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La menopausia y la perimenopausia siguen siendo un misterio para la mayoría de los médicos, dejando a las pacientes frustradas al enfrentarse a síntomas que van desde los sofocos y el insomnio hasta la confusión mental. Como destacada neurocientífica y especialista en salud cerebral femenina, la doctora Mosconi desentraña estos misterios al revelar que la menopausia no solo afecta los ovarios: es un espectáculo hormonal donde el cerebro ocupa el centro del escenario. La disminución de la hormona estrógeno durante la menopausia influye en todo, desde la temperatura corporal hasta el estado de ánimo y la memoria, y puede abrir la puerta al deterioro cognitivo en la etapa posterior de la vida. Para superar estos desafíos, Mosconi nos ofrece los enfoques más avanzados: explica el papel de las terapias de reemplazo hormonal de última generación, como los «estrógenos de diseño», la anticoncepción hormonal y los cambios clave en el estilo de vida que abarcan dieta, ejercicio, autocuidado y diálogo interno. De forma muy convincente, la doctora Mosconi desmiente el mito de que la menopausia significa un final, demostrando que, en realidad, es una transición. Entonces, si sabemos cuidarnos durante la menopausia, podemos emerger con un cerebro renovado y fortalecido, dando la bienvenida a un nuevo capítulo de vida, lleno de significado y vitalidad.
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Seitenzahl: 548
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Lisa Mosconi
Menopausia y cerebro
Nuevas aportaciones de la neurociencia y la medicina
Prólogo de Maria Shriver
Traducción del inglés de Elsa Gómez
Título original:
The Menopause Brain:
© 2024 by Lisa Mosconi
© de la edición en castellano:
2025 by Editorial Kairós, S.A.
www.editorialkairos.com
© de la traducción del inglés al castellano: Elsa Gómez
Revisión: Alicia Conde
Primera edición en papel: Enero 2025
Primera edición digital: Enero 2025
ISBN papel: 978-84-1121-336-3
ISBN epub: 978-84-1121-356-1
ISBN kindle: 978-84-1121-357-8
Composición: Pablo Barrio
Diseño cubierta: Editorial Kairós
Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total ni parcial de este libro, ni la recopilación en un sistema informático, ni la transmisión por medios electrónicos, mecánicos, por fotocopias, por registro o por otros métodos, salvo de breves extractos a efectos de reseña, sin la autorización previa y por escrito del editor o el propietario del copyright.
A todas las mujeres: a nuestras antepasadas, nuestras descendientes, y todas las que abrís camino conmigo mientras hablamos.
Prólogo
de Maria Shriver
Primera parte: La Gran M
1. No estás loca
2. Cómo acabar con los prejuicios contra las mujeres y la menopausia
3. El cambio para el que nadie te ha preparado
4. El cerebro de la menopausia no es solo imaginación tuya
Segunda parte: La conexión cerebro-hormonas
5. Los ovarios y el cerebro: compañeros sincronizados
6. Pongamos la menopausia en contexto: las Tres Pes
7. El lado positivo de la menopausia
8. El porqué de la menopausia
Tercera parte: Terapias hormonales y no hormonales
9. Terapia de estrogénos para la menopausia
10. Otras terapias, hormonales y no hormonales
11. Tratamientos contra el cáncer y «quimiocerebro»
12. Terapia de afirmación de género
Cuarta parte: Estilo de vida y salud integral
13. El ejercicio físico
14. Dieta y nutrición
15. Suplementos de origen botánico y no botánico
16. Reducción del estrés e higiene del sueño
17. Toxinas y disruptores endocrinos
18. El poder de una actitud mental positiva
Agradecimientos
Notas
Cubierta
Portada
Créditos
Dedicatoria
Sumario
Comenzar a leer
Notas
Notas de la traductora
¡estoy tan contenta de que hayas escogido Menopausia y cerebro! Me alegro mucho, porque acabas de haceros un gran favor a tu cerebro y a ti. Con este libro como compañero, ya no tendrás que abrirte camino tú sola por la perimenopausia, la menopausia o incluso la posmenopausia. Ahora tienes a tu alcance la información más actual sobre lo que está ocurriéndoles a tu cerebro y a tu cuerpo, y sobre por qué les ocurre. ¡Qué regalo!
Este es un libro importante porque toda mujer, si vive lo suficiente, pasará por la menopausia en cierto momento de su vida. Y toda mujer se preguntará por qué, además de tener que despedirse de la menstruación y la fertilidad, experimenta quizá repentinas palpitaciones, ansiedad, depresión, falta de concentración, sofocos, sudores nocturnos, cambios de humor, trastornos del sueño… La lista de síntomas es larga y variada. La menopausia es una función del cerebro que provoca un auténtico cataclismo en el cuerpo de la mujer y trastorna por completo su actitud y disposición ante la vida. Tanto es así que todos esos síntomas y emociones erráticos pueden hacerla creer que se ha vuelto loca, si no se la tranquiliza y se le explica que todo ello es normal. Eso es justamente lo que va a hacer Lisa Mosconi.
Ojalá hubiera existido este libro en la época en que yo estaba pasando por la perimenopausia y la menopausia; porque cuando La Gran M, como yo la llamo, llegaba de sopetón, ni a mí ni a millones de mujeres se nos daba demasiada información sobre nada de lo que nos ocurría. Las mujeres de mi generación nos sentíamos ignoradas. En la consulta, la persona sentada con bata blanca al otro lado de la mesa no prestaba mucha atención a lo que le contábamos, básicamente porque carecía de la formación e información necesarias para orientarnos sobre cómo hacer frente a los síntomas confusos, a menudo caóticos, que experimentábamos. Así que nos las arreglábamos como podíamos para no sucumbir a la fuerza de las turbulencias, y esto viviendo en una cultura que insinuaba que las mujeres de mediana edad éramos propensas a volvernos locas. Este libro es testimonio de lo que se ha progresado desde entonces.
Hace unos años, tuve el honor de escribir el prólogo de otro libro de Lisa, El cerebro XX, y ahora estoy encantada de escribir el prólogo de este. Menopausia y cerebro te abre una ventana a los últimos descubrimientos de la ciencia y te ofrece la orientación más práctica que puedas necesitar, y detrás de ello está una científica que no solo es una pensadora innovadora y visionaria, sino una mujer a la que ahora considero una amiga para toda la vida.
Conocí a Lisa en 2017, mientras buscaba datos de algún estudio reciente que me ayudaran a responder a una serie de preguntas, como por qué las mujeres tienen el doble de probabilidades de desarrollar alzhéimer que los hombres, o por qué las mujeres de color tienen un riesgo aún mayor de padecer esta enfermedad. Descubrir que era un tema que apenas se había investigado me animó a fundar una organización sin ánimo de lucro, el Women’s Alzheimer’s Movement (WAM), y a buscar toda la información posible sobre el cerebro de la mujer en las distintas etapas de su vida. Conocer a Lisa en esta aventura marcó un punto de inflexión. La suya fue una de las primeras voces en destacar el impacto que tenía la menopausia en el cerebro de las mujeres de mediana edad y en hablar de la respuesta general del cerebro a la menopausia. Cuando la conocí, acababa de publicar el primer estudio que indicaba que, en los años anteriores y posteriores a la menopausia, el cerebro de la mujer es más vulnerable al alzhéimer. En el mundo de la investigación científica, la suya fue una de las primeras voces que describió los cambios y el encogimiento físicos que experimenta durante este etapa el cerebro de la mujer; pero esto no fue todo, sino que Lisa desarrolló además la tecnología y el modelo de estudio que pudieran mostrar el proceso en la práctica. Gracias a ella y a otros miembros de la comunidad científica que compartían su descontento por la escasez de investigaciones concernientes a la salud cerebral de la mujer, se inició un movimiento cuyo propósito era estudiar el singular impacto de algunas hormonas sexuales, como los estrógenos, en la salud de las mujeres. Fue un placer poder contribuir a la financiación de algunos de estos estudios con las Becas de Investigación WAM, que se conceden a científicos y científicas cuyo propósito es investigar el papel del género como factor de riesgo del alzhéimer.
Es triste que, a pesar de la prevalencia de los síntomas de la menopausia y de que, con el tiempo, algunos puedan tener consecuencias graves para la salud, se hayan dedicado tan poca atención y fondos a la investigación de la menopausia, lo mismo que a la salud de la mujer en general. En el caso de las mujeres negras, las consecuencias de esta falta de interés son aún más nefastas, y atravesar la menopausia suele ser para ellas una andadura aún más larga y difícil. No hay excusa para la negligencia.
Me he propuesto recuperar ahora el tiempo perdido a causa de esa desidia y de la consiguiente falta de financiación, responsables de este desfase histórico de conocimientos sobre temas relacionados con la salud de la mujer. Por eso, en 2022 se estableció la colaboración del WAM con uno de los sistemas sanitarios más prestigiosos del mundo, y somos desde entonces WAM en la Cleveland Clinic. Me enorgullece decir que el WAM sigue siendo la principal organización dedicada al estudio del alzhéimer en las mujeres, y que se ha fortalecido aún más gracias al trabajo conjunto con profesionales que están a la cabeza en el campo de la investigación médica y que destacan por la excelencia de la atención clínica que prestan a sus pacientes. En 2020 hicimos historia, al inaugurar el primer Centro de Prevención del Alzheimer exclusivamente para mujeres, en la Clínica para la Salud Mental Lou Ruvo de Las Vegas. Ahora estamos trabajando en una misión compartida para hacer de la Cleveland Clinic un centro holístico de primer nivel para la atención sanitaria de la mujer, donde cada paciente sienta que se la respeta y se la escucha.
Mi objetivo es seguir brindando apoyo a personas de todo el mundo que, como Lisa, estén investigando lo que ocurre en el cerebro de las mujeres durante la mediana edad, y asegurarme, además, de que las mujeres de todos los países reciban la información detallada que necesitan para tomar el control de su salud durante estas décadas críticas. Y no son solo las mujeres quienes necesitan disponer de esta información, sino también sus amistades, su familia y el personal médico que las atiende. Por tanto, este libro es una guía para ellas y para la colectividad, y confío en que lo estudien quienes enseñan medicina y quienes la practican. Animo a las mujeres a que recuerden que pueden influir positivamente en su salud. Espero que vayan a la consulta de su médico o su médica con este libro en la mano y, basándose en las investigaciones que aquí se presentan, formulen conjuntamente un plan que pueda proporcionarles la atención médica personalizada que merecen y que necesitan para gozar de buena salud toda la vida.
Los conocimientos que se comunican en este libro te darán fuerzas y seguridad en ti misma. Compártelos con otras mujeres que encuentres en el camino, y conviértete en lo que llamo «una arquitecta del cambio», alguien que hace realidad los cambios que quiere que se produzcan en el mundo. Tu cerebro es tu bien más valioso. Cuídalo con mimo para que te dure toda la vida. Te aseguro que cuidarlo ahora es la mejor inversión que puedes hacer en tu salud futura.
Maria Shriver
Entre los treinta años y los sesenta años, muchas mujeres se despiertan una mañana preguntándose qué les pasa. Ya se trate de una sudoración incontrolable o de una sensación de niebla mental acompañada de ansiedad, cualquiera de nosotras puede encontrarse por sorpresa en medio de una avalancha de cambios tan extraños y repentinos como para que, literalmente, la cabeza le dé vueltas.
Podría ser una especie de desorientación, como si cada día estuvieras más ajena a lo que haces; entras con paso decidido en una habitación y te preguntas a qué habías ido. O las cosas ya no están en el sitio que les corresponde: la botella de leche se cuela en el armario de las tazas y las cajas de cereales acaban en el frigorífico. También la comunicación puede ser como una carrera de obstáculos; te quedas poco menos que aterrorizada cuando eres incapaz de dar con esa palabra que tienes en la punta de la lengua, o empiezas a decir algo y te quedas en blanco a mitad de la frase, sin la menor idea de lo que estabas pensando hace un segundo. En cuanto a las emociones, es posible que se salgan totalmente de madre; de repente, es como si una oscuridad densa te hiciera echarte a llorar sin motivo, y un instante después la reemplaza una ola de irritación o incluso de ira. Y cuando al fin llega la noche y crees que unas horas de sueño reparador te aliviarán de todas estas cosas tan raras, no encuentras manera de conciliar el sueño; el sueño se ha convertido en un fantasma caprichoso que va haciéndote visitas esporádicas a lo largo de la noche, o que tal vez decide no hacer acto de presencia. Teniendo en cuenta la intensidad de estos cambios inesperados y lo acelerada que es su aparición, no es de extrañar que muchas mujeres sientan como si su cuerpo se rebelara contra ellas, lo cual las hace entrar en una espiral de preguntas sobre su salud y dudar de sí mismas y hasta de su cordura.
Es posible que no reconozcas ninguno de estos síntomas (todavía). Aun así, probablemente hayas oído hablar de ellos a alguna amiga tuya o a tu madre. O quizá no te resultan del todo desconocidos, y los has buscado en Google a las tantas de la madrugada después de intentar en vano conciliar el sueño… una noche más.
Todo este desbarajuste ahora tiene nombre: el cerebro de la menopausia.
En la mayoría de los casos, la explicación a los fenómenos que tantas mujeres experimentan en la mediana edad no es más, ni menos tampoco, que la menopausia.
La menopausia es uno de los secretos mejor guardados de nuestra sociedad. No solo es que no se nos eduque ni brinde apoyo para este rito de paso que tendrán que vivir todas las mujeres, sino que a menudo no se habla de la menopausia ni siquiera dentro de la familia. Y lo que es más, incluso en las ocasiones en que nuestra cultura nos da alguna información práctica o técnica al respecto, pasa por alto los aspectos más destacados de la transición, es decir, los efectos que tiene la menopausia en el cerebro.
Como sociedad, si es que tenemos alguna idea de la menopausia, alcanza como mucho a la mitad de lo que es realmente: la mitad relacionada con los órganos reproductores. La mayoría de la gente sabe que la menopausia marca el final del ciclo menstrual de la mujer y, por tanto, de su capacidad para engendrar y dar a luz. Pero cuando los ovarios «echan el cierre», el proceso tiene unos efectos mucho más extensos y profundos que los relacionados con la fertilidad. En segundo plano, por así decir, la menopausia afecta al cerebro igual de directa y poderosamente que a los ovarios, y de maneras sobre las que apenas estamos empezando a tener datos.
Lo que sabemos hasta el momento es que todos esos acaecimientos desconcertantes –las súbitas oleadas de calor, la ansiedad y los sentimientos depresivos, las noches en vela, los pensamientos difusos, los lapsus mentales– son síntomas reales de la menopausia. Pero eso no es todo. La verdadera sorpresa es que esos síntomas no tienen su origen en los ovarios; se inician en otro órgano, que es el cerebro. Son de hecho síntomas neurológicos, manifestaciones de los cambios que provoca en el cerebro la menopausia. Por mucho que tus ovarios tengan su papel en este proceso, es tu cerebro el que está al volante.
¿Confirma esto tu mayor temor? ¿De verdad estás perdiendo la cabeza?
De ninguna manera. Estoy aquí para tranquilizarte: no te estás volviendo loca. Lo más importante es que sepas que no estás sola en esto, y que todo va a ir bien. Aunque es indudable que la menopausia afecta al cerebro, eso no significa que los problemas que experimentamos sean solo «cosas de la cabeza». Todo lo contrario.
En una cultura como la nuestra, obsesionada con la juventud, o bien se intenta hacer como si la menopausia no existiera, o bien se la teme o ridiculiza. No solo no se la reconoce como un hito importante en la vida de una mujer, sino que, debido al concepto extremadamente negativo que siempre se ha tenido de ella, llega con el estigma del edadismo, la pérdida de vitalidad e incluso el fin de nuestra identidad como mujeres. La mayoría de las veces, de todos modos, la menopausia se vive en silencio, incluso en secreto. Generaciones enteras de mujeres han sufrido a causa de la falta de información sobre lo que experimentaban, y lo han soportado con vergüenza e impotencia. Muchas siguen siendo reacias a hablar de sus síntomas por miedo a que se las juzgue, o se esfuerzan por ocultarlos. Y lo que es más, la mayoría ni siquiera son conscientes de que eso que experimentan esté asociado con la menopausia.
Toda esta confusión no solo es injusta, sino que constituye un importante problema de salud pública con consecuencias de largo alcance. Veamos las cifras:
Las mujeres constituyen la mitad de la población.
Todas las mujeres pasan por la menopausia.
Las mujeres en edad menopáusica son, con mucho, el grupo demográfico con mayor crecimiento. Para 2030, habrá en el mundo mil millones de mujeres que hayan entrado o estén a punto de entrar en la menopausia.
1
La mayoría de las mujeres pasan alrededor del
40% de su vida
en etapa menopaúsica.
Todas las mujeres, menopáusicas o no, poseen un órgano que se ha ignorado mayormente hasta ahora: el cerebro.
Más de tres cuartas partes de las mujeres tienen
síntomas cerebrales
durante la menopausia.
Aunque solo fuera por estas cifras, la menopausia debería ser un acontecimiento sociocultural de primer orden, y objeto de investigación extensiva y de profundo interés personal. Por el contrario, ya sea porque solo vemos sus síntomas desagradables o porque la percibimos como una disminución de nuestras facultades femeninas, el caso es que la idea actual de lo que significa la menopausia gira exclusivamente en torno a la cantidad de problemas que trae consigo esta transición natural. Y desde una perspectiva científica y médica, es una especialidad sin nombre.
Debido a lo poco que sabemos en general sobre la menopausia, a cantidad de mujeres las pilla totalmente desprevenidas, y de repente, sin saber por qué, sienten que ni su cuerpo ni su cerebro responden, a lo cual se suma la falta de respuestas claras con que se encuentran en la consulta médica cuando hablan de lo que les está pasando. Aunque los sofocos suelen considerarse un «efecto secundario» típico, cantidad de profesionales de la salud no relacionan con la menopausia otros síntomas como la ansiedad, el insomnio, la depresión o la niebla mental; no digamos ya en el caso de las mujeres que aún no han cumplido los cincuenta, a las que se suele mandar de vuelta a casa con una receta de antidepresivos, pues se interpreta que todo su malestar es producto de la psicología de la mujer, una especie de crisis existencial femenina. ¿A qué se debe esto?
Es bien sabido que la medicina occidental trabaja de forma compartimentada, no holística, y evalúa el cuerpo humano atendiendo aisladamente a sus diversos componentes. Por ejemplo, las personas que tienen problemas cardíacos van a una consulta de cardiología, y las que tienen problemas oculares van una de oftalmología, aunque sea un problema cardíaco el causante de los problemas oculares. Como resultado de esta extremada especialización, la menopausia se ha encasillado como «una afección de los ovarios» y se ha consignado al departamento de ginecología y obstetricia. Sin embargo, cualquier mujer que haya estado en una consulta ginecológica sabe que no es un sitio donde se hable del cerebro. Quien ha estudiado esta especialidad, como cualquier especialista, tiene conocimientos sobre partes específicas del cuerpo, en este caso el aparato reproductor, y, aunque quisiera, carece de la formación necesaria para diagnosticar o tratar síntomas cerebrales. Pero, además, gran número de especialistas en ginecología y obstetricia tampoco tienen la preparación adecuada para tratar la menopausia. En la actualidad, menos de un 20% han recibido formación específica en medicina de la menopausia, más allá de unas pocas clases sueltas a lo largo de todos sus estudios.2 A la vista de esto, quizá no sea de extrañar que el 75% de las mujeres que acuden a una consulta de ginecología por síntomas menopáusicos no reciban tratamiento.
Y, claro está, quienes se ocupan del cerebro –principalmente especialistas en neurología y psiquiatría– tampoco saben mucho de la menopausia. Así que es comprensible que nos encontremos en este situación. La separación rígida entre los distintos marcos de trabajo explica que se hayan descuidado los efectos que tiene la menopausia para la salud del cerebro, y que el tema se haya ignorado hasta acabar invisibilizándose entre las rajas que separan rigurosamente una especialidad médica de otra.
Aquí es donde los científicos y científicas del cerebro pueden hacer una importante labor. Yo soy una de ellas. Tengo un doctorado poco habitual: por un lado, en neurociencia (el estudio de cómo funciona el cerebro) y, por otro, en medicina nuclear (una rama de la radiología que utiliza técnicas de imagen para examinar el cerebro). Pero lo que realmente distingue mi trabajo es el haber asumido como misión en la vida estudiar el cerebro de las mujeres y prestarles toda la ayuda posible. Concretamente, soy profesora asociada de neurociencia en el departamento de neurología y radiología del Centro Médico Weill Cornell de Nueva York (la unidad de investigación médica y facultad de medicina de la Universidad Cornell), donde aplico todos mis conocimientos a estudiar la intersección de estas disciplinas con la salud de la mujer. Con este propósito, en 2017 puse en marcha la Women’s Brain Initiative, un programa de investigación clínica dedicado total y exclusivamente a averiguar qué factores concretos afectan a la salud cerebral femenina de modo más acusado que a la masculina. Cada día, todo a lo largo del día, mi equipo estudia el cerebro de las mujeres: cómo funciona, qué lo hace extraordinariamente potente y qué lo hace extraordinariamente vulnerable. Al mismo tiempo, dirijo de principio a fin el Programa de Prevención del Alzhéimer en el Centro Médico Weill Cornell, en colaboración con el Hospital Presbiteriano de Nueva York, lo que me permite integrar la investigación del cerebro de la mujer con la práctica clínica de evaluar la salud cognitiva y mental de las pacientes y poner los medios para fortalecerla en el presente y con vistas al futuro.
Los años de investigación me han dejado claro que, para poder cuidar la salud del cerebro femenino, es necesario entender con detalle los cambios que se producen en él en respuesta a las hormonas, especialmente durante la menopausia. Así que lo primero que hice una vez puestos en marcha estos programas fue llamar por teléfono al departamento de ginecología y obstetricia. Desde ese día, colaboramos con sobresalientes especialistas en menopausia, así como con especialistas en oncología y en cirugía ginecológica y obstétrica de primer orden. En colaboración, nos propusimos responder a la pregunta que no parecía interesar a suficientes profesionales: ¿qué efectos tiene la menopausia en el cerebro?
Cuando empecé a estudiar la menopausia, enseguida me di cuenta de dos hechos importantes. El primero era que muy pocos estudios del cerebro se ocupaban de ella en absoluto. El segundo, que los pocos que la tenían en cuenta examinaban casos de mujeres que ya habían pasado la menopausia, a menudo de entre sesenta y setenta años; en otras palabras, se había estudiado el impacto que tenía la menopausia en el cerebro después de que ocurriera: más sus derivaciones finales que el proceso en sí.
Mi equipo y yo nos hemos centrado en lo que conduce a esos resultados, es decir, en la etapa previa a la menopausia y durante toda la transición. Para que te hagas una idea del panorama tan desolador que nos encontramos en los inicios, no se había hecho ni un solo estudio que examinara conjuntamente el cerebro de las mujeres antes y después de la menopausia. Así que nos arremangamos, pusimos en marcha el escáner cerebral y nos aventuramos en territorio inexplorado. Hoy puedo decir que hemos avanzado mucho, lo suficiente como para saber que el cerebro de la mujer envejece de forma diferente al del hombre, y que la menopausia desempeña un papel crucial en este proceso. De hecho, nuestros estudios han revelado que la menopausia es un proceso neurológicamente activo que afecta al cerebro de formas bastante singulares.
Figura 1. Escáneres del cerebro antes y después de la menopausia
Para que entiendas a lo que me refiero, lo que se ve en la figura 1 es un tipo de escáner cerebral generado por una técnica de imagen funcional llamada tomografía por emisión de positrones, o TEP,a que mide los niveles de energía cerebral. Las zonas más luminosas indican un alto nivel de energía cerebral, mientras que las manchas más oscuras indican una menor renovación energética. (Encontrarás las imágenes a todo color en mi sitio web: https://www.lisamosconi.com/projects).
La imagen de la izquierda muestra un cerebro muy energético. Es un perfecto ejemplo del aspecto que te gustaría que tuviera tu cerebro cuando cumplas cuarenta años: vivo y brillante. El que vemos aquí es el de una mujer que, cuando le hicimos ese primer escáner, tenía cuarentaitrés años, un ciclo menstrual regular y no presentaba ningún síntoma de menopausia.
Ahora mira la imagen que aparece bajo la rótulo «Posmeno–pausia». Se trata del mismo cerebro ocho años más tarde, poco después de que la mujer hubiera pasado la menopausia. ¿Te das cuenta de que las zonas oscuras son más grandes que en el primer escáner? Ese cambio de luminosidad refleja que la energía cerebral ha disminuido en un 30%.
Este hallazgo dista mucho de ser un caso aislado; muchas mujeres de nuestro programa de investigación muestran cambios similares, y en cambio los hombres de la misma edad no.3 Así que lo que ves aquí son cambios significativos que, al parecer, se producen exclusivamente en el cerebro femenino durante la menopausia. Aunque estos cambios pueden explicar la sensación de agotamiento o simple desgana (como muchas sabéis, la fatiga de la menopausia no es cualquier cosa), en realidad la falta de energía es solo una de sus consecuencias; pueden afectar también a la temperatura corporal, el estado de ánimo, el sueño, la tolerancia al estrés y el rendimiento cognitivo. ¿Y adivina qué? La mayoría de las mujeres sienten estos cambios. Cuando se producen cambios biológicos marcados, que dan lugar a modificaciones incluso de las sustancias químicas que interactúan en el cerebro, es inevitable notarlos.
El estudio que acabo de mencionar fue solo la punta del iceberg. Poco a poco, las investigaciones nos iban dando infinidad de datos que indicaban que el nivel de energía cerebral no es lo único que cambia durante la menopausia, sino que los efectos se extienden a la estructura del cerebro, la conectividad entre distintas zonas y hasta a la química cerebral.4 Todo ello puede traducirse en una experiencia muy muy alucinante para la mente y el cuerpo. Lo que quizá sea difícil de detectar sin un escáner es que estos cambios no se producen después de la menopausia, sino que empiezan antes, durante la perimenopausia. La perimenopausia es la etapa de calentamiento para la menopausia en la que empiezas a saltarte menstruaciones y suelen hacer su aparición los primeros síntomas, como por ejemplo los sofocos. Nuestras investigaciones han revelado que es precisamente entonces cuando también el cerebro experimenta los mayores cambios. La explicación más sencilla de este fenómeno es que el cerebro menopáusico se encuentra en un estado de ajuste, incluso de remodelación, como si un motor que antes funcionaba con gasolina empezara a funcionar de repente con electricidad, y hubiera que resolver por fuerza unos cuantos detalles técnicos. Pero, principalmente, estos hallazgos son la prueba científica de algo que han dicho desde siempre tantas y tantas mujeres: que la menopausia te cambia el cerebro. Así que, si alguna vez has tenido que oír que tus síntomas están simplemente relacionados con el estrés o que «forman parte de ser mujer», aquí tienes la prueba de que todo lo que has estado experimentando es científicamente válido y coherente. Es producto de tu cerebro, no de tu imaginación.
A lo largo de los años, he hablado con innumerables mujeres que sufrían distintos grados de malestar durante la menopausia, debido sobre todo a los síntomas cerebrales (tanto si eran capaces de ponerlos en palabras como si no). Y muchas me han dicho que uno de los mayores problemas añadidos era la dificultad para encontrar información que fuera no solo comprensible sino fiable. Oírlas decir esto, escuchar la necesidad de conocimiento y apoyo que había detrás de sus palabras, me hizo darme cuenta de que todas las mujeres merecen tener información precisa y completa sobre la menopausia. Los artículos científicos revisados por pares ofrecen la garantía de que es válido lo que se expone en ellos, pero las revistas académicas no son una vía eficaz para hacer llegar esa información a los cientos de millones de mujeres del mundo real.
Menopausia y cerebro nace de mi compromiso de proporcionar a las mujeres la información que necesitan para vivir la menopausia con conocimiento y confianza. Comprender lo que ocurre antes, durante y después de la menopausia dentro de tu cuerpo y de tu cerebro es crucial para que puedas comprenderte a ti misma antes, durante y después de la menopausia. E igual de crucial es que te ocupes de que se atiendan tus necesidades sanitarias a medida que van cambiando y que reclames tu derecho a tener un papel activo en todos los momentos de esta importante transición.
Hasta ahora, se ha pintado la menopausia como un obstáculo nefasto y aterrador que viene a por nosotras de una en una. La mayor parte de lo que se ha escrito sobre el tema, tanto en los textos científicos como en los numerosos sitios web, trata sobre cómo sobrellevarla o lidiar con ella, cuando no sobre cómo rebelarse contra ella. Igualmente, la gran mayoría de las investigaciones se han centrado en todo lo que puede causar problemas durante la menopausia y en cómo «arreglarlos». Te preguntarás: «¿Y qué hay de malo en eso?». Esto es lo que hay de malo: ese planteamiento presupone que lo máximo a lo que podemos aspirar es a sobrevivir a la menopausia. Al tratar este acontecimiento vital exclusivamente en el contexto biológico, la medicina occidental ha hecho hincapié en sus inconvenientes y ha minimizado lo que en verdad representa. Pero cuando se contempla la menopausia desde una perspectiva integradora, se ve que su significado tiene mucho mayor alcance. La realidad es que los cambios hormonales que dan lugar a la menopausia y a sus síntomas promueven simultáneamente el desarrollo de nuevas y fascinantes habilidades neurológicas y mentales, que nuestra sociedad prefiere ignorar. Los poderes ocultos de la mente en la menopausia son la gran noticia que nunca aparece en los titulares, poderes de los que todas las mujeres deberían ser conscientes, ya que tener conciencia de ellos abre nuevos caminos para vivir la menopausia y, en definitiva, nuestra feminidad.
Con este propósito, el libro se divide en cuatro partes:
Parte 1, «La Gran M»: presenta los elementos fundamentales que se necesitan para entender qué es y qué no es la menopausia desde una perspectiva clínica; cómo afecta al cerebro y las dificultades que nos crea no reconocer esta conexión crucial.
Parte 2, «La conexión cerebro-hormonas»: analiza cómo influyen las hormonas en la salud del cerebro y por qué esta interacción es fundamental para entender la menopausia. Aquí, nos zambullimos en los detalles de la menopausia para comprender cómo opera en el cuerpo y en el cerebro, lo cual significa descifrar tanto «lo que es» cómo su «por qué» dentro de un contexto más amplio. Para ello, examinaremos lo que yo llamo las Tres Pes: pubertad, preñez y perimenopausia, tres épocas cruciales en las que nuestras hormonas, nuestro cerebro y su forma de interactuar cambian drásticamente. Es fundamental conocer las similitudes entre las Tres Pes para poder recontextualizar la menopausia como una etapa natural en la vida de la mujer; una etapa que, al igual que las otras dos, puede provocar vulnerabilidad, pero también ser fuente de resiliencia y cambios positivos. Sin embargo, si lo que te interesa urgentemente en estos momentos es encontrar soluciones concretas e información que te ayude a sentirte mejor, puedes pasar tranquilamente a la parte 3, donde nos centraremos en los aspectos prácticos de la menopausia y encontrarás estrategias y orientación. ¡La parte 2 te estará esperando para cuando sea tu momento de leerla!
Parte 3, «Terapias hormonales y no hormonales»: esta es una inmersión profunda en la terapia de reemplazo hormonal, así como en otras opciones hormonales y no hormonales para cuidarte durante la menopausia. A continuación, examinaremos la terapia antiestrogénica para el cáncer de mama y el cáncer de ovario, y los efectos del «quimiocerebro». Por último, aunque a lo largo del libro utilizo el término «mujer» para referirme a quienes nacieron con lo que se denomina un aparato reproductor femenino (mamas y ovarios), no todas las personas que pasan por la menopausia se identifican como mujeres ni todas las personas que se identifican como mujeres pasan por la menopausia. En reconocimiento de las diversas experiencias e identidades dentro del contexto de la menopausia, hablaremos de la terapia de afirmación de género para personas transgénero, que incluye métodos para suprimir la producción de estrógenos.
Parte 4, «Estilo de vida y salud integral»: aquí se analizan las principales prácticas conductuales y de estilo de vida que han demostrado su utilidad para aliviar los síntomas de la menopausia sin recurrir a un tratamiento farmacológico; prácticas que favorecen además la salud cognitiva y emocional. Aunque tengas la sensación de que estás demasiado dispersa para poder tomar decisiones lúcidas, lo cierto es que tienes capacidad para decidir sobre tu estilo de vida, tu entorno y tu actitud ante las cosas, todo lo cual puede influir en cómo experimentes la menopausia. Aceptarla y concederle en nuestra vida la importancia que merece nos da la posibilidad de fortalecernos y sentirnos mejor como mujeres; cuando la aceptamos, se nos abre todo un abanico de nuevas posibilidades.
En definitiva, este libro es una carta de amor a la feminidad y una exhortación a todas las mujeres a que acepten la menopausia sin miedo ni vergüenza. Esa es la base para poder celebrar la cualidad de nuestro cerebro y sus singulares capacidades, es la base para poder apreciar las adaptaciones tan inteligentes que nuestro cuerpo y nuestro cerebro realizan a lo largo de la vida, y para poder disfrutar de una salud óptima ahora y en el futuro. Confío en que la información que contiene este libro suscitará muchos debates, no solo sobre el polifacético tema de la menopausia, sino también sobre la desatención y marginación que han tenido que soportar sectores importantes de nuestra sociedad. Esto es crucial no solo para cambiar el concepto de la menopausia, sino también para revigorizar la voz del «género olvidado», individualmente y como mitad de la población mundial.
Este libro es la perspectiva neurocientífica de los altibajos de la menopausia. Sin embargo, antes de revelar el futuro que podemos hacer realidad, es conveniente (si bien un poco desalentador) hacer un repaso de las perspectivas culturales y clínicas de la menopausia que han imperado hasta la fecha. Insisto en que, de entrada, repasar algunas de las principales concepciones sociohistóricas del tema te hará dudar, quizá, que el futuro pueda ser más prometedor. A fin de cuentas, la acción combinada de la cultura y la medicina convencional es la responsable de que sigamos equiparando la menopausia con «fallo ovárico», «disfunción ovárica», «carencia de estrógenos» y toda la lista de efectos menopaúsicos negativos. Pero confía en mí; te aseguro que, si nos basamos en los hallazgos de la ciencia moderna, podemos sustituir el relato por uno muy diferente, más equilibrado.
De todos modos, admito que desde una perspectiva cultural el panorama es innegablemente sombrío. En cuanto profundizamos un poco, resulta obvio que muchas de las ideas degradantes sobre la menopausia tienen su origen en una concepción negativa de la mujer como «el sexo débil».b Y si partimos de esa noción ancestral de que las mujeres somos físicamente más frágiles que los hombres, el concepto acaba aplicándose también a nuestro cerebro y nuestro intelecto, que es lo que actualmente se denomina neurosexismo: el mito de que el cerebro de la mujer es inferior al del hombre. Por lo tanto, antes de que podamos asomarnos siquiera a la complejidad de los modelos médicos referentes a la menopausia, tenemos que examinar la complejidad de esos mismos modelos referidos al conjunto de las mujeres.
Por disparatada que sea la doctrina de la inferioridad femenina, el hecho es que constituye nada menos que la columna vertebral de la ciencia moderna. Según Charles Darwin, padre de la biología moderna, «el hombre alcanza una eminencia superior a la de la mujer en cualquier cosa que emprende, tanto si se requiere pensamiento profundo, hacer uso de la razón o la imaginación o simplemente de los sentidos y las manos».1 Esta teoría fue cobrando fuerza y expandiéndose a lo largo del siglo xix sin que nadie la cuestionara, y de repente los científicos varones la corroboraron con un «impresionante descubrimiento»: se dieron cuenta de que, no solo era la cabeza de las mujeres anatómicamente más pequeña que la de los hombres, sino que el cerebro de las mujeres pesaba también menos que el de los hombres. En una época en la que reinaba la premisa biológica de que, cuanto más grande fuera algo, mejor, la esbeltez del cerebro femenino se interpretó convenientemente como señal de falta de inteligencia e inferioridad mental. Los expertos de la época se apresuraron a relacionar el hecho con una falta de aptitud para las más diversas tareas. Por ejemplo, George J. Romanes, un destacado biólogo evolutivo y fisiólogo, llegó a decir lo siguiente: «Teniendo en cuenta que el cerebro de la mujer pesa por término medio unas cinco onzas (141,7 g) menos que el del hombre, por motivos puramente anatómicos es natural que las mujeres demuestren una marcada inferioridad en lo que a capacidad intelectual se refiere».2 Este tipo de declaraciones no eran ni de lejos algo inaudito, ya que la mayoría de los intelectuales de la época aceptaban de buen grado una interpretación que conviniera al statu quo. Las «cinco onzas menos» que pesaba el cerebro de la mujer se utilizaron para justificar la diferencia de estatus social entre hombres y mujeres, y la negativa a que las mujeres accedieran a la educación superior o a otros derechos que hubieran podido hacerlas independientes.
Voy a atreverme a aventurar que lo siguiente es bastante obvio: si por término medio los cuerpos de los hombres son más voluminosos y pesados que los de las mujeres, es de suponer que sus cabezas serán más o menos proporcionales; cualquiera que tenga dos dedos de frente (valga la ironía) se da cuenta de esto. Si el cuerpo es más grande, el cráneo y el cerebro también lo serán. Y una vez que se toma en consideración el tamaño de la cabeza, la legendaria diferencia de peso entre un cerebro y otro desaparece sin dejar rastro.
A pesar de ello, durante siglos el cerebro de la mujer se ha seguido «pesando» y calificando de insuficiente, lo cual ha impedido que las mujeres accedieran a las universidades y a los puestos de prestigio. Al cabo del tiempo, las científicas y las activistas de derechos humanos unieron sus fuerzas para denunciar que esas interpretaciones sesgadas no eran más que armamento político que echaba por tierra los esfuerzos de las mujeres por conseguir equidad e igualdad. Gracias a sus esfuerzos, la teoría de la inteligencia basada en el peso del cerebro quedó totalmente desacreditada a principios del siglo xx. La posterior tecnología que permitía obtener imágenes cerebrales contribuyó a disipar muchos de los supuestos en que se fundamentaba el neurosexismo, y acabó por nivelar el terreno de una vez por todas.
¿O no?
Hoy en día, aunque el discurso abiertamente sexista ya no tiene cabida en la comunidad científica, hay quienes aseguran que el neurosexismo sigue vivo y coleando. Y es que, en muchos aspectos, es cierto que el cerebro de las mujeres difiere del de los hombres.3 Hablaremos más de esto dentro de un momento. Por ahora, quiero comentar simplemente que la disparidad entre géneros rara vez se utiliza para modernizar la atención médica, y muy a menudo, en cambio, para reforzar los estereotipos de género degradantes. Conscientemente o no, se nos obliga a adoptar roles de género desde que nacemos, roles alimentados además por ideas que promueve la ciencia popular, como que los comportamientos «Venus/Marte» difieren debido a la particular naturaleza del cerebro masculino y femenino. Puede que todo empiece con la consabida tradición de vestir a las niñas de rosa y a los niños de azul, pero acaba propagando prejuicios rígidos y despectivos que hacen de la mujer el género inferior.
En la actualidad, nos enfrentamos a un triple desafío: sexismo, edadismo y menopausismo. Desde el momento en que nacemos, el mensaje que recibimos de nuestra sociedad es que, por el hecho de ser mujeres, estamos en inferioridad de condiciones, aunque solo sea porque los hombres son más grandes y más fuertes. Pero estas creencias básicas proliferan de forma sutil y no tan sutil a medida que nos adentramos en el patio de recreo, el aula y el lugar de trabajo, y culminan en la mediana edad. En esta línea del tiempo, la menopausia es el golpe final. Después de que una mujer haya tenido que soportar durante décadas mensajes debilitantes a causa de su biología, he aquí nuevamente un proceso fisiológico fundamental convertido en prueba de la fragilidad e indisposición femeninas. Desde el oscuro punto de vista patriarcal, a la creencia generalizada de que la edad hace a la mujer cada vez menos atractiva se suma la idea de que, al no poder traer ya criaturas al mundo, deja de ser socialmente útil y es por tanto prescindible, y este mensaje sutil echa aún más leña al fuego de la inferioridad física, mental, personal e incluso profesional.
Pese a que contamos con tan pocos datos científicos fiables sobre la menopausia, sin duda no escasean las observaciones desatinadas e incluso misóginas en torno a este tema. En la cultura popular, se tiene en general una imagen bastante angustiosa de la mujer menopaúsica, con sus estados de ánimo erráticos y sus explosiones temperamentales. A quién no le resulta familiar el estereotipo de la mujer menopáusica beligerante, zarandeada por los cambios de humor y atormentada por los sofocos que lleva a su pobre marido al límite de la exasperación. No es nada nuevo. Esa imagen tiene sus raíces en siglos, y hasta milenios, de profunda desconfianza patriarcal hacia el cuerpo de la mujer. ¿Lista para lo que viene?
Las primeras referencias científicas a la menopausia se remontan al año 350 a.C., cuando Aristóteles observó que las mujeres dejaban de tener flujo menstrual entre los cuarenta y los cincuenta años.4 Sin embargo, dado que entonces la esperanza de vida era menor, no había muchas mujeres que tuvieran ocasión de atravesar la menopausia y vivir para contarlo. Además, en la antigua Grecia, al igual que en muchas otras civilizaciones de la antigüedad, el valor de una mujer estaba ligado a su capacidad para engendrar y parir; las que ya no podían hacerlo no merecían, obviamente, mucho interés o estudio.
Salvo por unas cuantas menciones superficiales, la menopausia continuó siendo básicamente invisible para la medicina hasta el siglo xix. Fue entonces cuando los doctos profesionales de la medicina, más o menos por la misma época en que «descubrieron» el cerebro de las mujeres, se toparon además con otro fenómeno desconcertante: la menopausia. Puede que se debiera al progreso general de la investigación científica, o quizá a que cada vez eran más las mujeres que vivían lo suficiente como para que la menopausia no pudiera seguir ignorándose, pero el caso es que los médicos acabaron por darse cuenta de que la menopausia no era un simple accidente estrafalario. Para entonces, circulaban ya por toda Europa expresiones coloquiales que se referían a ella como «el infierno de las mujeres», «la placentera senectud» [por un verso de Homero] y «la muerte del sexo».5 La palabra menopausia, sin embargo, no entró en nuestros vocabularios hasta 1821, cuando el médico francés Charles de Gardanne acuñó el término, a partir de los vocablos griegos men, menos («mes») y pausis («cesar» o «detenerse»), para indicar el momento en que termina definitivamente el ciclo menstrual de una mujer.
En consonancia con la tendencia de la época, cuando los profesionales clínicos comprendieron que la menopausia era algo que merecía tenerse en cuenta, tomaron la decisión de catalogarla debidamente; y eso hicieron, definida como una enfermedad. De inmediato, se consideró que esta extravagante dolencia recién descubierta era la causante de un notable número de afecciones médicas, desde el escorbuto hasta la epilepsia o la esquizofrenia. No es de extrañar, puesto que existía la idea generalizada de que una misteriosa conexión entre el útero y el cerebro hacía a las mujeres propensas a la locura, o a la histeria (del término griego hystera, que significa «útero»). Por ejemplo, se pensaba que lo que hoy conocemos como síndrome premenstrual (SPM) estaba causado por la «asfixia» del útero al llenarse de sangre, o incluso por la migración ascendente del útero dentro del cuerpo de la mujer para asfixiarla. Evidentemente, pensaron, esta asociación malsana debía ser también la culpable de la «demencia climatérica» tras la menopausia.
En consecuencia, se impusieron prácticas drásticas y a menudo muy peligrosas para atajar la rebeldía del útero errante. La hipnosis, la utilización de instrumentos vibrantes y la irrigación de la vagina con un chorro de agua a presión son algunas de las técnicas mejor documentadas de entre las muchas que se probaron. Otros recursos eran el opio, la morfina y las inyecciones vaginales con base de plomo. Luego los médicos idearon una solución aún más radical: la cirugía. Su razonamiento era que, si el útero estaba enfermo, había que extirparlo. En retrospectiva, ahora sabemos que una histerectomía (la extirpación quirúrgica del útero y los ovarios) lanza a una mujer a la menopausia prácticamente de la noche a la mañana, lo cual tiene el poder de agudizar todos los síntomas habituales. Así que, como la cirugía no conseguía sino agravar los episodios problemáticos, la única opción que quedaba era encerrarlas. Hay abundante información sobre mujeres a las que se diagnosticaba erróneamente de «locas» o «dementes» a la vista de sus síntomas,6 y en consecuencia se las recluía en instituciones psiquiátricas. La verdad es que estas mujeres probablemente sufrieron un final tan trágico debido a los tratamientos desacertados que les administraron sus médicos.
Saltemos a las primeras décadas del siglo xx. Ahora que las mujeres vivían cada vez más años y habían conseguido el sufragio y mayor poder cultural, por fin empezó a considerarse que la menopausia merecía verdadera atención médica, en lugar de internar a las mujeres en cuanto presentaban síntomas desconcertantes. Una de las contribuciones más significativas a este cambio de planteamiento se produjo en 1934, cuando los científicos descubrieron un grupo de hormonas llamadas estrógenos. Cabe destacar que el término se deriva del griego oistros, que significa frenesí o deseo enloquecido, lo cual reforzaba aún más la tendencia histórica a encuadrar la fisiología femenina en el marco de la inestabilidad mental. Pero dejando esto a un lado, el caso es que la ciencia siguió avanzando y se descubrió también que había una relación entre la pérdida de estrógenos y la menopausia. Así que se actualizó su definición;7 ahora la menopausia era una enfermedad «por deficiencia de estrógenos». Por extensión, los estrógenos pasaron a ser el mágico elixir de la juventud en la imaginación de la gente, y, en consecuencia, un fármaco muy lucrativo. Las empresas farmacéuticas aprovecharon la ocasión, y la terapia de reemplazo hormonal se convirtió rápidamente en el tratamiento preferido para la menopausia. En 1966, el doctor Robert A. Wilson, autor del superventas nacional Siempre femenina [Femenine Forever], describió la menopausia como «una plaga natural» y calificó a las mujeres menopáusicas de «castradas malheridas».8 Pero, según Wilson, con el reemplazo de estrógenos «los pechos y los órganos genitales de la mujer no se marchitarán. Entonces vivir con ella será mucho más agradable, porque no se volverá aburrida ni perderá su atractivo». Con el tiempo, y quizá no debería sorprendernos mucho, aparecieron pruebas de que este libro tan influyente había estado respaldado por varias empresas farmacéuticas. Pero no toda la propaganda que se hizo de él estaba patrocinada directamente por estas compañías. El libro causó furor; su título se extendió por todo el país como un reguero de pólvora. Por su parte, David Reuben decía lo siguiente en su libro Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo, pero no se atrevía a preguntar: «Una vez que los ovarios se detienen, se detiene la esencia misma de ser mujer». Y añadía que «una mujer posmenopáusica está lo más cerca que cabe imaginar de ser un hombre»; luego se corregía: «No es que sea realmente un hombre, pero ya no funciona como una mujer». Poco a poco, la idea de que la menopausia era un síndrome de deficiencia de estrógenos se fue imponiendo, y todavía hoy es común encontrarla en los libros de texto y oírla en la consulta médica.
A pesar de todo esto, los mecanismos concretos a los que se debe la influencia de los estrógenos en la salud mental son un hallazgo de época muy reciente. Fue a finales de los años noventa del pasado siglo cuando la ciencia descubrió algo de verdad importante: que eso a lo que llamamos hormonas sexuales no es fundamental solo para la reproducción,9 sino también para la función cerebral. En otras palabras, se vio que esas hormonas que están inextricablemente vinculadas a nuestra fertilidad –con los estrógenos al mando– eran igual de cruciales para el funcionamiento general de nuestra mente. Para que te hagas una idea de lo reciente que es este descubrimiento, te diré que el ser humano había pisado la Luna treinta años antes. Treinta años durante los cuales, aquí en la Tierra, miles y miles de mujeres habían estado tomando hormonas a pesar de que nadie tuviera ni idea de cómo operaban realmente los estrógenos entre el cuello y la coronilla.
Y esto nos trae de vuelta al siglo xxi. Hoy, la menopausia es territorio exclusivamente ginecoobstétrico; las conexiones entre el aparato reproductor y el cerebro ya no se demonizan, pero tampoco se les suele conceder mayor atención. A la vez, paradójicamente, en el mundo de la ciencia se acepta de forma casi generalizada que las hormonas sexuales son importantes para la salud cerebral, pero se considera también que el cerebro del hombre y el de la mujer son más o menos iguales, salvo por algunas funcionalidades relacionadas con la reproducción.
De esto nace el grave error de perspectiva que ha convertido la atención sanitaria de nuestro tiempo en una medicina del bikini. ¿A qué me refiero? A una práctica médica que reduce la salud femenina a la de aquellas partes del cuerpo que se encuentran bajo los contornos del bikini. Su mensaje es que, desde el punto de vista médico, lo que a una mujer la hace mujer son sus órganos reproductores, nada más. Aparte de esos órganos, a los hombres y a las mujeres se nos ha estudiado, diagnosticado y tratado exactamente de la misma manera: como si ellos y nosotras fuéramos hombres. Y resulta que esto no solo es contrario a la realidad, sino además nefasto como pauta que oriente la labor médica y científica dirigidas a proteger el cerebro de las mujeres, incluidas las menopáusicas.
Hablando claro, la inmensa mayoría de las investigaciones médicas han utilizado el cuerpo masculino como prototipo exclusivo, a pesar de las «tetas y trompas». Por si fuera poco, todavía en los años sesenta del siglo xx, obedeciendo instrucciones de la FDA (la agencia gubernamental de Estados Unidos responsable de la regulación de alimentos y medicamentos), era habitual denegar a las mujeres en edad fértil el acceso a fármacos experimentales y a ensayos clínicos, con el pretexto de querer proteger al feto de los posibles efectos adversos.10 En la práctica, sin embargo, se entendía por «mujer en edad fértil» a toda aquella mujer que tuviera capacidad para quedarse embarazada, no solo a las que de hecho lo estaban; esto significaba que cualquier mujer, desde la pubertad hasta la menopausia, independientemente de si tenía o no actividad sexual, de si usaba anticonceptivos, de su orientación sexual o incluso de si deseaba o no ser madre, quedaba excluida de los ensayos clínicos. Si durante siglos se había considerado que el cerebro de la mujer era deficiente, ahora se invisibilizaba por razones de orden distinto.
Esta prohibición estuvo vigente hasta bien entrados los años noventa, lo que significa que, durante décadas, toda la investigación médica estuvo basada en muestras casi exclusivamente masculinas. Aunque parezca difícil de creer, en la actualidad sigue siendo así; se nos prescriben innumerables medicamentos que nunca se han puesto a prueba en mujeres.11 De hecho, a menudo ni siquiera se han probado en animales hembra. La inmensa mayoría de los estudios preclínicos siguen utilizando exclusivamente machos, con el argumento de que la variabilidad de las hormonas sexuales puede «confundir los hallazgos empíricos».12 Este sistema unisex tan profundamente sesgado lleva decenas de años suministrando al campo de la medicina datos que o no tienen nada que ver con la realidad o, en el mejor de los casos, tienen que ver con la realidad de una mitad de la población mundial.
Dado que el sistema médico, dominado desde siempre por los hombres, ha denigrado la menopausia a lo largo de los siglos y ha tenido poco interés en estudiar el cerebro de las mujeres, y dado que la investigación científica se ha realizado principalmente en hombres, y que los hombres no pasan por la menopausia, en realidad no es de extrañar que la influencia de la menopausia en la actividad cerebral siga siendo un misterio («resuelto» hasta hoy con estigmas y estereotipos, en lugar de con hechos e información). Como es obvio, todo esto ha tenido repercusiones catastróficas para la investigación médica en general, y de la salud de la mujer en particular.
Las consecuencias son especialmente patentes en lo que respecta a la salud de nuestro cerebro. Porque la verdad es que el cerebro de las mujeres no es igual que el de los hombres. A nivel hormonal, energético y químico son distintos. Estas diferencias no tienen en absoluto un efecto determinista sobre la inteligencia ni el comportamiento, y jamás deben utilizarse para reforzar los estereotipos de género, pero eso no quita para que sea crucial tenerlas en cuenta si queremos proteger la salud del cerebro,13en especial después de la menopausia. He aquí algunos datos estadísticos que la mayoría de la gente no conoce.14 Las mujeres tenemos:
El doble de probabilidades que los hombres de que se nos diagnostique un trastorno de ansiedad o depresión.
El doble de probabilidades de desarrollar la enfermedad de Alzheimer.
El triple de probabilidades de desarrollar un trastorno autoinmune, incluidos aquellos que atacan al cerebro, como la esclerosis múltiple.
Cuatro veces más probabilidades de sufrir dolores de cabeza y migrañas.
Más probabilidades de desarrollar tumores cerebrales como los meningiomas.
Más probabilidades de morir a causa de un derrame cerebral.
Cabe destacar que la prevalencia de estas afecciones cerebrales es prácticamente igual en los hombres que en las mujeres antes de que estas lleguen a la menopausia, pero se duplica (o más) en las mujeres después de la menopausia. En cuanto a las repercusiones de este cambio, debes saber que una mujer de cincuenta años tiene el doble de probabilidades de sufrir ansiedad, depresión o incluso demencia en algún momento futuro que de desarrollar un cáncer de mama. Sin embargo, el cáncer de mama está claramente reconocido como un problema de salud de la mujer (como debe ser), mientras que ninguna de las afecciones cerebrales mencionadas se considera que lo sea. Y puesto que el cáncer de mama tiene cabida en el marco de la «medicina del bikini», se han hecho las debidas investigaciones y se han dedicado todos los recursos posibles para curarlo, y en cambio apenas se ha hecho nada por atender expresamente la salud cerebral antes, durante y después de la menopausia.
Conviene dejar claro que la menopausia no es una enfermedad y no causa ninguna de las enfermedades mencionadas. Ahora bien, los cambios hormonales que dan lugar a la menopausia pueden suponer para determinados órganos –el cerebro entre ellos– un sobreesfuerzo que los deje extenuados, sobre todo si no se hace caso de estos posibles efectos o no se tratan de remediar. En la mayoría de las mujeres, ese sobreesfuerzo provoca algunos síntomas bien conocidos, como sofocos e insomnio. Después, en algunas mujeres, la menopausia puede llegar a desencadenar una depresión grave, ansiedad o incluso migrañas, y, en otras, puede suponer un mayor riesgo de desarrollar demencia en un futuro. Por lo tanto, aunque la supuesta histeria y la asfixia del útero eran inventadas, estos riesgos son reales, y exigen una respuesta clara y urgente; es decir, una investigación exhaustiva a fin de descubrir métodos eficaces con los que tratar los efectos que tiene la menopausia en el cerebro. No solo necesitamos encontrar la manera de minimizar los síntomas iniciales, sino que es de importancia vital acelerar las investigaciones para poder prevenir que esos síntomas den lugar a afecciones más graves en el futuro. La medicina de la mujer debe elevar sus miras, no solo más allá del bikini, sino más allá de la reproducción como único objetivo. Ya es hora de que se estudie con seriedad y rigor lo que ocurre en el cuerpo y el cerebro de la mujer entendidos como un todo integral, y de reconocer plenamente el impacto sistémico de la menopausia en ese conjunto.
Hasta aquí, hemos examinado los efectos del conocimiento científico (y de la ignorancia) a nivel sistémico y cultural. Históricamente, se ha sometido a las mujeres poco menos que a una tortura física y psicológica a cuenta de la menopausia. Se nos ha hecho creer que la menopausia puede volver clínicamente loca a una mujer, y que es natural que la sociedad nos invisibilice cuando llegamos a esta etapa. Esto es peligroso, porque la cultura influye poderosamente en cómo concebimos y experimentamos la menopausia en sí, y la cultura occidental nos ha condicionado a percibir los síntomas que rodean esta transición como sus únicos aspectos dignos de interés. Si bien es cierto que las cosas han mejorado con el tiempo, este trauma está incrustado en el inconsciente colectivo, y afecta no solo a cómo se percibe socialmente a la mujer, sino también a cómo nos percibimos a veces a nosotras mismas y a cuánto nos valoramos.
La experiencia individual de muchas mujeres está influida directamente por esas concepciones culturales, y no solo cuando llegan a la menopausia. Gracias a la combinación de creencias sin fundamento y convenciones obsoletas que acabamos de mencionar, se tiene por costumbre quitar importancia a nuestros problemas de salud, o hacer caso omiso de ellos. En las unidades de atención cardíaca y de tratamiento del dolor, por ejemplo, es un fenómeno bien documentado que hay muchas más probabilidades de que a una paciente femenina se la envíe a casa sin haber recibido ningún tratamiento que a un paciente masculino, lo cual se traduce a la larga en un peor estado de salud.15 ¿Por qué ocurre? Porque, cuando una mujer siente dolor, es mucho más probable que la persona que la atiende le diga que su malestar es de carácter psicosomático, hipocondríaco o que está relacionado con el estrés.16 Parece que hablemos del siglo xix, pero ocurre ahora mismo, y con una frecuencia alarmante culmina con una receta de antidepresivos o derivando a la paciente a psicoterapia, en lugar de examinar aquello de lo que se queja.
A la vista de estas tendencias, seguro que puedes imaginar (o recordar) que cualquier temor o queja relacionados con la menopausia reciben una respuesta de desdén, como si lo que dice la paciente no tuviera importancia o se lo estuviera inventando. En general, la profesión médica ha incurrido a menudo en una desmoralizadora desconfianza que ha hecho a muchas mujeres dudar de sí mismas. Tradicionalmente, se ha escuchado con tal escepticismo lo que contábamos sobre nuestros síntomas, y muy en especial cualquier temor relacionado con la salud mental, que, como pacientes, solemos acabar acostumbrándonos a quitarle importancia nosotras también a todo lo que nos pasa, ya sea por miedo a parecer tontas o hipersensibles, o sencillamente para evitar que nos traten con condescendencia. Por desgracia, ignorar los síntomas de una mujer puede provocar retrasos en el diagnóstico y el tratamiento, lo que a su vez puede repercutir en nuestra calidad de vida, y tal vez tengamos la mala suerte de que acabe en algo aún peor.
A las mujeres se nos ha enseñado a temer a nuestras hormonas y a dudar de nuestro cerebro. La salud cerebral de la mujer sigue siendo uno de los campos de la medicina menos investigados, diagnosticados y tratados; y por supuesto menos financiados. Las mujeres menopáusicas, en particular, han estado infrarrepresentadas y desatendidas no solo en la medicina, sino también en la cultura y los medios de comunicación. Esto es algo que tendría que haber cambiado hace ya mucho tiempo. Espero que la ciencia contribuya a producir ese cambio, esta vez para favorecer a las mujeres en lugar de perjudicarlas.