Mestizaje y criollismo en la literatura de la Nueva España del siglo XVI - Rafael Bernal - E-Book

Mestizaje y criollismo en la literatura de la Nueva España del siglo XVI E-Book

Rafael Bernal

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Beschreibung

Mestizaje y criollismo en la literatura de la Nueva España del siglo XVI es un estudio de los cambios en el idioma y la literatura castellana y náhuatl a causa del proceso de expansión hispánica en el Anáhuac. Según el autor, los cambios en el hombre de esa época conllevan implícitamente a cambios no sólo de pensamiento, sino otros provocados por la transculturación (consecuencia directa del contacto con pueblos de otras lenguas). Para estudiar este proceso se basó especialmente en autores novohispanos por medio de un análisis y comparación de textos de los pueblos originarios de México con los testimonios españoles del mismo periodo.

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SECCIÓN DE OBRAS DE LENGUA Y ESTUDIOS LITERARIOS

MESTIZAJE Y CRIOLLISMO EN LA LITERATURA DE LA NUEVA ESPAÑA DEL SIGLO XVI

RAFAELBERNAL

Mestizaje y criollismo en la literatura de la Nueva España del siglo XVI

Primera edición (Banco de México), 1994 Primera edición (FCE), 2015 Primera edición electrónica, 2015

Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

D. R. © 2015, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-3191-6 (ePub)ISBN 978-607-16-2924-1 (impreso)

Hecho en México - Made in Mexico

A la memoria del R. P. don Ángel María Garibay K., respetuosamente

There are still opportunities of research into the Spanish texts, as indeed into the general sixteenth century literature of exploration and discovery.

But the most rewarding results of this textual research are likely to come from intelligent attempts to set it into a wider context of information and ideas.

J. H. ELLIOTT, The Old World and the New

Índice

Presentación

Introducción

I. El hombre español en 1500

1. El hombre de armas

2. Los letrados

3. El pueblo

4. La cultura española en 1500

5. La idea del mestizaje

6. El cambio en el idioma

7. Buen habla

8. Difrasismo

9. Lenguaje y manera de vida

10. La decadencia hispánica

II. El idioma indiano

1. La primera literatura americana

2. Las cartas de Colón y el asombro de las Indias

3. El problema del idioma

4. El indiano

5. Los nombres geográficos

6. Las voces caribes de los españoles

7. El idioma en marcha

III. La mexicáyotl

1. Las culturas indígenas y el mestizaje

2. La cultura náhuatl

3. La literatura náhuatl

4. La poesía náhuatl

5. La prosa náhuatl

6. El aspecto barroco de la literatura náhuatl

IV. Genealogía de escritores indianos

1. Intento de catalogación

2. Génesis de los cronistas

3. Genealogía

4. Los escritores indígenas de Nueva España

5. Los autores de Filipinas

6. Cronistas oficiales de Indias

7. Cronistas y autores independientes

V. El estilo literario

1. La poesía épica

2. Los poetas indígenas

3. La prosa indiana

4. El teatro mexicano en el siglo XVI

VI. El contenido

1. El crepúsculo de los maestros

2. La verdad histórica

3. El problema de conciencia

4. Las semblanzas

5. El arte de la descripción

6. El paisaje

VII. El criollismo

1. La literatura náhuatl cristiana

2. La degradación de los indígenas

3. Los autores españoles y las Indias

4. El nacimiento del criollismo

Conclusiones

Bibliografía

Presentación*

En el año 1992 el Banco de México conjuntó “el propósito de conmemorar el Quinto Centenario del Encuentro de Dos Culturas con el de redondear la fecunda producción literaria, poética y, particularmente, histórica de Rafael Bernal y García Pimentel, en el vigésimo aniversario de su muerte”, con la publicación del libro El Gran Océano, considerada su obra cumbre.

En la presentación de esta importante obra dejamos anotado que, unos cuantos meses antes de su fallecimiento, en 1972, Rafael Bernal había recibido, cum laude, de la Universidad de Friburgo, Suiza, el grado de doctor en letras, con una tesis que hoy, en nuestras manos, sabemos lleva el título de Mestizaje y criollismo en la literatura de la Nueva España del siglo XVI.

Tal como ocurrió en 1992 con la lectura de El Gran Océano, una revisión cuidadosa de esta tesis doctoral generó en nosotros el pensamiento de que, sin su publicación, la obra literaria de Bernal quedaría trunca.

Una rara cualidad de la producción de Rafael Bernal es la de mantener su actualidad, no obstante el paso de los años. Esta característica, que resulta claramente perceptible para el lector de El Gran Océano, se torna mucho más evidente en el desarrollo de Mestizaje y criollismo…

En esta notable obra, el doctor Bernal nos introduce al “estudio de los cambios que sufrieron el idioma y la literatura, tanto en castellano como en náhuatl, durante el proceso histórico que podemos llamar de expansión hispánica en el Anáhuac durante el siglo XVI”. Con su habitual erudición y destreza en el manejo del idioma, nos enseña cómo la lengua, en tanto organismo vivo, sufre cambios continuos que son producto no sólo de las modificaciones en el pensamiento de sus propios usuarios, sino también de la transculturación debida al contacto con pueblos de otras lenguas.

De igual manera, nos muestra cómo un idioma, el castellano, uno de los más vivos en el siglo XVI, acostumbrado al cambio y a la introducción de nuevos vocablos, “sobre todo los provenientes del árabe”, acompañaba, como instrumento de comunicación, a los representantes “de un pueblo que se lanzaba a la más extraordinaria expansión territorial que el mundo había visto”.

El idioma náhuatl, vivo y rico, es afectado de inmediato por el castellano y “se ve muy pronto inundado de voces aportadas por los castellanos, no sólo las hispánicas, sino también las del Caribe”. Es interesante advertir cómo algunas de estas voces caribes suplantan rápidamente las voces nahuas correspondientes y se mantienen en nuestra habla actual (barbacoa, cacique, canoa, guacamaya, etc.), en tanto otras aparecen primero (ají, areito) y luego desaparecen frente a la resistencia de la palabra náhuatl original (chile, mitote).

El resultado natural de un enfrentamiento de culturas tan disímbolas daría la posibilidad, anticipada por Bernal, de formar una literatura de rasgos mestizos. La realidad, sorprendente, es el nacimiento no sólo de esta literatura, sino también de un pensamiento mestizo y criollo “con las notables consecuencias que esto pudo tener en el ambiente americano…”

El Banco de México desea agradecer, una vez más, la valiosa colaboración recibida de la señora Idalia Villarreal de Bernal y del señor ingeniero Rafael Bernal y González Arce, esposa e hijo del autor, a cuya generosidad debemos el rescate del original de la presente obra, así como a los directivos y personal especializado de Redacta, responsables de su edición.

MIGUEL MANCERAGobernador del Banco de México

* Publicado en la edición de 1994 del Banco de México.

Introducción

Toda revolución, cuando logra alterar la concepción que un pueblo tiene de la vida, se refleja de inmediato en el idioma y en el estilo literario introduciendo, por una parte, voces y modismos nuevos o dando un valor distinto a vocablos ya conocidos y, por la otra, modificando el estilo y la estructura misma de la lengua. El nuevo pensamiento requiere para expresarse de un lenguaje nuevo, que va desde la creación de los llamados slogans, que nuestro mundo erróneamente cree haber inventado con la Revolución marxista, hasta el idioma empleado en la propaganda, la polémica, la historiografía y la literatura. Caso típico de este cambio lo encontramos en la Revolución francesa, fábrica inagotable de grandilocuentes frases y madre del ampuloso estilo que habría de perdurar en la literatura hasta el advenimiento del pensamiento marxista. Y esta manera de hablar, emanada de la Revolución francesa, cunde entre todo el mundo adonde llega su influencia política y, sobre todo, a América Latina. Para convencerse de ello basta leer los discursos y proclamas de Simón Bolívar o de don Francisco de Miranda y el infinito número de manifiestos de la época. Voces antiguas, como ciudadano y república, cobran nuevo sentido y palabras que fueron de noble significado, como vasallo, se vuelven peyorativas. Desaparece el conceptismo del siglo XVIII para dar paso a la facundia calcada de los discursos de la Convención y del Directorio en Francia.

En esta obra voy a intentar el estudio de los cambios que sufrieron el idioma y la literatura, tanto en castellano como en náhuatl, durante el proceso histórico que podríamos llamar de expansión hispánica en el Anáhuac durante el siglo XVI. Pero para que se pueda entender en toda su magnitud el proceso de estos cambios en las formas literarias, será necesario tocar muchos puntos de historia, etnología, filología y aun de antropología y filosofía, pues considero que cualquier cambio en el hombre, que es a fin de cuentas el objetivo principal del estudio de la historia, implica necesariamente un cambio en todas las manifestaciones humanas, por lo que hay que adentrarse en todas ellas para entender cómo las expresa la literatura de una época determinada.

La expansión hispánica en América y las Filipinas provocó no sólo un cambio radical en la vida de los pueblos conquistados, sino en la de los conquistadores. Se podría afirmar que la conquista española fue una revolución total, en el mejor sentido marxista, que subvertió todos los valores sociales de las dos razas. De ella nació una abundantísima literatura que, aunque tal vez no valoró los elementos revolucionarios de los hechos, fue sin duda el cuerpo literario más grande que se hubiera producido hasta entonces en lengua romance alguna.

Pero esta revolución provocada por la conquista, al no ser una revolución interna o guerra civil como lo fuera en esos mismos años la de las comunidades de Castilla, se convirtió en choque de culturas disímbolas, sobre todo en Mesoamérica y en la cordillera andina, situación que hace pensar de inmediato en la posibilidad de la formación de una literatura de rasgos mestizos. Ése fue mi pensamiento, pero al adentrarme en el estudio de los textos, me di cuenta de su falsedad, pues lo que surgió de inmediato, salvo el pequeño periodo que he llamado de la mexicáyotl cristiana, es una literatura criolla, esto es, un trasplante del mundo estrecho de España y el ecúmeno mediterráneo a la fecundidad y riqueza de América, con las notables consecuencias que esto pudo tener en el ambiente americano, así como en su etnología, en su constitución política y en su devenir histórico. Este pensamiento criollo, por lo general antiindigenista, pero también en muchos aspectos antipeninsular, es el indudable origen de Simón Bolívar, no el procurador de Caracas en el siglo XVI, sino el libertador del siglo XIX. Lo interesante es observar que entre los dos Bolívar el pensamiento antiindigenista es el mismo, porque los dos son criollos.

Pero para estudiar ese cambio en la manera de ser del hombre español en las Indias, el naciente criollismo y lo que lo hace distinto del sentido hispánico puro, es necesario entender, por lo menos en lo que se refiere a la Nueva España, lo fundamental de las dos culturas madres, la española y la náhuatl, para poder observar el nacimiento de ese sentido de criollismo que distingue a los dos grupos humanos desde principios del siglo XVI y que, sin duda, impedirá la rápida formación de un mestizaje cultural. La diferencia entre lo español y lo criollo se manifiesta, antes que nada, en el idioma que emplean. Ramón Menéndez Pidal hace notar que a fines del siglo XV el castellano empieza a sufrir una serie de cambios trascendentales.1 Esa mutación en el léxico y en el estilo literario que se observa en España, independientemente de la que se provocará en las Indias, no fue casual ni accidental, sino la consecuencia de una revolución en todos los órdenes que vivió, en ese tiempo, el hombre español, tanto por causas internas como alógenas.

Se pensaba, sobre todo en el siglo XIX, que cualquier cambio en el idioma era decadencia y degeneración del mismo, pues se suponía que el Siglo de Oro lo había llevado ya a su perfección. La Real Academia de la Lengua Española, influida en sus orígenes por la francesa, sostuvo este criterio.2 El absurdo que esto entraña ya no se discute; la lengua es un organismo vivo, y mientras lo sea y no se convierta en lengua muerta está sujeta a toda suerte de cambios, unos de origen interno que expresan las modificaciones en el pensamiento de los usuarios, y otros de origen externo, por transculturación o aculturación debidas al contacto con pueblos de otras lenguas.

El contacto con los pueblos y lenguas americanas activó este proceso, como hemos de estudiar más adelante, e introdujo en el castellano una serie de voces nuevas así como nuevos conceptos. Estos cambios en el idioma siguen muy de cerca el constante cambio histórico y cuando éste se hace rápido, el idioma casi parece dislocarse con la velocidad de las modificaciones necesarias para poder seguir el ritmo del tiempo histórico que se vive. Al contrario, en las eras históricas de cambio lento, de conservadurismo, el idioma tiende a no cambiar, como Amado Alonso señala que sucedió en el siglo XVIII: “Además, en vez de aquella concepción de la lengua como en perpetua formación que admiramos en los clásicos, ahora se concibe la lengua como un instrumento concluso y listo gracias a la conciencia general de que el idioma había alcanzado su perfección en el Siglo de Oro, y de que ya no se podía tocar sin peligro de detrimento”.3 Nuestros antepasados imperiales de fines del siglo XV y principios del XVI veían sin recelo estos cambios en el idioma y los propiciaban, ya se tratara de grandes humanistas como Antonio de Nebrija o Juan de Valdés, cronistas cultos como el Cura de los Palacios o Fernández de Oviedo, hombres de armas y letras como Cortés o Cabeza de Vaca, simples soldados como Bernal Díaz del Castillo o grandes disputadores como Las Casas o Torquemada. El ejemplo más notable de ello lo tenemos en el Vocabulario de Nebrija, impreso probablemente en 1493, donde ya se incluye el neologismo “canoa”, llevado a España unos meses antes por Colón.4

Para estos hombres, los castellanos del tiempo de los Reyes Católicos y del principio del reinado de Carlos de Habsburgo, la lengua tenía que seguir el mismo ritmo que la historia y volverse imperial, para lo cual requería una gran cantidad de voces nuevas y de cambios fundamentales en el estilo, que llegan a su culminación en la prosa de los narradores de las dos conquistas de México, la lograda por las armas y la que Robert Ricard llamara tan acertadamente la conquista espiritual de México.5

Antonio de Nebrija, entre otros muchos, tenía plena conciencia no sólo de la importancia del castellano que en esos momentos se implantaba como el idioma imperial, sino de su prodigioso devenir como lengua de muchos otros pueblos. En el prólogo de su Gramática cuenta que en Zaragoza, al presentar su obra a la reina Isabel, ésta no entendió para qué podría servir el arte de un idioma que todos hablaban y conocían desde niños. Estaba presente fray Hernando de Talavera, el cual

… me arrebató la palabra y respondiendo por mí dixo que después que Vuestra Alteza metiesse debajo de su iugo muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas, i con el vencimiento ternán necessidad de recebir las leies quel vencedor pone al vencido, i con ellas nuestra lengua, entonces por esta mi arte podrían venir en el conocimiento della como agora nosotros deprendemos el arte de la gramática latina para deprender el latín. Y cierto assí es, que no solamente los enemigos de nuestra fe tienen necessidad de saber el lenguaje castellano, más los vizcaínos, navarros, franceses, italianos y todos los que tienen algún trato y conversación con España y necessidad de nuestra lengua, sino vienen de niños a deprender por uso, podríanla más aína saber por esta mi obra.6

Naturalmente, en 1500 no era ninguna novedad en el idioma castellano la introducción de vocablos en el léxico culto y popular, sobre todo los provenientes del árabe, ni que se adaptara el estilo literario a las nuevas influencias, principalmente neolatinas, italianizantes y francesas. El castellano era entonces una lengua viva, extraordinariamente viva, que llegaba a su lozana mayoría de edad y se convertía en el instrumento de comunicación de un pueblo que se lanzaba a la más extraordinaria expansión territorial que el mundo había visto.

Para estudiar este proceso de cambio me he referido especialmente a los autores novohispanos porque creo que fue en sus obras donde, por primera vez, se dio el caso de una conquista total de culturas indígenas estables, con gobiernos establecidos y vida política propia; y fue en ellas donde con gran rapidez se empezó a forjar una nueva nación, ya no de trasplante, sino con características propias. En ellas fue donde, por primera vez en la historia de la expansión occidental, surgió la idea de un verdadero mestizaje, cuyos frutos habrían de verse mucho más tarde y que había fracasado en las Islas por lo que el padre Las Casas llamó con justa razón “la destrucción de las Indias”, y en ellas fue también donde surgió la manera de ser que llamamos criollismo y que consiste en un hispanismo trasplantado a América y necesariamente transculturado dada la magnitud y la importancia de las tierras conquistadas. Pero ese criollismo, en virtud de la fuerza enorme aunque oculta de las culturas indígenas, llegará en la Nueva España a convertirse en el mestizaje que es parte integrante de la vida nacional del México actual por haber sido formado no sólo en cuanto a la carne sino en lo cultural y espiritual.

Por lo que se refiere al idioma náhuatl, éste se ve muy pronto inundado de voces aportadas por los castellanos, no sólo las hispánicas, sino también las del Caribe. Desgraciadamente no es posible saber hasta qué punto ese elegantísimo idioma americano había sufrido mutaciones antes de la conquista. Conocemos su literatura postrera, con indudables remembranzas anteriores, pero se trata de las formas literarias que usaba la aristocracia, que desapareció casi por completo y rápidamente ante el trauma de la conquista, y no sabemos casi nada de una indudable literatura popular, que no se conservó, por lo menos en forma escrita. Así, la literatura popular de los pueblos nahuas no pudo subsistir, pero ha dejado sus huellas en el pensamiento moderno del mexicano.

Al iniciar este estudio pensé que era lógico que, ante el choque de dos culturas, se provocara de inmediato un mestizaje cultural y literario, pero los estudios que presento más adelante me han llevado a una conclusión contraria: lo que surge de inmediato es el criollismo novohispano, mientras que en España se da el caso de un casi total desconocimiento y olvido de todo ese enorme cuerpo literario escrito tanto en español como en náhuatl.

Para poder elaborar esta obra he empezado por estudiar detalladamente a los cronistas de la conquista de México en las mejores ediciones que pude conseguir de ellos, aunque casi todos merecen ediciones más cuidadosas y mejor anotadas. Para los efectos de comparación, he revisado también las obras de muchos de los cronistas, escritores y poetas del resto de América, como el Inca Garcilaso de la Vega, Pedro Cieza de León, Francisco de Jerez, Agustín de Zárate, Pedro de Valdivia, Juan de Castellanos, Pedro Sarmiento de Gamboa, Diego Hernández y Alonso de Ercilla. De autores y poetas novohispanos, que no pueden considerarse propiamente como cronistas, he estudiado las obras del doctor Francisco Cervantes de Salazar, Francisco de Terrazas, Hernán González de Eslava y Lobo Lasso de la Vega, además de la formidable obra de los grandes frailes etnólogos, como Olmos, Motolinía, Durán y Sahagún. De los autores que escribieron en idiomas europeos he revisado las de Pedro Mártir de Anglería, Américo Vespucio, Antonio de Pigafetta y las colecciones de viajes y narraciones de Juan Bautista Ramusio, de Hakluyt y de Fernández de Navarrete. En cada caso se citará el nombre del traductor de la obra, salvo cuando haya consultado ésta en su idioma original.

Por último, quiero expresar ante todo mi agradecimiento a mi mujer, Idalia Villarreal de Bernal, por su amorosa dedicación al anotar las obras de los cronistas, sobre todo en lo que a filología se refiere; al profesor de la Universidad de Friburgo, doctor Ramón Sugranyes de Franch, por su segura dirección, sus valiosísimos consejos y advertencias y por su estímulo, sin el cual este trabajo hubiera sido imposible; a los reverendos padres Misioneros del Espíritu Santo en Friburgo, por su ayuda, aliento y constantes consejos, agradecimiento que extiendo a la comunidad entera, pero especialmente a los padres José Uriel Uraca, Miguel de la Maza y Juan Gutiérrez; a la señora Lee L. Fletcher por haberme facilitado todo el material reunido por ella durante sus estudios acerca del conocimiento geográfico en los siglos XV y XVI; al señor licenciado Federico A. Mariscal, embajador de México en Suiza, por haberme facilitado el llevar a cabo estos estudios, y al señor Leonardo Ontiveros y a la señorita Patricia Galván por su ayuda en la redacción y mecanografía. A todos ellos mi gratitud y la constancia de que, así como participan sin duda en los aciertos que tuviere la obra, los errores son de mi exclusiva responsabilidad.

1 Menéndez Pidal, La lengua de Colón, p. 47.

2 Alonso, Castellano, español, idioma nacional.

3Ibid., p. 105.

4 Nebrija, Vocabulario español-latino.

5 Ricard, La conquista espiritual de México.

6 Nebrija, Gramática de la lengua castellana.

I. El hombre español en 1500

1. El hombre de armas

DURANTE cerca de ocho siglos España vive un estado de guerra permanente. Es la guerra de la Reconquista, al cabo de la cual el reino de Castilla ha cobrado cierta preeminencia sobre los otros que integrarán finalmente España. Esta larga guerra tiende a formar dos tipos de hombre, el de armas y el de letras, este último generalmente clérigo. Sosteniendo el esfuerzo de estas dos clases está el pueblo, campesino y soldado, batallador cuando llega el caso y totalmente consciente de sus derechos, de sus fueros, pero también de sus obligaciones hacia el ideal de la cristiandad, que no es otro que la aniquilación del islam. En esta sociedad, apartada por sus mismas condiciones del proceso histórico del resto de Europa, la clase burguesa apenas prospera,1 como no sea al norte, en los caminos de las peregrinaciones a Santiago de Compostela. El comercio está casi exclusivamente en manos de judíos o de extranjeros.

Quien mejor describe al hombre de armas de ese tiempo es Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre, el maestre de Santiago, donde dice:

No dexó grandes tesoros

ni alcanzó muchas riquezas

ni baxillas,

mas hizo guerra a los moros

ganando sus fortalezas

y sus villas;

en las lides que venció

caballeros y caballos

se prendieron

y en este oficio ganó

las rentas y los vasallos

que le dieron.

Como vemos, el buen maestre don Rodrigo tuvo, durante toda su vida, como oficio fundamental el de la guerra a los moros y a otros enemigos propios de la Corona; nunca se dedicó ni al comercio ni a la agricultura, tampoco a la administración de la cosa pública. Y en ese oficio ganó sus riquezas y su fama. Desde muy joven tuvo que batallar:

E sus villas e sus tierras

ocupadas de tiranos

las halló;

mas con cercos y con guerras

y por fuerzas de sus manos

las cobró.

Este hombre de armas, apartado casi totalmente de la vida europea, obcecado en su lucha secular contra el enemigo de la fe y en las luchas internas, construye su andamiaje interior, no cimentado en su lealtad al rey, muchas veces dudosa, o en el Estado todavía inexistente, sino en su enorme fe en las otras dos vidas que espera:

No se os haga tan amarga

la batalla temerosa

que esperáis,

que otra vida más larga

de fama tan gloriosa

acá dexáis;

aunque esta vida de honor

tampoco no es eternal

ni verdadera,

mas con todo es muy mejor

que la otra temporal

perecedera.

El vivir que es perdurable

no se gana con estados

mundanales,

ni con vida deleitable

en que moran los pecados

infernales;

mas los buenos religiosos

gánanlo con oraciones

y con lloros,

los caballeros famosos

con trabajos y aflicciones

contra moros.

Juan de Mena, con bastante menos elegancia, expresa este mismo concepto en el Laberinto, cuando se exalta ante la invasión a la Vega de Granada y canta:

    Oh virtuosa, magnífica guerra;

    En tí las querellas volverse debrían,

    En tí de los nuestros muriendo vivían

    Por gloria en los cielos y fama en la tierra.2

En el prólogo de Generaciones y semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán, alienta el mismo pensamiento acerca de la fama: “Ca, pues la buena fama, cuanto al mundo, es el verdadero premio e galardón de los que bien e virtuosamente por ella trabajan, si esta fama se escrive corrupta o mintirosa, en vano e por demás trabajan los magníficos reyes o prínçipes en fazer guerra o conquistas”.3

Así, la lealtad del hombre de armas se polarizaba más hacia su fama y al logro de la vida eterna que hacia el rey. En otras palabras, su vida era “hacer guerra a los moros” y todo se centraba en eso. Así, si el rey se convertía en caudillo de la Reconquista, el hombre de armas y el pueblo lo seguían, pero si no lo hacía, ellos lo hacían por su cuenta y muchas veces en contra del rey.

Estas altas y bajas en el prestigio real se observan con toda claridad en los cantares de gesta y en el romancero que emana de ellos. Cuando el rey es poderoso en la guerra, el cantor o autor hará que su héroe, sea éste Bernardo del Carpio o el Cid, lo respete y sienta esa lealtad, tan necesaria para la sobrevivencia de la nación. Pero cuando se trata de un rey débil, ese mismo héroe, interpretado por otro poeta que quiere agradar a su público, se desmanda en contra de la real persona. Así vemos que en la primera gesta del Cid, contemporánea casi de los hechos que narra, según Menéndez Pidal, y por lo tanto, escrita en tiempos de Alfonso VI, el conquistador de Toledo, el Cid, aunque opuesto en muchos aspectos a su rey y desterrado, se muestra siempre respetuoso y se niega a hacerle la guerra. Y cuando regresa de uno de sus destierros a Castilla:

    Los inojos e las manos en tierra los fincó,

    las yerbas del campo a dientes las tomó,

    llorando de los ojos, tanto avie el gozo mayor;

    assí sabe dar omildanza a Alfonso so señor.

    De aquesta guisa a los piedes le cayó;

    tan gran pesar ovo el rey don Alfonso:

    “Levantados en pié, ya Cid Campeador,

    besad las manos, ca los piedes no;

    si esto non feches, non avredes mi amor”.

    Hinojos, fitos sedie el Campeador,

    Merced os pido a vos, mio natural señor,

    assí estando dédesme vuestro amor,

    que lo oyan todos quantos aquí son.4

En cambio, encontramos que en el romancero del siglo XV, en el que empieza Cabalga Diego Laínez…, el mismo Rodrigo exclama:

    Por besar mano de reyes

    no me tengo por honrado;

    porque la besó mi padre

    me tengo por afrentado.

Este mismo espíritu observa Menéndez Pidal en los trovadores que escribieron de Bernardo del Carpio y del conde Fernán González.5 Y en el mismo romancero del Cid se advierte en el romance de la Jura de Santa Gadea de Burgos y aquel que empieza: En las almenas de Toro. También en las crónicas encontramos esta rebeldía contra un rey considerado indigno, como Enrique IV. Basta leer el Memorial de diversas hazañas de Mosén Diego de Valera, cuando habla de cómo el rey no consuma el matrimonio con la reina, cómo comete toda suerte de injusticias contra el pueblo, la nobleza y la Iglesia y, sobre todo, cómo deja de hacer la guerra contra los infieles. En el requerimiento que le hacen en 1457 el arzobispo de Toledo y algunos nobles, “en nombre de los tres estados destos reynos”, le recuerdan “se acordase que al tiempo que fue por rey recibido, fizo el juramento acostumbrado por los reyes antepasados dél”.6 Pero como el rey no hace aprecio de tales amonestaciones y requerimientos, se enciende la guerra civil y un grupo de la nobleza depone a don Enrique, afrentándolo gravemente.7

Gran parte de la Reconquista será lo que ahora llamaríamos de “iniciativa privada”, empresa de un señor, de un caudillo. Es interesante observar que este mismo espíritu pasa a las Indias, donde se intensifica. Con la excepción de los viajes colombinos, de la fracasada empresa de Pedrarias Dávila y del viaje de Magallanes, por lo general la Corona no participa en las empresas y, en muchos casos, como en la conquista de México o el descubrimiento del Mar del Sur, se entera cuando ya se ha llevado a cabo y sólo interviene como ordenadora en la administración de las nuevas tierras. Estas empresas tampoco serán obra de la gran nobleza castellana, que se ha forjado y enriquecido en la Reconquista, sino de un nuevo grupo español, hijosdalgo a veces, otras del bajo pueblo, como Pizarro el bastardo que no sabía ni leer ni escribir y había sido cuidador de puercos, pero que llegó a ser marqués, gobernador y capitán general del Perú. O Almagro, cuyos antecedentes se ignoran; o Vasco Núñez de Balboa, adelantado de la Mar del Sur, quien llega a Castilla del Oro huyendo de sus acreedores. Y es que el hombre de armas de la empresa de Indias no necesita títulos ni antepasados ilustres, sino ser un verdadero caudillo en el que sus hombres puedan confiar que los llevará a una conquista importante. Así vemos, sirviendo a las órdenes de un oscuro hidalgo como Cortés, a un Juan Velázquez de León y a las del bastardo Pizarro a un Garcilaso de la Vega. Vasco Núñez de Balboa, de tan oscuros antecedentes, es elegido capitán por la gente que ha depuesto a Enciso y a Nicuesa, que aunque dueños de las capitulaciones son incapaces de organizar sus empresas. Mientras tanto, los grandes nombres de Castilla, los Medinaceli, los Carreón, los Cabra, los Medina-Sidonia o los Alba, sujetos a reyes poderosos, servirán a la Corona en Europa, bien en la milicia bien en la administración imperial.

Aunque la Corona ya era fuerte, siempre receló de la lealtad de los caudillos de Indias, pues siempre existía el peligro de que fueran a alzarse con las tierras conquistadas; Pedro Mártir habla de este temor en el caso de Hernán Cortés.8 La tentación de esos caudillos era sin duda grande dada la distancia, las pocas comunicaciones, el desencanto de casi todos ante el resultado de la conquista, y las intrigas que en contra de ellos se maquinaban constantemente en la corte, sobre todo en el caso de Cortés, por el poderoso obispo de Burgos, Juan Rodríguez de Fonseca. Lo excepcional es que sólo un loco como Lope de Aguirre, “recio caudillo de los marañones”, se atreviera a romper su vasallaje con el rey de España.9 Tal vez quepa mencionar también, en este contexto, a Lope Martín de Ayamonte durante el motín del galeón San Jerónimo.10 Las grandes rebeliones peruanas, como la de Gonzalo Pizarro o la de Hernández Girón, así como las incesantes revueltas y motines navales, no son nunca en contra de la persona del rey, sino en contra de los que consideran sus malos representantes. Pero ante el engrandecimiento de los señores de la conquista, en la Corona se intensifica ese temor, y una de las probables razones de que se mande recoger la obra de Gómara es que enaltecía demasiado a la persona del marqués del Valle de Oaxaca. Para remediar estos males, se nombran administradores letrados para que pasen a las Indias.

2. Los letrados

Y así llegamos a ese otro grupo de hombres, los de letras, generalmente clérigos, en cuya lealtad sí puede confiar el rey, ya que son administradores cuyo sentido de fidelidad se polariza hacia Roma y el rey. Ellos serán los que han de pacificar y organizar los territorios conquistados a los moros y, lo que es más importante, dar un sentido realista a la administración tomando en cuenta la acción de los hombres de armas y del pueblo, pero buscando un camino futuro hacia la integración del reino. En España destaca entre este tipo de hombres la figura extraordinaria del cardenal Cisneros, quien en momentos difíciles logra sostener el prestigio real ante la incapacidad de doña Juana y la minoría de don Carlos. También hay que considerar al obispo de Burgos, Juan Rodríguez de Fonseca, que aunque acusado de muchos males, pudo llevar al Consejo de Indias a actitudes positivas. De esta casta de hombres llegan a las Indias, con la primera audiencia de los padres jerónimos en Santo Domingo, los obispos Zumárraga y Ramírez de Fuenleal a la Nueva España y don Pedro de la Gasca al Perú. Pero donde más se destacan es en la persona del licenciado Vasco de Quiroga, oidor de la Real Audiencia y posteriormente primer obispo de Michoacán, cuya obra extraordinaria, basada en el humanismo erasmiano, aún permanece viva en Pátzcuaro.

De hombres así, enviados a las Indias, surgió la idea de los estudios antropológicos de las culturas indígenas y lograron, siguiendo la huella de Cortés, ese mestizaje cultural y espiritual que habría de producir el siglo del milagro de que después hablaremos. Posteriormente habrá muchos obispos que serán virreyes y gobernadores en diferentes lugares de las Indias y de Filipinas.

3. El pueblo

Ya hemos dicho que debajo de los hidalgos y nobles y de los hombres de letras quedaba el pueblo que, con su esfuerzo, sostenía a la nación en armas. Antonio de Herrera dice a este respecto:

En todas las naciones hubo el uso de la poesía y el cantar las cosas luego que sucedían, y en la española, por la mucha ocupación y continuación de la guerra, se acostumbró mucho, para que por medio de los cantos que llaman romances, supiese el vulgo (que comúnmente no usa la historia) los hechos famosos de la guerra, y la gente se inclinase a las armas, que era lo que en aquellos tiempos (hablando de don Pelayo acá) más se platicaba y era más necesario, y para que el pueblo de acá mejor acudiese a los gastos de la guerra, que fue una maravillosa razón de Estado.11

Así vemos que el pueblo sostenía el gasto de la guerra, pero también se entregaba al ejercicio de las armas. En las Indias este último aspecto cobra mayor importancia porque los conquistadores no serán de la nobleza, sino del pueblo. Gonzalo Fernández de Oviedo habla de ello:

Porque en Italia, Francia y en los más reynos del mundo solamente los nobles y caballeros son especial y naturalmente exercitados é dedicados á la guerra, ó los inclinados é dispuestos para ella; y las otras gentes populares é los que son dados á las artes mecánicas é á la agricultura é gente plebea, pocos dellos son los que se ocupan de las armas ó las quieren entre los extraños. Pero en nuestra naçión española no paresçe sino que comunmente todos los hombres della nasçieron principal y espeçialmente dedicados á las armas y á su exerçiçio y les son ella y la guerra tan apropiada cosa, que todo lo demás les es açessorio, é de todo se desocupan de grado para la miliçia. Y desta causa, aunque pocos en número, siempre han hecho los conquistadores españoles en estas partes lo que no pudieran aver hecho ni acabado muchos de otras naciones. Ovo pues en aquella conquista un Sebastián Alonso de Niebla, hombre labrador, y que en España nunca hizo sino arar é cavar é las otras cosas semejantes á la labor del campo: el qual fué varón animoso, reçio, suelto, pero robusto é junto robusticidad que en sí mostraba a primera vista en su semblante, era tractado de buena conversación. Este salió muy grande adalid y osaba acometer y emprendía cosas, que aunque paresçían dificultosas y ásperas, salía con ellas victorioso.

Y más adelante nos informa de otro soldado labrador, Joan de León.12 Ya, en este sentido, hemos hablado de Pizarro y Balboa, y las citas podrían extenderse al infinito. Este aspecto popular de la conquista va a producir una revolución o cambio en el hombre español en las Indias, donde el labrador se convierte en conquistador, en encomendero y, a veces, en miembro de la aristocracia.

4. La cultura española en 1500

Antes de la introducción de la imprenta en España, eran pocos los que sabían leer y escribir, aunque no tan pocos como se ha dicho. La Edad Media moría, pero en España se conservarían muchos de sus rasgos, tanto sociales como literarios, probablemente por la falta de una burguesía como la que se formaba en las grandes ciudades mercantiles. Con la excepción de los clérigos y algunos letrados, eran pocos los que entendían la lengua latina y mucho menos la griega. A mediados del siglo XV aparece la primera influencia del Renacimiento italiano y surge la imitación literaria de los grandes maestros de la Antigüedad clásica, sobre todo de Cicerón y Virgilio y de naturalistas como Plinio, además de la de los nuevos modelos italianos, Dante, Petrarca y Boccaccio. Muchas obras se tradujeron del latín, del griego, del italiano y del francés, de donde procedían la mayor parte de los libros de caballerías que hicieron irrupción en España por esas fechas. Los autores españoles fueron profundamente influidos por el Renacimiento italiano, y en la poesía se empezaron a utilizar los metros toscanos, como el endecasílabo, que aunque en ese tiempo no logró afianzarse en nuestra lengua lo hará más tarde con Boscán y Garcilaso de la Vega.

Pero este contacto extranjero lo recibía una muy pequeña minoría, un grupo de iniciados, pudiéramos decir, cuyas obras, en copias manuscritas, circulaban entre ellos mismos y entre algunos miembros de la nobleza culta. Como sucede siempre cuando las letras se reducen a una camarilla y no participa en ellas el lector común, el estilo se vuelve ampuloso, el idioma se convierte en una especie de clave o de acertijo, es confuso, lleno de afectación e intencionalmente oscuro para que sólo lo entiendan los iniciados y, también, para disimular su gran falta de contenido, ese extraño vacío de ideas, cuando se ha perdido la amplia aportación popular y, por lo tanto, se siguen manoseando, dándoles la vuelta y expresando los mismos conceptos, cambiando tan sólo el adorno formal. Basta como muestra la Dedicatoria de Juan de Mena al rey don Juan II para darse cuenta de ese estilo: “Vienen los que moran cerca del bicorne monte Urontio y acechan las quemadas spiráculas de las bocas Cirreas, polvorientos de las cenizas de Phyton, pensando saber los secretos de los trípodas y fuellar de la desolada Tebas”. Con muy justa razón exclama don Marcelino Menéndez Pelayo: “¡Y a tal hombre ha podido suponérsele autor de la prosa del primer acto de La Celestina!”13

Aparte de este estilo literario culterano, sólo inteligible para una muy reducida minoría y que tiene una vida corta, encontramos lo que se ha dado en llamar el estilo cortesano, que tan en boga empieza a estar en esos tiempos y que se emplea en las crónicas, en los libros de caballerías que formaban lo que llamaríamos ahora la literatura del “escapismo” y en la poesía de los cancioneros, como la que hemos visto de Jorge Manrique.

Pero esa cultura no era sólo de hombres de Iglesia, sino que hay una larga serie de caballeros, de miembros de la aristocracia y de guerreros que alternaban la pluma con la espada. Entre ellos se cuentan el Marqués de Santillana, el Canciller de Ayala, Hernán Pérez de Guzmán y Jorge Manrique, por citar sólo algunos. Así, esa tradición de las armas y las letras no es novedad en las Indias y aun antes de que Ercilla pasara a Chile, Garcilaso de la Vega había muerto en batalla.

La forma cultural más notable de España en ese tiempo, la de mayor vitalidad, fue, sin duda, ese enorme cuerpo de poesía que hemos dado en llamar Romancero castellano.14

La idea directriz del autor español de romances del siglo XV y principios del XVI no era crear una obra de arte, sino informar a su público de los hechos pasados o recientes que creía le podían interesar. Si analizamos el romance como medio informativo, encontramos que los autores —o lo que Menéndez Pidal llama “autor-legión”—15 siguen las reglas de los periodistas modernos, iniciando siempre el romance con un resumen, en el cual, a la manera de las “cabezas” de nuestros diarios, pero con mucha mayor elegancia, se informa del “quién”, el “dónde”, el “cuándo” y el “qué”. Recordemos un ejemplo tomado al azar:

En Santa Gadea de Burgos,

do juran los fijosdalgo,

toma jura al Rey Alfonso

ese buen Cid Castellano.

Este estilo de iniciar el canto se observa todavía en los romances de carácter totalmente lírico:

¿Quién hubiera tal ventura

sobre las aguas del mar

como la hubo el Conde Arnaldos

la mañana de San Juan?

En América las formas romancísticas, sean éstas el corrido mexicano, el pasaje venezolano o la milonga argentina, conservan este mismo aspecto informativo. En la estupenda antología de Vicente T. Mendoza, encontramos al azar el siguiente ejemplo:

En mil novecientos quince,

Jueves Santo en la mañana,

salió Villa de Torreón

a combatir a Celaya.16

Huellas de ello encontramos hasta en la milonga culta, como ésta del gran poeta y maestro argentino Jorge Luis Borges:

Me acuerdo, fue en Balvanera

en una noche lejana,

que alguien dejó caer el nombre

de un tal Jacinto Chiclana.17

Otra condición básica para que el romance o sus formas americanas puedan servir de medio informativo estriba en la sencillez del idioma, que debe ser entendido con facilidad por todos los oyentes. Pero esta necesaria sencillez no evita ni impide, al contrario de lo que por desgracia ocurre con las noticias de la prensa moderna, el encuentro frecuente de versos, de metáforas o figuras de sorprendente belleza:

Vete de allí enemigo,

malo, falso, engañador,

que ni poso en rama verde

ni en prado que tenga flor.

que encontramos en el Romance de Fontefrida. Ese mismo aspecto se observa en el corrido mexicano, en los pasajes venezolanos o en las milongas. En el Corrido de Belén Galindo encontramos estos extraordinarios versos:

La boca me sabe a sangre

y el corazón a puñal.18

Me he permitido alargarme un tanto y hacer hincapié en este aspecto del romancero y su sobrevivencia en América porque lo considero fundamental para entender la cultura popular de aquellos tiempos y, por lo tanto, a los cronistas e historiadores de Indias que encontraron en las culturas indígenas, tanto en los areitos de las Islas como en la poesía mexicana, aspectos semejantes. Oviedo comenta al respecto:

Pero en estos areytos, más adelante (cuando se trate de la Tierra Firme) se dirán otras cosas; porque los de esta isla, cuando yo los ví el año de mill é quinientos é quince años, no me paresçieron cosa tan de notar, como los vi antes en la Tierra Firme y he visto después en aquellas partes. No le parezca al lector que esto que es dicho es mucha salvajez, pues que en España é Italia se usa lo mismo, y en las más partes de los christianos (é aun infieles) pienso yo que debe ser assí. ¿Qué otra cosa son los romançes é cançiones que se fundan sobre verdades, sino parte é acuerdo de las historias passadas? A lo menos entre los que no leen, por los cantares saben que estaba el Rey don Alonso en la noble cibdad de Sevilla, y le vino al corazón de ir a çercar Algeçira. Assí lo dice un romance, y en la verdad assí fué ello: que desde Sevilla partió el rey don Alonso Onçeno, quando la ganó, á veynte é ocho de março, año de mill é quinientos é quarenta é ocho dosçientos é quatro años que tura este cantar o areyto. Por otros romances se sabe que el rey don Alonso VI hizo cortes en Toledo para cumplir de justicia al Cid Ruy Díaz contra los condes de Carreón; y este Rey murió primero día del mes de julio de mill y çiento y seys años de la Natividad de Chripsto. Assí que han passado hasta agora quatrocientos quarenta é dos años hasta este mill é quinientos é quarenta é ocho, y antes avían seydo aquellas cortes é rieptos de los condes de Carreón; y tura hasta agora esta memoria o cantar o areyto. Y por otro romance se sabe que el Rey don Sancho de León, primero de tal nombre envió a llamar al conde Fernán González su vassallo, para que fuesse a las cortes de León: este rey don Sancho tomó el reyno año de nueveçientos é veynte é quatro años de la Natividad de Chripsto, é reynó doçe años. Assí que, murió año del Redemptor de nueveçientos é treynta é seys años: por manera que ha bien seysçientos doçe años del mill é quinientos é quarenta é siete que turo este otro areyto o cantar en España. Y assí podríamos deçir otras cosas muchas semejantes y antiguas en Castilla; pero no olvidemos de Italia aquel cantar o areyto que dice:

A la mía gran pena forte

dolorosa, aflicta é rea

diviserunt vestem mea [sic]

et super eam miserunt sorte.

Este cantar compuso el sereníssimo rey don Federique de Nápoles, año de mill é quinientos é uno, que perdió el reyno porque se juntaron contra él é lo partieron entre sí los Reyes Cathólicos de España, don Fernando e doña Isabel y el rey Luis de Francia, anteçessor del rey Françisco. Pues ha ya que tura este cantar o areyto de la partiçión que he dicho quarenta é siete años de este mill é quinientos é quarenta é ocho é no se olvidará de aquí a muchos.

Y en la prisión del mismo rey Francisco se compuso otro cantar o areito que dice:

Rey Françisco, mala guía

desde Françia vos truxistes;

pues vencido e presso fuistes

de españoles en Pavía.19

El areito de los indios del Caribe o el mitote de los mexicanos eran una fiesta de canto y baile, como explica Oviedo, con grandes banquetes y bebida de chicha o neutle. En esos cantos, lo sabemos por los que se conservan de México, se recordaban las historias pasadas y los sucesos recientes. Tenemos pruebas de que sobrevivieron a la conquista y de que se siguieron componiendo durante bastantes años. Como veremos adelante, la caída de la ciudad de México y la prisión de Cuauhtémoc produjeron una gran cantidad de cantos indígenas, y en Remesal encontramos este párrafo:

Y así en aquel siglo estas leyes se atribuyeron al Padre fray Bartolomé de las Casas y en éste no se le quita esta gloria de los favorecidos por ellas. Que estando yo día de la Natividad de Nuestra Señora, del año de mil seiscientos y diez y seis en la vicaría de las Almolayas, lo más escondido y apartado de la Misteca alta, en el lugar en que asisten los religiosos que se llama Amaha, que quiere decir Secreto, que es la fiesta principal del pueblo, cantaban los indios en sus bailes esta historia e decían: “El obispo trajo las leyes, démosle las gracias por ello, etcétera”.20

Como vemos, estos areitos de los indios, según el testimonio de Remesal, seguían en vigor, relatando los sucesos recientes que les afectaban, como la promulgación de Nuevas leyes en 1542, en forma de cantos.

Encontramos citas y menciones del romancero en casi todos los escritores del siglo XVI. Menéndez Pidal cita una curiosa mención en Malón de Chaide, Conversión de la Magdalena, donde el místico compara los salmos de David con los romances de su tiempo.21 Sólo me permito señalar la curiosa excepción de Juan de Valdés en el Diálogo de la lengua, donde, al buscar citas que autoricen las voces del idioma como se hablaba entonces, utiliza una infinita cantidad de refranes y llega a considerarlos casi como fuente única de giros y voces, sin mencionar los romances. En los cronistas de Indias se comprueba que los romances estaban vivos en la diaria plática:

… Y acuérdome que se llegó un caballero, que se decía Alonso Hernándes Puerto Carrero, y dijo a Cortés: “Paréceme, señor, que os han venido diciendo estos caballeros que han venido otras dos veces a estas tierras:

Cata Francia, Montesinos;

cata París, la ciudad,

cata las aguas del Duero

do van a dar a la mar

Yo digo que mire las tierras ricas, y sabeos bien gobernar”. Luego Cortés bien entendió a qué fin fueron aquellas palabras dichas, y respondió: “Denos Dios ventura en armas, como al paladín Roldán, que en lo demás, teniendo a vuestra merced, y a otros caballeros por señores, me sabré entender”.22

Y más adelante, nos habla de un romance compuesto en la Nueva España y que se ha perdido:

… y en este instante suspiró Cortés con una muy gran tristeza, muy mayor que la que antes traía, por los hombres que le mataron antes que en el alto cu subiese, y desde entonces dijeron un cantar o romance:

En Tacuba está Cortés

con su escuadrón esforzado,

triste estaba y muy penoso,

triste y con gran cuidado,

una mano en la mejilla

y la otra en el costado…

Acuérdome que entonces le dijo un soldado que se decía el bachiller Alonso Pérez, que después de ganada la Nueva España fue fiscal y vecino en México: “Señor capitán: no esté vuesa merced tan triste, que en las guerras estas cosas suelen acaecer, y no se dirá por vuesa merced:

Mira Nerón de Tarpeya

a Roma cómo se ardía…”23

Es curioso observar que Las Casas cita este mismo romance, pero en alegato contra Cortés:

Dícese que estando metiendo a espada los cinco o seis mil hombres en el patio, estaba cantando el capitán de los españoles:

Mira Nero de Tarpeya

a Roma como se ardía;

gritos dan niños y viejos,

y él de nada se dolía.24

Naturalmente, el romance pasa también a Perú. Francisco Esteve Barba, en el prólogo a las Crónicas peruanas de interésindígena, menciona una relación anónima en la que se incluye un romance sobre la muerte de Hernández Girón:

Adiós, adiós, amor mío,

¿Qué me mandáis que me vo?

Haced cuenta que marido

jamás para vos nació.25

La fuerza del romancero es tal que aun a la fecha, como lo han comprobado Vicente T. Mendoza26 y Menéndez Pidal,27 se cantan en América corridos y pasajes tomados directamente del romancero tradicional de España, y en México encontramos el corrido de la Esposa infiel y el de Bernal Francés.

En el siglo XVI el romancero, sin perder su popularidad, sufre también un cambio radical al dejar de constituir un medio de información y pasar al campo del arte literario. Una de las causas de este cambio radica indudablemente en la introducción de la imprenta, mediante la cual pueden darse las noticias en forma de cartas impresas, como hemos visto en el caso de Colón y veremos en otros muchos. Otra es la mayor difusión de la cultura, que elimina a un gran número de analfabetos.

Tal vez a esto se deba la escasez y casi falta de un romancero propiamente indiano. De los hechos de la expansión se enteraba el pueblo hispánico, ya no como en tiempos de la Reconquista por medio de los romances, sino por las cartas impresas y, para los de mayor cultura, por los libros que aparecen con bastante rapidez. Así, el romance se convierte en una obra netamente literaria, empleada por los grandes escritores del Siglo de Oro.

5. La idea del mestizaje

Así era el hombre español del siglo XVI, y ése era su estilo para expresar sus pensamientos y narrar sus hechos. Aislado en el tiempo y en la geografía del resto del Occidente cristiano, batallador, gran sufridor de trabajos, ansioso de la vida de la fama y de la eterna tanto como de la riqueza que le salve de su tradicional estrechez, si no es que miseria, adquiere características propias dentro del mundo occidental. Sin tener conciencia de ello, se ha preparado para la labor imperial que va a caer en sus manos; su escuela ha sido la larga vida fronteriza, una vida de constante guerrear pero que, en el trato diario con el enemigo, despierta un respeto mutuo, una especie de estima, un entender su manera de vida y un adoptar algunos de sus usos y costumbres, su arquitectura, su música, su literatura y sus vocablos. Al mismo tiempo, se prolonga irremediablemente el mestizaje físico y el cultural. En tiempos del Cid, el rey Alfonso VI se casa con una mora y el pueblo inventa un héroe mestizo, Mudarra, para que se encargue de la venganza de los siete infantes de Lara. Es así como el español, y sobre todo el castellano, aceptan y comprenden ya, desde antes de iniciar la conquista de América, el valor del mestizaje y no tienen escrúpulos raciales, como tantos otros pueblos europeos, pues no hay que olvidar que su actitud en contra del moro o del judío no era motivada por razones raciales sino netamente religiosas y vemos cómo judíos conversos ocupan los más altos cargos en la Iglesia española. Este curioso sentido de tolerancia racial e intolerancia religiosa pasará a las Indias en los primeros años de la conquista. Cuando el padre Valverde, una de las figuras más turbias de la conquista del Perú, quiere destruir al inca Atahualpa, no lo hace porque es indio, sino porque, a su parecer, ha profanado los Evangelios arrojando el texto al suelo. Fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de México, Protector de los Indios, no dudará en mandar quemar en la hoguera a don Carlos de Texcoco por haber vuelto a la idolatría, y el acta de ese crimen estará suscrita por el secretario de la Inquisición, Miguel López de Legazpi, futuro conquistador de Filipinas, quien tratará, en su empresa, de hacer una conquista sin derramamiento de sangre, una conquista humana.

Observamos este concepto de guerra religiosa, que pudiéramos llamar mundial, en muchos aspectos de la conquista. Francisco López de Gómara dice: “Comenzaron las conquistas de indios acabada la de moros, porque siempre guerreasen españoles contra infieles”.28 Y en las Filipinas, donde el español vuelve a encontrar el problema del islam y llamará “moros” a los mahometanos malayos, se entregará en cuerpo y alma a la conversión de los pueblos malayos no musulmanes, pero nunca llegará a un entendimiento con los “moros” del sur del archipiélago. Allí el español, hasta el siglo XIX, seguirá guerreando contra infieles.

Este ideal religioso de la conquista es fundamental para entender todo el proceso y todas las discusiones a las cuales dio lugar, porque si bien la conquista fue vista como herencia de la Reconquista, no tiene las mismas características que ésta, porque el hombre español de principios del siglo XVI y aun de fines del XV ha sufrido uno de los cambios más violentos que ha visto el mundo, cambio debido no a una fuerza exterior, extranjera, sino a la misma fuerza interna española, que se desbordaba.

Cuando Enrique IV ha dejado caer y casi morir la autoridad real, cuando hay dudas graves acerca de la sucesión de Castilla entre la Beltraneja, posiblemente hija del rey, e Isabel, hermana del mismo, surge el claro pensamiento de la segunda. En su matrimonio con Fernando de Aragón logra establecer, no sólo su derecho al trono de Castilla sobre los derechos de su rival, sino la unidad de los dos reinos en sus dos reales personas y en sus herederos. De inmediato se fortalece la autoridad real. El carisma de la reina y la fantástica habilidad política y administrativa del rey acaban con las banderías y sujetan, ya para siempre, a la nobleza eternamente rebelde y batalladora. Así, España ya puede dedicarse a terminar la gesta de la Reconquista, liquidar el reino musulmán de Granada y ampliar su influencia en Italia. Y en el mismo momento en que cae Granada se inicia la empresa de Indias y, poco después, la obra imperial de Carlos V hace que España se convierta de golpe en la cabeza del Occidente cristiano y en el árbitro de Europa. Al mismo tiempo penetran las ideas humanistas, superficialmente en Italia aunque de gran importancia en las formas literarias. Sin embargo este humanismo no cala profundamente en el alma española, sino el mucho más profundo y eficaz humanismo de Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro, que tan honda huella deja en el pensamiento español de todo ese siglo. Los primeros frutos de este humanismo erasmiano son la fundación de la Universidad de Alcalá de Henares, la edición de la Biblia complutense y la reforma de las órdenes religiosas.29

En unos cuantos años, una infinita cantidad de mundos se abre ante los ojos del hombre español, mundos de la realidad y del espíritu. Las marcas europeas saltan de los Pirineos al Danubio, que penetra rápidamente a las fuentes vivas de la literatura española, como lo vemos en Garcilaso de la Vega y en fray Antonio de Guevara, el tan criticado obispo de Mondoñedo por su obra El villano del Danubio. Las fronteras universales saltan de Granada a las Islas Molucas y las empresas comerciales, que difícilmente se atrevían a viajar de Burgos a la feria de Medina del Campo, contemplan de pronto empresas comerciales entre Flandes, Sevilla, las Indias y las Molucas, como lo hace Cristóbal de Haro, protector de Magallanes, en 1519. Porque España no se ha convertido sólo en la cabeza de Occidente, sino en la directora de la expansión europea a todo el resto del mundo, el fenómeno histórico más importante y trascendente en la vida del hombre en la tierra. Esta expansión fue iniciada por el islam en el siglo VII, casi siempre por tierra; el genio de Enrique el Navegante, en el siglo XV, logró convertirla en marítima y cristiana y al pasar a manos de España tomó un nuevo sentido. Para Portugal había consistido, fundamentalmente y por razones que no viene al caso relatar aquí, en un descubrimiento de rutas de navegación y comercio y en el establecimiento de “factorías” o pequeños enclaves, sin una verdadera expansión territorial y, sobre todo, sin buscar una transculturación de pueblos. Para España, cuyo pueblo navegaba sólo por necesidad, se convertirá en empresa de conquista, esto es, de gran expansión territorial, con las necesarias cristianización e hispanización de grandes grupos humanos. Desde 1492, Castilla se coloca a la cabeza de este movimiento que ha de ser el origen de todas las naciones hispanoamericanas y de la República de Filipinas. Y las normas aplicadas por España, para bien o para mal, en esta empresa imperial nacen de la experiencia histórica anterior del castellano que las forjó y cimentó.

6. El cambio en el idioma

Toda esta rápida revolución en la vida y manera de ser del español se reflejó de inmediato en el idioma y en el estilo literario. Como primer paso, el castellano se impone sobre las otras hablas del reino y se convierte en el idioma nacional, aunque como señala Amado Alonso30 muchas formas castellanas se van a perder en el español y algunas leyes del cambio que se estaba operando en Castilla regresan a sus orígenes etimológicos o se detienen. Se podrían aducir muchos ejemplos de ello, pero basta citar el de la mutación de la “f” inicial por la “h”, ya sea muda o aspirada en sus principios, como en el caso de fembra, fermoso, ferida, que hacen hembra, hermoso, herida. Pero cuando el castellano se convierte en español, se detiene este proceso. Ya Cristóbal de Villalón en su Gramática, editada en 1558, nos cuenta que: “un hidalgo de aquella tierra (Castilla) me dijo un día junto a la Pascua de la Resurrección: ‘Señor, con la hortuna del tiempo y la hatiga de las bestias no pudimos llegar a la villa para comprar las cosas para la hiesta’. Éstos corrompen el castellano, quitando la ‘f’ donde la deben poner”. Y más adelante insiste: “Y no suena tan bien decir hortuna como fortuna, ni hatiga como fatiga”.31 Esta duda entre la “f” o la “h” inicial pasa a las Indias con los cronistas y así nos encontramos a Francisco de Jerez quien dice “hundición” por fundición.32 Así mismo, Cristóbal de Mena, en su relación de la conquista del Perú, empieza diciendo: “Año de mil quinientos y treynta y uno en el mes de hebrero”.33 En cambio el adelantado de la Florida, Pedro Menéndez de Avilés, en 1565, invierte el proceso y a una palabra caribe como “huracán” le coloca la “f” tradicional.34 Avilés era originario de la villa del mismo nombre, en Asturias, lo cual explica su regreso a las viejas formas no castellanas.

Ya desde tiempos de Alfonso X el Sabio, cuando el castellano se convierte en la lengua jurídica y oficial de Castilla, se consideraba que la mejor habla era la que se usaba en Toledo y corre la versión, a la que alude el cronista de Indias Gonzalo Fernández de Oviedo, que el antiguo rey, según Tamayo de Vargas, había ordenado: “que si ende en adelante en alguna parte del reino hubiese diferencia en el entendimiento de algún vocablo castellano antiguo, recurriesen con él a la ciudad de Toledo, como a metro de la lengua castellana, y por tener en ella más perfección que en otra parte”.35 Ya hemos visto a fines del siglo XV a Antonio de Nebrija escribiendo un “arte” y un vocabulario de la lengua castellana, pero mucho de lo dicho por él, que era indudablemente un notable humanista, será contradicho por Juan de Valdés, orgulloso siempre de su habla toledana: “¿Vos no veis que aunque Librixa era muy docto en la lengua latina, que esto nadie se lo puede quitar, al fin no se puede negar que era andaluz, y no castellano, y que escrivió aquel vocabulario con tan poco cuidado que parece haberlo escrito de burla?”36 Pero el mismo Valdés no comprendía el proceso que estaba sufriendo el castellano al convertirse en español, cuando debía haberse doblegado a muchas formas no toledanas. Así considera como mejor habla decir, por ejemplo: truxo, cobdo, ríyase, que no pasarán al español. Así mismo Oviedo, que como veremos se precia de su buen hablar madrileño, usa el arcaísmo ture por dure, que no queda en el idioma.