Noche tentadora - Jennifer Labrecque - E-Book
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Noche tentadora E-Book

Jennifer LaBrecque

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Beschreibung

Tawny jamás le habría confesado a Simon que soñaba con él si no hubiera sido por aquel apagón. Después de todo, era el mejor amigo de su prometido, Elliott. Y además, la despreciaba, ¿o no? Si no hubiera sido por aquel apagón, Simon no habría tenido la oportunidad de pasar una noche con la mujer a la que había deseado desde que la había conocido. Ojalá no hubiera tenido que contarle lo que ocurría con su prometido; y sin embargo, Tawny no parecía muy afectada.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Jennifer Labrecque

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Noche tentadora, n.º 263 - diciembre 2018

Título original: Daring in the Dark

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-221-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

 

Ella apoyó la cabeza en el hombro de él, pero siguió mirando el espejo. Sabía que no debía apartar la vista. Siempre que dejaba de mirar, él dejaba de tocar… y a ella la volvía loca que la tocara. Y sí, verlo en el espejo hacía que resultara mucho más intenso, más ardiente. Los ojos profundos de él se encontraban con los suyos en el espejo. Ella estaba en las rodillas de él, con la espalda contra su pecho y las piernas separadas. Él deslizó la mano entre sus muslos y sus dedos largos separaron las piernas de ella para abrirlas a sus caricias y su placer. Sus dedos resultaban oscuros contra la piel rosada y desnuda de ella; se posaron en el portal hambriento de ella… oh, sí… qué bien… ella no quería que parara… lo deseaba… ya faltaba poco…

El timbre del teléfono que había en la mesilla estropeó el momento y la sacó de su sueño. Tawny levantó el auricular con el cuerpo tenso y los muslos húmedos.

—¿Diga?

—¿Estabas durmiendo? —preguntó Elliott. Su voz, normalmente alegre, sonaba un poco forzada. Claro que también podía ser que ella estuviera transfiriéndole la tensión producida por estar al borde del orgasmo en su sueño. O podía ser porque Elliott se mostrara crítico con ella, cosa que sucedía cada vez con más frecuencia. Era casi como estar con sus padres.

—Hum —ella trabajaba de planificadora de eventos para un grupo de abogados y no tenía un horario de oficina al uso—. Anoche fue la fiesta para ese cliente alemán, ¿recuerdas? Luego los abogados han disfrutado de un encantador desayuno de trabajo a las seis y media de la mañana. Imagínate cómo me apetecía salir de la cama a las cuatro y media de un sábado. Además, dormir la siesta no es pecado.

La excitación sexual y la culpabilidad ponían una nota ronca en su voz.

—¿Tú trabajaste mucho anoche? —Elliott invertía muchas horas en su galería de arte, que cada vez era más conocida.

—Bastante —la voz de él sonaba extrañamente tensa.

Puede que fuera su imaginación. Estaba tan rígida que quería llorar. Debería reírse y confesarle a su futuro esposo que acababa de tener un sueño erótico y que necesitaba terminar y pedirle que la ayudara.

En otro tiempo, Elliott no habría tenido ningún problema en ponerse a excitarla por teléfono y llevarla al orgasmo con sus palabras, pero ahora ella ya no estaba tan segura. Últimamente él no tenía nada de tranquilo y relajado. ¿Y qué pasaría si en el calor del momento le revelaba que no era él el hombre que le abría los muslos en sus sueños? ¿Y si el hombre con el que había prometido casarse no podía continuar el sueño y llevarla al lugar mágico del final?

—Pensaba pasarme por tu casa cuando cierre la galería esta noche —dijo él.

—Me parece bien, siempre que traigas la cena y nos quedemos aquí —ella no pensaba ponerse a cocinar con tan poco aviso.

—De acuerdo. Quiero hablar contigo.

Tawny se incorporó un poco en la cama. Elliott y ella hablaban a menudo, pero cuando alguien anunciaba que quería hacerlo…

—¿De qué?

—Es muy complicado para tratarlo por teléfono.

—Eso que acabas de hacer es terrible. No puedes empezar algo y dejarme a medias.

—Perdona, pero tendrá que esperar hasta esta noche —no era su imaginación; definitivamente, él sonaba tenso.

—De acuerdo…

Sexo. Seguro que era de sexo. Aunque, por otra parte, en ese momento ella no podía pensar en otra cosa.

—¿Te apetece comida tailandesa?

—Bien. Ya sabes lo que me gusta —musitó ella con segundas intenciones y la esperanza de que él iniciara un episodio de sexo telefónico sin tener que pedírselo.

Elliott carraspeó como si las palabras de ella le resultaran incómodas.

—Ah, sí… llevaré pollo con curry.

Adiós al sexo por teléfono.

—Me parece bien.

Él volvió a carraspear. O estaba nervioso o había pillado un resfriado.

—Creo que voy a llevar a Simon conmigo.

Tawny apretó el auricular con fuerza y su temperatura interior subió varios grados.

—¿Simon? —se lamió los labios, secos de pronto, y se tumbó boca abajo—. ¿Y por qué va a querer él venir a mi casa? Me ha evitado como a la peste desde la sesión de fotos. Es evidente que no le caigo bien.

—Es un hombre ocupado. No creo que le caigas mal. Simon sólo es…

—Oscuro. Pesimista. Cínico. Intenso. Creo que eso es todo —y sexy hasta el pecado, pero no le parecía que eso fuera una observación prudente sobre el mejor amigo de su prometido.

Elliott se echó a reír y Tawny le agradeció que no lo molestaran sus críticas a Simon.

—Simon es Simon —dijo él—. ¿Puede venir conmigo?

¿Si podía ir? Tawny se humedeció más todavía y sus pezones se endurecieron. El protagonista de su sueño era el intenso y pesimista Simon, con su casi imperceptible acento británico.

—¿Tawny? —preguntó Elliott.

Ella se retorció en el colchón.

—Sí, claro que puede venir.

Sólo con decirlo se excitó todavía más. Los remordimientos y la vergüenza alimentaban la lujuria oscura que Simon le inspiraba casi todas las noches. Era el mejor amigo de su prometido, la despreciaba y ella tenía sueños eróticos con él.

—Llegaremos poco después de las nueve.

Tawny colgó y cerró los ojos. ¿Por qué quería ir Elliott con Simon? ¿Por qué querían estar los tres juntos? ¿Y qué iban a hacer?

Una fantasía oscura ocupó su mente. Los tres juntos allí en el dormitorio. Elliott, rubio y blanco de piel. Simon, moreno. Dos hombres sexys empeñados en tocar y saborear cada centímetro de la piel de ella y sólo con el propósito de darle placer.

Parpadeó y sacó el vibrador del cajón de la mesilla. No podía pasarse la tarde así.

Elliott era su prometido. Y la mayor parte del tiempo era divertido, generoso y cariñoso. Tal vez ella no pudiera controlar sus sueños, pero ahora estaba bien despierta.

A pesar de sus esfuerzos por centrarse en Elliott, fue la imagen de Simon la que se impuso cuando se estremecía durante el orgasmo.

 

 

—Estás horrible —dijo Simon Thackeray.

Dejó la cámara con cuidado en una silla de vinilo naranja en el despacho de Elliott y se sentó en otra silla a juego.

Rubio, apuesto, extrovertido y con un estilo que hacía que siempre pareciera que acababa de salir de las páginas de GQ, Elliott hacía volver cabezas en una multitud. Una chica en la universidad había comparado una vez a los dos amigos con Apolo y Hades. Eran opuestos tanto en aspecto como en personalidad. Elliott, luminoso y extrovertido. Simon, oscuro, silencioso, introvertido. Pero Elliott se había mostrado preocupado y tenso por teléfono cuando le había pedido que fuera a verlo y su aspecto producía la misma impresión.

—¿Qué ocurre?

Elliott se sentó en el borde de la mesa de acero inoxidable y columpió una pierna.

—Hace mucho tiempo que somos amigos.

Simon asintió con la cabeza. Se habían conocido en una clase de fotografía en el instituto, donde habían descubierto un interés común por el arte e iniciado una amistad que se había prolongado durante años. Elliott le había lanzado un salvavidas que había evitado que Simon se ahogara en su propia soledad. Y Simon, a su vez, le había servido al otro de ancla y le había proporcionado estabilidad. Los padres de Elliott eran cariñosos y extrovertidos, pero volubles.

Por su parte, no sabía si habría hecho carrera en la fotografía si Elliott no hubiera creído en él. Y Simon, a su vez, había ofrecido contactos muy valiosos a su amigo cuando éste se decidió a abrir la galería.

—Sabes que eres el hermano que nunca he tenido —siguió diciendo Elliott—. Siempre he pensado que podía contártelo todo.

En otro tiempo, Simon también había pensado lo mismo. Hasta que descubrió que había cosas que no le podía decir a su mejor amigo. Como que estaba enamorado de su prometida, por ejemplo.

—Espero que siempre seamos amigos —continuó Elliott.

Simon suspiró.

—Elliott, a menos que hayas asesinado a una vieja con un hacha, yo siempre seré amigo tuyo —se encogió de hombros—. Seguramente sería también tu amigo incluso en ese caso. ¿Por qué no me dices a qué viene esto?

—Soy gay.

—Sí, vamos.

Primero Elliott lo llamaba y le echaba el sermón de la amistad y ahora se dedicaba a hacer el tonto cuando él tenía una sesión de fotos programada para tres cuartos de hora más tarde. Su amigo tenía un sentido retorcido del humor y un sentido nefasto de la oportunidad.

Elliott juntó las manos.

—No lo digo en broma. Es verdad. Soy gay.

Simon se quedó de piedra. ¿Elliott era… gay? ¿Cómo era posible? Habían sido amigos íntimos durante más de una década. Simon era uno de los pocos heterosexuales en una profesión que atraía a los homosexuales como la miel a las moscas.

Además, estaba prometido con Tawny, se acostaba con ella de manera regular… ¿y ahora decía que era gay?

—¿Cuándo… cómo…?

—Quizá bisexual lo defina mejor —Elliott se pasó la mano por el pelo rubio corto—. En los últimos años me he sentido cada vez más atraído por los hombres —movió la cabeza y soltó una risa seca y carente de humor—. No te preocupes. Por ti no.

A Simon le importaba un bledo si Elliott se sentía atraído o no por él. Bueno… quizá lo aliviaba un poco que su amigo no le profesara amor eterno, pero había algo que no entendía.

Recordaba muy bien la primera vez que había visto a Tawny. Había sido en la galería de arte, en la puerta del despacho de Elliott. Simon había ido allí a un cóctel y había encontrado a Tawny en una discusión animada con la responsable del catering. En cuanto la vio, sintió que el suelo se hundía bajo sus pies. Luego ella se alejó y él buscó a Elliott con la intención de averiguar quién era ella y se enteró de que su amigo se le había adelantado. Antes de que pudiera abrir la boca, Elliott le anunció que había conocido a la mujer de sus sueños y conseguido una cita con ella. Simon adivinó que se trataba de la misma mujer… y acertó.

—¿Y dónde estaba todo esto hace seis meses cuando me dijiste que habías conocido a la mujer de tus sueños? —preguntó.

—Ella es guapa, sexy y tan diferente a todas las demás mujeres de Nueva York que pensé que podía curarme.

¿Ella había sido sólo una cura?

Simon se levantó y se acercó a la ventana que daba a la calle porque necesitaba mirar otra cosa que no fuera el amigo al que ya no estaba seguro de conocer. Elliott siempre había sido egocéntrico, pero aquello…

Fuera, los neoyorquinos compartían la acera con los turistas. En la tienda de electrónica de la acera de enfrente entraban y salían clientes. Un taxi consiguió esquivar a una furgoneta de reparto que le cortaba el paso.

Simon veía en su cabeza fotos, momentos que guardar para el recuerdo. Había apostado a que, cuanto más viera a Tawny y más supiera de ella, más fácil le sería resistir su atracción, pero se había encontrado con que ocurría al contrario y había aprendido a apreciar su espíritu, su ingenio y su inteligencia más todavía que su belleza física.

Y él se había mostrado cada vez más seco. Temeroso de traicionarse con una mirada o un comentario descuidados, se ocultaba detrás de comentarios sardónicos y confiaba en que antes o después acabara pasándosele.

Hasta el día de la sesión de fotos con Tawny, cuando supo que estaba perdida e irrevocablemente enamorado de ella. Era la única vez que había estado a solas con ella y había entrevisto algo tan dulce y tierno que acabar aquella sesión había sido como un dolor físico.

Y ella sólo había sido una maldita cura para Elliott. Se volvió hacia su amigo y luchó por controlar su rabia.

—¿Y pedirle que se casara contigo era parte de esa cura o para entonces ya te considerabas curado? Estoy un poco confuso. ¿Éste es uno de esos programas que constan de doce pasos?

—¿Te sienta bien ser tan sarcástico y despiadado?

—No especialmente —Simon sintió el impulso de golpear la cabeza de Elliott contra la pared color canela—. ¿Le pediste que se casara contigo sabiendo que sentías esto? ¿Sabiendo que te atraían los hombres?

Elliott se ruborizó.

—Pero también me atrae ella. Pensé que, si me metía a fondo en la relación, esto otro desaparecería —se levantó. Se metió las manos en los bolsillos y empezó a pasear por la estancia.

—¿Pero no desapareció y engañaste a Tawny?

Elliott enderezó los hombros a la defensiva.

—Sólo una vez. Anoche. ¿Conoces a Richard, el pintor de acrílicos que expone ahora? Lo había sorprendido un par de veces mirándome. Anoche nos quedamos trabajando hasta tarde, nos bebimos una botella de vino y una cosa llevó a otra.

A lo mejor todo aquello era sólo un gran error que Elliott exageraba debido a la culpabilidad. Después de todo, tenía tendencia al melodrama y Simon sabía muy bien que los remordimientos pueden distorsionar hasta la imagen más clara.

—¿Bebisteis mucho? ¿Estabais borrachos? —preguntó.

Elliott negó con la cabeza.

—No. Eso sería una excusa fácil. No estaba borracho, sentía curiosidad. Pensé que lo probaría y así lo sabría de cierto —se pasó una mano por la frente—. Me gustó. Siento algo por Richard.

Simon reprimió una mueca de disgusto. Aquello no tenía por qué ser distinto a oír a Elliott hablar de una mujer. Pero lo era. Muy diferente. Levantó una mano.

—No necesito detalles.

—No pensaba dártelos. Sólo quería clarificar ese punto —repuso Elliott—. Tengo que decírselo a Tawny. Merece saberlo.

—Por supuesto que sí —de pronto pensó en los riesgos asociados con la homosexualidad—. Espero que usarais preservativo.

—Claro que sí —Elliott se dejó caer en una silla y apoyó la cabeza en el respaldo—. Pero necesito decírselo. Si seguimos juntos, tiene que estar informada antes de tomar una decisión.

—¿Te gusta el sexo con Richard pero te vas a acostar con Tawny? —preguntó Simon.

Elliott arrugó una hoja de papel entre los dedos.

—La quiero. ¿Cómo no voy a quererla? Es sexy, lista, cariñosa y generosa. Pero no se puede decir que encendamos fuegos artificiales en la cama. Ella me atrae, pero con ella no es tan excitante como con Richard.

Simon no quería oír tantos detalles y el modo en que jugaba Elliott con la hoja de papel empezaba a ponerlo nervioso.

—¿Quieres hacer el favor de dejar el papelito? —Elliott le lanzó una mirada, pero dejó el papel en la mesa—. ¿Entonces no quieres romper el compromiso? —preguntó.

—No lo sé. Es una mujer maravillosa. Necesito tiempo para pensar. Supongo que lo de romper el compromiso o no dependerá de ella —Elliott se pasó una mano por la parte de atrás del cuello—. Va a ser una conversación muy difícil. Ven conmigo a decírselo.

—No.

Aquello era algo entre su amigo y Tawny. Simon la deseaba, pero no quería conquistarla porque tuviera el corazón roto o se sintiera despreciada. Sin embargo, si todo iba como él imaginaba, ella quedaría libre.

Elliott apoyó las manos en la mesa y se inclinó hacia él.

—Por favor. Necesito tu apoyo moral. Esto va a ser una de las cosas más difíciles que he hecho nunca.

Elliott odiaba afrontar solo tareas desagradables. Desde que se conocían y se habían hecho amigos, se había llevado a Simon para enfrentarse con profesores o con sus padres. Siempre había mantenido que su amigo era más fuerte que él. Pero esa vez Simon no pensaba dejarse arrastrar. Esa vez Elliott tendría que hacerlo solo.

Negó con la cabeza.

—Es algo privado, Elliott.

—Tú estabas presente cuando le propuse matrimonio —argumentó su amigo.

Simon se cruzó de brazos.

—Y de haber sabido que lo ibas a hacer, no habría estado.

Elliott, siempre ansioso de público, había elegido una cita doble para declararse. Simon recordaba bien la agonía que se había apoderado de él cuando Elliott le entregó a Tawny el anillo de compromiso durante el postre. A Lenore, su cita de esa noche, le había parecido bastante romántico.

—Esto es un desastre, necesito que estés allí cuando se lo diga. La he llamado y le he dicho que iría esta noche cuando cerrara la galería —dejó de andar y miró a Simon—. Le he dicho que tú también vendrías.

Simon reprimió el impulso adolescente de preguntarle qué había contestado ella a eso. Elliott y él siempre se habían apoyado mutuamente. Siempre se habían protegido. Pero no sabía si podría ver el dolor y la decepción que expresarían los ojos de Tawny. Y no tenía derecho a ser testigo de eso.

—No has debido hacer eso.

—Por favor, Simon.

Pero no se podía decir que pensara en su amigo todas las noches que yacía despierto en su cama y hacía el amor con Tawny en su cabeza. Su conciencia lo abrumaba. Sabía que no debía ir. No quería ir. Pero se lo debía a Elliott, aunque éste no lo supiera, por todos los pensamientos licenciosos que había tenido sobre Tawny. Por todas las veces y todas las maneras en las que la había poseído en su mente.

Los remordimientos tienen efectos muy raros sobre la gente, llevan a hacer cosas que no harían de otro modo.

—De acuerdo, iré. Pero tendré que reunirme contigo allí —dijo. Tomó la bolsa con la cámara y Elliott se dejó caer en su silla con un alivio evidente.

—A las nueve en su casa. ¿Recuerdas dónde está?

Simon los había dejado allí en una ocasión.

—Sí —se echó la bolsa al hombro y se volvió a la puerta.

—Simon…

Éste miró a Elliott.

—Eres un buen amigo.

Sí. Era un buen amigo que estaba obsesiva, compulsivamente, enamorado de la mujer de su mejor amigo.

2

 

 

 

 

 

 

Tawny miró el reloj de la cómoda. Faltaban quince minutos para que llegaran Elliott y Simon. Dejó caer la falda en el suelo del armario y sacó un pantalón corto con gesto de desafío. Había llegado a casa con tiempo de sobra para ducharse y depilarse las piernas y ahora debatía consigo misma sobre lo que se iba a poner. Como si importara algo.

Su prometido y el mejor amigo de éste, un hombre al que no le gustaba nada, iban a ir a cenar comida tailandesa a su casa. Después de un año viviendo allí, una de las cosas que todavía le encantaban de Nueva York, era la variedad de comida fabulosa que había por todas partes.

Miró la ropa del armario. No iba a salir y no tenía que impresionar a nadie. Eligió una camiseta desgastada, pero no tardó en descartarla. No, a Elliott le gustaba vestirse aunque no fueran a salir. Y la educación sureña de ella le impedía recibir a alguien en casa vestida con eso.

Se rió de sí misma. Y no, tampoco podía vestir de blanco antes de Semana Santa ni después del Día del Trabajo. Aunque ahora viviera en el Upper West Side de Manhattan, seguía siendo Tawny Edwards de Savannah, Georgia. Era curioso que hubiera tenido que ir a Nueva York para descubrir quién era. Sonrió. A su madre seguramente la sorprendería saber que la rebelde de los Edwards respetaba así las normas del blanco.

Optó por un top de espalda desnuda y atado al cuello. Informal pero sexy. Y lo más importante… fresco, algo a tener en cuenta con el calor que hacía fuera. Terminó de vestirse y cerró la puerta del armario con la ropa descartada tirada en el suelo. Se recogió el pelo en alto y lo sujetó con un pasador gigante. A pesar del aire acondicionado, el calor parecía colarse en la casa.

Se puso perfume detrás de las orejas y, en un impulso, también entre los pechos. Si no le gustaba a Simon, al menos quería que le gustara su olor.

Acompañó a voz en grito una canción de Roberta Flack que sonaba en la radio y tiró del pantalón corto hacia abajo. Esa mañana no había salido a correr y lo notaba en el modo en que le apretaban los pantalones. Algunas mujeres se veían bendecidas con cuerpos esbeltos y delgados que parecían de sílfide, pero ella no pertenecía a ese grupo. Había aprendido hacía tiempo que comer la mitad de lo que había en su plato y hacer ejercicio todos los días era el único modo de conservarse. Las mujeres bajitas y con curvas podían caer fácilmente en la gordura.

Cometió el error de mirarse el trasero en el espejo mientras cantaba. ¡Agh! Elliott tenía razón. La última vez que se habían acostado le había dicho que su trasero se había hecho más grande. No era lo que ella quería oír, pero suponía que la verdad a veces podía doler.

Había pensado seriamente en hacerse una liposucción en el trasero, ¿pero y si esas células de grasa se trasladaban a sus muslos o a otros destinos igualmente odiosos? No se atrevía a correr ese riesgo.

Un aullido en la otra habitación apartó su atención de su trasero. Fue a la cocina y sirvió comida de gato en el bol vacío situado al lado del frigorífico.

—Ajá. Estás engordando tanto como yo —se echó a reír y levantó un momento a Peaches en el aire—. Pero te comprendo. Yo también tengo hambre.

El sonido del telefonillo resonó en todo el apartamento y a Tawny se le aceleró el corazón. Simon y Elliott. La idea de encontrarse frente a frente con el primero la había atormentado toda la tarde. No lo había visto desde que él empezara a invadir sus sueños de un modo satisfactorio pero inquietante.

Tragó saliva y bajó la radio de camino a la puerta. Se asomó por la mirilla y el corazón le dio un vuelco al ver la cara de Simon.

Etta James cantaba con voz ronca en la radio sobre el amor que llegaba por fin a matar su soledad, cosa que no hizo nada por apagar el nerviosismo de Tawny.

Se riñó a sí misma. Que hiciera el amor con Simon en sueños no implicaba, ni mucho menos, que él fuera su gran amor.

Enderezó los hombros, sonrió y abrió la puerta.

—Hola, Simon.

—Hola, Tawny.

—¿Dónde está Elliott? —preguntó ella.

—Tenía una sesión y hemos acordado que nos veríamos aquí —explicó él, sin el menor asomo de sonrisa en la profundidad de sus ojos oscuros.

Tawny se hizo a un lado.

—Entra.

Su pelo oscuro, cortado muy corto y peinado hacia atrás, daba un aire delgado y ascético a su rostro. Tawny sintió su calor corporal cuando entró en la estancia con la bolsa de la cámara al hombro. Aquello era mucho peor de lo que había anticipado, mucho más potente que ningún sueño. Su aroma sutil y limpio la envolvía. En sus sueños, el aroma de él no la excitaba tanto como en ese momento. Contuvo el aliento y buscó un tono de voz ligero.

—¿Qué tal la sesión de fotos?

—Bien. Ha sido rápida. Ya he fotografiado a Chloe más veces —dijo él.

El nombre evocaba la imagen de una modelo alta, delgada y hermosa. Tawny la odió en el acto sin sentir ningún remordimiento. Era el precio que tenían que pagar las mujeres hermosas que no poseían un trasero del tamaño de un principado.

Unas semanas atrás, después de formalizar el compromiso, Simon había fotografiado a Tawny a petición de Elliott. Éste entendía de arte, pero no era artista. Simon, en cambio, era un genio con la cámara. Ella no era modelo profesional y Simon había necesitado un día entero de trabajo con ella, pero sus fotos habían sido fantásticas. Se había visto a sí misma de un modo distinto. Había visto fuerza, pero también una vulnerabilidad sensual.

Simon se había mostrado paciente y casi encantador, como si cuando se ponía detrás de la cámara se olvidara de sí mismo, o quizá como si fuera entonces cuando era él mismo.

Durante la sesión, Tawny había llegado a creer que al fin se lo había ganado. Había sido un día mágico. Pero después de eso, él se había retraído más que nunca con ella. Por suerte, sus caminos no habían vuelto a cruzarse.

Excepto de noche. En la cama. En sus sueños. La noche siguiente a la sesión de fotos, ella había tenido su primer sueño erótico con él. Y desde entonces se habían repetido todas las noches. Y ahora el objeto de su lujuria estaba en su casa, después de haber pasado el día fotografiando a una modelo escuálida. Tawny reprimió un comentario mordiente.

—Todavía no te he dicho que las fotos que me hiciste son magníficas. Eres un genio —Tawny cerró la puerta.

—Tú eres muy fotogénica, tienes una sonrisa fabulosa y una estructura ósea fantástica —repuso él.

—Gracias —comentó ella—. Deja ahí el equipo —señaló un punto entre la puerta y el aparador antiguo—. ¿Quieres beber algo mientras esperamos a Elliott? ¿Vino tinto?

Simon dejó su cámara y el equipo con mucho cuidado en el suelo y la miró por encima del hombro.

—Estupendo.