Nadar - Marianne Apostolides - E-Book

Nadar E-Book

Marianne Apostolides

0,0

Beschreibung

Kat ha viajado con su hija adolescente a Lutrá, en Grecia, donde deberá tomar una decisión. Lutrá –«baños» en griego– es el pueblo de su padre, que acaba de morir. Las piscinas naturales que se forman bajo seis pequeñas cascadas trazan el perímetro de la localidad. Se dice que sus aguas tienen propiedades curativas, y Kat se sumerge en ellas con la esperanza de que también tengan efectos beneficiosos sobre su atribulado corazón. A su regreso habrá de saber qué hacer con su matrimonio, que contrajo siendo muy joven y se ha ido deteriorando: ya no es cosa de dos. Con el fin de llegar a una resolución, sigue el hilo de su existencia mientras nada treinta y nueve largos, uno por cada año de su vida. Necesita un procedimiento racional, científico: si puede discernir el momento en que se acabó su matrimonio, alguna escena, un punto definido del fin, sabrá qué determinación tomar. Conforme avanza por unas aguas viscosas que le oponen tanta resistencia como el recorrido por sus desordenadas emociones, el texto acaba por fundirse con el ritmo de su respiración: las ideas se amontonan, se interrumpen, brotan como fogonazos, sensuales y corpóreas, estimulantes. Brazada tras brazada, la narradora va construyendo su discurso amoroso, compuesto de un léxico propio –si acaso el rasgo más caracterizador de cualquier vínculo afectivo– que desmenuza y examina hasta la obsesión. Sus pensamientos rondan también los vaivenes del deseo, la culpabilidad, las renuncias que impone la maternidad temprana o el juego de percepciones equívocas que termina estableciéndose en cualquier relación de largo recorrido. La tensión de la escritura, la sutileza de sus reflexiones y su belleza esencial hacen de esta breve novela una lectura hipnótica y liberadora.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 101

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



LARGO RECORRIDO, 196

Marianne Apostolides

NADAR

TRADUCCIÓN DE SILVIA MORENO PARRADO

EDITORIAL PERIFÉRICA

PRIMERA EDICIÓN: febrero de 2024

TÍTULO ORIGINAL:Swim

 

 

 

© Marianne Apostolides, 2009 Publicada originalmente en Book*hug Press Esta edición es fruto de un acuerdo con Ilustrata Agency, Barcelona

© de la traducción, Silvia Moreno Parrado, 2024

© de esta edición, Editorial Periférica, 2024. Cáceres

 

[email protected]

www.editorialperiferica.com

 

ISBN: 978-84-10171-02-2

 

La editora autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.

 

 

A mi madre,

Frances Apostolides

 

 

PRELUDIO

 

 

 

 

 

 

 

 

Aquiles se quita la camisa. Melina, ruborizada, evita cruzar la mirada con él. Se aleja hacia una tumbona encajonada junto a un recodo del arroyo; la toalla se le escurre al pisar las lamas de plástico. Coge su libro. Cerca, en la parte menos profunda de la piscina natural, las manos de Kat flotan, se acarician los muslos justo cuando Aquiles lanza la camisa a la silla del socorrista. De camino a la cascada, una mariposa pasa inadvertidamente rozándole el hombro. Kat oye el estrépito del agua, se sumerge en su fragor y luego, con la misma rapidez, pierde la sintonía con todo aquello y se dice que debería empezar. Suelta el aire al tiempo que piensa las palabras, inconsciente de que ha estado conteniendo la respiración.

Venga, tengo que empezar ya.

Agachado a la orilla de la piscina, enfrente de Kat, Aquiles recoge un poco de agua con la palma de la mano. Se vierte el líquido por el pelo, por el cuello, y aprovecha para masajeárselo palpándose los músculos, tensos. Huele el aroma familiar que despide el agua en contacto con su piel; inspira más hondo y Melina se frota los labios. Está leyendo un libro de poemas mientras le escribe una carta a su padre. Empieza describiendo la estatua de una diosa que ha visto en el museo de Atenas. Nunca llegará a poner esos pensamientos por escrito; se quedarán ahí, perfectos, sin salir de su cabeza.

Echa de menos a su padre.

Kat se vuelve hacia unas montañas que se elevan más escarpadas de lo que había imaginado cuando pensaba en este lugar, algo que no hacía muy a menudo. Su padre hablaba muy poco de su infancia. De hecho, a Kat no le contó casi nada de su pasado: era mucho más habitual que hicieran cosas juntos, advierte ahora, ajustando la posición, recomponiéndose para prepararse, mientras él, el hombre, la imita levantándose y tomando impulso. Él es, piensa Kat, un flujo turgente, un vaivén, sumergido en esta piscina en la que, como ella, bracea. El cuerpo de Kat, acuciado por la súbita necesidad de nadar.

Y nada.

 

 

LARGOS 1 A 13

 

 

 

 

 

 

 

 

Nada como le enseñaron – braceas tres veces, respiras una – tres brazadas con la cabeza dentro del agua e inspira a la cuarta. Nada. Siente pasar el líquido a lo largo de todo su cuerpo – su torso, suave, expuesto a las entrañas de la piscina. Respira con los labios abiertos. Esta agua, piensa, tiene una espesura inusual – se resiste a su cuerpo, que nada esforzándose, actuando sobre el líquido que la sostiene – sujetándola – al tiempo que la frena. Nada – se mueve – y el agua responde formando riendas / cuerdas en torno a su pecho. No había percibido su sustancia / dinámica hasta ahora – mientras nada – empeñada en este necesario desafío.

Reflexiona sobre la causa.

Respira a la cuarta, con los labios abiertos – su movimiento en un medio que le opone resistencia – sus brazadas en esta piscina, el lugar donde nació él. Nada en el líquido, viscoso, bracea en pos de una constatación – en un medio extraño – percibe, ahora sabe: las aguas que alimentan esta piscina son «curativas».

Éste es el motivo – un sistema de arroyos que manan en hilillos / a borbotones bajo tierra – dentro de las montañas – lamiendo el corazón mineral de la tierra. La roca desprende su sustancia, la disuelve en el agua, que la absorbe, muta su interior mientras – separadas – se deslizan una sobre otra, se mueven, intercambian sus elementos. Él nunca dijo que fueran curativas, piensa. Kat lo leyó en un libro; lo nota en la piel; lo ve con sus propios ojos, abiertos, que no le pican.

Kat nada.

Ahora sabe – su conocimiento entregado a lo físico / la consciencia, adquiridos con el movimiento – ya lo sabe: esta inmersión nunca la curará. Menos aún después de todo lo que ha hecho / deshecho los dos últimos años. Tendría que tragarse toda la puñetera piscina.

Nada – lo deja atrás / a él, cuyo cuerpo desplaza el agua mediante la fuerza – sus brazadas – contra ella, que nada como desafío / empeño – se ha ido.

Perdone…, susurró ella. En aquel momento, estaba sentada en el suelo de baldosas azules – aquel pasillo al fondo de la biblioteca – subterráneo, entre las estanterías.

Perdone, estoy en medio… Es que…

Con el lápiz entre los labios, las piernas cruzadas, los libros esparcidos alrededor – leyendo algo teórico, expansivo / en expansión – es que estoy…

Barthes se entregó a la escritura interpretativa igual que otros se entregan a la música, con la sensación de estar yendo contra natura, contra el lenguaje natural, que para él era falso u ocultaba lo engañoso de lo no dicho. Con ello hizo más suyas las leyes (ultralingüísticas o infralingüísticas), unas leyes que consideraba indispensables para la condición humana, unas normas lingüísticas que transmitían no solamente las leyes del significado, sino también el cuerpo que subyace en el significado.

Kat fue consciente de que se estaba fundiendo con las palabras – consciente gracias a él, que, al moverse, la sacó de su ensimismamiento.

No pasa nada, dijo él. Estoy justo donde quería estar…

«que transmitían no solamente»

…, pero tú tendrías que estar dos pasillos más allá.

Ella alzó la mirada, brusca.

El trabajo es para la semana que viene.

Kat sonrió al ver que él daba por sentado – que suponía (ya) su derecho a mandar |1|. Hola, profesor, dijo.

Se acerca a la pared – el límite, definido – y cuenta, inconsciente, el número de largos, mientras recuerda escenas de otro lugar / interiores.

Recuerda: él no respondió, pero fue rozando los lomos – parándose, continuando – hasta que llegó al libro que quería. Sacó el objeto de su secuencia, con suavidad; ella oyó un crujido – la encuadernación que cedía y se abría a la lectura. Nada, absorbe aire – rápido – con una respiración y unas palabras cadenciosas: «Este espejismo del cuerpo siempre planeó en el horizonte teórico de Barthes, como un secreto que no era aparente, sino audible, significable…».

Nos vemos en clase, dijo él.

«su viaje por las leyes del lenguaje y la escritura. Así pues, descifrar»

Sí, respondió ella – impertinente – allí me verá.

Él se detuvo al oírla – esa provocación furtiva – y le sonrió, sonrió a su alumna – que estaba sentada en el suelo, con un libro abierto.

Respira a la cuarta – como le enseñaron – y tres brazadas con la cabeza dentro y una fuera – con los ojos abiertos bajo el agua, y nada. Piensa. Lo miró marcharse entre las estanterías, libro en mano, un pedacito de papel (blanco) en un bolsillo trasero de los vaqueros. Cerró el libro y se quedó sentada, sola, en el pasillo – el suelo, azul y fresco – aquellos muros de libros que se alzaban / expandían, diríase que aún por escalar. Notó el espacio que la rodeaba – la dimensión definida por la ausencia de él.

Ausencia, piensa – ab / esse, «lejos» más «estar» – estar lejos – qué fácil parece, sólo que, se pregunta – quién está lejos y de qué. Kat nada dentro de esa palabra – ausencia – y el volumen se origina / erupciona desde ese punto preciso.

El hombre pasa nadando a su lado.

Él se marchó de aquel espacio, piensa – el pasillo en el que ella seguía, rodeada de libros – las palabras contenidas / sujetas – «el espejismo del cuerpo» – abandonó físicamente el espacio que habían compartido mientras él – el otro, en casa, en la cama – estaba presente en cuerpo pero ausente – estar / lejos – del yo. Aquella ausencia no tenía frontera / límite – contenida sólo dentro de sí misma – protegida del físico / del tacto de ella – distinto / otro – de ella, que podría haberlo devuelto a él – lejos – a su punto de partida.

Aquella noche, con él – en la biblioteca, impertinente – la ausencia fue distinta. La ausencia de entonces fue flujo / intercambio – un eflorecer – un querer próximo al deseo. Cree que esa carencia – su necesidad – llevaba años sin sentirla, desde que nació su hija. Hasta aquella noche, pensó que nunca volvería a sentirla; en su papel, maternal, casi había aceptado su desaparición |2|.

Nada trazando un arco que la lleva hacia otro largo – el tercero – y se da cuenta, ahora, de que necesita un límite – un fin – una vía para seguir avanzando. Sin objetivo – definido – estará simplemente nadando – trazando / volviendo a trazar, atrás y adelante – recordando cuando, en realidad, debe tomar una decisión.

«Así pues, descifrar»

Nada a través de la viscosidad – un medio que se le resiste – del líquido, que nota espeso entre los dientes, en el interior de la boca – nada y sabe lo que debe hacer: nadará treinta y nueve largos – uno por cada año de su vida – y, moviéndose por el agua, algo inusual, llegará a una conclusión.

Bracea, determinada.

Respira, indecisa.

El punto final no es suficiente. Necesita un proceso – una forma de avanzar hacia / llegar a – tomar – su resolución mediante un procedimiento racional. Científico, considera. Si puede discernir el momento en que se acabó su matrimonio – alguna escena (contenida) – un punto (definido) del fin – sabrá qué decisión tomar. Sabrá que debe dejar aquello que ya no existe – marcharse sin romper el vínculo, ya muerto / agostado, de intercambio líquido. Ése será su proceso.

Nada buscando el fin.

Esta imagen nos permite figurar el deseo como lugar de empalme del campo de la demanda, donde se presentifican los síncopes del inconsciente, con la realidad sexual. Todo esto depende de una línea que llamaremos línea de deseo, ligada a la demanda, y con la cual se presentifica en la experiencia la incidencia sexual.

¿Cuál es el deseo en cuestión?

Le citó el texto leyéndoselo en su pasillo – un canal – el lugar en el que se habían conocido (segundo curso), como por casualidad.

Así, dijo, si tomamos el ocho interior de Lacan y lo situamos en el contexto del lenguaje / la literatura – la construcción narrativa del significado – qué es esto –

Qué, dijo él, es lo que quieres saber aquí. Qué es lo que te impide comprenderlo. Él tenía las piernas cruzadas – los brazos en las rodillas – las manos colgando despreocupadamente en el aire, capaz de mantener el equilibrio a la perfección en esa postura.

No entiendo cómo… si…

Quieres saber qué es qué – definirlo – anclarlo en su lugar: poner nombre al sistema, describir su funcionamiento, como si el conocimiento pudiera estabilizarlo todo. Para ti, dijo él, el conocimiento implica seguridad, estabilidad, asirse a un final: ¡comprender!

Él cerró el puño, los dedos encogidos, las yemas hundidas, invisibles.

No es eso, susurró ella.

Estás cerca y es frustrante, dijo él. Quiero darte un empujón para meterte o sacarte de –

«Esta imagen nos permite»

Sacarme de dónde…

¿Sacarte de dónde? De esa convicción – esa insistencia –de que puedes afianzar las cosas – volverlas estables. No existe lo estable sino en el movimiento, dijo él, en la revolución constante de las relaciones de deseo. No existe lo sólido – no hay objeto ni fin, una entidad definida. Sólo existe, dijo, la rotación, la revolución, el movimiento.

Aflojó el puño, como desdeñoso / asqueado.

Entonces, preguntó ella, ¿cómo crear en la revolución constante?

¿Cómo podemos buscar y sentir la necesidad / el deseo – la urgencia de los apetitos, nuestra necesidad de destrucción – y, aun así, piensa, seguir creando un espacio para la ternura |3|?

¿Cómo podemos cuidar en un espacio de deseo?

Se detuvo.

Respira aguardando una respuesta.

Kat nada.

Estaba pensando en su hija – de trece años – una niña (todavía), incapaz aún de seguir a su cuerpo – sangrante – hacia la seducción. ¿Cómo puedo…?, dijo.

Él le tocó el brazo y abrió el libro. Ése era – entonces – el único contacto que se permitían – una mano sobre el brazo en aquel pasillo, como sin querer.

Ella escribe: