Malebolge - Ruy Feben - E-Book

Malebolge E-Book

Ruy Feben

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Beschreibung

Ruy Feben alimenta sus obsesiones y se orienta, con este segundo libro, de manera definitiva hacia la construcción de un proyecto narrativo singular, por donde se le vea, dentro del panorama de la literatura mexicana actual. En este Malebolge no están los fraudulentos de Dante, sino los que ven lógico que los árboles crezcan, siempre, por todos lados; los que atraviesan la vida cotidiana, pero de cabeza; los que leen en sentido contrario; los que hacen tratos insanos con la burocracia infernal; los que sobreviven a borracheras que abren nuevas dimensiones del espacio-tiempo; los que trabajan en edificios que amanecen salvajes; los que se infectan de lenguaje, mareos, paranoia e incertidumbre (ese mal que padecieron David Foster Wallace, Richard Brautigan, Philip K. Dick o Kurt Vonnegut). Los personajes de Malebolge parecen condenados a leer un libro inconcluso en el que se cuentan, en tiempo real, sus propias vidas. Pero en este libro maldito las palabras se hacen agua y, con ellas, lo real entra en crisis permanente, se descompone y se levanta de manera simultánea. —Rafael Villegas

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Entonces el monedero replicó:—También tu boca se rasga por hablar mal, como acostumbra; si yo tengo sedy si el humor me hincha, tú tienes fiebre y te duele la cabeza; no te harías muchode rogar para lamer el espejo de Narciso.

Yo estaba escuchándolos atentamente, cuando me dijo mi Maestro:—Sigue, sigue contemplándolos aún,que poco me falta para reírme de ti.

DANTE ALIGHIERIDivina Comedia, Canto Trigésimo(Octavo círculo, décimo foso:los falsificadores, los calumniadores)

ASESORÍA A DOMICILIO

Empiezas a leer este cuento, querido lector, y pum, aparezco sentado frente a ti. En la mano izquierda llevo un portafolios y te extiendo la derecha; me presento como «el autor, a tus órdenes». Llevo corbatín de moño, traje mal cortado, zapatos espantosos pero limpios; soy escritor, y como tal, debo hacer mi mejor esfuerzo para que mi esmero no supere mi falta de garbo. Saltas del sillón, como es natural: cualquiera estaría aterrado al ver a un extraño aparecer de pronto, de la nada, por más que se trate de un empleado claramente inofensivo, sobre todo cuando lo que se espera es leer en absoluta soledad, del modo tradicional. Pero ya estoy aquí, y eres tan educado que no te queda más que atenderme.

—¿En qué puedo ayudarlo? —me dices, todavía con el aliento a medias.

—Más bien tú dime en qué puedo ayudarte, querido lector. ¿Cuál es el problema?

—¿El problema? —contestas bajando la cabeza, pero con los ojos saltando como insectos. Yo lo sé: la pregunta, tan directa, no es común; podría decirse que es como ir caminando por la avenida y sentir de pronto un árbol cayéndote en la cabeza. Desarrollo:

—El problema. La situación. El predicamento. Si estás leyendo es por algo. Y para eso estoy aquí.

Veo que no estás entendiendo mucho, así que a continuación te explico detalladamente de qué se trata. El resumen pormenorizado, para que no tengas que soportar la letanía entera, es este:

En un mundo tan moderno como este, la industria de la escritura, igual que todas las demás, ha tenido que irse especializando. La competencia es feroz, ya lo sabes, y si uno quiere sobrevivir, hay que mantenerse vigente, ser más agresivo, ir un paso adelante de los contrincantes. Hace ya mucho tiempo que los escritores nos dimos cuenta de que el mercado nos estaba comiendo: escribir el bestseller prometido, volvernos famosos o al menos obtener la gloria por los siglos de los siglos es, desde hace mucho, una ridiculez. Pero de algo hay que vivir, hay que pagar la renta. Al principio intentamos publicitar la idea de que leer enaltece el alma, y más tarde intentamos que nuestra línea de comunicación fuera que leer divierte, que leer enseña, que leer da estatus. Pero estos tiempos, querido lector, estos tiempos... Pronto la gente se dio cuenta de que para divertirse hay modos mucho más divertidos (valga la redundancia: ya le digo que la lírica no es crucial), aprender está sobrevalorado, el estatus tiene formas mucho más glamurosas y enaltecer el alma… bueno, del alma mejor ni hablemos. Sin embargo, la gente, como tú comprenderás, sigue leyendo, de eso no hay duda; solo que no sabíamos por qué. De modo que hicimos estudios de mercado, los cruzamos con el desempeño del benchmark, y el análisis de los datos arrojó que la gente lee para obtener cosas. ¿Qué cosas? Qué sé yo: la Verdad, la Paz, la Libertad, la Sensibilidad Primaria Que Nos Confronta Con La Naturaleza Humana, una frase para conquistar un amor imposible, qué sé yo. El tema es que cada cabeza es un mundo, y como en el marketing no hay peor pecado que la sinécdoque (usar una parte para expresar el todo, se entiende), en vez de dar palos de ciego buscando qué cosas son esas cosas que los lectores quieren (error que hemos cometido durante ya demasiados siglos), hicimos una reingeniería del gremio, integramos equipos de alta tecnología, y ahora damos servicios personalizados. Lo que quiero decir es que la interpretación, la metáfora, las lecturas personales, pertenecen al vergonzoso pasado. Ahora, todos los textos que lees tienen integrado un chip que le avisa al autor cuando comienzas a leerlo, y el autor está obligado, por la nueva ley de telecomunicaciones, a apersonarse de inmediato para ofrecerte una gama de productos mucho más especializados. Ahora, como ya verás, somos mucho más eficientes. Hemos llegado a entender la escritura como un servicio; el arte, la catarsis, lo sublime, en el fondo no son más que romanticismos anquilosados, y ahora hemos corregido el rumbo porque entendimos que no hay nada más importante que la satisfacción del cliente quien, por supuesto, siempre tiene la razón.

—¿Me explico?

—Pues no lo sé. No entiendo muy bien los, eh, alcances de estos servicios que usted vende…

—Disculpa, no soy un simple vendedor. Soy un artista, así que me gusta verme más como un asesor. Y por favor, háblame de tú.

—Oquei. Dígame, eh, dime, ¿por dónde empezaríamos?

—Respondiendo este cuestionario sencillísimo, que nos dará tu perfil de necesidades y expectativas. Hacemos el cruce y listo. Primera pregunta: ¿Por qué fue que te sentaste a leer? Opciones: aburrimiento, lluvia, expectativa intelectual, pose intelectual, ideaciones románticas, todas las anteriores u otra (favor de especificar).

—Otra: cansancio.

—¡Oh! Cansancio, claro, una cosa muy común últimamente. ¿Algún motivo en particular?

—El trabajo. No me gusta trabajar. Quisiera, no sé, hacer otras cosas, tener tiempo...

—Muy bien, muy bien. Mira, quizá te interese este primer producto que tengo. Pon atención:

Mientras estamos sentados en tu sala, querido lector, me dices que nunca te ha gustado trabajar…

—¡Correcto!

—Espera...

Nunca te ha gustado trabajar, pero no quieres que por eso se te considere un idiota mediocre. La verdad, me confiesas, es que llevas mucho tiempo buscando una manera de dejarlo sin que por eso se afecte tu economía…

—Es complicado, ¿sabes? De algo hay que vivir, hay que pagar la renta…

—Claro, claro. A eso vamos:

Quisieras vivir los tiempos en los que bastaba ser despiadado para hacer lo que te viniera en gana: si te sentías inútil o intuías que estabas haciéndolo todo mal, bastaba con moler a palos a algún infeliz y listo: tu hacienda o tu reino o lo que fuera que tuvieras bajo las suelas empezaba a funcionar sin rechinar, tu billetera seguía engordando y, si te aburrías, podías dar un paseo o moler a palos a alguien más, para no entumirte. Pero la democracia, me dices, ¿a quién se le ocurrió eso de que todos somos iguales? Yo te observo extrañado, porque de pronto me he percatado de que eres mucho más brillante que yo. ¡Porque vaya cosa que se te ha ocurrido...!

—¿En serio?

—¡Por supuesto! Mira:

Mientras yo te veo aquí sentado, pasmado con tu genialidad silenciosa, repites: «Todos somos iguales… ¡claro, iguales!», y recuerdas que tu vecino siempre te dice que eres igualito a su primo, que es reportero de guerra, solo que tú le pareces una persona más feliz; dice que su primo siempre está muy triste y quiere cambiar de vida pero no sabe cómo. Así que tramas esto: irás con el primo del vecino y le ofrecerás un cambio de vida. Le contarás sobre tu trabajo, tan tedioso, y aceptará en un instante; con toda seguridad querrá aburrirse un tiempo, para variar. Así que él se pone a hacer tu trabajo todos los días, con felicidad maquinal, pero tú, que tienes un plan genial, no te paras ni por casualidad en Siria o en Tamaulipas o en donde sea que él tenga que estar esquivando a la muerte. En vez de eso, escribes una nota al periódico, diciendo que su reportero primo del vecino ha muerto. Él estará tan contento realizando tus labores, anodinas pero inofensivas, que no se enterará de que en su trabajo original le hicieron un homenaje solemne, y tú recibirás la pensión que el periódico le dará a su familia, porque cualquier periódico debe tener un mínimo de corazón, aunque no parezca. Mientras tanto, te dedicas a tener tiempo, qué sé yo, a leer, a rascarte indecibles partes, a moler gente a palos…

—¿Qué tal, querido lector? ¿Qué te parece?

—Esto es increíble. Me siento libre.

—Es la adrenalina del campo de batalla, sin duda. O la tranquilidad de saber que recibirás de por vida una muy merecida pensión. Bien, me da gusto que mis servicios hayan sido de utilidad.

Dicho esto, me levanto. Me sigues con la mirada, con los ojos como hogueras encendidas en medio de un bosque seco. Estoy a punto de salir por la puerta, pero me percato de que continúas leyendo. Y, como sigues leyendo, sé que no hemos terminado. Vuelvo al sillón.

—¿Puedo ayudarte con algo más, querido lector?

—No es nada…

—Vamos, todavía te queda medio cuento.

—Bueno, es que ahora que tengo tiempo para leer, no puedo pensar en otra cosa que no sea lavar los platos. ¿Procastinar, le llaman?

—Es un barbarismo, pero sí, ya lo hemos adoptado.

—Es una lástima que esos platos no vayan a lavarse solos…

Saco mi cuestionario:

—Segunda pregunta: Quiero seguir leyendo porque… Opciones: quiero adentrarme más en lo que sea que quede del alma humana, he encontrado una pregunta fundamental cuya respuesta debe estar en las próximas líneas, espero que todo lo que está mal en el mundo se resuelva por arte de magia, me…

—¡Eso! Lo del arte de magia…

—Muy bien, veamos…

Aunque elegiste «que todo se resuelva por arte de magia», te arrepientes de inmediato, porque en el fondo eso de la magia te parece infantil; así que cuando abro mi portafolios y saco una cajita del tamaño de una billetera, temes que esto se vuelva de pronto una caricatura. Observas cómo le salen dos tenacitas que se zafan de mi mano y empiezan a caminar arácnidas rumbo a la tarja, pero...

—¿Es un animal fantástico?

—¡Sí! ¡Un maravilloso animal proveniente de…!

—No, olvídalo; no me gustan los animales mágicos. Son infantiles.

—Ya veo. ¿Qué tal esto?

De mi mano se zafan dos tenacitas metálicas y empiezan a caminar arácnidas rumbo a la tarja. Lavan los platos en un tris, y de inmediato se lanzan a barrer el piso, a ordenar los libros, a pagar las cuentas…

—No sé. Los robots no…

—Vamos, estoy tratando de hacer mi trabajo. ¿Quieres que entren por la puerta un par de mucamas con tendencias homicidas? ¿Eso quieres?

—Quiero no tener que volver a tender la cama nunca, es todo. Pero de preferencia sin hombrecitos mágicos de Marte o Tralfamadore.

—Bien. Veamos:

Abro mi portafolios y saco una cajita del tamaño de una billetera, de la que extraigo una libreta en la que intento escribir sin mucho éxito. Tú de verdad esperas que pase algo que solucione tu situación, pero ya te estás aburriendo, así que aprovechas para levantarte al baño. Cuando vuelves, los platos están limpios, el suelo barrido, la mesa brillante. Piensas que he sido yo, tratando de engañarte…

—¡Charlatán!

Pero te juro que no he sido yo, y hasta te muestro mi libreta, que está en blanco salvo por un par de mucamas homicidas mal garabateadas. Lo que no sabes es que mañana, cuando despiertes, verás que tu casa está aun más limpia, incluso cuando yo me he marchado hace muchas horas. Pensarás que he dejado un robot o uno de mis animalitos mágicos, pero tres días después, tras buscarlos por todos lados, te convences de que no hay nada. Por las noches no hay ruidos que te despierten, no hay evidencia de que alguien esté haciendo por ti los quehaceres domésticos. Dejas cada vez más cosas que limpiar, a propósito, y cada vez aparece todo más ordenado. Empiezas a obsesionarte: a espiar a los vecinos y a videograbarlo todo, pero en los videos aparece tu casa sucia, un segundo de estática y pop: tu casa como nueva. Te estás volviendo loco…

—Espera: ¿por qué me vuelvo loco? La verdad es que eso me haría muy feliz. Es una feliz historia en la que tengo todo el feliz tiempo por delante. No me interesa si hay una explicación. Mira, ya hasta tengo tazas limpias para ofrecerte un café.

—Pero, ¿no quieres saber a qué se debe…?

—La verdad, no. En lo que a mí respecta, la causa de todo podría ser el primo del vecino, que se arrepintió y quiere volverme loco para recuperar su vida o su pensión; es más, podrías usarlo para simbolizar algo sobre el Destino o sobre la Culpa o sobre cualquiera de los árboles que cada día caen sin hacer ruido en medio de los bosques de la Naturaleza Humana, cada vez menos tupidos. Me da igual. Ni siquiera me parecería una explicación demasiado interesante.

Tacho el final que tenía previsto; con la pluma hago un zurco hondo en el papel.

—Bien, ahora sí tengo que irme, pero veo que aún quedan unas ochocientas palabras por delante. ¿Qué más necesitas?

—¿Qué se supone que voy a hacer ahora con todo este tiempo?

—A ver. Tercera pregunta: Cuando termino de leer algo, yo… Opciones: me siento profundamente satisfecho, me frustro, me siento renovado, otra (favor de especificar).

—Algo entre frustrado y renovado. No lo sé explicar.

—Perfecto:

Miras la facilidad con la que empiezo a contarte todo esto y piensas que no debe ser muy difícil escribir. Estás aburrido y no tienes ni siquiera platos que lavar: te propones idear una historia, una buena historia. Sin embargo, has visto tantas cosas en tu trabajo como reportero de guerra, que tu mente está habitada solamente por gente molida a palos. Pero, ¿en qué estás pensando? ¡Estás sentado frente a un escritor! Sí, te vino a buscar con toda clase de ideas estúpidas sobre el quehacer de escritor, pero tú no opinas lo mismo: crees que hay algo en el acto de leer, algo en el acto de escribir, que es lo único mágico que existe en el mundo: que hace que dos almas completísimas, aunque lejanas en el tiempo y en el espacio, se pierdan a la vez en los densos matorrales que pueblan la Naturaleza Humana. En el peor de los casos, podrías entrar al negocio de la asistencia a domicilio y ganar mucho más de lo que te deja la miserable pensión del periódico. Y, aunque no te sientes especialmente capacitado para imaginar, tienes a un escritor enfrente. Y debe de ser uno más o menos bueno, dado que lo estás l-e-y-e-n-d-o, en una hoja impresa y todo. Quizá puedes hacerlo hablar hasta que te dé una buena historia. Eso es: quizá puedes exprimirlo, volverte escritor de la vieja guardia, escribir. La idea te entusiasma…