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En Mantra de remos un documentalista y un guionista, quizás un padre y un hijo o dos amigos, revisan planos, archivos y diarios. El hijo le recuerda la gramática al padre mientras él equivoca fechas y bebe un poco de vino. En esas fotografías se despliega la madurez de una voz poética, que teoriza sobre nuestra identidad sísmica o sobre la muerte esculpida en cualquier secuencia cinematográfica. Y lo hace con un cuidado filial hacia el lenguaje, similar al que une al padre con el hijo. Pues pareciera que cada poema ha sido leído en voz alta y editado sobre una montaña. Mantra de remos sintetiza las tensiones internas de la escritura de Carrasco, aquellas imágenes punzantes como ventisca cordillerana, que esculpen una experiencia poética matizada por la ironía y la belleza. En estas páginas asistimos a un tono más íntimo, porque la cámara en movimiento que caracteriza sus poemas parece haberse disuelto con las ondas que genera el mantra de los remos.
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Mantra de remos
Germán Carrasco
RPIi: 239.454 ISBN: 978-956-9131-51-6
DE ESTA EDICIÓN © Alquimia Ediciones, 2015
Colección: Ensayos con la Ceniza
Coordinación de colección y edición general: Guido Arroyo González
Corrección: Cristóbal Riego Diseño editorial: Estudio Navaja
El autor agradece a la Akademie Schloss por la beca Jean-Jacques Rousseau, en particular
a Jean-Baptiste Joly, y al Consejo de la Cultura y las Artes por la Beca de Creación.
Para Tiziana
Hijo enseña a mirar a padre,
le refresca la gramática.
piensan en su sino de cronistas
y en el sentido del retrato.
El niño es el padre del hombre.
Hijo descubre a padre: reza.
Lo que sigue son las palabras
del raro rezo de pa:
No es por mostrar mis credenciales
ni hacer lobby contigo. imagino
que no estarás para pavoneos
o corvetas lingüísticas
así que me permito declarar.
Como te decía, desciendo de gente
que hablaba sola y miraba al suelo
pero fui parido al ritmo del rock
& roll por padres jóvenes.
No infecté al mundo con prensa.
A veces sin querer pasé a llevar a alguien por ahí y dije barbaridades
pero era joven entonces.
Gasté poco petróleo plata agua,
caminé largo y me soñé en la pesca
en Magallanes o en la esquila cuya lana abriga el frío de la culpa.
Jamás me afilié a un grupo de repartición –tan jóvenes y ya en eso–.
Leí a los vecinos para salir de la isla: no basta con hablar otro dialecto
sino sentir el mantra de los remos
sin despreciar la palabra local
ni despreciar a hermanos mayores
ni ignorar a hermanos menores.
Aprendí algo y traté de transmitirlo
en esta Babel transaccional, menos Babel por lo políglota que por la severa incomunicación.
Nací, en el mejor de los casos, en un país femenino y receptivo y en el peor: un país de gendarmes
e inspectores de escuela.
Trataré de no errar, de abrir el cuore
y de hacer todo lo que pueda pero considera todo esto y mi educación de liceo fiscal
si llegase a resbalar, que es muy probable,
si llegase a perder el ritmo, si luego de un tramo largo se me resbala
un remo y cae al agua, ponte tú.
Benditos sean los sueños del hombre
en un viaje tan largo, y la pampa. Sueño reparador mientras duermen en el bus
y sueño de trabajo y espacio en el lugar al que se dirigen con termos, frazadas y cajas de cartón en vez de valijas.
Una niñita canta en el asiento trasero.
La mamá la hace callar. Cómo decirle
que esa voz es música escasa y es imposible que alguien se moleste.
Nunca se sabe, en algunos territorios
hasta las piedras son fascistas.
Uno de tus ojos padece un derrame
de gel vítreo que te recuerda
1) la inexistencia de la pureza
2) lo innecesario de la alta definición
3) la necesidad de un velo y otro idioma.
Encima, llueve. Hay entonces dos aduanas o ltros entre el ojo
y las imágenes de terror industrial
del recorrido. Por ahí, un árbol.
Además –te aviso– la ventana del bus se empañó por dentro con el aliento cálido
de los niños que duermen en un viaje tan largo, y la pampa.
En Magallanes tus ojos se transforman de inmediato
en una cámara ante el estrecho.
Pero no solo ahí, donde el mundo se deshace sino también en las huellas de oruga que deja
la transacción, la venta, el alquiler.
Se arrienda piesa (sic) a dama sola, peruana o sureña que trabaje y llegue después de las once de la noche y salga antes de las siete de la mañana.
–Ventana en barrio Maruri, Santiago, Independencia.
A estas alturas, se les mezclan lugares y nombres.
Santiago de Cuba. Santiago Llach. Santiago Vega.
Santiago de Compostela. Santiago Morning.
Santiago de la Nueva Extremadura.
Especialmente al padre. El hijo no lo contradice.
Comen algo caliente y toman una caña de vino.
Padre duerme. El hijo mira el vino y recuerda a otro padre y otro hijo, dos inmigrantes vecinos.
Luego de beber se durmieron en la calle
abrazados, protegiéndose del frío, y uno murió.
Se parecían al tangata manu geminiano, el tangata que es macho y hembra frente a frente
y que pareciera rezar o estar en posición fetal o de combate o sosteniendo el huevo. «No se te estará ocurriendo lmar esto, ¿no?» le dijo esa vez con la mirada a padre.
Los vi, Saratoga:
uno filma y el otro escribe
vislumbran la polis en la niebla
desde la proa de un barco
o vislumbran la proa de un barco
desde el esmog de la polis.
Los vi: Filmaban a Nuestra Señora del Santo Viaje, en Gloucester, ma. Un pueblito muy pequeño para una personalidad tan gigante como la del viejo Olson,
por eso Olson veía mayas, etruscos, griegos y romanos en la pequeña Gloucester, potros épicos cuyos relinchos son las olas bravas del mar a la hora del surf.
Relincha Venus por contracciones de parto.
Quizás por eso De Rokha veía a Cristo, Mahoma, Satanás y otras embarcaciones de ese calado
en un pequeño pueblo de provincia.
¡Tanto mundo, Raimundo!
Por mi parte, prefiero los lenguajes que avanzan hacia adentro, Rai, la cámara que registra y acaricia en silencio en vez del lenguaje atropellador que pretende
la conquista permanente de territorios y almas.
Me canso de solo divisar u oler ese lenguaje, y busco una almohada.
Padre e hijo filmaban a Nuestra Señora del Santo Viaje
que tiene un barco en vez de un niño dios en los brazos.
«¡Dios mío, Cristo se convirtió en un barco, ¿sabes lo que eso significa?!».
Eso gritabas en la plaza cual evangélico demente.
Se les confundían los lugares y lo que filmaban:
no cachaban si estaban en Punta Arenas o en Gloucester. Sidra de manzana caliente sin alcohol.
Esta debe ser Nueva Inglaterra. Ahí realizaron unas tomas sobre la historia de los balleneros de New Bedford: guiados por el poeta John Landry, que luego en Santiago
se enamoraba del primer muchacho que se le aparecía.
–Llámame Ismael, a las nales tamos todos en una –se escucha con un marcado acento de Villa Francia. Y también se escucha con acento del Cabo de Hornos o brisa marina el poema
«Retrato de Alicia Stipicic con traje folclórico de Croacia». Padre e hijo deben hacer rápido las valijas
porque luego tienen que ir al lugar donde vivió Kurt Cobain.
El día que nació Cobain
cantaron los ruiseñores. El día que nació Kim Deal
una bandada de ruiseñores
hizo de mariachis.
Esta noche están cansados. Padre e hijo.
Dos camas pequeñas. Uno duerme y el otro mira por la ventana con una taza de algo caliente.
Donde dios no manda, donde manda
el viento andaban
sintiéndose siempre
ajenos.
Playas donde hasta el aire
tiene dueño.
Sueño.
Ahí andaban,
piedad gestual,
caricia gestual.
Les oí: «Amigo, amiga, ¿podría tomarnos una fotografía?». Así forjaban amigos
–tíos o tías de ocasión–.
Así encontraban almas cómplices para compartir silencio
–¡ una familia cómplice con una niñita de mi edad!,
¡ rubia, risueña, hippie y con costumbres de varón!–.
Siempre sería un lugar ajeno,
no ameno del todo pero distinto a la ciudad.
Cerca de la arena
la brisa del Pacífico
los bendice.
Un niño no dimensiona
ese espacio y ese evento.
Lo dimensionará años más tarde.
En una ocasión al ver Le mistral de Ivens
reconstruyó todo con nitidez.
El litoral siempre tendrá la célebre brisa marina de la que un niño no abusa
con sus sentidos
porque un niño no necesita
oxigenar cansancio ni culpa.
Aprenderá a subir pendientes
–estamos cerca de las montañas
¿qué se creían?, ¿que pueden ser ignoradas?–
cubrir sus ojos de la arena en el hombro de padre o sentir la crema que le aplican
padre y madre juntos en los pies y el cuerpo –el rostro es la parte más difícil,
se resiste–.
Padres transmiten a sus hijos
la condición de caminantes
por desiertos o territorios
en donde se mide la energía y en donde hay que ser sereno
para no interrumpir el ritmo
de la gente del lugar. Sitios
que están en segundo plano
para la mirada policíaca de dios,
en donde se puede descansar de esa mirada. Lugares
donde dios no manda:
donde manda el viento
y la bofetada fría del Pacífico.
«Amigo, amiga,
¿podría tomarnos
una foto?».
El gris inmenso del desierto
ocupa todo el plano.
Toda la soledad del planeta
o un territorio extraterrestre.
Aparece lentamente en cuadro
una escolar hermosa
con una blusa impecable
y mirada limpia.
Lleva, a modo de bandeja,
una maqueta de la vía láctea.
Un nido
de venas
acune
tu cuore
cuando cae,
por si cae.
Lombrices
viscosas
entrelazadas en forma de nido
que retozan
en su humus,
manojo de elásticos
de billete
o capullo de seda
que fabrican los gusanos
o el colchón:
la Soleirolia
soleirolii,
planta
perenne
de naturaleza
tapizante
–regar por el suelo,
no por encima,
solo el rocío se reserva
la potestad de regar por encima–.
Cantan los pájaros:
Soleirolia
soleirolii:
Soleirolia
soleiroliiiiii:
Le llaman: colchón de novia o lágrimas de ángel.
Tus yemas
y mis venas.
Un nido
de venas:
alevines
o angulas
que laten vivas tal pichones
que de tan vivos
parecieran reventar:
un nido para tu cuore
y las yemas
de tus dedos
que acarician
los latidos.
Un chincol cruza
una calle céntrica. De su pico cuelgan cuarenta centímetros de cinta
de cassette
para su nido.
La ciudad está llena de cinta magnética:
huiros en las aceras y en el tendido eléctrico
tras el tsunami.
Plumeros, pelucas
de payaso, algas marinas
de alcantarilla. VHS
ochenteros. Nidos en calles y bordes
de carreteras.
Keats dice pájaro inmortal.
Un niño escucha en el Nat Geo
que los pájaros son dinosaurios.
Al escuchar eso, se queda
abstraído e inmóvil
pero con rostro inteligente, no como estudiante de humanidades
ante cualquier oferta teórica,
Derrida o Foucault da lo mismo.
Luego, ese niño mira las patas de un pájaro y las imagina amplificadas
como si fueran las patas
de Godzilla.
Cuando los románticos ingleses
hablan de canto inmemorial
–eterno, in nito, etc.–
coinciden con el niño
y con el científico que afirmó la relación entre dinosaurios y pájaros
en Nat Geo.
Por ejemplo, uno escucha en el canto del chincol
–ese ruiseñor proletario– o del chercán (wren) el eco de una era prehumana.
NO SE TRATA ENTONCES
DE UNA FIGURA LITERARIA, lo que escuchamos es en efecto
un canto que proviene de tiempos
inmemoriales.
Sospecho que cantan