Nicolás Maquiavelo - Juan Carlos Pablo Ballesteros - E-Book

Nicolás Maquiavelo E-Book

Juan Carlos Pablo Ballesteros

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Beschreibung

Maquiavelo tradujo en máximas las prácticas habituales de sus contemporáneos. Fue sincero y fue su brutal franqueza la que con el tiempo le causó problemas. Fue un típico representante de su época, y en cuestiones prácticas las afirmaciones deben entenderse en su contexto, porque solamente se conocen cabalmente cuando se comprende a qué tradición intelectual pertenece quien la sostiene. Por eso explicar una acción implica explicar también el contexto en que se realiza. Contrariamente a lo que sostienen muchos de sus críticos, Maquiavelo se limitó a observar lo que ocurría y a explicitarlo en sus obras. Lo que le recriminaron algunos fue precisamente mostrar lo que todos ocultaban. En su época la primera condición del gobernante era alcanzar el poder mediante la habilidad, la astucia y la fuerza. Su éxito consistía en adaptar los principios de sus acciones según soplaban los vientos. Fue una época de corrupción generalizada, en la que todo estaba permitido. El oportunismo político fue practicado en el siglo XVI por todos los gobernantes. "Maquiavelo es condenable por algunas de sus afirmaciones, pero no por todas las que se le atribuyen. Algunas hoy son indefendibles. Otras, en cambio, conservan su vigencia. Las controversias que originaron tiempo después sus escritos son numerosas. Aquí las he reducido a las que considero más fecundas: el empleo de la crueldad y la violencia; si el fin justifica los medios; si es lícito mentir y si el gobernante ser más temido que amado" (Del capítulo IV: Ética y política).

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Juan Carlos Pablo Ballesteros

Nicolás Maquiavelo

Cuestiones disputadas

Ballesteros, Juan Carlos Pablo

Maquiavelo : cuestiones disputadas / Juan Carlos Pablo Ballesteros. - 1a ed. - Santa Fe : Universidad Católica de Santa Fe, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-950-844-236-9

1. Filosofía Política. 2. Renacimiento. 3. Ciencia Política. I. Título.

CDD 320.01

© Juan Carlos Pablo Ballesteros, 2022

© Universidad Católica de Santa Fe, 2022

Echagüe 7151, Santa Fe (S3004JBS), República Argentina

Todos los derechos reservados.

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin previa autorización por escrito.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Directora editorial: María Graciela Mancini ([email protected])

Conversión a formato digital: Libresque

Para Camila, Felipe y Gaetano

 

 

… ya que en el tratamiento de la materia me apartaré ante todo de los criterios de los otros escritores. Maquiavelo.El Príncipe, Cap. XV.

 

… he decidido tomar un camino que, por no haber sido recorrido todavía por nadie, si me puede provocar fastidios y dificultades, también puede darme el premio de quienes consideren humanamente la finalidad de estos mis trabajos. Maquiavelo: Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Libro I. Proemio

PREFACIO

En los últimos años es enorme la cantidad de estudios que se han hecho y realizan sobre Nicolás Maquiavelo, que ha sido reconsiderado en el contexto de la Florencia del Renacimiento, superando en muchos casos la interpretación “maquiavélica” de su pensamiento. Maquiavelo fue un funcionario de la Cancillería de su ciudad en su etapa republicana, un político práctico y honesto preocupado por la situación de su patria, Florencia, y por la debilidad de la desunida Italia ante los enfrentamientos internos y las invasiones extranjeras.

Trató de comprender la veritá effecttuale della cosa; lo que efectivamente ocurría en la política de su tiempo, con el objeto de describirla y, en lo posible, remediar sus falencias. Vivió en una época violenta y corrupta, cuyos acontecimientos eran conocidos por todos. El problema es que a diferencia de los que callaban él los describió con crudeza. Su pecado fue la sinceridad. En su época sus escritos circulaban profusamente en copias manuscritas y no fueron condenados por nadie. Años después de su muerte comenzaron a ser atacados por los poderes que se veían afectados por las revelaciones del escritor florentino que se había limitado a mostrar a la política como era en realidad y no como debía ser. Por eso no es posible comprender a Maquiavelo prescindiendo de su contexto, la Italia del Renacimiento.

Ocupó durante catorce años la Segunda Cancillería de la república florentina, realizando muchos viajes dentro y fuera de Italia, defendiendo como diplomático los intereses de su ciudad con honestidad y patriotismo. No fue el intrigante sin escrúpulos que le dieron una fama inmerecida. Vivió y murió pobre, condenando siempre la corrupción de los poderosos. Llevaba siempre consigo su taccuino, libreta o cuaderno de apuntes en el que fue anotando con precisión los acontecimientos de los que fue testigo, y que seguramente le fue de gran utilidad para sus escritos.

Maquiavelo describe hechos, muchas veces sin juzgarlos. Algunas de sus ideas son inaceptables, solamente comprensibles por la época y el contexto en que fueron pensadas. Otras, en cambio, conservan su vigencia. Su estudio de la historia y la reflexión sobre los hechos de su tiempo lo convencieron de que en política el éxito justifica muchas veces los medios empleados.

Los escritos de Maquiavelo son insoslayables para todos los que tienen algún mando sobre otras personas. Sus ideas suscitan controversias que persistirán por mucho tiempo. Las interpretaciones sobre las ideas de Maquiavelo son muchas y diversas. La razón de esto está en que el florentino no hizo ni tuvo la intención de hacer ninguna teoría, ni filosófica ni científica, esta última ni en el sentido medieval ni en el sentido moderno que estaba surgiendo en su tiempo. Lo que escribió lo hizo con mucha ambigüedad conceptual (da muchos sentidos a conceptos fundamentales como patria, república, estado, etc.) e incluso defendió algunas ideas diferentes sobre las mismas cuestiones. Muchos investigadores actuales se inclinan más por considerar las ideas contenidas en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, habiendo quedado El príncipe más relegado, como un escrito que provoca muchas perturbaciones. Pero no hay que olvidar las circunstancias especiales del momento de su redacción y los motivos de su escrito más famoso, que debe ser integrado a su concepción política teniendo en cuenta este contexto tan especial para no caer en anacronismos inaceptables. A esto debe agregarse que durante mucho tiempo el análisis de su pensamiento estuvo reducido a estas obras, sin tener en cuenta que Maquiavelo fue autor de escritos numerosos e importantes, hoy felizmente de fácil disposición para los estudiosos.

Agradezco a Guillermo Kerz, Vicerrector Académico a cargo de la Secretaría de Ciencia, Técnica y Extensión de la Universidad por haber aceptado mi propuesta de trabajo y a Martín De Palma, Rector de la Universidad, por haberme designado para realizarlo. La responsabilidad sobre su contenido es, desde luego, exclusivamente mía. Agradezco especialmente a mis amigos y colegas Juan Carlos Alby y Graciela Mancini, por los motivos que les son conocidos.

CAPÍTULO I El Renacimiento italiano

1. El Renacimiento

a. Características generales

El Renacimiento fue un período en el que se revalorizó la cultura antigua de tal modo que algunos comenzaron a llamar Edad Media a lo que estaba entre ésta y aquella. Sin embargo, y pese a tener características propias, el Renacimiento no significó ni una ruptura ni una simple continuidad con el medioevo. Si bien tuvo algunas características significativas, bastante diferentes a las del período anterior, como cualquier otra época de la historia, algunas de sus ideas principales ya habían estado esbozadas por pensadores anteriores. Otras, sobre esta base, se fueron afirmando con originalidad y características propias.

El Quattrocento italiano tiene claramente sus bases en el siglo anterior, al que pertenecieron la mayor parte de los que propusieron las nuevas ideas que fueron imponiéndose hasta definir a este nuevo período cultural, que tuvo manifestaciones propias en las letras, las bellas artes, como la pintura y la escultura y, sin llegar a adquirir una importancia similar, también en la filosofía. El Renacimiento fue un nuevo espíritu social, artístico y político, una nueva forma de entender la subjetividad humana, las ciudades autónomas y las vivencias religiosas, pero en muchos aspectos el pensamiento medieval está más presente de lo que suele admitirse, salvo, tal vez, en el orden científico, en el que aparecen afirmaciones cuya novedad modificarán en la edad moderna una nueva concepción del mundo natural cuya influencia llega hasta nuestros días, al menos en su nuevo espíritu de adecuar las teorías a los hechos verificables. Esta nueva concepción del mundo natural, que se afianzó a comienzos de la modernidad y prevaleció hasta el siglo XX, fue la causa por la cual ya no se pudo sostener, como antaño, el carácter científico de la filosofía, lo que no significó para ésta un menoscabo sino por el contrario un avance en su distinción como saber omnicomprensivo.

Entre quienes podemos considerar como “proto-renacentistas” están Cola di Rienzo, Coluccio Salutati, Leonardo Bruni y Petrarca, ninguno de ellos nacido en el Quattrocento, sin olvidar la enorme influencia de Dante, anterior a todos ellos. Por ello tiene razón Huizinga cuando afirma que, si bien el Renacimiento es un nuevo período cultural de mesura, alegría y libertad, puro y armonioso, cualidades que constituyen el nuevo espíritu que le dará singularidad, no debe olvidarse que en el Quatrocento italiano “seguía siendo medieval la sólida base de la vida cultural”.1 Con estos pensadores, sostiene Garin por su parte, nace el Renacimiento como un movimiento de insurrección nacional, cultural a la vez que político, que llegó muy pronto a tener un significado universal que fue desvinculándose de sus raíces italianas “para hacer de él una meta eterna para la civilización europea”.2

En estos autores, particularmente en Cola di Rienzo, en Leonardo Bruni y en Coluccio Salutati aparecen el reconocimiento del valor de la libertad individual y de la igualdad, de las virtudes de Catón y la grandeza del imperio romano con una fuerza mayor que en la época anterior.

Cola di Rienzo (ca. 1313-1354) nació y murió en Roma y fue un nostálgico de su antiguo poder. Se enfrentó con las poderosas familias romanas con la intención de restaurar los principios de la república romana. Había aprendido latín pese a su humilde origen, gracias a lo cual leyó a los clásicos y se interesó por la historia de la antigua Roma. Tuvo algunas funciones en el gobierno papal y mantuvo correspondencia con Petrarca, que lo defendió cuando estaba perseguido por su defensa de las tradiciones antiguas. En julio de 1350 le escribió a Carlos IV, emperador del Sacro imperio romano germánico y rey de Bohemia, manifestándole que dejando de lado cualquier otra preocupación, solamente se interesó por la lectura de las gestas imperiales y de las memorias de los más grandes hombres de la antigüedad, lo que lo motivó a defender al pueblo de los tiranos. “Y así, ora con palabras, ora con las armas, en Roma y ante la Curia, comencé con tanta intrepidez a defender vivamente al pueblo adormecido y debilitado.”3 Perseguido tanto por el emperador como por el Papa, que veían cuestionada su autoridad por sus acciones y sus escritos, fue enjuiciado y condenado. Posteriormente fue indultado y aunque su prédica no produjo mayores cambios en su época, siglos después se lo consideró un precursor del Risorgimiento y de la unidad de Italia.

Coluccio di Piero di Salutati (1331-1406) nació en Toscana, estudió en Bolonia y después de una estadía en Roma fue convocado para ser canciller en Florencia, donde asistió a las reuniones de los eruditos en el convento de San Spirito. Se interesó particularmente en la búsqueda de manuscritos latinos, consiguiendo copias de Cátulo, de Cato y el comentario sobre Donato del gramático Pompeyo, que le proporcionaron, junto con la lectura de Bruto, de Cicerón y de Petrarca base para sus estudios de historia literaria. Se lo considera el principal responsable de la introducción de los estudios helénicos en Florencia y fue quien relacionó a los jóvenes que se iniciaban en los estudios humanísticos con la vida política y con las familias que ejercían su influencia en la política florentina, introduciendo la concepción de que las humanidades no consistían simplemente en la imitación de la literatura clásica, sino que también contribuían a formar buenos ciudadanos.

Leonardo Bruni (1369-1444) nació en Arezzo, pero su familia se trasladó a Florencia cuando era muy pequeño, donde aprendió retórica y conoció a algunos de los primeros humanistas. Aprendió griego con el erudito Manuel Crisolaras. Tradujo la Ética a Nicómaco de Aristóteles, consiguiendo una versión con muchas diferencias con la traducción de Roberto Grosseteste. Se interesó mucho en la noción medieval del “sumo bien”, que fue considerada un largo tiempo por los intelectuales italianos. También tradujo al latín a Plutarco, Jenofonte, Demóstenes, Platón y Aristóteles. Su pensamiento político estuvo influenciado por Cicerón, de quien tomó la idea de que no era razonable suprimir la vida activa para dedicarla exclusivamente a la especulación espiritual. Hacia 1425 escribió el Isagogicum moralis disciplinae con la intención de difundir los diversos aspectos de las corrientes de filosofía moral y establecer una jerarquía de bienes o virtudes para que los ciudadanos puedan realizar las acciones apropiadas para conseguir la felicidad, lo que evidencia la influencia en esta obra de Aristóteles. Su obra más conocida fue Historiae florentini populi, la primera historia de Florencia desde una perspectiva humanística que escribió bajo la influencia de Tito Livio. Se le atribuye la idea del patriotismo como base del pensamiento florentino renacentista.

Pero el que sin duda sobresale en su influencia sobre el período que luego se llamará Renacimiento fue Francesco Petrarca (1304-1374), ya que fue a través de él que los nuevos temas y enfoques humanistas tomaron entidad en los pensadores posteriores. Puede considerárselo el primero de los humanistas4 y padre del Renacimiento, ya que enseñó a los autores que le siguieron a comprender y aprovechar las ideas de los clásicos, sobre todo a Cicerón, al que consideró “el gran genio de la antigüedad”. Leonardo Bruni reconoce que fue Petrarca el que recobró las obras del pensador de Arpino, el que las gustó y las entendió y luego se adaptó cuanto pudo a su elegantísima y perfectísima elocuencia, por lo que puede afirmarse “que no hizo poco con sólo mostrar el camino a los que luego de él habían de proseguir.”5

El motivo central de sus obras, particularmente de su Canzioniere, Spirto gentil e Italia mia, se relaciona con la exaltación de la Virtus romana contra la decadencia de los ideales políticos, civiles y religiosos de su época. Si bien, sostiene Burckhardt, pervive hoy en el pensamiento de la mayoría como un gran poeta italiano, para sus contemporáneos debió su fama, en mucho mayor medida, al hecho de personificar a la Antigüedad, por haber imitado todos los géneros de la poesía latina y haber escrito epístolas que trataban temas de la Antigüedad y funcionaron como manuales de un valor muy explicable para sus contemporáneos, por lo que “fue el primero en situar a la antigüedad, insistentemente, en el primer término de la vida cultural”.6 Su admiración por la república romana no fue coherente con su defensa de la renovación del estado italiano en su forma monárquica, con lo que evidenciaba que en ese sentido seguía siendo un pensador medieval.

Skinner sostiene que Petrarca fue un ferviente defensor de los ideales ciceronianos, no solamente sobre los contenidos de la educación, sino también sobre la naturaleza del hombre y las metas apropiadas de su vida.7 Sin embargo, agrega Skinner, no hay duda que Petrarca fue un escritor fervientemente cristiano y que legó a los humanistas de principios del Quattrocento una visión esencialmente cristiana de cómo debía considerarse el concepto clave de virtus.8 Kristeller coincide con esto al manifestar que la fe y la piedad religiosa ocupan el centro del pensamiento de Petrarca, llegando a afirmar que las opiniones de los filósofos no tienen sino un valor relativo, pues para filosofar verdaderamente, se debe amar y reverenciar a Cristo sobre todo.9 Esta confusión entre lo racional filosófico y lo religioso será una característica que, salvo algunas excepciones, sobre todo de pensadores aristotélicos, estará presente en todo el Renacimiento.

Humanismo y Renacimiento son coetáneos, pero no deben confundirse. El Humanismo es un aspecto del Renacimiento. Consistió fundamentalmente en una recuperación literaria y erudita de las letras de la antigüedad. El Renacimiento también volvió sus ojos a la antigüedad, pero constituyó un movimiento mucho más amplio, con fuertes manifestaciones en los aspectos sociales, políticos, artísticos y religiosos. No constituye una época absolutamente nueva, sino, como dije, un período que tenía algunos antecedentes varios siglos antes. No es una mera época de transición entre la Edad Media y la Modernidad porque constituye un período con aspectos propios e intensos, en el cual los hombres -no propiamente el pueblo, que en muchos casos siguió viviendo más o menos como antes, sino más bien en su naciente burguesía ilustrada- tomaron conciencia de que había una nueva etapa espiritual, en la cual sus representantes propiciaron una verdadera renovación. Esta nueva etapa no fue un mero retorno a la antigüedad clásica, sino una creación nueva, consciente de los valores que se afirmaron después del ocaso del mundo clásico. Para Huizinga el anhelo de una vida bella pasa por ser el rasgo más característico del Renacimiento, que quiso emanciparse de la negación del goce de la vida como algo pecaminoso que dominó el pensamiento del hombre medieval. “El Renacimiento quería gozar despreocupadamente de la vida entera”.10

Esta nueva visión de la vida se consolidó a partir del siglo XV. No fue solamente una renovación literaria, sino que esta nueva cosmovisión conmovió tanto la cultura como la vida social y política en la que predominaban las ideas de libertad e igualdad, que se concretaron en el deseo de devolver a Italia la dignidad que había tenido en su pasado glorioso. Esta preocupación social y política nació del renovado conocimiento de Cicerón. El autor del De officiis fue ampliamente conocido en la Edad Media. Tomás de Aquino lo cita frecuentemente en sus obras, pero en un contexto de fuente académica y de reflexión teórica. En el siglo XV Cicerón es leído primeramente como un modelo de prosa, elegante y pura, pero también como un brillante orador político y exponente de una filosofía práctica que revalorizaba la vida activa. Burckhardt escribió que ya Petrarca conocía las debilidades de Cicerón como hombre y como político, pero que era demasiado el respeto que sentía por él como hombre de letras. Si bien Cicerón no era muy fecundo como modelo de conversación, la laguna se llenó con las representaciones de las comedias de Plauto y de Terencio, “que para los que participaban de ellas constituían un incomparable ejercicio en el latín de la vida cotidiana.”11

Ya iniciado el Quattrocento se pueden distinguir al menos dos manifestaciones del nuevo culto por la Antigüedad: la de los gramáticos, interesados solamente en los textos y que se dedicaron, en una tarea no menor, a traducir y transmitir aquellas joyas olvidadas; maestros en su oficio de exponer la antigua retórica e interesados en aspectos de la cultura cívica italiana que no era más que un recordatorio de tiempos pasados, y aquellos que veían en aquel pasado una oportunidad de fundar un mundo nuevo; aquellos para quienes Grecia y Roma eran un recordatorio de que el hombre, enriquecido por el cristianismo, podía ser nuevamente libre para buscar una nueva forma de vida y un orden social más pleno y más fecundo, un auténtico humanismo. Así, “… el platonismo de Ficino animó las aspiraciones a una renovación religiosa; la erudición de Pico abrió caminos a Galileo y a Kepler; las investigaciones sobre los templos romanos permitieron los milagros de Miguel Ángel y de Bruneleschi, que no eran en absoluto paganos ni copiaban simplemente los modelos antiguos; y mientras, Livio, Tácito y los teóricos antiguos del Estado se transfiguraban en los Discorsi de Maquiavelo.”12 No obstante, ambos aspectos se conjugaron dando lugar a una época que si bien fue en sí misma muy atractiva y con momentos maravillosos cuyas realizaciones nos siguen asombrando y desafiando, no careció de claroscuros.

No fue casual que esta nueva época, el Renacimiento, naciera en Italia. Como sostiene Huizinga, lo que distingue al incipiente humanismo italiano del francés no es tanto la diversidad de las aspiraciones o del tono afectivo como un matiz de erudición y de gusto. “La imitación de la Antigüedad no resulta tan fácil para el francés como para el nacido bajo el cielo de Toscana o la sombra del Coliseo.”13 En Italia, entonces, se tomó partido por la Antigüedad de una manera objetiva, porque constituía el recuerdo de su propia grandeza. También fue Italia, en mayor medida que en otras partes de Europa, en la que, a principios del siglo XV, los principales aspectos de la vida ya no eran privativos de alguna gran ciudad en medio de un extenso medio rural, como había acontecido en la Edad Media. Lentamente la población se había ido concentrando en centros urbanos que darían lugar a grandes ciudades que constituyeron repúblicas o reinos autónomos donde creció una burguesía que se enriqueció y pudo estar en condiciones de dar un soporte material al movimiento cultural que crecía en su interior. Es comprensible entonces que ciudades como Nápoles, Roma, Milán, Venecia o Florencia fueran los lugares que atraían a los estudiosos destacados, que formaban grupos, ya por iniciativa propia o convocados por algún mecenas, donde se dialogaba y donde se enseñaban las nuevas ideas.

La importancia de estas ciudades italianas creció gracias al desarrollo de sus mercaderes y artesanos, que paulatinamente fueron distinguiéndose de la plebe. Pero a su vez algunos artesanos se convirtieron en artistas, como Miguel Ángel, y algunos descendientes de padres con profesiones liberales se convirtieron en escritores. A éstos se les sumaron los eruditos que emigraban de los centros culturales que paulatinamente iba conquistando el Islán, lo que permitió la difusión del griego entre estos intelectuales, que así pudieron acceder a obras que por no estar traducidas al latín pocos podían leer. El último momento de esta evolución se dio cuando los hombres de letras -para no llamarlos intelectuales, esa rara avis que apareció en el siglo XVIII- tomaron conciencia que, si bien dependían de los favores de la burguesía, no se identificaban con el afán de lucro ni con la acumulación de mercancías. Tal fue el caso de Miguel Ángel, que sufrió penurias económicas la mayor parte de su vida, o de Maquiavelo, que despreciaba a la Florencia gobernada por tenderos -los Medici eran mercaderes y banqueros- y que confesaba en carta a Francisco Vettori en abril de 1513 que “… no sé discurrir ni del arte de la seda ni del arte de la lana, ni de las ganancias ni de las pérdidas, …”.14

Florencia fue una ciudad comercial importante ya en el siglo XIII y su principal industria era la textil, en la que se destacó el trabajo de la lana. Su organización era gremial, pues toda actividad debía estar regulada por algún gremio. Basta recordar que Dante Alighieri para poder tener alguna actividad en la ciudad debió inscribirse en el gremio de los boticarios, y que el premio que se le concedió a Miguel Ángel por esculpir el David fue otorgado por el gremio de los laneros, el más importante de la ciudad. Pero hacia fines del siglo XV el Renacimiento, hasta entonces predominantemente florentino, se expandió por toda Italia, al mismo tiempo que toda la región fue sacudida por las invasiones extranjeras, que comenzaron por el ataque del rey de Francia, Carlos VIII, y se continuaron con las fuerzas de España y las del Imperio. Muchas ciudades fueron atacadas y saqueadas, reavivando en algunos destacados hombres de letras y artistas el deseo de la unidad italiana. En estos agitados años se formó la generación que compartieron, entre otros, Maquiavelo y Guicciardini, Miguel Ángel y Rafael.

Italia era rica a fines del Quetrocento, pero estaba dividida, principalmente en los cinco Estados que concentraban su mayor desarrollo cultural y económico: Venecia, Roma, Milán, Florencia y Nápoles, que separadas y hasta enfrentadas entre sí, nada podían hacer frente a los ejércitos de las potencias que invadían el país. Esta situación marcó profundamente a Maquiavelo, que en casi todas sus obras clamó por la unificación y denunció las causas que para él atentaban contra ella. Es evidente, escribe Burke, que Italia estaba atravesando “malos tiempos”.15 En el caso de Florencia, su falta de un ejército permanente, que Maquiavelo reclamó por todos los medios a su alcance, la hacía vulnerable frente a los extranjeros. Su precaria calma terminó con la muerte de Lorenzo de Medici en 1492. Poco después se enfrentaron Milán y Nápoles. Milán solicitó la ayuda de Francia, que invadió Italia al mando del rey Carlos VIII en agosto de 1494. Este fue el comienzo de las guerras italianas. Florencia había permanecido impasible frente a estos acontecimientos y cuando los franceses se aproximaron a sus fronteras capituló sin oponer resistencia. Esto produjo un levantamiento del pueblo que expulsó a los Medici y restauró el sistema republicano. Nicolás Maquiavelo fue nombrado secretario de la Segunda Cancillería de la República y aconsejó no continuar con el contrato de tropas mercenarias bajo el mando de condotieros que repetidamente habían incumplido con sus contratos y se habían pasado a las filas del que pagaba mejor. Bajo su influencia en 1506 se creó una milicia popular constituida exclusivamente por florentinos (de la misma ciudad de Florencia, de la campaña y de las ciudades que estaban sometidas a ella). Estas nuevas tropas en 1509 capturaron la ciudad de Pisa, que había estado bajo su dominio, con lo que restauró su territorio.

Aunque Florencia había establecido relaciones con Francia, amenazada constantemente por fuerzas hostiles y una fuerte oposición interna, no contaba con un poder financiero ni militar que la dejara a salvo de los intereses de las potencias que le eran hostiles. Como resultado de la guerra declarada por la Santa Liga organizada por el Papa Julio II los franceses fueron expulsados de Italia. Poco después el ejército español invadió y amenazó a Florencia. Incapaz de resistir, la ciudad se rindió y aceptó el retorno al poder de los Medici, hasta entonces exiliados en Roma. Éstos, sin embargo, no lograron suscitar la anterior grandeza de la ciudad. A partir de 1513 Florencia de hecho estuvo bajo el poder del papa León X, el primer papa Medici. A partir de 1519 la ciudad quedó bajo el control del cardenal Julio de Medici, hijo ilegítimo de Juliano de Medici, un hermano de Lorenzo el Magnífico que fue asesinado en la conspiración de los Pazzi, y que será algunos años después proclamado papa con el nombre de Clemente VII.

El nuevo dominio de los Medici en Florencia coincidió con una crisis económica que no solamente afectó a la ciudad sino a toda Italia, provocada entre otras razones por las dificultades de comercializar que imponían las políticas proteccionistas de las otras ciudades italianas. Y si bien pudieron seguir comercializando con algunos países extranjeros, los florentinos, principalmente los banqueros, fueron expulsados de Francia e Inglaterra. La industria textil inglesa fue supliendo la producción florentina, que era uno de sus principales recursos económicos. Con Clemente VII en el poder de Roma Florencia tenía una fuerte dependencia del poder papal, que se derrumbó cuando en mayo de 1527 las tropas de Carlos V saquearon Roma, Clemente VII tuvo que huir y esto produjo un levantamiento en Florencia, un nuevo exilio de los Medici y una nueva restauración de la república. A fines de junio de ese año moría en Florencia Nicolás Maquiavelo.

b. Los studia humanitatis

Los nuevos estudios sobre las humanidades clásicas proporcionaban algunos principios que permitían al hombre superar lo transitorio de las normas positivas y de las costumbres. A comienzos del siglo XV estos estudios ya estaban generalizados, pero ya a principios del siglo XIV Leonardo Bruni, en una muy citada carta, explicaba su valor: “Que sea doble tu estudio: dirigido, en primer lugar, a conseguir en las letras no el conocimiento común y vulgar, sino un saber diligente e íntimo en el cual quiero que te muestres excelente; en segundo lugar, a obtener la ciencia de aquellas cosas que se refieren a la vida y a las costumbres; estudios éstos que se llaman de humanidad porque perfeccionan y adornan al hombre.”16 Estos estudios, continúa Bruni, deben ser variados y múltiples, de modo que no quede fuera de ellos nada que pueda contribuir a la formación, a la dignidad y a la alabanza de la vida. Y agrega: “Creo que te conviene leer aquellos autores, como Cicerón y similares, que te pueden ser de ayuda no sólo por su doctrina, sino también por la claridad de su discurso y por su habilidad literaria. Si quieres prestarme oído, de Aristóteles aprenderás los fundamentos de esas doctrinas, pero buscarás en Cicerón la elegancia y la abundancia del decir y todas las riquezas de los vocablos, y, por decirlo así, la destreza en el discurrir de aquellos argumentos.”17

Bruni manifiesta que su deseo es que un hombre eminente tenga un conocimiento rico y que sepa ilustrar y embellecer en el discurso las cosas que sabe. Para esto hay que leer mucho, pero no solamente a los filósofos, por más fundamental que sea su estudio, sino también a los poetas, a los oradores y a los historiadores. “Si, como así lo espero, alcanzas ese grado de excelencia, ¿qué riquezas podrán compararse con los resultados de estos estudios? Por más que, en efecto, el estudio del derecho civil sea más provechoso en el comercio, ese estudio es superado, por su dignidad y aprovechamiento, por las letras. Las letras tienden en realidad a formar al hombre bueno, del que nada puede pensarse que sea más útil; el derecho civil, en cambio, no contribuye en nada a hacer bueno al hombre”.18 El hombre honesto, formado en las letras, piensa Bruni, respetará y cumplirá la voluntad del testador, aunque el testamento no haya tenido siete testigos y aunque disponga lo contrario el derecho civil. Además, el derecho varía según los lugares y los tiempos, mientras que la bondad y la virtud son inmutables, de modo que, mediante el estudio de las humanidades para Bruni, el hombre forma su verdadera esencia humana.

Petrarca ya había defendido los estudios humanistas en De su propia Ignorancia, escrito en 1367, en el que expresó que no basta aprender “lo que es la virtud” estudiando a Aristóteles, porque si bien éste puede tener una visión penetrante, “su lección carece de las palabras que muerden y encienden”, por lo que no es capaz de apremiar a sus lectores “hacia el amor a la virtud y el odio al vicio”, ni de poner sus teorías en contacto directo con la vida práctica. Esto revela una mala lectura de Aristóteles, o la utilización de alguna mala traducción, porque el Estagirita es muy claro cuando sostiene que en estas cuestiones sobre la virtud no está en un plano teórico sino práctico, ya que escribe en su Ética a Nicómaco que “no investigamos para saber qué es la virtud, sino para ser buenos” (1103 b 26-29). Petrarca propone para superar esta supuesta carencia de Aristóteles estudiar retórica, (algo que Aristóteles también había previsto) principalmente la de Cicerón. La unidad de teoría y práctica que se encuentra en Cicerón influyeron mucho en los humanistas florentinos del siglo XV.

Escuelas que enseñaban el latín en el siglo XV había en todas las ciudades de Italia de alguna importancia, aunque esto no es una novedad del Renacimiento, ya que el latín se comenzó a estudiar en la Baja Edad Media, aunque en su gran mayoría por y para religiosos. La novedad del Renacimiento fue que estas escuelas de latinidad no dependían todas de la Iglesia, sino que muchas dependían de los municipios. Burckhardt sostiene que hacia el 1300 en Florencia “todo el mundo sabía leer”, que hasta algunos arrieros podían cantar canciones de Dante y que los mejores manuscritos italianos de la época pertenecieron a obreros manuales florentinos. Esto no es exacto, ya que en esa época no había escuelas de primeras letras. Estas aparecieron en Europa recién en el siglo XVI, y antes de esa época los que sabían leer y escribir es porque lo aprendían en la familia o con algún maestro particular. Fue el caso de Miguel Ángel, que aprendió a leer y escribir en su casa, posiblemente con su padre, y luego aprendió el latín y algo de griego en la Academia de Lorenzo el Magnífico. Y el de Maquiavelo, que aprendió con maestros particulares. En cuanto a que algunos manuscritos estaban escritos por obreros manuales, hay que considerar que la expresión “obrero manual” puede llevar a una interpretación equivocada. Miguel Ángel, que dejó algunos manuscritos, era escultor y pintor, y en esa época en Florencia ambos oficios eran considerados propios de “obreros manuales”.

Los estudios de latinidad significaban una educación socialmente estimada, que correspondía a lo que hoy sería una escuela secundaria. “En la inmensa mayoría de los casos, al alumno más común de los humanistas, el alumno de bachillerato -digámoslo así-, se le pide que maneje el latín con soltura (de griego, le bastarán algunas nociones, …), que esté familiarizado con las grandes obras (o los grandes fragmentos) de los grandes autores y se mueva ágilmente por la Antigüedad, sin necesidad de convertirse en un experto de pies a cabeza.”19 Pero esta formación en la humanitas no se redujo al dominio de la latinidad, esto es, al estudio de la lengua y la cultura latina. Los llamados studia humanitatis comprendían el estudio de los conocimientos del mundo antiguo, de la gramática, retórica, poesía, historia y filosofía moral. La retórica implicaba el conocimiento de los poetas, oradores e historiadores clásicos, lo que comprendía el ejercicio no solamente de las reglas sino también la consideración de las figuras literarias dignas de imitación. En cuanto al modo de aprendizaje del latín, se le dio muchas veces una exagerada importancia al aprendizaje de la gramática, de modo que el estudio de casos y declinaciones se volvió una cosa árida y tediosa.20

El estudio del griego fue más restringido, reduciéndose por lo general a un reducido círculo de eruditos. Pero gracias a ellos, iniciados en este idioma (el clásico y el de la koiné) muchas veces por emigrados asiáticos, alejandrinos y algunos pocos griegos, muchas obras pudieron ser salvadas de su desaparición al traducirlas del griego al latín, primero, y del latín clásico a las lenguas romances y luego a las nacientes lenguas nacionales. Las grandes obras de la antigüedad, propiedad casi exclusiva de las bibliotecas de los conventos en la Edad Media, en el Renacimiento fueron más accesibles gracias a la creación de bibliotecas creadas por los Estados de las ciudades italianas o por algunos particulares, como la Biblioteca fundada en Florencia por Cosme de Medici y posteriormente en la misma ciudad la llamada Laurentiana, patrocinada por Julio de Medici, (el papa Clemente VII), y de cuya construcción participó Miguel Ángel dibujando la famosa escalera del Vestíbulo. Pero al respecto observa el historiador Romero que “… mientras más refinamientos acusaba la élite cortesana e intelectual, más se afirmaba el abismo que la separaba del pueblo”. 21 Hacia 1520 se fue extinguiendo la acción de estos eruditos griegos fugitivos, pero su obra se continuó gracias a los que ya dominaban esta lengua, como Erasmo.

c. Renacimiento y religión

Es bastante habitual encontrar afirmaciones sobre cierto sentimiento de indiferencia religiosa durante el Renacimiento. Esto no es así en la mayor parte de los casos. Menos pertinente resulta afirmar que el Renacimiento fue un antecedente del iluminismo, con su rechazo de lo propiamente religioso, en cuanto a la fe en lo sobrenatural y en el culto. Si lo consideramos a nivel del sentimiento popular, prácticamente no hay diferencias en cuanto a su fe religiosa y a las prácticas del culto con el período anterior. Y si lo consideramos con relación a sus representantes más destacados, puede incluso afirmarse lo contrario. El Renacimiento fue un período en el que la fe cristiana en Europa no decayó. Por el contrario, muchos de sus más destacados representantes fueron hombres en cuyo pensamiento la fe constituía el aspecto central. Tal vez su representante más paradigmático en este sentido fue Pico della Mirandola. O también puede ser que se interprete que el Renacimiento, con su revalorización del mundo antiguo, sufrió la influencia también de su paganismo. Pero esto no ocurrió, salvo en alguna manifestación literaria bastante aislada. El Renacimiento, en suma, tuvo una vivencia fuertemente religiosa. Lo que sí ocurrió, y es una nota bastante particular de este período, es un distanciamiento o hasta rechazo del clericalismo y de las acciones del papado que tenían por objeto acrecentar su poder temporal.

El hombre renacentista fue religioso, pero el carácter subjetivo que se encuentra en su pensamiento lo lleva a tener una visión nueva de su mundo exterior. Sobre todo, en Italia, la vida cotidiana se aleja de prácticas ascéticas y se vuelve más mundana.

El principal aspecto que predomina en el Renacimiento con respecto a la religión es el rechazo del lujo del alto clero, que no se distingue del que es propio de la nobleza y de la burguesía enriquecida, y de la simonía y las pretensiones de poder político por parte de algunos papas. Esto se acentuó desde mediados del siglo VII cuando el poder de los lombardos se acentuó y el papa recurrió a la ayuda de Francia. A partir de aquí cada vez que el papado se vio en peligro territorial recurrió a la ayuda de pueblos extranjeros, que por ese motivo invadieron Italia. Por eso observa Maquiavelo en su Historia de Florencia, al tratar de los sucesos ocurridos desde aquellos tiempos hasta su época, que más que hablar de la ruina del imperio corresponde referirse al engrandecimiento de los pontífices y de los otros príncipes que gobernaron en Italia hasta la invasión de Carlos VIII, rey de Francia, en 1494, momento en que Italia entra en un período de verdaderas guerras internas. Los pontífices, que eran reverenciados por la gente por su santidad de vida, comenzaron a ser temidos por el ejercicio del poder que comenzaron a ejercer de un modo discrecional. Al respecto escribió Maquiavelo: “Tendremos ocasión de ver cómo los papas, en un primer momento con las censuras y luego con éstas y con las armas, y empleando también las indulgencias, llegaron al mismo tiempo a ser temidos y venerados; …”.22 Los pontífices, que ejercían un poder espiritual sobre casi toda Europa, tenían también poder territorial sobre Roma -en sentido amplio; no solamente sobre la ciudad del mismo nombre- y los estados que podía someter por las armas o por la diplomacia. Eran jefes de Estado en competencia permanente con los otros Estados italianos, principalmente Venecia, Milán, Florencia y Nápoles, con los que se enfrentaba por todos los medios, incluyendo el militar. (El papa Julio II, de quien existe una pintura que lo representa armado y a caballo, parecía tener más afición por lo militar que por lo pastoral). Tenían también enemigos políticos dentro de Roma, a quienes perseguían sin piedad. El papa Bonifacio VIII se empeñó en exterminar a una de las familias con más poder en Roma, los Colonna, a quienes excomulgó y enfrentó procurando expulsarlos de sus dominios territoriales. A este papa Dante lo ubica en la Divina Comedia en el Infierno, en el círculo VIII, entre los simoníacos (Infierno, canto XIX, 53).

El emperador Enrique IV, en el siglo XI, se enfrentó con el papa Gregorio VII e intentó destituirlo, insinuando a los cardenales que fueran a Alemania a elegir un nuevo pontífice. Enrique IV fue el primer gobernante que sufrió los castigos espirituales del papado, ya que el Papa reunió un concilio en Roma y lo privó del imperio y del reino. (era rey germánico y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico). En Italia algunos estuvieron de acuerdo con el papa y otros con el emperador, comenzando así una lucha interna que duró siglos entre güelfos y gibelinos, siendo los primeros los que seguían (políticamente) a la Iglesia y los segundos los que seguían al emperador. Este largo enfrentamiento entre los papas y los emperadores por el poder temporal continuó hasta que en el siglo XIII el papa Clemente IV logró la derrota de la dinastía de los Hohenstaufen. En esta lucha los papas recurrieron a alianzas con gobernantes extranjeros. “De ese modo, los pontífices, unas veces por amor a la religión y otras veces por sus propias ambiciones, no cesaban de llamar a Italia a nuevos hombres para promover nuevas guerras.”23 Además de estos enfrentamientos externos la Iglesia también los tuvo internos, hasta llegar al Gran Cisma, en que llegó a tener tres papas simultáneos, (Gregorio XII, Alejandro V y Juan XXIII),24 hasta que después de más de cuarenta años de enfrentamientos el papa Martín V, a comienzos del siglo XV, unificó a la Iglesia.

Los papas del Renacimiento continuaron con estos enfrentamientos políticos y militares. Florencia, débil militarmente y con una diplomacia activa, estuvo algunas veces con Roma y otras en contra. El papa Sixto IV -por su restauración la famosa Capilla Sixtina del Vaticano tiene su nombre-, que ejerció su papado entre 1471 y 1484, fue conocido por Maquiavelo, ya que a la muerte del papa éste tenía quince años. Sobre este papa escribe el florentino: “Fue éste el primer pontífice que comenzó a hacer patente el poder verdadero de un papa y cómo la autoridad papal puede disimular muchas cosas que antes se llamarían pecados”.25