asistió a Inglés, Francés ni Economía Doméstica. ¿Hay alguna razón para sus ausencias?

Las palabras salen volando de mi boca antes de poder pensar.

—Ha tenido catarro... y estuvo mal del estómago.—Me sonrojo, avergonzada por mis mentiras.

La directora resopla.

—La política de la escuela exige una llamada telefónica para informar sobre cualquier enfermedad, señorita Henry, no solo el primer día, sino también los días subsiguientes.

—Lo siento mucho. —Aprieto con fuerza el teléfono—. Le prometo que no volverá a suceder.

—Así lo espero —expresa la señora Frostrich cortante—. De lo contrario, tendremos que involucrar al inspector de ausentismo, y eso implicaría una serie de visitas a domicilio.

—De acuerdo. —Mi cabeza comienza a latir.

—Señorita Henry... —El tono de la directora se suaviza un poco—. ¿Está todo bien en casa?

—¡Sí!—Me levanto de un salto—. Todo está bien.Es solo un malentendido. Robbie asistirá mañana, como siempre.

—Muy bien. Que tenga buenas tardes, entonces. —La línea queda muerta.

—¿Qué quería? —pregunta papá, cuando me siento a la mesa otra vez.

Miro furiosa a mi hermano menor, quien está ocupado cortando una porción de torta.

—Él volvió a sus viejos trucos.

—¿Qué hizo ahora? —pregunta papa riendo.

—No es gracioso. —Suelto un suspiro exasperado—. ¿Por qué has faltado a clases, Robbie?—Miro a mi hermano, quien me observa con ojos inocentes y bien abiertos.

—No lo sé. —Se lame la crema del dedo medio y encoge los hombros con despreocupación.

—¡Esa no es una buena razón! —chillo, indignada por su actitud frívola—.Tu educación es importante, Robbie. Es el año de tus exámenes de certificación secundaria. ¿Cómo entrarás a la Universidad sin ninguna certificación?

Papá infla el pecho.

—Escucha a tu hermana, hijo.

—¿Y qué me enseñará el hecho de cocinar un estúpido ponqué de uvas pasas?

—Emmm..., bueno, es parte del programa de estudios, Robbie. —Mi enojo desaparece un poco al ver su rostro abatido—.¿Quieres trabajar en una pastelería por el resto de tu vida como yo?

—Quiero tocar en una banda. —Arrastra las zapatillas por el piso de linóleo.

—Sí.—Le sacudo el puño—. Pero igual debes conseguir tus certificaciones. En especial, en Inglés, Matemáticas y Ciencia.

La tía Josie sacude el vinagre de una papa empapada y comenta con sabiduría:

—Jamás aprobé ninguna certificación. La escuela de la vida me enseñó todo lo que sé.

Miro a mi tía con expresión molesta.

—¿Qué hay sobre la Universidad? —farfullo—.Podrías estudiar música y... arte dramático.

—Demasiadas deudas. —Robbie resopla—. El hermano de Ade acaba de obtener su título y está trabajando en McDonald’s.

Ade es el mejor amigo de Robbie: un joven desgarbado con dientes de conejo, que vive a cinco casas de distancia. Cubro mi rostro con las manos. Discutir con Robbie no tiene sentido; él tiene una respuesta para todo. Tal vez deba exponer los hechos con claridad y simpleza y, con suerte, eso aplaque su vena rebelde, que parece estar creciendo otra vez.

—Mira.—Muestro mi expresión más seria—. Si continúas faltando, otras personas se meterán con nosotros: la directora, el inspector de ausentismo... —Las enumero con los dedos para darle énfasis—, quizás hasta los servicios sociales.—La nuez de Adán de Robbie sube y baja a medida que asimila mis palabras. Continúo, y me muestro furiosa otra vez—.Esto es serio, Robbie. No más inasistencias, ¿de acuerdo?

Él asiente con rapidez.

—De acuerdo.Entonces, iré arriba... a terminar la tarea.

Arrastra la silla hacia atrás y, mientras se dirige a la puerta, le pregunto:

—¿Y dónde estabas durante ese tiempo?

Robbie se encoge de hombros; se lo ve satisfactoriamente culpable.

—Paseando por tiendas de música.

—¿Gastando más del dinero que ganas por repartir periódicos?—Chasqueo la lengua, y miro a papá. Él terminó de comer y está hojeando el diario vespertino.Una sensación de irritación crece en mi interior. ¿Por qué nunca le llama la atención? Después de todo, Robbie es su hijo.¿Por qué tengo que hacerlo yo, la hermana mayor?

—Emmm, ¿puedo irme?

Le hago señas a Robbie para que se vaya y me quedo mirando la porción de torta de chocolate que la tía Josie dejó frente a mí. De repente, mi apetito se fue por la puerta junto con mi hermano.

—Tal vez más tarde —murmuro. Tomo la torta y la guardo en el refrigerador. Papá se pone de pie, y me avisa que irá a ver el pronóstico del tiempo para el resto de la semana.

—Siempre es así. —Las rodillas de la tía Josie crujen cuando corre la silla hacia atrás—. Los hombres de esta casa siempre desaparecen cuando hay cosas por hacer.

Coloco agua caliente en el cuenco y raspo los restos de los platos con papas.

—Yo puedo terminarlo más rápido —suspiro, y me pongo los guantes de goma con un ruido al estirarlos.

—Pero, cariño, estuviste trabajando todo el día.—La tía Josie toma un paño de la cocina—. ¿Qué estuvo haciendo tu padre?

Intento restarle importancia a la pregunta. —Pintando, supongo.

—Pintando. —Los labios de la tía Josie se curvan hacia arriba.

—Tiene mucho talento, —protesto.

—Necesita un trabajo —espeta la tía Josie—. No puede ser nada bueno para él pasar todo el día sentado en ese cobertizo. Se ha convertido en un ermitaño. La compañía de otro adulto le haría mucho bien, ¿no lo crees?

—Sí, supongo que sí —afirmo con un gesto de asentimiento—. Hablaré con él.

—¿Quieres que le hable yo? —Josie apila los platos prolijamente en la alacena inferior.

—¡No! Gracias por tu preocupación, pero creo que sería mejor si proviniera de mí.

—Me parece justo.

Noto que la tía Josie se queda mirándome con empatía y una sonrisa.

—¿Tomamos una taza de té y chismoseamos? Vi que Hamish McDougall regresó al número sesenta y cuatro. ¿La señora McDougall lo ha perdonado por su aventura?

—Oh, no te has enterado de lo mejor, cariño... —Los ojos de Josie brillan de entusiasmo mientras retira la silla para sentarse y comienza a parlotear.

Despido a la tía Josie una hora más tarde, con una generosa porción de torta y una pila de revistas recicladas. Un grupo de niños están jugando en la calle; pasan zumbando de un lado a otro en sus motonetas y bicicletas. Los observo por un momento, apoyada contra el marco de la puerta. Es bueno oír el sonido de sus risas y observar cómo se oscurece el cielo a medida que cae la noche. Las luces de las farolas titilan, e iluminan los automóviles estacionados unos junto a otros. Un auto es un lujo que no puedo darme. Pero tal vez algún día.

Cuando la tía Josie se pierde de vista, cierro la puerta con llave y corro las pesadas cortinas de terciopelo. Puedo oír los ronquidos de mi padre por encima del parloteo en la televisión y los sonidos amortiguados de la música de Robbie, que retumba en el techo. Camino por el pasillo de regreso a la cocina, y me detengo frente al aparador para observar un portarretrato. «Te extraño, mamá». Levanto el marco de madera y le sonrío a la fotografía de una mujer rubia de expresión alegre. Está sentada sobre una pared, mirando el mar, comiendo papas fritas envueltas en periódico y riendo a carcajadas. Devuelvo el portarretrato a su sitio, y mis dedos se deslizan a otro. Es una fotografía de mis padres en el día de su boda, vestidos con ropa elegante. Mi padre se ve orgulloso, y mi madre sonríe entusiasmada. Ambos se ven sumamente felices. Desvío la mirada hacia el marco más grande, ornamentado en plata. Contiene una fotografía de los cuatro, donde yo soy una niña y Robbie, un bebé.

Esa era nuestra familia feliz, hasta que se vio destrozada por el cáncer y por la posterior muerte de mi madre, diez años atrás.

—Lou, ¿eres tú? —me llama mi padre. Su voz es un leve susurro a través de las paredes delgadas como papel de nuestra casa adosada.

Me paré en la entrada de la sala, viendo cómo se frotaba los ojos por el sueño.

—Sí, papá. ¿Estás cansado?

—Solo un poco. —Se incorporó con esfuerzo para dejarme un lugar en el sofá, junto a él.

—¿Qué estuviste haciendo hoy? —pregunto al pasar, mientras saco un hilo suelto de la funda de un almohadón.

—Esto y aquello. —Sus labios se curvan hacia arriba—. Terminé la pintura en la que estaba trabajando.

—¡Eso es maravilloso! ¿Es la del paisaje?

—Sí, y comencé un paisaje costero. —Papá se ve satisfecho consigo mismo.

—Eso es genial —comento con entusiasmo—. Y, esteee... ¿encontraste algún empleo al que pudieras postularte?

—No hay mucho disponible en estos momentos, cariño. —Mi padre se frota los pelos de la barbilla, y mi ánimo se va al suelo. Ha dicho la misma excusa durante los últimos seis meses. Antes de eso, consiguió un empleo temporal como guardia de seguridad nocturno, pero renunció después de una discusión con su supervisor. En la actualidad, está desempleado, mientras yo tengo dos empleos y llevo adelante la casa. Gracias al cielo por el pequeño subsidio que recibe del gobierno. Observo su cabeza gacha y me conmueve hasta el fondo de mi corazón. Desde la muerte de mi madre, él ha caído en un pozo depresivo del que todavía lucha por salir. Ha intentado psicoterapia, medicación, hasta meditación y terapia del duelo, pero mi padre no se ha recuperado después de diez años. Extraño a mi antiguo padre, al hombre alegre y de espíritu joven, lleno de vida y euforia. Añoro que cante las viejas canciones de Motown que solía amar y que enrosque la alfombra harapienta para bailar, como lo hacía cuando vivía mi madre. El dolor aún lo envuelve como un velo y se evidencia en sus ojos tristes y en su tono melancólico cada vez que menciona a mi madre.

—No importa, entonces. —Le doy una palmada en la rodilla—. Estoy segura de que algo aparecerá.¿Pongo la tetera?—Me acerco para darle un beso en la mejilla cálida y curtida, y ambos miramos los títulos del siguiente programa que comienza por la televisión.

CAPÍTULO2

Más tarde, mientras estoy pasándole lavandina al borde del inodoro, suena el teléfono. Mi hermano, que justo está pasando por allí de camino a la lata de galletas, lo lleva arriba y me avisa que es una de mis compañeras.

—Ya sabes, la del pelo encrespado —articula, y muerde un poco de su galleta integral.

—¿Te refieres a Heather? —susurro.

—Sí, la góti... —Deja que su voz se apague con una sonrisa cuando le señalo el teléfono destapado. Robbie me lo entrega y se va a paso tranquilo.

—Hola, Heather. —Aparto el flequillo lacio de mis ojos.

—¿Puedes decirle a tu hermano que no soy gótica? —Heather suena ofendida—. Tampoco soy emo, o como sea que se llamen por estos días.

—Vistes mucho de negro —comento, visualizando su melena teñida de negro, lápiz de ojos negro, ropa negra y esmalte de uñas al juego.

—Prefiero el término “persona de la nueva era” —señala con un tono de superioridad. Intento no reírme y termino tosiendo—.¿Te encuentras bien, Lou?

—Sí, gracias —respondo—. Sólo estoy limpiando. Creo que aspiré un poco de lavandina.

Heather suspira.

—Oh, Lou, siempre te digo que debes usar productos naturales de limpieza. Son mucho mejores para ti y para el medioambiente.

—Bueno, ya está hecho. —Voy a mi habitación, y me dejo caer en la cama—.¿Cómo estás?

—Ah, estoy bien, supongo.—Heather suspira—. Francamente, necesito una noche de salida.

—Claro, podría hacerlo el fin de semana.—Me quedo mirando el techo color limón y la lámpara de cristal, que se mueve con suavidad por la brisa que entra por la ventana abierta.

Heather resopla.

—En realidad, pensaba en esta noche.

«¿Beber alcohol durante la semana?»Mi mente lucha por encontrar excusas. Quiero relajarme; tomar un baño de burbujas, preparar chocolate caliente con crema batida y malvaviscos, y pasar la noche leyendo revistas.

—Lou... —Oigo que Heather se suena la nariz, y me pregunto si ha estado llorando.

—No suenas muy bien. —Me incorporo con esfuerzo hasta ponerme de costado—. Iré por un trago pero, Heather, no puedo quedarme hasta tarde. Tengo que trabajar mañana.

—Louise Henry, te quiero. ¿Nos vemos allí en media hora?

La línea está muerta antes de poder responder. Me quedo mirando mi reflejo en el espejo. Tengo ojeras oscuras, y mi barbilla está cubierta de granos. Me pregunto si eso es normal para una joven de veinticinco años. Ya debería haber superado el acné premenstrual, ¿cierto? Con un gruñido, me dejo caer en el banco frente al espejo de mi cómoda y me pongo a trabajar para intentar hacerme ver más o menos presentable.

El Feathery Duck es uno de los negocios más antiguos de la zona. Es una caminata corta desde mi calle, y se erige majestuoso en medio de la Avenida Marywell, junto a la panadería donde trabajo. Las arcaicas vigas de madera se extienden desde la fachada exterior hasta un pequeño salón bar con luz tenue. Siempre nos reunimos en el bar. No estoy segura de la razón. Supongo que nos gusta el ambiente de clase trabajadora, la camaradería de beber junto a hombres de la zona, que discuten y charlan frente a la mesa de billar y al tablero para jugar dardos. El bar tiene mesas de roble fuerte, piso de baldosas y antiguos sifones de cerveza. El salón adjunto ha sido renovado para convertirlo en uno de esos establecimientos lujosos. En lo personal, las sillas y mesas de plástico, las paredes encaladas y la música pop me parecen algo baratas y poco interesantes. El bar tiene personalidad y, en ciertas noches, también tiene a Darren Walker. Él es el amor no correspondido de mi vida. Un hombre corpulento y musculoso, de un metro ochenta, al que conozco desde la escuela primaria. Es el típico bribón adorable, un tipo descarado con ojos risueños y una sonrisa lista para todas las mujeres. Es un cliente habitual del Feathery Duck; algunos lo describen como parte del mobiliario. Hubo una época, años atrás, cuando tuvimos un breve romance. Pero duró menos de una semana. Darren Walker tiene miedo al compromiso; es famoso por su encanto y ojo para el sexo opuesto. Mientras que yo deseo asentarme, encontrar a mi alma gemela y vivir felices por siempre. Detrás de mi apariencia cautelosa y, aunque mi familia y amigos lo desconozcan, soy una verdadera romántica.

—¡Lou!

Me doy vuelta al oír mi nombre. Heather está al otro lado de la calle, cerrando su florería. Me apresuro a cruzar por la senda peatonal hasta Flowers From Heaven.

—¿Recién terminas? —pregunto, y un vistazo al reloj me informa que son casi las ocho y treinta.

—No me lo recuerdes. —Heather gira la llave en la cerradura, y observamos la persiana metálica descender con un ruido sordo—.Otra orden de último momento para un funeral y una boda enorme este fin de semana. Estoy exhausta.—Me pasa una caja llena de carpetas con el título “contabilidad”—.Y, encima de todo, tengo al tipo de los impuestos detrás de mí.

—Entonces, te mereces un trago. —Hago equilibrio con la caja sobre la cadera, y oprimo el botón para cruzar.

—Necesito un gin-tonic; tuve un día muy ajetreado.

Cruzamos alegremente la calle y caminamos hasta la puerta del pub

—¿Cómo ha sido tu día? —pregunta Heather, al tiempo que abro la puerta y me aparto para dejarla pasar primero.

—Igual que el tuyo. No paré en la panadería y, cuando llegué a casa, todo volvió a comenzar. Siempre hay algo por hacer.

Heather me mira con empatía.

—No sé cómo te las arreglas, Lou. Al menos yo tengo a mis padres, que se ocupan de mí cuando llego a casa.

Me enojo por sus palabras.

—Papá hace su mejor esfuerzo, y Robbie, bueno, sólo tiene quince años. No puedo esperar que se haga cargo de la casa por mí.

—Lo siento. —Heather me frota el brazo—. ¿Quieres sentarte, y yo busco las bebidas?

—Sí.—Echo un vistazo a las numerosas mesas vacías. El Feathery Duck siempre está tranquilo a mitad de semana pero, esa noche, hay solo un puñado de clientes. Observo a un pequeño grupo de clientes habituales, que lanzaban dardos al tablero por turnos. Me hacen un gesto con la cabeza mientras yo juego con un posavasos mojado.

—¿Está bien un Sauvignon Blanc?—Heather apoya una copa grande de vino sobre la mesa.

—Perfecto. —Y así es: frío, refrescante y delicioso. Bebo un trago largo y le sonrío a mi amiga, quien ha comenzado a hablar sobre las series dramáticas con las que está obsesionada—.Hoy te ves diferente —comento cuando hay una pausa en la conversación.

—¿Ah, sí?—Heather mira por encima del borde de su gin-tonic—. ¿En qué sentido?

—Tu pelo. —Observo la brillante melena negra y lisa—. Está lacio.

—Sí. —Se lo toca con la mano libre—. Marcus me regaló un alisador de cabello.

—Ah.—Mi sonrisa se desvanece ante la mención de su novio intermitente. Marcus es un italiano adulador, con esposa y tres hijos. Heather ha sido su amante desde hace cinco años. Sabe que no apruebo la relación, pero eso no le impide amarlo apasionadamente.

—¿Crees que me queda bien?—Heather hace puchero, como si estuviera por tomarse una selfi.

—Se ve lindo... —asiento—, pero me encantan tus rizos.

—Los rizos son muy del pasado, muy de los ochenta. Marcus me dijo que me veo como Dita Von Trapp.

—¿Quién?

—Ya sabes, la bailarina de cabaret.

—Ah.—Bebo más vino—. Entonces, ¿por qué esta salida a mitad de semana? Sonabas alterada por teléfono.¿Algo anda mal?

Heather suspira.

—Sabes que pronto es mi cumpleaños, ¿cierto?

—Sííííí. —Le doy un codazo suave en las costillas—. El gran tres-cero. ¿Cómo lidiarás con ser de mediana edad?

—¡Cuidado! —advierte Heather con una sonrisa—. Los treinta son los nuevos veintiuno, según todas las revistas.

—Confío en tu palabra —afirmo volteando los ojos—.Por cierto, ¿qué harás? ¿Vamos a comer para celebrar? Algo vegetariano, por supuesto.

—Se suponía que me iría el fin de semana con Marcus. —Heather apoya la copa con fuerza—. Pero tiene un bautizo familiar al que, al parecer, no puede faltar.

Sacudo la cabeza.

—Es lo que sucede cuando te involucras con un hombre casado. Puedes tener algo mejor, Heather.

—Lo amo —contesta ella en voz baja.

Dejo escapar un suspiro exagerado. Me pregunto cuántas veces hemos tenido esta conversación. El tema de la vida amorosa de Heather surge casi todas las semanas. Ella se deprime por él, y yo me enojo porque sigue casado, a pesar de que, al parecer, su esposa es un dragón viviente a quien él no le importa en lo más mínimo.

—Si él te ama, entonces, ¿por qué sigue casado? —pregunto sin rodeos.

—No es tan simple —responde con una sonrisa afectada—. Tiene hijos y muchas deudas. Debemos tomar las cosas con calma, planear a futuro... —Deja que su voz se apague, y hace una mueca ante mi mirada incrédula.

—Esto ha sido así por años, Heather. Ha tenido cinco años para dejarla.

De pronto, Heather rompe en llanto, y el rímel cae en hilos negros por su rostro. De inmediato me arrepiento de mi brusquedad, pero mi paciencia con la dudosa vida amorosa de Heather está muy desgastada.

—Estoy tan triste... —lloriqueó ella—. Treinta años y vivo con mis padres sin ninguna probabilidad de tener hijos. Mi reloj biológico sigue corriendo, y acabaré como una vieja solterona solitaria.

—No será así si terminas con esta farsa de relación. —Le tomo una mano—. Tienes tanto a favor tuyo, Heather...Eres una maravillosa mujer independiente. Sí, aún vives con tus padres, pero también yo. Tienes tu propio negocio. A mí me encantaría ser una florista con mi propio negocio.

—Tienes razón —resopla Heather—.Entonces, ¿por qué no termino con esto hoy? ¡Ahora!—Saca el móvil del bolso y repasa sus contactos con rapidez.

—¿Qué le dirás? —pregunto con nerviosismo.

Sus dedos vuelan sobre la pantalla, y ella se ve preocupantemente determinada.

—Le dije que nuestra relación se terminó y que no vuelva a contactarme. Ahí está. —Oprime el botón de Enviar, y luego rompe en llanto otra vez—. ¿Qué hice?

—Lo correcto —afirmo en tono seco—. Dámelo.—Espero a que Heather me entregue el móvil a regañadientes—.Borraré y bloquearé su número de tu agenda de contactos —le anuncio, mientras muevo los dedos por la pantalla—. ¿Es tu amigo en Facebook?

—Sí —contesta ella; su rostro es el vivo retrato de la tristeza.

—Ya no.¿Lo tienes en otra red social?

—Instagram.

Busco entre sus seguidores hasta encontrar el rostro adulador de Marcus, que me sonríe desde la pantalla. «¿Italiano de sangre caliente?»resoplo al ver su nombre de usuario. «Más bien, “italiano asqueroso”».

—Eliminado,—informo con una sonrisa de satisfacción—.Ahora eres libre de salir con quien quieras.

A Heather le tiembla el labio inferior.

—Eres una mujer dura, Louise Henry.

—Un día me lo agradecerás —señalo con firmeza—. ¿Bebemos otro trago para celebrar tu soltería?

—Que sea doble —me avisa Heather mientras me acerco de prisa al bar.

—¿Lo mismo?—Brian, el cantinero corpulento, asoma su silueta por encima de los sifones de cerveza y camina hasta donde estoy con una sonrisa amistosa.

—Por favor.—Rebusco en el bolsillo de mi abrigo y saco un boleto de autobús arrugado, un lápiz labial gastado y un billete de diez libras doblado.

—Tu novio estuvo aquí anoche. —Él sirve vino en mi copa, y yo lo miro sorprendida.

—¿Mi novio? —repito.

—¿Hay un loro aquí? —Brian chasquea los dedos, intentando recordar un nombre—. Darren, el que juega en el equipo de billar.

—¿Te refieres a Darren Walker? Él no es mi... emmm... novio —farfullo.

Brian levantó las cejas en dos arcos tupidos.

—Tu amigo, entonces —se corrige.

Abro la boca para decirle que no somos ni siquiera eso, pero Brian continúa hablando—: Él y Patrick Dempsey estaban borrachos como una cuba otra vez. Marjorie les pidió que se fueran (con amabilidad), pero ellos estaban portándose mal: nos irritaban y también molestaban a otros clientes.

Marjorie, su esposa, asoma la cabeza por encima de la barra.

—Estaban causando problemas otra vez, Lou… Se pusieron pendencieros y altaneros. Un par de moteros casi los golpean.

Me aclaro la garganta.

—Darren Walker no tiene nada que ver conmigo. Por supuesto que fuimos juntos a la escuela, pero eso es todo. No tenemos ninguna relación.

Marjorie aprieta los labios y me echa un vistazo con suspicacia.

—Bueno, después de lo que ocurrió en Navidad, y por la manera en que siempre andan tonteando uno con el otro, supuse que eran alguna especie de... pareja.

Siento que el rubor me sube por el cuello y hasta las mejillas al recordar el beso que Darren y yo nos dimos bajo el muérdago en este mismo bar. En aquel momento, no me di cuenta de que tanta gente había notado que estábamos mostrándonos afecto. Culpé al ambiente demasiado festivo, pero la verdad era que Darren Walker me había gustado por años y que había querido ser su novia desde la escuela primaria.

—No estamos juntos —espeto. Tomo las bebidas y retrocedo—. Pero tal vez deberían prohibirle la entrada si les causa problemas.

—Él siempre ha sido un problema. —Brian sacude la cabeza—. No quisimos disgustarte, cariño.

—Sí —interviene Marjorie—, olvídate de Darren Walker. Eres demasiado buena para él, cariño.

—Está olvidado —les digo entre dientes.

—¿Qué fue todo eso? —me pregunta Heather apenas me siento a su lado.

—Era sobre Darren Walker —respondo, y cierro los ojos por un momento para dejar que una imagen mental de su atractivo rostro flote frente a mí.

Heather voltea los ojos y expresa con tono elegante:

—Otro caso perdido. No tenemos mucha suerte con los hombres, ¿cierto?

—Supongo que no —contesto con tristeza y alzo mi copa—.Brindo por estar soltera y sin preocupaciones.

Heather choca su copa con la mía.

—Brindo por la falta de sexo y ser desdichadas.

Sus palabras resuenan en mis oídos y me recuerdan, una vez más, el fracaso total que es mi vida amorosa.

CAPÍTULO3

La alarma me despierta de un sueño profundo a las seis de la mañana siguiente. Adormilada, busco a tientas mi reloj de Mickey Mouse y oprimo el botón de apagado hasta que el penetrante sonido se detiene. Luego, dejo caer la cabeza con un dolor punzante sobre las suaves almohadas, y me arrepiento amargamente de la cuarta copa de vino que tomé la noche anterior. La lluvia golpetea suavemente la ventana y gruño ante la idea de que, en media hora, estaré caminando por el vecindario con mi impermeable, tratando de controlar tres perros energéticos. Sí, ese es mi segundo empleo. Aparte de trabajar en la pastelería, también soy paseadora de perros. Mientras permanezco acostada, esforzándome por reunir algo de energía para el día, escucho a nuestro propio perro, Bertie, lloriqueando frente a la puerta de mi dormitorio. Con un suspiro, me levanto y me acerco para dejarlo entrar.

—Hola, muchacho. —Le palmeo la cabeza con afecto, y me tambaleo un poco hacia atrás cuando salta sobre mí—.¿Quieres ir a ver a tus amigos?

Sacude su cola con energía a manera de respuesta y me observa mientras me pongo un conjunto deportivo y zapatillas. Me ato el pelo rubio, largo hasta los hombros, en una cola de caballo, con una gomita elástica, y voy al baño para cepillarme los dientes.

La casa está en silencio. Falta al menos una hora para que Robbie y mi padre aparezcan, pero igual camino en puntillas haciendo el menor ruido posible. Mientras espero a que hierva la tetera, tomo un puñado de nueces y semillas, y me escabullo al jardín. Aún llueve suavemente, pero es una mañana templada, y las aves están cantando en lo alto de los árboles, esperando su desayuno. Alimentar a las aves se ha convertido en parte de mi rutina matutina, y ahora las mismas aves me esperan todos los días: una paloma con una sola pata y un mirlo agresivo, una familia de petirrojos y el zorzal de canto dulce. Con los años, me he ganado su confianza y, mientras esparzo la comida, ellos bajan de los árboles y picotean a mis pies. Es un buen comienzo del día, y me hace sentir como una especie de Blancanieves, menos el castillo y el atractivo príncipe, por supuesto. Pronto el césped se cubre de aves y las observo durante un momento antes de que Bertie, aburrido de olfatear los arbustos, se dirige al césped para jugar, lo que las ahuyenta.

Me limpio los zapatos en la alfombrilla antes de entrar a preparar café. Es demasiado temprano para el desayuno, pero la cafeína siempre es bienvenida al comienzo de cada día. Mientras bebo, reviso el correo y coloco las facturas en una pila y arrojo a la basura los volantes de comida rápida. Busco en mi cartera; hay dos billetes nuevos de veinte libras: lo que queda de mi escaso salario. Por fortuna, me pagarán al final de la semana, y no veo la hora de que suceda. Tal vez esta noche podría ordenar comida a domicilio, pero luego recuerdo los víveres que debo comprar y el dinero para el almuerzo que necesita Robbie para el resto de la semana.

Guardo la cartera en el cajón, y me pongo el impermeable. Bertie suelta un gruñido bajo y se mueve entusiasmado cuando voy a buscar su correa. La abrocho a su collar y, de inmediato, tira de mí por el pasillo. Una vez que salimos por la puerta, recorremos el sendero del jardín y doblamos a la derecha. Bertie conoce la rutina. Caminamos por nuestra calle, y doblamos por Primrose Lane hasta el número diecisiete. La casa de la señora Perrin es una vieja propiedad no adosada, con una cerca alta y un majestuoso sauce llorón en el jardín. Siempre he admirado esa casa. El jardín delantero está crecido y es salvajemente romántico. Está lleno de arbustos en flor y de árboles preciosos, y la casa, aunque desgastada por el tiempo, sigue siendo muy hermosa.

La señora Perrin, una viuda de ochenta y cinco años, está observando por la ventana panorámica mientras abro el portón y entro al sendero de gravilla. Espero pacientemente ante la puerta mientras ella lucha con los cerrojos.

—Hola, Louise. —Se asoma por la puerta y me sonríe con dulzura.

—Buenos días —respondo con alegría.

—Hola a ti también —saluda a Bertie, que tiene el hocico metido en una maceta con geranios—.Entren.—La sigo por el pasillo, que huele a humedad y a lavanda

—.¡Randolph! ¿Dónde estás?—La señora Perrin se quita los anteojos y los limpia con el borde del abrigo de punto—.Otra vez está escondido.

—Sabe que es hora de su paseo —comento riendo—. ¿Quiere que lo busque?

—Por favor, querida. —La señora Perrin sacude la cabeza—. Es un vago. Mi perro anterior adoraba caminar. No sé qué hice mal con Randolph.

Le ordeno a Bertie quedarse quieto y, mientras me dirijo escaleras arriba, se acurruca en una bola y emite un suspiro de satisfacción.

—¡Randolph!—Abro la puerta del baño. Por experiencia, descubrí que el terrier blanco cruzado puede encontrarse acurrucado junto a la ducha o encima de la cama doble de la señora Perrin. Ese día, sin embargo, no estaba en ninguno de los dos lugares. Vuelvo a llamarlo por su nombre, y recibo un lloriqueo por respuesta.

—¿Qué estás haciendo aquí? —canturreo al abrir la puerta del cuarto de invitados. El perro está acurrucado sobre una pila de sábanas recién lavadas. Rodeo una aspiradora vertical, y extiendo la mano para palmearle la cabeza—. Es hora de salir a pasear.—Randolph me mira con ojos grandes y expresión hosca. Una mirada que expresa: “¿Te importa? Estaba durmiendo”. Me agacho para levantarlo en brazos y, mientras bajo trotando la escalera, olfatea mi brazo con el hocico húmedo.

—Lo encontré —le aviso a la señora Perrin.

—Randolph, eres un chico travieso —lo reprende—. Probablemente es porque está lloviendo, querida; odia el clima húmedo.

—¿No nos pasa a todos, amiguito?—Lo dejo en el piso con suavidad, y Bertie se acerca lentamente para olfatearlo.

—No deberías haber salido con este clima —comenta la señora Perrin—. Te resfriarás.

—No hay problema —respondo, y me subo la capucha—. Estoy abrigada y seca, y los perros deben salir de todas maneras.

—Gracias. —La señora Perrin me toca el brazo con sus frías manos venosas—. No sé qué haríamos sin ti.

—¿Robert se ha comunicado con usted?—Me refiero a su hijo. Vive a tan solo cinco kilómetros, en un piso de soltero, en el centro de la ciudad, pero rara vez visita a su anciana madre. Me entristece pensar que está tan sola en esa enorme casa.

—Oh, está ocupado —responde frívolamente—. Ya sabes cómo son estos jóvenes con sus carreras y su vida social.

Asiento en señal de empatía.

—¿Qué hay sobre las compras? ¿Quiere que vaya al supermercado por usted?

—Los vecinos ya lo hicieron, querida, pero gracias por haberte ofrecido.

—Está bien; me iré, entonces. —Abrocho la correa a Randolph, y los llevo a él y a Bertie hacia la puerta principal—.La veré en un ratito.

La lluvia cae con mayor fuerza desde un cielo oscuro y tormentoso. Las hojas revolotean a mi alrededor, sacudidas por el fuerte viento, y las ramas de una fila de robles se tuercen y mecen mientras camino debajo de estos. Mi siguiente parada es la casa de los Kennedy. Gareth y Samantha son unos profesionales muy ocupados; demasiado estresados para sacar a pasear a su doberman, Lucy. Gareth es abogado, y Samantha es jefa de departamento en una escuela secundaria poco exitosa. Son una pareja bastante agradable, pero no puedo evitar sentir una pizca de hostilidad hacia su estilo de vida opulento.No envidio su éxito, pero no me agrada el modo en que dilapidan el dinero. Tienen toda una flota de empleados para que los ayuden a mantener su vida en orden: una mucama, un jardinero, un limpiador de ventanas y una persona que plancha su ropa. Salen de vacaciones tres o cuatro veces por año: invierno en Mauricio, esquí en Austria, un paquete de verano en las Baleares... Incluso logran hacer una escapada dentro de la ciudad.

Recuerdo las últimas vacaciones que tomé. Fue el año anterior a la muerte de mi madre. Habíamos alquilado una casa rodante de lujo en Devon, durante dos semanas, cerca del mar y de un pintoresco pueblo pesquero. Habíamos disfrutado de un sol maravilloso y de una inesperada ola de calor que había afectado a toda Bretaña. Yo había conseguido un fantástico bronceado, y mi pelo rubio se había vuelto de un dorado reluciente. Había sido un estupendo descanso lejos de la ciudad de Wolverhampton, en la región de Midland, donde había nacido, me había criado y vivía en la actualidad, con todo su esmog y ajetreo. Unas maravillosas vacaciones familiares, que crearon recuerdos perdurables. Se me llenan los ojos de lágrimas al ver en mi mente a mi madre caminando por la costa, riendo por nada, de la mano de mi padre. Oh, la extraño tanto...

Me tropiezo con una baldosa rota, y eso me trae de regreso al presente. Me digo que mi vida no es tan mala: estoy sana y tengo un techo sobre mi cabeza, tengo familia y amigos que me aman. Tengo muchas cosas por las que estar agradecida cuando otras tantas personas en el mundo luchan por sobrevivir día a día. Con energía renovada y positiva, acelero el paso hasta llegar frente a la casa no adosada de los Kennedy. Tiene cinco habitaciones y es una construcción nueva. Toco el timbre. Abre Gareth, tan desaliñado como siempre, con el cepillo de dientes en la boca.

—Emmm... Hola, Louise. —Escupe algo de pasta dental (erra mi pie por poco) y me invita a pasar. Ato a Bertie y a Randolph al caño del desagüe, y me limpio los zapatos en la alfombrilla. Lucy se acerca a mí resbalándose, saltando de un lado a otro con actitud juguetona y ladrando con entusiasmo.

—¿Estuviste cantando? —pregunta Gareth riendo alegremente ante su propio chiste.

—El clima estaría mucho peor si lo hubiera hecho —respondo riendo de buena gana.

Entonces Samantha baja las escaleras con paso pesado, y noto que la perra baja las orejas con temor. Se ve elegante en su traje de pantalón color azul marino, con el cabello y maquillaje inmaculados. Se me ocurre que yo debería comenzar a usar más maquillaje.

—Buenos días. —Me aparto un poco cuando ella toma el abrigo del perchero.

—Los miércoles nunca son buenos —señala con frialdad—. Guárdalo para el viernes.

—Hay reunión de padres esta noche —comenta Gareth como para pedir disculpas.

—Ser docente debe de ser genial. —Pienso en Robbie, esperando que esté preparándose para ir a la escuela.

—¿La verdad? Lo odio. La docencia está extremadamente mal pagada, el volumen de trabajo es ridículo, y los niños son salvajes. Quería trabajar en educación superior, pero estoy atascada en una escuela secundaria que se hunde. —«Vaya», pienso, mordiéndome el labio. «Estoy muy feliz de que ella no sea una de las docentes de Robbie. Salvaje, ciertamente».

—Ya debo irme. —Se inclina para besar a Gareth, y capto el aroma de un perfume fuerte—.¿Puedes limpiar las patas de Lucy cuidadosamente? El otro día noté que había huellas de patas lodosas por las baldosas de la cocina.

—Sí... emmm, lo lamento.—Lucy está sentada frente a mí, y levanta la pata como para pedir algo. Cuando Gareth y Samantha no miran, le paso una galleta del bolsillo de mi abrigo.

—¿Adónde la llevas?

—Solo hasta el parque —le respondo a Samantha—.Le encanta, ¿verdad, amiguita?

Recibo un ladrido por respuesta.

Samantha se estremece. —No se me ocurre nada peor que andar en el lodo.

«Entonces, ¿por qué tienes un perro?»



Tausende von E-Books und Hörbücher

Ihre Zahl wächst ständig und Sie haben eine Fixpreisgarantie.