Noche de bodas aplazada - Natalie Rivers - E-Book
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Noche de bodas aplazada E-Book

NATALIE RIVERS

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Beschreibung

Él exigía su noche de bodas. Una vez que Lorenzo Valente ponía el ojo en algo o en alguien, nunca se echaba atrás. Su mujer, Chloe, podía decir que lo odiaba, pero solo unas semanas antes decía adorarlo, y eso demostraba lo que siempre había creído: que el amor era una emoción inestable. Chloe estaba dispuesta a adoptar a la hija de su difunta amiga y quería empezar de cero… eso incluía la anulación de su matrimonio. Al ver a Chloe como madre, Lorenzo estuvo más decidido que nunca a recuperarla, y a exigir la noche de bodas que no tuvieron.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

2009 Natalie Rivers

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Noche de bodas aplazada, n.º 4 - octubre 2020

Título original: The Blackmail Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-829-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CHLOE Valente, eres la mujer más increíblemente guapa y sexy que he conocido en toda mi vida.

Las palabras, apenas un susurro en el oído de Chloe, hicieron que sintiera un escalofrío de anticipación. El calor del cuerpo de Lorenzo la quemaba a través de la fina seda del vestido de novia, excitándola. Todo en su vida había cambiado como jamás pudo imaginar.

–Gracias por hacer que este día haya sido tan especial –suspirando, se agarró a la barandilla de piedra del balcón, mirando el fabuloso salón de baile que aún estaba lleno de invitados tomando champán. Resultaba difícil creer que aquel palazzo, propiedad de la familia veneciana de Lorenzo durante generaciones, fuese ahora su nuevo hogar.

–Ha sido maravilloso. No imagino una boda más bonita.

Venecia era un sitio mágico para casarse y la nevada de febrero la había hecho aún más encantadora y romántica. Mientras volvían al palazzo después de la ceremonia, reclinada sobre almohadones de terciopelo en una góndola al lado de su guapísimo marido, había sabido que aquél era el día más feliz de su vida.

–Lo mejor aún está por llegar –dijo él, su acento italiano como una caricia–. Deja que te lo demuestre en el dormitorio.

Chloe cerró los ojos un momento, dejándose llevar por una ola de placer. Saber que Lorenzo la deseaba tanto hacía que su corazón latiese a mil por hora y que sintiera mariposas en el estómago.

El sonido de las conversaciones mezclado con el tintineo de las copas y la angelical música de un arpa parecía llegar flotando desde abajo.

–No podemos irnos todavía –sonrió, mientras Lorenzo la besaba en el cuello–. ¿Qué haremos con toda esa gente?

–Tú siempre haces lo que debes hacer –dijo él, tomándola por la cintura–. Eras la ayudante perfecta, siempre anticipándote a mis deseos y a los de mis socios. E incluso ahora, el día de tu boda, estás pensando en los invitados… en ser la mejor anfitriona posible.

Chloe miró sus vibrantes ojos azules y sintió un familiar escalofrío. Con esa mirada y un físico soberbio, era el hombre más apuesto que había conocido nunca. Casi resultaba imposible creer que ahora fuese su marido, que estuviera casada de verdad con Lorenzo Valente.

Durante dos años había sido su ayudante ejecutiva, amándolo a distancia, sabiendo que sus sentimientos no podían ser correspondidos por su increíble jefe veneciano. Ella era una chica inglesa normal y él pertenecía a una de las familias más antiguas y nobles de Venecia. Además de ser un hombre de negocios multimillonario y respetado por todo el mundo. Pertenecían a mundos diferentes.

Pero entonces Lorenzo le preguntó si quería salir con él.

Al principio le había resultado difícil creerlo. Desde el día que empezó a trabajar en el cuartel general de su empresa lo había visto con una interminable sucesión de bellezas del brazo, todas altas, delgadas, con ojos sensuales y largas melenas oscuras.

No tenían nada que ver con ella, que era bajita, rubia, con pecas y unos ojos verdes que resultaban ridículos si se ponía algo más que un poco de rímel.

Pero, a pesar de sus dudas iniciales porque no entendía cómo un hombre tan magnífico como Lorenzo Valente podía estar interesado en alguien como ella, le había resultado imposible resistirse. Había entrado en su vida como un tornado, seduciéndola con la intensidad con la que el apasionado italiano lo hacía todo.

Chloe había visto que Lorenzo trataba a las mujeres como una diversión pasajera, pero sabía que a ella la trataba de otro modo.

Jamás había mencionado la palabra amor, pero ella sabía que no se sentía cómodo mostrando emociones o sentimientos.

Un día la llevó a su casa en Venecia y le habló de su futuro y de los hijos que esperaba que tuviesen juntos. Para Chloe, ésa era la auténtica señal de amor y compromiso.

De modo que había aceptado su proposición con auténtica felicidad, sintiendo que entraba en un nuevo capítulo de su vida, un capítulo que duraría para siempre.

–Ven arriba conmigo y deja que me anticipe a tus deseos, mi querida Chloe –dijo con voz ronca–. Deja que te muestre lo feliz que me siento por haberme casado contigo.

Los ojos de Chloe se llenaron de lágrimas. Jamás se había sentido especial… desde luego nunca se había visto sexy o preciosa. Que Lorenzo se lo dijera significaba para ella mucho más de lo que nunca podría imaginar.

El amor y la felicidad eran más potentes que el champán que había estado bebiendo durante toda la tarde…

«Te quiero» era lo único que pensaba.

Sólo dos palabras, pero nunca las había dicho en voz alta. Ninguno de los dos lo había hecho.

Al principio era demasiado tímida como para admitir sus sentimientos, pero ahora todo había cambiado. Estaban casados. Habían estado juntos en medio de una congregación, prometiendo cuidar el uno del otro, amarse y respetarse durante el resto de sus vidas… y ahora su corazón rebosaba felicidad.

Y, de repente, las palabras escaparon de su garganta:

–Te quiero, Lorenzo.

Inmediatamente la expresión de Lorenzo cambió por completo, un cambio tan profundo que Chloe supo de inmediato que había cometido un terrible error.

–¿Me quieres? –repitió él con súbita ira–. ¿Por qué has dicho eso?

–Porque… porque es verdad –respondió Chloe, sorprendida.

–¿A qué estás jugando? –Lorenzo frunció el ceño como si no entendiera–. Tú sabes… siempre has sabido que este matrimonio no tiene nada que ver con el amor.

–Pero… –Chloe no pudo terminar la frase, con el estómago encogido. ¿Qué estaba diciendo?

–Tú sabes que el nuestro es un acuerdo práctico. Hemos hablado de que serías mi esposa ideal… tú entendías que éste era un acuerdo sensato y práctico entre los dos, mucho mejor que un campo de minas emocional. Siempre has sabido lo que pensaba de este matrimonio.

–No te entiendo –Chloe lo miraba, desconcertada, intentando recordar su proposición. Era cierto que no había clavado una rodilla en el suelo para pedirle que se casara con él, pero la había llevado a París, la ciudad más romántica del mundo, habían paseado por la orilla del Sena con las hojas de otoño bailando a su alrededor… incluso había tomado sus manos para pedirle que fuera su mujer.

Intentó recordar cuáles habían sido sus palabras exactas, recordar la conversación entera. Pero, de repente, lo único que podía ver era la expresión airada de Lorenzo.

–Discutimos el asunto cuando tu madre y tu hermana se marchaban a Australia. Te pregunté por tu padre, si él emigraba con ellas… y tú me dijiste que no lo habías visto desde que tenías siete años.

–Pero tú y yo no salíamos juntos entonces –dijo Chloe, intentando entender la relevancia de esa conversación–. Eso fue antes de pedirme que saliera contigo.

Recordaba que se había mostrado muy comprensivo y que le había contado que su madre se marchó de casa cuando él tenía cinco años. Era la primera vez que su relación había saltado la barrera entre jefe y ayudante. Lorenzo incluso le había servido una copa mientras le decía… que en su opinión la vida era mucho más sencilla sin las complicaciones de los ideales románticos.

Chloe se llevó una mano al corazón. Sí, lo había dicho, pero nunca habría imaginado que hablaba en serio, que era algo más que un simple comentario amargo debido a los tristes recuerdos de su infancia.

¿Qué tenía eso que ver con su matrimonio?

Lo miró, atónita, intentando recordar si habían vuelto a hablar del asunto alguna vez, pero sabía que no era así. Lo recordaría si Lorenzo hubiese dicho algo que la hiciera pensar que su interés por ella era frío y práctico.

Él se pasó una mano por el pelo, sus ojos azules brillando de rabia.

–Pensé que eras diferente a las demás –le dijo–. No otra de esas mujeres que intentan atraparme con falsas declaraciones de amor y promesas que no tienen intención de cumplir. Pero ahora veo que eres como ellas… peor aún porque has esperado hasta hoy, el día de nuestra boda, para hacerlo.

Chloe intentó entender lo que estaba diciendo, pero no era capaz. Se daba cuenta de que estaba temblando y se abrazó a sí misma.

–¿No quieres que te quieran? –le preguntó–. No te entiendo, Lorenzo. Es natural esperar amor, buscarlo incluso.

–La gente que busca el amor es idiota –dijo él, desdeñoso.

–¿Pero y si lo encuentras aunque no lo estés buscando? –le preguntó Chloe.

Nunca había esperado enamorarse de su jefe, pero su magnético carisma, su seguridad, su presencia, habían hecho imposible que no lo amase.

–El amor es una ilusión, un falso ideal.

–Eres tan cínico… –murmuró Chloe–. Pues claro que el amor existe, no se puede negar lo que siente tu corazón.

–¿Y tu corazón te dice que me quieres? –preguntó Lorenzo, sarcástico–. ¿Incluso ahora que he dejado claro lo que pienso sobre el asunto?

–No es algo que uno pueda apagar y encender con un interruptor –dijo ella, desolada por su actitud. Sabía que Lorenzo podía ser muy arrogante a veces, pero nunca había pensado que fuese una persona cruel.

Por lo visto, había muchas cosas que no sabía del hombre con el que acababa de casarse. ¿Había cometido el error más terrible de su vida?, se preguntó.

–¿Entonces insistes en decir que me quieres? Tal vez no desees echarte atrás ahora… ¿crees que es mejor seguir fingiendo?

–¿Qué es lo que quieres de un matrimonio, de tu mujer? –le preguntó Chloe, que no iba a dejarse amedrentar.

–Quiero a alguien sincero, auténtico. Alguien a quien pueda respetar. No otra de esas mujeres cuyas promesas de amor son tan falsas como su aspecto.

–Yo siempre he sido sincera contigo –replicó ella, parpadeando furiosamente cuando notó que sus ojos se empañaban. No iba a llorar delante de él cuando estaba tratándola de esa forma–. Y si no puedes respetar eso… si no puedes respetarme a mí, me temo que es tu problema, no el mío.

Chloe levantó la barbilla, desafiante, mordiéndose los labios para evitar que le temblasen mientras intentaba pasar a su lado. Pero Lorenzo sujetó su brazo.

–Ve a tranquilizarte un poco si quieres –le dijo–. Pero no tardes mucho. Después de todo, eras tú quien no quería ser grosera con nuestros invitados.

Chloe miró por encima de su hombro. Había olvidado dónde estaba y fue una sorpresa ver que la fiesta seguía en todo su apogeo.

Sintió una ola de náuseas al preguntarse si alguien los habría visto discutir. Pero nadie estaba mirando.

–No hay testigos, lo cual es una suerte –las palabras de Lorenzo eran desdeñosas, pero eso no enmascaraba el tono amenazador– porque no voy a tolerar más faltas de respeto. Ni voy a permitir que me avergüences de ninguna manera.

Chloe lo miró, de repente incapaz de reconocer al hombre del que se había enamorado. Abrió la boca para responder, para decirle que ella no toleraría ese comportamiento, pero antes de que tuviese oportunidad de hablar Lorenzo se dio la vuelta.

Y se quedó donde estaba, mirándolo. Nunca había podido apartar la mirada cuando Lorenzo entraba en una habitación. Su presencia era como un imán.

Incluso ahora, después de lo que había pasado, no pudo dejar de mirar hasta que lo perdió de vista. Pero como la puerta de su estudio estaba cerrada de inmediato supo lo que debía hacer. Tenía que alejarse de él, tan rápido como fuera posible.

 

 

Diez minutos después, Chloe vaciló en la puerta de su dormitorio, mirando el precioso vestido de novia tendido sobre la cama. Se había sentido como una princesa con ese vestido. O tal vez como Cenicienta yendo al baile. Pero había descubierto de la peor manera posible que Lorenzo no era el príncipe azul.

Tembló al recordar su expresión cuando le declaró su amor y se tapó la cara con las manos, intentando apartar el recuerdo de su fría mirada mientras aplastaba todas sus esperanzas. Le había roto el corazón y la había humillado.

Por primera vez se alegraba de que nadie de su familia hubiera podido ir a la boda. Su madre y su hermana estaban demasiado ocupadas organizando su nueva vida en Australia y, como Chloe había decidido no ir con ellas, era casi como si se hubieran olvidado de que existía.

Y, por supuesto, su padre no estaba allí. Ni siquiera sabía dónde estaba o si seguía vivo.

Chloe respiró profundamente para darse fuerzas. Había pensado que aquél sería el día más feliz de su vida, pero Lorenzo la había despertado bruscamente de ese sueño. Tendría que darse prisa si quería escapar de allí sin que la viera. Y, en aquel momento, lo único que deseaba era estar lo más lejos posible de Lorenzo Valente.

Después de ponerse un gorro de piel falsa para cubrir su pelo y oscurecer su cara en lo posible, levantó el cuello del abrigo y se dirigió a la amplia escalera que llevaba a la puerta principal del palazzo.

Sabía que habría muchas góndolas en la entrada del Gran Canal esperando llevar a los invitados de vuelta a sus hoteles después del banquete y necesitaba transporte para llegar al aeropuerto lo antes posible. No había mucho tiempo antes de que el último avión saliera de Venecia esa noche.

Disfrazada bajo capas de ropa, no parecía la bajita novia rubia que había llegado ese día radiante de felicidad después de la ceremonia y esperaba con todo su corazón que nadie la reconociese. No podría soportarlo si el equipo de seguridad de Lorenzo la llevaba de vuelta a casa… a Lorenzo.

Chloe suspiró mientras subía al taxi-góndola y le pedía que la llevase al aeropuerto Marco Polo. Un viento helado que parecía llegar directamente de los Dolomitas la atravesó y la hizo temblar por fuera y por dentro.

Esa tarde, los copos de nieve le habían parecido maravillosamente románticos. Ahora el tiempo le parecía frío y cruel.

Logró salir del palazzo sin que la vieran e iba de camino al aeropuerto, pero las ventanas del taxi-góndola estaban cubiertas de vaho y como no podía ver nada el movimiento la estaba poniendo enferma.

De repente, la noche le parecía impenetrable, un muro negro e inseguro sin monumentos reconocibles. Y su corazón estaba rompiéndose en un millón de fragmentos iguales a los copos de nieve que caían del cielo para ser tragados por las aguas negras del canal.

 

 

Lorenzo estaba en el balcón, mirando la tormenta de nieve con un enfado tan negro como la noche.

La nieve caía con tal fuerza que las luces de los edificios del otro lado del Gran Canal no eran más que reflejos y no había manera de ver a diez metros de distancia.

Aunque no había nada que ver. Chloe se había ido.

Había tomado un avión para marcharse de la ciudad esa misma noche y el mal tiempo hacía imposible que la siguiera… ni siquiera en su jet privado.

Lorenzo soltó una palabrota, agarrándose a la balaustrada con dedos tan fríos y duros como la piedra.

Él sabía dónde había ido, estaba casi seguro. A casa de su mejor amiga, Liz, en un pueblecito al sur de Londres. Pero, como precaución, tenía gente esperando en la puerta del aeropuerto de Gatwick para confirmar su destino.

No era un viaje largo. De hecho, seguramente ya estaría cerca.

Lorenzo levantó un brazo automáticamente para mirar el reloj y volvió a soltar una palabrota al ver que tanto el reloj como la manga de la chaqueta estaban cubiertos de nieve.

Furioso, se volvió abruptamente para entrar en el dormitorio, apartando la nieve con manotazos impacientes. Pero ya se estaba derritiendo con el calor de su cuerpo, de modo que se quitó la chaqueta.

Y se quedó inmóvil al ver el vestido de novia de Chloe abandonado sobre la cama. Su corazón empezó a latir violentamente dentro de su pecho…

¿Cómo se atrevía a abandonarlo así?

¿Cómo se atrevía a salir huyendo en medio de la noche?

Romper su matrimonio no era una decisión que pudiera tomar por capricho, sencillamente porque él había aplastado ese ataque de romanticismo.

Pero eso ya no importaba. No sabía si su declaración de amor había sido genuina o una trampa calculada. O si no era más que algo que había despertado la ceremonia y el banquete. Daba lo mismo, al escapar de allí había sellado su suerte. Su matrimonio estaba roto.

Lorenzo tomó el vestido y se encontró recordando lo guapa que estaba Chloe con él puesto. Había pasado gran parte de la tarde imaginando cómo iba a quitárselo…

De verdad había creído que sería una buena esposa y una buena madre para sus hijos. Pero su unión había terminado antes de que empezase.

Entonces recordó algo y tuvo que apretar los puños, sin darse cuenta de que estaba aplastando la tela entre los dedos. No era la primera vez que alguien escapaba del palazzo. Pero nadie volvería a hacerlo nunca más.

Lorenzo miró la delicada seda blanca y luego, con un abrupto movimiento, la tiró salvajemente hacia el balcón.

Se quedó de pie, mirando un momento el vestido, obligándose a sí mismo a respirar pausadamente y haciendo un esfuerzo sobrehumano para que su corazón latiese de manera controlada.

El vestido ya no podía distinguirse de la nieve que había caído sobre el suelo de piedra del balcón. Y si no dejaba de nevar pronto estaría cubierto por completo.

Furioso, se dio la vuelta y salió de la habitación.