Melusina: el corazón y la garra - Sergio Arrieta - E-Book

Melusina: el corazón y la garra E-Book

Sergio Arrieta

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Beschreibung

Hay historias que perduran a través de los siglos.  Melusina: el corazón y la garra  es un trabajo de investigación que persigue los vestigios de Melusina, el hada más emblemática de Francia, responsable de ríos de tinta desde hace ochocientos años y fundadora del pueblo de Lusignan. De su linaje, medio humano, medio sobrenatural, habrían surgido las ramas dinásticas que darían sus frutos en Jerusalén, Chipre, Armenia o Luxemburgo. Dicen que el hada Melusina sigue hoy en día prediciendo y anunciando las calamidades o defunciones a los descendientes de esas familias reales que fundó, bien apareciendo o bien con tres gritos desgarradores.

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Primera edición digital: abril 2021 Campaña de crowdfunding: equipo de Libros.com Composición de la cubierta: Raquel P. Zarzuelo Fotografías: Robert Usseglio Maquetación: Álvaro López Corrección: Juan F. Gordo Revisión: Míriam Villares

Versión digital realizada por Libros.com

© 2021 Sergio Arrieta © 2021 Libros.com

[email protected]

ISBN digital: 978-84-18261-77-0

Sergio Arrieta

Melusina: el corazón y la garra

Robert Usseglio (documentalista y fotógrafo principal)

A nuestras madres: Marina Cueto y Marie-Jeanne Usseglio.

Índice

 

Portada

Créditos

Título y autor

Dedicatoria

Datos principales

Sinopsis

Por el visor del tiempo I

1. La fuente de la expedición

Por el visor del tiempo II

2. Rumbo a Lusignan

Por el visor del tiempo III

Por el visor del tiempo IV

3. La foto del escalofrío

4. Melusina urdiendo las fotos del domingo

5. La garra del peldaño y las esculturas de la estación

6. La iglesia de Notre-Dame et Saint-Junien y sus tres Melusinas

7. La garra y los rostros

Por el visor del tiempo V

8. La primera casualidad

Por el visor del tiempo VI

9. Jean d’Arras y Coudrette, nuestros guías medievales

Por el visor del tiempo VII

10. La portentosa saga de los Lusignan

11. Eustaquia Chabot, antepasada de todos los reyes y emperadores de Europa

Por el visor del tiempo VIII

12. Robert vuelve a Lusignan

13. Fontenay-le-Comte

14. León V, rey de Armenia y de Madrid

15. Melusina en el parque Norte de Madrid

16. Más detalles prodigiosos en la foto del escalofrío

Agradecimientos a personas y organismos

Bibliografía

Anexo fotográfico

Mecenas

Contraportada

Datos principales

 

A mediados del siglo X, un pueblo del centro oeste de Francia fue creado por la antepasada de un linaje medieval: el hada Melusina, a la que llaman «la madre de los Lusignan». Una de las dinastías medievales más poderosas, que se enfrentó a reyes de Francia e Inglaterra. Por ejemplo, al famoso san Luis y los belicosos Plantagenet, quienes también se enorgullecían de sus orígenes melusinianos.

Melusina le dio al pueblo de Lusignan parte de su nombre (antiguamente Luzignem), y las habitantes de aquel se llaman todavía como el hada: las melusinas. Ella, a pesar de su naturaleza sobrenatural, tuvo diez hijos varones, algunos de los cuales llegaron a ser reyes de Jerusalén, Armenia, Chipre o Bohemia. Todavía existe la Orden Real de Melusina, cuya cruz recibieron por ejemplo el rey de España Alfonso XII, así como distintos cardenales y obispos. El hada Melusina fundó Luxemburgo y varias ciudades, castillos, torres e iglesias de Francia.

Remondín, el marido de esa hada fundadora de la estirpe de los Lusignan, está enterrado en Montserrat que, a la sazón, pertenecía al reino de Aragón. Palestina, una de las hermanas de aquella, sigue en el monte Canigó, donde el rey Juan I de Aragón solía verla.

Y ahora, que sepas que Melusina quiere conocerte.

Sinopsis

 

Durante el año 2017, Sergio Arrieta y Robert Usseglio descubrieron en un libro que León V de Armenia, quien posee una calle en Madrid, había sido destronado y secuestrado en El Cairo. Corría el año 1375. El entonces rey de Castilla, Juan I, apiadándose de su homólogo armenio, pagó el rescate antes de nombrar a León señor de Madrid, Andújar y Villareal (hoy Ciudad Real). Pero lo que descubrieron en segundo lugar Arrieta y Usseglio fue que el rebautizado León I de Madrid, que había sido prácticamente rey de esa villa durante ocho años, descendía de un… ¡hada! El hada Melusina, fundadora del pueblo de Lusignan (Francia, región de Poitou), así como antepasada de toda una estirpe homónima, y real. Real por partida doble.

Tirando del hilo, la madeja dio muchísimo de sí. La investigación empezó en Lusignan y acabó en Madrid, pasando por el antiguo reino de Aragón. Ese linaje medio humano, medio sobrenatural, del que habían salido ramas dinásticas europeas, dio sus frutos, verbigracia, en Jerusalén, Chipre, Armenia, Luxemburgo o Bohemia. Esa hada, la más famosa y emblemática de Europa, es una de las más enigmáticas y responsable de ríos de tinta desde hace un milenio. Hasta tal punto, la fundadora de Lusignan representa un cruce entre lo sobrenatural y lo histórico, que el gentilicio femenino del pueblo es melusina (Mélusine en francés). En cuanto a los hombres, se llaman melusinos, y toda la comarca el País Melusino.

Cuando Arrieta y Usseglio visitan Lusignan, se dan cuenta de que ella campa a sus anchas élficas por todas partes; aunque apenas está promocionada, desde el punto de vista turístico. De hecho, los lugareños suelen hablar de ella con respeto y se muestran parcos en confidencias. Eso sí, el hada serpiente aparece en todas partes, a lo largo y ancho de Lusignan. En una suerte de templo con columnas, bajorrelieves aquí y allá, pinturas, rótulos, antiguas esculturas en la estación.

Que las habitantes de un pueblo se llamen como un hada ya tiene miga. Pero lo que realmente deja a los investigadores de piedra, y nunca mejor dicho, es descubrir tres Melusinas en las fachadas… ¡de la iglesia! Y ni siquiera el párroco o los historiadores locales saben por qué ese ser élfico con alas de murciélago y cola de serpiente se encarama tres veces a su fachada.

Pero la madrileña no es la única pista española. En efecto, tras su traición y la partida definitiva de su esposa transformada en serpiente alada, Remondín se retiraría a la abadía de Montserrat, en el antiguo reino de Aragón, donde años más tarde moriría como ermitaño. También seguirán los investigadores esa pista para averiguar si ese dato histórico es real o imaginario. Poco a poco, se dan cuenta de que Melusina ha irradiado en muchos países, inspirando a grandes artistas, como por ejemplo Manuel Mujica Láinez, en cuya novela El unicornio es la protagonista; Goethe, que escribió La nueva Melusina; o Rabelais, donde Melusina aparece en sus famosos Gargantúa y Pantagruel. Sin hablar de los escultores, pintores o músicos como por ejemplo Mendelssohn (The Fair Melusina).

Pero lo más alucinante es que Melusina, empeñada en demostrar su existencia, les ha acompañado durante esos dos años y medio hasta hoy, apareciendo en fotografías y multiplicando las señales… Particularmente dos: el corazón y la garra.

Por el visor del tiempo I

Fuego y excomunión. Año 1225

Tras cruzar la marisma, Joffre II de Lusignan, apodado el del Gran Diente, se acerca, seguido por una comitiva de diez caballeros, a la abadía de Maillezais. Entre ellos, erguido por el honor caballeresco, pero sobre todo el deber fraterno, se halla su medio hermano Guillermo de Valence. A paso lento de corcel desfilan delante del puerto de la abadía, hasta detenerse unos instantes delante de los edificios de la hostelería. Unos segundos, sus cotas de malla azules, del color de la cola de Melusina y de la bandera de los Lusignan, refulgen un poco. Fieles a la regla de san Benito, los monjes benedictinos acogen siempre a los peregrinos, bien sea gente prestigiosa o bien pobres de solemnidad. Eso sí, sin mezclarlos. Alojándolos en hostelerías distintas, desde la más prestigiosa hasta la capellanía.

Pero Joffre II, hijo de Joffre I y de la misteriosa Eustaquia Chabot, no ha venido a pedir hospedaje a la abadía, sino a quemar su iglesia. Su hermano Fromont se ha hecho monje entre esa gente, que él considera degenerada. Y aquel ha entregado a la abadía parte de su herencia. A ello hay que sumar que el padre de Joffre el del Gran Diente ya había estado de malas con esos monjes benedictinos, que rechazaban ser sus vasallos.

Tras haber saqueado la abadía, y no era la primera vez, el brutal Joffre el del Gran Diente encierra a varios monjes en la iglesia, entre ellos a su piadoso hermano Fromont. Curiosamente, otro hermano suyo, al que sus padres no habían dado ningún nombre, sino un apodo, «Horrible», también moriría presa del fuego, aunque a él le asfixiaron con el humo de ramas húmedas. Pero esa es otra historia, que coincide con la partida definitiva de su madre Melusina.

Tras discutir con el abad, Joffre, fuera de sí, prende fuego a la iglesia y los edificios conventuales, donde su hermano Fromont y el abad quedan atrapados. Justo antes, le han abandonado todos los caballeros, ya que no quieren colaborar con tamaño horror. Corría el año 1225 y las crónicas dicen que perecieron un centenar de monjes.

A consecuencia de ese acto tan espantoso, Joffre II es excomulgado. Era lo peor que le podía pasar a alguien, y sobre todo a un caballero, en aquella época. Una suerte de muerte civil, o incluso peor. Más adelante y tragándose su orgullo, el caballero irascible irá al Vaticano para implorar el perdón del papa Gregorio IX. El pontífice se lo concede, siempre y cuando reparase el daño, y el caballero aceptara pagar una «renta de reparación de más de tres mil libras». Joffre hace tanto y a marchas tan forzadas para ganarse de nuevo el cielo, que tras su defunción los monjes construyen un cenotafio junto a una estatua, en la misma iglesia de Maillezais.

Unos cuatrocientos años más tarde, Rabelais plasmaría en su famoso Pantagruel (Cuarto libro, 1552) dichos monumentos, que a todas luces le dejan impresionado. Los descubre durante su estancia de cinco años como monje, a partir de 1520, entre los benedictinos de la abadía de Maillezais: «[…] Tras salir de Poitiers, junto con algunos de sus compañeros, pasó por Légugé, visitando al noble abad Ardillon; por Lusignan, por Sansay, por Celle, por Colonges, por Fontenay-le-Comte, saludando al docto Tiraqueau, y de ahí, llegó a Maillezais, donde visitó el sepulcro de dicho Joffre el del Gran Diente; que le provocó algún espanto, al ver su retrato […]».

Rabelais también afirma, con su humor tan peculiar, que Joffre fue uno de los antepasados de Gargantúa y Pantagruel: «[…] Joffre de Lusignan, apodado Joffre el del Gran Diente, abuelo del primo político de la hermana mayor de la tía del yerno del tío de la nuera de su suegra, estaba enterrado en Maillezais […]».

Capítulo 1

La fuente de la expedición

Desear ser amigos es un trabajo rápido, pero la amistad es una fruta de maduración lenta.

Aristóteles

Muchas personas entrarán y saldrán de tu vida, pero solo los verdaderos amigos dejarán huella en tu corazón.

Eleanor Roosevelt

Robert Usseglio y yo teníamos un proyecto en común desde hacía unos años. No recuerdo cómo surgió el querer escribir un libro a cuatro manos, pero estábamos decididos. Un día u otro, sabíamos que lo íbamos a hacer. Somos dos grandes amigos muy distintos, a la par que muy parecidos. Son parejas, por ejemplo, nuestras filias, fobias y creencias, así como nuestro humor y amor al mundo élfico. En el despacho de mi mejor amigo sonríen varias hadas, a cual más sensual y misteriosa; es más, decenas de ellas habitan un armario con vitrinas. El regalo más preciado que le puedes hacer a «mi hermano» es una figurita, alada o no, sentada o volando. En cuanto a mí, fui «condenado» en el sentido positivo de la palabra (y si no posee ninguno, habrá que inventarlo) a creer en la existencia de esos seres, así como del otro mundo. Incluso suelo decir que más que creer ¡sé que existen!

En nuestro entorno familiar existe un equilibrio cuasiperfecto. Joëlle, la esposa de Robert, no cree en esos temas (aunque su incredulidad empezó a resquebrajarse bastante pronto); todas mis exnovias sí, la madre de Robert también, y la mía, no. Una simetría que de seguro se va a reproducir entre nuestros lectores. Tendremos detractores, sobre todo en el mundillo científico o religioso, pero también nos apoyará mucha gente. Sobre todo mujeres, porque por lo general intuyen cuándo una persona es sincera o no. Por cierto, decidimos desde un principio poner nuestras fotos anómalas a disposición de cualquier experto en fotografía o científico, para que pudieran comprobar que no encierran ninguna trampa ni cartón. Por una parte, no va ni irá jamás con nosotros el engañar a nadie para vender libros. Por otra parte, nunca jugaríamos con un ser milenario que parece mostrarnos cariño, al tiempo que nos intenta proteger de sí mismo. Todo ello mediante señales recurrentes de las que hablaremos más adelante: corazones y garras.

Sí. Queríamos escribir un libro sobre el mundo de las hadas, pero nunca acababa de surgir el momento o el enfoque. Ninguno de los dos daba el primer paso.

—¿Has escrito algo, hermanito? —le pregunté un día.

—Uf, no se me ocurre nada. No sé…, solo tengo algunos apuntes, sobre una dama Naturaleza o Natura… ¿Y tú?

—Nada. Ni una palabra; estoy muy liado y no consigo concentrarme.

La obra se estaba quedando varada, y ello contrastaba con nuestra determinación en cuanto a escribirla. Era una mezcla extraña de bloqueo y seguridad en nosotros mismos. De cuando en cuando, el tema volvía a surgir, serpiente de mar gigante que se quedaba en gusanillo, o fantasma de papel y bytes, en nuestras conversaciones vía videoconferencia.

Hasta que una noche surgió ella.

Saltando a nuestras vidas desde otro libro: Hadas, guía de los seres mágicos de España, de Jesús Callejo. Pero esa noche no lo hizo Melusina, sino de momento uno de sus descendientes, León V de Armenia. El último rey de la dinastía Lusignan, que también fue señor de Madrid durante ocho años. Yo había colocado este libro de Jesús Callejo en una estantería que había etiquetado como «Lo intangible». Una noche de enero del 2017, como imantado por su lomo, mi dedo índice lo sacó y mi dedo pulgar seleccionó al azar un capítulo que describía las «tradiciones melusinianas». Mis ojos, como teledirigidos ellos también, fueron al enunciado «Un nieto de Melusina, rey de Madrid». Luego, saltaron a la «Tumba de Remondín» (marido mortal del hada) y se agrandaron con el descubrimiento de la dinastía real, y nunca mejor dicho o adjetivado, creada por Melusina y aquel caballero. Un ser femenino del otro mundo y un humano. Todo francés ha oído hablar de ella, o cuando menos, le suena a su inconsciente colectivo el nombre de Melusina. Pero Robert y yo no teníamos ni idea de la dimensión universal e histórica que rodeaba a nuestra hada nacional. Y tampoco sabíamos hasta qué punto su cola de serpiente se hundía a través del tiempo, así como la geografía de España. Particularmente, en dos puntos concretos: en el antiguo reino de Aragón y Madrid. Lo que tampoco podíamos imaginarnos es que en esta última ciudad, donde vivo, el parque Norte iba a representar un lugar de cita con ella. Pero no quiero adelantarme. De momento, hablaré de ese descendiente suyo que llegó a Castilla en septiembre de 1383.

Hice, al calor de la noche y el que estaba subiendo a mi rostro, un «zoom lector» sobre León V de Armenia, también llamado León V de Lusignan. Había gobernado mi villa durante siete u ocho años y fue el primer y último rey de Madrid. También fue señor de Andújar y Villareal. Sin embargo, lo que reinaba era la desconfianza de la nobleza y la población castiza de aquel entonces respecto a ese rey extranjero. Un monarca que parecía haber surgido, más que de la nada, de ultramar. Cual genio de su lámpara. Lancé la información por internet y, efectivamente, existían varios artículos sobre ese rey exótico que acabó reinando en Madrid.

«¿Pero acaso Melusina no es un hada?», salté en el silencio oscuro de mi habitación. «¿Cómo pudo tener descendientes de carne y hueso?». Me senté despacio encima del sofá, como si alguien estuviera apuntándome con un revólver; el libro sobre mis rodillas. Melusina. Un nombre élfico y portentoso, que retumbaba y refulgía en mi cabeza, mantra hecho nombre femenino. ¡Melusina! ¡Claro, ya teníamos el tema de nuestra novela! Solté el libro y encendí el ordenador para mandarle un mensaje privado a Robert.

Ahora, es decir dos años y medio más tarde, sé que ya estaba sonriendo ella desde su invisibilidad. Su plan, al igual que tantos guiones que urdiría en nuestras vidas, se estaba cumpliendo…

26 de enero de 2017: «Nuestra futura aventura feérica, Bébert. Lee a partir de “La llegada de los condes de Poitou…”. ¡El hada Melusina! No tienes escapatoria, hermanito. Escribiremos un libro sobre este tema e iremos a Lusignan tú y yo. ¿Ok?».

Tras la lectura de mi propuesta y antes de contestarme, Robert buscó información por encima aquí y allá en la red de redes y se volvió loco. En el buen sentido de la palabra: esa locura que da luz a la pasión. Es un aries puro y duro, así que cuando emprende algo, le echa fuego al asunto. Hacía tiempo que no veía a mi mejor amigo tan rebosante de entusiasmo. Mi hermano del alma estaba atravesando un pequeño desierto, no demasiado cruento, pero de esos que cruzan nuestros caminos. Nuestra hada diosa le sacó de dicho desierto con creces, subiéndole a su lomo. Lo que no sabíamos es que otro camino iba a llevarnos por un territorio que ni siquiera nuestra imaginación se hubiera atrevido a recorrer. De ahí que un antiguo dicho alquímico rece: «Hay más en este mundo que en tu propia imaginación».

—Soberbia historia, gracias y hasta pronto, ¡me interesa mucho, claro que sí! Lo hablamos cuando nos veamos en Madrid.

—¡Sí! Genial, te prepararé documentación. De hecho, uno de los descendientes de Melusina (un tal León de Armenia) fue incluso señor de Madrid, ¡qué casualidad! Nos lo vamos a pasar en grande cuando vengas en Semana Santa.

Ya en aquellos días nos repartimos los papeles: Robert sería el documentalista y el fotógrafo principal de la novela, yo su autor y fotógrafo secundario. Estábamos tan entusiasmados como sobrados de confianza en nuestro proyecto élfico histórico. Y eso que todavía creíamos que deberíamos imaginar la trama de la novela. Pronto caeríamos en la cuenta de que todo cuanto nos estaba ocurriendo, a pesar de que a algunas personas les parecerá increíble o inverosímil cuando lean el libro, iba a representar la sustancia del mismo. Nuestra expedición se estaba escribiendo sola, sin necesitar la ayuda de la ficción.

Cuando empezamos la investigación, dimos en primer lugar con una leyenda muy atractiva, a la par que sumamente extraña. Lo tenía y contenía todo. Sí, lo tenía todo, porque poseía ingredientes feéricos, históricos y psicológicos a partes iguales. Desde un punto de vista geográfico, hacía una doble incursión en España, particularmente en el antiguo reino de Aragón. Pero lo que nos llamó muchísimo la atención fue la localización precisa de dicha leyenda: Lusignan. Un pueblo sencillo del centro oeste de Francia, de apenas 2.700 habitantes, que se encarama en un promontorio escarpado. Había sido un antiguo oppidum celta (una de las etimologías primigenias de Melusina es Mater Lucina, aquella diosa gala que presidía los partos), así como un eje romano ubicado en el umbral del Poitou. Asimismo, Lusignan se encuentra en uno de los itinerarios elegidos por los peregrinos del Camino de Santiago. De ahí que una de sus calles se llame Petite rue Galice (Pequeña calle Galicia). Se sabe, por un acta de 1009 que una ciudad urbs, empezó en esa época a desarrollarse alrededor del castillo de Lusignan. Su departamento[1] es Viena y se ubica a unos veinticinco kilómetros al suroeste de Poitiers, ciudad famosa por su Futuroscope y Carlos Martel, que derrotó a los sarracenos en 732. Hasta aquí, nada demasiado reseñable para nuestro libro. Pero de repente nos enteramos de que el gentilicio de Lusignan es melusinas para ellas y melusinos para ellos… ¡Las habitantes de Lusignan se llaman como el hada! Quizás exista, pero no conocíamos ningún pueblo cuyas habitantes se llamasen como un hada. Y tanto dentro del municipio como fuera había topónimos, una fuente, un bosque, que se correspondían con los de la leyenda del hada serpiente… Una leyenda que se torna Historia con mayúsculas bajo nuestros ojos, conforme Robert rebusca y encuentra documentación. Y que también va serpenteando entre El Poitou, Aragón, Jerusalén, Luxemburgo, Armenia, Chipre, Bohemia, como Pedro por su casa, engendrando hijos mortales…

Por el visor del tiempo II

La leyenda medieval más deslumbrante de Europa

El rey Elinás pasea despacio por los bosques de Escocia, en un lugar que otrora se llamaba Albania. Las crónicas dicen que es un caballero muy valiente. Está cazando cerca de una fuente, cuyo esplendor no consigue desviar sus pensamientos. Está absorto. Probablemente vislumbre su terrible porvenir, si bien precedido por un maravilloso futuro próximo.

De repente, oye el canto de una desconocida y su voz se parece al agua de la fuente. Descubre a la mujer que está cantando, cuya belleza, contrariamente a la de la fuente, le nubla de inmediato el juicio. Elinás se vuelve completamente amnésico por ese canto y la aparición, que le hechizan. Al volver en sí, tras beber agua de la fuente cae perdidamente enamorado de la misteriosa dama. Se llama Presina. El rey, ya fuera de la realidad, le declara su amor y ella, sabiendo lo que va a ocurrir ya que es hada, lo acepta. No obstante, le pone una única condición y prohibición. Que tras el enlace, jamás Elinás la vea ni durante, ni justo después de los partos. El rey acepta, se casan y son muy felices durante muchos años. Para Elinás han sido sus segundas nupcias, ya que tuvo varios hijos con otra mujer, entre ellos uno llamado Mataquás. Este último va a representar, al igual que el futuro hermano de Remondín con Melusina, el artífice de la separación de su padre y de Presina, su madrastra, a la que odia con toda su alma.

Al final, Elinás no cumple con su promesa: inducido por Mataquás, va a ver a sus tres preciosas hijas (Melusina, Melior y Palestina), que su madre baña tras el parto. Fuera de sí por esa traición, Presina se las lleva a la isla de Ávalon, también conocida como «la isla perdida». Nunca más han vuelto a verlas en Escocia. Durante años, Presina se lamenta desconsolada por la pérdida de su vida humana, contándoles a sus hijas la traición de su padre. Un día, Melusina convence a sus dos hermanas, y las tres urden un plan para vengar a su madre. Usando sus poderes, encierran a Elinás en la extraña y maravillosa montaña de Brumbloremlion, ubicada en Northumberland. Lo hacen sin dificultad alguna, ya que ni un ser humano ni cien pueden luchar contra tres hadas, o tan siquiera una.

Cuando Presina se entera de lo que han hecho sus hijas, entra de nuevo en cólera, ya que todavía siente su alma fuertemente enlazada por el amor a la de Elinás. Y ello a pesar del error terrible cometido por este último. Presina les acusa de carecer de compasión, y para vengarse a su vez de ellas les echa un sortilegio distinto a cada una. Tres maldiciones a cual más terrible, antes de desterrarlas para siempre. Castiga de una manera especialmente severa a Melusina, por ser la mayor de las tres hermanas. La condena a transformarse en una serpiente cada sábado «desde el ombligo hasta el bajo de tu cuerpo». Sin embargo, si le promete algún mortal no verla jamás el sábado, o cuando menos no revelar su descubrimiento a nadie, Melusina vivirá «el curso natural de una mujer natural y morirá naturalmente». De romper ese mortal su pacto, la maldición caería sobre ella y volvería a ser hada por siempre jamás. Aun con todo, la madre augura a Melusina que será el origen de un gran linaje, que realizará grandes proezas. También profetiza la construcción de Lusignan. A Melior le condena a custodiar para siempre un gavilán sagrado en un castillo de Gran Armenia. También, hasta que este mundo exista. En cuanto a Palestina, le condena a custodiar el tesoro paterno en un monte de Aragón, llamado Canigó, hasta que un caballero de su mismo linaje le devuelva la libertad y, de paso, extraiga el tesoro de la cumbre del monte.

Más adelante, Elinás muere tras un largo y doloroso encierro en la montaña de Brumbloremlion. Presina, todavía profundamente enamorada de él, manda edificar un panteón enorme y majestuoso, con un retrato de su amado esculpido por encima de una estatua de alabastro. Esta representa al rey a la perfección. También manda colocar el hada una tablilla de oro, donde viene grabada la historia de amor que ambos vivieron.

Las tres hermanas dejan Ávalon, presas de una tristeza infinita y, tras recorrer juntas paisajes y ríos, cada una va al lugar asignado por su madre. Melusina cruza regiones boscosas y extrañas hacia el centro de Francia, Palestina vuela rumbo a Aragón y Melior hacia la Gran Armenia.

Un atardecer, las tres hermanas se hallan juntas en una fuente llamada Fon de Cé (Fuente de sed), en pleno Poitou. Suelen reunirse de vez en cuando y, para ello, Melior y Palestina usan ese don de la ubicuidad que poseen las hadas. De ahí que no estén infringiendo las órdenes de su madre, ya que siguen en Aragón y Armenia, mientras se divierten con Melusina en la fuente. Según la física cuántica, un mismo átomo puede estar en dos lugares a la vez… ¡Cómo no van a poder realizar las hadas ese prodigio!

De repente, las tres hermanas ven pasar un jinete muy apesadumbrado, cabizbajo y que parece dormir sobre su montura. Melusina sabe quién es y qué le ha ocurrido. Es Remondín, que ha matado por accidente a su tío soberano, el conde Amalarico de Poitiers. Cumpliéndose así la profecía, que la víctima había leído en los astros poco antes del terrible suceso. Melusina sale al paso del caballo y lo detiene con dulzura.

Tras hablar largo tiempo Melusina y Remondín, la extraña alquimia del amor prende, como lo hizo hace tiempo, con Presina y Elinás. También cerca de una fuente, la Fon de Cé, que parece unir su burbujeo a la conversación. Cuando le llama por su nombre, Remondín se queda estupefacto, como lo había hecho Elinás con Presina. El hada le pide matrimonio, pero con una condición. La que le impuso su madre: no verla los sábados, mientras se baña. Si respeta esta simple prohibición, a cambio Melusina promete convertirlo en el señor más poderoso de su linaje, y del mundo conocido. Completamente hechizado por la belleza del hada, su encanto, las sonrisas de sus hermanas, embriagado por la noche, la fuente y el instante, Remondín acepta.