Noche de amor con el jeque - Lucy Monroe - E-Book

Noche de amor con el jeque E-Book

Lucy Monroe

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Beschreibung

Angele ansiaba consumar su relación con el príncipe heredero Zahir tras casarse con él. Inocentemente, anhelaba que su prometido la esperara, como ella lo esperaba a él. Pero unas comprometedoras fotografías sacadas por unos paparazis acabaron con sus sueños de juventud. Angele no estaba dispuesta a convertirse en la mujer de Zahir por obligación, ni someterse a un matrimonio sin amor. Romper… pero no sin imponer una condición.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Lucy Monroe.

Todos los derechos reservados.

NOCHE DE AMOR CON EL JEQUE, N.º 2106 - septiembre 2011

Título original: For Duty’s Sake

Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres.

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-747-1

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Promoción

Prólogo

ANGELE le había preguntado a su madre si el amor moría al enterarse de que su padre Cemal bin Ahmed al Jawhar, hermanastro del rey de Jawhar y su héroe, era un adúltero compulsivo. Por entonces era un joven e inocente universitaria, tan convencida de la integridad de su padre que no había creído la noticia publicada en un periódico sensacionalista que alguien había dejado anónimamente en su casillero.

El gran héroe de su vida había caído de su pedestal haciéndose añicos sin que ni siquiera llegara a saberlo, al menos inicialmente.

Su madre, la exmodelo brasileña que conservaba una madura belleza, la miró largamente en silencio. Sus ojos, del mismo color café que su hija, cargados de emoción y dolor.

–A veces pienso que sería lo mejor, pero algunas personas estamos destinadas a amar incondicionalmente hasta la muerte.

–Pero ¿por qué sigues con él?

–En realidad hacemos vidas bastante separadas.

Y al oír aquello, Angele había sentido que otro de sus mitos se desvanecía. Vivían en Estados Unidos por su educación y para llevar una vida lo más anónima posible. Era un país con los bastantes escándalos propios como para ir a buscarlos en una familia acomodada de un pequeño país de Oriente Medio como Jawhar.

En cierta forma, su madre había intentado protegerla de la verdad, pero también se protegía a sí misma de la humillación de ser la esposa de un conocido adúltero, y Angele comprendió por qué sus viajes a Brasil o a Jawhar se habían ido espaciando cada vez más.

–¿Y por qué no te has divorciado de él?

–Porque lo amo.

–Pero...

–Es mi marido –Lou-Belia se había erguido con dignidad– y no pienso avergonzar ni a mi familia ni a él con un divorcio.

Teniendo en cuenta que el padre de Angele era considerado un miembro de facto de la familia real Jawhar, la excusa parecía justificada. Sin embargo, aquel día Angele juró que nunca aceptaría vivir como su madre, que no se dejaría atrapar en un matrimonio por obligación, en el que el amor causara más daño que felicidad.

Pensaba que podría mantener su promesa porque, a pesar de que nunca se había producido el anuncio formal, llevaba prometida al príncipe heredero Zahir bin Faruq al Zohra desde los trece años, y no había hombre más honorable en todo el mundo.

O eso había creído hasta aquel mismo día, en el que había recibido por correo unas fotografías.

La sensación de estar reviviendo una situación la asaltó tan vívidamente que pudo oler la hierba recién cortada que había perfumado el aire aquella fatídica mañana, cuatro años atrás. Los mismos escalofríos le recorrieron la espalda, dejándola temblorosa y confusa.

Si alguien le hubiera preguntado hacía apenas una hora por una certeza, Angele habría dicho que Zahir jamás sería protagonista de las páginas de un tabloide porque su sentido de la responsabilidad hacia su familia se lo habría impedido. El jeque era demasiado íntegro como para que pudieran pillarlo in fraganti con una mujer.

Pero su segundo ídolo acababa de colapsar.

Angele contempló la primera de las fotografías, una imagen inocente en la que Zahir ayudaba a una rubia voluptuosa a subir a su Mercedes, y sintió un nudo en la garganta al contener una risa histérica.

La realidad la sacudió como una bofetada. No olía a hierba, sino a la fragancia de limón con la que a su jefe le gustaba perfumar el sistema de ventilación. No se oía el parloteo de los estudiantes en los pasillos, sino su propia respiración en la oficina casi vacía. El sabor metálico del miedo le llenó la boca al tiempo que empujaba con el dedo la fotografía hacia un lado.

La siguiente, mostraba a Zahir besando a la mujer, que en aquella ocasión lucía un mínimo biquini ya que estaban al borde de una piscina. Angele no reconoció la casa. De estilo mediterráneo y con una gran piscina, podría encontrarse en cualquier parte. En cambio no quedaba duda de la pasión con la que la pareja se besaba.

Y ese beso le recordó una escena que habría preferido olvidar.

Tenía dieciocho años y estaba enamorada de Zahir desde que tenía uso de razón. No le importaba que los demás la entendieran, pero lo cierto era que su sentimiento se había hecho más profundo a medida que pasaban los años.

Hasta entonces había asumido que Zahir la trataba con extrema cortesía a causa de su edad, pero con dieciocho años ya era oficialmente adulta. Al menos para los estándares norteamericanos con los que ella había crecido.

Se encontraban en una cena oficial, a la que por primera vez acudían como pareja. Angele creyó que era el momento perfecto para besarse por primera vez y había acorralado a Zahir en el patio con tanta determinación como le permitió su timidez natural y no haber sido agraciada con la belleza de su espectacular madre.

Con el corazón desbocado, había alzado el rostro hacia Zahir, había clavado la mirada en sus ojos grises y, asiéndose a sus musculosos bíceps, le pidió que la besara.

No había dudado que el hombre que iba ser su marido, cumpliría sus deseos. Pero tras esperar unos segundos que se le hicieron interminables, tan sólo recibió un beso en la frente.

«¿Zahir?», había dicho, abriendo los ojos. Y él, separándola suavemente de sí, se había limitado a contestar: «Todavía no ha llegado el momento, ya habibti. Eres una niña».

Mortificada, ella había asentido al tiempo que pestañeaba para contener las lágrimas. Él le había dado una palmadita en el brazo, diciendo: «Tranquila, ya habibti. Nuestro momento llegará». Y mientras volvían a la recepción, ella se había consolado con el hecho de que la hubiera llamado dos veces «querida».

Angele soltó una amarga carcajada al tiempo que las lágrimas le nublaban la vista. Había cumplido veintitrés años y seguía esperando a que Zahir se diera cuenta de que ya no era una niña.

De no haber visto aquellas fotografías, quizá no se habría dado cuenta de que ese día nunca llegaría. Se concentró de nuevo en ellas, extendiéndolas sobre el escritorio. Ya las había contemplado con anterioridad, pero en aquella ocasión quería empaparse de ellas y no poder negar la evidencia y lo que representaban.

Zahir no pensaba que aquella mujer fuera una niña. No. Elsa Bosch era todo lo que un hombre podía soñar en una mujer: espectacularmente guapa, voluptuosa y experimentada. Angele se estremeció al pensar que ella no era ninguna de esas tres cosas.

No estaba segura de que el honor de Zahir pudiera verse manchado por su relación con la actriz alemana puesto que su compromiso seguía sin haberse anunciado oficialmente y él la trataba más como a una prima distante que como a una novia.

Ella había permitido que su propio amor y la seguridad de que compartirían el futuro dieran pie a toda una serie de fantasías que no tenían ninguna base real. Había creído que Zahir llegaría a darse cuenta de que ya no era la niña con la que lo habían prometido en matrimonio.

Había esperado diez años. Diez años. Una década durante la que no había salido con nadie y en la que ni siquiera había acudido a la fiesta de graduación porque se consideraba prometida.

Había tenido amigos en la universidad, pero nunca se había comportado con ellos más que como una compañera de estudios. Y había asumido que, de la misma manera, Zahir ocupaba su tiempo con sus responsabilidades, su familia, sus amigos... desde luego, no con una mujer.

Al contrario que su padre, Zahir había sido muy discreto con su relación. Pero aquellas fotografías eran la prueba de que la tenía. Y aunque, igual que cuando recibió las de su padre, habría supuesto que su dolor debía ser igual de profundo, la realidad era que se sentía vacía.

Al contrario que en aquella ocasión, la persona que enviaba las fotografías de Zahir exigía dinero a cambios de no venderlas a un periódico sensacionalista.

Que Zahir tuviera una relación con una mujer que había actuado en una película porno era lo bastante escandaloso como para que las dos familias reales de Jawhar y Zohra se vieran afectadas. Y aunque tras documentarse, Angele había averiguado que la actriz se comportaba con discreción, no era una compañía apropiada para el heredero. Sin embargo, Elsa era la mujer que él había elegido.

Las fotografías trasmitían pasión y felicidad. Angele nunca había visto a Zahir tan sonriente ni tan relajado.

El amor podía mantener a una mujer amarrada a un conquistador, pero a otra mujer, de más carácter, podía darle el valor de dejar en libertad al hombre al que amaba.

Mirando aquellas fotografías, Angele tuvo el convencimiento de que no consentiría que Zahir cumpliera un contrato firmado entre hombres que ni siquiera se habían planteado si las dos personas implicadas se amaban o no. El amor que sentía por él le exigía mucho más. Y la ausencia de amor que él sentía por ella la obligaba a liberarlo.

Capítulo 1

CON EL corazón pesado, Zahir escuchó con envidia a su hermano Amir repetir sus votos de matrimonio. Su voz se quebró al prometer no sólo fidelidad y amor eterno la novia, Grace, cuyos ojos chispeaban al contemplar, fascinada, a su futuro esposo. Su voz también tembló al devolverle la promesa de amor.

Amor. Sus dos hermanos lo habían encontrado en mujeres de rango inferior, pero él, como heredero al trono, no tenía la libertad de elegir.

Zohra y Jawhar habían elegido a su futura esposa hacía una década.

Zahir deslizó la mirada por su padre, el rey del pequeño país de Oriente Medio, y por su emocionada madre antes de llegar a la mujer con la que algún día se casaría. Aunque no compartían lazos de sangre, Angele bin Kemal recibía trato de sobrina por parte del rey de Jawhar.

Aunque sus miradas se encontraron, ella desvió inmediatamente la suya hacia la pareja que celebraba la boda.

Zahir era consciente de que lo evitaba, pero tal y como habían transcurrido los últimos meses, no le extrañó.

Desconcertando a todos los implicados, la mujer que algún día sería su esposa se había negado a participar en la organización de la boda. Aduciendo que no era familiar ni del novio ni de la novia, había rechazado todas las peticiones de la madre de Zahir y de Grace.

Zahir había interpretado sus negativas como una forma de presionar para que el compromiso se formalizara. Debía de estar cansada de esperar, y después de los sucesos del mes anterior, también él era consciente de que debía cumplir con su deber.

Además, el padre de Angele había cumplido con su parte del trato y hacía tiempo que su comportamiento era intachable y que los tabloides habían perdido interés en él.

Después de que su madre le dijera que Angele estaba destrozada por las constantes infidelidades de su padre y que no le hablaba desde hacía más de un año, Zahir había decidido intervenir. Kemal formaría parte de su familia en el futuro y no podía consentir que los avergonzara con su falta de discreción. Así que había hablado con él, diciéndole que no se casaría con una mujer cuyo padre ocupaba tantas páginas de la prensa sensacionalista como una estrella del rock.

Kemal se había tomado la amenaza en serio, se había reconciliado con su esposa y hacía casi cinco años que no protagonizaba ningún escándalo, demostrando con ello que se tomaba el futuro de su hija más en serio que sus propias promesas.

Zahir reprimió la sonrisa de desprecio que esos pensamientos hicieron aflorar a su boca. Él nunca se comportaría de aquella manera, aunque su matrimonio no fuera por amor.

Sospechaba que Angele, al contrario que su madre, no toleraría ese tipo de comportamiento. La nueva determinación de que había dado muestra había hecho crecer sus esperanzas, ya que no quería atarse a una mujer dispuesta a ser humillada.

Pero aparte de la curiosidad que despertaba en él aquella prometedora faceta de su personalidad, la paciencia de Zahir había ido alcanzando el límite a medida que avanzaba la celebración de la boda. Angele había llevado su testarudez a límites insospechados, negándose incluso a aparecer en las fotografías oficiales.

–Vamos, mi pequeña princesa, ya has dejado claro lo que piensas –el rey Malik de Jawhar le había dado una palmada en la espalda, dejando entrever con sus palabras que interpretaba su comportamiento de la misma manera que Zahir.

Angele sonrió a su tío aunque sus ojos no se iluminaron y sacudió la cabeza.

–Las fotografías oficiales son para la familia, no para los amigos.

Zahir había fruncido el ceño, desconcertado. Era la primera vez que Angele rechazaba una invitación del rey.

–Tú eres prácticamente familia –había dicho éste, consciente de que Angele era lo bastante inteligente como para entender lo que quería decir.

Pero ella se había limitado a sacudir la cabeza y se había dado la vuelta para marcharse.

Zahir alargó la mano para detenerla, pero la bajó inmediatamente, alarmado por lo que había estado a punto de hacer. No estaban prometidos oficialmente y tocarla en aquellas circunstancias habría sido completamente inapropiado. Como futuro rey de Zohra, Zahir siempre actuaba de acuerdo a la etiqueta. Al menos en público.

También su «inapropiado» comportamiento había llegado a su fin aunque todavía se sintiera un idiota por haber anhelado aquello que no podía tener: una vida de amor y felicidad como la que sus hermanos estaban construyendo.

El rey Malik rió.

–Ha dejado de ser una niña para convertirse en una mujer de carácter, ¿no te parece?

Zahir no pudo negarlo. También era la primera vez que veía a Angele vestida de una manera tan seductora. Y tenía que reconocer que lo había fascinado.

Acostumbrado a apenas fijarse en ella, a Zahir le había desconcertado sentirse excitado al verla llegar. Se había aclarado el cabello oscuro con unos leves reflejos y lo llevaba recogido en un moño que dejaba a la vista su delicado cuello y la suave curva de sus hombros; su vestido color melocotón no tenía nada de recatado, sino que caía pegado a sus curvas y le quedaba por encima de las rodillas, de manera que con unas sandalias de tacón, estaba casi tan alta como su madre y, aunque no tuviera la espectacular belleza de ésta, era, en cambio, mucho más sexy.

Junto con el hecho de que su nueva personalidad lo intrigaba y que le había sorprendido que se negara a tomar parte en la organización de la boda, aduciendo que no había crecido en el estricto círculo del palacio real de Jawhar, Angele había conseguido despertar su libido.

Aunque su matrimonio, al contrario que el de sus hermanos, no tuviera como base el amor, al menos no sería una anodina unión de dos personas sumisas.

Por lo que a él concernía, el amor había perdido su valor. Pasión y curiosidad eran todo lo que quería.

–¿No te ha parecido una boda preciosa?

Angele sonrió a su madre con melancolía.

–Desde luego, gracias al amor que sienten Amir y Grace.

–Me ha recordado a mi boda con tu padre –dijo Lou-Belia con un suspiro–. Estábamos tan enamorados.

–No creo que Amir y mi padre se parezcan.

Lou-Belia frunció el ceño.

–Sabes que Kemal ha cambiado.

Angele lo sabía, pero no estaba particularmente entusiasmada con la idea de un hombre que, tras dos décadas engañando a su mujer, se transformaba en un marido modélico cuando su única hija se enfrentaba a él.

Eso no impedía que estuviera encantada por su madre. Cada vez pasaban más tiempo juntos e incluso vivían en el mismo domicilio. Su padre trataba a su madre muy afectuosamente. Pero a Angele le indignaba que sólo hubiera cambiado de comportamiento después de pelearse con él y de que le dejara de hablar durante un año porque, ¿en qué lugar quedaba entonces el amor que sentía por su esposa?

Su padre había pedido a su madre que lo perdonara y Kemal y Lou-Belia parecían haberse reconciliado definitivamente.

–¿Así que el pasado no existe? –preguntó a su madre.

–Lo he olvidado por el bien del futuro –Lou-Belia sonrió a Angele con desaprobación–. Han pasado casi cinco años, menina.

Pequeña. Angele no era una niña desde hacía mucho tiempo, pero ni su madre ni Zahir parecían haberse dado cuenta.

Dio un afectuoso abrazo a su madre.

–Eres una mujer buena y comprensiva, mamá. Te quiero –dijo.

Al tiempo que pensaba: «Pero no quiero ser como tú». Y con esa determinación fue en busca del hombre que algún día sería rey.

Unos minutos más tarde, se coló en el despacho de Zahir por la puerta entornada. No lo había visto en la fiesta posterior a la ceremonia y supo que lo encontraría allí.

–¿Evitando tus responsabilidades, príncipe Zahir? –preguntó, cruzándose de brazos–. ¿Qué pensaría tu padre?

La habitación era tan masculina, exuberante e imponente como Zahir, si bien las piezas de arte y los muebles antiguos dejaban vislumbrar una excepcional apreciación de la belleza, de la que pocas personas eran conscientes excepto ella. Quizá porque, aunque él apenas le hubiera prestado atención, ella llevaba años observándolo y lo conocía mejor que muchos.

De hecho, seguía asombrada de no haber descubierto por sí misma el secreto que le había sido revelado hacía meses y había decidido que sólo podía deberse a que estaba cegada de amor, lo cual en lugar de servirle de consuelo sólo le hacía sentir aún más estúpida.

Era una virgen de veintitrés años sin perspectivas de futuro y sólo ella tenía la culpa por haberse aferrado a cuentos de hadas sin base real. Debía haberle bastado el matrimonio de sus padres para saberlo.

Zahir alzó la mirada de unos papeles que tenía en el escritorio y por una fracción de segundo sus ojos grises se dilataron. Se puso en pie al instante alcanzando su impresionante estatura. Llevaba la toga y el tocado propios de un jeque heredero del trono sobre un traje occidental de corte exquisito.

–Princesa Angele, ¿qué haces aquí?

Siempre la llamaba «princesa» aunque no lo fuera, porque era el apodo que su padrino, el rey Malik, siempre usaba para referirse a ella y había acabado siendo la forma en que muchos la nombraban.

El que Zahir no la llamara solamente por su nombre, como habría hecho el hombre que iba a ser su marido, la irritaba.

Él miró por encima de su hombro asumiendo que estaría acompañada por una carabina, pero ella se había encargado de dejar en el banquete a su madre y a cualquier otra persona que pudiera velar por su virtud. Cerró la puerta y el sonido del pestillo al cerrarse se amplificó en el silencio.

–¿He olvidado que tuviéramos una cita? –pregun tó él, perplejo, aunque no pareció inquietarse–. ¿Debía haberte escoltado a la mesa?

–No necesito que nadie me acompañe a la mesa –ella misma había solicitado que los sentaran en mesas separadas–. Sé lo de Elsa Bosch.

No había planeado que ésa fuera su frase inicial, pero ya no podía dar marcha atrás. Había hecho ya dos pagos al chantajista, pero a partir de aquel fin de semana, ya no se sentiría responsable de la reputación de Zahir, así que el fotógrafo tendría que buscar otra fuente de ingresos.