Mi Adorada Mentirosa - Carmen Reyes Ojeda Cárdenes - E-Book

Mi Adorada Mentirosa E-Book

Carmen Reyes Ojeda Cárdenes

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Beschreibung

Las sierras de Córdoba en Argentina, son escenario y testigo de esta historia de amor, que demuestra una vez más, que el destino es una sincronía inconsciente de deseo y búsqueda, enmarcado en una esperanza que hace frágil la adversidad. Una joven es sorprendida por una vida inicialmente infértil. La muerte de sus padres, la pérdida de su granja, su recorrido en un sendero fundido con la soledad, son el inicio de este relato. Sin embargo, el encuentro con dos desconocidos se convierte en un pañuelo que seca sus lágrimas y heridas, en un continuo de asombros, donde su vida comienza a beber de un oasis de aguas frescas, que jamás probó. La historia de amor aquí relatada no solo refleja un final quizás esperado, por el contrario, es la construcción de un almanaque donde el futuro es un presente sin interrupciones de fascinación.

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Seitenzahl: 134

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Carmen Reyes Ojeda Cárdenes

Mi Adorada Mentirosa

Reyes Ojeda Cárdenes, Carmen Mi adorada mentirosa / Carmen Reyes Ojeda Cárdenes. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2871-1

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

Prólogo

Prólogo de Agostina Torre

Introducción

Acerca de la autora

Este libro se lo dedico a mi Papaíto Lorenzo y a mi Mamaíta Lola;a mis hermanas Elisa, Maruca, Ana y Loli.Gracias a Ana Laura por su insistencia para que se publique la novela y por los dibujos.Gracias a Victor Hugo por su ayuda y por las primeras correcciones.Gracias a Autores de Argentina por publicar mis novelas.

Prólogo

Cierto día de niña, encontré entre las pertenencias de mi madre, algunos dibujos y un manuscrito, el cual parecía ser el borrador de una novela. Años después, me cuenta que había escrito esa historia luego de un viaje a Córdoba (años antes de mi nacimiento). Entonces tuvo el deseo de transcribirlo y comenzó su tarea en una máquina de escribir. Recuerdo que yo había colaborado con algunas ilustraciones, las cuales, al terminar de pasarlo, adjuntó, para luego realizarle una sencilla encuadernación. Pero, nuevamente esa historia volvió a guardarse por un largo tiempo. Hasta que, pasados otros años, ella tomó la decisión de que viera la luz. Es así que, a más de 40 años de su escritura, y gracias a la perseverancia e incansable deseo de cumplir sueños de mi madre, “Mi adorada mentirosa” se encuentra hoy en tus manos. Te agradecemos y esperamos lo disfrutes.

Ana Nari

Prólogo de Agostina Torre

El verdadero y honesto amor pude ser, -si no es que lo es-, uno de los vínculos más fuertes e irrompibles que los seres humanos, no solo tenemos la dicha de conocer, sino también de vivir.

Nos aferramos a él y a su esperanza, incluso en los momentos mas dolorosos y oscuros. “El amor todo lo puede y nosotros todo podemos en él”. Nos transmite esa esperanza que veces damos como perdida.

A veces, por desconocimiento o imprudencia, no podemos darnos cuenta de que una batalla perdida, no significa la total derrota. Si no, por el contrario, esta puede convertirse en una lección para prepararnos para la siguiente y así sucesivamente.

No es una simple historia de un amor que triunfa, por el contrario, permite adentrarnos en una especie de lucha interna y externa, que nos permite comprender como es que nosotros podemos decidir afrontar nuestras propias catástrofes, si buscando un horizonte con el sol guiándonos hacia un nuevo y próspero porvenir o, quedarnos atrapados en nuestras propias penumbras atormentándonos por lo que pudo haber sido, pero jamás luchamos por conseguir.

En otras palabras, esta historia nos devuelve la esperanza de lo que a veces damos por sentado perdido, demostrándonos que, hasta incluso la prueba más difícil, puede ser superada si es que nosotros estamos dispuestos a dar nuestro último suspiro por aquello que realmente amamos.

Gracias por compartir y demostrármelo una y otra vez, Abu.

Te amo y Dios te bendiga.

Agostina Belén Torre.

Introducción

La lluvia caía incesante, las sierras de Córdoba se llenaban por espesas nubes y el peligro se cernía sobre la mediterránea ciudad Argentina.

La copiosa precipitación pluvial había hecho crecer de manera increíble el caudal de los ríos los cuales impetuosos arrasaban lo que hallaban a su paso, después de haber salido de sus cauces naturales. Los más perjudicados, como ocurre en estos casos, eran los pobladores ribereños, que indefensos ante la furia de la naturaleza se habían limitado a huir tratando de llevar en su precipitada fuga, los bienes escasos que poseían.

En el caso de Carmencita, fue aún peor que aquellos humildes pobladores, y también las casas más humildes convertidas en ruinas por las insensibles fuerzas de la naturaleza, la derruida imagen actual de la vivienda contrastaba notoriamente con su aspecto anterior.

Sus paredes agrietadas y la falta de puertas y ventanas que fueron arrastradas por la correntada eran mudas testigos de un drama que se había desarrollado allí no muchas horas antes.

Las cercas donde algunas veces se hallaron los cabritos y las aves de corral. No habían resistido la fuerza de las aguas y sus estacas de sostén se encontraban diseminadas en desorden, nada quedaba allí, ningún vestigio de vida las aguas se llevaron las esperanzas, el trabajo y aún las vidas de muchos sufridos ribereños. Pocos días antes todo era diferente las risas juveniles de Carmencita inundaban el lugar, su madre impasible daba de comer a los animales que en no muy crecido numero tenían pero que igualmente colaboraban con su venta, para incrementar los modestos recursos de esta familia sacrificada.

El padre don Alberto trabajaba en la calera eran muchas las horas de labor pero la alegría de Carmencita lo tonificaban y en ella había depositado todas sus esperanzas. Por ello con muchos sacrificios le habían costeado sus estudios secundarios y esperaban que pudiera emplearse y seguir con sus estudios de veterinaria en la capital de la provincia. Pero todo había cambiado, el destino no quiso ver coronados los sacrificios de sus padres y la lluvia y el lodo sepultaron sus ilusiones de ver a su hija triunfar.

Al lado de una roca se oía el llanto de una muchacha por la forma en que lloraba parecía muy joven, de unos 20 a 22 años, pero estaba vestida de una forma muy particular, un pantalón viejo una chaqueta larga y un sombrero raído se lamentaba de una manera muy angustiosa, pobre de mí, que será de mí, sola en este mundo y vestida así.

Quién podrá mirarme o darme trabajo, vestida así como un linyera o algo parecido. Qué desgracia la mía, tan feliz que era en mi casa con mis padres, nunca pensé que me sucedería esta desgracia tan grande.

¡Oh! Dios mío, ayúdame, no me desampares, haz que alguien me vea y me dé trabajo aunque sea para lavar ropa y planchar, pese a no estar muy práctica pero voy a poner toda mi voluntad en hacerlo. Pobrecita de mí, Carmencita se acomodó detrás de la roca y empezó a rezar hasta que el sueño la fue venciendo y a pesar de la angustia que sentía quedó profundamente dormida, cuando despertó sintió el canto de los pájaros y un sol precioso que calentaba su cuerpecito, si no hubiera sido por que estaba sola en el mundo pensaría que era un día muy feliz por el sol tan radiante que lucía. Mientras estaba absorta en sus pensamientos le pareció escuchar voces y percibió un agradable aroma a comida, o era su imaginación o su estómago que le estaba haciendo una mala jugada.

Empezó a caminar para comprobar si era cierto pero parecía que sí pues cuanto más caminaba en esa dirección con mayor intensidad se percibía el aroma a café.

Camino más de prisa y por el solo hecho de llegar un poco de comida a su estómago que el pobre no dejaba de hacer ruido del hambre que sentía ya se olvidó de su angustia y de su facha pues realmente no parecía una chica sino todo lo contrario.

Por su aspecto parecía un linyera legítimo. Pobre Carmencita, qué sorpresa le deparará el destino. Se fue acercando despacio tratando de no hacer ruido por temor a ser vista pues ella quería ver de qué sujetos se trataban. Serán ladrones o criminales y cómo iba ella a saberlo si jamás había tratado con gente de esa calaña de cualquier manera iba acercándose para observar más de cerca los rostros de esas personas.

Por lo pronto vio a dos, uno de ellos se hallaba sentado con una cartulina blanca y grande en la mano pues parecía que estaba dibujando porque a cada rato miraba para el lado que estaban los árboles y luego seguía trazando con el lápiz en la cartulina este sujeto se veía que era bastante narigón y tenía barba de unos días mirándolo bien tenía un rostro bastante agradable y aproximadamente unos cuarenta y dos años pues con la facha que tenía no se apreciaba bien la edad.

El otro sujeto parecía bastante más joven unos treinta años aproximadamente o tal vez menos pues con la barba no se apreciaba bien, por eso es que sintió un poco de miedo porque los dos estaban barbudos el más joven estaba agachado cocinando algo por el olor no dejaba duda que era pescado. A Carmencita esto le abrió tanto el apetito que se acercó sin ningún miramiento y poniendo voz de muchachote saludó, buenos días, los dos hombres se dieron vuelta instantáneamente y extrañados y mirando a ese intruso vestido de esa manera respondieron sin poder evitar reír a carcajadas. Buenos días niño, Carmencita al oír que le dijeron niño se puso muy contenta pues por el momento estaba a salvo sin que estos dos sujetos supieran su verdadera identidad.

Por el momento iba a comer, y después pensaría cómo obrar, como dice el refrán, con la barriga llena se piensa mejor sus pensamientos seguían, ellos continuaban riendo a mandíbula batiendo, ella reaccionando ante las risas. Con voz de muchachote exclamó: Díganme de qué se ríen ustedes. Escúchame muchacho tú te viste la facha que tienes se ve que ya eres linyera por herencia. Carmencita se puso roja como una manzana, pero sobreponiéndose dijo, pues sí señor en mi familia hemos sido todos linyeras y sin ir más lejos esta ropa la heredé de mis antepasados, la usó mi abuelo luego mi padre, y como usted verá la uso, la uso yo ahora, la hemos cuidado mucho y nunca la lavamos para que no se estropee. El sujeto más joven que era el que hablaba con ella dijo, se ve que nunca se lavó esa ropa, pues brilla tanto que parece que esta encerada hasta me puedo mirar en ella.

El sujeto que aún no sabemos cómo se llama hizo un ademán de acercársele para mirarse en la ropa, ella rápido retrocedió y tropezó cayendo con tan buena suerte que el pasto amortiguó su caída y no se lastimó.

—He, he. Muchacho que no te voy a comer solo me quería mirar en la ropa. Carmencita al oír la palabra comer dijo de la mejor forma posible: —Por favor no me daría un poco de comida hace dos días que no como y tengo mucha hambre.

—Sí, cómo no te vamos a dar de comer, como verás aquí hay comida como para un regimiento. Esto lo dijo el sujeto mayor que mirándolo de cerca tenía un rostro bondadoso pero la verdad bastante narigón.— Oye Juan Carlos, sírvele bastante pescado al muchacho. Sí tío, le voy a dar bastante para que engorde porque según veo este pobre chico está flacucho y debilucho.

—Mire señor o cómo se llame, para mi edad estoy bastante bien de peso, y le digo que para su información que mi peso es de cincuenta y dos quilos.

—Para que sepas niño mi nombre es Juan Carlos, y te voy a decir algo más, por ser hombre pesas muy poco ese es peso de mujer, y si no mírame a mí, peso setenta y ocho quilos.

Carmencita mientras comía lo miró de reojo, y observó que realmente era un tipo alto y fornido, era lo que se dice un tipazo, tenía cabellos castaños y unos ojos azules impresionantes y de mirar cálidos, tenía puesta una camisa abierta en el pecho y se veía un tórax fuerte y velludo, qué raro pensó ella que estén en las montañas tuviera una camisa tan linda y de buena calidad, también observó que su color era celeste la cual llevaba arremangada hasta el codo, ella no contestó lo que él dijo y siguió comiendo con tanto apetito que se olvidó de los hombres que estaban ahí, cuando terminaron de comer los calderos quedaron vacíos, seguro que estaba rico todo lo que comieron, pues el tío había dicho que había comida para un regimiento pero apenas si alcanzó para ellos tres. La verdad estaba exquisito, sabe usted cocinar, señor Juan Carlos.

—Escúchame, bien muchacho, no me vuelvas a llamar señor, llámame por mi nombre, suspende eso de usted, a mí me gusta que me traten de igual a igual, ah, por cierto, hablando de llamarse. Cómo te llamas tú.

Carmencita en eso no había pensado, y no sabía qué nombre ponerse, el suyo por supuesto que no lo pensaba decir, porque era como decir soy una mujer, eso nunca, antes muerta, pero reaccionando rápido inventó un nombre, y respondió:

—Ah, sí. Este, hum. Ah, sí, sí, mi nombre es Mario, eso es. Mario, Mario.

—Bueno. Bueno, para decir tu nombre tienes que tartamudear tanto, o tan pronto se te olvida cómo te llamas.

—Bueno. Sabe usted, uno está tan acostumbrado, a que nadie lo llame que a veces me olvido cómo me llamo.

—Está bien. No me des más explicaciones habrase visto, olvidar cómo se llama, yo nunca escuché a nadie decir que se olvidó su nombre, o es que eres retrasado, ah otra cosa, no me vuelvas a decir de usted, está claro.

—Sí, Juan Carlos, como tú digas.

—Esto va mejorando, ves, somos tres personas nada más, para qué tratarnos con tanto remilgo, porque si no, no nos vamos a entender. Pero si nos tratamos de tú a tú, todo va a ser mucho más sencillo y más llevadero, porque aún nos queda un trayecto largo hasta llegar a casa.

A Carmencita, se le abrieron los ojos como dos huevos fritos. Tendría ella que ir hasta la casa con estos desconocidos hasta ahora solo sabía que eran tío y sobrino. Y por lo poco que vio estaba tranquila.

Pensándolo bien, no era mala idea, pues por lo que observaba eran dos sujetos de confianza. De cualquier manera iba a ir averiguando si realmente esas eran sus verdaderas identidades, o también, podrían ser dos ladrones peligrosos. Seguro que tendrá que estar muy alerta, por si las moscas. De momento su barriga estaba llena; así que seguiría pensando.

Ni por la imaginación se le pasó que esos dos desconocidos llegarían a ser su verdadera familia.

—Bueno yo me voy a pescar, y tu tío, y tú, también Mario, encárguense de lavar los calderos, que yo no regreso hasta la tardecita. Juan Carlos se fue saludando, mientras el tío Carlos y Mario, (ahora hay que llamarlo así), se dirigieron al río a lavar los calderos.

Mientras lavaban los calderos, Carmencita preguntó.

—Dónde viven ustedes.

—A treinta y cinco kilómetros de Cosquín.

—Cuántos kilómetros hay de aquí hasta su casa.

—Y más o menos, setenta y cinco kilómetros.

—Tantos.

—Sí, pero con la camioneta el trayecto se acorta.

—Y quién vive con ustedes. Carmencita, no dejaba de hacer preguntas, quería estar segura, con quién andaba. Porque no es fácil, andar con dos sujetos, que aún no sabes bien quiénes son.

—Pues vivimos en la casa de la madre de Juan Carlos, que es mi hermana, acompañada de mamá Lola. Y toda la servidumbre.

—Cómo servidumbre, ¿acaso son ricos?

—Más que ricos. Son millonarios. Poseen la mayor fábrica de automóviles de Córdoba.

—Eso no me lo imaginé siquiera, así que son millonarios. Quiere decir que ustedes se van y me dejan solo.

—No. Eso no. Tú te vienes con nosotros. Ya te buscaremos trabajo en la fábrica, aunque sea de cadete.

—¿A ustedes les parece que seré bien recibido con esta facha?

—Mira tú de eso no te preocupes, apenas lleguemos, Juan Carlos te acompañará a comprar la ropa que necesites.

Carmencita, dio un brinco: —No, eso no, yo no voy a permitir que él me acompañe.

—Bueno no seas orgulloso, mi sobrino es un buen tipo, y de buen corazón, te acompañará, quieras o no. Y no se hable más del asunto. Entendiste.

Carmencita no contestó. Terminaron de lavar los calderos, y se dirigieron hasta la carpa; la verdad que ya sentía mucho sueño y cansancio, el tío Carlos que era muy observador se dio cuenta, y le dijo: —Oye Mario, si tienes sueño acuéstate a dormir, pues Juan Carlos va a tardar mucho, y yo voy a terminar de pintar el cuadro.

Carmencita no se hizo repetir la orden y ni bien se acostó, se quedó profundamente dormida. Pobrecita, dormía tan profundamente, que ni siquiera se dio cuenta de que su sombrero se había caído, y su abundante cabellera hermosa como una cascada en un día brillante se derramó por la almohada. Parecía un ángel sucio y rotoso.