Más que una deuda - Sara Craven - E-Book
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Más que una deuda E-Book

Sara Craven

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Beschreibung

¿Por qué querría casarse con ella? Miles Hunter siempre había vivido la vida al límite, y tenía un orgullo que daba fe de ello; pero también tenía fama y riqueza. Cuando le pidió a Chessie que se casara con él, ella sabía que era imposible que fuera por amor. De hecho, apenas se conocían. Miles simplemente necesitaba una esposa que llevara a cabo las relaciones sociales y cuidara de su maravillosa casa... que, por cierto, había pertenecido a la familia de Chessie. Ella sabía que le debía mucho a Miles, pero, ¿esperaría que se lo pagara en la cama?

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Seitenzahl: 200

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Sara Craven

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Más que una deuda, n.º 1382 - agosto 2015

Título original: His Convenient Marriage

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6851-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Chessie… Oh, Chess, no vas a creer lo que he oído en la oficina de correos.

Francesca Lloyd frunció el ceño ligeramente, pero no apartó los ojos de la pantalla del ordenador tras la entrada de su hermana menor.

–Jen, te he dicho mil veces que no debes venir a esta parte de la casa; sobre todo, cuando estoy trabajando.

–Déjate de tonterías –Jenny se sentó en una esquina del escritorio después de apartar unos papeles para hacerse sitio–. Tenía que verte; además, el ogro va a tardar unas horas en volver de Londres –añadió–. He visto que su coche no estaba aquí.

Chessie apretó los labios.

–Por favor, no lo llames así, no es justo.

–Él tampoco lo es –Jenny hizo una mueca–. Además, puede que ya no sea necesario que sigas trabajando para él por mucho más tiempo –excitada, respiró profundamente–. He oído a la señora Cummings decir que la administradora de correos ha recibido órdenes de abrir Wenmore Court de nuevo, lo que significa que Alastair vuelve por fin.

Chessie dejó de teclear momentáneamente. El corazón le dio un vuelco.

–El pueblo recibirá la noticia con alegría –dijo Chessie obligándose a mantener la voz neutral–, la casa lleva cerrada demasiado tiempo. De todos modos, a nosotras no nos va a afectar.

–Por favor, Chess, no seas tonta –Jenny lanzó un suspiro de impaciencia–. Claro que nos va a afectar, no olvides que Alastair y tú estabais casi prometidos.

–No –Chessie miró a su hermana–, no lo estábamos. Y no vuelvas a decir eso.

–Lo habríais estado si su padre no lo hubiera mandado a Estados Unidos a estudiar Económicas –contestó Jenny–. Todo el mundo sabe que estabais locos el uno por el otro.

–Éramos muy jóvenes –Chessie empezó a teclear de nuevo–. Han pasado muchas cosas desde entonces, todo ha cambiado.

–¿En serio crees que a Alastair va a importarle lo que ha pasado? –inquirió Jenny en tono retador.

–Sí, eso es lo que creo –aún le dolía recordar cómo las cartas semanales del principio se habían tornado en mensuales para, al final, después del primer año, dejar de recibirlas.

Desde entonces, la única noticia que tuvo de él fue una nota para darle el pésame tras la muerte de su padre.

Y si Alastair se había enterado de que Neville Lloyd había fallecido, también debía estar enterado de las circunstancias de su muerte.

–A veces eres insoportable –dijo Jenny en tono acusatorio–. Creía que te iba a alegrar la noticia. He venido corriendo para decírtelo.

–Jen, no deberías hacerte ilusiones –Chessie hizo un esfuerzo por emplear un tono suave de voz–. Han pasado tres años, Alastair y yo ya no somos los mismos –Chessie enderezó los hombros–. Y ahora, tengo que seguir trabajando. No quiero que el señor Hunter te encuentre aquí otra vez.

–Está bien –Jenny se bajó del escritorio–. Pero me encantaría que Alastair te propusiera el matrimonio; de esa manera, podrías mandar a paseo al ogro y a su maldito trabajo.

Chessie contuvo un suspiro.

–No es un maldito trabajo. Es un buen trabajo y el salario es bueno también. Nos permite vivir y seguir en nuestra antigua casa.

–Como sirvientas –dijo Jenny con profunda amargura–. ¡Vaya suerte!

Jenny salió de la estancia dando un portazo.

Chessie se quedó inmóvil unos momentos. La preocupaba que Jenny, a pesar del tiempo que había transcurrido, no se hubiera adaptado a las nuevas circunstancias.

Su hermana no lograba asumir el hecho de que la casa Silvertrees ya no les perteneciera ni que la única parte que podían ocupar de la casa fuera el piso de la antigua ama de llaves.

–Y eso es lo que yo soy ahora, el ama de llaves –se dijo Chessie a sí misma en voz alta.

–No quiero y tampoco necesito mucho servicio –le había dicho Miles Hunter en aquella primera entrevista–. Necesito que alguien lleve la casa con eficiencia y también requiero trabajo de secretaria.

–¿Qué trabajo de secretaria exactamente? –le había preguntado ella mirando impasible a su posible jefe, tratando de sopesarlo. Pero no era fácil. Sus ropas, informalmente elegantes, no encajaban con los duros rasgos de su rostro, aún más marcados por la cicatriz que iba desde uno de los pómulos a la comisura de una boca que nunca sonreía.

–Utilizo una vieja máquina de escribir, señorita Lloyd. Sin embargo, ahora mis editores me han pedido que les dé los manuscritos en disquete. ¿Puede hacerlo?

Ella asintió sin pronunciar palabra.

–Bien. En cuanto al trabajo doméstico, usted misma decidirá qué ayuda necesita. Supongo que necesitará alguien que venga a limpiar diariamente. Pero es de primordial importancia que tenga paz y tranquilidad mientras escribo. También es fundamental que disfrute de absoluta intimidad.

Miles Hunter hizo una pausa antes de añadir:

–Soy consciente de que va a ser difícil para usted; al fin y al cabo, ha vivido en Silvertrees toda su vida y está acostumbrada a hacer lo que quiere. Me temo que eso ya no va a ser posible.

–No, ya lo veo –dijo Chessie.

Se hizo otro breve silencio.

–Me doy cuenta de que quizá no quiera aceptar este trabajo; sin embargo, su abogado es de la opinión de que a ambos nos evitaría problemas.

Los ojos azules de ese hombre contrastaban con el profundo bronceado de su delgado rostro.

–Bueno, ¿qué le parece, señorita Lloyd? ¿Está dispuesta a sacrificar su orgullo y aceptar mi propuesta?

Ella se mostró indiferente ante el ligero tono de burla de aquel hombre.

–En estos momentos y con una hermana a mi cargo, el orgullo es un lujo que no puedo permitirme, señor Hunter. Le agradezco y acepto la oferta de trabajo en la que está incluida la vivienda –hizo una pausa–. E intentaremos no irrumpir en su intimidad.

–No se limite a intentarlo, señorita Lloyd, hágalo –Miles Hunter acercó hacia sí unos papeles que había encima del escritorio, indicando con el gesto que la entrevista había concluido.

Cuando ella se puso en pie, Miles Hunter añadió:

–Hablaré con mis abogados para que redacten el contrato de trabajo.

–¿Es necesario? ¿No podríamos hacer que el acuerdo fuera… de palabra?

–No soy un hombre de palabra, señorita Lloyd –comentó él–. Y, teniendo en cuenta las circunstancias en las que se encuentra, tampoco estoy seguro de que usted lo sea. Será mejor que todo se haga formalmente, ¿no le parece?

Y así se había hecho, pensó Chessie. A su hermana y a ella les estaba permitido ocupar el piso de la antigua ama de llaves por un alquiler mínimo mientras continuara trabajando para Miles Hunter.

Entonces, desesperada como había estado, con la pena y la culpa que sentía por la muerte de su padre, le había parecido la mejor solución.

Ahora, sin embargo, se preguntaba si no debería haber rechazado la oferta y haberse alejado de allí.

Pero eso habría significado un colegio nuevo para Jenny justo antes de unos exámenes importantes, y no había querido crear más problemas en la vida de su hermana.

Al principio le pareció que había valido la pena: Jenny había ido bien en el colegio y se esperaba que fuera a la universidad. Le habían dado una beca; no obstante, eso significaba gastos extras.

Por lo tanto, Chessie se veía obligada a ocuparse unos años más en pasar las novelas policíacas de Miles Hunter al ordenador y en cuidar de su casa.

No era tarea fácil. Tal y como había sospechado al principio, no era fácil trabajar para ese hombre. Sin embargo, fuera de su jornada laboral, ella se había mantenido escrupulosamente en su territorio, no así Jenny.

Su hermana había dejado muy claro que consideraba al nuevo dueño de la casa como un intruso y que la casa seguía perteneciéndole, lo que había ocasionado problemas en varios momentos.

Chessie se levantó de su asiento y se acercó a la ventana; de repente, se sentía inquieta.

Jenny a veces podía mostrarse muy intolerante, pensó Chessie. La caída en desgracia de su padre y su fallecimiento la habían traumatizado en extremo, pero eso ya no era una excusa válida. Su hermana menor no llegaba a asumir y aceptar la pérdida de su cómoda vida.

Jenny quería que todo volviera a ser como antes… pero eso no podía ocurrir.

«Yo lo he aceptado», pensó Chessie con tristeza. «¿Por qué ella no puede?»

Ahora, para colmo, parecía que Alastair iba a regresar y Jenny lo había tomado como la solución a su problema, como el medio para volver a su antigua vida.

Chessie suspiró. ¡Lo que daría por ser tan joven y optimista otra vez!

Como lo era en el pasado, cuando Alastair y ella estaban juntos y les parecía que el mundo les perteneciera.

Alastair había sido su primer amor, un amor idílico: paseos estivales, nadar y jugar al tenis, y ver a Alastair jugando al cricket. Un amor lleno de besos, susurros y promesas.

Alastair la había deseado; pero, ni siquiera ahora, sabía cuál era el verdadero motivo que la había hecho contenerse.

–Cualquier hombre es capaz de decir lo que sea con tal de llevarte a la cama, querida –le había dicho Linnet con su voz profunda y ronca–. No se lo pongas fácil.

En aquel entonces, ella sintió desprecio al oír esas palabras; no obstante, no las había olvidado, como no había olvidado muchas de las cosas que Linnet había dicho o hecho.

Y si era verdad que iban a abrir la casa otra vez, Linnet volvería.

En cierto modo, había sido Linnet quien al principio los había unido a ella y a Alastair.

Sir Robert Markham, al igual que su padre, llevaba varios años viudo por aquel entonces. La gente del pueblo creía que, si alguna vez volvía a casarse, lo haría con Gail Travis, la directora del criadero de perros local y su acompañante a los actos sociales durante el último año.

Pero una noche, en una fiesta de caridad, conoció a Linnet Arthur, una actriz que se ganaba la vida trabajando como modelo y también participando en concursos de televisión. Linnet, con sus cabellos rubios, perfecta dentadura y largas piernas, decoraba la tómbola. Y, desde entonces, la pobre señora Travis pasó a la historia.

Tras un breve noviazgo, Sir Robert se casó con Linnet y la llevó a vivir a su casa.

Dio una fiesta en el jardín de la casa para presentarla, y Chessie encontró a Alastair sentado bajo un árbol al lado del río.

Alastair, de cabellos castaños, extraordinariamente guapo y más de un metro ochenta de estatura, había sido siempre su dios. Y ella encontró el valor suficiente para decirle:

–Lo siento, Alastair.

Él la miró, la pena empañando sus ojos castaños.

–¡Cómo ha podido hacer esto! –exclamó él–. ¿Cómo se ha atrevido a poner a esa muñeca en el puesto de mi madre?

Desde entonces, ambos llamaron a Linnet «La Bruja Madrastra» y pasaron incontables horas criticándola.

–Gracias a Dios que me voy a la universidad –declaró Alastair un día con burlona resignación–. Y, si puedo evitarlo, no volveré durante las vacaciones.

No volvieron a verse hasta tres años después. Tras el reencuentro, se hicieron inseparables. Ella había acabado el bachiller e iba a empezar a trabajar con su padre al final del verano, en septiembre; al principio, como secretaria particular.

Suponían que Alastair haría lo mismo en la empresa de electrónica de su padre.

Aquel verano, Chessie iba mucho a la casa de él, en la que Linnet había convencido a su marido de construir una piscina.

–Hola –le dijo Linnet un día cuando se encontraron en la piscina–. Así que tú eres la novia de Ally de este verano, ¿verdad?

Chessie se mordió los labios.

–Buenos días, Lady Markham –respondió ella educadamente.

–Por favor, llámame Linnet y tutéame –dijo la mujer sonriendo–. Al fin y al cabo, encanto, somos casi de la misma edad.

Chessie tuvo que soportar el venenoso bombardeo de preguntas y consejos al que Linnet la sometió.

Pero nada de lo que Linnet pudiera decir o hacer logró empañar su felicidad ni acabar con sus sueños respecto al futuro.

Eso le ocurrió de forma totalmente inesperada, cuando Sir Robert anunció que iba a enviar a su hijo a estudiar Económicas a América. Al principio, Alastair se opuso; al final, acabó aceptando los designios de su padre.

–¿Es que no puedes convencerlo? –le preguntó ella, implorando.

–No sirve de nada, cariño –respondió Alastair con expresión dura–. Cuando mi padre se empeña en algo, es inútil hacerlo cambiar de idea. Pero no te preocupes, Chessie, volveré. Esto no es el fin entre nosotros, no voy a permitir que lo sea.

Y ella lo creyó.

Para sorpresa de todo el mundo, unas semanas después de la marcha de Alastair a Estados Unidos, Sir Robert anunció su retirada de los negocios y la venta de su empresa a otra empresa europea. Inmediatamente después, cerró su mansión y el matrimonio Markham se mudó a España.

Ahora, al parecer, iban a volver; aunque eso no significaba necesariamente que Alastair también lo hiciera. Quizá solo fueran los sueños infantiles de su hermana Jenny.

Chessie no había querido hacerle preguntas sobre lo que había oído en la oficina de correos, y por dos motivos: en primer lugar, Jenny no debía escuchar las conversaciones de otras personas; en segundo lugar, ella no quería dar la impresión de estar interesada en el regreso de aquella gente.

Ya había estado enamorada de Alastair; esta vez, iba a tener más cuidado.

Apenas se parecía a la chica de hacía años, una chica de cabellos dorados, piel bronceada y ojos castaños que sonreían de felicidad.

Ahora su tono era gris, pensó mirándose la camisa y la blusa. Y no eran grises solo sus ropas; su reflejo en los cristales de la ventana daba la impresión de una mujer cansada, vencida. Una mujer que fue vencida durante las semanas transcurridas entre el arresto por fraude de su padre y su infarto.

Pero había sobrevivido a los artículos de los periódicos, a las visitas a la comisaría, a la creciente histeria de Jenny… y lo había hecho deliberadamente, reprimiendo su identidad, escondiéndose en el anonimato. Y, desde entonces, seguía siendo así.

Había esperado marginación; sin embargo, salvo algunas excepciones, la gente del pueblo la había tratado con tacto y delicadeza, facilitándole la adopción de su nueva identidad, de su nueva versión de la vida.

Trabajar para Miles Hunter, curiosamente, también la había ayudado. Y durante los últimos meses, incluso había logrado cierto estado de satisfacción emocional.

Pero ahora, gracias a la noticia de Jenny, volvía a sentir inquietud.

Iba a volverse para regresar al escritorio cuando oyó el motor de un coche. Estirando el cuello, vio el vehículo de Miles Hunter doblar la prolongada curva del camino y detenerse delante de la puerta principal de la casa.

Un momento después, él salió del coche. Se quedó quieto durante unos segundos; después agarró el bastón y, despacio, cojeó hasta los escalones que subían a la puerta.

Mientras lo observaba, Chessie se mordió los labios. Sus problemas no eran nada comparados con los de él, pensó con la súbita compasión que nunca se atrevía a mostrar delante de Hunter.

–Tenía el mundo a sus pies –le había dicho el señor Jamieson, el abogado de su familia, cuando ella le mencionó la oferta de trabajo y la posibilidad de permanecer en Silvertrees–. Jugador de rugby, reportero de renombre, tanto en periódicos como en televisión. Tuvo muy mala suerte cuando el convoy en el que viajaba pasó por encima de una mina.

El abogado sacudió la cabeza y añadió:

–Sufrió tremendas heridas. Creían que no volvería a caminar. Sin embargo, sorprendió a todo el mundo cuando, durante su estancia en el hospital, escribió su primera novela, Un mal día.

–Y, desde entonces, no ha vuelto la vista atrás –respondió ella con ironía.

El señor Jamieson la miró con solemnidad por encima de la montura de sus gafas.

–No, no, querida –respondió él con gentileza–. Me parece que debe pensar mucho en el pasado.

Y Francesca se sintió censurada.

Estaba de nuevo sentada en su escritorio, trabajando, cuando Miles Hunter entró.

–Acabo de ver a tu hermana –dijo él sin preámbulos–. Iba en la bicicleta y ha estado a punto de chocarse con el coche. ¿Es que no lleva frenos en la bicicleta?

–Sí, claro que los lleva –respondió Chessie apresuradamente y gruñendo para sí–. Pero va a demasiada velocidad. Hablaré con ella.

Miles le lanzó una mirada burlona.

–¿Va a servir de algo?

–Al menos lo intentaré.

–Mmmmm –Miles le lanzó una mirada reflexiva–. Me ha parecido que estaba bastante excitada, y tú también pareces estar algo inquieta. ¿Ha vuelto a hacer algo que te haya disgustado?

–Jenny no me da disgustos –Chessie alzó la barbilla al contestar.

–No, claro que no –respondió él afablemente; después suspiró con impaciencia–. ¿A quién estás intentando engañar, Francesca? Te pasas la vida condescendiendo con ella para no herir sus sentimientos. Ojalá ella hiciera lo mismo respecto a ti.

Chessie se sintió sorprendida e indignada de que Miles Hunter, de repente, la estuviera tuteando y llamándola por su nombre de pila; siempre la había llamado señorita Lloyd.

–Ha sido muy difícil para ella… –comenzó a decir Chessie a la defensiva.

–¿Más que para ti?

–En cierto modo sí. Verá, Jenny… –súbitamente, Chessie se dio cuenta de lo que había estado a punto de decir, que Jenny era la preferida de su padre. Era algo que nunca antes había admitido, algo en lo que no se había permitido pensar–. Jenny era muy joven cuando nos pasó lo que nos pasó.

–¿Y no te parece que ya es hora de que asuma algo de responsabilidad sobre sí misma? –preguntó aquel rostro moreno con expresión interrogante.

–Usted es mi jefe, señor Hunter, eso es todo –respondió Chessie–. No está a mi cuidado y no tiene derecho a juzgar mi situación. Jenny y yo tenemos una relación muy buena.

–Pero ella y yo no la tenemos tan buena –respondió él–. Al sugerirle que debería mirar por donde iba, tu hermana me ha respondido que pronto vais a dejar de molestarme. ¿Qué ha querido decir con eso?

A Chessie, en esos momentos, le habría encantado retorcerle el cuello a Jenny.

–Ha debido ser un malentendido. Lo que Jenny ha querido decir es que en otoño va a ir a la universidad y…

–Si saca buenas notas en los exámenes.

–Eso no es problema –respondió Chessie con sequedad–. Es una chica muy inteligente, no duda de que los exámenes le salgan bien.

–Esperemos que su optimismo se vea recompensado. No puedo decir que tenerla en esta casa haya sido un placer.

Chessie se mordió los labios.

–Lo siento.

–Tú no tienes de qué disculparte. No tienes la edad ni la experiencia necesarias para controlar a una adolescente temperamental –Miles hizo una pausa–. En fin, dejemos eso. He venido para preguntarte si quieres cenar conmigo esta noche.

Chessie no pudo evitar quedarse boquiabierta.

–Yo… no lo comprendo.

–Es muy sencillo. Puede que no lo parezca, pero he tenido un día estupendo hoy. Mi agente ha vendido mi novela Maelstrom a una productora de cine, la Evening Star Films, y quieren que les escriba también el guión, lo que significa que puede que salve algo del argumento de la novela.

Chessie lo veía sonreír con tan poca frecuencia, que se había olvidado de lo irresistible que podía ser su sonrisa. Con perplejidad, reconoció el atractivo de ese hombre.

–Me gustaría celebrarlo –continuó Miles–. Y como Maelstrom es la primera novela que has pasado al ordenador, me gustaría que lo celebrásemos juntos.

Ella continuó mirándolo.

–Comes todos los días, ¿no? –preguntó él finalmente.

–Sí, pero…

–¿Pero qué?

–Es muy amable al invitarme, pero no creo que sea apropiado. Al fin y al cabo, esto es un pueblo.

–Te he pedido que salgas conmigo a cenar, no que te acuestes conmigo –respondió él con paciencia–. Si quieres, pegaré un panfleto en la iglesia explicando el motivo de la cena.

Chessie enrojeció.

–Puede que usted lo encuentre pueblerino, pero he conseguido dejar claro en el pueblo que nuestra relación es estrictamente profesional, algo importante dado que vivimos bajo el mismo techo. Si nos vieran cenando juntos, la gente pensaría que las cosas han cambiado. Eso nos pondría en una situación incómoda a ambos.

«Y ya he tenido que aguantar todo tipo de rumores y vivir un escándalo en mi familia», pensó ella. «No quiero que vuelva a pasarme».

–Yo no me avergüenzo con facilidad –dijo él sin darle importancia–. Pero, si quieres, puedo llamar a un albañil para que quite la puerta que comunica tu piso con el resto de la casa y construya una pared. Eso acallaría los rumores.

–Estoy hablando en serio –protestó ella.

–Y yo, para variar, estoy tratando de ser frívolo, aunque sin suerte. ¿Es que no puedes considerar la invitación como una expresión de gratitud? Además, estás muy delgada, no te vendría mal comer bien.

–Gracias –le espetó Chessie–. Pero no pienso…

–Eso es, no lo pienses –la interrumpió Miles–. Actúa impulsivamente, aunque solo sea por una vez. Por el amor de Dios, se trata solo de una cena. ¿O es que tanto te desagrada mi apariencia física? Porque te aseguro que las peores cicatrices que tengo no están a la vista.

–¡No! –el rubor de Chessie se intensificó–. No tiene derecho a insinuar algo así.

–Ocurre –respondió él–. Vivía con una mujer cuando sufrí el accidente. Habíamos hablado de casarnos; sin embargo, cuando salí del hospital y ella me vio desnudo, decidió que no quería volver a saber nada más de mí. Y solo estoy afirmando un hecho, no implorando compasión.

–Lo sé. Me ha dejado muy claro que lo último que quiere es compasión, señor Hunter –Chessie titubeó–. Está bien, cenaré con usted… si eso es lo que quiere.

–Gracias –respondió él quedamente–. ¿Serías capaz de quebrar otra regla y tutearme? Me llamo Miles.

Chessie, de repente, se sintió muy confusa. Eso no era apropiado y debía poner punto final a la situación.

Sin embargo, se oyó a sí misma contestar:

–De acuerdo, Miles.

Él asintió seriamente.

–Bien. Te veré abajo, en el coche, a las ocho.

Miles caminó cojeando hasta la puerta que daba a su estudio y la cerró tras sí.

Chessie, con mirada perdida, clavó los ojos en la pantalla del ordenador.

¿Había accedido a cenar con Miles Hunter?, se preguntó a sí misma con incredulidad.

Capítulo 2

 

Que el ogro te ha invitado a cenar? –preguntó Jenny con incredulidad–. ¿Y tú has aceptado? ¡Dios mío, Chessie, debes haberte vuelto loca!

Chessie encogió los hombros con gesto defensivo.