Mátame - David Bueno - E-Book

Mátame E-Book

David Bueno

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Beschreibung

Imagina que te despiertas con un arma entre las manos y que es lo único que tienes para sobrevivir. Crees que lo mejor que te puede pasar es que te maten y, por fin, descansar. Pero cuando entiendes que, si mueres, tu familia también lo hará, eso lo cambia todo. Necesitas ser más fuerte que nunca para que tu gente no sufra. Tu hija ha muerto, tu marido se ha suicidado y que tú seas perseguida por uno de los cárteles más peligrosos de Sudamérica no te pone nada fácil empezar una nueva vida. Vas a tener tensión constante por sobrevivir, intentarás esconderte, huir e incluso pedir ayuda a las personas equivocadas, que volverán a meterte de nuevo en el agujero del que intentas salir. Estarás dispuesta a matar y a morir por defender a los tuyos, hasta el punto de que el miedo te empuja a ser la persona que tu vida necesita para salir de todo lo que te amenaza. ¿Conseguirás comenzar una nueva vida o terminarás…?

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Seitenzahl: 432

Veröffentlichungsjahr: 2025

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© David Fernández Bueno

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de cubierta: Rubén García

Supervisión de corrección: Celia Jiménez

ISBN: 979-13-7012-599-8

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

.

Para mi hermano Javier, nunca te fuiste.

PRÓLOGO O ALGO ASI

Si este libro cae en tus manos y no has leído nada sobre mí, te recomiendo que no le leas, que le apoyes en la estantería de tu casa y busques la manera de leer Suéñame, que es mi primera novela, en la que cuento el inicio de esta historia. Me da igual si se lo pides a tu vecina, me escribes a mí para que te lo envíe o le pirateas por internet. Solo te pido que leas Suéñame antes que Mátame.

Si eres uno de los más de dos mil lectores de Suéñame, tendrás ganas de saber cómo termina la historia de Franchesca, porque en el anterior libro te deje a medias con ese final tan inesperado.

He de decir que en este libro me he puesto puñetero con la pobre Franchesca, sí, un poco más. La empujo a que aprenda a pelear con unas circunstancias desconocidas para ella y a luchar como nunca lo hizo por mantener a su familia a salvo.

La verdad que en Mátame no la dejo tranquila ni un segundo. Tiene que huir, esconderse, buscar venganza, librarse del cártel que la persigue y conocerá el lado más oscuro de su ciudad. Si no termina con su vida ella misma, es porque sabe que, si desaparece, harán que su familia pague por ella. Franchesca aprenderá cómo sobrevivir cuando te quedas sin balas en el arma.

A ti no te voy a dar un revolver como a Franchesca, pero te voy a mantener enganchado cuando leas cómo las circunstancias la golpean de nuevo y ella intenta salir airosa de todos los problemas que le voy planteando. Vas a encontrar un libro intenso, con mucho ritmo, que no te deja descansar y, sobre todo, con muchos giros en la historia que no esperas.

Vas a tener la sensación de nerviosismo por conocer lo siguiente que le va a suceder a Franchesca y su entorno. Cada página te mantendrá en tensión, tanto por lo que pasa en la historia como porque, según me han contado muchos lectores de Suéñame, es algo tan real que le podría pasar a cualquiera, y te verás muy reflejado en la historia.

Cuando me preguntan de qué género es mi novela, siempre contesto lo mismo: «¿De qué género es tu vida?

Aquí pasarás del llanto de una tragedia a los nervios de una situación límite con disparos y huidas; de las ganas de ver a esa persona querida que tanto necesitas a, solo unas páginas después, querer que muera.

No quiero adelantar nada. Espero que te encante y que nos volvamos a ver.

.

Cuba, tres días después de la muerte de Simone

—Bienvenidos a esta reunión improvisada—comentó Ernesto—, gracias por asistir y no me andaré con rodeos. Continuamos con el plan de expandirnos por Europa y ha llegado ese momento tan esperado. Vamos a hacernos con España.

Los asistentes se miraban atónitos al ver que el patrón seguía con la idea de expansión. Pensaron que desistiría de sus planes después de verse obligado a quitar la vida de Julio, su hijo. Pero nada más lejos de la realidad, parecía como si quisiera conquistar el mundo. Se le notaba diferente después de lo ocurrido, pero no se detendría hasta conseguir lo que siempre buscó, ser el narcotraficante más poderoso del momento. Sus ansias de poder le tenían cegado y no quería volver a ser ninguneado por otro cartel como le pasó días atrás con el de Medellín.

—Perdone la intromisión, señor, pero ¿está usted seguro de que desea continuar con todo esto después de…?

—Luis, no me vengas a decir lo que tengo que hacer, voy a seguir con mis planes pase lo que pase. —Levantó la voz como nunca antes lo había hecho y su hinchada vena del cuello demostraba la tensión del momento.

—Perdón, patrón, no era mi intención. —Luis agachó la cabeza y se retractó de lo dicho aun siendo la mano derecha del patrón.

Se hizo el silencio en la sala y Ernesto se quedó pensativo mirando a un punto fijo como si estuviera pensando en las palabras de Luis.

Parece que ese momento en silencio le hizo imaginar lo que estaba a punto de iniciar al otro lado del charco.

Pocos segundos después, protagonizó uno de sus coléricos momentos que le servían para hacer ver a su gente y que tuvieran claro que esto no era una broma:

—¡Vamos a invadir España! —gritó Ernesto en la reunión bajo la mirada de su gente—. Sí, me habéis oído bien, invadir. No estoy dispuesto a esperar más. Si alguien no está de acuerdo que lo diga ahora y se mantenga al margen. —El patrón tenía claro cuál era su plan.

—Patrón… —dijo uno de sus chicos sentado delante de Ernesto—. Quizá deberíamos esperar a que Emanuel tenga todo mejor organizado…

Un disparo que sorprendió a todos interrumpió la frase al único que quiso poner cordura a esa situación. Cayó fulminado bajo la mirada de los demás miembros de la reunión, que se dieron cuenta de que Ernesto estaba fuera de sí y que iba a comenzar una guerra.

—¿Alguien más cree que esto no es bueno para nosotros? —Ernesto no se anduvo con medias tintas y marcó el camino que quería seguir. Su cara de poseso intimidaba a todos los asistentes excepto a una…

Nadie más se atrevió a decir nada después de lo visto, pero Alba que ya sabía cómo era Ernesto casi ni se asombró con la escena, se dedicó a escuchar y a esperar órdenes. Era una persona que leía muy bien las situaciones y entendió que su patrón estaba muy alterado. Allí no estaba para pensar, le pagaban por actuar y se le daba muy bien. Era una «apagafuegos», como le gustaba definirse, cualquier problema que tenía la organización o el patrón, Alba lo solucionaba de la manera más eficaz.

Ernesto continuó con la reunión dando los detalles necesarios a su gente de confianza. Era una persona que tenía las ideas muy claras, y por lo general siempre tomaba muy buenas decisiones.

—Alba se va a encargar de la investigación, aunque ya tenemos muchos datos de nuestros futuros socios en España, la enviaremos para que lo tenga todo bien atado por si la cosa se complica. —Confiaba en Alba al cien por cien, y siempre la tenía en cuenta para los trabajos más delicados.

—Vale —respondió Alba—, pero esta vez elijo yo el hotel porque el último que me buscó era una cueva con baño.

Todos sonrieron con la frase de Alba que hizo que el clima en la sala se relajase, incluso el patrón, que la miraba con cariño, sintió como una ligera sonrisa se colocaba en su boca. Alba era como una hija para Ernesto tanto fuera como dentro del negocio. Tenía la esperanza y la ilusión de que en algún momento se convirtiera en la mujer de su hijo Emanuel con el que ya había tenido una relación en el pasado y siempre se decía que tenían algo pendiente.

La reunión terminó ultimando los detalles definitivos para todos. En más o menos dos semanas, uno de sus cargamentos entraría en España y, con ello, comenzaría un crecimiento inimaginable para Ernesto.

Todos comenzaron a salir de la sala de billar mientras dos de los chicos de Ernesto recogían al compañero abatido por el patrón. Estaban convencidos de que este nuevo negocio les traería mucho trabajo y, sobre todo, mucho dinero, pero lo que también tenían claro era que la situación del cartel era un poco delicada.

Alba se quedó sentada removiendo su café esperando la información necesaria para poder continuar con su trabajo. El patrón se acercó y le entregó una carpeta con cientos de folios dónde encontraría información muy valiosa de sus futuros aliados españoles.

—Aquí te dejo todo lo que tenemos, que no es poco. Necesitamos tener a todos los trabajadores de esa organización investigados y a los que sea posible, comprados, vamos a reventar España —explicó Ernesto.

—Comprados te aseguro que será imposible —respondió Alba—, no creo que sea tan fácil hacerme con ellos, estoy segura de que serán más leales que la gente que estamos acostumbrados a tratar. Los españoles son diferentes, matarán por su patrón…

—No me pongas excusas, Alba, vete y haz tu trabajo como mejor sabes, y, sobre todo, intenta no hacer mucho ruido, que nadie se entere que estás allí. En pocos días irá Emanuel para allá, así que solo investiga e informa.

—Eso haré —respondió con una sonrisa al tiempo que se levantaba de la mesa con la abultada carpeta en la mano.

Un abrazo sentido entre ambos sirvió de despedida.

Salió de la sala y se fue de vuelta al apartamento para preparar las maletas mientras buscaba en su teléfono un vuelo que la llevara directa a Madrid.

Alba vivía en una de las estancias que Ernesto, el patrón, tenía para su gente de confianza. Era un recinto enorme con seguridad privada, muchos apartamentos donde vivían los empleados, una villa con varios edificios rodeados de jardines, palmeras y estanques donde poder aislarse de la auténtica vida cubana tan diferente a lo que se vivía allí.

En el edificio central vivía Ernesto junto a su esposa María y estaba rodeado de varias casas pequeñas que eran las estancias de sus hijos y de los trabajadores más cercanos del patrón. Un lugar paradisíaco que tenía un pequeño muelle donde descansaban motos de agua y varias embarcaciones que no pasaban desapercibidas.

No tenía mucho tiempo que perder, ya que encontró un vuelo que salía esa misma tarde desde La Habana con destino España.

Estuvo casi dos horas llenando maletas para su estancia en Europa. No sabía el tiempo que iba a estar allí, por lo que preparó dos maletas repletas de todo lo necesario para no repetir modelito en los próximos quince días. A esto le añadió otra maleta con zapatos y complementos, antes muerta que sencilla.

En unas horas estaría en España empezando con un trabajo que le encantaba, aunque no podía sospechar que esta vez le cambiaría la vida por completo.

Disfrutaba volando, y gracias a su trabajo podía hacerlo a menudo. Siempre pensó que terminaría trabajando para una agencia de viajes, ya que todo lo relacionado con este mundo le enamoraba, y de alguna manera consiguió algo parecido. Conocer lugares, personas y maneras de vivir era lo más parecido a ser agente de viajes, aunque fuera por motivos muy diferentes al turístico.

Llegó al aeropuerto como una celebrity con dos guardaespaldas y otro acompañante que le llevaba las maletas en un carro del aeropuerto. Ella cargaba con su bolso de Prada, un maletín con el portátil y los papeles que le entregó Ernesto. Llamaba la atención en ese aeropuerto repleto de turistas que la miraban como si fuera alguien famoso volviendo de sus vacaciones, pero, una vez que entró por las puertas de embarque, fue una cubana más que viajaba a España de vacaciones, o eso creía ella.

Nada más dejar en la cola del avión la silueta de Cuba, comenzó a estudiar el contenido de la carpeta. Había bastantes hojas y sabía que tenía un gran trabajo por delante para familiarizarse con las personas que aparecían en la documentación, por lo que se terminó los frutos secos que le trajo la azafata y comenzó con toda la información.

Intentó tranquilizar su cuerpo y sobretodo su mente después de todo lo vivido. Franchesca se sentó en aquel sofá de color beige que estaba un tanto desgastado y mientras los últimos rayos de sol rozaban su cara, no podía dejar de mirar aquella mochila de Mickey Mouse que se había vuelto el único recuerdo de su anterior vida y, sobre todo, de su queridísima familia. En ella no solo veía el dinero que había dentro, sino todo lo que representaba. Al mirarla volvía a su mente la sonrisa de Simone, las tardes de lluvia jugando al Monopoly, las caricias de Carlos mientras disfrutaban de un baño y la felicidad que tenía antes de que ese fatídico día llegara. No podía dejar de pensar en todo lo que le había ocurrido, todo lo que había aguantado, lo que había perdido en tan solo una semana, y se imaginaba una y otra vez despertando de esa pesadilla para volver a estar junto a su familia. Era incapaz de asimilar todo lo sucedido, sabía que su vida y su corazón siempre estarían rotos por lo que su cabeza le mostraba una escapatoria rápida que terminase con todo el dolor que sentía.

Emanuel la miraba desde la pequeña cocina del apartamento sin tener muy claro cómo afrontar aquella terrible situación, necesitaba que Franchesca cogiera el oxígeno necesario para sobrellevar el duro momento hasta ponerse a salvo de todo lo que se les venía encima. El cubano, que tampoco estaba para tirar cohetes emocionalmente hablando, se acercó a ella y sin decir nada la abrazó. Sintieron un alivio instantáneo y sus lágrimas se volvieron a juntar. Ambos estaban destrozados, pero, al contrario que Franchesca, Emanuel tenía la intención de pelear hasta el final para tener la oportunidad de comenzar una nueva vida junto a ella.

Después de este pequeño desahogo, Franchesca se intentó relajar un instante en el sofá y encendió el teléfono que había dejado cargando unos minutos antes. Una vez que se reinició, su cabeza se iluminó al ver tantas llamadas perdidas y mensajes. Le hicieron recordar que su sobrino Leo, su hermana Paula y sus padres todavía estaban en peligro. Estaba segura de una cosa; los matones que les perseguían irían en busca de su familia para presionar aún más a la pobre Franchesca en la delicada situación que estaba sufriendo.

Su familia era lo más importante para ella y solo deseaba que no les pasara nada. No dudó un segundo en llamar a su hermana para ponerla al día y sobre todo para relajarla, ya que tenía cientos de mensajes preguntando por ella y por Carlos. No era lo más recomendable en esos momentos, pero tenía que avisarles por lo menos para contar lo sucedido y que se escondieran en un lugar seguro hasta que las cosas se calmaran. Marcó el teléfono de su hermana que se sabía de memoria y pocos tonos después…

—¿Sí?, ¿quién es? —respondió una voz que le hizo derrumbarse y volver a llorar.

—Leo, cariño, soy tita Fran. ¿Qué tal estás? ¿Estás con mamá? —No podía esconder ni su llanto ni su nerviosismo.

—Hola, tita —dijo mientras se oía de fondo a la hermana de Fran.

—Déjame el teléfono cariño. Fran, ¿eres tú? ¿Cómo estáis? —preguntó aceleradísima Paula.

Esta no pudo aguantar las lágrimas al escuchar a su sobrino y a su hermana. Saber que estaban bien le dio un poco de calma. No tenía claro por dónde empezar a contar la historia que estaba viviendo.

—Fran, cariño, ¿dónde estás?, te he llamado cientos de veces. Me contó la vecina que oyó gritos, disparos y mucha gente por tu casa. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —preguntó muy asustada.

—No estoy nada bien. —No podía secar las lágrimas de sus ojos—. Carlos ha muerto, me persigue una mafia cubana y, además…

—Pero ¿qué coño dices…? ¿Cómo que Carlos está muerto?, ¿qué ha pasado? —interrumpió Paula mientras se sentaba en el sofá con cara de pánico.

—No tengo tiempo de explicarte mucho, lo único que te pido es que salgáis de casa y os escondáis durante un tiempo. Buscad un lugar seguro…

—Pero… ¿qué me estas contando? Joder, Fran, ¿dónde coño nos metemos? —respondió histérica Paula.

—¡Yo que sé! —Franchesca estaba alteradísima—. Tú prepara la maleta que os buscaré un lugar dónde os podáis esconder. Nosotros estamos bien y no te preocupes que te llamaré para contarte todo —le rogaba Fran intentando tranquilizarla.

—¿Cómo que nosotros?, ¿con quién estás?, joder, Fran, pero ¿qué ha pasado? Deberías ponerme al día porque…

—No me sermonees ahora —Franchesca cortó la conversación en un tono mucho más intenso—. ¡Joder, confía en mí! Dame solo unos minutos y te digo el lugar, así que preparad las maletas y esperad mi llamada.

Los gritos de Franchesca alertaron a Emanuel, que se acercó hasta el salón y se dio cuenta de que Franchesca estaba hablando con alguien por teléfono.

—Fran, por favor, pero ¿qué coño haces? No debes hablar con nadie y mucho menos con tu teléfono. No podemos dejar señales que puedan rastrear.

—Esta llamada era tan necesaria como respirar, era mi hermana y estoy segura de que también está en peligro. Necesitamos buscarle un lugar para esconderla —explicó Fran dejando claro cuál era una de sus prioridades en esta situación.

—De momento, no tengo un sitio pensado para nosotros, por lo que tu hermana tendrá que buscarse la vida para salir de la ciudad —respondió con gesto muy serio y dejando claro que no tenía nada preparado para la situación que estaban viviendo.

—No me puedo creer que no tengas un plan para poder salir de la cuidad. Joder, Em, es mi familia y tenemos que hacer algo con ellos, no tienen dónde esconderse y no les voy a dejar tirados.

—Joder, Fran, te vuelvo a repetir que no puedo ayudarles… No esperaba que esto terminara así.

El silencio lo invadió todo, en aquel pequeño salón se miraban a los ojos intentando buscar una solución. Fran estaba desconcertada, necesitaba encontrar un lugar donde esconderse junto con su hermana y su sobrino Leo. Algo tan discreto que nadie pudiera encontrarlos, pero ¿dónde?

La tensión era más que evidente, tenían que decidir rápido porque el tiempo jugaba en su contra. Estaban seguros de que ya tendrían a más de la mitad de la ciudad buscándolos y cuanto más tiempo pasara más difícil les resultaría salir de ella. Fran, de momento, no era consciente de cómo había llegado hasta allí ni del peligro real que les acechaba, pero lo que tenía claro era que intentaría por todos los medios que su familia estuviera a salvo. Se sentía responsable de esa situación, por lo que no se perdonaría si les pasase algo a sus seres queridos. Suficiente lastre arrastraba hasta el momento como para añadir más peso a la mochila que portaba.

No tenían demasiado tiempo para pensar y necesitaban una solución urgente, pero sus cuerpos les reclamaban otra cosa: descanso y comida. Se prepararon unos bocatas de chorizo que era lo único que tenían en ese apartamento, los dos comieron con ansia sin apenas dirigirse la mirada porque cada uno tenía una preocupación en su cabeza.

Sin más dilación, entraron en la única habitación que había para intentar descansar, sabiendo que era lo mejor que podían hacer. El día había sido un auténtico calvario y un poco de paz no les vendría nada mal. Estaban seguros de que si mantenían la calma encontrarían el camino para salir de esta.

El silencio de aquella habitación contrastaba con el de ruido dentro de sus cabezas que volaban hacia lugares muy dispares; la de Emanuel pensaba en la manera y el lugar donde encontrarse con sus socios de Europa para así poder protegerse de lo que se les venía encima, y si fuera necesario contraatacar. Y, por su parte, Fran empleaba su energía en encontrar un lugar donde esconderse junto con su hermana y su sobrino Leo.

Llegó el momento en que sus mentes les dieron un respiro. Estaban tan cansados que no pudieron evitar desconectar de su vida real y se quedaron dormidos en pocos minutos. Un descanso muy necesario para ambos, que habían visto cómo sus vidas se ponían patas arriba en pocos días.

Fran fue abriendo los ojos poco a poco disfrutando de la calma mental que mantenía en su despertar. Había dormido tan profundamente que le estaba costando ponerse al día con su nueva situación y, para ello, miraba a su alrededor desconcertada. Poco a poco, esa pequeña habitación la devolvía a una cruda realidad que aún no era capaz de asimilar. Los recuerdos de la tarde anterior, donde perdió a su marido de la peor manera posible, deslizaban de nuevo las lágrimas por sus mejillas. Que su vida desapareció para siempre lo tenía claro, pero no era capaz aceptarlo.

Emanuel ya no estaba en la cama, había madrugado un poco más y se le oía en la cocina preparando el desayuno. Franchesca se sentó en el borde de la cama sin poder creer como en tan solo una semana había perdido todo lo que tenía. Su hija Simone, el peor golpe para una madre, pero lo que continuó no fue mucho mejor… Su marido se suicida ante sus ojos y se ve obligada a huir de su vida para mantenerse a salvo.

Las lágrimas eran sus compañeras diarias y no cesaban ni un segundo. No había día que no recordara a su hija y que le rompiera el alma un poco más. Tenía el corazón tan agrietado que notaba que en cualquier momento se iba a romper. Su realidad comenzaba a golpearla y de momento no podía nada más que llorar esperando salir de esta pesadilla.

Su cabeza se ponía en lo peor viendo cómo se estaba desarrollando todo. Solo tenía una razón para seguir peleando por sobrevivir y no era otra que su familia, ellos no se merecían todo lo que les estaba a punto de suceder por su culpa. Aunque su mente la empujaba a rendirse y no buscar solución a sus problemas, la cara de su sobrino la llevaba al otro extremo regalándole el valor necesario para continuar. Se podía decir que su cabeza se había rendido pero su corazón no.

Se levantó y se acercó a la cocina de aquel apartamento donde se escondía junto a Emanuel, era muy coqueto, pero con todo lo necesario para estar unos días. El cubano la esperaba con un zumo exprimido y tostadas recién hechas para comenzar el día intentando crear un momento tranquilo para que pudieran hablar, un paréntesis en su actual vida para buscar solución a esta dramática situación.

—Buenos días, preciosa—dijo Em con una leve sonrisa en la cara.

—Hola… —Fran estaba tan golpeada que no deseaba ni disimular.

—Es una mañana complicada, cariño, ¿cómo te sientes?

—Muy complicada, Em, muy complicada… —respondió al cubano mientras le abrazaba y secaba sus primeras lágrimas del día.

Un abrazo eterno detuvo ese momento y parece que los relajó un poco. Sus vidas habían cambiado por completo y necesitaban algo que no tenían para recomponerse, tiempo.

Se sentaron a desayunar para comenzar el día de la mejor manera mientras se secaban las lágrimas. Fran se tomó de un trago el zumo que Emanuel preparó y continuó cogiendo una tostada, pero no tenía ganas de nada y tras el primer mordisco lanzó la tostada sobre la mesa. Se encontraba con un bajón terrible que no le permitía ni siquiera desayunar.

Emanuel la miraba intentando buscar las palabras adecuadas para comenzar una conversación, pero fue Franchesca la que tomó la palabra sin poder quitarse de la cabeza una idea que la atormentaba: «¿Cómo mantenerse con vida para proteger a su familia?».

—¿Qué planes has pensado para salir de esta? —preguntó deseando que Em lo tuviera todo preparado.

—Pues ahora mismo estoy un poco descolocado, no me esperaba esta situación. Tenía un plan que ahora no puedo seguir —respondió con sinceridad Emanuel—. La muerte de Pibe me ha jodido la estrategia porque no ha sucedido nada de lo pensado: tenían que quedar todos arrestados mientras yo estaba en Cuba con todo atado y preparado. Ahora, creo que empezaré por buscar a mis aliados en Europa, porque con ellos de nuestro lado lo tendremos un poco más fácil —dijo sin estar muy convencido.

—No es muy alentador tu plan —continuó Fran con cara de preocupación.

—No, la verdad es que no lo es. Como te dije ayer, lo único que tengo claro es que necesitamos salir de la ciudad. Aunque de momento no sé a dónde ir, estoy seguro que encontraré un lugar donde podamos estar a salvo.

Estuvieron unos minutos sin dirigirse la palabra mientras desayunaban. Cada uno estaba preocupado por una cosa diferente: Fran no podía quitarse de la cabeza cómo Carlos había decidido salir de su vida. Esto, unido a todo lo vivido esos últimos días y a la gran pérdida de su hija Simone, la terminó por destrozar, haciéndole sentir que su vida se complicaba demasiado. Su corazón entendió el mensaje y sabía que no podía rendirse ya que su familia dependía de ella.

No quería pensar mucho en qué pasaría con su familia si no conseguía protegerlos, solo pensaba en cómo salir de ese piso para esconderse hasta que las aguas se tranquilizasen.

Tenía claro que su anterior vida había desaparecido y que tenía que ser valiente ante lo que estuviera por venir. Le dolía ver cómo todo lo que construyó con Carlos se había esfumado, pero había algo que no le dejaba rendirse; era el momento de proteger a su sobrino, a su hermana y a sus padres, sabía que estaban en sus manos. Franchesca continuaba sin descanso buscando un lugar tanto para ellos como para los suyos. Sabía que su hermana estaba preparada para salir de la ciudad cuando se lo dijera.

Con la única que no pudo hablar fue con la madre de Carlos para contarle la peor noticia que se le puede dar a una madre. No estaba preparada para llamar a su suegra y contarle que su único hijo había muerto por lo que decidió posponerlo hasta que estuviese más tranquila.

Franchesca solo tenía una cosa clara en su cabeza: el cubano que estaba en la cocina era el único en el que podía confiar para salir de esto. Se pondría en sus manos e intentaría hacer todo lo necesario para mantenerse con vida y aunque en muchas ocasiones desearía estar muerta, pelearía sin descanso para vivir un día más.

Emanuel se sentía un poco vulnerable porque estaba fuera de su zona de confort y, además, no tenía a su gente cerca para que les pudieran ayudar. Tenía claro que su padre no descansaría hasta que diera con ellos y necesitaba encontrar una manera de esconderse, rehacerse y poder defenderse.

El cubano se sentó en el sofá acompañado de un cuaderno para preparar el plan de escape, pero su cabeza no le daba demasiadas soluciones, y las que le daba tenían bastantes lagunas.

—Creo que tengo el lugar perfecto para escondernos —dijo Fran en voz alta desde la cocina dando una pequeña solución al problema más urgente.

—No podemos ir a ningún lugar que sea habitual para ti, tiene que ser un sitio con el que no se te relacione lo más mínimo, ya que tus amigos, familiares y, por supuesto, tu casa, tendrán vigilancia diaria —contestó Emanuel.

—No te preocupes que allí no nos encontrará nadie, es un lugar apartado y que ni siquiera Carlos conocía. Es una amiga de mi infancia que tiene unos apartamentos muy discretos. Incluso ella se sorprenderá de verme. Estoy segura de que nadie nos buscará allí.

—¿Tienes claro que tu amiga no nos delatará? —pregunto Emanuel con cara de preocupación.

—No lo tengo muy claro, pero está alejada de la ciudad, no me relacionan con ella, y sí, —respondió después de pensarlo de nuevo—, creo que puedo confiar en ella.

—Si crees que es un buen lugar, por mí adelante. Solo serán unos días hasta que me ponga en contacto con mi gente de Europa —dijo el cubano aceptando la propuesta de Fran.

—No sé si será buen lugar, pero creo que allí estaré más tranquila.

—Dame la dirección de los apartamentos y decidimos —concluyó Emanuel.

—Pero hay una cosa que es innegociable —puntualizó Franchesca—. Mi hermana y Leo se vienen con nosotros.

El cubano no respondió, ya sabía que en ese tema tendría las de perder, no quería estar en constante discusión con Fran en algo tan importante para ella. Lo entendía perfectamente y no quiso poner más impedimentos por lo que se limitó a asentir con la cabeza y comenzó a recoger todo para salir del apartamento. No tenían tiempo que perder, la calle se pondría cada vez más peligrosa y les resultaría muy complicado pasar desapercibidos, o se movían rápido o darían con ellos tarde o temprano.

Emanuel envió un mensaje a sus amigos e intentó buscar un lugar seguro para el encuentro con los europeos. Estos eran su única esperanza para escapar de este problema y, aunque no tenía nada a su favor, esta gente les ayudaría en todo lo que pudieran. Llevaban tanto tiempo en contacto y haciendo negocios que ya se podían llamar amigos.

Ya tenían las maletas preparadas para salir hacia el lugar que Fran había pensado como escondite durante varios días. Intuían que todos los matones de la ciudad estaban en su busca, si no eran de la organización de Pibe, serían del cartel cubano que había puesto precio a la cabeza de estos dos enamorados. Las maletas no eran abundantes, una pequeña de Emanuel que tenía preparada del día anterior y, la más importante, la mochila con la cara de Mickey Mouse repleta de billetes que le entregó Carlos a Fran en su huida desesperada.

Dejaron la llave del apartamento encima de la mesa del salón con algo de dinero que cubría el alquiler de esos días. Cerraron la puerta y bajaron por la escalera sabiendo que no tenían marcha atrás sintiéndose perseguidos y observados. Nada más salir de su escondite, vieron que la vida en el exterior seguía igual que el día anterior y que nadie parecía estar vigilando. Sus cabezas imaginaron una escena de película; tener que salir a balazos de allí, corriendo al coche y salir pitando de aquel lugar mientras oían el zumbido de las balas persiguiéndoles. Aunque lo único que encontraron fue al panadero con su furgoneta de reparto y dos chicas paseando junto a sus perros, esto tranquilizó los ánimos de los fugitivos y continuaron hacia el coche con paso firme, pero sin dejar de mirar a todos lados.

Entraron al coche y pusieron rumbo a casa de la hermana de Franchesca. Tardarían diez minutos en llegar hasta allí y después tendrían alrededor de una hora de trayecto hasta su posible escondite. No se podían hacer una idea de cuál sería su destino si la gente de Ernesto les atrapara, pero se ponían en lo peor sabiendo de lo que era capaz.

Pusieron la radio para escuchar algo de música que les subiera un poco el ánimo y les relajase, pero la realidad les golpeó de nuevo. Una radio local interrumpió su programación para hacer un llamamiento:

—Se busca a dos hombres y una mujer armados y muy peligrosos que, en el día de ayer, asesinaron a un importante empresario de la zona que regentaba varios clubs. Se pide la colaboración ciudadana para averiguar su paradero y se aconseja que extremen la seguridad. Pueden ver sus imágenes en nuestra web y…

Fran apagó la radio con un manotazo al tiempo que se miraban sorprendidos por el anuncio. No entendieron que la policía los buscase por la muerte de Pibe. Podían intuir que la policía estuvo comprada por el argentino, pero, al faltar este, los agentes sobornados no moverían un dedo para atraparlos. Y, ahora, ¿quién se puso al frente de la organización de Pibe con tanta fuerza para que la policía los buscase también? En ese momento, la situación se puso un poco más difícil, los que en teoría debían protegerles ahora también se sumaban a su búsqueda.

—Ahora sí que estamos jodidos —comentó Fran con cara de auténtico terror—, pero ¿por qué buscan a dos hombres y una mujer?

—No sé quién será el segundo hombre. No me esperaba que la policía también nos buscara. Ahora sí que vamos a tener que movernos rápido. Entra en internet a ver si aparecen nuestras caras y salimos de dudas con el otro hombre —sugirió Emanuel.

—Eso estaba mirando ahora… —Después de unos segundos agónicos aparecieron las imágenes de los fugitivos—. No lo entiendo, Em…

—¿Qué no entiendes? —respondió Emanuel.

—Nuestras caras salen en todos sitios, pero también sale la de Carlos. No lo entiendo…

Emanuel redujo la velocidad del coche y miró a Fran extrañado por la información que les estaba llegando. Tampoco entendía qué hacía la cara de Carlos junto a la suya buscado por la policía sabiendo que estaba muerto.

—No sé lo que ha pasado, pero vamos a intentar llegar cuanto antes donde tu amiga, necesitamos un poco de calma. Pero si también tenemos a la policía buscándonos… se nos complica todo un poco más —puntualizó Emanuel—. Llama a tu hermana y dile que tiene que ir por su cuenta hasta los apartamentos.

—¡Que te he dicho que viene con nosotros! No la voy a dejar tirada —respondió nerviosa Franchesca.

—Te entiendo, pero no sería nada bueno que nos atrapasen y ella estuviera con nosotros. Ahí sí que la meteríamos en el mismo saco donde nos tienen metidos a nosotros —explicó Emanuel.

—Ya… tienes razón. Voy a llamarla y le diré el lugar donde nos volveremos a ver —respondió Fran.

Llamó a Paula para indicarle cuál era el lugar escogido para esconderse y que debía ir por sus propios medios. Fran le explicó lo que sucedería si la encontraban con ellos y Paula no puso mucha resistencia. Nada más colgar el teléfono comenzó a hacer las maletas para salir de camino a la estación de autobuses.

Mientras tanto, Carlos se despertó después de una noche muy incómoda. Fingió su propia muerte a ojos de Franchesca y por muchas vueltas que le dio esa noche a su cabeza no era capaz de eliminar el ansia de venganza hacia la persona que había sido el gran amor de su vida. Su visión de Fran estaba bastante distorsionada por todo lo que había vivido en las últimas horas, por lo sucedido con Emanuel, pero, sobre todo, por lo que su nueva amiga le había hecho sentir. Solo podía ver todo lo malo que había ocurrido y, además, Alba no hacía otra cosa que echar más leña al fuego para conseguir que la ira de Carlos creciera y creciera. De esta manera se aseguraba la alianza de Carlos hasta dar con los fugitivos.

Ambos pasaron la noche en el hotel más lujoso de la ciudad y aunque cada uno lo hizo en su habitación Alba se moría de ganas de estar con Carlos, pero este solo tenía el cuerpo para estar solo y recapacitar sobre lo que había sucedido con su vida.

No podía quitarse de la cabeza que su anhelo de ser alguien poderoso en la ciudad le había cambiado por completo su manera de vivir, en ese momento se sentía muy confuso, pero, para él, Fran era la única culpable de todo lo malo que les había sucedido. Por ese motivo, deseaba la venganza hacia Fran por encima de todas las cosas. Y, aunque no lo quisiera reconocer, después de lo de Pibe pensó que recuperarían su anterior vida y que saldrían reforzados de todo lo vivido, pero, claramente, se equivocó.

Se encontraron en la cafetería para desayunar con caras y ánimos muy diferentes.

—Buenos días, Carlos, no tienes muy buena cara.

—Hola, Alba, la verdad es que no he dormido nada… —respondió mientras se servía un café.

—Vamos a relajarnos un poco hasta que llegue don Ernesto, que, si mis cálculos son correctos, llegará esta tarde o mañana por la mañana. ¿Te apetece salir a dar una vuelta después del desayuno?

—Ahora mismo mi cuerpo no está para nada más que relajarme, dormir un poco y pensar en cómo continuará mi vida —dijo Carlos con voz muy seria.

—No me vengas con esas —respondió Alba al instante—. ¿Vas a permitir que tu mujer te deje tirado para irse con otro y todavía eres tú el que se siente mal por ello? De eso nada, vamos a preparar una venganza a la altura para recuperar nuestro honor.

—Como entenderás, no todos los días me veo en un tiroteo y, sumado a lo que yo traía de atrás, no es que me encuentre en mi mejor momento. Tengo claro que quiero vengarme de ella por dejarme tirado como a un perro para que entienda de una vez que engañarme tendrá consecuencias que no se espera. —Carlos ya hablaba como un auténtico mafioso, el odio y el resentimiento se le notaban de manera muy clara.

Alba, que había hecho muy buen trabajo con Carlos llevándole hacia donde ella quería, le miraba sorprendida por el cambio de actitud que había tenido en tan solo tres días. Una ligera sonrisa que se le escapó de la comisura de los labios al darse cuenta de que seguía en forma en el mundo de la manipulación.

No se dijeron nada más y continuaron desayunando mientras sus cabezas iban a mil por hora. Ninguno sabía dónde se estaban embarcando, ni las consecuencias que tendría en sus vidas. Alba podía hacerse una ligera idea por el tiempo que llevaba trabajando para los cubanos y porque conocía el carácter de Ernesto, pero lo que estaba a punto de ver nadie podría imaginarlo.

De repente, la imagen de los fugitivos apareció en la televisión de la cafetería donde estaban. Se quedaron absortos viendo la noticia y no entendieron por qué la cara de Carlos salía en ese informativo junto a la de Fran y Emanuel. No sabían quién había movilizado a la policía para que los buscaran, pero habían cambiado un poco las tornas; Carlos pasaba a estar buscado por la policía y, aunque verse en el telediario no fue una buena noticia para él, se sintió seguro al lado de los cubanos, estos le daban el estatus que él buscaba. Durante unos segundos por la cabeza de Carlos pasó la idea de entrar en prisión por la muerte de Pibe y las piernas comenzaron a temblar a toda velocidad.

A ellos no se les hubiera ocurrido avisar a la policía porque tenían el GPS en la mochila del dinero, por lo que no les hacía falta meter a nadie más para capturarles. Sabían dónde estaban y de momento querían mantener al margen a la policía. Tenía que ser alguien de la organización de Pibe, pero ¿quién asumió el mando una vez muertos Pibe y Carla?

—¿Por qué coño sale mi foto en las noticias? —Carlos se sorprendió al verse en la televisión.

—No sé quién te habrá puesto ahí, pero no te preocupes que si estás a nuestro lado no te pasará nada. —Alba notó la inquietud de Carlos y quiso tranquilizarle.

Las palabras de Alba calaron en Carlos y consiguieron hacer que su temor por verse perseguido por la policía se convirtiera en seguridad.

—Tenemos que poner a alguien en la calle para que nos informe de cómo está la organización de Pibe. Necesitamos saber quién está al mando porque nos va a tocar los cojones con todo esto —dijo Carlos bajo la mirada de una Alba todavía sorprendida por su cambio.

—No te preocupes que esta misma mañana tendremos a alguien buscando respuestas. Pero de momento y hasta que no llegue el patrón solo debemos observar e informar. Sin saber quién está al mando de la organización de Pibe no podemos aventurarnos a actuar. Pibe siempre tuvo mucho poder aquí en España, por lo que su sucesor habrá heredado su gente, poder e influencias —puntualizó Alba.

—No podemos permitirnos que los atrape la policía, no me gustaría perder la oportunidad de vengarme —dijo un Carlos muy serio.

—Moveré mis hilos para que no les atrapen o, por lo menos, conseguirles el tiempo necesario para que se escondan —sugirió ella un poco descolocada con la idea de tener que ayudarles a esconderse para cumplir con sus planes.

Se levantaron de la mesa sin perder más tiempo, tenían que empezar a investigar todo lo necesario para que sus «fugitivos» consiguieran salir airosos de la persecución policiaca. No podían ser detenidos o su venganza se esfumaría.

Carlos se metió en la ducha después de dejar la maleta preparada ya que no sabía cuándo iban a tener que salir corriendo. Disfrutó del agua caliente y se tomó su tiempo para relajarse después de ver su cara en el telediario.

Alba se encargaría de las llamadas necesarias para enterarse de los planes de la policía, y sobre todo para saber quién puso en marcha el operativo que los buscaba con tanta insistencia.

De momento, él solo era un ayudante para ella, pero aprendía a pasos agigantados y tenía algo que Alba no, las ansias de poder que le hacían tan peligroso y alguna amistad del barrio que le podría servir de ayuda en estos momentos. Podrían hacer muy buen equipo y Alba lo sabía, se compenetraban muy bien y ambos buscaban lo mismo; poder, dinero y, sobre todo, resarcirse de una traición amorosa.

Después de asearse, se juntaron en la habitación de Carlos y, antes de salir, miraron en la pantalla del teléfono donde marcaba el GPS que tenía la mochila del dinero. Vieron que ya estaban en movimiento y, tras comprobar hacia dónde se dirigían, Alba hizo una llamada muy necesaria.

Emanuel y Fran conducían por la ciudad evitando las grandes calles por si encontraban algún control policial, tenían esperanza de encontrar el camino para salir de allí sin ser vistos. Mientras pasaban de una calle a otra, su único deseo era no encontrar un control policial, porque el coche en el que iban no aguantaría la presión si tuvieran que darse a la fuga de una patrulla. Todos sus males parecieron juntase y el universo les quiso poner a prueba.

Después de doblar una esquina, se encontraron una retención. Era una calle de sentido único, por lo que, si fuese un control, no tendrían escapatoria. Se miraron muy nerviosos y, sin conseguir ver lo que producía el atasco, sus cabezas se ponían en lo peor y buscaron la mejor manera de pasar desapercibidos. El pánico les invadió y Emanuel sin pensar decidió…

—Voy a entrar aquí y saldremos a pie para ver si hay policía —dijo mientras entraba en el parking de un supermercado—. Eso sí, vamos a subir por separado ya que nuestras caras han salido en el telediario y quizá solos pasamos más desapercibidos.

—Me parece buena idea, aunque yo con estas pintas no sé si pasaré desapercibida… —respondió Fran que estaba tan nerviosa que no acertaba ni a quitarse el cinturón.

—Vayamos a comprar algo y salimos a la calle para ver lo que pasa. Intenta estar tranquila porque, pensándolo fríamente, que nos coja la policía es el menor de nuestros problemas.

—No me vengas con chorradas —replicó Fran muy nerviosa.

Compraron bebida y algo para comer. En poco más de cinco minutos ya estaban saliendo del supermercado y mirando con disimulo hacia el atasco, vieron que la policía no les estaba esperando. Seguían muy nerviosos y casi ni se hablaban, pero el hecho de no encontrar nada sospechoso y ver que la normalidad reinaba en el ambiente los relajó hasta el punto de que Fran cogió de la mano de Emanuel y apoyó su cabeza en el hombro del cubano.

No quisieron esperar más y volvieron al coche para continuar con su camino.

Fran y Emanuel parecía que respiraban un poco más tranquilos, salían de la ciudad por una autovía que les regalaba la libertad que tanto buscaban. La tensión que hasta el momento no les dejaba articular palabra fue la misma que los llevó a gritar como si estuvieran celebrando el premio de la lotería. Un momento de desahogo muy necesario para su tranquilidad mental que acompañado de una risa contagiosa fue la manera de soltar la tensión acumulada mientras se veían a salvo saliendo de la ciudad ya en las afueras.

Disfrutaban del tentempié comprado hace unos minutos mientras Emanuel conducía todavía bajo el efecto de la euforia y los nervios. Fran, ya un poco más tranquila, solo podía mirar a su enamorado sin dar crédito a todo lo que estaban viviendo y seguía viendo en Emanuel al único capaz de sacarla de todo esto junto a su familia. Fran vivía en un sube y baja de emociones que en cada momento la llevaba de un extremo al otro, unas veces para tirar todo por la borda rindiéndose a la situación y otras luchar como una guerrera para salir de ella.

Hoy era el día de poner a prueba los nervios porque otra retención los alertó y aceleró sus pulsaciones de nuevo. Esta vez sí, al final del atasco se podía ver varios coches de la Guardia Civil haciendo registros aleatorios a los coches que salían de la ciudad. No podían detenerse porque había demasiados coches que les impedían dar la vuelta y sería muy sospechoso quedarse allí parados. El ritmo se redujo considerablemente y el momento que llevaban esquivando toda la mañana les dio caza. Tendrían que asumir su captura e intentar salir airosos de esa situación. No había escapatorias, ya que estaban en un puente que les impedía salir del coche corriendo para escapar campo a través y sabían que corriendo serían atrapados en muy poco tiempo.

—Ahora sí que estamos jodidos —suspiró Emanuel con cara de derrotado mientras miraba a Fran sintiendo que la había fallado.

Este jarro de agua fría era lo único que le faltaba a Fran para hundirse y que perdiera las pocas fuerzas que la mantenían con vida. Si fuera detenida ya no tendría nada más por lo que luchar. Sin llegar al control policial, ya se estaba despidiendo de Emanuel porque se sentía derrotada y sin ganas de mantener la pelea por vivir. Solo podía mirar a Emanuel como quien se despide sabiendo que su historia se había terminado para siempre.

—Se terminó, Em, ahora ya no tenemos salida y tengo claro que no viviré mucho más. Eres mi única razón por la que me mantenía con vida. Has sido el amor…

—¡No me jodas, Fran!, vamos a salir de esta —interrumpió Emanuel con los ojos a punto de romperse—. No voy a permitir que nos separen y mucho menos perderte para siempre.

—Mi cabeza no me da más opciones, estoy desolada, solo deseo dormir y no despertar nunca más. —Las lágrimas inundaron el rostro de Fran y se abrazaron justo unos metros antes del control policial, donde un guardia civil les indicaba que detuvieran el coche.

Emanuel tampoco pudo contener las lágrimas mientras paraba el coche delante del guardia civil. Sabía que no tenían escapatoria, su historia junto a Fran encontró su final en manos de un guardia cualquiera que les descubriría intentando escapar. Emanuel se secó las lágrimas, piso el freno y puso el de mano. Podía intuir lo que pasaría a continuación, miraba a Fran que no podía parar de llorar, mientras se agarraban de la mano a modo de despedida.

Bajaron la ventanilla, y el agente se acercó con un papel en la mano donde se veía las fotos de ambos. Miró la hoja, levantó la mirada para corroborar que eran ellos. Asintió con la cabeza al mirar a Emanuel, se agachó un poco más para ver a su acompañante y en sus ojos se pudo ver que les reconoció.

Alba aterrizó en Madrid cansada de ver las fotos de esa carpeta sintiendo que había perdido el tiempo. Estaba saturada de informaciones que no aportaban nada a su trabajo, o eso creía ella. Se centró en solo tres personas del entorno de Pibe porque eran las más cercanas en ese momento.

Nada más desembarcar y recoger las maletas, le quedaban alrededor de cuatro horas hasta llegar a su destino. Necesitaba relajarse un poco, ya que, si no fuera así, su cabeza la tendría prisionera durante todo el viaje. Nada más montar en el coche que la llevaría hasta el norte de España, llamó a Emanuel que estaba de viaje por Europa visitando a unos socios muy importantes para la operación.

—Dime, Alba, ¿qué pasó? —respondió Emanuel con un tono de voz muy acelerado.

—Hola, querido, solo te llamo para decirte que ya llegué a España y estaría genial que nos viéramos antes de la reunión. —Alba siempre estuvo enamorada de Emanuel durante muchos años y no había perdido la esperanza de volver con él.

—Me va a ser imposible, tengo muchos trámites que hacer y no sé ni cuándo llegaré a España. Estate preparada porque la reunión con Pibe será sin avisar, no quiero darle tiempo de pensar ni organizarse —respondió el cubano.

—Avísame, necesitamos vernos antes de la cita con Pibe para ponernos al día.

—Tengo que dejarte, un beso —colgó Emanuel.

No era un hombre que se pusiera nervioso habitualmente y verle así sorprendió a Alba. Tenía muchas tablas en este mundillo y enseguida entendió que algo en Emanuel no estaba bien. Alba tenía muchos contactos tanto en España como en el resto del mundo y, mientras se dirigía a su desino, hizo algunas llamadas para investigar en que estaba metido su enamorado, porque Emanuel siempre sería el dueño de su corazón.

Las horas dieron para mucho y Alba usó a sus contactos más importantes e influyentes para descubrir algo que por una parte le sorprendió, pero, por otra, era lo esperado después de lo sucedido con Julio, el hermano de Emanuel. Una persona de confianza le informó de la colaboración de Emanuel con la DEA, pero nadie pudo asegurar si era cierto que estaba trabajando junto a la policía antidroga de los Estados Unidos de América. Esto la dejó bastante preocupada, ya que no quería verse envuelta en una investigación como esa.

Nada más llegar al destino donde pasaría los próximos días, y después de aprovechar muy bien las horas de viaje, se dio una ducha muy necesaria y, sin perder tiempo, salió en busca de una de las personas que aparecían en el dosier.

Salía de la habitación con las pilas cargadas después de refrescarse y bajó a la recepción del hotel donde había una empresa de alquiler de coches. No dudó en coger el coche más caro que tenían. Un todoterreno negro muy lujoso que a Alba le encantaba.

Decidió ir a casa de esta persona para conocer un poco la zona y también necesitaba tomar algo para cambiar el chip. Nada más llegar a la primera dirección y, por casualidad o no, Carlos salía por la puerta y se metió en un taxi.

Carlos, que era el marido de Franchesca, también estaba en el dosier y, ya que tuvo la oportunidad, le siguió para conocerle mejor. Aparecía tanto por su relación con Fran como por ser una persona interesante para fichar por el cartel.

Por otro lado, Carlos tenía claro que esa iba a ser su noche para desconectar. No se arregló en demasía porque hoy no quería impresionar a nadie, por lo que unos vaqueros y una camiseta azul marino le bastaron para aislarse en su mundo. Dejó una nota en la encimera de la cocina que decía «no me esperes para cenar». Franchesca ya sabía que cuando se encontraba con esta clase de mensaje, Carlos intentaría ahogar las penas que en ese momento le estuvieran presionando. Después de todo lo sufrido con la pérdida de Simone, necesitaba una de sus escapadas a ese lugar donde pasó gran parte de su infancia que le daba fuerza y la suficiente paz mental para seguir adelante.

Ya sabía cómo iba a terminar la noche, borracho como una cuba, por lo que llamó a un taxi sin dudar un segundo. En menos de diez minutos llegó al Oasis, su bar de la infancia, y se sorprendió por la cantidad de gente que había. Llegó hasta la barra y después de saludar a algún conocido, pidió un vodka con naranja. El camarero, que era un viejo amigo, le recibió con una sonrisa y el puño cerrado esperando ese saludo tan característico que hacían desde niños.

—¿Qué tal estás, Litos?, ¿dónde te metes?

—Muy bien, tío, hacía mucho que no venía por aquí —contestó Carlos—. Pero cómo tienes el bar, macho, te debes estar haciendo de oro.

—Ya te digo, hoy estamos a tope. Ya sabes que este bar suele ser tranquilo y que nuestro plato estrella no está en las copas —respondió Nico, que así se llamaba el camarero.

Ambos rieron con la complicidad que les daban tantos años de amistad. El primer trago de vodka siempre le ponía los pelos como escarpias. Esa sensación de amargura le encantaba y le hacía recordar las tardes en el parque con los colegas siendo unos críos. Sin darse cuenta, tenía la segunda copa esperando su turno para entrar en acción.

En el bar, casi lleno, se mezclaba el bullicio de la gente con el de la bola del futbolín golpeando sin descanso contra las paredes de ese mini estadio que entretenía a unos cuantos mientras tomaban una cerveza tras otra. Aunque Carlos quería estar solo pensando en sus cosas, no rechazaba una conversación con nadie y mucho menos con una chica guapa:

—Déjame acompañarte con esa copa, que hoy no me apetece beber sola. —Una voz femenina y muy sensual sorprendió a un Carlos inmerso en sus pensamientos.

—Sí, claro, siéntate por aquí —respondió al ver a esta mujer tan atractiva pidiendo compañía.

—Gracias, me llamo Alba.

—Yo soy Carlos, encantado —respondió al tiempo que se daban dos besos.

—Necesitaba un trago, porque vaya un día que llevo… ¿Vives por aquí? —Alba también buscaba una conversación.

—Sí, vivo aquí cerca y nunca te había visto en este bar, y por lo que veo no eres de aquí, ¿verdad?

—No, soy cubana, pero estoy de paso unos días por la ciudad.

—A mí a veces también me gustaría estar de paso por la ciudad—respondió Carlos con un gesto tenso a lo que Alba replicó ofreciendo un brindis sin decir ni una palabra.