Nada podría evitarlo - Marcos Ripalda - E-Book

Nada podría evitarlo E-Book

Marcos Ripalda

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Beschreibung

Nada podría evitarlo está compuesto por doce relatos independientes, breves pero muy intensos, contados con las palabras justas y sin turbulencias estilísticas. Los personajes de cada cuento están situados en momentos de sus vidas que les marcarán para siempre. Este libro puede considerarse una novela en escalas, donde los límites de cada cuento se difuminan para dar paso al siguiente. Cada cuento viene acompañado de una ilustración de la artista Carmura Lenteja.

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Primera edición digital: febrero 2017 Ilustraciones de la cubierta e interiores: Carmura Lenteja Diseño de la colección: Jorge Chamorro Corrección: Alexandra Jiménez Revisión: Blas Cabanilles

Versión digital realizada por Libros.com

© 2017 Marcos Ripalda © 2017 Libros.com

[email protected]

Marcos Ripalda

Nada podría evitarlo

Ilustraciones de Carmura Lenteja

«Hace tiempo que ya no te veo quizás no te llamo porque no me atrevo hace tiempo que ya no te veo habremos cambiado quizás a peor».

Héroes del Silencio

Índice

 

Portada

Créditos

Título y autor

Pedazos

El sur

El idiota

Faltas

La intrusa

Esteban Felicidad

Libre

Ruido

Mediciones

El duelo infinito

Los días pasan

Posibilidad de un cambio

Mecenas

Contraportada

Pedazos

 

El hombre recoge los cristales con un vaso de plástico. Luego se los pone en la otra mano y los deposita en un sombrero de paja deshilachado sobre el asiento de la parada del 16.

Los pequeños cristales están esparcidos por la acera y llegan hasta la calzada. Sólo hay unas pocas ventanas iluminadas a esta hora. Faltan unos minutos para que amanezca.

Paula le observa preocupada desde hace rato. Pero es que este hombre se va a cortar, piensa, y está tentada de acercarse y decirle algo, pero quién es ella, y además debe estar chiflado. ¡Recoger cristales con las manos desnudas!

Sin embargo, ha sucedido otras veces. Que algo se rompa y haya que recoger los pedazos. Como cuando aquella taza se rompió en el fregadero mientras escuchaba, de buen humor, un disco de Tom Waits. O la noche que discutieron por una botella rota con la que se cortó y que supuso el fin.

Paula se pregunta por qué el hombre recoge los cristales con un vaso y se los pasa a la otra mano. ¿Es que quiere hacerse daño a conciencia?

Y si Paula se cortó, es inevitable que se pregunte por qué no hace este hombre lo mismo que hizo ella entonces, lo mismo que haría cualquiera. ¿O es que este hombre tiene un cuidado exquisito para no cortarse? Si Paula pudiese echar un vistazo lo sabría, pero no lo hace. Este hombre se está haciendo daño y no parece importarle lo más mínimo, piensa.

Paula sabe con certeza, aunque no puede saber qué clase de certeza, que el hombre no le hará nada, que no va a amenazarla con algo afilado.

¿Cómo puede estar tan segura de que no le hará daño? No es tan sencillo como que si hay montones de nubes negras, lloverá mañana. Este hombre, de piel muy blanca y ojos de un azul muy claro, es corpulento y ronda los cuarenta; su espeso cabello, que lleva recogido en una diminuta cola, ha empezado a encanecer. A pesar de lo sucio que va, parece importarle su aspecto, si no ¿por qué lleva la camisa por dentro del pantalón y cinturón? ¿Es que esto es significativo? ¿Es pacífico sólo porque no lleva la camisa por fuera?

Nada le impediría al hombre, ya que están ellos dos solos en la parada, acercarse, y sin mucho esfuerzo, sin intimidarla demasiado, apoderarse de su bolso y salir corriendo. ¿No es eso lo que se hace? Sin embargo, este hombre… Paula se vuelve para mirar no al hombre directamente, claro, sino al conjunto entero. Vaso, cristales, hombre, parada, luna rota, acera, calle. Y entonces los ve. Y de ese parecido emana todo lo demás. No, este hombre no puede hacerme nada. Sólo es un hombre tristemente ocupado, piensa. También Carlos era así. Paula siente su estómago vacío y una pena inmensa (¿desde cuándo viene sintiéndola?) y mira la calle desierta y oscura como la entrada de una caverna. ¿Qué clase de consuelo puedo hallar aquí?, se pregunta. ¿Y por qué mete este loco los cristales en su sombrero, suponiendo que sea suyo? ¿Es que piensa pegarlos después, y con qué, por Dios, para dejarlo todo tal y como estaba? ¿Acaso debería importarme? Esto es absurdo, Paula. Sin embargo, lo recuerda, ella no hizo nada para recoger los cristales. Hazlo tú, le dijo. Y después no intentó que él se quedase. De nada sirve juntar los pedazos, le dijo ella mientras Carlos se ponía el abrigo, tenemos la figura, pero no es la misma figura, sólo se le parece.