Memorias - Alberto Insúa - E-Book

Memorias E-Book

Alberto Insúa

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Este libro recoge una antología de las Memorias de Alberto Insúa, que ofrecen las vivencias personales de su autor en un tiempo, a caballo entre dos siglos, denso en acontecimientos históricos, sociales y artísticos. Prolífico escritor, periodista versátil, crítico literario y editor, Insúa fue una de las personalidades más interesantes de un periodo tan convulso y vital para la sociedad española. Elogiado por Ramón y Cajal, Joaquín Costa o Maurice Bàrres, tuvo relación con Unamuno y fue amigo de Blasco Ibáñez, de Mariano Benlliure y de otros artistas e intelectuales de su tiempo. Los tres volúmenes de las Memorias fueron redactados cuando Alberto Insúa ya era sexagenario y publicados en 1952, 1956 y 1959 respectivamente. En ellas su autor mezcla la anécdota con la historia, su propia vida con el hecho trascendental de la historia europea. En sus páginas destacan tres aspectos: el conflicto entre España y Estados Unidos por la colonia de Cuba, su visión de la Primera Guerra Mundial como corresponsal enviado a Francia y las referencias a su trayectoria literaria.  Santiago Fortuño Llorens, catedrático de Literatura Española en la Universidad Jaume I de Castellón, fue el encargado de seleccionar los textos, así como de redactar el estudio preliminar y de recopilar la bibliografía que completan el volumen.

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ALBERTO INSÚA

ALBERTO INSÚA

MEMORIAS

[Antología]

Selección e introducción de

Santiago Fortuño Llorens

COLECCIÓN OBRA FUNDAMENTAL

© Fundación Banco Santander, 2003

© De la introducción y de la selección: Santiago Fortuño Llorens

© Sucesores de Alberto Insúa

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el artículo 534-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.

ISBN: 978-84-16950-13-3

ÍNDICE

Introducción, por Santiago Fortuño LlorensBibliografíaI. MI TIEMPO Y YO[1]. Cuba y España en la mente de un niño[2]. Primera revelación de España[3]. Campus Stellae[4]. Más españolito que antes[5]. Esperando a Weyler[6]. Mi nueva imagen de la guerra[7]. Segunda presencia de Murguía[8]. Las puertas de oro del Quijote[9]. Y llegó el Maine[10]. Y voló el Maine[11]. Horas de angustia[12]. La tarde del 21 de abril[13]. El bloqueo, las tinieblas[14]. La última hora de España en Cuba[15]. Electra desde el paraíso del Español[16]. Aparición del «amigo Valle»[17]. Canalejas, Unamuno, Blasco Ibáñez[18]. El palacio de la literatura[19]. De don Benito a doña Emilia[20]. Escaramuzas del Ateneo y combates del Parlamento[21]. El epitalamio de Alfonso XIII[22]. «El león de Graus»[23]. Un árbol de hojas de papel[24]. La generación de El Cuento Semanal[25]. Sagitario. El salón de Antonio de Hoyos y varias anécdotas[26]. Los personajes de En tierra de santos y tres salas de armas[27]. El Madrid de La hora trágica[28]. Un libro escandaloso y una revolución editorialII. HORAS FELICES. TIEMPOS CRUELESAdvertencia al lector[1]. La feria literaria de París[2]. Clará, Casas, Rusiñol. Semblanza de Juan Gris[3]. Me arañan en la peña del Napolitain[4]. El rey del arroz[5]. Temporada en Madrid. Oigo los tiros que mataron a Canalejas[6]. Mis dos grandes atracciones de Londres: Mrs. Pankhurst y la Venus herida[7]. En la casa de Shakespeare. La espada de Hamlet…[8]. Primera visita a Barrès. Sus dos mentores en Toledo[9]. Se inicia la aventura teatral. Al empresario le gustó la comedia[10]. El «caso» de En familia. El banquete en la Legación de Cuba[11]. El «pateo» de La consulesa. Reflexiones amargas sobre el teatro[12]. El Blasco Ibáñez de la Rue Davioud en el París panglossiano de la primavera del 14[13]. La guerra: aliadófilos, germanófilos y neutrales[14]. Clemenceau o el genio de la terquedad. Los gases. Encuentro con Salaverría[15]. Bajo el cielo sin luna de París[16]. Mi primer artículo para Abc. Primeras nieves sobre París[17]. Las bellas secretarias y los escritores de la Maison de la Presse. Encuentro con Julio Camba[18]. El sabio helenista deseaba un dictador[19]. En el dédalo de las trincheras[20]. Adiós a Alfredo Vicenti. Diversas visitas y encuentros en Madrid[21]. El teatro de la guerra en 1917[22]. El último disparo. ¿Quiénes le convenía a España que ganasen la guerra? Un respiro para continuarIII. AMOR, VIAJES Y LITERATURA[1]. [En la Sala del Reloj del Quai d'Orsay…][2]. [Yo nunca estuve sin España en París…][3]. [El rey y Pétain evocan la batalla][4]. [Aquel transeúnte solitario…][5]. [Entrevista con Masaryk…][6]. [En Madrid, octubre de 1919…][7]. [La muerte de Galdós…][8]. [De cómo tuve noticia de la muerte de la condesa de Pardo Bazán…][9]. [La primera idea de El negro que tenía el alma blanca][10]. [Un novelista en busca de un título…][11]. [Evocación de don José Ortega Munilla…][12]. [El panorama de la novela española en 1922…][13]. [La muerte de un genio de la pintura…][14]. [«La República de los lobos»…][15]. [Octubre de 1922, con Unamuno en Salamanca…][16]. [El nudo gordiano de Marruecos…][17]. [Los primeros meses del Directorio Militar…][18]. [Episodios memorables en la corte de Alfonso XIII…][19]. [Mi amistad con Azorín…][20]. [Cuando murió Anatole France…][21]. [De cómo me convertí en un aficionado a los toros…][22]. [Entre marzo y abril de 1925…][23]. [A París en busca de un negro…][24]. [Acerca de los estilos literarios…][25]. [Por qué cambié de editor…][26]. [El carnaval agonizaba en Madrid…][27]. [El Arma de Artillería plantea un conflicto a Primo de Rivera…][28]. [Los centros españoles de Cuba…]

SANTIAGO FORTUÑO LLORENS

INTRODUCCIÓN

ALBERTO INSÚA (1883-1963) es el seudónimo de Alberto Galt y Escobar, nacido en La Habana (Cuba). Su padre era pontevedrés, de San Paio de Figueroa (A Estrada), y su madre, perteneciente a una familia aristocrática, oriunda de Camagüey (Cuba). La abuela materna, Dolores de Cisneros, fue descendiente del cardenal impulsor de la Universidad de Alcalá de Henares, «el español más español de España»1. Tras la liquidación colonial de Cuba en 1898, Alberto Insúa se traslada, con su familia, a La Coruña y, posteriormente, a Madrid, donde cursa los estudios de Derecho, y comienza a alternar el trabajo de periodista con su tarea literaria. Entre 1905 y 1948 escribió centenares de artículos periodísticos y literarios en España, Francia y Buenos Aires. Su numerosa obra narrativa —más de medio centenar de novelas—, que se extiende entre 1907 y 1955, conoció el éxito popular. Considerado mayoritariamente, por la crítica, de la promoción de El Cuento Semanal2, José Luis Abellán lo sitúa en la generación del 14 «por su actuación intelectual y periodística»3. Algunas de sus novelas, como La mujer fácil (1910)4, Las flechas del amor (1912) y El negro que tenía el alma blanca (1922), llegaron a ser las obras más leídas de estas dos décadas y se tradujeron al francés, italiano, alemán, sueco y portugués5. En los relatos de Insúa se trenzan los elementos costumbristas, de realismo social y la descripción naturalista con una destacada dosis de ingredientes folletinescos6. Concretamente, en El negro que tenía el alma blanca, en Humo, dolor, placer, en Las neuróticas, en Las flechas del amor y en El peligro presenta el conflicto cubano como marco de sus vivencias infantiles7. «Alberto Insúa es un español de Cuba. Y esto, tal vez, le ha dado desde niño un sentido de universalidad […]. Y vio cómo España acababa de quedarse sola, replegada en los viejos límites peninsulares, vencida por haberse quedado rezagada…»8.

Sobre la novela El negro que tenía el alma blanca, José Ortega Munilla escribió una reseña elogiosa en el periódico madrileño Abc en la que, entre otras cosas, decía:

«Esta novela es una invención singularísima, en la que se unen dos elementos hispánicos: la antigua isla de Cuba, bajo el dominio de España, y España, en su propio territorio, en la actualidad»9.

A pocas fechas de la publicación de Humo, dolor, placer, el también escritor y famoso orador Federico García Sanchiz advertía la intención patriótica de Insúa en esta novela:

«Novela cubana y cubanizante. […] La devoción filial y la intención patriótica animan la última obra de Insúa […]. La Habana recobró su conciencia en Humo, dolor, placer, […] molde en el que lograron forma definitiva todos los sentimientos cubanizantes en fusión»10.

Fue Alberto Insúa, además de un escritor prolífico y periodista versátil, una persona involucrada en la vida social y cultural del Madrid de su tiempo (fundador de la editorial Pérez Villavicencio11, miembro del Ateneo y de la Sociedad de Cursos y Conferencias de la Residencia de Estudiantes, asiduo contertulio de cafés…), que desempeñó, en el seno del partido de Alejandro Lerroux, el cargo de gobernador civil en Málaga y Vitoria12. Tras una estancia larga en Buenos Aires de 1937 a 1949, murió en Madrid el 8 de noviembre de 1963.

Tres aspectos destacan, de manera especial, en las Memorias de Alberto Insúa: el conflicto de España y Estados Unidos por la colonia española de Cuba13, a la que describe con grandes dosis de colorido y sensualidad (I, cap. II); la visión de la primera guerra mundial desde una perspectiva excepcional, por su calidad de periodista y enviado especial a Francia, y, singularmente, las referencias a su trayectoria literaria.

Los tres volúmenes de las Memorias fueron publicados en 1952, 1956 y 1959 respectivamente, redactados cuando Alberto Insúa ya era sexagenario. Las reflexiones se imbrican con las evocaciones, habida cuenta de la evidente dificultad de separar el tiempo narrado desde el presente de la narración (I, cap. IV). Ocupan, en su primera edición, una extensión de mil setecientas setenta páginas. «Mi tiempo y yo» es el subtítulo del primer volumen, «Horas felices. Tiempos crueles» el del segundo y «Amor, viajes y literatura» el del tercero14. Con anterioridad, ya habían sido dadas a conocer en el semanario Domingo de Madrid15. En estas Memorias su autor mezcla la anécdota con la historia («la anécdota es la sal de la Historia», dijo Plutarco y menciona Insúa), su propia vida con el hecho trascendental de la historia europea: «Me propuse rememorar mi vida conciliando sus episodios íntimos con los nacionales y universales que tuve la ocasión de presenciar de cerca. Creo que, en mi propósito, lo histórico y lo anecdótico, lo trascendente y lo fugitivo, se dan la mano y se fortifican entre sí»16. Son las Memorias de un hombre que se autodefine como epicúreo, perezoso, cosmopolita, locuaz, individualista, conservador y anticomunista. Insúa es un testigo excepcional del desmoronamiento colonial de La Habana y de la influencia norteamericana posterior. Como periodista vive, conoce y relata desde París, en las páginas de Abc y La Correspondencia de España, el desarrollo de la primera conflagración mundial del siglo XX. Ya había recopilado sus crónicas de guerra en los libros Páginas de la guerra. Por Francia y por la libertad (1917) y Nuevas páginas de la guerra (1917), muchas de cuyas páginas encuentran nuevo acomodo en estas Memorias, que resultan fundamentales para conocer, con su análisis y reflexión, ambos hechos históricos, a caballo entre dos siglos, vividos intensamente por nuestro autor y comentados por él mismo con detalle: la pérdida de Cuba por España (1898) y la primera guerra mundial (1914-1919)17, ante la que toma una postura firme y explícita a favor de los aliados: «En estos artículos [el autor] defendió la causa de la libertad de los pueblos, que es la misma que defiende Francia», escribió, desde París, en diciembre de 1916, en el prólogo a Por Francia y por la libertad.

Alberto Insúa, al inicio de sus Memorias, describe con sencillez y claridad cuál es la situación de algunas nacionalidades europeas, que intervendrán activamente en la Primera Guerra Mundial:

«La España del 98, para todo español consciente y honrado, era una patria dolorida, desmembrada, exhausta de energías al parecer. No podía pensar ese español sino en salvarla, en renovarla; alguno diría en “europeizarla”. En cambio, el inglés vivía aún en el epílogo glorioso de la era victoriana; el francés sentíase “content de lui-même”, no obstante sus temores de una nueva agresión teutona, y el alemán disponíase alegremente a conquistar el mundo»18.

EL CONFLICTO CUBANO EN LASMEMORIAS

La guerra e independencia cubanas ocupan lugar preferente en el primer volumen de las Memorias de Alberto Insúa. Es un tema tratado con patriotismo y fervor romántico, al que no deja de aludir en los otros volúmenes. Su postura a favor de la dependencia cubana de España es clara y rotunda en cualquiera de estas páginas. Apóyala una obligación histórica y también cultural:

«[…] esta parte de mis Memorias, en que he tratado de historiar, a mi manera, los trances diversos de la campaña de Cuba hasta la hora en que la fatalidad obligó a España a retirarse de una tierra que había descubierto, fecundado y evangelizado, hecho, en fin, a su imagen y semejanza, y a aceptar el vae victis que señalaba el ocaso definitivo de su imperio en América y su archipiélago de Oceanía. Nos los arrebataron todo, o casi todo… Menos el honor y la esperanza»19.

En 1895, al estallar la guerra, Alberto Insúa tiene doce años. Los nombres de José Martí, Maceo, Máximo Gómez el Chino Viejo, entre otros insurrectos independentistas, se unen en su imaginación al de Martínez Campos, el general español encargado de «meter en cintura a los mambises». Desde pequeño y pese a la diversa opinión entre sus familiares, alineados a favor y en contra del separatismo, adopta, como su padre, una postura radicalmente españolista, «que Cuba no dejase de ser española», que continúa mostrando a través de sus Memorias. Admira de los españoles su propensión al mestizaje ya «que no ha habido, que yo sepa, hombres en el mundo que resolvieran más fácil y humanamente los conflictos planteados por la diversidad de las razas»20. En La Coruña, donde se establece con su familia en 1895, observa cómo al Muelle de Hierro llegan de su isla natal «juventudes tronchadas, cuerpos rotos, lágrimas, angustias, muertes»21.

En estas Memorias se expone pormenorizadamente la evolución del conflicto cubano desde 1895 hasta su desenlace, tres años después. Se desgranan los hechos y acontecimientos: el cambio de generales en la isla (Martínez Campos, Weyler), la postura oficial del Gobierno de Madrid y la de los Estados Unidos, la fiesta previa a la explosión del Maine, pretexto de la definitiva intervención estadounidense, a todas luces inimputable a un complot español, según el autor de las mismas. Se narra la historia desde la inmediatez de los propios personajes intervinientes, con toda la crudeza y apasionamiento, sin la imparcialidad del historiador:

«Don Pancho Recamán […] habló únicamente, y con laconismo, de la explosión, porque había estado alrededor del barco hundido y entre las llamas prestando socorro, “salvando gente, como era su deber”. Tenía una de las manos envuelta en una gasa. […]

Al preguntarle mi padre por la causa de la explosión:

—Interna —dijo, despidiéndose. […]

Los despojos de las víctimas del Maine —menos de ochenta— fueron conducidos al Ayuntamiento, en cuya sala capitular estuvieron tendidos hasta que llegaron los ataúdes»22.

Una de las ideas constantes de las Memorias de Alberto Insúa es la creencia en que el desmembramiento de Cuba habría podido ser evitado si las reformas concretas del presidente Antonio Maura se hubieran llevado a cabo, sin la oposición de Romero Robledo y sus afines al joven político, quien suscitaba grandes envidias en el Congreso:

«La admiración de mi padre por don Antonio Maura databa —como él decía— de “los tiempos de Cuba, cuando aquel político previsor expuso sus famosas reformas que hubiesen frustrado la guerra que concluyó con el desastre de Santiago y liquidó el funesto Tratado de París”. […] Maura había tardado seis meses en elaborar su proyecto, que descentralizaba en gran parte la administración de Cuba de la de España, rebajando la cuota contributiva impuesta para figurar en el censo electoral, y aumentaba en alta proporción el número de electores cubanos»23.

A la muerte de Antonio Maura, el día 13 de diciembre de 1925, Alberto Insúa insiste en el recuerdo de las palabras de su padre Waldo:

«Si sus reformas hubiesen prosperado —díjome— no estaríamos tú y yo ahora hablando en Madrid, sino en La Habana. Pero, en fin, se opuso el ciego Destino a que así fuese. Y a esa ceguera fatal contribuyeron todos los españoles, que no acertaron a ver al más patriota e inteligente de nuestros políticos, después de Cánovas, en este grande hombre que acaba de morir. Es un día de luto para mí. Las reformas de Maura no sólo hubiesen evitado la segunda guerra de Cuba y retardado la emancipación de la isla, sino también resuelto los problemas más agudos y dolorosos de España»24.

Los separatistas cubanos se negaban a todo pacto y rechazaban el régimen autonómico, aunque lo aprobasen los Estados Unidos. También las gestiones del papa León XIII fueron rechazadas por McKinley, quien había solicitado a las dos Cámaras de su país «emplear las armas al intervenir en Cuba con el propósito de crear en ella un Gobierno independiente y fuerte»25.

Insúa extrañaba que Benito Pérez Galdós, uno de los novelistas más reconocidos de la época, no hubiera escrito el Episodio Nacional de la guerra de Cuba:

«¿Por qué entre los Episodios nacionales no figuran los de la rota de Cavite y Santiago de Cuba y el de la magnífica epopeya de El Caney y San Juan? Bien pudo Galdós escribir ese episodio, como escribiera los de Trafalgar y Zaragoza, sin haberlos presenciado, pero sí pensado y soñado sin otra levadura y sal de realidad que las que halló en las gacetas y memorias de la época»26.

A los sesenta años de estos hechos, cuando Insúa escribe estas Memorias, el amor patriótico brota de entre sus recuerdos y reconoce que los españoles supieron perder:

«Esta otra Cuba que surgía de la guerra, de una guerra que, en definitiva, habían ganado hombres de una raza distinta de la nuestra, unos hombres que hablaban inglés, no era la Cuba de mis amores y mis sueños»27.

El 31 de diciembre de 1898, «la víspera del día nefasto para los españoles en que nuestra bandera sería sustituida en el mástil del Morro por el pabellón, cuajado de estrellas, de los Estados Unidos, y no por el de Cuba, con “su estrellita solitaria” en el triángulo rojo»28, Alberto Insúa, con su familia, zarpaba, en el barco La Navarre, del puerto de La Habana rumbo a La Coruña española. Lo que a continuación sucedió, lo oficial y protocolario de la entrega de poderes por el último gobernador general en Cuba, el general Jiménez Castellanos, nos lo narra también desde una perspectiva lírica y a través de la emocionada nostalgia del vencido. Insúa basa su texto en los testimonios y cartas conservados por su padre. Así rememoraría estos acontecimientos:

«A uno de los balcones se asomó una mujer joven y muy bien parecida, la cual, agitando frenéticamente una bandera española, gritó con voz vibrante: “¡Viva España! ¡Viva!”. A mí se me saltaron las lágrimas. […] Esa mujer me hizo pensar en María Pita, en Agustina de Zaragoza; me pareció España misma que gritaba: “¡No me he muerto y parte de mi alma permanece aquí!”»29.

Por el contrario, en España se asistía con indiferencia a los nuevos rumbos de la ex colonia española, segregada por el Tratado de París. Como también hiciera constar Pío Baroja, Insúa extraña y anota el nulo interés mostrado por la mayoría de la gente ante el problema del desastre nacional, a menos de un año de la consumación de los hechos, en octubre de 1899, cuando se dispone a iniciar los estudios de la licenciatura de Derecho en la Universidad de Madrid. A sus dieciséis años, con todo el bagaje personal acumulado, se considera un adulto respecto a sus condiscípulos:

«Pero el tema más importante de sus conversaciones, en el que solían detenerse, bien para mirarse de un modo melancólico, bien para emitir conceptos en que se reflejaba su desencanto —o su patriótica indignación— era, según decían, “el silencio casi absoluto, la indiferencia general que se observaba en España frente al hecho, más que doloroso, terrible, de la pérdida de las Colonias”. […] Por “aquello” que “equivalía al ocaso de un imperio, a la liquidación de una España todavía poderosa, a un vuelco espantoso en nuestra historia”»30.

Como hombre que participó de las inquietudes de la generación del 98, Insúa se hace eco de las preocupaciones del momento entre los políticos e intelectuales. Su padre, Waldo Álvarez Insúa, fundador de El Eco de Galicia. Revista Semanal de Ciencias, Artes y Literatura en La Habana, que escribiera en 1896 El problema cubano, con escaso éxito31, fue un hombre obsesionado en toda su vida por el problema de España, motivado, según él mismo, por la fuerte individualidad de los españoles, que se resisten a obedecer, «aquella locura de creerse cada uno, dentro de sí, un rey»32. Waldo Álvarez Insúa participó asimismo en el resurgimiento del regionalismo gallego33 y se relacionó con las primeras figuras políticas de su tiempo. Su hijo nos lo presenta en sus Memorias como persona inquieta por intervenir, en primera fila, en la política y a quien le cupo al menos la suerte de haber influido, con su palabra y sus artículos, en el escenario político cubano y español de entresiglos. «Como caminante histórico […], él se había detenido en “su” 98, “que no era, ciertamente, el de los intelectuales que dudaban del vigor de España para reponerse de sus descalabros y resurgir gracias a las portentosas reservas de su espíritu”»34. He aquí el sumario político del siglo XIX, a juicio del padre de Alberto Insúa:

«Desde el punto de vista de los progresos materiales, no ha sido el XIX un mal siglo. Desde el punto de vista político, no sé qué decirte… O sí sé qué decirte y me lo callo, porque no quiero disminuir tus ilusiones. Para mí, este siglo que se va, que se retira por el foro, ha sido un siglo funesto, porque ha significado para España lo que tú no ignoras. Durante él fuimos perdiendo, una a una, nuestras posesiones de ultramar, y aquí, en casa, tuvimos que rechazar una invasión francesa, sostener varias guerras dinásticas y aun saltar a África para sentarles la mano a los rifeños… ¡Vaya con Dios o con el diablo el siglo XIX! Y de lo que haya de suceder en el XX, ¿qué podría yo decirte? Ni yo ni nadie puede saberlo. A mí lo único que me importa es España»35.

Por su cercanía cronológica, resulta de interés la valoración de Alberto Insúa de los escritores agrupados por Ortega y Gasset y Azorín en 1913 con la denominación de generación del 98. Sus componentes, según nuestro escritor, no vivieron de cerca el problema de Cuba ni les aglutinó motivo alguno más que la mera cronología:

«Que publicaban (Ganivet, Unamuno, Azorín, Maeztu…) “ensayos”, versos y novelas y escribían comedias sin que pudiese nadie adivinar que, andando el tiempo, se les agruparía bajo el título de la “generación del 98”, como si hubiesen constituido una pléyade, con sus estrellas de un fulgor semejante, cuando en realidad no existió entre ellos armonía, ni siquiera simpatía, sino una circunstancia que les hizo «manifestarse» como escritores alrededor de la fecha del 98. […] Y no —insisto— como considerándose parte de un «todo» intelectual destinado a dirigir los nuevos rumbos de la patria. […] Pero cada cual veía a España a su manera y ninguno de ellos había estado en Cuba o Filipinas manejando su fusil»36.

Y continuaba:

«Mi padre solía decir que él era “un verdadero hombre del 98”, pero no de la generación de escritores a la que se asignaba tal fecha, sino “de la que había vivido y sufrido” sobre el terreno la última guerra de Cuba, con su triste final para nosotros, y que esa herida no acababa de cicatrizarse en su alma. Esto era verdad. Seguía doliéndole “su 98”»37.

«No pertenezco en la vida literaria a “la promoción del 98”, pero viví y sufrí el 98 en la propia Cuba, cordialmente, no intelectualmente como aquellos ilustres literatos en Madrid»38.

Para Alberto Insúa lo acaecido en Cuba marca un antes y un después en la historia española. Según él, este desastre del 98 es comparable a la derrota de la Invencible frente a los ingleses en el siglo XVI. Transcurrieron muchos años hasta que los españoles se percataron de los graves riesgos a que estaba sometida la patria: el discurso de alerta, en el Congreso, de Antonio Maura, a finales de 1907, sobre la reconstrucción de la Marina de guerra de un país «rodeado por tres mares, con la interrupción de los Pirineos, y sin ninguna defensa naval»39, el «contubernio» de republicanos, demócratas y liberales, el separatismo catalán y las manifestaciones en contra de Maura en las principales ciudades del país en 1909, que hacían exclamar a más de uno: ¡Después de lo de Cuba, esto!40.

La guerra de África librada por España frente a los rebeldes marroquíes, en este mismo año, le hace evocar y revivir la guerra que yo había vivido: la de Cuba, tan próxima en el panorama de la Historia, tan presente y vívida en mi corazón […], y estos soldados, que cayendo a racimos expugnaban el diabólico Gurugú, eran, con nombres y cuerpos diferentes, los mismos, por el alma, que los de Cascorro y El Caney»41. Años después, cuando Alberto Insúa se encuentra en París, en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial, añade:

«Toda guerra es un dolor. Y no me lo preguntes a mí, que todavía me sangra por dentro la que perdimos en el 98, ante, no lo olvides, una Europa indiferente u hostil. ¿Qué hicieron en aquella ocasión por España las grandes potencias europeas? ¿Sabes de algún voluntario francés en las guerrillas españolas del campo cubano? ¿Y qué hizo Inglaterra por moderar el vae victis de los norteamericanos sobre nosotros?»42.

Una guerra, la de Cuba, sin los adelantos de los que la técnica militar hizo gala en la primera mundial:

«Yo recordaba “mi guerra”, la de Cuba, vivida y sufrida moralmente en La Habana, pero sin ningún peligro material inmediato, pues los acorazados yanquis del bloqueo no llegaron a bombardearnos»43.

En 1927, Alberto Insúa regresa a la isla. Al año siguiente, en su novela Humo, dolor, placer recrea literariamente este retorno a su país natal. La figura del protagonista, Antonio, reemplaza al propio autor, quien —son sus palabras— «a los cuarenta y tres años de edad, en el mejor momento de mi vida literaria, que mis novelas se leían en todos los países de nuestro idioma y que si mi fama de escritor se extendía por toda la América española, se acrecentaba en Cuba por el hecho de ser yo uno de sus hijos»44:

«Con todo, seguía preguntándome cuáles serían las reacciones de mi espíritu en Cuba libre, es decir, al observar el contraste entre la que había dejado en octubre del 98 y la que iba a encontrar después de un cuarto de siglo de su independencia»45.

«En 1927 no iba yo a Santiago de Cuba “en plan” de turista, ni de conferenciante —aunque me vi obligado a hacer algún discurso—, sino con el propósito de cumplir la que he llamado “peregrinación patriótica”, en contraste con la familiar de Camagüey, visitando los lugares en que nuestras tropas se batieron con las yanquis —La Loma de San Juan y el Caney— y asomarme a ese espacio de mar donde la débil escuadra del almirante Cervera consumó su heroico sacrificio»46.

En el capítulo XCIII del tercer volumen de sus Memorias, Alberto Insúa se explaya en referirnos los cambios que observa en La Habana: una ciudad moderna, con fuerte influencia del imperio yanqui, en la que se imponen el capitalismo y la sociedad de consumo con toda su fuerza e intensidad mercantiles:

«Neoyorquina me pareció La Habana con sus rascacielos y un “palacetitanic” […]. Pero era una Habana tan ruidosa, tan lumínica, tan… cinematográfica. […] Son […] las habaneras de ahora finas, deportistas, continentales, no del Viejo, sino del Nuevo continente, pues cuanto hay de exótico en sus maneras proviene de los Estados Unidos y no de la lejana Europa. […] Los yanquis han importado sus aparatos de higiene y su música “en conserva”, todos los productos “standard” desde el Ford que ha vencido a la “guagua”, hasta la Gillette y el ventilador eléctrico. Hay en San Rafael y Obispo unos bazares donde cada objeto cuesta diez o veinte centavos. Me recuerdan los “Todo a 0,65” de Madrid, pero en grande, en fuerte, en colosal […]. Siempre están llenos de compradores de fruslerías e inutilidades los famosos “Ten Cents”»47.

Este recelo de Alberto Insúa frente al país que arruinó al suyo le hace reflexionar sobre el papel de protagonistas mundiales que están asumiendo, por estos años, los Estados Unidos e Inglaterra. En las Memorias muestra un patente desamor hacia los Estados Unidos cuya vocación imperialista alteró su vida y la de su país:

«Si el partido imperialista norteamericano, cuya bandera enarbolaba McKinley, no hubiese ayudado a los separatistas cubanos, provocando una guerra que España “no podía ganar”, Cuba habría seguido siendo española aun después de haber adquirido gradualmente la extensión de un régimen autónomo que la conducía a la independencia absoluta sin romper los lazos familiares con la Madre Patria»48.

La posesión y el saqueo de las minas de oro y de diamantes, que provocaron la guerra de Transvaal entre los ingleses y los bóers —campesinos de Holanda—, casi coetánea (1899) a la de los españoles contra los norteamericanos en Cuba, provoca asimismo la indignación de Alberto Insúa frente a los imperialismos, causa para éste de ambas guerras —las de Cuba y Transvaal—. Estados Unidos e Inglaterra se enfrentan a dos países y culturas que habían aportado su civilización y el Evangelio a dos zonas atrasadas del mundo. Si Cánovas cayó desplomado por los tiros del anarquista Angiolillo, otro tanto le ocurrió a McKinley con Czolgose. El estadista español y el presidente norteamericano representaban a dos potencias. El surgimiento de una comportó la desaparición de la otra:

«Los Estados Unidos, protectores de Cuba y dueños de Puerto Rico y Filipinas, se encontraban, al recibir McKinley en Buffalo dos tiros de revólver, más poderosos que antes. Su fácil victoria sobre España —obra del número, no del valor; del dólar contra la peseta— les colocaban en el tablero de la política internacional en situación de gran potencia y en camino de sustituir a Inglaterra en su poderío internacional, en su talasocracia y en su papel de árbitro de los destinos del mundo…»49.

Insúa atribuye a Inglaterra ser un país depredador de los frutos del esfuerzo ajeno como Estados Unidos lo fue al saquear toda la labor cultural y confraternizadora de España en Cuba.

Sus Memorias constituyen un documento ineludible para conocer y comprender algunos de los hechos más importantes y significativos de la reciente historia española y también europea. Están escritas con amenidad, sinceridad y apasionamiento. En sus páginas, la historia se impregna de cordialidad, las fechas encuadran a personajes representativos de la política, la literatura y el arte, descritos en su más honda cotidianidad humana. Y sobre todo, lo que Insúa quiere mostrar es la relación del hombre con todo aquello que le envuelve y le ha antecedido, en sintonía con el filósofo José Ortega y Gasset, coetáneo suyo:

«Todos dependemos, todos somos hijos —por decirlo así— de las guerras, de las revoluciones, de las grandes luchas humanas. La etopeya sigue a la epopeya como una niña débil y medrosa a una madre impávida y robusta»50.

ALBERTO INSÚA, CRONISTA DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

En el segundo volumen de sus Memorias, Horas felices. Tiempos crueles, Alberto Insúa, viajero incansable, redacta la crónica de la Gran Guerra. Páginas de la guerra. Por Francia y por la libertad y Nuevas páginas de la guerra son sendos libros que escribe en 1916 y 1917, respectivamente, en donde recoge el desarrollo bélico, las impresiones, algunas en tono lírico, y las valoraciones de esta primera guerra mundial del siglo XX. Ya en Dos francesas y un español (1925) había novelado algunas de estas experiencias. En la rivalidad entre Francia e Inglaterra, su postura es claramente francófila.

Entre 1911 y 1913 trabaja, en París, de agente de la editorial Renacimiento, cuando en Francia caldeábanse los ánimos, se establecían las relaciones con los ingleses y rusos y comenzaban los conflictos con Alemania. En este último año viaja a Londres, «la capital […] del imperio más poderoso del mundo». Visita, en Stratford-on-Avon, la casa natal de Shakespeare, y el teatro de éste y, más tarde, se traslada a Bélgica, donde se empapa de arte, cultura e historia en Gante y Brujas.

Ante la declaración de guerra y la resuelta neutralidad española, Alberto Insúa reclama, en sus artículos periodísticos, un alineamiento de España con Inglaterra y Francia, lo que propiciaría una política euroamericana:

«Pero no, España no cedería bases navales, ni sacrificaría uno solo de sus hombres en una guerra que no le afectaba directamente y en la que figuraban países que allá, en el fondo más o menos lejano de la Historia, habían sido rivales suyos. […] Yo —debo declararlo con sinceridad— me sentía intervencionista. Hubiese querido que España se alistase al lado de Francia e Inglaterra» (II, cap. LIII).

Las razones de este intervencionismo junto a los aliados encontraban su justificación en razones culturales, étnicas y en el deseo de compartir una misma situación económica (II, cap. LXXVII):

«El de nuestra posición geográfica, que nos aconsejaba una buena amistad con Inglaterra y nuestros vecinos los franceses, con los cuales deberíamos compartir los protectorados de África. […] Inglaterra nos devolvería el peñón, “por gratitud”. Y yo remachaba mi argumento pensando “que si habíamos luchado algunas veces contra Inglaterra, al lado de Francia y contra Francia codo a codo con Inglaterra, cuando una y otra se unían para defender la civilización occidental, la herencia de la Hélade, de Roma y del Renacimiento, el deber de España […] consistía en combatir junto a los aliados”. (II, cap. LVII).

Esta firme y radical postura aliadófila, que surge, por doquier, en las Memorias, se muestra enfrentada ante sus adversarios, al representar Prusia la raíz y el origen del militarismo alemán51:

«Francia estaba luchando por los motivos de la libertad y la justicia comunes a todas las patrias. “Los aliados —decíame yo entonces— defienden a todo el mundo. Los alemanes quieren dominar al mundo”» (II, cap. LX).

«Yo, por mi parte, deseaba con vehemencia el triunfo de los aliados y que en este triunfo la palma y corona correspondieran a Francia» (II, cap. LXVII).

«Pero, por encima de estas reflexiones, de estas hipótesis y conjeturas, se elevaba mi alegría […] por la palpitante y tangible victoria de los pueblos que representaban “mi” historia y “mi” cultura de hombre latino. “La germanización del mundo —pensaba— me hubiese resultado irrespirable” […].

Yo […] era un latino, nada más que un latino, y Francia, tanto como España, parecíame uno de los baluartes de la latinidad» (II, cap. CIII).

A mediados de noviembre de 1915 escribe, como corresponsal en París, su primer artículo, en el diario Abc. Esta dedicación periodística supuso una salida profesional para muchos escritores, pues «al empezar la guerra, salieron para Francia casi todos los escritores de más fama como corresponsales»52. Insúa «supo construirse un personaje de periodista político a la moderna, con un proyecto más amplio que el de relatar los hechos cotidianos»53 al analizarlos y mostrarlos como testimonio. Se mantendrá en esta actividad hasta 1920, dejando aparcada su faceta novelística, aunque continuaba escribiendo cuentos para el Paris Journal y L'Écho de Paris. Cuando, por su orientación germanófila, el periódico de don Torcuato Luca de Tena fue incluido en las listas negras por la Maison de la Presse, en los primeros meses de 1917, Alberto Insúa ocupó en la capital de Francia el cargo de enviado especial, a partir de mayo de este mismo año, de La Correspondencia de España. El Gobierno francés, en 1919, lo recompensó con la medalla de la Legión de Honor, que recibió junto a Fabián Vidal y Álvaro Alcalá Galiano. En 1922, concluye esta etapa importante y decisiva de su vida con su traslado a Madrid, tras una guerra vivida con intensidad y redactada día a día:

«Si me he detenido en el tema de este capítulo de mis Memorias es porque permite observar cómo las guerras del mundo civilizado se van haciendo cada vez más inhumanas, más “bárbaras”. Los campos de concentración de la segunda han sido peores que ergástulas. Se tendía a la supresión del prisionero, a veces sobre el mismo campo de batalla. Como en los tiempos de Gengis Khan…

De la guerra del 14 al 18, por contraste con las posteriores, puede decirse “que fue todavía una guerra humanitaria y caballeresca”» (II, cap. LXXXVIII).

LA TRAYECTORIA LITERARIA DE INSÚA A TRAVÉS DE SUSMEMORIAS

Las Memorias de Alberto Insúa, que comprenden desde su infancia cubana hasta el año 1927, cuando regresa, en visita, a su isla natal, recogen también la evolución, el análisis, la poética y la recepción de su obra literaria. Describen el ambiente cultural de su tiempo, las amistades y enemistades, los triunfos y rivalidades de quienes componían la República de las letras, «que no pasa de ser una feria de gitanos y chalanes», como la definiera Unamuno en los albores del mismo siglo54, y «que ha estado constituida siempre por grupos, cenáculos o individuos que se aplauden, se ignoran o se desprecian entre sí»55. Son, asimismo, un testimonio de sociología literaria por las valoraciones que Insúa emite de los escritores y artistas contemporáneos. Alberto Insúa alternaba la novela y los relatos breves, principalmente en las colecciones «El Cuento Semanal», «Los Contemporáneos» y «La Novela Mundial», con sus colaboraciones periodísticas. «Aparecer en El Cuento Semanal era para los escritores noveles poner una pica en Flandes y recibir, durante seis días, el soplo de la Fama» (I, cap. LXXXI)56.

La publicación de su primer libro, Don Quijote en los Alpes (1907), coincidió casi con el nacimiento de su primogénito y con la dirección de una pequeña editorial, Pérez Villavicencio, en la que Insúa publica esta recopilación de ensayos, «mi primer retrato espiritual» desde Ginebra, y sus dos primeras novelas. La primera de éstas (1907) la comenta así: «Con estos dos personajes en la imaginación me instalé en Ávila, por dos meses de aquel verano, y escribí En tierra de santos, mi primera novela, que fue como la primera tabla del tríptico de mi Historia de un escéptico. […] Diré, sí, que su parte descriptiva sigue pareciéndome admisible. No así las reflexiones de mis héroes, que reflejaban, en cierto modo, una situación de mi ánimo que hoy considero lamentable. Sufría yo entonces el influjo de los pensadores materialistas, un exceso de sensualidad juvenil y una crisis de descreimiento que fue, por fortuna, efímera» (I, cap. LXXXIII, pág. 541). Tanto Pérez Galdós como la condesa Pardo Bazán, «la impetuosa novelista» (I, cap. IV), estimularon la incipiente vocación novelística de Insúa (III, cap. XXXI). La segunda, La hora trágica (1908), «era un cuadro de la vida del Madrid que trasnocha, que copea, que baila y canta, o que ve bailar y oye cantar. El Madrid de los noctámbulos, los nocharniegos y los noctívagos. Y de las noctifloras, o sea de esas “flores del vicio” que sólo se abren de noche y exhalan un perfume muchas veces letal» (I, cap. LXXXVIII, pág. 566). El triunfo (1909), novela de tono noventayochista, cierra la trilogía: «Lo mejor de El triunfo no residía en la acción de la novela, sino en su parte descriptiva, en sus anotaciones e interpretación del paisaje atlántico de Galicia» (I, cap. XCI, pág. 588).

«En octubre de 1909 publiqué un libro de cuyo título no quiero acordarme. […] y todavía hay quienes, en carta anónima o en articulejos insidiosos, me echan en cara ese pecado de la juventud» (I, cap. XCII, pág. 590). Se refiere a La mujer fácil. Es un libro, folletinesco y naturalista, que narra las aventuras amorosas de un personaje libertino, y que fue recibido con éxito y tildado de inmoral, en una época dominada literariamente por Blasco Ibáñez57, Pérez Galdós, Valle-Inclán y Unamuno (I, cap. LXXIV, pág. 497).

A instancias de su cuñado, Alfonso Hernández-Catá, cónsul de España en diversas capitales europeas, Alberto Insúa inicia su andadura de dramaturgo, pese a las reticencias que siempre mostró hacia el arte de Talía.

En 1912 escribe: «En mi “departamentito” de la calle Molière [de París] recibí los primeros ejemplares de mi novela Las flechas del amor, traducida por Renée y prologada por Maurice Barrès» (I, cap. LXXXVIII), político nacionalista y de derechas, autor de Sangre, placer y muerte (1894), de quien, a su vez, Insúa traduce el ensayo El Greco o el secreto de Toledo (1914), que acompaña con un ponderado prólogo en el que recuerda la atención mostrada por Ortega y Gasset y Azorín hacia el escritor francés.

Entre 1907 y 1913 mantiene Insúa una intensa actividad novelística que no impide sus artículos en El Liberal, Los Lunes de El Imparcial; y sus crónicas y cuentos en Nuevo Mundo y Blanco y Negro: «En octubre [de 1913] publiqué una novela llamada a tener gran divulgación: Los hombres, en dos tomos: Mary los descubre y Mary los perdona. No colaboraba con asiduidad en ningún diario, pero sí en las revistas del tipo de El Cuento Semanal, para las cuales escribí durante varios años un gran número de novelas cortas, género que entonces “se vendía en España como pan”, y aún más barato que el pan, pues por treinta céntimos, menos del costo de una libra de éste, ofrecían los editores de aquellos semanarios literatura novelesca inédita de los autores más ilustres o populares de entonces» (II, cap. XLVIII).

Mientras el público de la escena aplaudía a Pérez Galdós, a Benavente, a los hermanos Álvarez Quintero, a Marquina y a Martínez Sierra, Alberto Insúa estrena, en la noche del 23 de enero de 1914, en el teatro Lara de Madrid, en coautoría con Alfonso Hernández-Catá, En familia, cuya acción se sitúa en Galicia. Una obra que «no podía ser más trivial», y que «obtuvo un éxito “de clamor”, como entonces se decía. […] La piececita, en un Madrid que andaba bastante lejos del millón de habitantes, se mantuvo en el cartel hasta el Sábado de Gloria y pasó muy pronto a las compañías que actuaban en provincias y en Hispanoamérica» (II, cap. XLIX). Suceden a ésta Nunca es tarde (1914), «mínima comedia» de la que, «desde las primeras frases entre Leocadia y Joaquina, “se dibujó” su éxito» (II, cap. L); Cabecita loca, del mismo año, con desigual fortuna en el teatro Español de Madrid, y El bandido, estrenada en La Habana en 1915 (III, cap. XCVI).

A principios de 1915, se traslada a París. A pocos kilómetros del frente de la guerra, que «era demasiado fuerte y tremendo para permitirme pensar en lo que no fuese “eso mismo”, le inspira De un mundo a otro (1916), proyectada, en un primer momento, como una serie de episodios galdosianos, e interrumpida por sus artículos, en francés, en Paris Journal y L'Écho de Paris.

En Las fronteras de la pasión (1920) recreará el paisaje de Mallorca tras una estancia, cinco años antes, en esta isla con Renée Lafont, su traductora al francés de distintos libros en la editorial Tallandier y de sus colaboraciones en revistas francesas, con la que mantuvo una larga relación literaria y también sentimental (II, cap. XLVII).

Entre 1915 y 1920, escribe en Francia algunos artículos periodísticos para el Abc y otros diarios. «No echaba yo de menos la vida literaria de Madrid, ni lamentaba haber interrumpido mi labor de novelista —con una docena de obras en circulación— y de dramaturgo en cierne, para dedicar mi pluma al periodismo» (II, cap. LXX). El peligro (1915) que apareció en Madrid fue «una de mis novelas mejor acogidas por la crítica. […] Habían quedado en poder de Alfonso tres obras teatrales, segunda y última parte de nuestra colaboración, que estrenaron Margarita Xirgu y Ricardo Puga, María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza y Ernesto Vilches. […] Ninguna llegó al gran éxito. […] Yo daba, sin amargura, por terminada mi “carrera de dramaturgo” (II, cap. LXX). A la vuelta de París, entrega al comediógrafo Gregorio Martínez Sierra La madrileña (1917), una comedia «que concebí y plasmé como un tema muy universal “localizado” en el Madrid contemporáneo» (II, cap. XCIV).

Si Felipe Trigo, Pérez Galdós, Blasco Ibáñez, Armando Palacio Valdés y Ricardo León eran, en esta década, los escritores más solicitados por el público, obtenían el aplauso popular los actores Manuel González, Pedro Zorrilla, Ernesto Vilches, Juan Bonafé, Mariano Asquerino, Antonio Riquelme y Pepe Santiago.

Insúa ve impresa, en la conocida editorial francesa Flammarion, su novela El peligro, con el título de Le goût du danger, y una edición de Las flechas del amor con el de Les flèches de l'amour. Mœurs madrilènes, prologada por M. Barrès y traducidas ambas por Renée Lafont (III, cap. VII). Ausente, durante un lustro, de España, relee a los clásicos franceses, románticos, naturalistas, simbolistas y parnasianos y también a los moralistas y filósofos. Frecuenta la escena francesa cuando en España triunfaban Valle-Inclán y Ricardo León y despuntaban W. Fernández Flórez y Pérez de Ayala (III, cap. XIV), aunque sus preferencias se dirigen más hacia los autores del siglo XIX que a los de su propio siglo (III, cap. X).

Insúa publica, entre 1918 y 1921, Maravilla, novela recibida con elogios por la condesa Pardo Bazán (III, cap. XLII), Las fronteras de la pasión, Un corazón burlado y La batalla sentimental, «estudios psicológicos en torno al sentimiento amoroso y cuadros de costumbres españolas» (III, cap. XXXVIII), que no fueron bien acogidos por el público español, pues se apartaban de su trayectoria general.

En 1921, veraneando con su segunda mujer, Gabriela Sagó, en Equy, en la Bretaña francesa, escribe su novela más popular, El negro que tenía el alma blanca, cuyo argumento surge al hilo de una anécdota, ocurrida junto a su hermano Manuel (III, cap. XXXIX), comentada detalladamente en sus Memorias (III, caps. XXXIX, XL, XLI y XLI), y que lo aúpa a la vanguardia de los escritores contemporáneos más leídos. Destacan en esta novela el análisis de la pasión amorosa y la descripción de ambientes vividos por su autor: Cuba, Madrid, París y «ese aire que llaman de “entre bastidores”, o de la farándula». José Ortega Munilla, en el periódico Abc, le dedicó a esta novela «un generoso y apasionado artículo». El teatro y el cine colaboraron a la celebridad del libro, que conoció tres versiones cinematográficas58 en 1927, 1934, bajo la dirección de Benito Perojo, y 1948. Juan de Orduña ya se había inspirado en una novela corta de Alberto Insúa para realizar su guión cinematográfico Los vencedores de la muerte59. De vuelta a Madrid, sigue con sus colaboraciones en diversos periódicos: La Correspondencia, La Voz, El Sol…

El público español, en el comienzo de la década de los años veinte, celebra a los ya clásicos: Galdós, recientemente fallecido, Blasco Ibáñez, Palacio Valdés, Unamuno, Pío Baroja, Ricardo León, Valle-Inclán, W. Fernández Flórez, Pedro Mata, Alejandro Pérez Lugín, Pérez de Ayala, Gómez de la Serna, Gabriel Miró, Francisco Camba, Augusto Martínez Olmedilla, Juan Pujol, Rafael López de Haro, José Francés, Eduardo Zamacois, Ramírez Ángel, Antonio de Hoyos y José María Carretero (III, caps. XXXVIII y XLII). Otro tanto sucede en la escena con Benavente, los hermanos Quintero, Federico Oliver, Carlos Arniches, Linares Rivas, Martínez Sierra, Eduardo Marquina y Francisco Villaespesa, los autores de primera fila (III, cap. LVII). Comenzaban, por su parte, a sobresalir los jóvenes García Lorca, Juan Ignacio Luca de Tena, Felipe Sassone… (III, cap. LXV) y muchos actores y actrices de la talla de Enrique Borrás, José Isbert, Fernando Díaz de Mendoza, María Guerrero, Aurora Redondo y Fernanda Ladrón de Guevara…

La afición a los toros y toreros más aplaudidos de la época —buena muestra fue su prólogo documentado a El toro, ese genio de combate (1955) de la francesa Marie Mauron, «el primer libro que leemos, acerca del toro y los toros, escrito por una mujer»— motiva su novela La mujer, el torero y el toro (1926), que alterna con las novelas cortas, pues sigue escribiendo cuatro o cinco al año. «Fue, en verdad, un tiempo próspero para la literatura española por ese auge de las novelas breves que incitaba al público a pasar del quiosco a la librería para adquirir las grandes» (III, cap. LXXXV). Destacaban, de entre muchas60, «La Novela de Hoy» de Artemio Precioso y «La Novela Mundial» de Luis Montiel, que «pagaban con esplendidez a sus colaboradores».

LA RECEPCIÓN DE LA OBRA LITERARIA Y LA POÉTICA DE ALBERTO INSÚA

Alberto Insúa fue proclive a desvelar las claves de su escritura. En las Memorias nos ofrece, junto a sus reflexiones en torno a los acontecimientos vividos («pormenores de mi vida amatoria, de la que hay tantos reflejos en mi obra novelesca», reconocerá61), el mundillo literario del que forma parte y también su poética, los principios estéticos que informan su obra, de qué lecturas se nutre ésta, los objetivos que se propone con la misma y la tradición literaria en la que se inscribe o, dado el caso, de la que marca distancias.

Insúa fue un lector voraz. No poseía, según manifiesta en sus Memorias, una facilidad natural para escribir. Como escritor, se inclinaba más hacia la novela, predominantemente la de tema amoroso, que al teatro del que ofreció no escasas muestras:

«Estas inquietudes se manifestaban en tres formas […]. La lectura ávida de novelas, de ensayos más o menos filosóficos, de artículos de periódicos. […] Porque mi pluma no era fácil, sino premiosa, y en muy raras ocasiones corría “a rienda suelta” sobre el papel. […] Lo que ocurría era, sencillamente, que la novela me apasionaba, y el teatro, en cambio, sólo me atraía como espectador y lector» (I, cap. LIII).

«Yo no me siento libre cuando escribo para el teatro. Será cuestión de temperamento o falta de habilidad. En la atmósfera de la novela respiro a mis anchas» (III, cap. XIV).

Insúa suscribe, junto a otros escritores, en 1908, el Manifiesto del Teatro de Arte en el que se hace una llamada a abrir nuevos caminos al arte escénico con «el definitivo derrumbamiento de las fórmulas viejas que lo oprimen y anquilosan».

Prefería nuestro novelista la lectura de los autores clásicos a los contemporáneos, que no han recibido aún la criba del tiempo:

«Yo no ponía ni quitaba autores, pero ayudaba a los míos, entre los cuales no predominaban los modernos ni los más recientes, pues gusto de esperar a que maduren para mi paladar de lector, y algunos se me quedan siempre en agraz. […] Mis lecturas eran sobre todo españolas y más de autores clásicos que contemporáneos, si bien, entre estos últimos, figurase en primer término mi amado Galdós» (III, cap. XXXIV).

Reiteradamente declara que en su quehacer literario busca la claridad, la sencillez, evitando los excesos formalistas. Cree, al tiempo que surgía la teoría de la deshumanización del arte, que la literatura debe reproducir la vida y el lenguaje vivo y expresivo de sus personajes, que plasme en sus obras no sólo las pasiones humanas sino también su variada expresión verbal:

«No me alejaba de los clásicos ni destruía mi convicción de que la mejor prosa era la más diáfana y la más directa, y la mejor lírica la que se expresara “con menos adornos”» (I, cap. LXI).

«Una disposición ingénita en mi espíritu […] me alejaba de lo enfático y declamatorio en el diálogo de los personajes, para preferir, precisamente, eso que llamaban naturalidad» (I, cap. LIII).

«Yo, mirándome siempre en el límpido espejo de Cervantes» (III, cap. XLIII).

«Reconozco las bellezas del preciosismo, mas prefiero a las piedras preciosas las del simple cristal, y aun las de vidrio, que también brillan a la luz del sol. Leo a los arcaizantes y a los que se enamoran de los vocablos que yacían en los panteones de la Lengua y desdeñan los que viven en el habla vulgar de su época, como si de ese vulgo, con sus “familiarismos”, no brotase una de las corrientes renovadoras del idioma. […] Puesto a preferir un estilo, opto por el que llamo “desnudo”, que no vale por su ropaje y sus galas, sino por su movimiento y su euritmia(III, cap. LXXIX).

Y da su propia interpretación de cómo deben respetarse la gramática y las reglas de la buena literatura:

«Esto de escribir “correctamente” se estima hoy, entre algunos escritores, innecesario, como si el primer deber del literato no consistiera, sencillamente, en “escribir bien”, en respetar las normas del lenguaje, que no son, por cierto, rígidas, pues se adaptan a todos los temperamentos y gustos» (III, cap. XXXVI).

Cultivó los distintos géneros literarios evitando tener muy cercano e inmediato el hecho que suscita el argumento novelístico. En otras ocasiones, las Memorias de Alberto Insúa componen un manual de estilo y un conjunto de reflexiones en torno al arte de escribir:

«Siempre será para los escritores esto de escribir un libro ajeno a las circunstancias que los rodean, una fórmula magnífica de evasión» (II, cap. XCIII).

«Y algo, que me parece importante en la vida de un escritor cualquiera, pude comprobar entonces: que la discontinuidad y alternación de sus trabajos no perjudican, sino más bien favorecen, el mejor desarrollo y ajuste de sus obras» (II, cap. XCIV),

pues

«escribir también era pintar, que el pintor presentaba visibles los colores y el escritor los sugería a la mente y la sensibilidad de sus lectores» (III, cap. LVI),

y

«Los personajes de mi libro proceden unos de la realidad y otros de mi fantasía, si bien en estos últimos pueda advertirse cierto parecido con personas verdaderas. A todos los desfiguro, o mejor transfiguro, adaptándolos a una acción imaginaria. A ninguno de ellos les pasó en la vida, en sus vidas, lo que les ocurre en mi novela. Yo les presté, les impuse otras. El don del novelista supongo que consiste en lograr que sus existencias inventadas interesen y conmuevan al lector como si fueran reales. […] Si se arguye que no puede negarse en el poema, en el teatro y en la novela un puesto a la fantasía, cabe redargüir que la propia vida es fantástica, que el sueño y el ensueño son tan elementos suyos como los actos cotidianos, visibles, palpables» (III, cap. LXXVI), siempre en busca de la amenidad, que no encontraba, de manera alguna, en la prosa de los discursos políticos, en boga en su época:

«Procuraba yo, ante todo, que mis artículos no pareciesen ensayos, que resultasen amenos y que reflejasen episodios de la actualidad» (III, cap. LXXX).

Las diversas orientaciones literarias del siglo XX no han impedido que la novela de Alberto Insúa haya dejado de ser objeto de lectura y estudio. Con el exilio del escritor, tras la guerra civil de 1936, fue relegado a un segundo lugar. En estos últimos años, como se desprende de la bibliografía sobre su obra, la atención hacia ésta se ha incrementado, aun por parte de hispanistas franceses, ingleses y norteamericanos.

Si bien es cierto que la obra literaria de Alberto Insúa consiguió un público popular fervoroso, fiel y amplio, también algunas figuras coetáneas de la intelectualidad y de renombre literario (Maurice Barrès, de la Academia Francesa, José Ortega Munilla, Federico García Sanchiz, José de Armas, Valentín de Pedro…) reconocieron su valía:

«Mis artículos gustaban, y no sólo a los lectores desconocidos “del montón”, sino a personas de tanta sabiduría y cultura como don Santiago Ramón y Cajal, que me hablaba de ellos con elogio, y a un periodista tan mundano, en el mejor sentido de la palabra, como el marqués de Valdeiglesias» (III, cap. LXXX).

Recibió asimismo elogios de Joaquín Costa, asiduo del Ateneo de Madrid y lector de los artículos de Insúa en El Liberal y El Imparcial, de quien recordaba este breve juicio que resume toda una marca de estilo:

«Y le considero a usted un escritor de veras, porque sabe aplicar el adjetivo al nombre de tal modo que el lector queda conforme y no siente ganas de operar ningún cambio» (I, cap. LXXIX).

Alberto Insúa integra en estas Memorias los años centrales de su vida en el panorama de su tiempo, al que valora y describe con entusiasmo, «mi anhelo de ser en estas páginas nada más que un hombre que da testimonio de los grandes hechos de su época»62, y en el que participó activamente. Sus Memorias también nos facilitan las claves interpretativas de su obra, una de las más populares en la primera mitad del siglo XX.

S. F. LL.

NOTA SOBRE ESTA EDICIÓN

LA PRESENTE ANTOLOGÍA de las Memorias de Alberto Insúa recoge un considerable número de textos de los tres volúmenes de éstas, publicados, en primera y única edición, los años 1952, 1956 y 1959, respectivamente, en la editorial madrileña Tesoro.

Esta selección abarca tres ámbitos, el social, el histórico y el cultural-literario, principalmente, relacionados con la biografía de Alberto Insúa: sus vivencias personales de la guerra de Cuba, sus viajes por la Europa de las dos primeras décadas del siglo XX como corresponsal de guerra en París, la trayectoria literaria y las relaciones sociales del novelista con los escritores contemporáneos.

Seguimos, y lo señalamos en esta edición, el orden de los volúmenes y de los capítulos de las Memorias. Dada su relevancia y, en ocasiones, su extensión, éstos se presentan en su integridad o fragmentariamente.

En todo caso, hemos intentado justificar la selección de los textos por su alcance significativo, aun a sabiendas de la inherente parcialidad de cualquier antología, sus inevitables omisiones y saltos cronológicos. Se ha actualizado la ortografía y, en su caso, respetado los peculiares rasgos de estilo por la espontaneidad de su escritura.

Quiero agradecer a Alberto Sánchez Álvarez-Insúa, quien siempre me ha ofrecido generosamente cualquier información acerca de la vida y obra de su abuelo, Alberto Insúa. A los profesores Richard Hitchcock de la University of Exeter, a Roselyne Mogin de la Université d'Angers, a Jean-Claude Rabaté de la Université de Paris III-Sorbonne por su información bibliográfica y a María Isabel Cazenave Quero por la ayuda ofrecida en el Archivo de la Subdelegación de Gobierno de Málaga.

BIBLIOGRAFÍA

DE ALBERTO INSÚA

Novelas

Historia de un escéptico. En tierra de santos, 1907.Historia de un escéptico. La hora trágica, 1908.Historia de un escéptico. El triunfo, 1909.La mujer fácil, 1909.Las neuróticas, 1910.La mujer desconocida, 1911.