Mentiras y secretos - Cristina Tinoco - E-Book

Mentiras y secretos E-Book

Cristina Tinoco

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Beschreibung

Cuando la protagonista escucha por boca del médico que no le queda más que esperar a que llegue la muerte toma dos decisiones: buscar la muerte asistida y registrar su vida en cartas para sus hijas, a veces son recuerdos de niñez y juventud, a veces confesiones, a veces sucesos dolorosos que conllevaron un cambio en el estilo de vida para cada una y que implicaron reacciones y alejamientos.

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mentiras y secretos

Primera edición: junio 2023 ISBN: 978-607-8773-62-6 © Cristina Tinoco © Gilda Consuelo Salinas Quiñones (Trópico de Escorpio) Empresa 34 B-203, Col. San Juan CDMX, 03730 www.gildasalinasescritora.com Trópico de Escorpio

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor y Arts. 424 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase al CeMPro (Centro Mexicano de Protección y Fomento de los Derechos de Autor, http://www.cempro.org.mx).

Distribución: Trópico de Escorpio www.tropicodeescorpio.com.mx Trópico de Escorpio

Diseño editorial: Karina Flores

HECHO EN MÉXICO

 dedicatoria

A Poli, con todo mi corazón. A kikí, Poli, Fer y María; la razón de mi vida. A María, Antonio, Paula y Pedro, mi esperanza, mi ilusión, mi ternura.

Caminante no hay camino Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar. Antonio Machado

 presentación

Soy una mujer de setenta y cuatro años con ganas de disfrutar la vida; algunos días no lo consigo, pero al siguiente intento de nuevo. Desde que era niña me gustaba reír, tanto que decía mi mamá que me escuchaba aún cuando dormía.

La muerte ha dejado huella en mí desde que era pequeña, poco antes de cumplir un año mi gemela se fue sin decir adiós; entonces no comprendía, pero aprendí a seguir adelante sin permitir que las personas que amo se alejen, viven en mi corazón donde siempre hay lugar para alguien más y cuando yo parta vendrán conmigo.

Esta novela intenta transmitir mi peculiar forma de ser; puede resultar paradójico que disfrute la vida y escriba sobre la muerte; es porque ambos conceptos son parte de una misma realidad.

iel adiós (2002)

Muy queridas niñas, ha pasado el tiempo de espera y merecemos un aplauso por lo bien que lo hemos llevado, el doctor pensaba que no llegaría a noviembre y no se equivocó, mi partida se acerca. El día que escuchamos el diagnóstico empezó en cada una el proceso de aceptación a su propio ritmo, según sus capacidades; es un trabajo que implica todo nuestro ser y ustedes se empeñan en acompañarme con cada paso hasta llegar a la meta, gracias por su amor.

Echar a andar parecía imposible, tenía ante mí un camino torcido del que no podía ver el fin, pero conocía el destino al que iba a llegar. Cada tarde, cuando empezaba a oscurecer y ustedes partían, el silencio traía consigo el miedo a la soledad y buscaba cómo escapar antes de que la angustia me atrapara, debía distraerme con cualquier cosa que alejara mi mente de esa amenaza. Durante el día, cuando las voces de la casa me daban tranquilidad, concebía actividades que me ayudaran a evitar ese sentir que llegaría con la penumbra de la noche.

Algunas fotos viejas que encontré en el ropero fueron mi primera compañía; durante horas me perdía en los recuerdos de la niña solitaria que fui. Esos momentos de mi vida, agradables o no, consiguieron apartarme de la realidad, tanto, que los esperaba con ilusión para ahuyentar el temido desierto. Pedí entonces más álbumes para no detener la memoria y saborear esos trozos del pasado que, a pesar del abandono, aún latían y despertaban sentimientos en algún lugar profundo.

El encuentro con un universo plagado de emociones, me llevó a la idea de escribir algunos capítulos de mi vida que creo ustedes no conocen y transmitirles un poco de la alegría que me han traído. Quise llevarlas de la mano a recorrer partes de mi niñez y que vean cómo fui construyendo mi historia.

Lo transcurrido en mis tiempos de colegio se basa en recuerdos revestidos de optimismo, no puedo evitarlo; desde pequeña me acostumbré a endulzar lo amargo y a exagerar lo dichoso; he alterado los hechos proyectando sobre ellos el color conveniente a cada momento. Tal vez fue la mejor forma que encontré para esconder lo desagradable.

Algunas anécdotas van a dibujar sonrisas en su rostro, les aconsejo que las disfruten, porque hay otras que les van a causar tristeza y enojo; así es la vida, nos regala de todo.

ii1920

Nací el diez de abril, en la calle Secreto número 16, barrio de San Ángel, en mi casa, que era donde las madres daban a luz en aquella época, sin embargo, en esa ocasión no fue lo mejor, mi mamá padecía una anemia aguda descubierta en los primeros meses del embarazo y el parto se presentó antes de lo previsto, tal vez si hubiera estado en el hospital habrían podido salvarla, pero no en mi casa; murió poco después de mi nacimiento en el mismo lugar.

A pesar de ser la quinta hija crecí muy sola, mis hermanos mayores, Agustín y Manuel, estudiaban en un internado de jesuitas en España y sólo en vacaciones venían a México, esto ocurría una vez al año y durante esas semanas yo me sentía feliz. Mis hermanas, Carmen y Luz, eran muy diferentes, las dos cariñosas de distinto modo, pero fue Luz quien se ocupó de mí. Carmen, en cambio, procuraba estar el menor tiempo posible; apenas llegaba el silencio desaparecía por las constantes discusiones con mi papá que parecían interminables; me divertía cuando llegaba cantando y me enseñaba a bailar, llenaba la casa de vida por tres o cuatro días y cuando se hartaba salía corriendo con algún pretexto; se despedía de mí con un beso diciéndome al oído que se iba antes de que mi papá la matara; sabía bien que su ausencia era la mejor medicina para los nervios del jefe, como se refería a él.

Estuve rodeada de personas buenas que trabajaban en esa casona vieja y grande, me sonreían y al saludarme no me llamaban por mi nombre sino como niña, no me gustaba, pero así les habían enseñado. Mary era mi nana y cuando estábamos solas me llamaba Tere. Pasé mi infancia en el jardín acompañada por los perros y algunas tardes por Lupe, la hija de la cocinera. Sentadas bajo la higuera que estaba al fondo, me contaba historias de espantos que oía en su pueblo, mientras hablaba yo trataba de guardar en mi mente cada palabra, en silencio repetía varias veces las que para mí eran nuevas, y por las noches las pronunciaba una y otra vez, hasta que mi mente lograba alcanzar ese lugar remoto y mágico tan desconocido para una niña como yo. Las veces que conseguía entrar en ese mundo, el miedo me hacía gritar desesperada hasta despertar en los brazos de mi papá. Seis años no es una edad propia de pesadillas, decía preocupado mientras yo guardaba en secreto su procedencia por temor a perder a mi única amiga.

Un día mientras comíamos, con orgullo dije que eso lo sabía desde “endenantes.” Me sentí feliz al ver las carcajadas de casi todos, él esperó paciente a que cesaran las risas de mis hermanos para cambiar de tema. Poco después mi papá terminó con los mejores momentos de mi infancia: Lupe y yo bajo la higuera, entre risas inventábamos una historia que sumara a los personajes de las anteriores, de pronto él apareció frente a nosotras, en un segundo ella salió corriendo y yo me puse de pie; de la mano me llevó a su despacho, creo que fue la primera vez que entré a ese cuarto. Sabía que iba a regañarme, nadie me había prohibido hablar con Lupe, pero yo conocía las reglas de la casa y temía que la mandaran al pueblo. Ni los trabajadores ni sus familiares podían estar en nuestra casa más que para realizar sus funciones, para eso estaba la casita del servicio, donde tenían todo lo necesario.

Me quedé parada frente a él y desde el otro lado del escritorio escuché la sentencia.

—Esto te lo diré sólo una vez, no puedes traer a esa niña al jardín, y mucho menos meterla a la casa. Sé que pasas muchos ratos sola y es normal que busques compañía, pero no es la persona adecuada. Pronto empezarás el colegio y ahí encontrarás muchas amigas, ahora vete a tu cuarto.

Me eché sobre la cama y lloré, yo sabía que no era correcto y por eso lo guardaba en secreto, pero no hacíamos nada malo. Fue la primera vez que recuerdo haber llamado a mi mamá. Cuando mi nana entró a guardar la ropa limpia, se acercó y me acarició el pelo. Su mamá está en el cielo, niña, y desde ahí la cuida. Arrodillada junto a mí siguió con sus mimos hasta que me quedé dormida.

A la hora de la cena bajé muy bien peinada. Sentados a la mesa, yo a la izquierda del gran jefe, como siempre, comí poco y hablé menos, me esmeré para no equivocarme; me mantuve muy derecha, no subí los codos y puse la servilleta en las piernas, fue ésa la manera que encontré en ese momento para castigarlos por dejarme sola. Cuando terminamos, Carmen, mi hermana mayor, me acompañó a mi cuarto. ¿Qué te pasa, chiquita, quién te hizo enojar? Me abracé a su cuello y entre sollozos sólo pude decir, mi mamá, porque se murió.

iiimentiras y secretos

Un día, mientras comíamos, pregunté el significado de la palabra secreto y alguien respondió, es algo que quieres mantener oculto, escondido para que nadie pueda verlo; puede ser una cosa o algo que te dijeron, o tal vez que tú viste cuando pasó y lo callas para que nadie lo sepa. Y entonces, ¿qué es una mentira? Inquirí. Recuerdo la expresión difícil de describir en la cara de Carmen, sorpresa e intriga se adivinaba en su mirada y contestó de prisa; algo que no es verdad; algunas veces decimos cosas que no son ciertas por equivocación, porque así lo creemos y estamos equivocados, pero no teníamos intenciones de engañar. Y ¿qué sucede si yo sé lo que pasó pero te digo que no lo sé? Estás diciendo una mentira, me estás ocultando la verdad. ¿Mentira es igual a secreto? En cierta forma sí porque estás ocultando algo; Carmen mirándome a los ojos preguntó ¿quién te habló de secretos, chiquita? Nadie, así se llama la calle donde vivimos.

Esa noche inquieta pensé que yo decía mentiras y por eso tenía secretos, ¿eso era muy malo?

Escuché a los mayores repetir que debía decir siempre la verdad, pero me daba cuenta de que nadie lo hacía, todos mentimos. ¿Por qué una niña como yo oculta la verdad? Por miedo al regaño o al castigo, pero si alguien me llamara mentirosa me enojaría, sin embargo, esa persona diría la verdad y me iba a avergonzar porque cuesta mucho aceptarlo.

Cuando crecemos damos por sentada la realidad y preferimos hablar de verdades a medias, o en ocasiones maquillamos lo sucedido para suavizar los hechos; y cuando sentimos que las consecuencias serían tremendas, decidimos callar para salir bien librados del apuro. Es entonces cuando queremos acallar nuestra conciencia con excusas, tales como que al otro no le corresponde saber la verdad o que es para evitarle un sufrimiento que no soportaría.

Aprendí a engañar sin pudor y diría que hasta con gracia, adquirí tanta destreza que los embustes salían con facilidad, casi no tenía que planearlos. Con la práctica percibí que cuanto menos dijera sería más fácil rectificar en caso necesario; también me di cuenta de que algunas personas no escuchan la respuesta y quedan satisfechas si repites su pregunta o las distraes con cualquier cosa.

Cuando hice la primera comunión me enseñaron que debía reconciliarme con Dios por medio de la confesión, decir al cura lo que había hecho mal para que Dios me perdonara. Hace años que no realizo esa práctica porque estoy convencida de que Dios nos perdona siempre, pero también creo que es un ejercicio saludable porque al verbalizar algo oculto, nuestra alma se libera de una mala experiencia; ése ha sido mi trabajo como psicóloga terapeuta y he visto el alivio que puede sentir alguien cuando suelta un peso que ha cargado por años.

Recuerdo que en el salón de clases, las monjas exigían silencio para que cada una hiciéramos el examen de conciencia, era una reflexión sobre algo que hubiéramos hecho mal y lo anotábamos en un papel para que, por lo nerviosas que nos poníamos, no se nos olvidara decirle al confesor; mi lista siempre empezaba con un “me acuso de decir mentiras” y aunque en ese momento tenía el propósito de corregir esa costumbre, se me olvidaba en pocos minutos, las monjas eran tan estrictas, que si hubiera dicho la verdad no hubiera sobrevivido. Conforme crecí las “mentiras piadosas”, como entonces las llamábamos, fueron conmigo a todos lados y a pesar de ellas era buena.

Pasaron muchos años para aceptar que hay embustes que no conseguimos olvidar, por el contrario, se van clavando en el alma con más fuerza; mientras más tiempo pase será más difícil sacarlos y dejamos correr los días porque no encontramos el momento adecuado; echamos mano de todos los justificantes posibles para no decirlos, queremos convencernos de que es mejor callar para que el otro no sufra, dudamos de que cuente con los recursos necesarios para enfrentar la verdad.

Crecí bajo la mirada cariñosa de mi nana y el amor y las exigencias paternas. La casa era muy grande y yo sólo tenía acceso a las habitaciones de mis hermanas, la sala y el comedor, pero ni hablar de entrar a la oficina del patrón ni a la zona de servicio, incluida la cocina, eso significaba que en mi casa había secretos. Cuando cumplí seis años, la curiosidad me llevó a explorar esas zonas prohibidas, mi corazón latía muy fuerte cada vez que cruzaba una puerta, no sé qué me asustaba más, si lo que encontraría ahí dentro o el hecho de ser sorprendida. Mil preguntas quedaron sepultadas en mi cabeza y cuando llegué a la edad de encontrar respuestas, mis intereses habían cambiado y ni siquiera pude recordarlas.

Ahora que tengo los recuerdos a flor de piel y la muerte ante mis ojos, el sufrimiento se hace mayor, porque no sé cómo van a reaccionar ustedes y no quiero morir sola, me falta valor para hablar y en cambio escribo una carta donde explico lo que sucedió. Sé que no es la mejor forma de hacerlo, pero ¿cómo podría decirlo si hasta plasmarlo en una hoja me cuesta tanto? Lo que expreso hoy lo leo mañana y lo rompo para volver a empezar de una forma más suave, pero no lo consigo y recuerdo las palabras de Carmen: “hay cosas que aunque duelan deben decirse”.

iv1926

M