Malestar en la civilización digital - Jean-Paul Lafrance - E-Book

Malestar en la civilización digital E-Book

Jean-Paul Lafrance

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Beschreibung

¿Hasta dónde quiere llegar el ser humano y a costa de qué riesgos? Para contestar a esta pregunta referida al universo digital en el que se encuentra sumida la humanidad del siglo XXI el autor examina las características de esta nueva realidad mediante tres enfoques: un enfoque macro o político, que cuestiona el capitalismo informacional y cognitivo, representado por las grandes empresas multinacionales identificadas bajo la sigla GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft), el cual se basa en la recolección y procesamiento de la data, que constituye la nueva riqueza global con la que se intenta invadir los sectores de la salud, la educación y el comercio, e independizarse de la autoridad pública. Asimismo, la digitalización transformará el ámbito del trabajo automatizando muchas profesiones y suprimiendo gran número de empleos. El segundo enfoque es de orden micro y concierne a la actitud personal frente a los productos que nos ofrece la hipersofisticada industria del marketing y la big data, capaces de adivinar nuestros deseos y necesidades procesando las informaciones que sin darnos cuenta ponemos a su disposición. Y concluye con un enfoque a propósito del transhumanismo y las tentaciones del hombre que, gracias a la convergencia de las 'nano', 'bio', 'info' y 'cogno' tecnologías (NBIC) y la inteligencia artificial, aspira a convertirse en Homo Deus.

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Malestar en la civilización digital. Abordaje económico y filosófico

Título original en francés: Malaise dans la civilisation numérique

Primera edición impresa: marzo, 2020

Primera edición digital: junio, 2020

© Jean-Paul Lafrance

© De la traducción: Carmen Rico

De esta edición:

© Universidad de Lima

Fondo Editorial

Av. Javier Prado Este 4600,

Urb. Fundo Monterrico Chico, Lima 33

Apartado postal 852, Lima 100, Perú

Teléfono: 437-6767, anexo 30131

[email protected]

www.ulima.edu.pe

Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

Imagen de portada: metamorworks / Shutterstock.com

Versión e-book 2020

Digitalizado y distribuido por Saxo.com Perú S. A. C.

https://yopublico.saxo.com/

Teléfono: 51-1-221-9998

Avenida Dos de Mayo 534, Of. 404, Miraflores

Lima - Perú

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio, sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN 978-9972-45-525-4

Índice

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE¿HASTA DÓNDE QUIERE LLEGAR EL CAPITALISMO INFORMACIONAL Y COGNITIVO?

CAPÍTULO 1La transformación de la naturaleza del Estado en la era digital

CAPÍTULO 2Lo que nos revela el escándalo de Facebook sobre la utilización de los datos personales

CAPÍTULO 3El capitalismo informacional y la extracción de datos personales

CAPÍTULO 4La evasión fiscal de las GAFAM

CAPÍTULO 5El nuevo territorio de las GAFAM: la investigación y procesamiento de los datos médicos

CAPÍTULO 6Las GAFAM invaden lentamente el sector de la educación: algunos ejemplos franceses y americanos

CAPÍTULO 7Otros desarrollos de las GAFAM: el cibercomercio, el transporte, los motores de búsqueda

SEGUNDA PARTEAUTOMATIZACIÓN DEL TRABAJO Y DISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA APORTADA POR LA DIGITALIZACIÓN

CAPÍTULO 1La automatización del trabajo y las consecuencias sobre los trabajadores

CAPÍTULO 2¿Existe una solución al desempleo endémico?

CAPÍTULO 3Hacia una nueva filosofía del trabajo

TERCERA PARTEDE LA NECESIDAD DE UNA REVOLUCIÓN INTERIOR

CAPÍTULO 1La angustia humana actual. Angustia, desazón, sufrimiento

CAPÍTULO 2La gran revolución de la filosofía

CAPÍTULO 3Los grandes preceptos de las escuelas filosóficas antiguas

CAPÍTULO 4El cuidado de sí

CAPÍTULO 5El placer, la alegría, la felicidad, la sabiduría

CAPÍTULO 6¿Y si la sabiduría antigua fuera confirmada por las neurociencias?

CUARTA PARTELAS DERIVAS DEL TRANSHUMANISMO Y LA TENTACIÓN HUMANA DE VOLVERSE DIOS

CAPÍTULO 1La hipótesis transhumanista

CAPÍTULO 2¿Y si todos nos convertimos en poshumanistas?

CAPÍTULO 3El cerebro humano y la conciencia

CAPÍTULO 4El dataísmo: nueva ciencia o nueva religión

CAPÍTULO 5El porvenir del hombre

CONCLUSIÓNDESPUÉS DE TODAS LAS CRÍTICAS, ¿QUÉ HACER PARA TRANSFORMAR LA CIVILIZACIÓN DIGITAL EN UN HUMANISMO?

REFERENCIAS

BIBLIOGRAFÍA

Prólogo

Cámaras de seguridad, drones, domótica, invasión de productos chinos de Huawei, las GAFAM, la uberización, el mito de la eterna juventud o el deseo de longevidad y el consiguiente temor a la muerte… Séneca, Platón, Epicuro, los estoicos, la conversión personal, el transhumanismo… ¿Cómo se articula todo eso para pensar la civilización digital?

Con una fórmula muy atractiva, Jean-Paul Lafrance —profesor asociado y fundador del Departamento de Comunicaciones de la Universidad de Quebec en Montreal, Canadá— propone una reflexión sobre la sociedad digital no solo desde una perspectiva socioeconómica, a la que en general estamos habituados, sino mediante el retorno a la filosofía antigua, con inclusión de los ejercicios espirituales a partir de la óptica de Pierre Hadot.

Denuncia así en forma tajante la toxicidad de la sociedad digital en su mecanismo provocador de ilusiones, nefastas para el equilibrio humano, porque funciona como un acelerador de sensaciones fuertes, de ambiciones malsanas y de deseos cada vez más insatisfechos; porque crea un estilo de vida frenético que hace caer a los individuos en la depresión, la ansiedad o en los muy de moda burnout o trastornos de déficit atencional, estilo siempre sobrealimentado por la colosal industria del marketing y la publicidad.

No puedo dejar de recordar a Marc Augé (2018) cuando analiza el desarrollo tecnológico impregnado de la misma lógica consumista que exacerba la alienación y la desmesura, mientras que el individuo está cada vez más solo en una sociedad de exclusión y desigualdad…

Padres, docentes, intelectuales, ciudadanos, somos muchos los que cuestionamos el aporte benéfico de la civilización digital al ser humano. Nos interrogamos también sobre la esencia de esa civilización digital que se instaló ya hace varias décadas para quedarse. ¿Quiénes son sus principales actores, cuáles son sus efectos —tanto los actualmente visibles como aquellos que tememos aún— y cómo enfrentarlos o evitarlos?

El ensayo de Jean-Paul Lafrance responde a esas interrogantes deteniéndose particularmente en las consecuencias socioeconómicas de lo digital (la desaparición masiva de oficios y profesiones, la robotización, la plataformización del trabajo o, como parcialmente denominan algunos, la uberización), así como en el proceso de desestructuración de sí que acompaña nuestra inscripción en los dispositivos técnicos e informáticos de los que somos cada vez más prisioneros.

A partir de una reflexión filosófica y económica sobre la revolución digital (revolución que ya no se puede ignorar), el autor se cuestiona sobre sus ventajas e inconvenientes; ¿lo digital es un humanismo que toma en cuenta el bienestar de los ciudadanos, o se trata de otra vía hacia un capitalismo de vigilancia, más cercano aún del individuo, tal como lo plantea la autora estadounidense Shoshana Zuboff (2019) en su último libro?

Mediante un análisis de las grandes empresas de la web (las GAFAM americanas y las BAT chinas), demuestra cómo los datos personales ofrecidos ingenuamente por los usuarios constituyen “el botín de guerra”, principal recurso de la economía digital, gracias a las técnicas del data mining o de la inteligencia artificial (IA). Por otro lado, además de las industrias mediáticas, describe cómo el desarrollo actual de las empresas de servicios que utilizan las plataformas de distribución digital, como Uber o Airbnb, contribuye al fenómeno de macdonaldización del trabajo y de empobrecimiento de la clase media. ¿Y qué propone el autor para evitar la supresión de tantos puestos de trabajo como resultado de la automatización y la robotización? Transformar nuestra filosofía del empleo y del trabajo, e implantar una política de renta básica mínima universal para permitir que el trabajador precario pueda reciclarse y reinsertarse nuevamente en el mercado laboral.

Luego de mostrar las tóxicas consecuencias de la digitalización, como la hiperactividad desenfrenada en que caen los individuos que tienen que adaptarse a ella, Lafrance recurre creativamente a la filosofía, afirmando que el ser humano no puede contar solo con el Estado para domesticar el mercado, sino que debe autodisciplinarse él mismo, tal como nos lo enseña la filosofía socrática. Creo que este es uno de los puntos más “ingeniosamente” fuertes de un texto que aborda temas de capitalismo y enseres tecnológicos. En esta hiperactividad de celulares inteligentes, convertidos a la nanotecnología, espiados por ojos electrónicos en forma permanente, atrapados por Instagram y los tuits, por las redes sociales que nos han convertido en la sociedad de las cabezas gachas como decía alguien, Lafrance recurre a la fórmula que proponía el maestro Foucault al fin de su vida: el cuidado de sí.

En síntesis, ¿qué propone hacer Jean-Paul Lafrance para transformar la civilización digital en un humanismo? Comenzar con tres grandes revoluciones simultáneas, tal como un buen número de jóvenes ya lo hace hoy.

– En primer lugar la reforma del capitalismo que nos empuja a consumir siempre más y más, y particularmente cosas innecesarias. Estamos impregnados de una matriz económica cuyo carburante es el aumento perpetuo de la producción y el consumo de bienes y servicios.

– En segundo término, responder al imperativo ecológico, que nos obliga a tomar conciencia de que vivimos en un mundo finito y de que debemos enlentecer y reducir nuestro crecimiento económico en función de los recursos limitados del planeta. “Todos somos planeta”, diría el papa Francisco en su interesante y comprometida encíclica Laudato si (24 de mayo del 2015).

– Y, finalmente, la conversión personal. Lafrance hace aquí un giro reflexivo que destaco por su interés. Aborda ya no solo la civilización digital en su dimensión social, sino en los aspectos personales. Viraje tanto más desafiante al recurrir a Foucault para proponer el cuidado de sí. Lafrance es un colega que sabe disfrutar de la vida en el “buen sentido”: de los placeres de la cocina que él mismo practica, y de la buena mesa —maridada con bebidas espirituosas adecuadas—, de la charla amena, de la estética y del arte, de la buena lectura y la música escuchada con refinamiento acústico, y que ha escrito un buen número de volúmenes sobre la tecnología: La civilización del clic (2013), La televisión en la era de internet (2009), Crítica de la sociedad de información (2010), Intranet ilustrada (1998) —con mi traducción al español (2001)—, entre otros. Tema que no le es ajeno en absoluto, ni desde el punto de vista teórico ni como usuario. Pero en Malestar de la civilización digital recurre con mucho énfasis a los filósofos antiguos como Sócrates, Epicuro, Séneca y otros sabios de la era grecorromana, para mostrar que la causa principal del sufrimiento, de la inquietud y del desorden interior que invade a la mayoría de los individuos son las pasiones: deseos desordenados y temores exagerados (miedo a la inseguridad, al futuro, a la muerte). La filosofía o el amor por la sabiduría (philo-sophia) es una terapéutica de las pasiones, como nos lo sugiere el helenista francés Pierre Hadot al mostrar que los filósofos socráticos tenían como principal finalidad el autodisciplinamiento del hombre. Para este autor, la filosofía antigua no es una construcción de sistemas teóricos, sino una experiencia vivida, una transformación de su ser. Hadot (2014) hace un estudio exhaustivo de la noción de ejercicios espirituales, que es menos un acto religioso, tal como lo practicaban los ascetas cristianos, que un ejercicio existencial de profunda búsqueda sobre la manera en que un ser humano se transforma en sujeto para no ser más el objeto de sus pasiones, impulsos, deseos y temores. Y justamente, a contrario sensu, la civilización digital empuja al ser humano al consumo desenfrenado, acelerando e incrementando su dependencia material y tecnológica, exigiéndole una constante performance por presión de la tecnología y del sistema de marketing personalizado.

¿Será que para correr y disfrutar al aire libre necesitamos imperiosamente relojes inteligentes con acelerómetro y pulsómetro, con monitoreo de nuestro estado físico y capacidad aeróbica, tiempo de recuperación, historial de entrenamientos, frecuencia cardiaca, respiración, número de pasos, y que ante una caída del corredor, y a falta de respuesta de este, llaman a un contacto?

El texto de Jean-Paul Lafrance que tuve el gusto de traducir me provocó, entre otras cosas, un fuerte deseo de releer a Séneca. Invito pues a los lectores a recorrer estas páginas, no sin antes reconocer y agradecer al profesor Giancarlo Carbone, actor fundamental en este proyecto de edición internacional, quien utilizó las tecnologías colaborativas —pero no invasivas— para articular el trabajo entre el autor, la traductora y el Fondo Editorial de la Universidad de Lima desde tres países (Canadá, Uruguay y Perú).

Carmen Rico1

Montevideo, enero del 2020

Referencias

Augé, M. (2018). El porvenir de los terrícolas. Barcelona: Gedisa.

Francisco. (24 de mayo del 2015). Carta encíclica Laudato si del papa Francisco sobre el cuidado de la casa común. Recuperado de http://www.vatican.va/content/dam/francesco/pdf/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si_sp.pdf

Hadot, P. (2014). Ejercicios espirituales y filosofía antigua. París: Albin Michel.

Zuboff, S. (2019). The age of surveillance capitalism. The fight for a human future at the new: frontier of power. Nueva York: Public Affairs.

Introducción

Las características de la nueva civilización. Triple perspectiva metodológica

Finalmente, ¡llegó la civilización digital! No hay manera de escapar de ella, a no ser que nos adentremos muy lejos en la selva amazónica. Y ahora, con pequeños aviones y con drones, se pueden descubrir desde lo alto del cielo poblaciones desconocidas. Esto quiere decir que no hay manera de dar marcha atrás, para bien o para mal. Pero no hay lugar para la nostalgia, porque este avance no se puede evitar. ¿Quién cree seriamente que puede arrumbar su computadora en una caja y retornarla al remitente? ¿Quién piensa que aún podrá comprarse un teléfono negro fijo de mesa para desembarazarse del smartphone que lleva en la cartera o en el bolsillo del pantalón? ¿Quién considera que la reunión social con sus “amigos” en Facebook (dos mil millones y medio de abonados) se ha terminado? Lo mismo sucede con el comercio electrónico, la consulta de veinte veces por día a Wikipedia, el GPS, el correo electrónico, Netflix, Uber, las transacciones bancarias desde el hogar, el teletrabajo, el uso de internet, los videojuegos… ¡Cómo ha cambiado la civilización del Homo sapiens en los últimos veinticinco o treinta años! Muchos de nuestros conciudadanos están muy mareados.

Todo está en su lugar, pero todo puede modificarse, pues las condiciones de implantación de las nuevas tecnologías, como NTIC y NBIC (convergencia de la nanotecnología, biología, información y ciencias cognitivas), han cambiado. Nadie pudo imaginar —y ello es propio de las revoluciones exitosas— la llegada de esos jóvenes empresarios de apenas veinte años de edad que manipulaban códigos en su garaje y en las computadoras de su universidad, unas extrañas máquinas digitales. En el aspecto económico, se dio una especial coyuntura por la alianza entre los geeks (técnicos) y los jóvenes freaks (libertarios) en el clima anticonformista de la costa oeste norteamericana, puesto que, por una vez, la nueva tecnología no se desarrolló en los mastodontes de la industria informática como IBM, Hewlett-Packard (HP) o Xerox. ¿Quién iba a prever que todas esas iniciativas individuales iban a definir el mundo del mañana, este en el que vivimos ahora? Un viento de libertad soplaba en el oeste americano, donde, gracias a la web, cualquiera podría comunicar sus opiniones a todo el planeta. Los Estados aducían que ellos no debían inmiscuirse en los asuntos del ciberespacio, reino de la libre empresa. Para reforzar ese viento de innovación, dopado por las orgías de inversiones especulativas en las start-up, se propugnaba un ciberespacio sin ciudadanos ni regulaciones socioeconómicas, es decir, un universo compuesto únicamente de consumidores bajo el encanto de las nuevas tecnologías, muy frecuentemente gratuitas.

Los rasgos de la nueva civilización

Veamos las seis características económicas y sociales de la nueva civilización:

1. Pasamos de una economía de fabricación de objetos materiales a una economía de servicios, donde el valor se sitúa en la captación y procesamiento de datos (llamados personales), y no en la disponibilidad de la energía mecánica o de métodos de fabricación del trabajo en serie (fordismo1), como en los siglos XIX y XX. Lo que gran parte de nuestros economistas y dirigentes no habían comprendido es que el fenómeno internet no era una pequeña oportunidad para genios informáticos, sino una revolución económica, un cambio de paradigma en la manera de hacer negocios y dinero. A fines del siglo XX, el capitalismo iba a cambiar completamente para convertirse en un capitalismo informacional o cognitivo, basado en la explotación de una riqueza común: el dato o, como se dice corrientemente, la data; y decimos bien colectivo (lo que pertenece a todos no pertenece a nadie), cualquiera que sea originalmente el agregado de datos individuales.

2. La transformación de los circuitos de información, que en el tiempo de los medios tradicionales estaban en manos de proveedores de información (providers) que detentaban su control, es ahora un sistema totalmente abierto, cuyo modelo actual es Facebook o Twitter. Cualquiera tiene el derecho de decir lo que desee, pero los analistas intentan en todo momento determinar la temperatura de la conversación social. Veamos un ejemplo que viene del norte. Al levantarse todas las mañanas, Donald Trump lanza sus incesantes imprecaciones: aproximadamente 40 000 tuits a más de 54 millones de abonados en el primer año de su presidencia. La industria de la información se vuelca más a los influencers que hacia los periodistas, y desarrolla una industria de la atención y de la notoriedad que domina la opinión. Hoy manejamos buzzwords, y el buzz hace y deshace la reputación de los hombres públicos; los gurús son erigidos en héroes, se peopolizan (de people) las vedetes que duran lo que un lirio. Nos exponemos y sobreexponemos en nuestra intimidad más secreta, como si necesitáramos internet, como un efecto espejo para establecer nuestra autoestima. Es difícil delimitar el espacio público del espacio privado, que era antes nuestro jardín secreto, protegido de la mirada inquisidora de los poderes públicos y del vecindario. Hoy todo se sabe, porque siempre hay un teléfono inteligente dotado de una cámara de fotos que cliquea impunemente; aun los países más encerrados en sí mismos ya no están a salvo de las miradas externas. Las revoluciones árabes están allí para mostrar la porosidad de los mejores sistemas de control.

3. La enciclopedia digital Wikipedia y los motores de búsqueda como Google ambicionan redocumentar el mundo. Su desafío es no solo crear una base de saber universal fácilmente consultable, sino también ofrecer una nueva manera de pensar con herramientas inteligentes.

4. La nueva civilización pone a disposición del público en general una serie de herramientas conceptuales que cambian la forma de pensar (corte del texto en unidades significantes, modo fácil e inmediato de establecer relaciones significantes, establecimientos de vínculos entre los nodos, hipertexto, etcétera). Aprovecha la inteligencia de la muchedumbre para constituir esa gigantesca biblioteca del conocimiento y proporciona una nueva visión del mundo conocido. ¿Pero el conjunto del conocimiento humano puede ser referenciado según los parámetros definidos por los algoritmos de Google? Con el programa Word presente en todas las computadoras y su facilidad para diseccionar un documento (corte-copie-pegue), se invita incesantemente al lector a crear un texto nuevo; la separación del continente y del contenido multiplica los usos que se pueden hacer de un documento para la consulta a distancia, para los servicios ofrecidos, para la portabilidad de la idea, etcétera.

5. Lo digital transforma la dimensión del tiempo y del espacio en la vida de las personas. Por un lado, se puede diferir el tiempo; jugamos sin cesar entre lo inmediato y lo diferido, y gracias a las extraordinarias memorias visuales, auditivas y multimediales, tenemos la posibilidad de proyectarnos en el futuro o volver al pasado. Por otra parte, podemos acceder al espacio virtual y, debido a las técnicas de realidad virtual (VR), no sabemos bien en qué mundo nos encontramos. El joven de hoy se alimenta de sensaciones fuertes, de superación de sí, al extremo de sus límites. Hay un efecto de espectacularización de la realidad que hace que la vida cotidiana se les aparezca a muchos como una banalidad sin contenido. El adolescente y el joven adulto recurren a los videojuegos para vivir más intensamente de otra manera. El uso de las tarjetas de crédito y las compras a distancia vía el cibercomercio dan la ilusión de que podemos tener de todo inmediatamente y de cualquier lugar del mundo. Cada vez es menos necesario desplazarse para viajar; es más barato, más seguro, y los lugares están mejor presentados en los circuitos publicitarios de las revistas turísticas.

6. Los circuitos culturales están cada vez mejor identificados con normas definidas por las industrias americanas; los productos culturales toman sus mismos modelos de desarrollo, duración y distribución. El conjunto de la industria cultural mundial actualmente está entre las manos de enormes ecosistemas sino-americanos (Lafrance, 2016a, 2018): las BAT y las GAFAM2. Esos inmensos ecosistemas modelan y dan forma a los productos y las actividades culturales de todas las civilizaciones que entran en contacto con ellas: la música con Spotify, Deezer y iTunes; los videos y las series televisadas por YouTube, Netflix y las grandes redes nacionales; los aparatos electrónicos con Apple, Samsung y Sony; los motores de búsqueda por Google, Microsoft, Wikipedia y Baidu; los libros por Apple y Amazon; las informaciones por Twitter y los grandes diarios digitales de televisión; los juegos con Microsoft, Nintendo, Sony y Tencent; el entretenimiento, en general, con los grandes productores de series o películas como Netflix y las majors norteamericanas; la conversación social en Facebook y Tencent; el cibercomercio por Amazon y Alibaba; los viajes por Priceline, TripAdvisor y Booking; la industria del taxi y el transporte de personas y objetos por UBER y Lyft; el alquiler de alojamiento por Airbnb, etcétera. ¿Tenemos realmente la opción de dejar de lado la oferta de distribución internacional (estadounidense, en su mayor parte) para consumir nuestro alimento cultural cotidiano? Es justamente en ese sector de la cultura donde actualmente los efectos de la globalización han provocado más daños.

Veamos a qué se parece nuestra civilización digital “al día de hoy”, como decía el presidente François Mitterrand. Pero no todo está perdido, como creen los pesimistas de este mundo. Los países se despiertan de su letargo regulatorio y los ciudadanos comienzan a salir de sus reconfortantes añoranzas. Abordaremos la crítica desde una triple perspectiva:

• Un enfoque macro o político que cuestiona el capitalismo informacional y cognitivo, basado en la recolección y procesamiento de la data (mediante las técnicas de inteligencia artificial y el deep learning), la cual es obtenida gratuitamente entre los usuarios de los ecosistemas de las GAFAM o las BAT. Esos big data constituyen la nueva riqueza de la sociedad digital. La genialidad de Jeff Bezos de Amazon, de Bill Gates de Microsoft, de Mark Zuckerberg de Facebook, de Serguéi Brin y Larry Page de Google, es haber logrado captar el valor de la data en su beneficio y con total impunidad, sin pedir permiso a nadie, especialmente al consumidor que utiliza su sistema pretendidamente “gratuito”, ni a los Estados, que nada tienen que ver con el comercio… Además, esas multinacionales han logrado hasta ahora pagar únicamente algún porcentaje insignificante de sus impuestos, debido a que sus productos, de naturaleza virtual en general, viajan de una frontera a otra sin dejar huellas; no han contribuido mínimamente a pagar lo debido a la sociedad que les ha permitido enriquecerse impunemente. Felizmente, los Estados están reaccionando con la modernización de su aparato regulatorio. Asimismo, gracias al aporte de los datos personales, las GAFAM intentan invadir los sectores de la salud, la educación, el transporte y el comercio de cercanía, e independizarse de la autoridad pública. Es el llamado capitalismo de vigilancia. Finalmente, la digitalización va a transformar en profundidad el sector del trabajo automatizando casi todas las profesiones y suprimiendo un gran número de empleos de baja remuneración. ¿Qué hacen nuestras autoridades políticas y económicas para al menos atenuar el shock social que significa la robotización de las profesiones y oficios? Allí tenemos un campo de crítica política y de acción social que se abre a los ciudadanos.

• El segundo enfoque es de orden micro: concierne a nuestra actitud personal y nuestra conducta frente a esa tienda de caramelos y de juguetes que nos ofrece la industria hipersofisticada del marketing, capaz de adivinar (e incluso modelar) nuestros deseos y necesidades procesando las informaciones que ponemos a su disposición sin darnos cuenta. Es necesario estar muy atentos a las señales de alarma de conductas y actitudes desubjetivantes, a los videojuegos y a todos esos dispositivos, objetos y juguetes que acaparan nuestra atención, como nuestras adicciones a los teléfonos celulares, a Facebook y a las redes sociales. Los jóvenes se volvieron adultos antes de tiempo, sometidos al estrés del desempeño escolar o al encierro en un mundo virtual y de ciencia ficción donde luchan contra robots sobrehumanos. Los adultos, por su parte, emprenden su existencia futura bajo la presión del consumismo en un mundo incierto y especulativo; no les queda más opción que apoyar la cadencia de la industria y de esta nueva sociedad hipermecanizada que debe hacer más con menos, entregar con calidad total, arrastrarnos a todos en un ritmo infernal de déficit y agotamiento de los recursos del planeta. El resultado final para los individuos es una forma u otra de depresión, de alejamiento de la vida pública o de conductas esquizofrénicas. La depresión y la dependencia son los nombres dados a lo que nos domina cuando se trata de conquistar la libertad, de ser uno mismo y de tomar la iniciativa de actuar. La fuerza cada vez mayor de los valores de la competencia económica y de la competencia deportiva ha propulsado un individuo-trayectoria a la conquista de su identidad personal y de su éxito social.

Como decía Michel Foucault (1997), tenemos que “cuidar” de nosotros mismos, desprendernos y dejarnos llevar, lo que implica una verdadera conversión de nosotros mismos. La vida que sugerimos es un retorno a la filosofía antigua, la de Sócrates, de Epicuro, de Séneca y de otros sabios de la era grecorromana, tal como lo sugiere Pierre Hadot, helenista francés que mostró que los filósofos socráticos tenían como finalidad principal autodisciplinar al hombre. La filosofía no es una construcción de sistemas teóricos; es una experiencia vivida, una transformación de su ser. Hadot (2014) retoma la noción de ejercicios espirituales, que es menos un acto religioso (como lo practicaban los ascetas cristianos) que un ejercicio existencial de profunda búsqueda sobre el modo en que un ser humano se transforma en sujeto para no ser más el objeto de sus pasiones, de sus ganas, de sus deseos y de sus temores. Por el contrario, la digitalización empuja al hombre al consumo desenfrenado; es un acelerador de sensaciones fuertes; conduce a la dependencia y a la performance, que aumentan el ritmo de la vida bajo la presión de la máquina. Carpe diem (aprovecha el momento presente), según la célebre máxima de los epicúreos.

• Terminamos con un enfoque a propósito del retorno a las ilusiones euforizantes del transhumanismo, muy a la moda en estos tiempos, y las tentaciones del hombre a aspirar, gracias a las tecnologías NBIC, a la inteligencia artificial y al deep learning, a convertirse en un Homo Deus, que es para algunos el estadio avanzado del Homo sapiens.

En el siglo XXI, la humanidad se dará como proyecto la adquisición de los poderes divinos de creación y de destrucción, y de elevar al Homo sapiens al rango de Homo Deus […]. Deseamos ante todo ser capaces de reagenciar nuestros cuerpos y nuestros espíritus para escapar a la vejez, a la muerte y a la miseria. (Harari, 2017, p. 59)

Es el ejemplo de Ícaro que se quemó las alas al acercarse demasiado al sol. Recordemos que en la mitología griega este hijo del arquitecto Dédalo y de la esclava cretense Náucrate murió cuando se escapaba del laberinto con las alas creadas por su padre con cera y plumas (Harari, 2017).

¿Hasta dónde quiere llegar el ser humano y a costa de qué riesgos?

Les deseo buena lectura y coraje en la comprensión de ciertos conceptos un tanto difíciles.

Primera parte

¿Hasta dónde quiere llegar el capitalismo informacional y cognitivo?

Capítulo 1

La transformación de la naturaleza del Estado en la era digital

Data are the new oil.

Una economía contributiva

En el universo digital, todo deja huellas. Cuando el usuario entra en internet, no puede dejar de revelar su identidad, sus elecciones, sus gustos y preferencias, sus relaciones y sus redes, sus actividades pasadas y presentes, sus compras, sus actividades recreativas, etcétera, todo lo cual se convierte en el material de trabajo de extracción de la empresa digital.

Lo que se puede obtener de los datos personales:

Todo lo que un usuario escribe en su página de Facebook, por ejemplo, o en otra red social (en Instagram y WhatsApp, que pertenecen a FB; Snapchat, Twitter).

Todas las fotos o videos que postea (por ejemplo, en YouTube o en Instagram).

Todos los “me gusta” o los like sobre los que él cliquea, todo lo que comparte, todo lo que consulta, todos los cuestionarios que responde ocasionalmente.

La identidad de los usuarios con los que interactúa (es decir, su red personal que ignora que está integrada en el sistema) y los datos de su localización.

Si el usuario lo autoriza, Facebook también puede buscar informaciones sobre los sitios de internet que él consulta, y cuándo está conectado a la red social.

Así, el usuario se vuelve, por la vía de los hechos, un colaborador activo, y a menudo también pasivo, que contribuye a confundir la frontera entre la producción y el consumo, entre lo público y lo privado y lo íntimo. Cualquier clic permite definir la personalidad de un individuo y hace posible la anticipación de sus comportamientos futuros, así como la previsión de su próximo consumo. Se trata simplemente de procesar una cantidad muy grande de sus huellas a través de un sistema de data mining (extracción de datos). ¿Qué caminos recorren las informaciones que entregamos a las GAFAM? Veamos la figura 1.1.

En el contexto del marketing, la extracción de datos agrupa al conjunto de las tecnologías susceptibles de analizar las informaciones de una base de datos para encontrar las que sean útiles al vendedor o al publicista. En un plano más general, la exploración de datos es un proceso que permite extraer informaciones pertinentes desde el punto de vista comercial y económico, a partir de una masa muy grande de datos.

Evidentemente, la noción de datos personales es relativamente imprecisa, aunque estos estén protegidos en varios países por el derecho a la confidencialidad. Dada la masa exponencial de informaciones que liberamos en cada una de nuestras transacciones en la red y el poder de los instrumentos de análisis, es difícil diferenciar los datos personales de otras informaciones. Debe distinguirse lo siguiente: (1) los datos aportados por el observado (y que son objeto de un cierto acuerdo suyo), (2) los datos observados, resultado de la captación de marcas dejadas por los internautas, y (3) los datos inferidos, resultado del procesamiento realizado por las empresas con sus instrumentos analíticos. Ciertamente, no es fácil para el común de los mortales hacer las distinciones pertinentes, especialmente cuando las empresas tienen con frecuencia el cuidado de señalar que es “para mejorar el servicio al cliente”.

Para resumir, la economía digital, contrariamente a la economía tradicional, se vuelve una economía contributiva, donde el consumidor se convierte en auxiliar de la producción y de la distribución, y ello, sin compensación financiera. Algunos autores (Moulier Boutang y Rebiscoul, 2009) hablan de capitalismo cognitivo o, para tomar una metáfora vegetal, de un fenómeno de polinización humana, como si se tratara de una flor que libera su polen al viento.

¿Qué puedo hacer para proteger mis datos personales?

A priori, la protección de datos puede parecerle muy simple al usuario, pero ello depende del nivel de profundidad de la operación de extracción:

1. Si se trata de datos brutos revelados explícita o implícitamente por el usuario, este puede tratar de disciplinarse mostrando solo lo que es necesario. Es una cuestión de educación de los jóvenes sobre todo, pero también de cualquier ciudadano. Además, es bien sabido que, para algunos, el acceso a internet es una especie de “bar de libre servicio”, donde todo puede ser dicho, mostrado, exhibido, comentado. Es el régimen de la transparencia total, puesto que internet favorece la ausencia de control del individuo escondido detrás de su pantalla (fenómeno de desinhibición). En algunos casos, la empresa ofrece pequeñas recompensas o pretende que el regalo es el proceso gratuito. En Facebook, publicar fotos o informaciones personales en el muro (the wall) es una cierta forma de autorización a Facebook para hacerse de la información. Pero para Facebook es muy fácil hacer trampas sobre el pretendido consentimiento del usuario, lo que se explica en veinte páginas escritas con letra menuda en el sitio de la empresa, que casi nadie tiene tiempo de leer.

2. Si se trata de datos procesados por la empresa, el usuario ya no tiene control sobre el contenido que es fabricado por especialistas, quienes acceden no solo a lo que dice el usuario, sino también a lo que dicen sus amigos y conocidos, y a los documentos que él consultó. Su vida se desarrolla como un libro abierto donde se puede conocer todo sobre sus orientaciones políticas, sus actividades, las relaciones con sus parientes, sus valores, sus deseos, sus errores, etcétera; en síntesis, todo su perfil socioeconómico. Los especialistas pueden ir más lejos, muy en profundidad, de tal modo que ellos saben más sobre la persona analizada que el individuo en sí mismo. Según Ryan Matzner, cofundador de Fueled, una empresa neoyorquina registrada en las Bahamas que crea aplicaciones para sus clientes: “Facebook no está en la venta de datos, está en la venta de píxeles”. Es de esta forma que Facebook pierde el control de sus datos vendidos.

3. En tercer lugar, la empresa puede fabricar productos nuevos para manipular a los individuos, como falsas noticias, amenazas de acción, sugerencias de comportamiento; puede inducir conductas, crear deseos y modas, dirigir la conducta de una gran parte de la población. El ciudadano se comporta como el perro de Pavlov que obedecía a las consignas dictadas. Se trata ahora de las nuevas formas de control de las muchedumbres, del nuevo rostro de Big Brother.

Datos abiertos, datos masivos, datos en bruto: los datos están hoy en el corazón de numerosos debates. ¡Pero no seamos ingenuos! Ellos constituyen el “ADN” de las grandes empresas que ofrecen servicios a los individuos. Los optimistas ven en ellos un recurso natural (como el agua, el aire o la madera en otras épocas), cuya cosecha y circulación están a punto de revolucionar la innovación tecnológica y social, y la democracia, mientras que los pesimistas los perciben como el carburante de los mecanismos que solo servirán a los poderosos y reforzarán las desigualdades. Pero seamos claros: un dato tiene interés siempre que esté agregado a otros. Es su procesamiento lo que constituye su valor, al igual que en el cerebro una neurona no sirve de nada si no está conectada a una multitud de otras neuronas. Su riqueza proviene de su relación en una red.

La cuestión de fondo es la de la propiedad de los datos personales a la hora de la hiperconectividad.

Cuando las informaciones se separan de cada uno de los individuos y son utilizadas para medir fenómenos masivos, es absurdo considerarlas como datos personales. Se convierten en recursos de carácter colectivo que hay que regular, entonces, como recursos colectivos y no como una suma de informaciones sobre individuos. (Trudel, 13 de marzo del 2018)

Lo dicen los expertos: es el conjunto del modelo de negocios de los grandes ecosistemas el que es vulnerable a la manipulación, porque opera en un ambiente libertario, cuando no libertarista, exento de regulación. Y como la autorregulación no funciona en los grandes ecosistemas que son competitivos como las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft), ¿a qué otra cosa puede recurrirse que no sea a la regulación por parte del Estado y a la restauración de la autoridad gubernamental?

La plataformización de la web

Actualmente, asistimos a una plataformización generalizada de la web, en el sentido de que el usuario ya no puede comunicarse con la empresa si no es pasando por su plataforma repleta de algoritmos1, es decir, de reglas que guían al usuario en su proceso de consumo. Hoy internet está casi totalmente privatizado; cuando el consumidor quiere aprovechar un servicio, cae necesariamente en una plataforma que establece el tipo de información que ella le ofrece (en síntesis, según su perfil). A veces se asocia el término plataformización a un área de actividad, por ejemplo, en las expresiones como plataformización de la economía, de la política o de la prensa, que buscan describir la tendencia en esas áreas a desligarse de los modelos tradicionales aprovechando el potencial ofrecido por la web. Por extensión, el término plataformización, en ocasiones, se emplea para designar el efecto perturbador que tal práctica puede implicar en un sector de actividad.

Otros usan también la expresión uberización, en referencia al modelo económico de Uber que constituye un buen ejemplo de dicho fenómeno. En efecto, la única manera de comunicarse con la empresa de transporte es pasando por la aplicación Uber.com, que administra el conjunto de la operación y de la utilización del servicio de taxi. Los conductores ahora trabajan para la plataforma, que establece, a través de un algoritmo numérico, las condiciones de trabajo, el precio del servicio informático y del recorrido, y comunican los pedidos de los clientes indicando el mejor trayecto; los clientes, por su parte, reciben sus instrucciones para tomar el auto y pagan el precio fijado. De ello resulta que la empresa “desaparece” en provecho de una organización tecnocrática sin alma y sin responsabilidad alguna más que la que determina el contrato establecido por ella misma. Uber X o Uber BV2 es una entidad aparte de la empresa Uber y puede no sentirse responsable de sus trabajadores (que, además, son considerados como trabajadores autónomos, sin seguros, sin fondo de pensión, sin licencia por enfermedad, etcétera). En Montreal, Uber X no quiere ser regulado por la Oficina del Taxi de Montreal (BTM, por sus siglas en francés); es un servicio, según afirma, y no una empresa con responsabilidades sociales. Airbnb es una plataforma de la misma naturaleza que perturba la industria del turismo. Sin regulación estatal, esas empresas operan como en la era del capitalismo salvaje: sin obligaciones sociales, únicamente con las reglas que se fijan ellas mismas o que el mercado les dicta.

Los grandes ecosistemas como Amazon, Apple, Microsoft, Facebook, Google, Netflix, Expedia y muchos otros ofrecen sus servicios, y es el mercado el que regula; incluso son extremadamente alérgicos a una regulación estatal, especialmente en la América de Donald Trump. Esas megaempresas intentan por todos los medios aplicar ese régimen por todo el mundo. Incluso ello se vuelve norma para aprovechar los beneficios de la economía digital.

El capitalismo de vigilancia

El escándalo de Facebook, cuyos pormenores explicaremos en el próximo capítulo, solo es un episodio de la influencia de las GAFAM sobre el Estado y la política. El conjunto de la privatización de la web y el fenómeno de la creación de plataformas de servicios informatizados es un indicador de la importancia que ha alcanzado la digitalización en la economía contemporánea. Por otra parte, observamos el fenómeno de la toma de control de la industria digital privatizada sobre gran parte de los gastos públicos relativos al consumo, la salud, la educación, el transporte y otros servicios públicos. La experta Shoshana Zuboff (2018)3 describe el capitalismo de vigilancia en la jerga de los economistas políticos. Ella sostiene que a partir de la lógica de racionalización del trabajo se pasó a una sociedad de mercado cuyos comportamientos individuales y colectivos son cuantificados, analizados, vigilados, gracias a los big data, y que todo ello concurre al advenimiento de un régimen socioeconómico regulado por mecanismos de extracción de los datos, de su procesamiento, de su mercantilización y de su control.

Sin embargo, ese régimen no se enfrenta al Estado como desearían los defensores del neoliberalismo, y peor aún, los del libertarismo, que considera al Estado como una instancia que restringe las libertades individuales y estorba la productividad de las empresas creativas. Una sociedad digital funciona con la innovación, y lo que se adora como el becerro de oro por parte de las GAFAM son los millones que ellas invierten en investigación y desarrollo (I&D). Pero si miramos más lejos, podemos decir que existe una dialéctica entre el Estado y el mercado que podría ser beneficiosa para todos y conduciría a una forma de equilibrio aceptable. Pero no es ciertamente el caso.

La alianza entre los regímenes políticos y los grandes ecosistemas

Se torna necesario observar cómo la política se vuelve un punto de apoyo para los grandes ecosistemas tecnológicos, a medida que los sistemas políticos ya no son capaces de administrar las grandes corporaciones públicas. Así, los gobiernos privatizan (en parte o totalmente) los grandes servicios públicos, como el correo, las telecomunicaciones, el tren, la electricidad o el gas, bajo pretexto de que ya no son rentables (porque están contaminados por el nepotismo, los escándalos políticos o las élites financieras cercanas al poder). Frente a los déficits abismales de los ministerios de Salud y Servicios Sociales, de Educación y de Obras Públicas, muchos sueñan con alejar esos organismos de la política y de los políticos, en favor de reestructuraciones administrativas y tecnológicas. Incluso los gobiernos son confiados a técnicos, como aconteció en Bélgica, donde no hubo gobierno electo durante más de un año (el abogado Yves Duterme se ocupó de los asuntos corrientes), y en Italia con el gobierno “de los técnicos”, bajo la dirección de Mario Monti4. Pasamos de un régimen político a un régimen apolítico, que organiza los equilibrios sociales sobre los principios de la oferta de mercado. Los instrumentos de esta organización son los big data y la capacidad de modelar la sociedad a partir de la oferta (Masutti, 2016).

La sociedad actual ya no puede ser analizada como un régimen ultraliberal al que se opondrían valores de igualdad o de solidaridad. Esta dialéctica está superada, porque el contrato social cambió de naturaleza: hoy la legitimidad del Estado se basa en mecanismos de experticia mediante los cuales el capitalismo de vigilancia impone una lógica de mercado en todos los niveles de la organización socioeconómica, desde la decisión pública al compromiso político. Para comprender hasta qué punto cambió el terreno democrático, y lo que ello implica en la organización de una nación, es necesario analizar sucesivamente el rol de los monopolios digitales (por ejemplo, las GAFAM), las opciones de gobernanza que implican, y comprender cómo esa ideología no es teorizada sino de alguna forma autolegitimada, casi vuelta necesaria porque no se le opone ninguna otra opción política. Como los gobiernos son incapaces de imponer las normas de control de la contaminación (porque tienen que hacerse reelegir cada cuatro o cinco años y trabajan básicamente a corto plazo), algunos sueñan con confiar la cuestión ecológica a una instancia independiente de la política, de los políticos y de los lobbies de toda clase…

¿El capitalismo de vigilancia implicaría el fin de la democracia?

Las empresas desarrollan prácticas de extracción de datos que aniquilan toda reciprocidad del contrato con los usuarios, hasta crear un mercado de la cotidianidad (nuestros datos más íntimos y, a la vez, los más sociales). Nuestras conductas y nuestra experiencia cotidiana se convierten en el objeto del mercado y condicionan incluso la producción de bienes industriales (cuya venta depende de nuestros comportamientos como consumidores). Más aún, ese mercado no está más sometido a las vueltas del azar, del riesgo o de la impredecibilidad, como pensaban los chantres del liberalismo del siglo XX: el mercado se ha vuelto maleable porque son nuestros comportamientos los que son objeto de una predictibilidad tanto más exacta cuanto que los big data puede ser analizados con métodos a gran escala y cada vez más fiables.

¿Por qué afirmamos que pasamos de un régimen político a uno apolítico? Porque la mayor parte de las decisiones y de los órganos operativos de hoy están motivados y guiados por consideraciones relativas a situaciones declaradas imperativas y no por perspectivas políticas. El capitalismo de vigilancia induce no solo el fin del mercado liberal (visto como lugar de intercambios equilibrado de bienes y servicios competitivos), sino que excluye toda posibilidad de regulación por parte de los ciudadanos: estos son considerados únicamente como “usuarios de servicios”, es decir, como consumidores, y el Estado como un proveedor de servicios públicos. Y la decisión pública, por su parte, es un asunto de acuerdo entre los monopolios y el Estado. Un “gobierno de los técnicos”, como se ha visto en Europa, se presenta, por un lado, como el gobierno de la objetividad y de las cifras, que puede rendir cuentas a la Unión Europea y al sistema financiero internacional, y, por otro lado, como el primer gobierno independiente de los partidos. La tecnocracia, como la experticia, se sitúa fuera de los partidos y responde usualmente a los límites de la centralización propios de la decisión pública, y no del poder político y de la discusión de los ciudadanos.

La conjunción entre la concepción del mercado como único organismo gubernamental de las relaciones sociales y de la experticia que determina los contextos y las necesidades de la toma de decisión ha permitido la emergencia de un terreno favorable al Estado-GAFAM. Para convencerse de ello, basta con echar una mirada a lo que se ha llamado la “modernización del Estado”. Las concepciones de la economía mencionadas se resumen de la siguiente manera:

Capítulo 2

Lo que nos revela el escándalo de Facebook sobre la utilización de los datos personales

Urge reconocer que el ciberespacioestá constituido por ciudadanos, y no solo porconsumidores que prestan su consentimiento.

(Trudel, 27 de marzo del 2018)1

Recordemos brevemente el escándalo de Facebook, que a fines de febrero del 2018 reveló a la opinión pública que la firma Cambridge Analytica había utilizado sin autorización los datos personales de 80 millones de usuarios de Facebook para influir en la elección americana de Donald Trump y la victoria del brexit en Inglaterra. Esa explotación vilmente mercantil de los datos personales de millones de usuarios de Facebook muestra la cara oculta de ese actor tan dilecto de la industria digital2, miembro del club de empresas multimillonarias GAFAM. A pesar de las airadas protestas de los políticos, bien lo temíamos: no hay nada gratuito en la utilización de servicios públicos ofrecidos por un proveedor privado. ¿Alguien podía imaginar que la revolución digital —y la eclosión de la inteligencia artificial— nos conduciría a la corrupción electoral en todas partes del mundo?

De acuerdo con las informaciones recogidas por la cadena británica BBC y las investigaciones de los periódicos The Guardian en Inglaterra, y The New York Times y The Observer en Estados Unidos, la consultora política Cambridge Analytica habría intervenido en varias campañas electorales en los cinco continentes. La lista de los países donde se recogieron datos personales que podrían servir a fines electorales es larga. Además del uso abusivo de datos relativos a los usuarios de redes sociales, uno de sus exempleados reconoció que la empresa había recurrido a falsas noticias para influir sobre un segmento de electores.

Se necesitaba ciertamente que un escándalo político-financiero de escala internacional revelara a la opinión pública lo que numerosos expertos ya habían predicho hace tiempo. El rol de las redes sociales se conocía desde la primera campaña victoriosa de Obama a la presidencia de Estados Unidos en el 2008: primero, con la segmentación de una clientela probablemente favorable a un candidato, y segundo, con la posibilidad de ese candidato de enviar mensajes específicos a ese blanco de futuros electores. Entonces, lo que se había hecho de forma relativamente artesanal en el 2008 se perfeccionó después con la evolución del procesamiento informático de los big data y el progreso de la inteligencia artificial (IA). Gracias a los generosos donantes del Partido Republicano (en respuesta a las solicitudes de la Organización Trump), la firma Cambridge Analytica desarrolló una verdadera industria del perfilado de la clientela conservadora y una fábrica de noticias falsas (fake news), lo que probablemente fue suficiente para asegurar la elección del improbable presidente.

Tal estratagema influyó seguramente en el resultado del brexit3 en Inglaterra y la imprevista elección de Donald Trump. En este último caso, fue una organización rusa (probablemente teledirigida por las más altas autoridades del Kremlin) la que inundó el público americano con falsas noticias sobre Hillary Clinton. Obviamente, Mark Zuckerberg, el omnipresente y sonriente presidente de Facebook, se deshizo en excusas (?) frente a las protestas de los representantes políticos americanos, canadienses y británicos, confesando que su empresa había sido engañada por personas deshonestas (no era la primera vez que le sucedía, ¡y no iba a ser la última!). Pues bien, se sabe que la utilización y la venta de las informaciones de los 2000 millones de sus usuarios constituyen el capital de Facebook, pero también de Amazon, de Apple, de Microsoft y de Google (las GAFAM), lo que les permite obtener sus miles de millones de lucro a cambio de sus “servicios gratuitos”. Solo Google y Facebook controlan hoy el 75 % de los ingresos publicitarios en Canadá4. El total de los ingresos de las plataformas se estima en 40 000 millones de dólares americanos. ¿Por qué repentinamente “por espíritu de civismo” ellas dejarían de percibir esa gigantesca fortuna?

El escándalo de Facebook y la vulneración de la democracia

Luego de haber conmocionado los sectores de los periódicos y la imprenta, la industria de la música y del entretenimiento (entertainment), de las finanzas y del comercio minorista, la digitalización transforma ahora la política. Analicemos el escenario que condujo a este peligroso precedente de la manipulación de datos personales con fines político-partidarios:

1. Venta de datos brutos por Facebook

Conforme a su política y su modelo de negocios, Facebook vende datos personales “brutos”, es decir, datos no procesados, a una sociedad americana, Cambridge Analytica, uno de cuyos fundadores es Steve Bannon, vicepresidente de la compañía y director del diario de extrema derecha Breitbart News, y, posteriormente, asesor de Donald Trump.

2. Un subcontratista (GSR) analiza los datos

Para hacerse con esos datos, la empresa pasó por un subcontratista: Global Science Research (GSR), que pertenece al investigador Aleksandr Kogan. En ella se concibió una aplicación de juego-cuestionario para Facebook llamada Thisisyourdigitallife, que él presenta a la red social como destinada a un estudio académico5. Kogan, por intermedio de su firma, remunera a varios centenares de miles de internautas por sus respuestas. Dicha aplicación incluye un cuestionario y requiere que el usuario esté conectado a su plataforma e inscrito en los listados electorales estadounidenses para llenarlo. Además de sus respuestas al cuestionario, los internautas encuestados le otorgan a la aplicación el acceso a muchos datos personales que figuran en su cuenta de Facebook. Adicionalmente, la aplicación saca provecho de una funcionalidad de la red social que le permite aspirar también a datos personales que pertenecen a los contactos de los usuarios que responden al cuestionario. La aplicación fue instalada por 305 000 personas en todo el mundo, según Facebook, y alcanzó de rebote a 87 millones de usuarios (Untersinger, 18 de marzo del 2018).

3. Cambridge Analytica crea un archivo principal de 89 millones de abonados

La empresa GSR transmite luego esos datos a las empresas SCL y Cambridge Analytica, permitiéndoles crear una base de datos de varias decenas de millones de usuarios, de los cuales una buena parte son electores americanos. Esta gran cantidad de contactos, asociados a otros datos, nutrió los algoritmos de Cambridge Analytica, que se jactó de poder construir un perfil psicológico y político a partir de datos personales anodinos dejados en línea por los usuarios.

4. Cambridge Analytica utiliza el archivo para construir el perfil electoral

Kogan y Cambridge Analytica emplean los datos con fines de perfilamiento electoral, creando una base de datos que permite al equipo de campaña de Donald Trump saber más de lo que nadie ha sabido jamás sobre los usuarios de Facebook. Así, puede concebir mensajes adaptados a los electores en función de sus opiniones políticas, sus actitudes y sus valores. El proyecto estaba basado en el trabajo de un antiguo investigador de la Universidad de Cambridge, Michal Kosinski, que estudiaba las personalidades en función de sus actividades en línea; Kosinski y otro investigador, David Stillwell, trabajaron durante varios años sobre su propio test de personalidad en Facebook: MyPersonnality. Ellos recogieron las respuestas de seis millones de participantes en ese test, así como los perfiles de Facebook de todos sus “amigos”. En el 2015, publicaron un estudio titulado “Las evaluaciones de personalidad realizadas por computadoras son más seguras que las de los humanos”, donde demostraban que podían diseñar un retrato psicométrico de una persona de modo bastante preciso, basándose simplemente en lo que a ella “le gusta” en Facebook. “El hecho de que las computadoras evalúen mejor las personalidades que los seres humanos ofrece oportunidades, pero también presenta riesgos en términos de juicios psicológicos, de marketing y de respeto de la vida privada”, señalaban. Pero según varios medios, Kosinski habría rehusado compartir sus datos con Kogan y Cambridge Analytica, temiendo que fueran utilizados con fines electorales. Kogan creó, entonces, su propio test. Y Cambridge Analytica probó que los métodos de Kosinski, que luego se fue a la Universidad de Stanford, ofrecían resultados no confiables. La firma comenzó utilizando un test de perfilamiento estándar conocido como Big Five, pues medía los cinco rasgos siguientes: (1) la apertura (apreciación del arte, curiosidad e imaginación), (2) la concienciosidad (respeto de las obligaciones, organización), (3) la extraversión (emociones positivas, carácter emprendedor), (4) la agradabilidad (tendencia a ser compasivo y cooperativo más que desconfiado) y (5) el neuroticismo (tendencia a la cólera, la inquietud o la depresión). Los participantes debían decir si aprobaban o desaprobaban “fuertemente” o “más o menos” afirmaciones como “tiendo a ser organizado” o “el arte no me interesa”. Los resultados fueron afinados con las informaciones sobre la actividad en Facebook del participante y de sus amigos. Para clasificar los electores, un algoritmo encontraba un vínculo entre “agradabilidad” o “neuroticismo” en función del sexo, la edad, la religión, los ratos de ocio, los viajes y opiniones sobre temas precisos. Este estudio permitió recoger más de cuatro mil datos sobre cada elector americano, de lo que se jactaba Alexander Nix, el dueño de Cambridge Analytica, antes de la suspensión de la empresa. Ella permitió lo que él denominó el microperfilamiento comportamental y el mensaje psicográfico.

En otros términos, una campaña electoral podía difundir, vía Facebook u otras redes sociales, mensajes, informaciones o imágenes finamente focalizadas para manipular a los electores. Según The New York Times, la campaña de Trump utilizó los datos de Cambridge Analytica para segmentar poblaciones en función de la publicidad electoral, realizar simulaciones de participación en la elección, identificar las regiones donde serían más eficaces los desplazamientos del candidato, etcétera. Pero, en realidad, lo que interesaba a los estrategas de Donald Trump era determinar concretamente qué electores podrían votar por él si se les incitaba a hacerlo, en particular, en lo que en Estados Unidos se llama los swing states o “estados bisagra”, o “estados pivote”, donde es posible hacer bascular la victoria de un partido a otro, simplemente desplazando algunas centenas de votos.

5. El uso de las informaciones segmentadas en la elección

Gracias a las informaciones obtenidas por algoritmos, los estrategas del Partido Republicano pudieron concentrarse en los estados más fáciles de arrebatar a los demócratas, esto es: (1) Michigan (16 electores) con el 47,6 % por Trump y el 47,3 % por Clinton; (2) Ohio (18 electores), considerado el barómetro de la elección; (3) Wisconsin (10 electores) con el 48,6 % por Trump y el 46,1 % por Clinton; y (4) Pensilvania (20 electores) con el 48,8 % por Trump y el 47,7 % por Clinton. Dos semanas antes de la elección, el Partido Republicano hizo llegar publicidades focalizadas a un escaso número de electores seleccionados por su simpatía con un partido de derecha, de las cuales varias eran falsedades manifiestas (fake news), tales como “Hillary Clinton es la más corrupta de las candidatas que se presentan a las elecciones” o “H. Clinton quiere quitarle el derecho a portar un arma”, etcétera.

Fue así como, con un mínimo número de intervenciones en las redes sociales (aproximadamente 700 000 sobre 129 millones de votantes), fue cambiado el resultado del escrutinio, gracias a las publicidades enviadas al lugar adecuado en el momento adecuado. Trump ganó las elecciones con 62 984 825 votos, es decir, con el 46,1 % y 304 electores, mientras que Hillary Clinton tenía 65 853 516 votos, o sea, el 48,2 % y 227 electores. Es sabido que el presidente de Estados Unidos no se elige por sufragio universal, sino por los electores, cuyo número varía en función de la población del Estado. Actualmente (1 de junio del 2019), Trump sigue siendo presidente; Cambridge Analytica se declaró en quiebra a principios del 2018, pero otros clones se instalan para explotar ese filón de oro. Recordemos que Cambridge Analytica habría intervenido en numerosas campañas electorales de los cinco continentes, como en Italia, Ucrania, la República Checa, Kenia, México, Colombia, Brasil, India, Malasia…

El retrato psicométrico del usuario de Facebook

Las explicaciones de Zuckerberg frente a los medios, el Congreso y el Senado americano, y la Cámara de los Lores en Inglaterra, no conmovieron a nadie. Y no es la primera vez que el más alto responsable de la red social Facebook se hizo sermonear, ya que él pretende que su empresa “no funge en la venta de datos, sino en la venta de píxeles”. Pero, como la inmensa mayoría de las redes sociales, abre sus puertas a los “desarrolladores externos”, que crean aplicaciones potentes e incisivas de perfilado de los usuarios, estableciendo lo que los psicomotivadores denominan un retrato psicométrico de los consumidores, que es hoy en día la clave de la venta al público de productos y servicios. Todos los ingresos de las redes sociales, o casi, provienen de la publicidad. Ellos dicen que no venden datos, pero sí el acceso a un consumidor con características muy precisas, fruto del cruzamiento de los datos del motor de búsqueda. Pero cada empresa se permite utilizar y enriquecer su banco de datos con los data de sus compañías, sea para Facebook, Instagram, WhatsApp u Oculus. En el caso de Google, se hace de todas las búsquedas y los contenidos visionados en YouTube, su filial. Incluso explotó durante mucho tiempo el contenido de los mensajes electrónicos de los internautas con una cuenta de Gmail, antes de renunciar públicamente a ello en junio del 2017. Además, todas las redes sociales venden sus datos brutos a desarrolladores externos y allí, contrariamente a lo que afirman, pierden toda traza de ellos y del uso de los mismos que esos terceros hacen, como se pudo constatar en el caso de Cambridge Analytica (ver más abajo).

En el caso de Facebook, la parte pública de las informaciones que el usuario entrega (o sea, toda la página de presentación para algunos, o para otros, únicamente su nombre y apellido, y su foto) no necesita la autorización de divulgación por parte del usuario; por el contrario, la utilización del resto de la información requiere en principio el consentimiento del interesado6.

Tipos de segmentaciones posibles de Google y de Apple Google

• Públicos de afinidad y de afinidad personalizada: centros de interés y de costumbres de los usuarios, acontecimientos vitales. Permite interactuar con los consumidores con ocasión de las etapas importantes de la vida: la obtención de un diploma universitario, una mudanza o un casamiento, por ejemplo.

• Públicos de mercado: hace posible encontrar los clientes que buscan (o se plantean seriamente comprar) servicios o productos similares a los que propone el anunciante.

•Remarketing: permite resegmentar a las personas que ya se interesaron en los productos y servicios de una empresa, incluidos los antiguos visitantes que accedieron a un sitio web o a una aplicación móvil, que visionaron videos o que comunicaron sus coordenadas.

• Segmentación por listado de clientes: gracias a los listados de distribución de los correos electrónicos.

• Públicos similares: nuevos usuarios con centros de interés comparables a los de los visitantes de un sitio.

Facebook

• Públicos principales: lugar, datos demográficos, centros de interés, comportamientos y conexiones.

• Públicos personalizados: gracias a listas de correos electrónicos.

• Públicos similares: nuevos usuarios con centros de interés comparables a los de los visitantes del sitio.

Las dificultades de regular las empresas

Esas desviaciones en la utilización de los datos que están en las manos de Facebook se deben en gran parte a la inadecuación del régimen jurídico de las plataformas digitales. El estatuto de esas interfaces por las que accedemos al mundo conectado y actuamos en él no refleja la amplitud de las cuestiones en juego ni el rol neurálgico que ellas tienen en nuestra vida cotidiana. (Trudel, 27 de marzo del 2018)

En varios países, las plataformas se benefician de un régimen jurídico que limita radicalmente su responsabilidad por todo lo que los “consumidores” hacen circular en sus redes. Ellas decretaron que, dada la gratuidad de sus redes, todas las informaciones intercambiadas les pertenecían, dando por sentado que el usuario otorgó su consentimiento (explícito o supuesto). Están en la envidiable posición de ser casi las únicas en captar el valor resultante de los movimientos de información en internet, sin ser responsables de nada. Por ello se limitan a remitir la responsabilidad de sus acciones al usuario, pues, según parece, es él mismo quien debería disciplinarse. Esta es una afirmación un tanto fácil, justamente en nuestros países, donde la responsabilidad de cualquier acto de comercio está sujeta a severas regulaciones de protección del consumidor.