Nova y el misterio de Quisquya - Martin Almengot - E-Book

Nova y el misterio de Quisquya E-Book

Martin Almengot

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Una misteriosa isla tropical, cinco tribus con sabiduría y habilidades sorprendentes, dos diosas en conflicto… y el amor. ¿Por qué este mundo que parecía feliz se tornó oscuro? ¿Por qué la crueldad amenaza ahora a los jóvenes que lo habitan? En estas páginas te espera una aventura mágica y apasionada que vivirás a través de los ojos rojos de Nova y de la mirada Dorada de Cauni, hermosas y aguerridas hijas de la diosa Atabey que desplegarán sus mejores armas para sortear la traición y vencer los obstáculos más sorprendentes e inesperados. Una historia fascinante inspirada en culturas y escenarios de América.

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Nova y El misterio de Quisqueya

Martin P. Almengot

© Martin P. Almengot

© Nova y el misterio de Quisqueya

Marzo 2023

ISBN papel: 978-84-685-7427-1

ISBN ePub: 978-84-685-7426-4

Depósito legal: M-2349-2023 

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

Paseo de las Delicias, 23

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Índice

Prólogo

Capítulo I – El comienzo

Capítulo II – Destreza

Capítulo III – Uniones desesperadas

Capítulo IV – Encuentros nocturnos

Capítulo V – Limerencia

Capítulo VI – ¡Ay, no!

Capítulo VII – Amenazas

Capítulo VIII – ¡Tenemos poco tiempo!

Capítulo IX – ¿Y ahora es que lo dices, Cauni?

Capítulo X – Las Ciguapas

Capítulo XI – Una guerrera formidable

Capítulo XII – Daño colateral

Capítulo XIII – ¡No puede ser!

Capítulo XIV – La invasión

Capítulo XV – ¡Nadie se rinde!

Capítulo XVI – El pozo de la inmortalidad

Capítulo XVII – Misterios de Quisqueya

Capítulo XVIII – El pozo de la inmortalidad

Capítulo XIX – Un encuentro mortal

Capítulo XX – Más allá de las sombras

Prólogo

Un hombre armado con un arco y flechas de guayacán, vistiendo solo un taparrabo, con pinturas en su pecho y cara, con cabellera negra, larga y lacia, va caminando por el bosque en el punto más oscuro de la noche, faltando poco para amanecer, lo único que se escucha es el canto de las aves al despertar, el viento soplando entre las hojas de los árboles; pero de repente se escucha el sonido de un jabalí o un puerco cimarrón que estaba bebiendo agua en la orilla de un río bastante grande. Se detiene. Aquel caudaloso río resonaba de forma melódica. Se prepara para lanzar su flecha apuntando cuidadosamente, en seguida sintió algo respirando a su espalda, escucha un feroz rugido y cuando se voltea, lo último que ve es una bestia con unas garras más grandes y afiladas que las de un tigre. El hombre, al verlo, grita de pánico e inmediatamente la bestia lo ataca con sus garras, cortando así, desde el pecho hacia arriba, abriéndolo, sintiendo cómo esas garras lo quemaban al abrir su piel, romper sus músculos y todo lo que tocara hasta que finalmente termina arrancándole la cabeza, la cual sale disparada cayendo al río mientras un árbol que estaba cerca se llena de sangre. Había una aldea cerca; sus habitantes escucharon tal ruido y salieron en su ayuda, pero cuando llegaron, ya era tarde... solo encontraron marcas de garras en los árboles, inmensas huellas y cerca de estas, solo estaba el cuerpo sin vida y sin cabeza...

Los hombres que llegan observan el cuerpo y encuentran la cabeza que iba flotando río abajo.

—Es el hermano gemelo de nuestro cacique —dice aterrado uno de los que estaban allí.

El cacique se acerca y mira las heridas, las marcas de garras en el cuerpo de su hermano, mira hacia los lados, donde había más sangre esparcida.

—Señor, he encontrado algo —le dice la mano derecha del cacique.

El cacique se acerca y este le muestra las enormes huellas talladas por todo el suelo.

—Por las heridas y estas huellas me temo que están de vuelta, señor —dice, sintiendo pánico.

El cacique, muy angustiado, trata de procesar todo lo sucedido haciéndose el fuerte frente a sus hombres. Su larga melena danzaba con el viento entre su rostro.

—Desde que mi amada nos dejó hemos estado desprotegidos —murmura el cacique—. ¡Debemos estar alerta! —añade, aún con el corazón despedazado y tragándose todo lo que siente, mostrándose fuerte frente a ellos—. Déjenme solo.

Todos se alejan. El cacique toma la cabeza de su hermano y la lleva junto con el cuerpo, cayendo de rodillas en frente a él. Siente como si alguien le metiera la mano en el pecho y le apretase el corazón. Sus ojos color café se vuelven dos cascadas de lágrimas. Aprieta su puño con furia mostrando sus músculos.

—¡HERMANO! —grita, mientras sus lágrimas quemaban sus mejillas—. Jimagua, te prometo que vengaré tu muerte, y de no ser así, moriré en el intento... Sé que me buscaban a mí, sé que te confundieron conmigo. Pero te juro que esto no se quedará así —dice en su idioma tanoí con mucha rabia y sintiéndose impotente.

Prepararon la ceremonia para su entierro, un ritual que el cacique y los brujos de la aldea llevaban a cabo. El cacique exigió para su hermano gemelo el mismo trato que recibiría él en su muerte. Una de sus esposas, todas sus posesiones y objetos que utilizó en vida, fueron enterrados junto con él. Jimagua no fue cacique, pero debido a su hermano, que sí lo era, vivió como uno; y así su hermano decidió honrarlo de la misma manera, aun después de la muerte. Cantaban durante el ritual para que su alma encontrara el camino y no se convirtiese en un espíritu maligno. Un niño de aproximadamente 8 años lloraba junto al cacique, su nombre era Boa, lloraba mientras veía la ceremonia de su padre y dos jóvenes muy hermosas junto con el cacique lo confortaban. Estas hermosas jóvenes tenían una peculiaridad en su mirada, una de ellas tenía los ojos de color rojo y la otra de color dorado. Ambas lloraban junto al niño y el cacique.

¿Qué clase de monstruo era ese? 

¿De verdad fue confundido? ¿O solo era el comienzo de algo siniestro y sangriento?

Capítulo I – El comienzo

Hace mucho tiempo, cuando los indígenas desconocían la existencia de otras civilizaciones, había unas familias de aborígenes que vivían en una isla llamada Quisqueya, que se dividía en 5 tribus, como le llamaban; los sayam, los sacni, los acetza, los carib y los tanoí. Todas las tribus eran igual de fuerte, tenían habilidades asombrosas, gran velocidad, fuerza extraordinaria, una inteligencia envidiable y sobre todo, se sabían cuidar los unos a los otros. Ellos eran muy territoriales: cada tribu defendía su territorio con sangre. Hasta que un día decidieron hacer las paces. Algo que no duró mucho.

Había dos hermanas diosas, llamadas Atabey y Ánaqui, las cuales siempre estuvieron juntas haciéndole frente a todo, junto a Yucahú, Huracán y otros dioses. Ánaqui observaba que los humanos estaban tomando mucho poder y tenían más libertad que ellos. Ella, enojada, mató a unos humanos, mató a su padre y le dijo a su hermana que los humanos debían ser controlados, que ellos eran los culpables de su desdicha, pero Atabey se negó, entonces ella se rebeló contra su hermana e hizo un pacto con el señor de las tinieblas, pidiéndole poder y dominio sobre la magia negra, pues ella quería gobernarlo todo, por lo que él le dio unas semillas las cuales, con un ritual y unas palabras en un idioma extraño, creaban unas criaturas demoniacas con forma de distintos animales, bastante grandes y aterradoras, con ojos grandes y una expresión de maldad pura que podría helarle la sangre hasta al mismísimo diablo, unas garras más afiladas que las de un tigre, sus rostros parecían los de un lobo, un reptil, un jabalí, pero eran más grandes y pavorosos, con unas orejas puntiagudas y unos cuernos que salían de sus cabezas. Tan solo estar cerca de estos monstruos suponía una muerte segura.

—Esta criatura has de usar, pero un precio por ella deberás pagar —le dijo el señor de las tinieblas con una voz siniestra y susurrante.

—¿Cuál es el precio? —le preguntó sin miedo.

—Deberás entregar la mitad de lo que consigas. Si no, se rebelará contra ti —le contestó, permaneciendo en las sombras.

Estaba sentado en un siniestro trono, rodeado de cadáveres y cráneos, huesos por doquier, el cielo era de color rojo y nubes negras dándole un tono aún más terrorífico. Había un castillo sin techo, en ruinas, realzando lo tenebroso que era.

—¡MUERE!

Se escuchaban gritos de pánico repitiendo dicha palabra, voces en diferentes idiomas resonaban por todos lados.

—MUERE.

Se seguía escuchando, pero Ánaqui lo ignoraba, solo quería venganza, no le importaba nada más.

—Quiero venganza, poder, controlarlo todo... mientras sigan siendo leales a mí, les daré lo que quieran.

Lo dijo con mucha determinación y una sonrisa que mostraba maldad, mientras realzaba lo que deseaba con cada palabra que expresaba.

Ella creó todo un ejército de estos monstruos para someter a los humanos y hacer que su hermana la enfrentara, siendo esta la razón por la cual atacó Quisqueya, donde vivían esas 5 tribus indígenas, pero su hermana, Atabey, no lo pensó dos veces y ayudó a estos indígenas. Ella buscó ayuda con unas mujeres de rasgos físicos muy peculiares: pelo largo, piel totalmente blanca o canela, muy hermosas. Ellas tenían unas figuras envidiables y la única característica que los demás notaban como algo extraño de su cuerpo era que sus pies estaban al revés. Ellas podían controlar la mente de los hombres con tan solo verlos a sus ojos o emitir el sonido de sus encantadoras voces, sin dejar de lado que tenían velocidad y fuerza descomunales y un poder psíquico para controlar los elementos naturales. Acudieron a ayudar a la diosa Atabey. Ellas eran las Ciguapas.

Ánaqui tuvo diversos apodos, como la Diosa de la Oscuridad o la Malvada Bruja Ánaqui, dados por todos los indígenas de la isla. Con su ejército derramando sangre e infundiendo el terror, los indígenas de las diferentes tribus tuvieron que poner sus diferencias aparte y unir fuerzas. La diosa Atabey, con su ejército de ciguapas, peleó junto a los indígenas. Una lucha bastante larga, tediosa; estas criaturas acababan con los indígenas como moscas, pero las ciguapas nivelaban un poco la batalla. Atabey, con sus poderes, peleaba contra Ánaqui para terminar con el desastre que su hermana había creado; después de una larga lucha, el ejército de Ánaqui fue derrotado, y solo quedaba ella de pie. Fuertes truenos comenzaron a sonar y retumbar, muestra de que una gran tormenta se acercaba. Ánaqui, en desesperación y sin aceptar la derrota, comenzó a atacar sola; una inmensa lluvia cubrió la isla de Quisqueya, el clima era terrorífico, el escenario perfecto para ver cómo dos hermanas se mataban entre sí, la oscuridad cubría todo, los relámpagos iluminaban la isla. Ánaqui enfrentó a su hermana en un combate donde mostraba todo su poder; su agilidad para pelear llevó a Atabey al límite, ambas con lanzas peleando, Ánaqui atacando y Atabey solo defendiéndose; pero Atabey, cansada del conflicto con su hermana, decidió atacar mostrando grandes habilidades y dominio sobre algunos elementos naturales como el fuego, viento, agua y tierra. Sin embargo, Ánaqui respondía de la misma manera, ambas luchando hasta el límite, la isla temblada de tal poder, las ciguapas tenían en posesión el sagrado libro de Quisqueya, el cual sirvió para evitar que Ánaqui convocara más monstruos, protegiendo así la isla. Ánaqui siguió presionando a Atabey, llevándola al borde y finalmente derribándola. Atabey no quería seguir peleando con Ánaqui, era su hermana, ambas solían ser inseparables.

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué peleas conmigo?

Le preguntó Atabey sintiéndose devastada.

—Atabey, no quiero matarte, únete a mí, ambas podemos gobernarlo todo, los humanos son una plaga, contaminan, destruyen. Se hacen daño unos a otros. ¡No quedará nada de Quisqueya ni de este mundo si no hacemos algo! —le dijo Ánaqui mientras la tenía con el filo de su lanza al cuello.

—¡Entonces MÁTAME! Solo así lograrás lo que quieres —le gritó Atabey con lágrimas en sus ojos.

Truenos resonaban y la inmensa lluvia los seguía cubriendo. El cabello mojado en el rostro de Atabey trazaba su pena por toda su cara. La luz de los relámpagos seguía iluminando todo mientras rayos caían por igual.

Ánaqui miró con rabia a su hermana, sintiendo que una angustia la mataba por dentro, pero aun así se tragó su dolor y la atacó sin piedad, con intención de clavarle su lanza en la garganta. Sin embargo, al hacer contacto con el cuello de Atabey, no pasó nada, fue como si hubiera chocado contra algo bastante duro e imposible de penetrar. Ella había convertido todo su cuerpo en oro y se levantó rápidamente con una velocidad sobre la cual sus ojos no podían seguir.

—¿Pero qué mierda...? —dijo Ánaqui sorprendida mientras sentía como si una montaña le golpease la quijada.

Atabey la mandó a volar de un puñetazo. Ella ya estaba del otro extremo esperándola, flotando a la espera de su hermana y, al acercarse, la derribó de una sola patada. Ánaqui quedó tumbada en el resbaloso terreno de la isla donde estaban peleando. Ella, cubierta de lodo, miró a su hermana con más odio que nunca y Atabey, decepcionada, la observó desde el aire, descendiendo lentamente.

—Se acabó, quédate ahí, ríndete y quizás te perdone —le dijo mientras volvía a la normalidad e iba a buscar el sagrado libro de Quisqueya, el cual estaba en posesión de las ciguapas.

Ánaqui, cuando Atabey le dio la espalda, aprovechó la distracción de su hermana, tomó su lanza e intentó apuñalarla por detrás, pero un hombre salió de la nada y empujó a Atabey. Ánaqui cortó parte del brazo izquierdo de este. Atabey, convirtiendo nuevamente su cuerpo en oro y utilizando su lanza, terminó con la vida de su hermana, clavándola en su corazón. Luego cayó hincada sin poder creer lo que tuvo que hacer, entró en llanto y más rayos comenzaron a caer. La lluvia fue aún más intensa, hubo muchas inundaciones de lugares donde habitaban algunas de las tribus. Ella intentó calmarse y murmuró unas palabras para que las lluvias cesaran.

Se dirigió a aquel valiente hombre, tomó su brazo y comenzó a curarlo con su magia creando un brillo dorado sobre este.

—Gracias por salvarme la vida, pero no era necesario —le dijo en su idioma tanoí.

Y este, un poco sorprendido porque hablaba su lengua, le mostró una sonrisa.

—Un tanoí siempre protegerá a quienes lo ayuden.

—¿Cómo te llamas?

Y este, admirando su belleza y mostrándole una sonrisa, la observó.

—Me llamo Nócoba, ¿y tú? —le preguntó, muy intrigado y aún admirando su belleza, pero ella sabía que no podía apegarse a ningún humano.

—Mi nombre no importa... creo que ya puedes levantarte.

Él se puso de pie, miró a los demás indígenas aproximarse y cuando volteó, ya Atabey había desaparecido junto con el cuerpo de Ánaqui y las ciguapas con el sagrado libro de Quisqueya, pero aun así sintió cómo una mujer le daba un beso en la mejilla.

—Gracias —escuchó que le dijeron, y aunque no vio quien era se sintió protegido, se sintió aliviado, se sintió feliz...

Los demás observaron que al cacique de los tanoí le faltaba gran parte de su brazo izquierdo, a lo que este les explicó lo sucedido.

Entonces, los 5 caciques hicieron un nuevo acuerdo de paz y pusieron sus límites territoriales, cada miembro de cada tribu era libre de cruzar a otra, de interactuar con los demás siempre. Eso fue lo que pactaron reunidos en el centro de la isla dentro de una montaña gigante, la cual llamaban Quisqueya, de ahí el nombre de la isla, aunque también le llamaban la Gran Cascada a esta montaña. Esta gran montaña era como un volcán, pero en vez de lava, se rebosaba de agua, cayendo como cascada por cuatro extremos del borde en forma de cataratas, formando así 4 enormes ríos que dividían la isla en cuatro partes. Las direcciones de cada río eran hacia el nordeste, noroeste, oeste y al sureste.

La diosa Atabey, quien estaba con las ciguapas agradeciéndoles su ayuda y aún con el cuerpo de su hermana, dijo:

—Les agradezco toda la ayuda, no sé qué habría hecho sin ustedes.

Sostenía el libro de Quisqueya entre sus brazos. Este libro era enorme, con la cubierta hecha de la hermosa gema de larimar con una pequeña esfera de ámbar azul en su centro y lleno de símbolos de todas las tribus. Sin embargo, no todos podían leer este libro, sus páginas estaban en blanco para aquellos que carecían de pureza.

—Seguro habrías ganado igual —le comentó la líder de las ciguapas, una mujer bastante hermosa pero de carácter fuerte—. ¿Qué harás con su cuerpo?

Ella volteó para ver el cuerpo de su hermana tirado en el suelo y luego las miró a ellas.

—Creo que saben lo que haré —les dijo mientras sostenía firmemente el sagrado libro de Quisqueya en sus brazos.

—No... no puedes hablar en serio —le contestó la líder de las ciguapas.

De todas maneras, Atabey le dio una mirada, reafirmando que sí haría lo que ellas temían.

—¡COMETES UN GRAVE ERROR! —le gritó la líder de las ciguapas, enojada y preocupada a la vez, pero Atabey se acercó a ella.

—Eres mi mejor amiga, confía en mí, por favor.

Y de inmediato se desvaneció en el aire con el cuerpo de Ánaqui y el libro sagrado de Quisqueya.

—¡NOOO! —gritó la líder de las ciguapas mientras intentó detenerla, pero era muy tarde.

Ya se había ido de la cueva. Ella quedó angustiada, preocupada, no sabía qué pensar. Pero, ¿por qué? ¿Por qué tanta angustia? ¿Por qué tanto miedo? ¿Qué era lo que Atabey iba a hacer?

Pasado el tiempo, Atabey seguía pensando en aquel hombre, aquel que había arriesgado su vida por ella, pero esta sabía que dicho amor no podía ser. Aunque su corazón le gritaba que fuera con él, ella sabía que no podía, una unión de una diosa con un humano iba a traer consecuencias graves, esto ya lo sabía, al menos era lo que pensaba en ese momento. Sin embargo, cuando el corazón actúa por sí solo, el razonamiento se pierde y no se piensa en consecuencias.

Ella soñaba despierta con aquel hombre, un hombre capaz de arriesgar su vida por ella aun sabiendo él que no podía ganar, y fue por ese acto altruista que robó su corazón. Atabey, desesperada, decidió visitar Quisqueya, solo para asegurarse de que sus habitantes estuvieran a salvo, al menos eso se dijo ella, pero en el fondo sabía que solo quería buscar al hombre que fue capaz de cautivarla. Aquel hombre de cabello negro largo y ondulado, musculoso, cuyo rostro denotaba liderazgo, lo cual para ella era algo cautivador. Procedió a ir a Quisqueya y buscó a su hombre. Nócoba también pensaba en ella, mientras pescaba, mientras cazaba, mientras veía el areito o el areito a él. En fin, Nócoba no podía dejar de pensar en ella. Hasta descuidó a sus otras esposas; su corazón ya no era de él. Ya sus pensamientos no le pertenecían. Su tiempo ya no era de él. No entendía bien lo que estaba pasando, pero él solo quería volver a verla. Un día vio a una cigua palmera que se le acercó volando y descendió a sus pies dando brinquitos.

—La preciosa ave quisqueyana, ¿tienes hambre? —comentó mientras le arrojaba algo de comida que tenía consigo, pero el ave lo ignoró.

Pareciera que intentaba llamar su atención debido a que el ave saltaba y volaba de un lado a otro, acercándose y alejándose.

—¿Quieres bailar o algo así? —le preguntó al ave con una pequeña sonrisa. El ave se le acercó, lo picoteó en la cabeza y luego se alejó.

—¡Ah!, rayos, tienes un pico bastante fuerte para un ave tan pequeña —dijo quejándose—. ¿Quieres que te siga o qué? —Luego murmuró con frustración—: Genial, Nócoba, hablando con un ave como si te entendiera.

Entonces, se dio cuenta de que el ave le estaba asintiendo con la cabeza.

—Ahora sí que estoy loco —dijo bastante sorprendido al ver que el ave le entendía.

Fue así que decidió seguir al ave, algo le decía que tenía que hacerlo, un presentimiento de que si no lo hacía se iba a arrepentir por el resto de su vida.

El ave lo introdujo en el bosque y después de una larga caminata llegó a un pequeño arroyo rodeado de rocas y pequeños árboles; el agua que lo formaba procedía del fondo de la tierra, no había escape de agua por ningún lado, era un hermoso manantial de agua cristalina, perfecto para relajarse. El ave le bailaba en frente y luego se posó en las manos de la más hermosa mujer que sus ojos jamás habían presenciado.

—¡Tú! ¡Eres tú! —dijo Nócoba sin poder creerlo, sintiendo que su corazón se agitaba de alegría, saltando en su pecho de tal manera que sentía ganas de bailar, correr hacia ella, expresarle todo lo que sentía. Era como un niño al ver su primera bicicleta.

Atabey, sentada en una enorme roca, nerviosa y sin entender lo que el cacique le había dicho, se puso aún más nerviosa, sonrojándose, jamás había estado con un hombre además del que su padre le había impuesto, jamás se había enamorado. Se acercó hacia él, su voz casi no le salía, temblaba de vergüenza y terror con miedo de arruinar su encuentro, su mente le decía: ¡CORRE! Pero su cuerpo le gritaba: ¡BÉSALO! ¡HAZLO TUYO! Ella intentaba recordar por qué la última vez sí podían entenderse.

—Hola —le dijo ella.

El cacique tomó su mano, luego su antebrazo, luego la tomó por el hombro, ella se puso aún más nerviosa, sorprendida sin entender lo que él estaba haciendo. El cacique la miró a los ojos y le dio un fuerte abrazo. Atabey se sorprendió. No esperaba ese saludo. Pero ella se sintió extraña, su corazón palpitaba al ritmo de 1000 caballos que galopaban para salvarse y a la vez sintió cómo su temperatura corporal se elevaba, como si su cuerpo quisiera quedarse pegado a él para siempre. Ella, sintiendo sus músculos, sonrió un poco, pero aún estaba nerviosa. Después de un largo abrazo, el cacique la tomó del brazo y corrió con ella.

Sorprendida y sonriendo corrió detrás de él. Ella estaba intrigada.

—¿A dónde me llevas? —le preguntó mientras iba corriendo y riendo.

Luego de un largo maratón, el cacique decidió cargarla y se la echó a los hombros.

—¡Uf! ¡Oye! ¿Qué haces? —preguntó sorprendida.

El cacique comenzó a escalar con ella encima, al parecer el hecho de que le faltaba casi la mitad de un brazo no le impedía hacer esta hazaña.

—Ohm, oye, no creo que esto sea seguro —le dijo Atabey mientras se sentía algo incómoda por la posición en la que estaba y la presión que hacían sus músculos en su estómago, pero por alguna razón esto le causaba gracia.

Nócoba no le entendía nada. Hablaban idiomas diferentes. Después de una subida forzosa, lograron escalar la gran montaña de Quisqueya hasta una gran cueva dentro de esta, ambos mojados por el agua de la montaña. Él bajó a Atabey y le señaló la gran vista.

—Hermosa vista —le dijo Nócoba mientras señalaba el paisaje, unos enormes ríos que se perdían entre los verdes y densos bosques que la isla.

Una corriente de aire fría se podía sentir en aquella cueva por la altura en la que se encontraban.

—Hermosa mujer —le dijo mientras le ponía la mano en su pecho.

Atabey se sonrojó porque casi le toca sus senos, sentía cómo le temblaban las rodillas. Se sentía más nerviosa que nunca. Nócoba se acercó a ella y quitó un mechón de cabello que caía sobre su angelical rostro. Él veía su larga y hermosa melena negra y lacia, Atabey no podía aguantarse y lo besó.

Fue su primer beso con el hombre de sus sueños y frente a un paisaje donde se apreciaban los bosques tropicales en una hermosa llanura, la cual se acoplaba entre las cordilleras. Sintiendo sus suaves y carnosos labios contra los suyos de forma delicada al principio, se besaban tan despacio que podían disfrutar de cada centímetro de sus labios, sus lenguas saludándose una a la otra muy suavemente hasta que el deseo se intensificó, ambos besándose con una sed inmensa, haciendo de aquella fría cueva un volcán.

Después de su primer encuentro, ella decidió arreglar lo de su comunicación con él, utilizó el sagrado libro de Quisqueya para eso, provocando que Quisqueya retumbara con un gran temblor, causando algunos derrumbes, aunque nada que lamentar por el momento... Todos los habitantes de la isla y algunas islas cercanas pudieron sentir los temblores levemente.

Ella se mantenía visitándolo cada cierto tiempo, se reunía con él para tener encuentros íntimos. Siempre se reunían en la gran cascada, la cual convirtieron en su nido de amor hasta que decidió estar con él de forma indefinida. Ella cambió su nombre a Xaragua, siendo la X pronunciada como una J. Después de cierto tiempo, tuvieron una niña, la cual nació con unos ojos rojos como el rubí. Esto trajo terror entre los de la tribu. El cacique intentó calmarlos, pero fue algo muy difícil, hasta que se dieron cuenta de lo tierna y alegre que era, sin demostrar ninguna anomalía más que la del color de sus ojos y una piel más clara que la de ellos, ya que Atabey también lo era. El cacique calmó a los demás y Atabey con su magia suprimió cualquier posible habilidad sobrenatural que esta pudiera tener, para evitar que ella corriera peligro. A esta hermosa niña le pusieron el nombre de Nova.

Nova comenzó a demostrar rápidamente un alto aprendizaje sobre todo lo que le enseñaban, era muy inteligente y ágil, le gustaba escalar árboles y jugar con armas como cuchillos, macanas, flechas, etc. En fin, todo lo que pudiera hacerle daño. Sus padres debían estar siempre en alerta con ella, era muy curiosa. Después de dos años nació otra niña. Ella nació con unos ojos dorados como el oro, y de igual manera todos se preguntaban la razón de esto, pero más tranquilos, ya que la pequeña Nova nunca había dado problemas más que lo típico de una niña cuya curiosidad siempre la ponía en peligro; no le demostraron ningún temor, pero ella tenía la peculiaridad de que podía convertir su cuerpo totalmente en oro; de tal manera que su madre hizo lo mismo, suprimió su habilidad especial y volviéndola a la normalidad. Le dieron el nombre de Cauni, la cual significa «oro» en tanoí, pero esta vez Xaragua estaba más débil, lo cual preocupó al cacique. Este, preocupado, miró a su esposa a los ojos. Ella también lo miró con ojos de cansancio.

Él se le acercó y le preguntó:

—¿Cómo te sientes?

—Siento que no veré a mis hijas crecer, no las veré conocer al amor de su vida, casarse, tener hijos —le contestó muy tristemente.

—¿Por qué dices eso?

—Tengo ese presentimiento —le respondió, como si supiera que iba a morir pronto. 

Tiempo más tarde, sus dos niñas ya hablaban y caminaban. Estaban de aproximadamente 4 y 6 años. Las niñas estaban con su madre, que jugaba con ellas.

—¡Mami, quiero un cuento! —le exclamó Nova con su tierna voz y muy emocionada. Atabey la miró a los ojos sonriendo.

—Les contaré sobre el lugar más preciado por los nativos, pero el más codiciado por aquellos que son de tierras muy lejanas —le dijo mientras iba dramatizando cada palabra que decía.

—¡La cocina! —interrumpió Cauni mientras devoraba un mango. Atabey soltó unas carcajadas por el comentario de su hija menor.

—No, mi niña.

Entonces, de forma dramática, continuó:

—Hablo de un lugar mágico y tenebroso a la vez. Un lugar donde los poderes de grandes dioses aguardan a ser encontrados por nobles y valientes guerreros que ayuden a proteger a la humanidad o de un ser maligno que destruya el mundo.

—¡AAAHHH! —se escuchó a Cauni gritar de miedo.

—No temas. Tendrás a tu hermana para que te proteja. ¿No es así, Nova? —le preguntó mientras la abrazaba.

—¡Sí, madre! —le contestó Nova mientras se ponía de pie y dramatizaba cómo la protegería, lanzando golpes descontroladamente y sin saber lo que hacía.

Atabey sonrió y de forma dramática continuó diciendo:

—Ese lugar es el más alto que verás, es la vida de toda la isla.

—¡Quisqueya! —gritó Nova mientras daba un salto de emoción y bailaba saltando alrededor de su madre. Su madre sonrió un poco y abrazó a sus dos hijas.

—Las quiero mucho a ambas. Si un día no estoy, prométanme que protegerán esa montaña y a todos los habitantes de la isla, sin importar de qué tribu sean, y aún más que nada, se protegerán entre ustedes. ¿Me lo prometen?

Se le aguaban un poco los ojos al mirarlas.

—¡Sí! le respondió Nova sin vacilar, mostrándole una hermosa sonrisa.

Cauni miró a su madre y la abrazó muy fuertemente.

—No quiero que faltes, mami. Te extrañaría mucho.

Ella la abrazó, luego la despeinó un poco mientras ambas sonreían.

—No importa cómo, pero siempre estaré con ustedes.

—Se ven muy bien juntas —dijo Nócoba, que llegaba de pescar con sus hombres, traía varios pescados amarrados a una soga que sostenía apoyándola en su hombro derecho.

—¡Papi!

Gritaron de la emoción y corrieron a abrazarlo. Atabey se acercó y le dio un beso.

—Hueles a pescado, querido —le dijo ella mientras lo miró a él con sus hijas, su vista comenzaba a empañarse por lágrimas que comenzaban a formarse en sus ojos.

—¿Estás bien? —le preguntó Nócoba algo sorprendido.

—Estoy bien, es solo que me entró algo en el ojo —le dijo mientras se volteó para secar sus lágrimas y luego se volteó nuevamente para darle una cálida sonrisa.

—Bien, ¿quién quiere pescado? —preguntó Nócoba.

—¡Yo!

Nócoba le entregó los pescados a uno de sus hombres para que lo llevaran a preparar y luego abrazó a Atabey.

—Son hermosas.

—Lo sé, las cuidarás hasta que ya se puedan cuidar solas. Cuento contigo —dijo Atabey, aprovechando cada momento para observarlas jugar y sonreír.

—¿Por qué me lo dices como si te estuvieras despidiendo?

—Ya hablamos de eso —contestó mientras acariciaba su pecho.

—Oye... mataría a quien se atreviera a hacerte daño, no sería nada sin ti —le dijo mientras coloca una flor en la cabeza de su hermosa esposa—. Esta es la rosa de Bayahibe, le pedí al protector del cacique de los sacni que me dejara buscarla en persona para dártela como regalo.

—¿Por qué? —preguntó Atabey con curiosidad.

—Solo crece en el este de Quisqueya y es única en toda la isla. Igual que tú —respondió y le dio un beso.

—Gracias, cada día que pasa me dejas sin palabras.

—¡A propósito! ¿Cómo sigue el niño cacique? —preguntó intrigada.

—Entrenando, tiene la misma edad de Nova, es muy hábil, será un cacique muy fuerte —comentó, mirando cómo le quedaba la rosa en su pelo—. Por cierto, encontré esto mientras pescaba.

Le entregó una roca azul y Atabey se sorprendió mucho al verla.

—¿Dónde la encontraste? —preguntó ella.

—En el río, cerca de la playa. ¿Por qué?

—Esta piedra es muy especial. Se dice que tiene poderes curativos —respondió, examinando la piedra.

—La mágica piedra azul o como le llamaste aquella vez, ¿la piedra de mar? —preguntó Nócoba mientras iba caminando hasta donde estaban ya asando el pescado.

—Sí, o podrías solo llamarla larimar —contestó Atabey.

—Mami, ¡que hermosa piedra! —comentó Nova al ver la roca. Ella quedó maravillada.

Su madre se agachó para verla más de cerca.

—¿Te gusta?

—¡Sí! —contestó Nova muy emocionada.

—Pues llévala siempre contigo.

Y se la colocó de collar usando un poco de magia.

—¡Guau! ¡Eso fue genial, mami!

Nova corrió donde su hermana, quien ya estaba sentada en una roca comiéndose un enorme pescado. Le encantaba comer, Cauni siempre estaba comiendo algo.

—Creí que ya no podías hacer eso —le comentó Nócoba sorprendido.

Atabey lo miró y con una hermosa sonrisa se acercó más.

—Puedo hacer eso y más, cariño.

Abrió las palmas de sus manos e hizo que varias aves volaran danzando cerca de ellos. Ambos sonrieron y terminaron su día comiendo pescado, bailando y contando historias...

Dos años más tarde…

Xaragua decidió visitar la aldea de los carib. Fue a llevar una ofrenda de paz, el cacique la recibió muy cordialmente, como estaba acostumbrado. Ambos estaban sentados en el caney mientras unas personas le abanicaban con unas palmas.

—¿Cómo está mi amigo Nócoba? Hace tiempo que no visita, la última vez yo fui quien visitó —le preguntó reclamándole amigablemente mientras le mostraba una sonrisa.

—Me disculpo en nombre de mi esposo, gran cacique carib —respondió, mostrándole mucho respeto.

—Por favor, llámame por mi nombre —le indicó mientras era interrumpido por sus hijos.

—¡Qué grandes y guapos están! —exclamó, mirando a ambos. Luego solo observó a Inaru, con mucho cariño y felicidad, y al mismo tiempo le traía algo de preocupación. Sentía en su corazón que pudo haber cometido un error.

—Inaru será una mujer muy hermosa y fuerte —comentó aún observándola, ella no se apartaba del lado del cacique y la miraba fijamente a los ojos. Después de unos segundos observó a Iroc acercarse.

—En especial tú, Iroc, has crecido bastante —dijo Atabey mientras le ponía la mano en la cabeza.

Era la primera vez que lo tocaba, y en ese momento tuvo una visión del futuro del niño, sintió que su sangre se heló por un momento.

—¿Pasa algo?

—No pasa nada, le pido disculpas —le dijo cordialmente. Iroc la miraba fijamente con sus ojos marrones.

—Tu primogénita es de la misma edad que mi hijo varón. ¿No es así?

—¿Eh? Ah... Sí... así es... —le contestó mientras veía a sus hijos salir corriendo hacia afuera a jugar.

—Entonces...

—¡Ya debo irme! —le interrumpió antes de que pudiese hacer cualquier petición—. Claro, yo iré personalmente a pedir la mano de tu hija para mi hijo. Serán unos caciques imparables.

Él insistía en la unión de las tribus. A Atabey no le agradaba la idea de forzar a ninguna de sus hijas a casarse con nadie, era una costumbre que quería abolir.

—Lo estaré esperando —le dijo muy cordialmente y luego se marchó.

Todo salió casi a la perfección, estas dos tribus eran más unidas que nunca. De camino a casa ella regresaba sola, lo cual le encantaba, iba disfrutando de la naturaleza, volando entre los árboles, esquivando y admirando cada detalle de cada uno de ellos, admirando sus insectos y animales, los cristalinos lagos y ríos, disfrutando del viento que soplaba de forma agradable mientras veía las hojas de los árboles caer, pero luego ella vio la figura de una mujer que la esperaba en el medio del bosque, haciendo que su sangre se helara. Atabey no podía creer quien era, sentía algo diferente en esa persona, un odio tan fuerte y desgarrador que la paralizó. Más tarde, ella llegó sintiéndose mal. Enfermó, el cacique estaba muy preocupado, preguntó a los chamanes o curanderos qué había pasado, si habían encontrado una forma de curarla, pero ellos dijeron que no había nada por hacer. El cacique, preocupado, preguntó dónde ella había estado.

—Ella salió hacia la aldea de los carib. Al volver, se sintió mal —le dijo Chacá, quien era su mano derecha.

Atabey empeoraba de tal manera, que en cuestión de horas... murió.

Las niñas lloraban, el cacique estaba devastado. Toda la tribu estaba dolida, ya que todos adoraban a esta mujer; negras nubes cubrieron el cielo, todo se oscureció, gotas de agua comenzaban a caer, cada vez más y más, una fuerte lluvia cubrió toda la isla, truenos resonaban, rayos caían mientras los relámpagos iluminaban la densa selva tropical de la isla dándole una apariencia tenebrosa; era como si Quisqueya misma llorara por su muerte. Esto hizo que el cacique odiara a los carib y se fue con sus mejores guerreros hasta donde ellos, sus hombres armados con arcos y flechas, hachas, lanzas y macanas, corrían por el bosque hacia los carib, sus pies se hundían en el lodo con cada paso que daban, sin importarle lo difícil del camino, seguían a gran velocidad sin dudar. Un gran conflicto se avecinaba, cuando ellos llegaron hasta la tribu de los carib, inmediatamente fueron interceptados, pero ellos comenzaron a atacar, los arqueros de los tanoí acabaron con varios de los carib al instante con su excelente puntería, pero de la misma forma lo hicieron los carib. Nócoba, quien estaba al frente, aun con su único brazo era imparable, muchos hombres carib cayeron ante él. El cacique de los carib salió ferozmente a defender su tribu, pero cuando se dio cuenta de quién atacaba, sintió que le desgarraban el pecho.

—¿Qué significa esto, Nócoba?

Este procedió a acusarlo de la muerte de su esposa.

El cacique se quedó sin palabras, no podía creer que la mujer con la cual él había pasado una tarde agradable conversando sobre sus tribus había fallecido.

—Ella estaba en perfecta salud, había salido perfectamente bien de aquí —le dijo el cacique de los carib mientras su voz se quebraba poco a poco, pues estaba perturbado por la noticia.

—¿Acaso me crees estúpido? —dijo Nócoba con voz fría, cegado de ira.

Procedió a atacar, pero unos niños se acercaron al cacique, atemorizados.

—¿Qué hacen? Váyanse al caney, esto no es seguro para ustedes.

Les gritó el cacique, atemorizado. Nócoba vio el reflejo de sus hijas en esos niños. Su pecho martilló de dolor por un instante al darse cuenta de lo que había provocado, así que decidió detenerse y detener a sus hombres. La lluvia no cesaba, las antorchas que iluminaban la aldea se apagaban, solo los rayos iluminaban la aldea. Nócoba observó lo que había hecho, se dio cuenta de que no había marcha atrás, no habría forma de devolver el tiempo, así que, por tal motivo, prefirió marcharse. Esto dejó a esas dos tribus con un enorme cráter de dolor y traición entre ellas. El cacique de los carib observó a su viejo amigo marcharse, juró que nunca iba a aceptar ningún lazo entre estas dos tribus. Y aunque quedaron siendo enemigas, decidieron no exponer a sus hijos a una guerra y solo cortar cualquier tipo de relaciones que una vez hubo; los caciques solo pensaban en sus hijos, no quería exponerlos a una guerra. Aun así, las tribus quedaron divididas. Los acetza y los sayam apoyaron a los carib, y solo los sacni estuvieron del lado de los tanoí.

Capítulo II – Destreza

13 años más tarde…

Nova era toda una mujer. A sus 21 años ya era una joven hermosa, con una melena larga, ondulada y negra que le llegaba casi hasta la cintura, y sus hermosos ojos rojos que parecían rubíes; acaparaba la atención de muchos con su estatura promedio, cuerpo atlético y unas curvas que eran envidiadas por las demás jóvenes, su tono de piel tenía un ligero color bronceado que la hacía verse más hermosa. Ella vestía dos piezas de algodón, un top, lo suficientemente grande para cubrir sus pechos, sostenido por una pequeña soga y una falda hecha de una tela fina que le cubría hasta las rodillas, dejando sus moldeadas piernas totalmente expuestas y dándole total agilidad para moverse.

Un día decidió dar un paseo por el bosque, como de costumbre, tomó su arco y su carcaj lleno de flechas, su daga y salió de su vivienda corriendo a toda velocidad.

—¿A dónde vas tan temprano? —preguntó su padre algo intrigado.

—Iré a entrenar —respondió Nova con mucho apuro mientras salía del caney.

—¡Recuerda que tenemos que ir de pesca en la tarde! —exclamó Nócoba.

—¡Sabes que ahí estaré, papá!

Ya adentrada en el bosque, llegó a un lugar donde había varias dianas con las que ella practicaba su tiro al blanco, con las flechas hechas de madera de guayacán, con sus puntas muy filosas de oro y su arco, el cual también estaba hecho de oro. El arco perteneció a su abuelo, llamado Guayacán. Su abuelo desapareció de manera misteriosa cuando su padre era apenas un niño, no se supo nada de él más que simples rumores de cómo él abandonó a su mujer con gemelos. El cacique de los tanoí de ese entonces no pudo concebir ningún hijo con sus esposas y nombró a Nócoba cacique antes de morir en un conflicto.

Nova agarró su arco y flecha y apuntó, mientras la brisa soplaba en dirección hacia las dianas; su larga melena bailaba con el viento, haciendo que se levantara sobre su cara. Ella esperaba tener perfecta visión del blanco, escuchó cómo el viento soplaba de forma melódica, se centró en el punto, y entonces... con gran agilidad y velocidad soltó tres flechas de forma consecutiva, las cuales sorprendentemente dieron en el blanco, cada una rompiendo la flecha que estaba adelante, dejando la última flecha enterrada en la punta de las otras dos.

—Gran tiro —dijo su hermana menor, de 19 años, quien la había seguido y estaba comiéndose un mango.

Cauni era una joven un poco más delgada que su hermana, pero aun así, muy hermosa, con un cuerpo muy curvilíneo, piel canela y su larga melena negra y lacia, sus ojos poseían un brillo de lingotes de oro recién pulidos, una joven muy ambiciosa para su edad, muy habilidosa en el combate, rápida y flexible, al igual que su hermana, tal vez más rápida, pero quizás no más fuerte. Estas características las hacían parecer iguales y diferentes a la vez. Al igual que su hermana, vestía un top de algodón para cubrir sus pechos y una falda del mismo material que le llegaba a las rodillas, lo cual le permitía moverse con facilidad.

—No esperaba verte aquí, Cauni —le respondió Nova mientras se acercaba a quitar los restos de flecha en la diana.

—Estaba aburrida, así que decidí entrenar contigo, ¿te parece?

—Pues creo que es más efectivo entrenar con alguien más... así que, ¡Claro! ¿Por qué no?

A lo que Cauni se terminó su mango, arrojó la semilla hacia atrás y gritó:

—¡Pues aquí voy!

Le lanzó un cuchillo, el cual Nova atrapó con tan solo su mano derecha, moviendo su cuerpo hacia la izquierda y agarrándolo por la punta, y luego se lo devolvió a la cara de su hermana de forma instintiva, lo cual hizo que Nova se preocupara y se contuviera un poco. Pero Cauni se arrojó al suelo, echando todo su cuerpo hacia atrás con los brazos estirados, el cuchillo le pasó a pocos centímetros de su cara, casi rozando su barbilla, quedando este perfectamente clavado en la tierra mientras Nova corría hacia ella para lanzarle un puñetazo con su mano derecha en la cara. Cauni se levantó después de esquivarlo y se defendió, desviando el puño de Nova con ambas manos, causando un desbalance en el peso de ella. Nova fue directo al suelo, pero con sus manos se sostuvo y le lanzó varias patadas haciendo que sus piernas parecieran una hélice dando una vuelta mientras giraba. Se apoyó con sus manos, Cauni se agachó esquivando las patadas de Nova y atacó con una patada barredora de revés con la pierna izquierda, pero Nova dejó de girar y detuvo su patada con una mano mientras se sostenía en el suelo con la otra; de inmediato Cauni se soltó del agarre girando su cuerpo y le lanzó una patada con la otra pierna mientras que Nova con la mano que se apoyaba en el suelo, dio un salto y cayó de pie unos metros más atrás, por lo cual Cauni no logró pegarle.

—Haz mejorado en velocidad, Nova —le dijo Cauni con una sonrisa.

—Y tú en fuerza —le respondió Nova.

Ambas sonrieron y chocaron las manos.

El día era hermoso, el sol brillaba y una cálida brisa se sentía. Las hojas y los pájaros creaban una relajante melodía.

—Oye, Nova. ¿Qué te parece si vamos a la cascada?

—No sé, le prometí a papá que estaría a tiempo para ir de pesca con ellos —respondió Nova en un tono bajo, pero mirando fijamente hacia la cascada, la cual se podía ver a pesar de la inmensa selva tropical que rodeaba esta montaña. Después de todo, Nova entrenaba cerca de allí.

—Pero con nuestra velocidad podemos ir a la cascada y estar a tiempo para la pesca —dijo Cauni muy entusiasmada y en un tono convincente—. Además, se nota que te mueres por ir a la cascada. Te escapas de noche, pero no quieres ir con tu hermana en el día... Me pregunto, ¿qué es lo que vas a hacer a allá de noche?

Cauni vio que su hermana estaba perdidamente mirando la cascada, soñando despierta, ignorando totalmente lo que su hermana estaba diciendo.

—¡NOVA! —le gritó su hermana, enojada.

—¿Eh? ¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó Nova a su hermana mientras intentaba recordar lo que ella le estaba diciendo.

—¿Iremos a la cascada sí o no?

—Está bien, Cauni, pero solo un rato, debemos volver pronto —respondió mientras buscaba su cuchillo—. Oye, ¿mi daga no quedó enterrada allí?

—Qué importa, solo vámonos o no llegaremos —respondió Cauni.

—¿Estás segura de que no la tienes tú? No sería la primera vez que tomas mis cosas sin permiso, como hace rato, sabes que esa es mi daga favorita y siempre la tomas —le reclamó Nova cruzando sus brazos.

—Ya te dije que no sé, solo vámonos —respondió, halándola por el brazo. 

***

En la aldea de los carib, el cacique se preparaba para iniciar una especie de combate entre dos jóvenes de edad similar. El cacique, siendo el padre de ambos, comenzó a darles una especie de discurso.

—Carib significa: ¡Ferocidad! ¡Fuerza! ¡Valentía! Veremos cuál de los dos es el mejor.

Entonces la muchacha llamada Inaru, una joven de estatura media, tez blanca, un cabello negro, lacio y tan largo que le llegaba a sus glúteos, que llevaba un vestido corto de algodón dejando a la vista sus costados derechos e izquierdos, con el cuello adornado de soga con plumas de aves de distintos colores, miró a su hermano Iroc con una sonrisa en su rostro.

—Prepárate para perder, hermanito.

Iroc la observó con mucha calma.

—Haz tu mejor intento, hermanita.

Iroc era un apuesto joven de cabello lacio, corto y castaño oscuro, musculoso debido a su arduo entrenamiento, usando únicamente un taparrabo y unas sogas que llevaba atadas alrededor de su cuerpo como accesorios en ambos antebrazos, muy cerca de sus hombros y en sus muñecas; sus ojos color marrones oscuros le devolvían una mirada astuta a su hermana.

Ellos se preparaban y a toda velocidad, Inaru atacó a Iroc, ataques que tranquilamente él fue esquivando sin problemas. Inaru le lanzó una secuencia de ataques: patada a la cabeza, la cual Iroc esquivó agachándose; patada barredora, la cual Iroc sorteó fácilmente dando un pequeño salto. Entonces, de repente, Inaru comenzó a atacar cada vez más rápido y con más fuerza, forzando a Iroc a ir más rápido. Este se defendió con facilidad, esquivando un puñetazo de Inaru y dándole a su vez una trompada en el estómago, casi sacándole el aire, dejando a Inaru tendida en el suelo.

—Eres muy predecible —le dijo mientras la veía tumbada en el suelo y se distrajo mirando a su padre.

Ella, acostada en el suelo, tratando de recuperar el aliento, aprovechó su descuido para vengarse.

—¡Predice esto!

Y le dio una patada en los pies, haciéndolo caer. Iroc cayó al suelo golpeándose duro en la espalda.

—Creo que lo merecía —murmuró Iroc.

—Ya es suficiente —dijo el cacique de los carib con una mirada seria en su rostro.

Los hermanos se pusieron de pie inmediatamente. El cacique se acercó hacia ellos hasta estar enfrente.

—Inaru, has demostrado ser fuerte, pero aún necesitas mejorar.

Ella giró sus ojos con desagrado por el comentario, pero luego le mostró una incómoda sonrisa a su padre al darse cuenta que la estaba observando con mucha seriedad.

—Iroc, tú eres nuestro mejor guerrero, pero eres muy suave en los combates, tomas todo a la ligera, dejas que el enemigo consiga su oportunidad para encontrar tu punto débil, mientras más alargas un combate, más oportunidad le das al enemigo para que te derrote.

Entonces Iroc mostró desagrado por el comentario sin que su padre se diera cuenta. No vio la necesidad de usar toda su fuerza contra su hermana. De hecho, nunca tuvo que usar toda su fuerza, salvo cuando se enfrentó al hijo del cacique de los sayam, cuando era aún más joven.

—¡ARQUEROS! —gritó su padre retumbándole el tímpano del oído a Inaru, quien lo dio a demostrar con su gesto.

El cacique se alejó de ellos y dos arqueros apuntaron con sus flechas a Iroc e Inaru, le lanzaron las flechas, Iroc las esquivó fácilmente moviéndose a un lado e Inaru las detuvo con una mano mientras arqueaba su cuerpo hacia la izquierda.

—¡Excelente! Pueden descansar, seguiremos entrenando luego.

Se escuchó comentar entre los que habían presenciado la pelea:

—Ambos son imparables.

—¡Sí!

—Siempre dan buena pelea.

Luego Iroc le dijo a su hermana:

—Oye, Inaru.

—¿Qué pasa? —le contestó su hermana, quien estaba hablando con unas chicas muy hermosas que no dejaban de admirar a Iroc.

—Si quieres te puedo ayudar a entrenar más tarde.

Era la primera vez que Iroc le ofrecía entrenar. Su hermana, sorprendida, lo miró con mucha alegría.

—Claro, pero primero debo hacer unas cosas, te veo en el lago Caimán antes de ponerse el sol.

—Ahí estaré.

Le contestó Iroc a su hermana, quien se alejaba con las otras chicas de la tribu. Ellas no podían dejar de verlo.

***

En la aldea de los acetza, estaba un joven guerrero, alto, muy musculoso, con su melena negra y ondulada hasta los hombros. Algo arrogante. Estaba en un círculo mientras hacía su danza de la victoria al ritmo de tambores mientras peleaba contra otro, al cual le ganaba fácilmente y solo lo hacía para llamar la atención de las mujeres. Mientras, en el fondo, había unas chicas mirando y admirando sus músculos. Todas estaban fascinadas. Una de ellas, fantaseando, miró a sus amigas.

—Quiero que me elija como su esposa.

—¿Te imaginas ser la esposa favorita? —le preguntó otra, emocionada. Sin embargo, una joven que estaba cerca las escuchó.

—¿Sabían que a la favorita la entierran viva con el cacique al morir? —dice, y sus amigas pegan un grito de la emoción, pero ella les da una mirada de asco y añade—: ¡Son un asco!

—Deja tu amargue, Yuna —le dice una de ellas sonriendo.

—Además, escuché que estás comprometida con ese apuesto chico de los carib —le dice otra, intentando buscar su lado amable.

—Así es, pero seré la única esposa. ¡Mataré a cualquier perra que intente arrebatarme a mi hombre! —les dice mientras se marcha de forma arrogante.

—Odio a Yuna, cree que por tener esos grades pechos, ese hermoso pelo negro largo y lacio, ser la más hermosa de la aldea y ser hija del cacique de los acetza puede pasar por encima de todos. —Las demás se quedan observándola y ella finalmente comenta—: Está bien… sí puede.

Luego se retracta de lo que dice:

—¡No! No puede.

Entonces una hermosa joven se queda observando a Yuna detenidamente.

—Pues no le veo nada de especial, es decir, sí es hermosa, pero todas lo somos.

—¡SSSHHH! —la manda a callar una de ellas porque al parecer habló muy alto.

Ella se queda sorprendida. Entonces Yuna se detiene, da media vuelta y se regresa hasta donde ellas. Al parecer la ha escuchado. Le da una tremenda bofetada que la tumba al suelo.

—¡Oye! —grita una joven que estaba cerca mientras ayuda a la chica a levantarse.

Esta se pone de pie y de repente estornuda, cayendo un poco de sangre en el pie de Yuna. La bofetada es más fuerte de lo que aparenta, ya que está sangrando por la nariz. Yuna se mira el pie, asqueada. La que ha estornudado, aterrorizada, se pone de rodillas pidiéndole disculpas, pero Yuna la observa con mucha frialdad.

—Limpia mi pie —le comanda con un tono tan siniestro que podría congelar el infierno. Ella inmediatamente rompe su propia vestimenta para limpiarla, pero Yuna la detiene y le ordena—: Con tu cabello, límpialo.

La chica siente como si algo dejara su cuerpo, sabía lo que venía, ya lo había visto antes, ese ego, esa arrogancia, esa maldad, tanta frialdad, su corazón comenzó a martillar en su pecho, sus manos comenzaron a temblar mientras que Yuna estaba disfrutando su superioridad.