Noches de placer - Jule Mcbride - E-Book

Noches de placer E-Book

Jule McBride

0,0
3,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Edison Lone era un tipo solitario capaz de descifrar cualquier tipo de código secreto. Sin embargo, estaba teniendo muchos problemas para entender el erótico diario de la sospechosa Selena Silverwood. Leer las ardientes fantasías de una secretaria de aspecto tan normal era más de lo que cualquier hombre podía soportar. Edison no había podido evitar sentir por ella algo parecido al amor. Ahora, además, tendría que salir con ella para intentar sacarle, ayudado por su encanto, los secretos que se suponía que ocultaba...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 205

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Julianne Randolph Moore

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Noches de placer, n.º 203 - julio 2018

Título original: Night Pleasures

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

I.S.B.N.: 978-84-9188-859-8

Prólogo

—Tenemos problemas —dijo ella sin apenas mover los labios mientras hacía que mordisqueaba un sándwich—. Debemos deshacernos de Edison Lone. Inmediatamente.

Él estaba sentado junto a ella en un banco del parque, vistiendo uno de sus trajes a medida, el uniforme que lo identificaba como lo que era, un importante traficante de influencias en una de las ciudades más sedientas de poder de Estados Unidos. La voz ronca y sensual de la mujer le hizo estremecerse de pies a cabeza, y decidió que algunos hombres se sentirían amenazados por su sensualidad primitiva, otros por su inteligencia, y algunos incluso por el poder que esa mujer tenía en Washington; a él sencillamente lo excitaba.

Él era su amante, y cada palabra que salía de sus labios tenía en él el efecto de un afrodisiaco. Sin prisas, el hombre pasó la página de la sección de anuncios del periódico gratuito de la mañana.

—¿Alguna sugerencia sobre cómo deshacernos de Lone?

—Bueno —ronroneó ella—. Tengo unas cuantas.

—¿Quieres contármelas?

—Solo si te portas bien.

En ese instante, le volvió a la mente la imagen de la mujer la noche anterior, saliendo desnuda de la piscina octogonal de su finca de Arlington, y le costó disimular su agitación.

—Anoche me porté bien, ¿no?

—O mal, según se mire.

—Lo miré desde todas las perspectivas posibles.

—Quieres decir que me miraste a mí desde todos los ángulos posibles —murmuró ella.

—Eso también. Y no te oír protestar en ningún momento.

Ella dejó de sonreír.

—No. Pero ambos empezaremos a protestar si Edison Lone averigua algo más del asunto en el que estamos metidos.

En realidad, los juzgarían por traición. Él levantó la vista del periódico y miró hacia la Avenida de Pennsylvania.

—Y hablando de poner en peligro, ¿estás segura de que no te han seguido?

Aunque se relacionaban a nivel profesional, jamás los habían visto juntos en sus ratos libres ni en ningún evento social.

—Por supuesto que no. Pero teníamos que vernos. El teléfono nunca es seguro. Y es necesario que nos libremos de Lone.

—¿Para siempre?

Ella se quedó pensativa.

—No... Al menos aún no. Eso podría levantar sospechas.

—¿Más adelante?

—Más adelante, si fuera necesario, ya trazaremos... algún plan.

—¿Un plan drástico? —repitió, sintiendo de repente un escalofrío por la nuca—. ¿Crees que ese hombre es un peligro tan grande para nosotros?

—Podría descubrir lo que estamos haciendo. Es el mejor descifrando códigos de todo Washington.

Edison Lone también había sido un niño prodigio, que se había graduado en Harvard siendo aún muy joven. También era más patriótico que George Washington.

—Algunos dicen que enviaría a sus propios hijos a la silla eléctrica si pensara que estaban atentando contra las leyes de los Estados Unidos.

—A sus propios hijos no, porque no los tiene. Ni ex esposas. Es un soltero empedernido —

le informó ella.

—Tal vez hayamos dado con su talón de Aquiles. Con suerte, seguramente será homosexual en secreto. Podríamos utilizar eso en contra de él, ¿no te parece?

—¿Edison Lone homosexual? —ella estuvo a punto de ahogarse—. Ese tipo exuda tal cantidad de testosterona, que no me extrañaría que tomara algún suplemento.

—He dicho en secreto.

—Todo el mundo sabe que a Lone le gustan las mujeres.

—¿Y tú lo sabes?

—Tan solo te estoy diciendo algo que todo el mundo sabe de ese hombre.

Él suspiró con fuerza, bien al corriente del grueso expediente de Lone. A sus treinta y cinco años, con su más de metro ochenta de estatura, su cabello negro como el azabache y sus ojos azules, Lone había sido un niño huérfano cuyas aptitudes académicas habían destacado tanto ya en el colegio, que había terminado recibiendo la mejor formación universitaria gracias a la subvención de distintos benefactores privados. Extraoficialmente, Edison Lone tenía fama de ser uno de esos hombres que atraían a la mujeres como la miel a las moscas.

El hombre volvió a suspirar. Había albergado sinceras esperanzas de que Edison Lone fuera homosexual. Pero incluso él había oído los rumores que circulaban por Washington en boca de muchas mujeres, y que decían que Lone era maravilloso en la cama.

La voz sensual de la mujer interrumpió sus pensamientos.

—Está convencido de que alguien está utilizando los anuncios clasificados para establecer contactos y vender información de la IBI, así que podría adivinar que somos nosotros. Esta mañana dijo que podría contarles lo que sospecha a los del CIIC.

—Si el CIIC se pone a investigar, estamos perdidos. ¿Intentaste disuadirlo?

Ella asintió.

IBI eran las iniciales de Internal Bureau of Information, la organización que empleaba a Edison Lone. El CIIC, Center for International Informational Control, era la organización que vigilaba a la IBI.

—Será mejor que hagamos algo pronto —dijo ella—. De otro modo, él se dará cuenta de que estamos vendiendo información de la base de datos de la IBI.

La base de datos incluía planes estratégicos para cada posible situación de emergencia a nivel nacional, desde un desastre científico a un ataque nuclear.

—Tenemos que librarnos de Lone —repitió ella—. Y sin que nadie se fije en el trabajo que ha estado realizando todo este año pasado.

—Todo lo que necesitamos es una semana; después podremos salir del país.

—Solo una semana —concedió ella.

Él pensó en sus nuevas identidades, pasaportes y disfraces; en el complejo amurallado que habían comprado en Bali, con sus playas privadas de arenas blancas y aguas cristalinas.

—Hemos trabajado demasiado como para dejar que nadie se interponga ahora en nuestro camino.

—¿Podríamos conseguir que a Edison Lone le asignaran un caso que lo mantuviera ocupado? ¿Aunque solo fuera durante una semana? —preguntó ella.

—Si estás segura de que no es homosexual, tengo una solución.

Ella arrugó el entrecejo, confundida.

—¿La distracción será femenina?

Él asintió.

—Se llama Selena Silverwood.

—No he oído hablar de ella.

—Por supuesto que no. Es una secretaria del IBI.

—Se las llama administrativas —le recordó ella con la diplomacia que la caracterizaba.

Él se encogió de hombros.

—Como sea. El caso es que ha estado llevando al trabajo un diario erótico muy personal...

—¿Un diario erótico? ¿A la oficina? —ella lo miró con sorpresa—. ¿Por qué?

—Una editorial de Nueva York va a publicar sus fantasías eróticas en un libro titulado Noches de Placer. Originalmente era un diario en el que anotaba sus fantasías más íntimas.

—¿Fantasías?

Él asintió.

—Relacionadas con los encuentros sexuales entre una cortesana francesa y un misterioso marqués. El libro se publicará en junio, y los editores le han pedido que prepare la edición de la novela. En fin, como está trabajando en otra cosa que no son los documentos de la IBI durante las horas de trabajo, el diario llegó a oídos de nuestra sección. Naturalmente, tuvimos que investigarla.

—Naturalmente —ella sonrió—. Por si acaso hubiera estado sustrayendo información del IBI.. ¿Y qué encontrasteis?

—Las cartas de la revista Penthouse no son nada comparadas con el diario de esta chica.

—¿Tan tórridas son sus fantasías?

—El mismo diablo se sonrojaría si las leyera.

—¿Y crees entonces que esta mujer puede mantener distraído a Edison Lone durante una semana?

Él contestó evasivamente.

—Selena Silverwood no es para tanto.

Ella suspiró con exasperación.

—A Edison Lone le gustan las mujeres guapas.

—Cierto. Pero hay algo que le gusta más que eso.

—Claro... —adivinó ella—. Las claves que otras personas no hayan logrado descifrar. Pero todavía no te sigo.

Él sonrió.

—Haremos una copia del diario erótico de Selena Silverwood y le diremos que está escrito en clave secreta. Fingiremos que el CIIC cree que ella está utilizando esas ardientes historias para sacar clandestinamente importante información de la IBI.

Ella negó con la cabeza.

—Demasiado enrevesado. ¿De verdad piensas que podemos hacer creer a nadie que las fantasías eróticas de una mujer son en realidad un código secreto?

—Cosas más raras han ocurrido en Washington.

—Cierto —ella sonrió—. Y si funcionara, Selena Silverwood podría ser sospechosa de haber sacado información de la IBI.

—Aunque sea poco tiempo, me parece perfecto —contestó él—. Solo necesitamos mantener ocupado a Lone durante una semana. Lo suficiente para que deje de analizar esos anuncios clasificados, y no empiece a sospechar de nosotros.

Ella no parecía muy convencida.

—No sé. Es demasiado listo para tragarse el cuento, ¿no crees?

—No, si le metemos en la cabeza que esa mujer podría ser una traidora.

Otra sonrisa pausada se dibujó en sus labios.

—Tienes razón. Su debilidad es definitivamente su patriotismo exacerbado. Si ve que el CIIC está implicado, tal vez nos crea. Además, no nos queda otra alternativa que intentar este plan —suspiró—. ¿Sabes por qué te quiero?

—¿Porque soy un tipo genial y de conducta desviada?

Ella asintió.

—Sí. Y porque Edison Lone, por mucho que haya disfrutado a veces de su compañía, está empezando a ser una espina que tengo clavada. Sabía que podrías deshacerte de él.

—Cariño —murmuró—, una rosa como tú no debería tener jamás ninguna espina.

1

Eso era lo que le más le gustaba de las palabras, pensaba Edison Lone. A diferencia de las mujeres, las palabras venían con manuales de normas y regulaciones. Los diccionarios y los libros de Gramática le decían a uno cómo hacerse con ellas. Eran fiables. Previsibles.

Y porque odiaba ver las palabras cortadas y unidas, como tan a menudo le pasaba mientras descifraba códigos para el gobierno, solía mostrarse extremadamente cuidadoso a la hora de hablar. Emitió una larga y sucinta ristra de expletivos.

Su jefa, Eleanor Luders, se mostró vagamente alarmada.

—¿Cómo dices?

—Vamos —se burló, horrorizado de que alguien le pidiera que investigara a una administrativa de tan bajo nivel como Selena Silverwood en ese momento—. No necesitas un profesional en descifrar códigos para este trabajo, ¿verdad?

Su mirada recorrió la mesa de conferencias y se detuvo en Eleanor, una mujer alta con una melena rubio platino que le caía por los hombros. Ese día vestía un traje de chaqueta y falda de color gris. Después, se fijó en el jefe de Eleanor, Newton Finch, un hombre de unos cincuenta años que vestía un arrugado pantalón gis de raya diplomática; y finalmente en el jefe de este último, Carson Cumberland, que parecía el doble de James Bond, en la versión de Pierce Brosnan, que también vestía de gris. Vistos juntos, formaban un trío tan alegre como el cielo plomizo de Washington en aquel mes de abril.

—¿Quieres sentarte? —le preguntó Eleanor, ignorando su pregunta.

—Me encantaría —en lugar de hacerlo, Edison continuó hablando—. Como iba diciendo, encontré unos anuncios sospechosos en la sección de anuncios personales de uno de los periódicos gratuitos. Los anuncios son de sadomasoquismo, pero las referencias para ponerse en contacto, con quién, dónde y cuándo, me han convencido de que alguien está utilizando los anuncios para negociar la venta de información confidencial; tal vez de la IBI.

Newton parecía preocupado.

—¿Tienes alguna prueba?

—De haber sido así, habría tomado más medidas.

La mirada de Eleanor le recordó su deber de no suscitar el antagonismo de sus superiores. Pero él decidió ignorar esa mirada.

—Pero tengo una corazonada —añadió, decidiendo que no había nada que odiara más que malgastar el dinero de los impuestos—. De modo que ponerme a investigar a una administrativa sería una pérdida de tiempo. Miren... —suavizó el tono, intentando ser diplomático—. Olvídense de Selena Silverwood. Emplearé mucho mejor mi tiempo si continúo analizando los anuncios.

El repentino destello de coqueteo en los ojos claros de Eleanor hizo que Edison se arrepintiera de haberse acostado con ella siete años atrás. Había sido en una fiesta de navidad de la oficina, cuando él no era más que un joven inexperto que llevaba poco tiempo en la IBI. En aquella época, Eleanor trabajaba en una sección distinta a él. Edison jamás se habría imaginado que acabaría siendo transferido a la misma sección en la que estaba Eleanor años después, y en esos momentos se alegró de su reciente matrimonio.

—Siempre has demostrado ser especialmente intuitivo —ronroneó ella, sin que su matrimonio influyera lo más mínimo para eliminar aquel tono sugerente que utilizaba con él—. Desde el principio aprendí a confiar en tus instintos. Son... como los de un animal. Incluso el presidente se quedó impresionado de cómo cazaste a ese venezolano la semana pasada.

—Me da la sensación de que está a punto de ocurrir algo importante —dijo Edison, haciendo caso omiso de su coqueteo—. ¿No pueden asignar este asunto de Selena Silverwood a Tom? ¿O a Steve? ¿O a Gary Hughes? ¿No descifró Hughes los códigos de las instalaciones militares sirias?

—Gary es bueno —reconoció Eleanor—. Pero tú eres el mejor. Y el presidente se quedó verdaderamente impresionado con el caso de los ordenadores portátiles.

Mientras recuperaba datos de los ordenadores portátiles robados a dignatarios de ultramar, Edison había pillado a un funcionario venezolano sacando información confidencial sobre los espías americanos. Cuando el hombre y su esposa habían sido detenidos, Edison había terminado quedándose con el perro de la mujer.

—¿Cómo está Marshmallow?

—Todavía vivo. Yo lo llamó Eme.

—Qué gracia. Como en las películas de James Bond.

Una placa colgada del collar del animal lo había identificado. En la casa del dignatario venezolano, antes de que Edison se lo llevara a su casa, el perro le había lamido la cara y se había acurrucado junto a él. Desde entonces, se había meado en las alfombras, agarrado a la pierna de una chica a la que Edison había invitado a su casa un viernes por la noche, y mordisqueado sus mocasines favoritos.

—Edison —continuó Eleanor—. Valoramos tu tiempo y nos damos cuenta de que puedes trabajar sin supervisión. Tú eres tu propio jefe aquí, sin embargo, el CIIC nos alertó...

—¿El CIIC quiere que investigue a Selena Silverwood?

—Como ya he dicho —le aseguró—, jamás malgastaríamos tu tiempo.

—La señorita Silverwood ha estado escribiendo un diario en el trabajo, que el CIIC sospecha que podría estar en clave —añadió Newton—. Podría estar utilizando el libro para sacar información confidencial, razón por la cual necesitan tu ayuda.

Carson se apretó el nudo de la corbata con gesto de preocupación.

—¿Y si este hipotético robo está relacionado con esos anuncios clasificados que has mencionado?

En contra de su buen juicio, Edison sintió interés. Retiró una silla y se sentó.

—Enséñenme lo que tienen.

Edison notó el esfuerzo de Eleanor para disimular su alegría mientras abría una consola que había debajo de la mesa y bajaba las luces de la habitación. El panel de una de las paredes se deslizó para dejar al descubierto una pantalla, y Eleanor alzó un dispositivo de control remoto y empezó a pasar una serie de diapositivas en blanco y negro, la mayoría fotogramas tomados por videocámaras disimuladas en el interior de la IBI.

—Selena Silverwood —dijo ella—. Treinta años. Lleva ocho meses trabajando en la IBI y con anterioridad ha estado empleada en distintas empresas públicas.

—Bromeas —dijo Edison entre dientes, entrecerrando los ojos mientras observaba la pantalla.

Cualquier información que necesitara estaría en el expediente de Selena Silverwood, hasta la talla de sujetador, de modo que ignoró el siguiente monólogo de Eleanor y se dejó llevar por su impresión personal. Y desde luego que fue personal, pensaba Edison mientras sentía una repentina e inesperada punzada en la entrepierna. Rápidamente se dio cuenta de que no llevaba anillo de casada, aunque no pudo imaginar por qué podría eso importarle, ya que estaba muy acostumbrado a las preciosas y confiadas beldades que poblaban el distrito de Washington.

Selena Silverwood era tan alta como esas mujeres, al menos un metro setenta y cinco, pero su postura encogida parecía atenuar su escultural y esbelta figura. Se veía por su forma de vestir y de moverse que quería pasar desapercibida a toda costa, ¿pero querría eso decir que era una espía? ¿O simplemente una persona poco segura de sí misma?

Edison sacudió la cabeza, pensando que no sería la primera administrativa que compensaría el bajo salario con la venta de información. Al tiempo que otra inexplicable sensación de deseo tomaba forma y crecía en su interior, Edison se preguntó si su cabello era rojo o castaño, y cómo sería realmente su figura bajo esos vestidos anchos que llevaba. Tal vez le tenía intrigado por su sencillez, porque podría arreglarse más si quisiera. ¿Pero por qué no lo intentaba? ¿Y cómo se comportaría con un hombre? Seguramente agradecida por su interés, pensó. No se enfadaría con él si llegara tarde, o si olvidara llamar, o si no se le ocurría siempre enviar un ramo de flores. Y sin saber por qué, todo ello le llevó a sentir un instinto de protección hacia aquella mujer. Se la imaginó siendo engañada por uno de esos tipos que se aprovechan de las mujeres; y ella parecía tan vulnerable...

—Eleanor, no fastidies —se obligó a decir, interrumpiendo sus pensamientos y apartando la vista del fotograma de Selena—. Se ve que es una mujer muy tímida. Su aspecto no tiene nada de sospechoso.

—Te han engañado antes —le recordó su jefa.

—No tan a menudo.

Pero Eleanor tenía razón. Además, el CIIC jamás se preocupaba por personas que fueran claramente inocentes, y Edison odiaba a los traidores. No había conocido a sus padres, puesto que lo habían abandonado. El estado lo había vestido y alimentado, y cuando Edison había demostrado tener talento, lo habían educado y dado un trabajo. Ese trabajo. Lo cual quería decir que, si el gobierno quería que vigilara a Selena Silverwood, él lo haría con gusto.

—Queremos que la investigues —dijo Eleanor—. A fondo.

Ese último pensamiento unido a la imagen de Selena Silverwood suscitó su curiosidad y le aceleró el ritmo cardiaco.

—Haré lo que pueda.

—Está aquí en el complejo de la IBI. Edificio cinco.

—Cuarto piso —añadió Newton—. En Acceso a Datos Confidenciales. Serás su ayudante temporal.

Edison gimió.

—¿Y este es un trabajo secreto? Escribo a máquina bastante mal.

—Tienes bastante velocidad —le corrigió Eleanor—. Y no tienes errores.

—Hace cinco minutos estaba investigando esos anuncios clasificados. Ahora quedo relegado a ejercer de mecanógrafo.

Eleanor le pasó un libro de pastas negras.

—Sobrevivirás.

—Es una copia de su diario —le explicó Carson—. Se dejó el original en el cajón de su escritorio una noche, y aprovechamos para copiarlo y encuadernarlo para ti.

Edison arrugó el entrecejo.

—Yo trabajo con originales. Puedo sacar mucha información de su letra.

«O de dormir con ella», pensó Edison.

Edison miró el libro y se preguntó por su contenido. Probablemente lo de siempre: una chica que se enamoraba de un superior inalcanzable, noches jugando a las cartas con las amigas... Si la chica tenía novio, sería o contable o agente de bolsa. Algo seguro y estable. Nada de espía.

Edison ahogó un bostezo anticipándose al aburrimiento, y fijó la vista de nuevo en la imagen de Selena Silverwood.

—Trabaja en el edificio cinco —dijo de pronto—. ¿Y si me reconoce? ¿Si sabe que me dedico a descifrar textos en clave?

—Es muy poco probable —contestó Eleanor—. La mayor parte del tiempo que ella ha estado en la IBI, tú has estado trabajando fuera del país. Además, si te hubiera visto por el complejo, pensará que eres lo que dices ser, uno de nuestros empleados eventuales. Y el CIIC está empeñado. Me han metido mucha prisa —Eleanor hizo una pausa significativa—. Podría producirse un ascenso.

Edison no pudo evitar preguntar.

—¿Para quién?

Eleanor suspiró.

—Para ti. Pero solo si vigilas de cerca a esa mujer. Fíjate si se comporta de un modo sospechoso, o si hace algo que no hayamos visto con las cámaras. Y, por supuesto, descifra su diario si está en clave.

Tendría que investigar y analizar esos anuncios clasificados en sus ratos libres, puesto que estaba claro que a nadie más parecía importarle atrapar a unos verdaderos delincuentes. Le resultaba casi imposible imaginarse a Selena Silverwood sacando información confidencial de la oficina, pero no podía negar que como mujer lo inquietaba. Miró a la jefa con la que había cometido la torpeza de acostarse años atrás y se recordó a sí mismo que debía comportarse con objetividad. Tendría que ignorar el modo en que su último objeto de investigación había suscitado su interés personal.

Era imposible ser objetivo, reconoció Edison una hora después; dejó su maletín y fijó la vista en el borde de un vestido de seda a cuadros azul marino y beis que se arremolinaba alrededor los delicados tobillos de Selena.

Ella, inquieta por la curiosa atención masculina que él no hacía nada por disimular, se apoyó contra la fotocopiadora del pasillo y dijo:

—Bueno, creo que le enseñado todo, señor Lone.

Todo no. Con solo una mirada Edison estuvo seguro de que había algo más de lo que podía apreciarse a simple vista. Ah, probablemente no fuera una espía, probablemente el CIIC se estaba mostrando excesivamente cauto, pero en persona resultaba desde luego mucho más intrigante. Solo deseó que las diapositivas en blanco y negro le hubieran advertido del timbre meloso y aterciopelado de su voz. Él esbozó una sonrisa sugerente.

—¿Que me ha enseñado... —arqueó una ceja— todo?

—Bueno...

Un par de ojos fascinantes escondidos tras los cristales de unas gafas de montura negra se pasearon por su persona con cierta reticencia, pero sin poder frenar la extraña fuerza que los arrastraba a examinar cómo le sentaban los vaqueros color tabaco y el suéter de cuello de pico negro. Cuando sus miradas se encontraron de nuevo, Edison percibió un brillo misterioso en sus ojos, como si ella estuviera intentando hacerse fuerte, ignorar su coqueteo a toda costa. Antes de que él pudiera preguntar por qué, ella continuó.

—Bueno, le he enseñado la cafetera y su estante en el frigorífico. Y también —dio una palmada sobre la cubierta de la fotocopiadora— nuestra copiadora. Después de leer el manual de personal de nuestro departamento, querrá familiarizarse aún más con esta máquina. La gente nos llama de todo el mundo pidiendo copias, y nuestro sistema de facturación es algo complicado...

Lo que era complicado era su reacción ante esa mujer. Tenía una tez que cuando se sonrojaba adquiría el color anaranjado del ocaso, y una preciosa melena en la que se mezclaban los colores del otoño: gloriosos mechones dorados como rayos de sol filtrándose a través de un color rojizo similar al de las hojas de los árboles. Un par de ojos serenos color topacio lo miraron a través de aquellas feas gafas que Edison sintió ganas de quitarle. Tenía encanto, inteligencia y una gracia desgarbada que lo atraía sin explicación.

Edison se dio cuenta de que otra vez se le habían ido los ojos a los tobillos de esa mujer. Sin embargo, al levantar la vista, sintió una agitación aún mayor cuando se fijó en cómo la seda de su vestido revelaba otras partes de su anatomía: unos senos turgentes, una cintura estrecha y un trasero alto y bien formado. Al igual que el color, el movimiento hacía milagros. Las diapositivas no habían captado el vaivén de sus caderas, ni el suave balanceo de sus pechos.

—¿Alguna pregunta acerca de la copiadora?

Cuando Edison no contestó inmediatamente, ella entrecerró los ojos y levantó unas cejas del mismo tono otoñal que la espesa melena que le caía por los hombros.

—¿Señor Lone?

—Esto, no. La copiadora está bien —sonrió—. Usted, sin embargo, me resulta original, Selena —antes de que ella pudiera responder, él continuó—. Selena. Bonito nombre. Y por favor llámeme Edison.

Ella lo miró con una mezcla de censura y placer; entonces su mirada se suavizó, como si hubiera decidido que merecía la pena prestarle atención.

—¿Original? —dijo quitándole importancia mientras le hacia una seña para que la siguiera por el pasillo—. Ni siquiera me conoces —hizo una pausa—, Edison.

Disfrutando del contoneo suave y natural de su trasero, Edison murmuró:

—Estoy empezando a creer que me gustaría conocerte.

Ella suspiró suavemente y lo condujo hasta una zona de trabajo de planta abierta. Grandes ventanales que iban del suelo al techo rodeaban el perímetro, en el que había más o menos unas cuarenta cabinas acristaladas, de cuyo interior surgían los suaves zumbidos de las impresoras y el rápido tecleo de los ordenadores.

—Muy acogedor —pronunció en tono seco.

—Futurista —seguidamente señaló una de las cabinas—. Bienvenido a tu mesa de trabajo.