Melodía en el corazón - Helen Brooks - E-Book
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Melodía en el corazón E-Book

Helen Brooks

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Beschreibung

Lo único que quería para Navidad ese hombre que tenía de todo era ¡volver a tener a su esposa en la cama! El día de Nochebuena, Melody James salió del hospital para comenzar una nueva vida sin Zeke, su poderoso y carismático esposo. Se había recuperado de las lesiones que habían terminado con su carrera de danza, y con su matrimonio, pero su corazón seguía hecho pedazos. Zeke, el magnate, había luchado mucho para ser el mejor, abriéndose camino desde la nada, y estaba dispuesto a luchar para recuperar a Melody. Dispuesto a seducirla, la llevó a una impresionante suite de Londres…

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Seitenzahl: 192

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Helen Brooks

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Melodía en el corazón, n.º 2431 - diciembre 2015

Título original: A Christmas Night to Remenber

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7255-4

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

CÓMO has podido desear algo con todo tu corazón, vivir durante horas días y semanas interminables, anticipando el momento en que llegara a suceder, y estar completamente aterrorizada ahora que ya ha sucedido?»

Melody cerró los ojos con fuerza y se esforzó por recuperar el control. Era capaz de hacer aquello. De hecho, tenía que hacerlo. No tenía elección. Esa noche su cama del hospital podría ocuparla otra persona, y estaba completamente prohibido compartirla.

El breve instante de humor negro la ayudó a recuperarse. Abrió los ojos y relajó los puños. Aquella habitación había sido su casa durante tres meses desde el accidente. Una de las enfermeras que la atendía le había dicho que a los pacientes que se preveía tuvieran un ingreso largo los acomodaban en aquellas habitaciones individuales con baño. Ella sospechaba que Sarah, la enfermera, había tratado de advertirle que no esperara milagros. Le levaría tiempo recuperarse de la lesión que había sufrido en la columna y en las piernas al ponerse delante de un camión una mañana. Nada más despertar de la anestesia después de la primera operación, y ver la expresión del rostro de Zeke, supo que su vida había cambiado para siempre.

«Basta. No pienses en él. Esta mañana has de ser fuerte».

Obedeciendo a su voz interior, Melody agarró su chaqueta de invierno. A pesar de que el hospital tenía calefacción central, sabía que en el exterior hacía un frío terrible. Los expertos habían anunciado unas Navidades blancas, y parecía que por una vez iban a acertar. Ya había nevado una pizca aquella mañana y el cielo estaba muy oscuro.

Melody se acercó a la ventana y contempló la vista por última vez. El aparcamiento estaba lleno, como siempre, y la gente caminaba por las calles de Londres en sus quehaceres diarios. Gente normal. Se mordió con fuerza el labio inferior. Chicas que podrían ponerse una minifalda o un bikini ese verano, sin pensárselo dos veces. Ella había sido así, sin embargo, cada vez que veía una revista o un anuncio de la televisión, solo encontraba mujeres perfectas con piernas largas y piel delicada.

«Basta». Se apartó de la ventana, odiándose por autocompadecerse cuando menos lo esperaba. Era afortunada por estar con vida. Lo sabía, y se sentía agradecida por ello. Al parecer, debido a las lesiones y a la gran pérdida de sangre que sufrió en el accidente, había estado en estado crítico durante días. Recordaba vagamente a Zeke sentado en su cama, sujetándole la mano en la sala de Cuidados Intensivos, y había tardado una semana entera en despertar y descubrir que su cabeza volvía a funcionar como antes.

Parecía que había pasado mucho tiempo. En cuanto fue posible la trasladaron del hospital de Reading a ese, especializado en lesiones medulares. Hasta hacía poco ella no se había enterado de que Zeke había intervenido para que fuera así, ni de que con su tipo de lesión era fundamental tener atención especializada para una buena recuperación a largo plazo. Sin embargo, haberse enterado antes no habría influido en su decisión de finalizar su matrimonio.

Melody atravesó cojeando la habitación y miró la maleta que había preparado aquella mañana. Ya tenía toda la documentación que necesitaba y se había despedido del personal, sin embargo, le costaba marcharse del lugar que se había convertido en su refugio durante los últimos meses, aunque había anhelado recuperar el control de su vida. Allí no importaba que cojeara al caminar. El personal de enfermería se sentía orgulloso de que ella hubiese luchado tanto para volver a caminar. Y en lugar de hacer una mueca al ver sus cicatrices, la halagaban por haber soportado las dolorosas sesiones de fisioterapia día tras día.

Afuera la esperaba el mundo real. El mundo de Zeke. Melody tragó saliva. Un reino donde los ricos tenían el poder, y todo debía ser perfecto. Ella había vivido en ese mundo una vez, por poco tiempo.

Enderezó los hombros y se recordó que ese tipo de pensamientos la debilitarían, cuando lo que necesitaba era estar fuerte. No obstante, ese día le costaba mucho controlar su mente tal y como había hecho desde que le había dicho a Zeke que su matrimonio había terminado y que no quería que la visitara nunca más.

Zeke James, un destacado empresario y rey del mundo del espectáculo. Un mundo que dirigía de manera distante e implacable. Ella había oído hablar de él antes de conocerlo durante una audición para un papel de bailarina en un espectáculo. Zeke era conocido por todos en el mundo del espectáculo.

Melody había llegado tarde a la audición, algo impensable si realmente pretendía conseguir el trabajo. Por cada bailarina elegida, había más de cien decepcionadas. Había una competencia feroz y los empleos eran escasos. Ese día, la señora Wood, una mujer mayor que vivía en la planta baja de la casa en la que Melody estaba viviendo, había encontrado muerto a su gato en la calle y estaba tan afectada que Melody no se había atrevido a dejarla sola hasta que no llegó la hija. Después, corrió hasta el teatro donde se hacían las audiciones, llegó allí sin aliento y colorada y el director le echó la bronca delante de todo el mundo, sin darle opción a explicar por qué había llegado tarde. Cuando salió al escenario para bailar su pieza, había perdido la esperanza de conseguir el papel de bailarina principal que había solicitado.

Quizá ese fuera el motivo por el que bailó los pasos que había practicado cada tarde a la perfección... No tenía nada que perder. Se había sentido como si su cuerpo fuera un instrumento musical bien afinado, y respondió ante los acordes del piano fluyendo con el ritmo y con gran precisión.

A Melody le temblaron los labios un instante. Nunca volvería a sentirse de ese modo. Una pérdida momentánea de concentración y había terminado para siempre con la carrera que tanto se había esforzado en forjar. Todos los ensayos que había realizado de pequeña, el tiempo que había pasado forzando su cuerpo para alcanzar un estado físico y una agilidad extrema, ya no servía para nada. Los años que había pasado bailando en clubs y cabarets para adquirir experiencia, el tiempo que había trabajado como camarera para pagar el alquiler, la falta de oportunidad para echar raíces en algún lugar, puesto que la mayoría de las compañías de danza actuaban en el extranjero, los sueldos bajos y la disciplina constante, ya no servían para nada.

«Pero nada es tan importante como haber perdido a Zeke».

Melody continuó de pie en aquella pequeña habitación, inmersa en sus recuerdos.

La primera vez que vio a Zeke fue cuando, después de la audición, alguien se levantó en el auditorio y comenzó a aplaudir despacio. Ella permaneció de pie, jadeando ligeramente y sin saber cómo reaccionar, mirando a un hombre alto de cabello oscuro y rasgos duros.

–Excelente, señorita... –él había consultado el papel que llevaba en la mano–. Señorita Brown. Más vale tarde que nunca. ¿O es que tenemos una divaentre nosotros que espera que nos sintamos agradecidos por el hecho de que haya venido?

Ella enseguida tuvo el presentimiento de que era Zeke James. Detrás del escenario se rumoreaba que el hombre estaba presenciando la audición. No le cayó bien desde el primer momento. Sus palabras estaban llenas de sarcasmo.

Melody trató de mantener la calma y dijo:

–Siento haber llegado tarde, pero ha sido inevitable.

–¿De veras? –preguntó él–. ¿Me gustaría saber qué era más importante para usted que un papel en mi producción? Supongo que habrá sido un asunto de vida o muerte.

–De muerte.

Durante un instante, él la miró sorprendido.

–Lo siento –repuso Zeke, mirándola fijamente antes de sentarse.

Una vez entre bastidores, un par de bailarinas que Melody conocía se acercaron a ella para que les contara lo que había sucedido.

–¿Un gato? –Katie, una ambiciosa pelirroja la miró incrédula–. Cuando te oímos hablar de que alguien había muerto pensamos que era alguien muy cercano, pero ¿un gato?

–Puede que para vosotras solo sea un gato, pero era el compañero y el mejor amigo de la señora Wood y ella estaba destrozada –contestó, consciente de que Katie nunca lo comprendería.

El mundo de la danza era muy competitivo y solo una de cada diez bailarinas inscritas en Equity estaba trabajando. Las perspectivas siempre eran malas. Todos los profesores de danza que había tenido le habían insistido en que solo los bailarines más dedicados y talentosos eran los que llegaban a tener éxito.

Katie, que también se había presentado para el papel de bailarina principal, dijo:

–Cariño, eres un encanto, de veras, pero yo no habría hecho esperar a Zeke James ni aunque mi querida madre se hubiera muerto delante de mis ojos esta mañana. En este mundo tienes que ocuparte de lo más importante, porque nadie más lo hará por ti. O comes o te comen.

Una de las otras bailarinas intervino en ese momento.

–Todas sabemos que nos pisotearías a cualquiera, Katie, si de ese modo pudieras conseguir lo que deseas, así que imagina a una mujer y a su gato.

–Es cierto –sonrió Katie–. Y la única diferencia entre tú y yo es que yo lo admito sin problema. Tú harías lo mismo, Sue. Y tú, Christie. Todos lo haríamos, excepto quizá Melody, nuestro angelito.

De pronto, se percataron de que Zeke James, el director de la compañía y el productor estaban tomándose un café, de pie, a poca distancia de ellas. Era evidente que los hombres habían oído la conversación, porque Zeke se acercó a ellas con una cara muy seria y murmuró para que nadie más pudiera oírlo:

–Es la primera vez que alguien le da más importancia a un gato que a mí, señorita Brown. Una experiencia novedosa.

Él se retiró antes de que Melody pudiera vengarse, y cuando ella miró a Katie, supo que la bailarina sabía en todo momento que Zeke James estaba escuchándolas.

Diez minutos más tarde las hicieron subir de nuevo al escenario. A Melody le habían dado el papel de Sasha y Katie era la suplente. Y al salir del teatro, se encontró con que Zeke la esperaba en un Ferrari de color negro...

«Basta». Melody negó con la cabeza y se esforzó para no pensar en ello.

Movió la cabeza para liberar su cabello rubio rojizo del cuello de la chaqueta y agarró la maleta con manos temblorosas. Respiró hondo y consiguió tranquilizarse. Una pequeña victoria, pero alentadora.

«Todo va a salir bien», pensó. Lo tenía todo planeado. Lo único que tenía que hacer era ir poco a poco. El personal del hospital pensaba que iba a quedarse en casa de unos amigos, pero en cuanto ella se enteró de que podría marcharse el día antes de Nochebuena llamó a varios hoteles de Londres hasta que encontró una habitación libre y la reservó para una semana entera. Debido a un problema con los informes del hospital le dieron el alta un día más tarde, pero en el hotel le mantuvieron la reserva cuando se enteraron de que llegaría el día de Nochebuena. La habitación era cara, pero ella se sentía afortunada por haber encontrado donde alojarse en esas fechas.

Una vez en el ala principal, Melody se emocionó al ver cómo las enfermeras se arremolinaban a su alrededor a pesar de que ya se había despedido de ellas por la mañana. Cuando por fin entró en el ascensor para dirigirse a la planta baja, se sentía como si estuviera adentrándose a un territorio hostil.

Cuando el ascensor se detuvo y se abrieron las puertas, tuvo que forzarse a moverse.

Un hombre robusto pasó junto a ella de camino al ascensor y, debido a sus lesiones, ella estuvo a punto de perder el equilibrio. Melody se tambaleó y el peso de la maleta impidió que recuperara el equilibrio. Horrorizada, pensó que se iba a caer. Se había negado a llevar bastón o muletas, pero una cosa era caminar por el pasillo donde estaba su habitación y otra muy distinta recorrer una recepción llena de gente.

De pronto, un par de brazos fuertes la sujetó y, segundos después, alguien le retiró la maleta de las manos.

–Hola, Melody –la voz de Zeke era inexpresiva y la mirada de sus ojos color negro, indescifrable.

–¿Qué...? –preguntó ella mirándolo asombrada–. ¿Cómo...?

–Las preguntas más tarde –la guio hasta la puerta sujetándola del codo–. Ahora salgamos de aquí.

Capítulo 2

FUE el aire frío del exterior lo que la hizo reaccionar. Melody retiró el brazo con fuerza y se detuvo para mirar a Zeke.

–¿Qué haces aquí?

–¿No es evidente? He venido a recoger a mi esposa –contestó con calma, pero Melody sabía que no era así como se sentía. Zeke era experto en disimular sus emociones y pensamientos y eso era uno de los atributos que hacía que siempre tuviera éxito.

Tenía muchos más.

A los treinta y ocho años, Zeke ya llevaba veinte construyendo su imperio, gracias a una fuerte determinación privada de sentimientos. No respetaba a las personas, durante los dos años que llevaban casados, fue el día de su veinticinco cumpleaños cuando subió al altar, Melody se había dado cuenta de que Zeke trataba a cada artista de la misma manera, independientemente de que fuera una gran estrella o una principiante. Él esperaba que tuvieran dedicación completa y que se comprometieran al cien por cien, y si lo conseguía se convertía en un hombre encantador. Si no...

Por supuesto, su carisma ayudaba, sobre todo con las mujeres. Era un hombre alto y corpulento, aunque no tenía ni un gramo de grasa en el cuerpo. Sus facciones eran demasiado duras como para considerarlo atractivo, pero había algo en él que emanaba un magnetismo que enfatizaba su masculinidad y su atractivo sexual.

Los ángulos de su rostro resaltaban gracias a su cabello oscuro y sus ojos negros, pero era su boca lo que a ella siempre le fascinaba. En reposo era deliciosamente irregular y al mirarla sentía un cosquilleo en el estómago, y su voz... En su primera cita Melody había pensado que podría escuchar aquella voz grave durante años. Y todavía lo pensaba.

No obstante, había tomado una decisión y era irrevocable. Ya no pertenecía al mundo de Zeke. Quizá nunca lo había hecho. Y no estaba dispuesta a aferrarse a él hasta que incluso los recuerdos de los momentos más felices de su vida fueran amargados por el presente. Nunca había comprendido cómo era posible que él hubiera llegado a amarla, y menos cuando él podía tener a la mujer que quisiera, pero la Melody con la que se había casado había desaparecido.

Tratando de que no le temblara la voz, Melody dijo:

–¿Cómo sabías que me marchaba hoy? No se lo he dicho a nadie.

–Yo no soy nadie. Soy tu marido –esbozó una sonrisa.

Melody se estremeció. Reconocía muy bien esa sonrisa que no era sincera, a pesar de que nunca se la había dedicado a ella. Claro que tampoco nunca se había enfrentado a su voluntad.

–Estamos separados y te he pedido el divorcio.

–Y yo te he dicho que solo lo conseguirás pasando por encima de mi cadáver –dijo él con naturalidad–. Bueno, ¿nos quedamos aquí discutiendo con este frío o vas a ser lo bastante sensata como para acompañarme a casa?

–No tengo intención de hacer ninguna de las dos cosas –miró hacia la parada de taxis que estaba fuera del recinto hospitalario–. Voy a tomar un taxi hasta mi destino, así que, ¿me das la maleta, por favor?

Él negó con la cabeza.

–No.

–Lo digo en serio, Zeke.

–Yo también.

–De acuerdo. Quédatela –tenía el bolso donde llevaba el dinero y las tarjetas–, pero déjame en paz.

–¡Ya basta! –exclamó él–. Te he dejado en paz seis semanas, tal y como pediste. Pensé que habría sido tiempo suficiente para que entraras en razón, después de que el médico me dijera que mi presencia te disgustaba y entorpecía tu recuperación, pero no pienso permitir que esta farsa continúe ni un minuto más. Eres mi esposa y estamos en esto juntos para siempre ¿recuerdas? Para lo bueno y para lo malo, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe.

Melody solo oyó la parte de para siempre. Pensó en el cumplimiento del deber, en hacer lo correcto, a pesar de que todo lo que él transmitía era lo contrario. No pudo evitar sentirse pequeña, insegura.

Zeke nunca había ocultado el hecho de que le gustaba deleitarse con su cuerpo. Cada noche, e incluso alguna vez durante el día, le había hecho el amor, trasladándola a lugares inimaginables. Era un amante generoso y con talento, aventurero e infinitamente cariñoso, siempre dispuesto a darle placer mientras satisfacía su propio deseo. Melody nunca se había acostado con otro hombre, ya que siempre había querido esperar al adecuado. De pronto, Zeke había aparecido en su vida y en menos de dos meses desde la primera cita, ella se había convertido en la señora James.

Melody respiró hondo justo cuando empezaba a nevar.

–Hacen falta dos para mantener un matrimonio, Zeke. No puedes obligarme a que me quede.

–No puedo creer que esté oyendo esto.

–Pues hazlo, porque hablo en serio. Ahora todo es diferente.

–¿Estás diciendo que ya no me quieres? –preguntó él–. ¿Es eso?

Ella bajó la mirada para evitar la de Zeke. Era la única manera de mentir.

–Sí, eso es. Ya no te quiero.

–Dímelo mirándome a los ojos –la sujetó por la barbilla–. Dime que estás preparada a olvidar los dos últimos años y todo lo que hemos compartido, como si nunca hubiera sucedido. Dímelo, y mírame mientras lo haces.

–Por supuesto que ha sucedido, y siempre estaré agradecida por ello, pero las cosas cambian. La gente cambia.

–¡Yo no he cambiado! –exclamó él, y negó con la cabeza, como disculpándose por haber elevado el tono de voz–. Yo no he cambiado –repitió más calmado–. Y no creo que tú lo hayas hecho.

–Yo sí –dijo ella, con tanta amargura que él tuvo que creerla.

Se había casado con una mujer joven y plena, sin embargo, ella ya no se sentía joven y era evidente que estaba destrozada por dentro y por fuera. Y en el mundo de Zeke no había lugar para lisiados físicos o emocionales.

–¿Te refieres al accidente? ¿A tus piernas? –preguntó en voz baja–. Eso a mí no me importa... Lo sabes, ¿verdad? Sigues siendo tú...

–No. Soy diferente, Zeke. Y no puedes sacar una varita mágica y convertirme en la vieja Melody, igual que no puedes fingir que no estoy lesionada. Nunca podré volver a bailar. Ni siquiera podré caminar sin una muleta. Tengo meses de fisioterapia intensiva por delante y ya me han advertido de que cuando me haga mayor tendré muchas posibilidades de tener artritis. Incluso podría acabar en silla de ruedas.

–Lo sé. He hablado con el doctor varias veces, y he planificado el tratamiento con él –antes de que ella pudiera reaccionar, él la agarró del brazo y añadió–. Empieza a nevar y te estás quedando helada. Al menos, ven a sentarte en el coche.

–Te he dicho que voy a tomar un taxi.

Él llevaba un abrigo negro y la miraba fijamente. Ella se fijó en que el cabello se le rizaba sobre la nuca, cuando acostumbraba a llevar el pelo corto, casi al estilo militar. ¿Se lo había dejado a propósito o pensaba cortárselo? Por algún motivo, al pensar en ello Melody flaqueó, y para contrarrestar empleó un tono de voz más duro de lo necesario.

–Y no quiero que vuelvas a hablar con mi médico, ¿de acuerdo? Y mucho menos que tomes decisiones sobre mi tratamiento. Puedo cuidar de mí misma. Ya no estamos juntos, Zeke. Asúmelo.

Después de todo, antes de conocer a Zeke había cuidado de sí misma durante años. Su abuela le había contado que su padre había abandonado a su madre antes del parto, y puesto que su madre había fallecido cuando Melody era un bebé, no tenía ningún recuerdo de ella. Melody se había criado con su abuela materna. No tenía tíos, ni primos, ya que su madre era hija única, y sus abuelos se habían divorciado y el abuelo se había marchado antes de que ella naciera.

Había tenido una infancia solitaria, sobre todo porque su abuela no le había facilitado que entablara amistad con otros niños. Melody asistía a clases de baile dos veces por semana y a los dieciséis años fue aceptada en la escuela de danza. Nada más graduarse, su abuela falleció dejándole una pequeña herencia. Ella se mudó de su ciudad natal al oeste de Inglaterra a la capital, donde comenzó a buscar trabajo como bailarina. Por supuesto, también tuvo que aceptar otro tipo de trabajos para poder pagar las facturas, pero había sido bastante feliz mientras esperaba su gran oportunidad. De pronto, consiguió el papel de Sasha, conoció a Zeke y su vida cambió para siempre.

–Te estás comportando como una niña, Melody –dijo Zeke–. Al menos deja que te lleve a tu destino. Qué crees que voy a hacer, ¿gritar? ¿Secuestrarte y hacer que vayas en contra de tu voluntad?

Era exactamente el tipo de cosa que él podía hacer y la expresión de Melody servía como respuesta. La mirada de sus ojos verdes era el reflejo de sus pensamientos.

–Te doy mi palabra, ¿qué te parece? Ya sabes que tenemos que hablar. Al menos, me debes una conversación. La última vez que hablamos estabas histérica y yo tenía a la mitad del equipo médico del hospital acusándome por entorpecer tu recuperación. Entonces, no pude comprender qué había hecho mal, y todavía no lo comprendo. Y pienso llegar al fondo de todo esto.

–Te escribí la semana pasada –dijo ella, consciente de que él tenía razón, pero ¿cómo podía explicarle a Zeke que no se entendía ni a sí misma? Solo sabía que era imposible que siguieran juntos–. No hay nada más que decir.

–Ah, sí, una notita encantadora –repuso Zeke con sarcasmo–. Unas líneas diciéndome que querías el divorcio, y que esperabas que fuera amistoso. Pues, tengo noticias para ti: No pienso permitir que te alejes de mí. Eres mi esposa. Los votos que pronuncié eran para siempre. No una pequeña promesa que podía olvidarse cuando fuera necesario.