Un soltero seductor - Jennifer Labrecque - E-Book

Un soltero seductor E-Book

Jennifer LaBrecque

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Beschreibung

A Rourke O'Malley se le ocurrían cosas mucho peores que pasar unas semanas rodeado de mujeres bellas. Era el nuevo soltero de un concurso de televisión y pensaba disfrutar de ello. Además, lo único que tenía que hacer era elegir a la mujer que le gustase más. No imaginaba que la mujer que iba a escoger era a la que no podía tener…La productora asociada Portia Tomlinson llevaba mucho tiempo rechazando a hombres guapos de cuerpo perfecto y Rourke no era diferente a todos ellos. ¿O quizá sí? Porque había algo en el guapo banquero que la volvía loca...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2005 Jennifer Labrecque

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un soltero seductor, n.º 200 - julio 2018

Título original: Really Hot!

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

I.S.B.N.: 978-84-9188-856-7

1

—Rourke O’Malley es un orgasmo en espera —leyó Portia Tomlinson en voz alta. Puso los ojos en blanco y siguió pantalla abajo, leyendo los comentarios de la página web de fans de La última virgen, el reality show en el que había trabajado como asistente de producción—. Dios, dame paz. Algunas mujeres no tienen sentido común.

Rourke había sido el concursante favorito, pero la soltera del concurso no lo había elegido. Sin embargo, había capturado el corazón de mujeres de todo el mundo que estaban en pleno frenesí sexual. Impresionante. Giró en su silla de oficina.

—¿Quieres decir que no es un orgasmo en espera? —preguntó Sadie Franken, una auxiliar administrativa.

Rourke O’Malley se había insinuado en los sueños de Portia más de una vez, pero no estaba dispuesta a admitirlo públicamente. Además, no le gustaba que hubiera ocurrido. Se encogió de hombros.

—Está bien. Buen rostro y buen cuerpo, pero eso es normal en Hollywood. Claro que esto... —señaló su ordenador— ...implicará índices de audiencia fantásticos para nuestro nuevo programa.

Habían contratado a Rourke como soltero de oro y buscado a doce mujeres guapas y ricas para que eligiera a una de ellas. Portia había leído en un artículo que la última moda entre las veinteañeras ricas y aburridas era molestar a sus padres poniéndose en boca de todos. Y tenían a doce jóvenes que eran la prueba viviente de la teoría. Portia, por su parte, había tenido la suerte de que le encargaran cuidar de Rourke, la estrella, durante todo el proceso de producción.

—Parece que te has unido a la legión de mujeres que se han rendido a sus pies —miró a la diminuta pelirroja.

—Culpable —Sadie alzó la mano—. He disfrutado de varios orgasmos con él últimamente. Enciendo el vibrador, cierro los ojos y Rourke O’Malley y yo lo pasamos de miedo.

Directa y desinhibida, Sadie solía hacer reír a Portia.

—Ésa ha sido mucha más información de la que deseaba. Hazme el favor de no compartirla en el futuro.

—¿Puedes decirme honestamente que nunca has fantaseado con él, después de verlo día tras día? —Sadie arqueó una ceja. Portia abrió la boca, pero Sadie la cortó antes de que pudiera expresar su negativa—. ¿Nunca has pensado en besar esa fabulosa boca? ¿Nunca has imaginado su fantástico cuerpo desnudo y sudoroso sobre ti? ¿No has imaginado que te tocaba, y tú a él?

—No, no y no. No lo he hecho —replicó Portia. Sin embargo, gracias a Sadie, acababa de hacerlo. Sintió una oleada de calor recorrer su cuerpo y la atajó sin piedad.

—Pues quizá deberías...

—No —cortó Portia—. No debería.

—Un poco de fantasía nunca hizo mal a nadie.

—No tengo tiempo para fantasías —afirmó Portia. Y si lo tuviera, la realidad le pararía los pies. El contraste entre ellas era doloroso. Portia vivía el día a día.

Nueve años antes, la fantasía había tenido una consecuencia: se encontró soltera, embarazada y destrozada. Su realidad se había convertido en servir mesas, cambiar pañales, largos años de clases nocturnas y matarse a trabajar para conseguir una vida mejor para Danny y para ella.

—Una mujer sin tiempo para fantasías —Sadie movió la cabeza—. Eso no está bien.

—Pues lo siento, guapa —Portia sonrió.

—¿Cuándo tuviste una cita por última vez?

—No hace tanto —mintió Portia, encogiendo los hombros.

—Ya. Nombra el día, el lugar y el hombre.

Sadie era divertida y lo pasaban bien juntas, pero acababa de entrar en terreno prohibido. No era asunto suyo. Portia había tenido una cita en los últimos nueve, casi diez, años. No tenía ni tiempo ni ganas. Los hombres pensaban que las mujeres solteras eran presa fácil, desesperadas por algo de sexo. Gracias, pero no, gracias. Ella sólo estaba desesperada por tener más horas en el día y por una buena pedicura.

Portia sonrió para sí. La pobre Sadie tendría un ataque si supiera que no había practicado el sexo desde la última vez que estuvo con Mark, el padre de Danny, más bien el donante de esperma, y eso fue justo antes de enterarse de que estaba embarazada. El meloso y guapo Mark, que había prometido amarla para siempre, la había abandonado antes de que la palabra embarazada saliera de su boca. Y había resultado ser mucho peor que un mal padre; lo último que sabía de él era que era drogadicto y vivía en Los Ángeles.

—No vas a contestarme, ¿verdad? —preguntó Sadie.

—No —Portia sonrió para no resultar hiriente.

—Vale, de acuerdo. No tengas citas, no fantasees. Yo me ocuparé de eso por las dos —Sadie señaló la pantalla del ordenador, llena de mensajes de fans—. Yo y otras mujeres carentes de sentido común.

—Buen trato. Puedes babear por la dos.

—¡Qué desperdicio! No es justo que seas tú quien pase un par de semanas con él, grabando el nuevo programa. Catorce días en un entorno romántico con esos ojos azules, ese pelo negro, esas facciones talladas, ese cuerpo... Me dan escalofríos sólo de pensarlo.

—Lo sé —Portia soltó un suspiro dramático, agitó las pestañas y susurró con voz pegajosa—. Sólo yo, él, la luz de la luna, el jacuzzi... —cambió de tono y siguió con sequedad— ...una docena de pobres chicas ricas y un equipo de producción. Acogedor, íntimo.

—Adelante, búrlate. Yo me contentaría con respirar el mismo aire que él.

—Necesitas respirar un poco más de aire ahora, en vez de pensar en O’Malley. Es obvio que tu cerebro no está recibiendo suficiente oxígeno —Portia miró por la ventana—. ¿Hay alerta roja de contaminación?

De hecho, sabía que los vientos de Santa Ana habían limpiado la desagradable neblina que oprimía la ciudad hasta tal punto que las autoridades sanitarias publicaban a diario los índices de oxígeno en la atmósfera.

—Muy graciosa.

—Sólo pretendía recordarte que, incluso si estuviera remotamente interesada en el Guaperas O’Malley, y ya he dejado claro que no, él está allí para elegir entre una docena de bellezas ricas y yo no soy más que una esclava que tiene que producir un programa con buenos índices de audiencia.

—¿Esclava? Eso suena bastante mal.

—Sí, pero es verdad.

Se dijo que nada iba a detenerla. Era el momento de probarse a sí misma. Sus dos últimas semanas trabajando fuera. Si lo hacía bien, tenía prometido un puesto en el estudio. No habría más rodajes alejada de casa, durante los que Danny tuviera que vivir con sus padres y su hermana. Los quería mucho y ellos a él, pero el niño ya tenía que conformarse con no tener padre. Se merecía que su madre pasara más tiempo con él. Seguiría teniendo que trabajar un número desorbitado de horas, pero estaría en casa todas las noches y todas las mañanas, cuando él se despertara. Se jugaba mucho con ese nuevo proyecto de trabajo.

—¡Quiero tener un hijo tuyo!

Rourke se metió al ascensor y miró horrorizado a la mujer que lo perseguía con un tanga morado en la mano y que estuvo a punto de perder un par de dedos cuando se cerró la puerta.

—Te quiero —gritó ella, soltando el tanga y retirando la mano en el último segundo—. Llámame.

Él se recostó en la pared, aliviado porque la desconocida, loca o no, no hubiera sufrido una amputación por culpa suya.

—El mundo se ha vuelto loco.

—No, chico. Sólo la parte femenina. Y sí, están todas locas por ti —dijo Nick, su hermano menor.

—Estoy seguro de que ha sido una locura acceder a hacer este programa y a todo... esto —señaló con la mano el tanga que había en el suelo. Increíble. En la prenda había un papel con un número de teléfono, sujeto con un imperdible. Era un descontrol total.

—Eres un buen hermano. Sabes que aprecio mucho lo que estás haciendo por mí —dijo Nick.

A pesar de sus palabras, Rourke no estaba seguro de que Nick se diera cuenta de lo cerca que había estado de la cárcel. La malversación de fondos era una tentación grave y constante cuando se manejaban cantidades importantes de dinero a diario, y había sido una tentación a la que su hermanito había sido incapaz de resistirse. Su jefe había accedido a no denunciarlo si devolvía el dinero, prefería recuperar los fondos y ahorrarse la mala prensa.

—Aunque, elegir entre doce mujeres guapas con más dinero del que cabe imaginar, Dios... no sé si eso será un trabajo tan duro, hermano —dijo Nick. Rourke pensó que realmente no sabía nada de nada.

—Cuando la gente tiene tanto dinero, se cree Dios —afirmó Rourke. Él lo sabía bien, trabajaba con gente así a diario.

—De acuerdo, perdona si he sonado como un ingrato. No tengo palabras bastantes para agradecerte que me ayudes a conseguir el dinero.

La puerta del ascensor se abrió. Rourke echó un vistazo al pasillo por si había más mujeres con ropa interior en la mano. No había moros en la costa. Pasó por encima del tanga morado. Nick encogió los hombros, se agachó, lo recogió y se lo metió al bolsillo.

—Y tenías razón sobre no decirles nada a papá y a mamá, los habría destrozado —añadió Nick.

Paul y Moira O’Malley habían trabajado duramente toda su vida para conseguir una casita con jardín en Quincey y una pensión de jubilación razonable. Se enorgullecían del trabajo duro, de su casa y de sus hijos. Si hubieran sabido hasta qué punto había perdido el rumbo Nicky... la vergüenza del desfalco y de la cárcel casi los habría matado. Y no habrían dudado en quedarse en la miseria para ayudarlo a salir del atolladero. Rourke no quería que eso ocurriera y estaba dispuesto a matarse para evitarlo.

Era inversor bancario y ganaba bastante dinero. Pero inversor era la palabra clave, la mayor parte de su dinero estaba atada. No le era posible capitalizar y conseguir metálico así como así. Nick había mencionado que los ganadores de los «reality shows» televisivos se llevaban mucha «pasta». Le había parecido difícil, pero más agradable que entregarse a los tiburones de los préstamos personales.

Era una pena que no hubiera podido ser Nick quien participase en el programa. Nick tenía el atractivo necesario y encanto a patadas. Que todas esas mujeres estuvieran actuando como locas por Rourke era testimonio del poder de la sugestión y de las relaciones públicas. En los últimos doce años se había librado del corrector dental, había ensanchado un montón y cambiado sus gafas de culo de vaso por lentillas, pero Rourke sabía que seguía siendo un ganso papanatas a pesar de todo. Y seguía resultándole difícil charlar y socializar. Podía hablar de inversiones financieras todo el día, pero aparte de eso se sentía perdido. Había oído que decían de él que era un tipo fuerte y silencioso, y eso le hacía sentirse como un fraude aún mayor, porque sabía que era un tipo callado, timiducho, que no-sabe-qué-decir. La verdad era que las mujeres lo asustaban hasta el punto del pánico.

Pero allí estaba, había perdido la oportunidad de ganar un montón de dinero en el primer reality show pero le habían ofrecido hacer otro, con lo que reuniría el dinero necesario para impedir que Nick fuera a la cárcel.

Abrió la puerta de su apartamento y Nick lo siguió. Llevaba dos años viviendo allí y seguía encantándole la vista: una mezcla de rascacielos modernos, edificios de ladrillo de antes de la revolución industrial y el legendario puerto de Boston.

—Gracias por cuidar de mi apartamento mientras estoy fuera. Watson estará mucho más contento esta vez —al oír su nombre el schanuzer miniatura saltó del sofá que compartía con Rourke y trotó hacia él. Rourke se agachó para rascarle detrás de las orejas—. Iremos a dar un paseo enseguida —se estiró y Watson fue hacia la puerta y se sentó a esperar—. Sabes que a Ma y a Pa no les van mucho los perros.

Watson se había quedado con sus padres durante el rodaje de La última virgen. El pobre perro no sólo había perdido la comodidad de su sofá, además había sido relegado al jardín. Esa vez, Nick iba a quedarse en casa de Rourke para cuidar de él.

—Está bien. Wats y yo somos colegas, pero odio recoger sus cacas cuando vamos de paseo —Nick se estremeció y puso cara de asco.

Rourke soltó una risa casi incrédula. A veces Nick podía ser tan egocéntrico e inconsciente que le costaba creerlo.

—Probablemente no tanto como odiarías que un presidiario te eligiera como su puta personal. Recuerda eso mientras recoges los excrementos de Watson. Hará que veas las porquerías de tu vida con otra perspectiva.

—¿Dónde hay bolsas para caquitas? —Nick hizo una mueca de dolor—. Dame una.

Rourke agarró la correa de Watson y le dio una bolsa. Soltó una risotada genuina y pensó que era imposible estar mucho tiempo enfadado con Nick.

—Me encantaría cambiar mi situación por la tuya —dijo Rourke mientras salían por la puerta, con Watson al frente. Se estremeció al pensar en las dos semanas siguientes. No había sido tan terrible en el programa anterior, con un montón de hombres y una mujer. Andrea, ya conocida en todo el mundo como La Virgen, y él habían hecho amistad. Si hubieran seguido rodando algo más de tiempo creía que también se habría hecho amigo de Jacey, la mujer a cargo de la cámara, que se vestía al estilo gótico. Jacey era un poco distinta a todos los demás y había sabido, instintivamente, que no le habría importado su timidez. Pero en el programa siguiente sólo estaría él con una legión de mujeres ricas y malcriadas. Y Portia Tomlinson.

Había sentido un caos de emociones cuando el estudio dijo que ella sería la encargada de la producción. Portia lo fascinaba. A pesar de su actitud relajada y amistosa, tenía la sensación de que lo miraba con cierto desdén, como si lo hubiera juzgado y no lo encontrara a la altura de las circunstancias. Quizá si llegara a conocerlo mejor...

Había pensado en invitarla a salir algún día cuando acabó el programa anterior, pero le habían ofrecido el siguiente de inmediato. Además, estaba el problema de que él vivía en Boston y ella en Los Ángeles. Las dos eran buenas excusas. Pero la cruda verdad era que había pensado que lo rechazaría tan rápido que le daría vueltas la cabeza.

—Créeme, preferiría limpiar lo que va dejando Watson a ser perseguido por esas princesas mimadas.

Subieron al ascensor.

Nick, que pasaba de mujer en mujer igual que un ludópata gastaba monedas en las tragaperras de Las Vegas, movió la cabeza de lado a lado.

—Estás fatal, Rourke. Es posible que necesites terapia, o algo. No te entiendo, pero agradezco tu sacrificio —le dio un puñetazo en el hombro—. ¿Quién sabe? Entre una docena de mujeres calientes quizá encuentres el amor de tu vida.

Rourke pensó que tal vez sí necesitara terapia. Doce mujeres donde elegir y ya estaba medio enamorado de una que no estaba disponible.

—Sí, ya.

—No quiero meterme en tus asuntos, pero podría darte algunas pistas. Ya sabes, se me dan bien las mujeres —dijo Nick. Rourke pensó que decir eso era quedarse muy corto.

Pero era cierto que a Rourke no le iba nada bien por su cuenta. Portia lo había tratado como si fuera un mueble o un accesorio. Y él no quería humillarse fracasando con las doce mujeres. Lo ideal habría sido llevarse a Nick con él, una versión moderna de Cyrano de Bergerac, pero eso era imposible. Así que la siguiente mejor opción era escuchar sus consejos.

—Creo que necesitaré toda la ayuda que puedas darme.

La puerta se abrió y a Rourke lo alivió descubrir que el vestíbulo estaba vacío.

—El conquistador de mil mujeres te da la bienvenida a su primera clase —Nick se metió la bolsa del perro en el bolsillo y sonrió.

Portia arrastraba su maleta por el pasillo de la mansión situada en lo alto de la colina, sobre Hollywood. Sonrió para sí. Ésa era la primera de las muchas diferencias entre una esclava y una princesa. Las esclavas cargaban con su propio equipaje.

—¿Puedo ayudarte con eso? —la grave y profunda voz de barítono acarició su piel, erizándole el vello. Esa voz pertenecía al hombre que había invadido sus sueños, dejándola descontenta y frustrada, las últimas dos noches. O’Malley.

—Gracias, pero está controlado —dijo mirando por encima del hombro con una sonrisa forzada y sin dejar de andar.

Ay. Los deslumbrantes ojos azules estaban justo a su espalda. Estaba más cerca de lo que había creído.

—No es molestia —dijo él.

Ella se mordió la lengua para no decir «resérvate para las princesas, chico guapo, van a exprimirte hasta dejarte seco». Se recordó que O’Malley era su estrella y que su trabajo era tenerlo contento. Si quería arrastrar su maleta, ella no era quien para impedírselo. Se detuvo.

—Bueno, gracias entonces, si no te molesta.

Soltó la maleta y sus dedos rozaron los de él. Un temblor recorrió todo su cuerpo y de repente el pasillo le pareció estrecho y agobiante. La ancha espalda de Rourke ocupaba un espacio desmesurado y su sutil aroma la envolvía.

Desde la filmación y consiguiente emisión del programa anterior, La última virgen, había sucedido lo aparentemente imposible: Rourke O’Malley estaba aún más guapo que antes. La mirada de Portia se detuvo en los dos botones superiores de su camisa polo, desabrochados, que revelaban piel morena salpicada de vello oscuro. Alzó la vista. Durante un segundo, los ojos de él sostuvieron su mirada y algo surgió entre ellos que Portia no quiso analizar. Inspiró profundamente y se dio la vuelta.

—Es por aquí —dijo.

—Te sigo —replicó él.

Volvieron a caminar por el pasillo y Portia intentó apagar la corriente eléctrica que aleteaba entre ellos, retomar la actitud ligera y amistosa que mantenía con todos sus colegas de trabajo. Él no era más que otro miembro del reparto y los hombres atractivos nunca se cansaban de oír... lo guapos que estaban.

—Tienes un aspecto fantástico. Es obvio que la adoración de miles de mujeres te sienta bien —ofreció con una sonrisa.

O’Malley movió la cabeza con aire avergonzado. No esa vergüenza que simulaban tantos hombres guapos, sino algo mucho más genuino.

—Todo es una locura —doblaron la esquina—. Esta semana una mujer me persiguió hasta el ascensor para darme su ropa interior... con su nombre y número de teléfono prendidos en la entrepierna.

Era una anécdota divertida y al mismo tiempo erótica. Portia no pudo controlar la risa y O’Malley le lanzó una mirada de censura.

—Espero que no la llevara puesta en ese momento, y que fuera una prenda bonita.

Él movió la cabeza y un destello de sonrisa iluminó sus ojos azules.

—La tenía en la mano. Un tanga morado. Se ofreció a tener un hijo mío.

No estaba alardeando de ello. Parecía más bien asombrado por lo extraño que era todo. La anécdota confirmaba la opinión de Portia, algunas mujeres habían perdido la cabeza por ese hombre.

—Bueno, la pregunta para nota es: ¿la llamaste? —Portia no pudo resistirse a pincharlo un poco.

—No. No la llamé —replicó él, indignado. Después la miró con expresión atolondrada—. Pero ya lo sabías, ¿verdad?

—Sí, lo sabía, pero me alegra que me lo hayas confirmado —dijo ella, deteniéndose ante la puerta que el plano marcaba como su habitación. La mansión era tan grande que habían dado planos de cómo estaba distribuida a todo el equipo.

De pronto, se dio cuenta de que se sentía de lo más relajada y al mismo tiempo percibía a O’Malley como hombre, no sólo como a uno de los actores. Eso sirvió para dar al traste con cualquier principio de camaradería.

—Bueno, aquí es —abrió la puerta y giró para recuperar su maleta—. Ya está. Muchas gracias.

O’Malley actuó como si no la hubiera oído y metió la maleta en la habitación. Miró a su alrededor y contempló la cómoda con un espejo sin marco, la silla de madera, el suelo de cemento y, por fin, la estrecha cama que más bien parecía un camastro.

—Esto es... minimalista.

Era decididamente espartano.

—Tú y las pri... —se detuvo a tiempo, tenía que dejar de pensar en las concursantes como princesas— ...concursantes estáis en las habitaciones de invitados. El equipo de rodaje, excepto Lauchmann y Daniels, el productor y el director, estamos, bueno..., en las habitaciones de los esclavos.

Como si el viento hubiera cambiado de rumbo, la atmósfera entre ellos se intensificó. O’Malley la miró y sus ojos la abrasaron.

—Es difícil imaginarte como esclava de nadie —la nota ronca de su voz hizo que a ella se le disparase la imaginación.

—No me gusta que me den órdenes. ¿Y a ti?

—Depende de lo que me pidan —respondió él. La miró de arriba abajo—. Y de quién lo pida. Hablando de órdenes... ¿cómo funciona nuestra relación?

—¿Nuestra relación?

—Durante el rodaje.

Claro, hablaba de eso.

—Bueno, necesito que cooperes. Si te pido que estés en algún sitio o hagas algo, ¿podrás hacerlo? Por otra parte, mi trabajo es asegurarme de que estés satisfecho... —eso no sonaba bien— ...que se cumplan tus necesidades... —eso sonaba aún peor; si seguía así él pensaría que iba a ofrecerle su ropa interior con un número de teléfono—. Si necesitas algo, por favor, dímelo.

—¿Cualquier cosa? —él enarcó una ceja oscura y a ella el corazón casi le golpeó las costillas.

—Dentro de lo razonable —respondió, para poner veto a su tono sugerente.

—Intentaré mantener mis peticiones... razonables.

—Te lo agradezco. Y no creo que vaya a parecerte demasiado exigente —pensó para sí que le pasaba algo. No entendía por qué «exigente» le parecía una palabra cargada de connotaciones sexuales.

—Estoy más que dispuesto a cumplir cualquiera de tus deseos. Sólo házmelos saber —Rourke puso la maleta sobre la cama, que no cedió ni un milímetro—. Esta cama es como un ladrillo. ¿Te gusta dura?

Hacía tanto tiempo, que ella ni siquiera se acordaba... y eso no era a lo que él se refería. No sabía cómo, pero Rourke había despertado en ella una energía sexual que creía desaparecida hacía años. Obviamente, no era inmune al despampanante O’Malley, de pie junto a su cama, preguntándole si le gustaba dura. Sólo de pensarlo sentía escalofríos.

—Estoy segura de que estará bien.

—Esto no parece justo comparado con los dormitorios que tenemos nosotros.

—Venga, vamos. ¿Te imaginas a Tara Mitchels aquí? —el padre de Tara era un magnate del petróleo. O quizá de la propiedad inmobiliaria. Todos los padres de las chicas eran magnates de algo, sólo variaba el negocio—. ¿O a alguno de los electricistas durmiendo en la habitación contigua a la de ella?

—Vale. Veo tu punto de vista.

—Además, tenemos un sistema de seguridad digno de Fort Knox. Si algún loco o un grupo terrorista decidiera que necesita dinero rápido, podrían apoderarse de doce rehenes cuyas familias, juntas, tienen más dinero que algunos países enteros, de un solo golpe.

—También había pensado en eso —Rourke asintió con la cabeza—. El estudio se está arriesgando mucho con Una cita con las bellas y ricas.

Portia debió dejar notar su sorpresa ante el comentario.

—¿Qué pasa? —preguntó Rourke.

—Tú eres de su misma clase social.

—Ni por asomo —rió Rourke—. No soy rico. Me va bien, pero nunca estaré al nivel de riqueza de cualquiera de ellas...

—A no ser que te cases con una.

—Nadie ha mencionado el matrimonio, y leí la letra pequeña del contrato. Pero incluso si eso ocurriera, no sería mi riqueza, ¿verdad? Y en lo que se refiere a ser guapo, las braguitas y todo eso, es sólo efecto de los medios de comunicación. Sé bien qué aspecto tengo.

—También lo saben las mujeres de medio mundo. Eres un hombre increíblemente guapo, O’Malley, y me cuesta mucho creer que no lo sepas —lo dijo con voz desapasionada e impersonal, como si hablara del tiempo. En Hollywood, la belleza era una mercancía. Él movió la cabeza de lado a lado.

—Mi hermano es el guapo de la familia.

—Que Dios ayude a las mujeres de este mundo —comentó ella. Por lo visto había otro O’Malley, aún más guapo que él. Tomó nota mental para pasar la información al equipo de relaciones públicas.

En ese momento sonó su teléfono móvil y vio el número de su madre en la pantalla.

—Disculpa. Tengo que contestar a esta llamada —le dio la espalda, rechazándolo a él y a la energía sexual que desprendía. Abrió el teléfono—. Hola.

—Hola, mamá —dijo Danny.

—Hola a ti —caminó hacia la pequeña ventana con vistas a la entrada trasera de la cocina.

—¿Estás ocupada? —el niño había aprendido a preguntar siempre si era buen momento. Cada vez que se iba a un rodaje, llamaba el primer día. Pobre chico. Era increíblemente flexible y resistente, pero le costaba adaptarse cada vez que ella viajaba. Portia estaba deseando cambiar a un trabajo de estudio.

—No, no estoy demasiado ocupada. ¿Qué estás haciendo? —un cocinero con chaqueta blanca salió de la cocina y encendió un cigarrillo.

—Nada. Sólo quería asegurarme de que has llegado bien.

—Sí. La casa es impresionante. Te encantaría.

Charlaron un rato sobre su día y ella le aseguró que lo echaba de menos antes de poner fin a la conversación.

—Te quiero, Danny. Te llamaré esta noche.

Cerró el teléfono y se dio la vuelta. La sorprendió ver a O’Malley aún junto a su cama.

—Sólo tenía que hacerte una pregunta más —cambió el peso de un pie al otro y señaló el teléfono con la cabeza—. ¿Era tu novio?

Portia negó con la cabeza.

—El amor de mi vida —su vida personal era asunto suyo, él podía pensar lo que quisiera de sus palabras. Y tal vez así se bloquearía esa energía, esa corriente eléctrica que parecía transmitirse entre ellos.

—¿Así que no necesitas ir a un programa de televisión para encontrar a alguien especial?

—No —nunca habría dinero suficiente en juego para que ella hiciera algo así—. Tengo a alguien especial esperándome en casa —afirmó. Así todo iría mejor. Sólo tenía que sacarlo de su dormitorio antes de que la asaltaran nuevos pensamientos inapropiados—. Gracias por traer mi maleta. Te veré en la presentación.

Poco menos que lo empujó al pasillo y cerró la puerta. Soltó una bocanada de aire y se dio cuenta de que O’Malley no había llegado a hacer la pregunta por la que se había quedado esperando. Era una lástima, pero había necesitado que se fuera de allí. Tenía la capacidad de invadir su espacio, meterse bajo su piel y hacer que perdiera los nervios.

Abrió la maleta sobre la cama. El aroma de O’Malley flotaba en el aire, o quizá fuera cosa de su imaginación. «¿Te gusta dura?». Se sonrojó. Que Dios la ayudara, se le habían puesto rígidos los pezones al recordar el reto insinuado en sus ojos azul profundo. Le temblaron las manos mientras sacaba la ropa interior de la maleta.

Tenía la sensación de que iban a ser dos semanas muy largas.

Rourke hizo el camino de vuelta por la mansión, fascinado por los detalles arquitectónicos de la casa e inquieto por su encuentro con Portia Tomlinson. Era agradable, aduladora incluso, pero seguía teniendo la impresión de que a ella no le gustaba. No. Eso no era exacto. Era algo a medio camino entre falta de atracción y rechazo. Le había dicho lo guapo que era y, a pesar del tono desapasionado de su voz, había significado más para él que los desmesurados halagos que Nick le había enseñado en la página web. En realidad era patético. Cuando se había reído de él al comentar lo del tanga morado había parecido distinta, más accesible y menos distante, y eso sólo había servido para acentuar su comportamiento de otras veces.

Había notado un gran cambio cuando ella contestó a la llamada... una gran dulzura. Se preguntó qué clase de hombre podía provocar esa expresión en su rostro. Había dicho que quien llamaba, Danny, era el amor de su vida, y Rourke había sentido un pinchazo de algo muy parecido a los celos. Y eso era ridículo, porque ella era terreno prohibido. Estaba a punto de conocer a doce bellas mujeres que estaban allí porque él las interesaba. Entonces, ¿por qué cada vez que estaba en la misma habitación que Portia sentía un nudo en el estómago y una descarga de adrenalina igual que cuando estaba a punto de cerrar un buen negocio?

Era obvio que no había prestado suficiente atención a los consejos de Nick. Por todos los cielos, había estado en su dormitorio... Pero, claro, no podía olvidar que existía un novio, o, como decía ella, amor de su vida...

—Hola otra vez —dijo una voz femenina justo delante de él.

Se detuvo. Había estado a punto de chocar de frente con Jacey.

—Perdona, tenía la cabeza en otro sitio —la sacudió para librarse de la imagen de Portia. Estaba encantado de que Jacey estuviera allí. Sonrió—. Me alegra mucho que vayas a ser la persona tras la cámara en el rodaje.

—Sí, somos los mismos de siempre —ella le devolvió la sonrisa.

—Cierto. Acabo de encontrarme con Portia —dijo él.

—Su dormitorio está al lado del mío. Nos han puesto en las habitaciones de servicio —dijo Jacey—. Eso debería decirte algo sobre nuestro trabajo, ¿no?

—¿De verdad es tan malo?

—Bah, no. Hay formas peores de ganarse la vida.

—¿Cómo empezaste en este negocio? ¿Siempre te han interesado las cámaras? —preguntó él, con interés genuino.

Jacey lo miró con suspicacia, como si le pareciera increíble que estuviese interesado. Él soltó una carcajada al ver su expresión adusta.

—Me interesa de verdad. En cierto modo me recuerdas a mi hermano pequeño.

—¿Le va el estilo gótico?

Rourke soltó otra carcajada al imaginarse a Nick vestido con ese tipo de atuendo. Tendría que estar drogado o muerto.

—No. Le va más bien Ralph Lauren, pero los dos decís lo que pensáis.

Jacey se relajó y empezó a hacerle un resumen de su trayectoria profesional. La transformación fue increíble. Al final, soltó una risita avergonzada.

—Seguro que te he contado mucho más de lo que querías saber.

—No. Me ha parecido muy interesante.

—¿Has mirado alguna vez desde el otro lado de una cámara de grabación?

—Nunca había tenido ninguna experiencia televisiva hasta ahora.

—Podría enseñártelo alguna vez. Después de grabar o algo así. Si quieres. Pero no te sientas obligado.

—Eso sería fantástico. Me encantaría. Sólo tienes que avisarme el día que tengas tiempo.

—Entonces, trato hecho. La cámara da una claridad especial a las cosas... —se detuvo—. Vaya, ya me había embalado otra vez.

—Es obvio que para ti es más que un trabajo. Parece una pasión.

—Sí, eso es —ladeó la cabeza y lo observó—. Sabes, en cierto modo me recuerdas a Digg. Eres real.

—Gracias. Me siento halagado. Parece un gran tipo —no hacía falta ser un genio para darse cuenta de que Digg y Jacey estaban juntos. Eran una pareja incongruente, pero pareja al fin y al cabo. Lo cierto era que después de charlar con Jacey, ya no le parecía tan incongruente la unión.

—No está mal —su mueca desdijo el tono ensoñador de su voz. Miró su reloj—. Cuerno quemado. Tú tienes presentación y yo control de cámara en diez minutos. Portia me cortará el cuello si piensa que llegas tarde por mi culpa.

—¿En serio? ¿Es una jefa dura?

—En realidad no. Pero es puntual.

—Es un poco difícil conocerla. ¿Qué hace para divertirse? —con todo descaro, Rourke intentaba sacarle a Jacey información sobre Portia.

—¿La colada? En serio, no lo sé. Es una persona muy privada. Oye, ¿a qué viene tanto interés por Portia? ¿Doce chicas ricas no te parecen bastante?

—Claro que no. Es decir, claro que sí. Sólo tenía curiosidad porque vamos a trabajar juntos. No me interesa en ese sentido.

En el momento en que las palabras abandonaron su boca, comprendió que eran patentemente falsas.