2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €
A pesar del hielo... el ambiente se estaba calentando mucho. Perfecto. Eso fue lo que pensó Claire Mardsen la primera vez que fotografió a Jason Doyle, estrella del hockey. Lo que no sabía era que él estaba pensando lo mismo sobre la guapa fotógrafa. Poco después, Claire lo convenció para que se hiciera pasar por el prometido... de su amiga Trish, pero en realidad era ella la que fantaseaba con tener un romance con él. Jason Doyle creía haberlo visto todo, pero nunca habría pensado que solo tendría ojos para la inteligente fotógrafa que lo tenía en su objetivo. Por mucho que intentara fingir que estaba loco por Trish, no podía dejar de pensar en Claire y no conseguía alejarse de ella. Si se descubría su secreto, ¿seguiría siendo el héroe que todo el mundo lo consideraba?
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 201
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Louise Handelman
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Mi príncipe azul, n.º 1218 - agosto 2014
Título original: Everybody’s Hero
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4680-7
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Mientras se tomaba un donut con azúcar glasé, Claire Marsden conoció al hombre de sus sueños. Pero no para ella, sino para su mejor amiga, Trish, que en el instituto había sido conocida con el nombre de Patti.
Por supuesto, aquella había sido la época de las camisetas de cuello barco en tonos pastel y de los brazaletes de la amistad. En el presente, Trish gustaba vestir jerséis negros de lana y joyería de plata y grandes pedruscos de cuarzo.
Aparte de ser amigas, Trish era la editora jefe de la revista Focus, para la que ella también trabajaba. Sin embargo, en ese momento Claire no estaba pensando en Trish. Cómo iba a pensar en otra cosa cuando tenía delante a un hombre que dejaría muda a la mujer más locuaz de la Tierra. ¿Después de todo, cuántos hombres se presentaba a la puerta del Madison Square Garden en una moto italiana color rojo fuego, y encima a la hora acordada? Claire no quiso analizar sus sentimientos, ya que no era algo que soliera hacer. De momento disfrutaría del espectáculo. Además de ser la solución perfecta para los problemas y sueños de Trish, Jason Doyle simbolizaba las aspiraciones de Claire en relación a la liga de hockey. Recientemente trasferido a los Blades de Nueva York, su estilo agresivo y su puntuación estelar suscitaban el interés de los hombres. Y con esa sonrisa pícara y esa cicatriz en forma de coma que remataba el borde de su ojo derecho, las mujeres tampoco eran inmunes.
Hasta el momento, Jason Doyle había limitado su exhibición corporal y comercial a unas cuantas promociones de buen gusto y varios calendarios por alguna causa infantil.
Siendo una cínica convencida, Claire no debería haberse visto afectada por el sencillo encanto de Jason y su engreída masculinidad. Pero parecía que su cinismo había quedado olvidado temporalmente desde el momento en que el jugador se quitó el casco y las gafas de espejo con estilo. Tendría que haber sido tonta para no asociarlo con el retortijón que sintió en el estómago; y ella no era ninguna tonta. Jason Doyle era un auténtico bombón, y el doble de peligroso al natural que en fotografía.
Claire se puso alerta. Aquel aire de riesgo, reforzado por la motocicleta de alta cilindrada, denotaban una personalidad a la que gustaba vivir al límite. Y ella ya había tenido bastante de eso en su vida. Lo que ella quería en el presente era tranquilidad, aburrimiento y normalidad.
Pero el riesgo, o el atractivo que conllevaba el riesgo, era precisamente lo que el médico le había recetado a Trish. De ese modo Claire decidió poner a prueba su plan. Estaba segura de que su amiga estaría encantada.
–¿No te dije yo que sería un protagonista de portada? Venga, vamos a conocer al regalo que el hockey nos ha hecho a la población femenina.
Claire se metió el último pedazo del donut en la boca y se limpió rápidamente con los dedos.
–Es una misión dura pero alguien tiene que hacerla.
A pesar de que solo eran las seis de la mañana, un grupo de seguidoras rodeaba ya a Jason. Sin embargo eso no amilanó a Trish, que continuó caminando con resolución hacia el jugador.
–Hola Jason, soy Trish Camperdown, editora jefe de la revista Focus.
–Señorita Camperdown, es un placer –Jason esbozó una sonrisa sincera y natural.
Trish, normalmente la calma personificada, soltó una risilla. Él sonrió aún más, y mostró unos dientes blancos y bien formados, ni demasiado grandes ni demasiado pequeños; del tamaño ideal para mordisquearle la oreja a una chica.
Claire, que estaba a unos pasos detrás de Trish, sintió también el calor de aquella sonrisa.
–No has perdido ningún diente –fue lo primero que se le ocurrió decirle.
Jason la miró como si la viera por primera vez. Alzó el mentón y la estudió con detenimiento. A decir verdad, ella estaba acostumbrada en cierto modo a esa reacción.
A menudo los hombres reaccionaban tardíamente cuando la veían. No poseía la belleza de Trish. Pero muy pocas mujeres de treinta años tenían un dramático mechón gris en el pelo.
Durante un tiempo se lo había teñido, pero finalmente, a los veinticuatro años, había decidido aceptar que era una característica suya que no pasaba desapercibida; algo que había heredado de su padre.
El fortachón de Jim Marsden había sido un fotógrafo de renombre mundial; un artista que amaba la vida y poseía un estilo único.
Pero a Jason Doyle no pareció asustarlo el mechón de pelo gris.
–Tengo también otras cosas intactas –contestó.
No lo dijo en tono obsceno. Eso habría sido de mal gusto, y Jason no era una persona de mal gusto. Con su metro ochenta de estatura, el hombre parecía tan fuerte como el Monte Rushmore, e irradiaba la misma sinceridad que las caras de Washington, Jefferson y Lincoln juntas. Claire pensó que sin duda podría encontrarlo en su ciudad natal, una población de unos cinco mil habitantes, el día de conmemoración de los caídos en la guerra.
Cuando Jason Doyle dijo que tenía todo intacto, Claire empezó a preocuparse por la dirección que habían tomado sus pensamientos.
–¿Y usted es...? –arqueó una ceja y se apoyó el casco sobre la cadera.
–Claire... –en ese momento, una seguidora la empujó y Claire no pudo terminar de hablar.
Se precipitó hacia delante y se golpeó en el costado con el casco de Jason. Él la agarró del codo y consiguió detenerla antes de que ella se golpeara la nariz contra su barbilla.
Claire tragó saliva y alzó la vista para fijarla en sus ojos intensos ojos marrones; unos ojos de mirada pícara y peligrosa.
–Mi madre me dijo que tuviera cuidado con los tipos como usted –murmuró mientras sacudía la cabeza en un intento de librarse de la fuerza que le trasmitían las manos de Jason Doyle.
–Es el problema de las madres –sonrió de oreja a oreja–. Nunca ven más allá de la superficie.
El grupo de fans aplastó a Claire contra su costado, y poco a poco comenzó a sentir la energía que emanaba aquel cuerpo cálido y aquellas piernas musculosas embutidas en un par de vaqueros desgastados. Y cuando alzó la mano en tono defensivo, a través de la fina camiseta negra sintió unos pectorales bien definidos y un estómago plano.
Claire sacudió la cabeza. Aquel hombre tan masculino era para Trish. Ella no tenía por qué sentir lo que estaba sintiendo en ese momento.
–Y vaya superficie. Pero no quedará mucho de ella si no lo ayudamos a entrar.
Miró a su alrededor. La estampida de fans requería acción inmediata.
–Trish, ¿por qué no intentas entrar con Jason? –le sugirió a su amiga–. Llamad a uno de los guardas de seguridad para que os ayude. Será mejor que se ganen el pan haciendo algo.
Claire se volvió hacia Jason. Para estar rodeado de aquellas seguidoras medio enloquecidas, parecía muy tranquilo. En realidad, sonreía más que nunca.
–¿De qué te ríes?
–No creo que te haga falta una madre que te proteja, Claire.
–Algo me dice que tú tampoco eres tan incauto. Pero, escucha, llévate a Trish; no creo que aguante mucho aquí.
–¿Y mi moto?
–Dame las llaves.
–¿Las llaves?
Claire extendió la mano.
–La llevaré a la parte de atrás del edificio.
Jason vaciló.
–Mi madre me dijo que tuviera cuidado con las chicas como tú –sacó las llaves del bolsillo–. Supongo que sabes llevarla.
–Eso está claro –le dijo mientras extendía la mano para que le diera las llaves.
Jason se las pasó.
–Sabes lo que esto significa, ¿no?
–Que soy responsable de una máquina de cuarenta mil dólares.
–Más bien de sesenta mil. Pero no se trata de eso. Lo importante es que cumples uno de los diez requisitos para ser la esposa perfecta.
Claire lo miró con asombro.
–Hace tiempo decidí que solo me casaría con una mujer que supiera montar en moto –dijo él.
–Bueno, estoy segura de que eso es algo que a tus fans les encantaría saber –Claire se volvió y le tomó la mano a Trish para plantársela en el brazo de Jason–. Trish, creo que es hora de que metas a esta estrella dentro.
Trish pareció aliviada por la sugerencia.
–No te preocupes por tu moto –le dijo Trish, dándole unas palmadas en el brazo–. A Claire se le da bien todo lo mecánico; en una ocasión después de una fiesta en el instituto, burló el sistema de alarma de casa de mis padres para poder llegar tarde sin que nos pillaran.
Jason parecía más impresionado por la noticia que por Trish.
–Espero que no haya seguido con esa vida de crimen –se volvió a mirar a Claire.
–Solo me da la tentación a final de mes, cuando se me termina el dinero y tengo que pagar la factura de la electricidad –dijo Claire en voz alta para que él la oyera.
En ese momento una fan la apartó para que Jason le firmara un ejemplar del diario de la mañana.
Claire se quedó un poco al margen y de pronto se acordó de lo que se le había ocurrido a primera hora. Jason era la solución a todos los problemas de Trish. Lo malo era que, cosa rara, esa idea no la hizo saltar de alegría; más bien le resultó deprimente.
–Hablando de matrimonio. Tú reúnes las condiciones para ser el novio perfecto –dijo en voz alta, y Jason, que había avanzado unos pasos hacia la entrada del edificio, se volvió al oírla.
Ella sonrió. Por un instante, la tranquilidad que solía revestir sus facciones pareció vacilar.
–No te preocupes –añadió Claire–. El novio es para Trish, no para mí –le dijo.
Cuando Claire llevó la moto a la parte de atrás del edificio y la dejó al cuidado de los envidiosos ojos de un guarda de seguridad, el resto del contingente de la revista ya estaba dentro del edificio, apiñado junto al banquillo del equipo local.
Caminó deprisa hacia el grupo. Como solo había un pequeño grupo de personas, hacía frío en el edificio. Lo entendía. Ella se había pasado los últimos cinco años pasando frío.
Se frotó las manos y se acercó al grupo. Trish estaba hablando por el móvil. Su ayudante, Elaine, estaba hablando con un hombre fornido de traje azul que llevaba un transmisor. Debía de ser el encargado del Madison Square Garden.
Cerca de la pista de hielo, había un hombre elegante de unos treinta y tantos años. Llevaba un abrigo de cachemir y el pelo peinado hacia atrás. Sin saber por qué, Claire estuvo segura de que se trataba del mánager de Jason Doyle.
Y no muy lejos de aquel hombre estaba Jason.
–Eh, chicos –dijo Claire al grupo de jóvenes que se arremolinaba alrededor de Jason–. Siento interrumpir este encuentro, pero los negocios son los negocios –anunció.
Un miembro del equipo técnico, un joven con un pendiente y perilla, se apartó en ese momento y le dejó ver claramente a Jason Doyle, que estaba firmando un autógrafo y levantó la cabeza al oír su voz.
Inconscientemente se retiró el mechón canoso detrás de la oreja. Llevaba la melena corta porque le parecía lo más práctico, y a menudo se la cortaba ella, cosa que fastidiaba enormemente a la peluquera, a la que esporádicamente acudía para arreglar algún estropicio.
–Siento interrumpirte, pero ¿podrías enseñarme dónde has dejado el material? –preguntó Claire–. También necesito hablar con alguien sobre la iluminación. Si vamos a hacer esto en color me gustaría disponer de más luz.
–Enseguida –el técnico larguirucho fue inmediatamente a hablar con el señor del transmisor.
–Estoy impresionado.
Claire no tuvo necesidad de volverse para saber quién le había hablado. Incluso sin levantar la voz, la manera de hablar de Jason Doyle tenía una fuerza especial. Volvió la cabeza y se miraron unos instantes.
–Es mi aire autoritario natural –dijo, ya no demasiado segura de sí misma.
–Desde luego, a mí me ha llamado la atención. A Siegfrid y a Roy no les vendría mal aprender un poco de ti –Jason avanzó hacia ella, dejando a sus reacios seguidores.
–Bueno, mi límite está en los animales grandes con garras.
–¿Estás segura?
Le tendió la mano. Claire se fijó en que tenía las uñas cortas, pero sus manos eran fuertes.
–No me había dado cuenta de que tú debes de ser...
–Claire Marsden –otra persona le dio la mano primero.
–Me llamo Vernon Ehrenreich, y soy el mánager de Jason. Es un placer conocerla. Aunque debo confesar que me sorprende un poco que sea usted la fotógrafa de la historia. Creía que se dedicaba más a las noticias.
Claire sonrió a Vernon de un modo superficial, y estaba a punto de decirle algo más cuando llegó Trish con sus zapatos de tacón de aguja.
–Vernon, Claire, veo que ya os habéis presentado –Trish cerró su teléfono móvil–. No sé cómo deciros la suerte que tenéis al contar con Claire. ¿No te dije que quería conseguir un talento periodístico para la parte artística? Después de todo, qué mejor manera de retratar a un hombre de acción como Jason. En realidad, cuando le mencioné a Jason el nombre de Claire, aprovechó la oportunidad.
Claire miró a su amiga. Trish podría convencer a un vendedor de aspiradoras para que comprara una escoba. Aunque no sintiera la necesidad de demostrar nada. Estaba orgullosa de sus credenciales. Cierto que el deporte nunca había sido su fuerte, ni tampoco se dedicaba a fotografiar a celebridades. Pero las fotos de Claire Marsden tenían mucho peso en el mundo editorial.
Y allí estaba Vernon, tratando claramente de proteger la cualidad taquillera de su estrella.
–Una cosa es la acción. Pero pensé que estábamos hablando de un fotógrafo de estrellas. No te ofendas, Claire –Vernon alzó una mano y Claire asintió con tranquilidad.
Lo que no daría para que una paloma descarriada dejara caer un regalo sobre la cabeza de Vernon. O mejor sobre su abrigo.
–¿Y un Pulitzer no cuenta nada?
Jason se volvió hacia Claire.
–¿Un Pulitzer?
Claire se encogió de hombros.
–En realidad han sido dos.
–Bueno, tal vez no valores la experiencia de Claire en el mundo de las noticias, pero estoy segura de que viste el número de enero de la revista Focus, en el que aparece Clyde Allthorpe en la portada –continuó diciendo Trish.
¿Quién no había visto la portada de la revista en la que aparecía corriendo aquella figura del atletismo, con una sonrisa espléndida en los labios y poco más cubriendo su cuerpo? Ese número había batido el récord de ventas. Se había comentado en radio y televisión. ¿Qué más podía pedir una chica?
Además, Clyde había firmado el contrato más sustancioso de todos los tiempos después de que la foto apareciera en los quioscos.
–¿Usted tomó esa fotografía? –le preguntó Vernon a Claire.
–Sí –contestó ella–. Pero tiene que entender que...
–¿Qué es lo que hay que entender? –la interrumpió Trish–. Creo que Vernon aprecia de verdad la suerte que tiene al contar contigo en este trabajo. ¿Por qué no empezáis a trabajar Jason y tú mientras le cuento a Vernon lo que tenemos planeado para después?
Y dicho eso, Trish los empujó como si fueran dos perrillos para que se pusieran manos a la obra.
Claire se volvió hacia Jason.
–Bueno, creo que eso es una orden. Antes no tuve la oportunidad de presentarme como es debido. Soy Claire Marsden –dijo, y le tendió la mano.
Jason se la estrechó.
–Estás helada.
Le agarró ambas manos y empezó a frotárselas. Él tenía las manos grandes y la piel áspera. Claire notó que los dedos de los pies, que normalmente se le quedaban helados a pesar de los dos pares de calcetines de lana, empezaban a calentársele.
–Deberías usar guantes –le dijo él, y empezó a frotarle las manos con más empeño.
Claire tragó saliva.
–No puedo. Me impedirían agarrar bien la cámara. Es que yo siempre tengo frío.
Jason le levantó la mano y se la calentó con el aliento.
–Mejor.
En realidad empezaba a sentir calor, bastante calor.
–No estoy segura de que «mejor» sea la palabra adecuada.
Jason la miró con curiosidad.
–¿Te estoy incomodando? –le preguntó con calma.
–¿Y si lo dejas ya?
–¿Y si tú me haces lo mismo a mí, a ver cómo me siento yo?
Claire estaba a punto de decirle a Jason lo que debía hacer con sus manos cuando este la soltó y levantó las manos, como queriendo mostrar que se rendía.
–Solo bromeaba.
–Algo me dice que me vas a dar problemas, señor Jason Doyle.
Sacudió la cabeza y buscó con la mirada al técnico que tenía que llevarle las cámaras. Estaba junto a la entrada de la pista de hielo. En un banco cercano había un montón de bolsas de equipamiento. Le hizo una señal a Jason para que la siguiera.
–¿Entonces qué quieres que haga?
Claire empezó a rebuscar en su bolsa.
–¿Quiere decir que no vamos a ser amigos? –añadió él.
Claire levantó la cabeza.
–Creo que esta sesión de fotos será de lo más cordial. Nos relajaremos y lo pasaremos bien. Después, seguramente nos enviaremos unas tarjetas de felicitación en Navidad durante un par de años. Cuando ganes la Copa Stanley, te enviaré un correo electrónico para felicitarte. Tal vez me envíes una foto cuando nazca tu primer hijo. Pero dentro de cinco años pensarás: «Me preguntó qué sería de aquella fotógrafo, ¿Claire qué más? Recuerdo que hacía bien su trabajo, pero qué mal se tomaba las bromas...».
Él la escuchó en silencio, y cuando terminó se acercó un poco a ella. Aquel cuerpo fuerte y varonil estaba a pocos centímetros.
–¿Acaso me parece a mí, o está siempre así de tensa, señorita Marsden?
Su cara estaba a pocos centímetros de la de él. El color de sus ojos parecía más oscuro, como el cielo de medianoche. Claire tuvo que bajar la vista para no delatar sus sentimientos; al hacerlo, vio que su pecho subía y bajaba con un ritmo lento e hipnótico. Incluso las moléculas de aire que separaban sus cuerpos parecían vibrar y temblar.
Ella lo miró con indiferencia, a pesar de no sentirla, y dijo:
–¿Por qué no te pones los patines y el suéter del equipo? –le dijo con toda la calma que le fue posible–. Te tomaré las fotos en la pista, jugando.
Claire se volvió con profesionalidad y empezó a buscar unos rollos de película en su bolsa. Se los metió en los bolsillos de los vaqueros y se echó la cámara al cuello con la facilidad de quien lo había hecho miles de veces.
–¿Dónde quieres que coloque las manos?
Claire estuvo a punto de dejar caer la lente de la cámara.
–¿Quieres que las ponga en el hielo?
Jason se había puesto un suéter y una chaqueta. Estaba sentado en un banco atándose las botas, algo que él también había hecho un millón de veces. No debería llamarle la atención. ¿Pero por qué esos dedos fuertes que se movían con tanta agilidad le parecieron tan sensuales? Hasta que no bajó la vista, Claire no se percató de que inconscientemente estaba acariciando la protuberante lente de la cámara. Inmediatamente dejo de hacerlo, se estiró y se aclaró la voz.
–Bueno, creo que te sacaremos una con el palo en la mano y lanzando unos cuantos tiros a la red –se pasó la lengua por los labios–. Sé que eso es lo que se te da bien.
Jason terminó de abrocharse las botas.
–Espera a verme en acción, Claire Marsden.
–Oh, creo que ya te he visto.
Estaba equivocada. En acción, en movimiento, Jason Doyle era mejor que bueno. De su ser irradiaba una fuerza apenas aprovechada. Decir que era dinamita era decir poco. Era como estar en la superficie del sol, rodeado de torbellinos de energía por todas partes.
Lo cual solo la fastidió más, porque tuvo la certeza de que no lo estaba captando todo en la película. Durante unos cuarenta y cinco minutos dirigió al equipo mientras él patinaba de un lado para otro. De vez en cuando había que cambiar las luces de posición, y Claire se molestaba porque perdía el tiempo. Pero la profesional y la perfeccionista que llevaba dentro también sabía que los ajustes técnicos eran muy importantes para que aquellas fotos en color salieran bien.
–¿Podrías colocarlas en cualquiera de los dos lados de la portería? Eso es, un poco más arriba en la tribuna. Y, Jason, voy a tomar las fotos aquí detrás de la portería, ¿vale?
–¿No confías lo bastante en mí para colocarte delante? –le preguntó mientras se apoyaba sobre el palo.
–No soy yo lo que me preocupa, sino mi cámara. Si pierdo concentración podría irse todo al garete.
–Siempre inventando una excusa para no acercarte –alineó una fila de discos de hockey.
–Dios, no sé por qué pensar que un disco me pase a pocos milímetros de la cara no me convence –Claire alzó la cámara y se colocó detrás de la red.
Sin decir más, Jason se alineó frente a la portería y se acercó al primer disco. Con la precisión de una máquina, se colocó delante del primero de los discos y golpeó cada uno con fuerza en dirección a su cara.
Rápidamente levantó la cámara y enfocó. El instinto la hizo estremecerse cuando llegó el primer tiro; tan solo la red protegía su cara. A partir de ese momento y durante unos segundos Claire pensó que aquello era como estar delante del fuego de una metralleta. Dejó que el carrete corriera, empeñada en conseguir las mejores fotos.
Diez minutos más tarde, empapada en sudor tanto como él, Claire seguía sin estar convencida. Quería que el lector no solo viera el poder, sino que lo sintiera. Rebobinó la película y se la guardó después en la bolsa.
Jason patinó hacia ella y frenó de lado, levantando una suave lluvia de partículas de hielo. Respiraba profundamente. Claire levantó la vista mientras metía rápidamente otro carrete en la cámara
–¡Eso es! Sigue haciendo eso; y traed más luz aquí. Ahora mismo. Rápido. Continúa respirando así, con fuerza.
–Eso es lo que dicen todas la mujeres.
Claire no levantó la vista del visor.
–Me apuesto a que sí –tomó unas cuantas fotografías–. Tenemos que movernos –chasqueó los dedos–. Pero espera un momento –dijo, y buscó con la mirada al técnico delgaducho que la había ayudado antes–. ¿Por qué no me buscas un par de patines de la talla ocho?
Jason dejó de trazar golpes con el palo en el aire.
–¿Patinas?
–Han pasado unos años, pero creo que me acordaré.
Claire miró la pista y recordó las veces en las que había ido a patinar con su padre.
–¿Estás segura de que podrás hacerlo? –la voz de Jason penetró sus recuerdos.
Claire levantó la vista.
–No hay problema. Mira, aquí viene Elaine.
Cuando Elaine le dio las botas, Claire se sentó en el banco y a los pocos minutos las tenía puestas.
–Bueno, creo que ya está.
Los primeros pasos de Claire fueron tímidos. Pasados unos momentos relajó las rodillas, y enseguida adquirió el ritmo de empujar y deslizarse, balanceándose de una pierna a la otra con facilidad. Trazó un amplio arco alrededor de la pista, tomó velocidad y volvió hasta el centro de la misma donde estaba Jason, que la miraba mientras se aproximaba.
–No está mal.
–No soy Sonja Henje, pero valdrá –agarró la cámara con las dos manos–. Escucha, quítate el suéter.
–¿El suéter?
–Eso es –le contestó mientras hacía una seña con la mano.
–Tú mandas –Jason se quitó el suéter y se quedó solamente con la ajustada camiseta negra y poco más.