3,99 €
Por culpa de un ex novio verdaderamente despreciable, Liza Skinner estaba metida en un buen lío. No sólo había perdido su increíble trabajo en el programa de moda en Atlanta, sino también a sus mejores amigas y ¡millones de dólares en la lotería! Pero entonces una cita inesperada con el atractivo doctor Evan Gann le dio un giro a su vida, sobre todo cuando empezó a sospechar que el buen doctor era un poco más atrevido de lo que había creído en un principio. ¡Pero si Evan descubría lo que ella había estado ocultando, las noches pecaminosas que pasaba con él llegarían a su fin!
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 234
Veröffentlichungsjahr: 2025
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
www.harpercollins.es
© 2009 Debbi Rawlins
© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Noches de pecado, Elit nº 446 - febrero 2025
Título original: What She Really Wants For Christmas
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410745797
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Según dice el rumor, Entre nosotras, el programa de televisión de Atlanta presentado por Eve Best que nació hace tres años y que trata temas de sexualidad y actualidad, pronto será emitido por la televisión nacional. Dirigido principalmente a las mujeres y centrado en lo que les preocupa, el programa local ha cosechado una audiencia cada vez mayor y los anunciantes han tomado nota. Mientras habla de los asuntos más punteros y contemporáneos, la energía y la espontaneidad de la señorita Best ha captado la atención tanto de madres como de hijos.
Sin embargo, en los últimos tiempos el programa se ha visto envuelto en una vorágine de publicidad no tan halagüeña. La mayoría ya conocéis la historia del premio de la lotería compartido por varios empleados del programa entre los que se encuentra la señorita Best. Pero lo que esta periodista acaba de saber es que, a pesar de los intentos de mantenerlo todo en silencio, una demanda interpuesta por una antigua productora del programa, Liza Skinner, ha congelado el pago a los ganadores.
Según mis fuentes, la señorita Skinner era un miembro originario del fondo común destinado a la lotería antes de dejar el programa hace aproximadamente un año. Hay cierta confusión en cuanto a si aún había dinero suyo en el fondo común, pero el número 13, el que ella había elegido, estaba entre los seis números ganadores y ella cree que merece el premio.
Liza dejó de leer el artículo y tiró el último número del Atlanta Daily News en el asiento del pasajero de su coche. Cuando llegara a casa, lo echaría a la basura. No había necesidad de torturarse. Las cosas ya estaban en marcha. Pronto todo habría acabado… O eso esperaba.
Se pasó una mano temblorosa por su pelo alborotado e intentó ponerse cómoda, aunque no era muy fácil con esas piernas tan largas. No tenía por qué estar ahí. Su abogado le había dicho que se mantuviera alejada de los estudios donde se grababa Entre nosotras. Por supuesto, no tenía razón para estar ahí, en el aparcamiento y esperando, como una niña pequeña, a ver a Eve o a Jane. Fuera cual fuera el resultado de la demanda, sus amigas no volverían a hablarle.
Y no las culpaba. Lo único que había hecho durante el año anterior había sido causarles problemas. ¿No la habían advertido sobre Rick? Desde el principio supieron que él sería un problema. Habían sido sus mejores amigas desde sexto curso, habían estado más cerca de ella que nadie en el mundo. ¿Por qué no las había escuchado?
Echó la cabeza hacia atrás, sobre la raída tapicería del asiento, y se obligó a respirar. Él había sido su tipo, un chico sexy, salvaje y algo peligroso, y había pensado que era el hombre de su vida, aunque al final resultó ser más peligroso de lo que se había imaginado.
Captó movimiento y giró la cabeza a tiempo de ver a una mujer saliendo del edificio, cuyo cabello rubio claro resplandecía bajo el sol. Se parecía a Nicole, la productora de Entre nosotras que la había sustituido, la mujer que iba a quedarse con la parte que le correspondía del dinero de la lotería… A menos que la demanda se zanjara con éxito.
¿Pero por qué no le daban el dinero? Aunque le dieran su parte, seguirían siendo asquerosamente ricos. Cerró los ojos para bloquear la imagen de esa mujer que avanzaba hacia un descapotable rojo: un recordatorio de lo mucho que había perdido. Sólo un mes más y todo habría acabado.
Aunque, si tenía agallas suficientes, podría ir a hablar con Eve y Jane en ese mismo momento y confesarlo todo. La respiración se le aceleró y lentamente abrió los ojos. ¿Podía ser así de sencillo? ¿Después de haber estado casi un año vendiendo su alma? ¡Ja! Sin duda, confesar sería un buen lavado de conciencia, pero eso no resolvería nada. Eve seguiría estando expuesta a la humillación pública y todo sería culpa de ella.
Se miró las cutículas; ya ni siquiera podía permitirse una manicura. La pequeña herencia que había recibido tras la muerte de su padre el año anterior ya casi había desaparecido y tenía que pagar el alquiler, las costas del abogado y un millar de cosas más. Pero lo que más lamentaba era el dinero que Rick se había gastado en cigarrillos, en alcohol y en drogas. Un dinero que ella podría haber empleado para comprarse un coche más decente o para vivir en un barrio mejor.
Tal vez cuando todo eso acabara podría encontrar un empleo decente, aunque nunca sería como el que había tenido en Entre nosotras. Eso sí que había sido un trabajo de ensueño. Uno de esos que se encuentran una sola vez en la vida. Lo sabía porque había formado parte de él desde el principio. Recordaba esos locos días de quince horas de trabajo cuando ninguno sabía lo que estaba haciendo, pero aun así seguían adelante y se ocupaban de las tareas que les habían sido asignadas con una pasión y una entrega que suplía todo lo que les faltaba de experiencia.
Y su duro trabajo se había visto recompensado. El programa era un éxito absoluto. Liza debería estar disfrutando del mejor momento de su vida, pero ya no formaba parte de las vidas de sus amigos ni del programa. Y todo por su estupidez. Incluso aunque Eve y Jane la perdonaran con el tiempo, dudaba que ella pudiera perdonarse a sí misma.
Cuando Eve salió del edificio de ladrillo rojo, Liza se mordió el labio. Se le hizo un nudo en el estómago al ver el radiante rostro de su amiga. Y tras ella iba la razón: un hombre alto, guapo y moreno que le había puesto la mano en la espalda al salir por la puerta.
Había oído que Eve había encontrado a alguien, Mitch Hayes, el representante de una cadena de televisión que había querido firmar un contrato con Entre nosotras. Parecía feliz. Más feliz de lo que Liza había sido nunca.
Maldita sea. De ningún modo involucraría a sus amigas. Seguiría adelante con la demanda para llegar a un acuerdo, le daría dinero a Rick y después desaparecería. Empezaría una vida nueva donde nadie la conociera, donde nadie la considerara escoria.
Y nunca volvería a ver a sus amigas.
Cerró los ojos y los apretó con fuerza para contener esas lágrimas que amenazaban con salir. Al menos Eve se ahorraría una humillación. Cuando se le escapó una lágrima, enfadada, se la secó. Llorar no resolvería nada. Llorar nunca había resuelto nada. Y nunca lo haría. Se frotó los ojos, indignada ante esa muestra de debilidad.
Y entonces oyó algo. Unos golpecitos. En la ventanilla del coche.
Abrió los ojos y giró la cabeza hacia el sonido. Un hombre con el pelo negro y corto y unos ojos marrones cargados de preocupación la estaba mirando. Tardó un momento en reconocerlo… el médico que trabajaba como asesor de la serie que se rodaba en el estudio contiguo a Entre nosotras. El doctor Evan algo. En una ocasión le había pedido salir a almorzar con él, pero lo había rechazado. Era tranquilo y conservador. Definitivamente, no era su tipo.
Se secó los ojos, enfadada por que la pudiera haber visto llorar. Cuando él le hizo un gesto para que bajara la ventanilla, se vio tentada a ignorarlo, pero eso sólo empeoraría las cosas y lo último que necesitaba era hacer una escena delante de la cadena.
Ya tenía mucha suerte de poder tener un coche, no tenía el lujo de ventanillas automáticas y por eso la bajó manualmente. Él asomó la cabeza, con la mano en lo alto de la puerta, y sonrió. Ella no.
—Hola, Liza —se detuvo—. ¿Te acuerdas de mí?
Ella frunció el ceño deliberadamente y sacudió la cabeza. Tal vez así él se avergonzaría y la dejaría sola.
—Evan Gann —señaló con la cabeza hacia el edificio—. Del estudio contiguo al de Entre nosotras.
—Ah, sí. Eres el médico consultor de la serie.
Él asintió.
—Hacía mucho que no te veía.
—Soy persona non grata por aquí. Seguro que ya lo has oído.
—Ya, la demanda. Aunque no conozco los detalles…
—¿Querías algo?
Él curvó la boca en una sonrisa tan tolerante que resultaba irritante.
—Me ha sorprendido verte. Oye, ¿te gustaría ir a tomar algo algún día?
—¿Por qué?
—¿Porque eres atractiva y me gustas? —dijo riéndose.
¡Vaya! Ese tipo sí que tenía agallas. Podrían despedirlo por hablar con ella. Frunció el ceño. No, ese hombre no tenía agallas porque era un tipo corriente y demasiado formal.
—Ahora mismo tengo muchas cosas de las que ocuparme —se dispuso a subir la ventanilla y cuando él no se movió, añadió—: ¿Te importa?
—¿Por qué no apuntas mi número para cuando tengas tiempo? Te invito a cenar.
—Mira, Evan, eres un chico muy agradable, pero…
—Creía que no te acordabas de mí —esa sonrisa provocadora y burlona despertó algo en el interior de su pecho y casi la hizo sonreír.
—Nos vemos —dijo y, en esa ocasión, cuando hizo otro intento de subir la ventanilla, él apartó la mano de la puerta y dio un paso atrás. Liza arrancó el motor, salió del aparcamiento y se alejó sin mirar atrás.
Evan se metió la mano en el bolsillo del pantalón, sacó las llaves del coche y lo abrió con el mando a distancia. Su Camry plateado estaba aparcado justo al lado de la plaza que Liza había dejado vacía. Ésa era la razón por la que la había visto sentada detrás del volante del pequeño coche blanco y llorando. Sin embargo, había tenido la astucia de no mencionarlo. Por lo que sabía de ella, no era la clase de mujer que se permitía derramar lágrimas. Es más, según lo que había oído por la cadena, siempre había sido más propensa a expresar su furia o dolor con alguna que otra palabra malsonante.
Hasta hacía un año, Liza, Eve y Jane habían sido inseparables. Él había admirado su lealtad y amistad. El programa estaba despegando gracias a la carismática personalidad de Eve y a la creatividad de Liza. Y entonces, de repente, Liza había desaparecido. Nadie parecía saber por qué se había marchado o adónde había ido, y tenía que admitir que sentía cierta curiosidad.
Sobre todo porque Liza le había gustado desde la primera vez que la había visto. Estaba dirigiéndose al set deLatidos, la serie sobre médicos para la que trabajaba como asesor, cuando se había chocado con ella. Ella, con una taza de café en la mano, estaba hablando con alguien y mirando hacia atrás y no lo había visto doblar la esquina. Sonrió al pensar lo mal que debía de haberse sentido Liza cuando comenzó a usar su servilleta para limpiarle el traje, a pesar de dónde estaba la mancha. Cuando finalmente Liza se había dado cuenta de que presionar la servilleta contra su entrepierna no era lo más apropiado, lo había mirado, se había disculpado y le había dicho que le diera la factura de la tintorería.
Ni tartamudeos ni comentarios estúpidos. Ella no era como la mayoría de las mujeres que había conocido, ya fuera en la cadena o en las cenas que celebraban sus bienintencionados amigos, siempre tan dispuestos a encontrarle una esposa. Liza era franca hasta el final y eso le gustaba. Por lo general, prefería rubias bajitas, lo cual hacía que su atracción por ella fuera de lo más curiosa, ya que Liza era alta y tenía una alborotada melena castaña.
Pero eso no importaba. La había invitado a almorzar en una ocasión y ella le había rechazado con esa franqueza que la caracterizaba. Sin excusas, sin mentiras piadosas. Solamente una negativa directa que le dijo que no volviera a pedírselo otra vez. Después de eso, se produjeron intercambios ocasionales de saludos cuando se cruzaban en el vestíbulo o en el aparcamiento.
Al darse cuenta de que aún seguía mirando hacia el lugar por donde hacía un rato se había alejado ella en su coche, abrió la puerta de su Camry y se sentó detrás del volante. Eve había salido del edificio delante de él, aunque estaba claro que ella no era la razón por la que Liza estaba allí. Pero entonces, ¿por qué había ido? Y lo más importante, ¿por qué le importaba a él? Esa chica no había hecho más que rechazarlo de nuevo.
Era tan tarde cuando Liza llegó a casa que ya no quedaban aparcamientos en su edificio y tuvo que aparcar a una manzana de su apartamento. Con un suspiro, apagó el motor y agarró la bolsa de hamburguesas que había comprado. Odiaba dejar la camioneta en la calle, sobre todo en ese barrio tan malo. Con suerte, los ladrones se irían a por el bonito y nuevo sedán negro que había aparcado delante de ella.
No era que le encantara esa porquería de coche de segunda mano, pero si algo le ocurriera, no podría permitirse comprar otro, mientras que Rick había insistido en comprarse una Harley Davidson utilizando su dinero. Era sorprendente que no hubiera destrozado la moto ya, aunque a ella no le importaría. Es más, en su interior y en los momentos de mayor tensión, deseaba que lo hiciera. No era necesario que Rick muriera en el accidente, pero sí que podría pasarse en coma unos cinco años.
Disminuyó el ritmo de sus pasos al pensar en que él vivía en el apartamento que había justo al lado del suyo y que, si miraba por la ventana, la vería subiendo las escaleras. Inevitablemente, saldría y la acribillaría a preguntas sobre dónde había estado. Su vocabulario sería repugnante y no le importaría que nadie lo oyera. Pero si tenía suerte, no se daría cuenta y no tendría que verlo hasta el día siguiente.
Suspirando, subió los primeros escalones con la mirada fija en la puerta de Rick, rezando, esperando poder tener una noche tranquila. Todo iba bien hasta que…
—Hey, Liza, ¿qué llevas en la bolsa?
Al oír la aguda voz de Mary Ellen, su nueva vecina, le indicó que no hiciera ruido mientras miraba de reojo hacia la puerta de Rick y subía corriendo el resto de los escalones hasta el tercer piso.
Apoyada sobre la barandilla adornada con luces de Navidad, Mary Ellen esperó obedientemente con la boca cerrada hasta que Liza se unió a ella.
—Creo que está dormido —dijo la joven con ese extraño acento.
Decía que su hija y ella eran de Misisipi, pero Liza tenía sus dudas. Los residentes del complejo de apartamentos no eran precisamente miembros de la clase de alta. Al menos una vez a la semana oía un disparo cerca o veía a la policía llevándose a un novio o marido maltratador. Pero el alquiler era barato y, ya que tenía que mantener su casa y la de Rick, eso era lo mejor que podía permitirse.
Rick pensaba que era estúpido vivir separados, sobre todo porque quería controlarla en todo momento, pero a ella no le importaba acabar arruinada pagando los dos apartamentos. Ya era terrible que intentara controlar todos sus movimientos como para encima tener que verle la cara constantemente.
Llegó al rellano del tercer piso y miró hacia la ventana abierta de Rick. Por supuesto, estaba tumbado sobre el raído sofá marrón que habían comprado en una tienda de segunda mano. Sobre la mesa, había una botella de vodka vacía, pero ella sabía que consumía algo más que alcohol. Bien. Tal vez podría tener una cena tranquila con Mary Ellen y su hija.
—Te lo he dicho—Mary Ellen inclinó su cabeza rubia hacia el apartamento de Rick, pero su mirada estaba fija en la bolsa del local de comida rápida.
—¿Tienes hambre?
—Me muero de hambre.
—He comprado hamburguesas para Freedom y para ti.
Mary Ellen esbozó una amplia sonrisa que reveló la falta de una muela, algo que no podía notarse con facilidad, ya que rara vez sonreía.
—Qué rico. Creí que tendríamos que volver a comer macarrones con queso —se giró, se colocó dos dedos en la boca y emitió un agudo silbido.
Con temor, Liza dio un paso atrás y miró por la ventana de Rick. Seguía dormido. Por el contrario, Freedom sí que había oído el silbido de su madre y subía las escaleras.
—Hola, Liza —la niña de ocho años estaba cubierta de barro.
—¿Vamos a cenar ya? —le preguntó a su madre, mirando la bolsa de comida con unos ojos azules cargados de esperanza.
—Liza nos ha comprado hamburguesas.
—Qué bien. ¿Y patatas también?
Liza abrió la puerta de su apartamento.
—Se habrían enfriado.
—Igual que las hamburguesas —dijo Freedom con una lógica aplastante.
—Es verdad —añadió Mary Ellen y su gesto acentuó la cicatriz que tenía bajo el labio inferior.
Con un suspiro, Liza las invitó a pasar y fue directa al microondas. Comer patatas fritas frías no era lo mismo, pero Liza no quería discutir sobre el tema con ellas. Quería que comieran y se marcharan. Es más, debería haberles dado la comida para que se la llevaran a su apartamento, pero tenía debilidad por Mary Ellen y por su hija.
Por muy penosa que resultara su casa con su pintura barata y su moqueta verde oliva, ellas dos vivían en un apartamento más barato y pequeño todavía. Mary Ellen aún debía dos meses de alquiler porque sus cheques del subsidio no cubrían todos sus gastos. Con su pronunciada cojera, tenía problemas para encontrar un trabajo con el que sustentar a las dos. Liza nunca le había preguntado por la cojera, pero creía saber qué era lo que se la había provocado.
Cuando terminó de calentar las hamburguesas, Mary Ellen ya había puesto servilletas sobre la pequeña mesa. En ella sólo cabían dos y por eso Freedom se sentó sobre la rodilla buena de su madre. La pequeña devoró la hamburguesa y se quedó mirando otra. Liza se la dio y deseó haber comprado más de cinco. Cuando Mary Ellen se terminó la suya, Liza le ofreció la última.
—¿Qué pasa con Rick?
Resultaba increíble cómo oír ese nombre podía hacerle un nudo en el estómago o erizarle el pelo de la nuca.
—¿Qué pasa con él?
—¿No va a comer nada?
—Ni lo sé ni me importa.
Mary Ellen se la quedó mirando con extrañeza.
—¿Y por qué sigues con él?
—No estoy con él —recogió los envoltorios y los arrugó en la mano al levantarse. Ya había visto esa mirada antes en Mary Ellen en las desafortunadas ocasiones en las que Rick estaba borracho y le había gritado desde la puerta de su apartamento mientras ella intentaba subir las escaleras sin hacer ruido. Pero no tenía la intención de hablar de sus problemas con Mary Ellen. Ni con nadie.
—Entonces, ¿por qué vives a su lado? —le preguntó la otra mujer.
Liza aprovechó mientras tiraba los papeles a la basura para serenarse. Si se hubiera tratado de otra persona, le habría dicho que se metiera en sus asuntos, pero teniendo delante la triste mirada de Mary Ellen, no podía hacerlo.
—Es complicado —dijo finalmente.
—Lo que significa que no quieres hablar de ello —murmuró la pequeña, con la boca llena.
—Freedom —la reprendió Mary Ellen—. Ésta es una conversación de mayores. Estate callada.
Liza contuvo una sonrisa. La pobre niña sería como ella algún día. Insolente y siempre metida en algún problema.
—Fuiste a la universidad, ¿verdad? —le preguntó Mary Ellen.
Liza asintió lentamente, no le gustaba la conversación.
—Eres tan guapa y lista que no entiendo por qué vives en una pocilga como ésta.
Era cierto. Era muy lista. Tan lista que había permitido que la chantajearan.
—Mira —dijo Liza mirando brevemente a Freedom, que había empezado a relamerse los dedos—, no creo que quieras empezar un interrogatorio.
Mary Ellen bajó la vista hacia sus estropeadas manos.
—No —dijo en voz baja antes de aclararse la voz y levantarse de la mesa—. Freedom, vamos. Tenemos que irnos. Gracias por la cena, Liza.
—Hasta luego —dijo Liza, viéndolas salir por la puerta desde la pequeña cocina.
Mary Ellen no había pretendido molestarla; tenía una vida muy solitaria y probablemente sólo había querido charlar un poco.
Pero no estaba de humor. Todo había salido mal. Jamás debería haber permitido que el chantaje llegara tan lejos, pero se había asustado y todo se le había escapado de las manos antes de ni siquiera saber qué había sucedido. Ganar la demanda la salvaría, si hacía las cosas bien.
Fue hacia el sillón y se sentó con cuidado de evitar el muelle roto que había en el centro. ¿Se le pasaría ese dolor de cabeza algún día? Se echó hacia delante, apoyó los codos sobre las rodillas y se cubrió la cabeza con las manos. Necesitaba unas aspirinas, pero eso significaba salir a comprarlas. De ningún modo. Se quedaría donde estaba para disfrutar de ese momento de paz y tranquilidad mientras la borrachera mantuviera a Rick dormido.
Ir a la cadena había sido mala idea. Lo había sabido desde antes de subir al coche, pero ésa era la clase de comportamiento irracional que ya no podía controlar. Y ni siquiera había salido del coche, gracias a Evan Gann. ¿La gente no sabía cómo meterse en sus propios asuntos?
Si hubiera entrado en el estudio, habría sabido si estaban considerando llegar a algún otro acuerdo, ya que Rick había rechazado la última oferta que le habían hecho. Aunque tal vez le habría dado igual porque desde que había intentado sacarle información a Zach Hass, el nuevo cámara, seguro que a todo el mundo mencionado en la demanda les habían advertido que no hablaran con ella. Por lo que sabía, los de seguridad ni siquiera la habrían dejado entrar. A menos que…
Levantó la cabeza bruscamente.
Evan Gann. Él podía meterla dentro. Nadie la detendría si iba con él. Maldita sea. ¿Por qué no había anotado su número de teléfono? Gruñendo, se puso de pie y fue a por su teléfono móvil. Deseaba con todas sus fuerzas que lo tuviera en la agenda.
A las cuatro menos cuarto, Evan salió del estudio unos instantes para llamar a su consulta. Dada su labor como asesor de la serie, sólo veía a los pacientes tres días a la semana, pero inevitablemente en las raras ocasiones en las que quería tener algo de tiempo libre surgía alguna emergencia que lo tenía ocupado el resto del día. Afortunadamente, esa tarde estaba libre para ver a Liza.
Qué gran impacto había sido que le llamara la noche anterior, y precisamente por eso llevaba nervioso todo el día. Las tomas habían salido mal y habían tenido que repetirlas tantas veces que temía que no hubieran terminado para cuando ella llegara a las cuatro y cuarto. Finalmente había ido a hablar con la ayudante de dirección y le había dicho que tendría que salir a las cuatro, pasara lo que pasara.
No entendía por qué Liza había decidido verlo. El día anterior no había dado ninguna muestra de estar interesada, así que, ¿a qué se debía ese repentino cambio de opinión? ¿Y por qué quería quedar en el estudio? Resultaba extraño que quisiera dejarse ver por allí otra vez.
Y más extraño todavía que él aún estuviera interesado en ella. Sobre todo en esa época del año. Desde lo sucedido con Angela, no le gustaba la Navidad. Así que, ¿qué tenía Liza? No podía evitar la atracción, tenía que tratarse de algo químico. Las feromonas, tal vez. O tal vez tenía debilidad por las mujeres que lloraban. Sentía una irritante necesidad de rescatarlas.
Miró el reloj y vio que la ayudante de dirección se había dado cuenta. Le hizo una señal con la cabeza y él no se lo pensó dos veces antes de agarrar su chaqueta y salir del set de grabación. Iba con tiempo, pero llevaba una afeitadora eléctrica en la guantera del coche y quería usarla. No lograba acabar el día sin que una sombra negra le cubriera la barbilla.
Había cruzado el vestíbulo cuando oyó a la recepcionista decir su nombre. Melinda no se encontraba en su puesto habitual, sino que estaba decorando un árbol en una esquina de la entrada. Era rubia, bajita y muy guapa y no se intimidaba a la hora de demostrar su interés por él, pero era demasiado joven y tal vez algo descarada para su gusto. Además, le recordaba a su ex prometida.
—Justo a tiempo, Evan —dijo alegremente, con una brillante estrella en la mano y de pie sobre una escalera baja—. No puedo llegar arriba —y le hizo la demostración alzándose tanto que prácticamente todo el mundo que estaba en el vestíbulo pudo ver que llevaba ropa interior rosa de encaje.
Evan la miró a los ojos a la vez que avanzaba hacia las puertas dobles.
—¿Dónde está Leroy? —el ex jugador de baloncesto que se había hecho guardia de seguridad no necesitaría la escalera.
—No lo sé —respondió ella con aire petulante—. ¿No puedes ayudarme?
—Llego tarde —vaciló y miró hacia las puertas de cristal—. Está bien.
Ella sonrió y le dio la estrella antes de bajar lentamente por la escalera con un movimiento de caderas muy seductor.
El árbol medía más que él y no se atrevía a colocar la estrella sin usar la escalera. Subió un par de peldaños y sintió la cabeza de Melinda cerca de su muslo derecho. La miró.
—Estoy sujetándote la escalera —dijo ella guiñándole un ojo.
Él la ignoró, colocó la estrella en lo alto del árbol y bajó apresuradamente.
—Te marchas pronto.
—Tengo que irme —dijo al ver a Liza entrando en el aparcamiento.
—¿Tienes una cita o algo parecido? —le preguntó ella con tono provocador.
—Sí —respondió él saliendo del edificio sin girarse para mirarla.
El cielo estaba más oscuro y el aire era más frío que cuando había llegado a media mañana. Se abrochó la chaqueta mientras caminaba con la mirada fija en la destartalada