Nuevas familias, nuevos cuidados - Isabel Cristina Jaramillo Sierra - E-Book

Nuevas familias, nuevos cuidados E-Book

Isabel Cristina Jaramillo Sierra

0,0

Beschreibung

No es exagerado decir que en muchos países occidentales las últimas décadas vieron el paso acelerado de "la familia modelo" –papá, mamá y sus hijos– a "los modelos de familia", que abarcan una diversidad creciente de conformaciones: monoparentales, ensambladas, extendidas, encabezadas por dos hombres o por dos mujeres, con tres progenitores, conviviendo o no, unidos en matrimonio o por otras formas de relación social. Mientras tanto, las políticas públicas de cuidado tendieron a quedarse varios pasos atrás de esos cambios. Como se sostiene en este libro, que viene a abonar un novedoso campo de investigación e intervención política en América Latina, es hora de cuestionar a la familia tradicional como la principal proveedora de cuidados. ¿Qué ganamos y qué perdemos cuando, por el contrario, usamos la idea de "hogar"? ¿Qué tanto reproducen las novedosas formas familiares los estereotipos de género de sus formaciones tradicionales? ¿Cómo incluir también a los adultos mayores –que no solo reciben cuidado, sino que también a veces deben proveerlo– como destinatarios de estas políticas, cuando las jubilaciones son magras o inalcanzables? ¿Cómo hacerlo con las personas con discapacidad, cuando en gran medida los mercados laborales no les ofrecen posibilidades de empleo formal? Se trata, dicen las autoras y autores de este libro pionero, de impulsar nuevas leyes y normas que provoquen a su vez un cambio cultural, el de pensar el cuidado como un derecho humano. La ambición de fondo es que la política pueda promover un reparto más justo de estas tareas –también, y especialmente, por fuera de los hogares– para acompañar la saludable diversificación de las relaciones familiares que la sociedad está llevando adelante.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 342

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Índice

Cubierta

Índice

Portada

Copyright

Familias y cuidados: otra vuelta de tuerca (Isabel C. Jaramillo Sierra, Tary Cuyana Garzón Landínez)

Parte I. Familias

1. Diversidad familiar, legitimidad social, cuidados y bienestar (María del Mar González Rodríguez)

2. Estrategias, encuentros y desencuentros a raíz del cuidado de niños, niñas y adolescentes en Bogotá (Yolanda Puyana Villamizar, Carolina Giraldo Henao)

3. El cuidado y sus circuitos: significados, relaciones, retribuciones (Nadya Araujo Guimarães)

Parte II. Cuidados

4. La igualdad en emergencia. Derecho al cuidado en América Latina (Laura Pautassi)

5. Hombres que ejercen una masculinidad tradicional y el ejercicio del cuidado: ¿es una combinación posible? (Óscar Emilio Laguna Maqueda)

6. Familia, mercado y cuidado de la vejez: el papel de la jurisprudencia de la Corte Constitucional en Colombia (Javier A. Pineda Duque, Tary Cuyana Garzón Landínez)

7. Cuando te jubilas cuidando: mecanismos para compensar el cuidado no remunerado en los sistemas previsionales de Bolivia, Chile y Uruguay (Flavia Marco Navarro)

Acerca de las autoras y los autores

Isabel Cristina Jaramillo SierraTary Cuyana Garzón Landínez

compiladoras

NUEVAS FAMILIAS, NUEVOS CUIDADOS

Cómo redistribuir el cuidado dentro y fuera de los hogares del siglo XXI

Autoras y autores:Nadya Araujo GuimarãesCarolina Giraldo HenaoMaría del Mar González RodríguezÓscar Emilio Laguna MaquedaFlavia Marco NavarroLaura PautassiJavier Armando Pineda DuqueYolanda Puyana Villamizar

Nuevas familias, nuevos cuidados / Isabel Cristina Jaramillo Sierra; Tary Cuyana Garzón Landínez, comps.- 1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB.- (Derecho y Política / serie Nuevos Feminismos)

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-801-236-0

1. Ambiente Familiar. 2. Educación Familiar. 3. Sociología de la Familia. I. Garzón Landínez, Tary Cuyana. II. Título.

CDD 306.85

Esta colección comparte con IGUALITARIA el objetivo de difundir y promover estudios críticos sobre las relaciones entre política, el derecho y los tribunales.<www.igualitaria.org>

© 2023, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

<www.sigloxxieditores.com.ar>

Diseño de portada: Pablo Font

Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina

Primera edición en formato digital: marzo de 2023

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-236-0

Familias y cuidados: otra vuelta de tuerca

Isabel C. Jaramillo Sierra, Tary Cuyana Garzón Landínez

Este libro comienza con una pregunta fundamental: ¿cuál debería ser el papel de la familia en el cuidado? Asumimos, con Nancy Fraser, que el cuidado es uno de los temas más importantes del debate público en la última década (Fraser, 2017). Entendemos, además, que dentro de este debate se ha marcado la división sexual del trabajo como uno de los límites y obstáculos para la redistribución y reducción de las cargas asociadas al cuidado (Batthyány, 2018). Sin embargo, a pesar de que la literatura específica en torno a la economía y la sociología del cuidado repite que el cuidado debe distribuirse en lo que se conoce como el “diamante de cuidado” –esto es, las familias, el mercado, el Estado y la comunidad o sector no lucrativo (voluntariado) (Razavi, 2007)–, notamos que la teoría normativa sobre cuánto y cómo debería corresponderle a cada uno no cuenta con un consenso similar.

La hipótesis feminista de la desfamiliarización de la protección social todavía no parece alcanzar los escenarios que están en el corazón del cuidado, y las alternativas familistas están lejos de tomar en consideración la diversidad en las relaciones familiares contemporáneas y las complejas relaciones que se tejen en torno al cuidado. Así, el énfasis estaría puesto todavía en la visibilización y remuneración del trabajo de cuidado de las mujeres más pobres, dentro y fuera de sus hogares, con poca elaboración sobre los complejos dilemas de la redistribución del cuidado dentro y fuera de la familia. Desde el derecho laboral, por ejemplo, se ha cuestionado cómo la exclusión e invisibilidad del trabajo doméstico y de cuidados, y su identificación dentro del trabajo informal, han afectado profundamente los derechos humanos con un alto impacto de género (Alvarado, 2019: 151), mientras que el auge de las encuestas del uso del tiempo en la región ha posicionado la discusión respecto de los aportes económicos que se realizan en los países a partir del trabajo de cuidados.

Este libro busca aportar elementos para mostrar los límites de una protección social familista, así como iluminar algunas de las soluciones disponibles. De una parte, revela la diversidad en las familias que están haciéndose cargo del cuidado; de otra parte, cuestiona la excesiva atención que se concede a los niños y niñas en imaginar las necesidades de cuidado; y, por último, muestra aproximaciones novedosas a la cuestión de la redistribución del cuidado.

Las familias de los cuidados

La literatura feminista, con razón, ha tendido a exagerar el lugar de la familia nuclear en el debate sobre el cuidado. En efecto, la ruptura que significó la industrialización en lo que se consideraba trabajo productivo y reproductivo y la valoración que se dio al trabajo que producía bienes y servicios para la venta llevaron a desconocer el trabajo de cuidado, por lo que el centro de los estudios con respecto al género ha estado en la división sexual del trabajo (Pineda Duque, 2011). Si bien desde los años setenta las familias reportaron cambios sustanciales en su conformación y roles tradicionalmente asignados dados sobre todo por el desgaste del modelo del varón proveedor de recursos y la incorporación de las mujeres al mercado laboral (Lewis, 2011), las políticas en América Latina siguen fundamentando el rol de las familias en la procreación y recargando sobre las mujeres los trabajos de cuidado ante una débil participación estatal y una compleja participación del mercado en la provisión de estos servicios.

Así, la familia nuclear sigue siendo prevalente a lo largo y ancho del mundo contemporáneo y, por cierto, de América Latina. Es justamente esta familia la que consolida una división sexual del trabajo en el que la fuerza laboral de las mujeres se expropia por la vía de excluirla del mundo “público”, del mercado y del Estado, y por la vía de una ausencia de regulación sobre la remuneración de su labor (Esquivel, 2011). Como explicaba a inicios del siglo pasado la brillante Charlotte Perkins Gilman, el que el “ama de casa” tenga satisfechas sus necesidades no tiene nada que ver con recibir una remuneración por su trabajo. Lo que recibe no tiene relación alguna ni con la cantidad ni con la calidad del trabajo que se realiza y no se extiende después de que termina la relación afectiva con quien aporta el dinero (Perkins Gilman, 1898). Sin embargo, lo cierto es que cada vez más relaciones sociales son reconocidas social y jurídicamente como familia: las formadas por parejas del mismo sexo y las de mujeres solas con hijos ya son parte de la nueva constelación de “familias”.

En el debate planteado respecto de la asociación de las familias con el cuidado, nos planteamos preguntas como: ¿qué ganamos y qué perdemos cuando acogemos la idea de “hogar”, por oposición a la de “familia”, en las políticas públicas y la acción gubernamental?, ¿cuánto de la familia se retiene en el concepto de “hogar” y por qué importa? ¿cuáles son los efectos de hablar de “familias”, en plural, o de “relaciones de familia”, por oposición a “la familia”?, ¿qué debería cambiar en el derecho de familia para materializar el fin de la familia como concepto organizador de las relaciones sociales?, ¿cuáles son los costos y beneficios de proteger otras relaciones sociales?, ¿cómo debemos pensar en la reproducción en el nuevo mundo de las familias?

Tres de los capítulos recogidos en esta colección se refieren al problema de la “forma familiar”. El primero es el de la profesora María del Mar González Rodríguez, quien encara abiertamente la cuestión de las familias diversas para entender su capacidad de proveer cuidados a sus miembros y capturar los recursos del Estado para hacerlo de manera adecuada. El trabajo, que toma el caso de España, explica las fortalezas y debilidades de distintos arreglos familiares para abordar el cuidado de sus miembros. En sus conclusiones, González señala que, si bien las familias heteroparentales tienden a ser más visibles y estudiadas, aquellas conformadas por adultos del mismo sexo tienden a presentar menos conflictos en torno a la división sexual del trabajo y las de mujeres solas muestran gran capacidad para aprovechar las oportunidades y servicios ofrecidos por el Estado. Al contrastar las familias heteroparentales de locales con las migrantes, la autora pone en evidencia las fuertes tensiones en torno a la división sexual del trabajo, con gran exclusión de las mujeres del mundo laboral y poca “colaboración” de los hombres en las tareas de cuidado.

Con un riguroso estudio cualitativo, en el que relaciona la diversidad familiar con las obligaciones de cuidado, la autora analiza en detalle las implicaciones que tiene la composición y el origen familiar en la distribución de las obligaciones de cuidado, así como el alcance que deben tener las políticas públicas por enfocar las prestaciones hacia las familias con menores niveles de satisfacción y mayores necesidades de cuidado.

En el capítulo 2, Yolanda Puyana Villamizar y Carolina Giraldo Henao identifican cómo la organización del cuidado se encuentra mediada por discursos de maternidad intensiva, estructuras patriarcales y baja participación estatal, lo que dificulta la redistribución, reconocimiento y reducción del trabajo de cuidados. Este aporte, que articula un estudio cualitativo con las teorías feministas respecto del cuidado y las categorías propuestas por Pierre Bourdieu, identifica el rol simbólico de la familia y la forma como este trasciende en los cuidados más allá de los niveles socioeconómicos o de dependencia en los que se presten los servicios de cuidados no remunerados.

Esta aproximación permite evidenciar el peso que los discursos familistas tienen sobre las decisiones de cuidado y los retos a los que nos enfrentamos al cuestionar la “obligación” de las familias de cuidar, casi de manera exclusiva, a sus miembros más vulnerables.

El capítulo de Óscar Laguna, por último, se ocupa del papel de los hombres en el cuidado, a partir de reflexiones sobre la masculinidad tradicional. El autor observa cómo el proceso de instaurar la masculinidad tradicional supone cuidados que no se limitan a la familia, sino que se extienden a los “hombres jóvenes”, incluyendo en muchos casos a personas con las que no se tiene ningún vínculo. Laguna se refiere a prácticas como la de avisar a los hombres jóvenes sobre los riesgos a su salud, mostrarles los “extremos” en los que no deben incurrir o poner en evidencia los comportamientos que deben evitar.

El autor analiza cómo los hombres ejercen actividades de cuidado sin abandonar los esquemas tradicionales de maternidad. Para eso, amplía la idea de cuidado hacia prácticas relacionales que tienen los hombres y que buscan incidir en el bienestar de las otras personas. Laguna parte de una observación rigurosa de las conductas masculinas, así como de una definición e identificación de la masculinidad tradicional.

Estos tres capítulos contribuyen a repensar y problematizar el rol de la familia nuclear como principal proveedora de cuidados, y nos permite complejizar la relación entre cuidados y familia en América Latina. De igual forma, nos ayudan a replantear el alcance de los cuidados y ampliar su marco de análisis al quitar el foco de la familia tradicional.

Cuidados no solo para niños y niñas

Así como la familia nuclear ocupa un lugar central en el debate contemporáneo del cuidado, los niños y las niñas están en el corazón de la preocupación por las transformaciones encaminadas a reducirlo y redistribuirlo. Según estudios que analizaron la relación entre demografía y género, la igualdad de género puede alcanzarse, entre otras formas, minimizando la carga de responsabilidades de cuidado a través de la no procreación. Dicho fenómeno se volvió en los últimos años una tendencia creciente en países con tasas de fecundidad muy por debajo de las tasas de reemplazo (Folbre, 2006).

Este enfoque se relaciona, de una parte, con el supuesto de que la dependencia de los viejos y de las personas en situación de discapacidad se ha resuelto con sistemas de protección social. En efecto, los esquemas de atención a la vejez y a la discapacidad responden al objetivo principal de los sistemas de seguridad social, los cuales, más allá de sus esquemas de funcionamiento y financiación, consisten en atender la debilidad por ser situaciones que afectan el ingreso (Muñoz Segura, 2016). Sin embargo, en América Latina se estima que más de la mitad de los adultos mayores no recibe una pensión del sistema contributivo, lo que los obliga a buscar inserción en el mercado laboral, pese al aumento de la discapacidad que sufren con la edad (Vejarano Alvarado y Angulo Novoa, 2015: 36). Del mismo modo, la poca participación que tienen las personas con discapacidad en los mercados laborales dificulta su acceso real a los servicios de seguridad social (Stang Alva, 2011).

Esta percepción implica igualmente asociar que las prestaciones económicas aseguran el cuidado a través del mercado y que los esquemas de seguridad social en salud tienen la capacidad de atender las necesidades de cuidado, cuando estas están sustentadas en la solidaridad familiar y la obligación de la misma familia de atender a los ancianos y personas con discapacidad.

De otra parte, el enfoque del cuidado en los niños resulta de una mirada reduccionista que asume que sus necesidades son similares a las de otros grupos poblacionales. Para el caso específico del cuidado de la vejez, este implica la atención para la realización de actividades que se pierden con el paso de los años y no conservan la promesa de retribución que tiene el cuidado de los niños (Wolf, 2004; Stark, 2005). De manera similar, en los estudios sobre vejez se ha destacado la alta incidencia de la atención en salud que requieren las personas de la tercera edad y cómo esto afecta las condiciones en que se cuida a esta población (Enríquez Rosas, 2014).

Dos de los capítulos recogidos en este libro sugieren estos nuevos horizontes para el cuidado. Así, el capítulo de Pineda y Garzón revela las maneras en que, ante los fracasos de las pensiones en mercados laborales altamente informales como el colombiano, la vejez ha terminado por convertirse en una “carga familiar”. En efecto, aun en los casos en que existe la posibilidad de describir la situación como algo más que una derivada del inevitable debilitamiento causado por la edad, los sistemas jurídicos han preferido acudir a la solidaridad familiar antes que identificar responsabilidades en el sistema de salud o en la seguridad social. Asimismo, en el capítulo se cuestiona la orientación economicista que se ha ofrecido como protección a la vejez y la insuficiencia que tiene esta visión respecto de las necesidades de cuidado real que van surgiendo con el paso del tiempo.

El capítulo de Flavia Marco Navarro, por su parte, presenta una crítica a la forma en que han respondido los esquemas de protección social al cuidado no remunerado. La autora plantea que, en sistemas previsionales basados en el empleo, la dedicación al cuidado está penalizada, pues no reconocen las trayectorias desde el trabajo no remunerado. La articulación de las discusiones sobre los beneficios que se otorgan a las mujeres con hijos y su capacidad para disminuir las brechas de género pone en evidencia la continuidad del trabajo de cuidados centrado en las mujeres y la falta de valor que los esquemas de seguridad social otorgan al aporte que el cuidado supone para la sociedad.

El capítulo de Óscar Laguna, ya mencionado, destaca lo que el autor llama “formas masculinas del cuidado” para ampliar no solo el repertorio de actividades desplegadas por los varones, sino los destinatarios del cuidado. Laguna plantea la actividad de vigilancia y supervisión de la masculinidad tradicional como tareas de cuidado, que se extienden a circunstancias que involucran a hombres de todas las edades. Su argumentación se asemeja a la batalla de los autores de lo “social” por mostrarnos a todos y todas como interdependientes y, por tanto, en situación de necesidad, así como en capacidad de hacernos cargo de otros.

Nuevos horizontes para el cuidado

Las discusiones hasta aquí recogidas obligan a plantear la pregunta sobre cómo repensar la relación entre la familia y el cuidado y de qué modo articular estas relaciones con otros actores, en el marco de un verdadero diamante del cuidado que genere interacciones entre distintos actores sociales para garantizar la permanencia de la vida.

Aunque el foco del debate de la literatura feminista en torno al cuidado sigue estando en la división sexual del trabajo, la pregunta sobre la centralidad del cuidado en el ámbito público, al cual empezaron a ingresar las mujeres con la revolución feminista, sí ha implicado repensar el cuidado como el núcleo de una política que se construye a partir de las relaciones con los demás, el reconocimiento de la fragilidad y la relatividad de la autonomía y la categoría que compartimos a lo largo de la vida tanto como receptores como dadores de cuidado (Tronto, 2020). Esta aproximación supone la construcción de una definición más amplia de cuidado, que supere el espectro privado en el que ha sido estudiado como un “trabajo sucio” a cargo de las mujeres y que permita analizar la ética del cuidado como un concepto orientador de todas las acciones en el marco de una sociedad democrática.

Al respecto, el capítulo de Nadya Araujo Guimarães descentra la “familia” como organización social al relevar los “circuitos” en los que ocurre el cuidado. La autora identifica el alcance y límites de las teorías de Saskia Sassen, Arlie Hochschild y Viviana Zelizer, y toma la idea de “circuitos” de esta última autora argentina y la explota para enfatizar que las relaciones sociales de cuidado suponen arreglos sociales de control colectivo en los que no solo se regula la actividad, sino en los que también hay intercambios económicos. El capítulo, traducción de uno ya publicado en portugués, ilustra el hecho de que el cuidado se negocia en circuitos que atraviesan distintas organizaciones sociales. Así, por ejemplo, el circuito del cuidado profesional está presente en el mercado, el Estado y la familia. Lo que resulta clave en este circuito es el nivel de tecnificación de la labor, la regulación y el pago. Otro circuito es el del cuidado afectivo, que, al contrario de lo que se presume, está presente no solo en la familia, sino además en las comunidades como forma de autoayuda. Lo peculiar de este circuito es la poca tecnificación y que no hay remuneración en dinero.

Araujo Guimarães analiza la potencialidad que tienen los conceptos de “relaciones sociales de cuidado” y “circuitos de cuidado” para comprender los distintos modos en que el cuidado genera relaciones sociales, económicas y laborales, más allá del concepto de familia y la forma como las intersecciones de sexo, género y clase social coinciden e imponen retos significativos en el proceso de mercantilización de los cuidados que se está desarrollando en el contexto de la globalización.

El capítulo revisa algunas de las teorías más relevantes respecto de la organización social del cuidado y permite al lector una visión crítica de sus alcances e implicaciones. Si bien la autora toma el caso de Brasil, la propuesta metodológica y analítica es extensible a América Latina, en el contexto actual de globalización y crisis social del cuidado.

Por otra parte, Laura Pautassi hace una revisión del alcance del “derecho al cuidado” a partir de la experiencia vivida en la pandemia por el covid-19 y las relaciones que se tejieron en torno a la distinción entre cuidado y servicios de salud. Para la autora, si bien hubo un progreso en el reconocimiento del cuidado como un derecho, esto no basta para que las necesidades sean atendidas, sino que hay que avanzar hacia la universalidad y distribución. La pandemia se convirtió entonces en el escenario que permitió visibilizar la necesidad y requerimientos de los cuidados para crear políticas equitativas que reconozcan el aporte que hace para el bienestar social. No se trata entonces de reconocer el valor que tiene el trabajo no remunerado, sino de ampliar el horizonte de discusión hacia el alcance que tiene el cuidado como derecho, lo cual implica incluso plantear el derecho a no cuidar.

Junto con esta discusión, los capítulos de Marco y Garzón y Pineda problematizan el rol del derecho como garante del cuidado y evidencian la relación que tienen las políticas, sobre todo en materia de seguridad social, con la justificación de volver a las familias para atender las deficiencias del sistema público de cuidados.

Este libro busca entonces aunar distintas discusiones en torno a la relación naturalizada que se tiene entre las familias y los cuidados. De igual forma, constituye un aporte fundamental para repensar los discursos familistas, los enfoques que ha tenido la literatura feminista en torno al cuidado de los niños y las niñas, y la tendencia igualitarista que se tiene respecto del cuidado en familias diversas.

Otro aporte significativo se encuentra en el papel que desempeña el derecho en la forma como se concibe la familia y se asignan las responsabilidades de cuidado, en particular desde el sistema de seguridad social, para atender contingencias como la vejez o la discapacidad, más allá de los esquemas de financiación o de articulación institucional presentes en los distintos países.

Finalmente, queremos agradecer al Instituto O’Neill y a Bridges con la plataforma Familias: Ahora, no solo por la dirección y articulación del proceso, sino por la apuesta que han generado para apropiar el concepto de “familia” desde una visión progresista que permita repensar los esquemas de cuidado y diversidad desde un enfoque democrático. También agradecemos a los y las expertas que participaron en los seminarios de autor y en la consolidación de este libro, que esperamos aporte al debate académico y social con el fin de repensar la familia y el cuidado para la construcción de una sociedad fundamentada en la ética del cuidado.

Bibliografía

Alvarado, C. P. (2019), El trabajo doméstico y del cuidado. Informalidad y fronteras de laboralidad, Bogotá, Tirant lo Blanch - Universidad Libre.

Batthyány, K. (2018), “La organización social del cuidado. Políticas, desafíos y tensiones”, en L. G. Arango Gaviria y otros, Género y cuidado. Teorías, escenarios y políticas, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia - Pontificia Universidad Javeriana - Universidad de los Andes, p. 213.

Enríquez Rosas, R. (2014), “Feminización y colectivización del cuidado a la vejez en México”, Cadernos de Pesquisa, 44(152), disponible en <www.scielo.br>.

Esquivel, V. (2011), “La economía del cuidado en América Latina. Poniendo a los cuidados en el centro de la agenda”, en Atando cabos, deshaciendo nudos, El Salvador, PNUD.

Folbre, N. (2006), “Measuring Care. Gender, Empowerment, and the Care Economy”, Journal of Human Development, 7.

Fraser, N. (2017), “Crisis of Care? On the Social-Reproductive Contradictions of Contemporary Capitalism”, en T. Bhattacharya (ed.), Social Reproduction Theory. Remapping Class, Recentering Oppression, Londres, Pluto Press, disponible en <doi.org/10.2307/j.ctt1vz494j>.

Lewis, J. (2011), “Género, envejecimiento y el nuevo ‘pacto social’. La importancia de desarrollar un enfoque holístico de las políticas de cuidados”, en El trabajo de cuidados. Historia, teoría y políticas, Madrid, Los Libros de la Catarata - Fuencabral, pp. 336-358.

Muñoz Segura, A. M. (2016), La pensión de vejez. Una pieza en la construcción de sociedad, Bogotá, Grupo Editorial Ibáñez - Pontificia Universidad Javeriana.

Perkins Gilman, C. (1998), Women and Economics, San Francisco, UC Press.

Pineda Duque, J. (2011), “La carga del trabajo de cuidado. Distribución social y negociación familiar”, en L. G. Arango Gaviria y P. Molinier (eds.), El trabajo y la ética del cuidado, Medellín, La Carreta Social.

Ravazi, S. (2007), “The Political and Social Economy of Care in a Development Context. Conceptual Issues, Research Questions and Policy Option”, United Nations Research Institute for Social Development, Gender and Development, 3, disponible en <www.bdigital.unal.edu.co>.

Stang Alva, M. F. (2011), “Las personas con discapacidad en América Latina. Del desconocimiento jurídico a la desigualdad real”, Cepal, disponible en <repositorio.cepal.org>.

Stark, A. (2005), “Warm Hands in Cold Age. On the Need of a New World Order of Care”, Feminist Economics, pp. 7-36, disponible en <doi.org/10.1080/13545700500115811>.

Tronto, J. (2020), Riesgo o cuidado, Buenos Aires, Fundación Medifé.

Vejarano Alvarado, F. y A. Angulo Novoa (2015), “Vejez y envejecimiento. Una mirada demográfica”, en P. Rodríguez y F. Vejarano Alvarado (eds.), Envejecer en Colombia, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, pp. 25-61.

Wolf, D. A. (2004), “Valuing Informal Elder Care”, en N. Folbre y M. Bittman (eds.), Family Time. The Social Organization of Care, Londres, Routledge, pp. 110-130.

Parte I

Familias

1. Diversidad familiar, legitimidad social, cuidados y bienestar

María del Mar González Rodríguez

En las últimas décadas, la sociedad española experimentó muchos cambios, pero pocos tan llamativos como los que se dieron en el ámbito familiar. Hasta hace poco, era relativamente simple describir los hogares españoles, porque una inmensa mayoría se ajustaba a un patrón común: un hombre y una mujer unidos en matrimonio, con hijos biológicos que habían nacido de esa unión, y que hasta la llegada de la democracia debía ser, además, religiosa. No solo se caracterizaban por su estructura biparental, también aparecía en estos hogares una dinámica de roles y relaciones de profundas raíces patriarcales: las madres se ocupaban de las labores reproductivas, entre las que se incluían las labores domésticas, así como las de cuidado de la infancia y personas dependientes, mientras que eran los padres quienes desarrollaban tareas productivas, destinadas a garantizar el sustento de la familia, al tiempo que detentaban la máxima autoridad y la representación de la familia. Por tanto, había una división de roles, pero también una jerarquía entre ellos, que no solo venía dada por prácticas culturales, sino legitimada por un ordenamiento jurídico manifiestamente patriarcal y que se había afianzado en la dictadura. Así se consideraba al varón “cabeza de familia” y se le otorgaba poder de representación de su mujer y de decisión sobre sus bienes (Alberdi, 1999; Flaquer, 1999).

Con la llegada de la democracia a España, tras la muerte del dictador Franco en 1975, y la promulgación de una nueva Constitución que sancionaba la igualdad de derechos, se abrió una grieta en los cimientos de este sistema de familia patriarcal que no hizo más que profundizarse a lo largo de estos últimos casi cincuenta años. Así, se produjeron profundas transformaciones, tanto en cuanto al modo en que se constituyen las familias, como en sus componentes, los roles que se desempeñan dentro de ella o la dinámica de relaciones que se dan en su seno.

De la familia modelo a los modelos de familia

Comenzando por el modo en que se constituyen, las familias ya no tienen como paso inicial el matrimonio. Se produjo un notable incremento en el número de parejas que conviven sin haberse casado, a veces como paso previo al matrimonio, a veces, sin tenerlo en el horizonte. De hecho, se dio una muy llamativa subida en los nacimientos extramatrimoniales, que en España pasaron de un 2,02%, en 1975, a un 46%, en 2019 (Instituto Nacional de Estadísticas –INE–, 2019a). O, lo que es lo mismo, la maternidad de solteras pasó de ser una realidad marginal en nuestra sociedad, a la circunstancia en que se produce el nacimiento o la adopción de casi uno de cada dos niños en España. Que sean solteras no quiere decir que estén solas: la mayoría tiene a sus hijos en pareja, pero sin haberse casado previamente.

También cambiaron los roles dentro de las familias biparentales convencionales, ganando en igualitarismo en varios sentidos. De una parte, la autoridad está compartida entre las distintas figuras adultas de la familia, y así se recoge en las regulaciones legislativas, que ya no suponen al hombre un estatus de superioridad sobre la mujer, sino que dotan a ambos de iguales derechos y responsabilidades entre ellos y para con los hijos e hijas. De otra parte, los roles que desempeñamos hombres y mujeres dentro de la familia son cada vez más parecidos que distintos. Así, las mujeres se fueron incorporando mayoritariamente a las tareas productivas, colaborando de manera activa al sostén económico de la familia, al tiempo que los hombres fueron compartiendo de modo creciente las tareas reproductivas, implicándose en el cuidado de hijos e hijas y la atención a las tareas domésticas. Ambas líneas, por cierto, no evolucionan ni de manera simultánea ni a la misma velocidad, sino que esta última va a remolque de la primera. Así, mientras las tasas de empleo de hombres y mujeres fueron acercándose y en 2019 había una diferencia de solo un 3% en las tasas de empleo entre hombres y mujeres, estas seguían dedicando casi el doble de horas semanales que aquellos al cuidado de la infancia (38 versus 23), o de personas mayores (20 versus 14), según datos del INE (2019b). Como demostraron Ajenjo y García-Román (2019), la desigualdad de género en las horas dedicadas al cuidado persiste cuando ambos miembros de la pareja trabajan o cuando ambos están en desempleo. Esta desigualdad desaparece cuando únicamente es la mujer quien desarrolla tareas profesionales, pero se maximiza cuando solo lo hace el hombre. Como plantean Borrás, Ajenjo y Moreno-Colom (2021), además, la implicación de los padres en tareas de cuidado no produjo un descenso en la implicación de las madres, ni un balance más equilibrado entre trabajo productivo y reproductivo.

La tercera gran línea de evolución tiene que ver con el abandono de la hegemonía del patrón de familia patriarcal convencional, que antes describíamos en favor de la diversificación de estructuras familiares, que fueron ganando visibilidad y legitimidad. Esto fue propiciado por una serie de avances legislativos en nuestra sociedad en las últimas décadas:

Por orden cronológico, la Ley de Divorcio de 1981 permitió la legalización de las rupturas matrimoniales, imposibles durante la dictadura franquista, que solo contemplaba la muerte como causa de disolución del vínculo matrimonial. La promulgación de esta ley dio paso a la existencia de familias binucleares, con niños y niñas que conviven alternativamente con ambos progenitores, así como a las familias combinadas o ensambladas, fruto de segundas uniones, en las que además aparecen nuevas figuras (nuevas parejas de padres o madres, medio-hermanos, etc.).Las legislaciones en materia de adopción en 1987 y de reproducción asistida en 1988 abrieron las puertas a nuevas vías para tener hijos, tanto en pareja como a solas. A raíz de ello, la maternidad en solitario por elección experimentó un incremento notable en nuestra sociedad tanto por reproducción asistida (Brassesco-Julio y otros, 2015) como por adopción (González y otros, 2008).Por otra parte, en 2005 se produjo una modificación del Código Civil, que permitió el matrimonio entre parejas del mismo sexo, regulando la relación de ambos miembros de la pareja y con las criaturas en común. En los quince años transcurridos, se dieron 54.000 matrimonios en España entre personas del mismo sexo. Este avance legislativo dotó de legitimidad a las familias de lesbianas o gays, al tiempo que las volvió más visibles y propició su aceptación por parte de la sociedad (Montes y otros, 2016).

Por tanto, asistimos en España a un panorama familiar mucho más diverso y complejo que el que describíamos al inicio del capítulo, que es acorde con la predicción de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) (2012) sobre el futuro de las familias en Europa y que muestra similitudes con las líneas de evolución apreciables en otros países de nuestro entorno geográfico y político. Así, también en el resto de países europeos se dio un descenso claro en el número de matrimonios, con un incremento de los nacimientos de parejas no casadas y de los hogares de single-mother families, al tiempo que un aumento en los divorcios y en las familias ensambladas, por segundas uniones de los progenitores (Eurostat, 2020, 2021) y la presencia creciente de familias encabezadas por progenitores del mismo sexo, cuyas tasas de matrimonio siguen subiendo en los países europeos que lo tienen reconocido (Cortina y Festy, 2020).

Todo esto lleva a afirmar que en muchas sociedades y, desde luego, en la española pasamos de la familia “modelo” a los modelos de familia. Todas estas familias ya existían, por cierto, antes de que el ordenamiento jurídico las protegiera, pero eran invisibles y carecían de legitimidad social, ya que no solo no eran reconocidas, sino que eran legalmente perseguidas por un Estado que condenaba la maternidad de solteras (González y otros, 2003b), dictaba leyes penales contra la homosexualidad (Ugarte, 2008), no permitía el divorcio y tenía normas que condenaban el adulterio en las mujeres, pero no en los hombres (Ruiz-Marul, 2017).

Con frecuencia, estos cambios fueron interpretados como evidencias de la “crisis de la familia”, el “declive de la familia” o la “pérdida de valores familiares” (Blankerhorn, 1996; Popenoe, 1993, 2007). Sin embargo, hay evidencias científicas que permiten afirmar que la historia de la humanidad es, en cierto sentido, la historia de la “crisis de la familia”, dado que la familia como institución no ha permanecido inmutable, sino que fue modificándose a lo largo de la historia y lo ancho de la geografía para intentar cubrir las necesidades y aspiraciones de los seres humanos en distintos contextos y momentos, como los estudios de la antropología cultural demostraron ampliamente (Lévi-Strauss, 1995).

Inés Alberdi (1999) argumenta, además, que estos distintos modos de organizar la familia tengan muy posiblemente que ver con diversas formas de entender y buscar la felicidad, y que no estaríamos ante la destrucción de la familia, sino ante su reconstrucción desde nuevas bases. Del mismo modo, y siguiendo el análisis de esta autora, más que ante la pérdida de valores familiares, nos encontraríamos ante su cambio y renovación. Así, los valores de desigualdad o jerarquía de poder en los que se basaba típicamente la familia patriarcal fueron puestos en crisis con los nuevos modelos familiares, pero sigue estando vigente el valor de la solidaridad que la caracterizaba, al tiempo que surgieron otros nuevos, como la igualdad, la libertad, la tolerancia o la felicidad. Estos valores se consideran característicos no solo de las nuevas familias sino, de modo más general, reflejo de las nuevas formas de orden social.

Nos parece muy interesante introducir un nuevo argumento en este análisis, propuesto por Scanzoni (2004). A partir de una metáfora tomada de la ecología, este autor plantea que, al igual que la diversidad de especies es un indicador de la salud de un ecosistema, la diversidad familiar debería contemplarse como evidencia de la salud de una sociedad, en tanto muestra el grado en que sus miembros pueden ejercer la libertad de elegir y desarrollar el modo de vida en familia que los hace más felices. Según su análisis, la diversidad familiar debería dejar de considerarse como un problema para ser “celebrada como un indicador de libertad” (2004: 18). Si llevamos esta idea un poco más allá, en otro trabajo planteamos (González, 2009) que, así como se considera que la variedad de especies en un ecosistema es un indicador de su riqueza, creemos que la diversidad familiar debe entenderse como una fuente de riqueza para una sociedad, que cuenta así con una pluralidad de recursos y referentes para organizar la vida social.

En cualquier caso, la diversidad familiar es una realidad que presenta nuevos retos y preguntas a la sociedad. Una de las más frecuentes tiene que ver con que si estas nuevas familias son buenos entornos para que niños y niñas puedan crecer bien en ellas. La evidencia científica acumulada nos indica que la clave para el desarrollo y el bienestar infantil no radica en la estructura de su hogar, si tiene un progenitor o dos, si son del mismo o de distinto sexo, o si nacieron de concepción natural o por reproducción asistida. Muy por el contrario, la clave para un desarrollo sano y armónico parece encontrarse en la calidad de la vida familiar en que crece, como confirman repetidamente los estudios llevados a cabo y de los que ya se pueden encontrar buenas revisiones o reflexiones (Arranz y Oliva, 2010; Golombok, 2000, 2015; González, 2009).

Diversidad familiar, diversidad en los cuidados

Uno de los retos más claros a los que se enfrentan las familias en este siglo tiene que ver con los cuidados. En una sociedad en clara transformación, con cambios tan notables tanto en su estructura de las familias como en su dinámica de relaciones, es necesario reflexionar sobre cómo reorganizar los cuidados y si distintas familias encuentran distintas soluciones a las tensiones de conciliación entre vida familiar, vida laboral y vida personal.

Nuestro equipo efectuó un estudio en Andalucía, en el sur de España, donde analizamos cómo familias con distinta estructura organizaban los cuidados de sus hijos e hijas y qué estrategias desarrollaban para conciliar los distintos planos y responsabilidades vitales: familiares, laborales y personales (González y otros, 2013a). Participaron un total de 164 familias, de las que 65 eran heteroparentales autóctonas (familias andaluzas con padre y madre); 29, homoparentales (con parejas de madres lesbianas o padres gays); 41, familias encabezadas por madres a solas por elección (adoptivas y por reproducción asistida); y 29, heteroparentales inmigrantes (de primera generación y llevando al menos un año en España). Salvo estas últimas, que provenían de distintos países (sobre todo del Magreb y América Latina), el resto de las familias entrevistadas eran originarias de Andalucía Occidental. Todas cumplían una serie de criterios en el momento de la entrevista: sus hijos o hijas tenían entre 1 y 12 años, convivían a solas con niños y niñas, sin más familiares, y todos los progenitores adultos estaban activos laboralmente. Con estos criterios se intentaba maximizar las necesidades de cuidado infantil y hacer más precisa la conciliación entre distintos planos cotidianos.

En todas estas familias se entrevistó telefónicamente a las madres (cuando había dos, a quien estuviera más tiempo con niños y niñas), indagando sobre una serie de temas: organización del cuidado de sus hijos e hijas en las situaciones de la vida cotidiana y en aquellas situaciones que surgían de modo inesperado; el cuidado de otras personas dependientes diferentes a sus hijos e hijas; los recursos que utilizaban para el cuidado, tanto laborales como públicos; las estrategias de conciliación manejadas; la corresponsabilidad con la pareja y, por último, su impacto la vida personal. Todo ello iba acompañado de una valoración personal sobre el grado de satisfacción con las diferentes esferas, y finalmente, una reflexión acerca de las dificultades y los recursos necesarios para mejorar su experiencia.

Como resultado del estudio, obtuvimos perfiles muy distintos en cuanto a las estrategias que ponen en marcha las familias y los recursos que utilizan para conciliar las responsabilidades de cuidado con aquellas laborales y personales, o la satisfacción con todo ello. A continuación, ofrecemos una breve síntesis.

Las familias heteroparentales autóctonas: los hombres se implican en tareas de cuidado y domésticas, pero no en plano de igualdad

Nuestros datos indican que, en estas familias, las mujeres siguen desarrollando la mayor parte de las tareas domésticas y de cuidado infantil. De hecho, hallamos que no hay diferencias significativas en el número de tareas de cuidado que ellas desarrollan a diario y el que desarrollan las madres que afrontan la maternidad en solitario. A pesar de ello, nuestros datos evidencian que los hombres también se involucran en las tareas de cuidado infantil, si bien no con el mismo patrón de implicación que sus parejas: la dedicación de los hombres a las tareas domésticas y de cuidado infantil sigue siendo claramente inferior a la de las mujeres. Estos resultados son consistentes con lo que se encontró en otras investigaciones sobre implicación de mujeres y hombres en tareas domésticas y de cuidado infantil, como reflejan distintas revisiones (Bianchi y Milkie, 2010; Coltrane y Shih, 2010; Lachance-Grzela y Bouchard, 2010) y confirman que, aunque hay avances firmes en el camino de la corresponsabilidad, todavía no se alcanzó la igualdad. Idéntico patrón diferencial de dedicación temporal al trabajo no remunerado (doméstico y de cuidado) encontraron Gálvez-Muñoz y otros (2011) en su análisis de quince países europeos, incluido España.

Para disponer de una perspectiva completa de la realidad de la conciliación en estas familias, conviene introducir otros ángulos de mira. Entre ellos, el de la dedicación laboral. Nuestros datos indican que, en estas familias, los hombres dedican significativamente más horas que sus mujeres a la actividad laboral, con más frecuencia en jornada partida, y que solo de manera muy excepcional toman decisiones como dejar de trabajar por un tiempo, cambiar de trabajo o renunciar a la promoción por razones familiares. En las mujeres encontramos, sin embargo, un mayor compromiso con la conciliación entre las facetas familiar y laboral: desarrollan jornadas laborales más cortas y muchas de ellas en algún momento dejaron sus trabajos por un tiempo, cambiaron de trabajo o renunciaron a ascensos laborales por atender obligaciones familiares. Por tanto, encontramos que en estas parejas una proporción alta de hombres conserva un patrón laboral masculino tradicional, aun cuando sus mujeres están insertas en el mercado laboral. Ellas, sin embargo, parecen haber optado por un patrón más conciliable con las responsabilidades familiares.

Para completar el grado de integración de los diversos planos en estas familias, si se contempla el tiempo personal en el análisis, vemos que las mujeres entrevistadas disfrutan de tiempo propio con mucha menor frecuencia que sus parejas varones.