Obras escogidas - Belisario Roldán - E-Book

Obras escogidas E-Book

Belisario Roldán

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Beschreibung

Se trata de una recopilación de obras de teatro de Belisario Roldán: «Rozas», drama de ambiente histórico en cuatro actos y en verso estrenado en 1916, «El rosal de las ruinas» (1916) y «El señor corregidor» (1917), dos poemas dramáticos en tres actos y en verso.

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Seitenzahl: 193

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Belisario Roldán

Obras escogidas

 

Saga

Obras escogidas

 

Copyright © 1922, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726681284

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

ROZAS

DRAMA DE AMBIENTE HISTÓRICO EN CUATRO ACTOS Y EN VERSO

estrenado en el teatro buenos aires

la noche del 29 de agosto de 1916.

REPARTO

PERSONAJES

ACTORES

Mercedes

Sra. Angelina Pagano

Manuelita

Sta. Lucía Barausse

Elena

Sra. Lina Esteves

Clara

» Aurelia Musto

Venancia

Sta. Dora Ferreira

Rozas

Sr. Francisco Ducasse

Capitan Gómez

» José Gómez

Llambías

» Pedro Gialdroni

Marmol

» Eduardo Zucchi

Cura Guesala

» José Costanzo

Mauricio

» Carlos Bouhier

Grondona

» Ismael Pandre

Teniente primero

» Juan Ferretti

Sebastian

» Cirilo Etulain

Don Pedro.

» Guillermo Arriguí

Antunez

» Ismael Pandre

El hijo

» Carlos A. Gordillo

Teniente Segundo

» Alfredo Gonzalez

» tercero

» Carlos M. Carranza

Carcelero

» Juan Ferretti

––––––

ACTO PRIMERO

La sala de Rozas.—Muebles de la época.

 

venancia

(Entrando con una bandeja llena de tazas de plata y dirigiéndose, sin mirarlo, a Sebastián que la sigue.)

—¡«Dejame, dejame» en paz!

 

sebastian

—Eso no es modo, Venancia...

permití que te lo diga...

así no se corresponde

a un cariño como el mío...

 

venancia

—¡A más, estoy enojada!

 

sebastian

—¿Enojada vos? ¿Por qué?

 

venancia

Vos sos un alabancioso...

Vos le has dicho a don Benito

que yo ya te he dado el sí...

 

sebastian

(Aparte)

—¡Quién le mandará a Benito

revolver mi mazamorra!

(A ella)

Bueno, Venancia, mirá...

Yo he dicho eso, no lo niego;

y es que a fuerza de desear

el sí que te estoy pidiendo,

me gozo en anticiparlo

por cuenta de mi esperanza;

y se me hace agua la boca,

cuando lo digo, Venancia...

(Ella ríe)

Además, a vos te «costa»

que la negrada se ocupa

demasiado de nosotros

y se ríen del empeño

con que yo te solicito;

y siendo negro... ya ves,

soy «blanco» de negrerías

que me sacan canas verdes...

 

venancia

(Que ha mirado amorosamente a Sebastián mientras pronunciaba aquellas excusas)

 

—¡Basta, negro! ¡No más penas!

¡Ya has sufrido demasiado!

¡Aquí está mi blanca mano

como dicen en el teatro!

(Se la tiende y él la estrecha).

 

sebastian

—¡Venancia, Venancia mía!

¡Qué sorpresa que me dás!

¡Te perdono tus rigores

y las penas que he pasado,

negra que «tenés» dos ojos

como estrellitas del cielo

de una noche tropical!

¡Negra lustrosa y divina

que «tenés» la boca fresca

como un coral escondido

de puro humilde en la sombra!

(Ella ríe emocionada).

¡Dios te bendiga, Venancia!

¡Dos pasitos de candombe

para darle gusto al alma!

 

venancia

—¡No por Dios, que pueden vernos...

Y la niña Manuelita...

 

sebastian

(Interrumpiendo y empezando a bailar).

—¡Dos pasitos, dos pasitos!

 

(Venancia accede, después de mirar hacia el interior; y mientras piruetean su candombe, aparece Manuelita. Su presencia sobrecoge a los dos.)

 

venancia

(Bajo, a Sebastián).

—¡Has visto? ¡Por culpa tuya!

 

sebastian

—¡Perdón, niña Manuelita!

 

manuelita

(Tras una larga pausa).

—No... No estoy enojada...

Ese contento de ustedes

me ha entristecido más bien,

porque me ha hecho recordar

que nunca veo a la gente

alegrarse en torno mío...

(Aparte)

¡Siempre triste, siempre triste!

¡Siempre hablando a la sordina

y con la sonrisa oscura!

i Quién me diera, Señor, verlo algún día

lleno de la risa y de la alegría!

(A ellos).

—¿Y por qué tanto contento?

 

sebastian

—Es que, niña Manuelita,

... me dá no se qué decirlo...

Venancia y yo nos casamos

si es que usted nos dá permiso...

Nos hemos comprometido

En este mismo momento...

 

manuelita

(Aproximándose a Venancia afectuosamente).

—Mi enhorabuena, Venancia...

Sebastián es un buen negro,

y desde ya les ofrezco

ser madrina en el enlace...

 

sebastian

—¡Gracias, niña Manuelita!

 

venancia

—Su «mercé» es el ángel bueno

de los ricos y los pobres!

 

manuelita

(Como hablando consigo mismo.)

—Yo no soy sino un reflejo

de la tristeza común...

(A ellos.)

Cuando se casen, haremos

una fiesta popular...

Tatita estará entre Vds.

entre el pueblo que gobierna,

y habrá músicas y bailes

y mis amigas también

vendrán a regocijarse

con la ventura de ustedes...

 

sebastian

—¡Dios la bendiga, mi niña!

Mire, mire su «mercé».

(Señalando a Venancia que llora.)

¡Ella llora de alegría!

 

manuelita

—Bueno, Sebastián; ahora

hay que arreglar estas cosas...

 

(Aludiendo a los preparativos para el chocolate que va a servirse.)

 

Ya sabes tú (a ella) que Tatita

quiere ver siempre brillante

la plata de las vajillas...

 

(Venancia se apresura a frotar las tazas con un trapo.)

 

¿El Capitán Gómez vino?

 

sebastian

—Está al frente de la guardia

desde la hora de costumbre...

 

manuelita

—Vete enseguida a decirle

que yo necesito hablarlo.

 

sebastian

—Voy volando a traérselo

(Sale por el fondo.)

 

manuelita

—Tú, Venancia, déjame...

(En momento en que ésta va a hacer mutis, suena en el interior un golpe fuerte y seco. Manuelita se estremece.)

—¿Qué ha sido eso, Santo Dios?

 

venancia

—¡Ave María, mi amita!

Es que han llamado a la puerta...

(Asomándose.)

Es el aguador que llega...

 

manuelita

—¡Hasta el aldabón alarma!

(Venancia, que se había aproximado, hace medio mutis.)

Ven, Venancia, no te vayas...

 

venancia

(Volviendo.)

—¿Qué mi niña? Aquí me tiene...

 

manuelita

—Eres un girón de pueblo...

Tu me dices la verdad

y me miras sin recelos...

Yo sueño, Venancia, sueño

...pero nada, véte, véte...

(Mutis, Venancia.)

¡Hasta el aldabón alarma!

 

(Queda sola. Se sienta y tras un momento de meditación, abre el libro que traía en la mano. Luego lee en voz alta.)

 

Y el monarca era feliz,

porque su pueblo lo era;

y la gente forastera

prontamente comprendía,

al verle cruzar confiado

entre el eco alborozado

de la jubilosa grey,

que el monarca amaba al pueblo

y el pueblo amaba a su Rey...

 

(Cierra el libro y queda un momento pensativa.)

 

cap . gomez

(Apareciendo por la puerta del fondo acompañada del negro mientras aquella saluda a Manuelita)

 

—Buenas tardes, Manuelita...

 

manuelita

—Adelante, Capitán.

Tome asiento... ¿está Vd. bien?

(Se sienta)

 

capitan

—Perfectamente. Y dispuesto

a servirla, como siempre,

en cuanto pueda serle útil...

 

manuelita

—Quiero hacerle dos preguntas...

 

capitan

—...que contestaré en el acto...

 

manuelita

—Sé que es Vd., capitán,

el más fiel, el más adicto

el más leal y el más honrado

de todos los servidores

que rodean a Tatita...

 

capitan

—Juicio que me honra, en verdad,

y que no puedo admitir...

 

manuelita

—Yo sé bien lo que me digo...

Algo conozco a la gente;

y puesto que puedo hablarle

con absoluta confianza

déjeme decir también

que algunos amigos nuestros

estarían mejor estando

donde están los enemigos,

y que algunos de éstos últimos

serían los bienvenidos

si llamasen a esta puerta...

(Pausa)

Pero no quiero extraviarme

en disquisiciones vanas...

Mi primer pregunta es esta;

Merceditas, su señora

¿por qué no quiere venir?

¿qué ocurre entre ella y nosotros?

¿qué chisme ha podido haber

que la aleje sin motivo,

capitán, de nuestra casa?

 

capitan

—Esta tarde va venir...

 

manuelita

—Porque yo he ido en persona

a rogarle que no falte;

pero hace un mes que no viene...

¿No conoce Vd. la causa?

 

capitan

(Un poco turbado)

—No, Manuelita; la ignoro

si es que existe; lo que dudo.

Sabe mi mujer que estoy

en la guardia muchas horas

y que visitando a Vds.

se encontraría conmigo

y si es parca en sus venidas

es porque, seguramente,

se va haciendo más casera

cada día. Y nada más.

 

manuelita

—Sentiría de todas veras

que hubiese un mal entendido...

 

capitan

—Y yo a mi vez sentiría

que por causa de Mercedes

fuera Vd. a preocuparse...

No creo, se lo repito,

que haya un motivo especial.

en la actitud de su amiga;

y pues le hace Vd. el bien

de interesarse en tal forma,

cosa que mucho nos honra,

yo procuraré aclarar

lo que haya en el fondo de esto...

 

manuelita

—Es mi cariño por ella

lo que me hace preocupar...

 

capitan

—Cariño que retribuye

mi mujer, muy ampliamente...

No hablemos más del asunto,

y perdón, en nombre suyo,

si su conducta ha podido

preocuparla, Manuelita...

 

manuelita

—Preocuparme, y seriamente.

Además... tengo que hacerle

una rectificación...

Usted está equivocado

al afirmar que no hay

ningún motivo especial

a que atribuir la actitud

reservada de Mercedes...

Yo he hablado hoy con ella

y tras mucho vacilar,

concluyó por confesarme

que tiene buenos motivos

para no venir aquí...

 

capitan

(Alarmado)

—¿ Qué motivos?

 

manuelita

—No lo sé.

Imagínese el empeño

que puse por conocerlos;

pero no quiere decirme

ni una sola cosa más...

Logré, sí, que renovara

la seguridad completa

de su cariño hacia mí,

y en prenda de él, la promesa

de que esta tarde vendría...

 

capitan

(Preocupado)

—No comprendo.

 

manuelita

—Juzgue ahora

del afán con que le pido

que descifre esta charada...

 

capitan

—Le aseguro que he de hacerlo...

No comprendo, no comprendo...

 

manuelita

—Ahora soy yo quien le pide

perdón por haberle dado

ocasión de preocuparse...

Aclare Vd. mismo el caso,

Capitán, se lo suplico,

y escuche a esta impertinente

la interrogación segunda...

Es una pregunta grave...

¿qué hay de conspiraciones?

 

capitan

—Algo conoce Vd. ya

de mi manera de ver:

de conspiración, no hay nada.

 

manuelita

—¿Nada, nada, Capitán?

 

capitan

—Absolutamente nada.

 

manuelita

—No una, varias personas,

allegadas a Tatita...

 

capitan

(Interrumpiendo)

—...dicen todo lo contrario...

No es el caso extraordinario

ni ha de llamar la atención...

Para explicar la razón

y causa de su existencia,

funcionarios sin conciencia

mienten la vieja mentira

de la gente que conspira

y divulgan sotto-voce

la especie de que la noche

envuelve en sombras calladas

las intentonas menguadas

de ilusorias rebeliones...

¡Justifican de ese modo

sus estimables funciones!

 

manuelita

—¿Cree Vd. que lo inventan todo?

 

capitan

—No sin motivos denigro

a esa casta criminal...

¡Para que exista el puñal

debe existir el peligro

y siendo ellos los puñales,

los riesgos han de fingir

pues que faltando los tales

delitos que prevenir,

su propia razón de ser

dejaría de existir...

Y hasta suele acontecer

que en los calabozos gimen

autores imaginarios

de un imaginario crimen,

y se alzan los incensarios

en favor del que acusó

tildando tal vez de necio

al que afirma, como yo,

que solo nuestro desprecio

merecen esos villanos,

siniestras aves de agüero

que han maculado sus manos

en el crimen, vil acero

que ha degollado inocentes,

—mujeres, ancianos, niños—,

miserables delincuentes

aunque se llamen Cuitiños!

 

manuelita

—¡Capitán!

 

capitan

(Exaltado)

—Y pues que usted

me hace el altísimo honor

de creer mis referencias,

tolere al más fiel soldado

de su padre, una impresión:

allá abajo y aquí arriba

se vive de sugestiones;

y la más grande y más pura

que llega al Restaurador

es la sugestión de Vd...

Ejérzala libremente...

Invítelo a no estar viendo

enemigos en la sombra...

 

manuelita

—Lo he intentado alguna vez...

 

capitan

—Háblele como habla Vd.

cuando la fé la ilumina,

con la elocuencia en los labios

y el resplandor en los ojos

de la verdad y del bien...

Dígale que aún es tiempo

de suavizar asperezas,

que aquí, donde está la fuerza,

puede estar el otro impulso;

que la magnanimidad

viene siempre del más fuerte

y que este pueblo es tan bueno

como bueno es un gran niño...

Y no olvide que le hablo

en nombre de una adhesión,

tan íntegramente leal,

que si él prefiriese el crimen,

en el crimen, con ser crimen,

mi acero le acompañara,

aunque la conciencia entera

se quemase de rubor!

 

manuelita

(Secándose los ojos)

—Capitán...

(Le tiende la mano)

¡Ya me anunciaba

el corazón que iba a oir

palabras altas y puras...

No sé si querrá mi padre,

malgrado la gran bondad

de su corazón, oirme;

pero a fé que he de intentarlo

y el Señor no ha de querer

que caiga en tierra infecunda

tanta semilla de bien,

y que sirva, al menos, de algo...

(Poniéndose de pie)

Torne a su puesto el hidalgo

lleno de honor y de brío

mientras quedo yo en el mío

pidiendo al cielo propicio

que me permita poner

cuanto soy y cuanto valgo,

de mi buen padre al servicio...

 

capitan

—Guíe el cielo a su hija buena

que sabe velar piadosa

por su patria y por su padre,

y haga Dios que este la escuche

para ventura de aquélla...

 

(Saluda inclinándose profundamente y váse. Manuelita queda un momento de pie, de espaldas al público. Luego toma el libro que había dejado sobre una mesa y vuelve a leer en voz alta)

 

manuelita

—Y el monarca era feliz

porque su pueblo lo era;

y la gente forastera

prontamente comprendía

al verlo cruzar confiado

entre el eco alborozado

de la jubilosa grey,

que el Monarca amaba al pueblo

y el pueblo amaba a su Rey...

 

(Pausa. Después de llamar por timbre a Venancia, que acude)

 

¿qué horas son?

 

venancia

—Las cuatro han dado.

 

manuelita

—Traerás aquí el chocolate

y el calentador también.

Yo lo voy a preparar.

¿Hicieron las ensaimadas

para Tatita?

 

venancia

—Sí, niña.

(Váse hacia el interior. Sebastián aparece en la puerta del fondo y cuadrándose anuncia al dueño de casa)

 

sebastian

—El ilustre Restaurador

de las leyes...

 

rozas

—Buenas tardes.

 

manuelita

(Después de abrazar y besar a su padre)

¿Has paseado?

 

rozas

—Me aburrió mucho el Tedeum...

y después he caminado

una legua por lo menos...

tú, ¿qué has hecho?

 

manuelita

—Yo he leído.

 

(Le muestra el libro que Rozas toma sin abrir y cuyo título lee)

 

rozas

(Leyendo)

—El monarca amado

de su pueblo.

(Tira el libro con cierta displicencia sobre la mesa)

¿Nadie vino?

(Se pasea)

 

manuelita

—Nadie... no. Deben llegar

en seguida las visitas

que esperamos... ¿En qué piensas?

Me pareces preocupado...

 

rozas

—Nunca me faltan motivos

para estar de mal humor.

 

manuelita

(Muy penosamente)

—Tatita... vas a pensar

que soy una entrometida,

pero... quisiera decirte...

 

rozas

—¿Qué me quisieras decir?

 

manuelita

(Tras una pausa)

—Es que temo...

 

rozas

—Soy tu padre...

Quiero saber que te pasa...

 

manuelita

—Desde que murió la santa

aquella que fué mi madre,

ninguna voz se levanta,

padre mío, en esta casa,

no diré para ayudarte,

nada de eso, en la tarea,

ni menos para brindarte

el concurso de una idea,

pero ni para ofrecer

a tus afanes constantes

una impresión de mujer...

No será como la de antes

la pobre y tímida mía,

pero tiene ella en su pro,

a falta de otra valía,

la muy alta de ser yo

quien te la viene a ofrendar,

pues si mi fé no destella

como ella, luz al hablar,

pusiera a mi Dios querella

si dudases que te quiero

igual que te quiso ella...

 

rozas

—¿Qué es lo que vas a decirme?

 

manuelita

—Que hay gente a tu alrededor

empeñada en alarmarte.

con noticias que no siempre

se ajustan a la verdad...

Este pueblo, que es un niño,

más sensible a las bondades

que a las duras represiones...

 

rozas

(Interrumpiendo con un poco de brusquedad, perosin grosería)

—No sigas, te lo suplico...

Has evocado un recuerdo

que hace humedecer mis ojos

y has hablado dulcemente

en nombre de su filial

cariño que retribuyo;

pero elejiste un mal día...

Déjame, sin ofenderte,

déjame solo un momento...

 

manuelita

—¿Te has enojado, Tatita?

 

rozas

(Acariciándole la cara)

—Sabes muy bien que contigo

no me incomodo jamás...

Vete dentro. Ya hablaremos

otro día de este pueblo

que tiene el alma infantil...

 

manuelita

—Cuando lleguen las visitas

me harás llamar, ¿no es verdad?

 

rozas

—Sí, «mijita». En cuanto lleguen.

 

(Váse Manuelita. Rozas, muy visiblemente preocupado se pasea un momento, meditando. Luego toca el timbre. Sebastián acude)

 

Llame al jefe de la guardia

(Continúa paseándose)

 

capitan

(Apareciendo y cuadrándose militarmente)

 

—¿Qué me ordena su excelencia?

 

rozas

—Cuando tenga Vd. deseos

de ayudarme con consejos,

no se valga de mi hija:

démelos directamente...

 

capitan

—Señor...

 

rozas

—Basta ya. Retírese.

 

(El Capitán hace la venia y se retira. Rozas se sienta y permanece así unos segundos, fija la vista en el suelo. Oye un ruído interior derecha)

 

venancia

(Apareciendo con una perrita en las manos)

—¡Señor, señor!

¡Han pisado a la perrita!

 

rozas

(Tomando la perrita)

— ¡Han pisado a la perrita!

¡Habrá gente torpe y cruel!

¡Sebastián!

 

sebastian

(Acude)

—Mande, señor.

 

rozas

—¿ Quién ha sido el que le ha roto

la pata a «Federación»,

el imbécil que camina

sin ver lo que va pisando?

 

sebastian

—Yo no, Señor, se lo juro.

 

rozas

—¡Yo no, Señor, se lo juro!

¡Ahora han de jurarme todos

que ninguno es el culpable

y se quejarán después,

si por castigar a ese,

hago castigar a todos!

¡Salvajes. más que salvajes!

(Cambiando de tono)

¡Pobrecita

la perrita!

¡Animales!

 

teniente rojas

(Aparece con un papel en la mano y se cuadra militarmente)

 

rozas

—¿Qué hay, Teniente?

 

teniente rojas

—Comunican

recién de Santos Lugares

que han llegado los tres presos...

Solicitan instrucciones...

 

rozas

—Ya he dicho que los fusilen

(El Teniente hace la venia y se reira)

¡Mi pobre «Federación»!

(Acariciándola)

Y no se queja

ni grita

la menguada;

y levanta

la patita

lastimada

sin llorar...

¡Rudos, bárbaros, salvajes!

 

(A Sebastián que ha permanecido en la puerta lateral, entregándole la perra)

 

¡Que la lleven en seguida

a lo del Sargento Roque;

de orden mía, que le entablillen

la pata inmediatamente...!

(Mutis Sebastián)

—¡Tropa de bestias alzadas!

 

venancia

(Anunciando)

—La señora Merceditas

 

rozas

(Cambiando súbitamente de actitud)

—Hágala pasar aquí

(A la señora de Gómez que aparece)

¡Sea bienvenida la hermosa!

(Le da la mano)

 

mercedes

(Mirando en torno)

—Muy buenas noches, Señor

¿Manuelita no está aquí?

 

rozas

—Ya va a Venir Manuelita;

entretanto, conversemos...

¿No cree Vd. que ha amanecido

más socarrón el Cupido

del jardín,

que parece más despierto

y en los ojos tiene cierto

retintín?

¿qué está más verde Palermo

y el ombú viejo y enfermo

va mejor,

mientras ríe con más sorna

ese Dios Baco que adorna

el corredor?

¿qué a mentido el jardinero

cuando ha dicho que en Enero

no dá guindas el guindál,

pues su boca es una guinda

tan tentadora y tan linda

como el mal?

 

mercedes

—¿Va Vd. a insistir, Señor?

 

rozas

—Entre las muchas mentiras

que dirá de mi la historia,

dirá que ignoré la gloria

del amor y que a merced

nunca estuvo de sus redes;

pero es lo cierto, Mercedes,

que estoy loco por Vd...

 

mercedes

(Apartándose indignada)

—¡Por cariño a Manuelita

he vuelto a venir aquí

y pues que no rinde Vd.

al hidalgo que es mi esposo

la lealtad que merece

un soldado como él,

por respeto a su propia hija

respéteme Vd. a mí!

 

rozas

—¿Con esas gazmoñerías

se responde a mi pasión,

a mi pasión verdadera?

 

mercedes

—Y me retiro en seguida

Si Manuelita no viene...

 

rozas

—Dos cartas he escrito a Vd...

 

mercedes

—...que he quemado sin leer

 

rozas

—Su última palabra es... «nó»?

 

mercedes

—Mi última palabra es esa.

 

rozas

—Perfectamente, señora.

¡Veremos quién vence a quién!

 

venancia

(Desde la puerta)

—El señor cura Guesala,

el Señor Doctor Grondona,

la Señora de Marinez.

 

rozas

—Que pasen, y avísele

a la niña Manuelita.

(Simultáneamente avanzan las visitas y entra Manuelita)

 

manuelita

(Adelantándose)

—Señor Cura...

 

el cura

Manuelita...

 

manuelita

(A la señora de Marinez)

—Doña Clara...

 

sra . marinez

—Manuelita.

(Se besan)

 

manuelita

—¿Qué ha hecho Vd. con esas barbas,

querido doctor Grondona?

 

(El doctor Grondona tiene «chuletas» largas y recibe la pregunta mientras da la mano a Manuelita, en tanto que los otros visitantes saludan a Rosas y a Merceditas)

 

grondona

—Ponérmelas a la moda...

 

rozas

(Mientras da la mano a Grondona)

—Qué doctor Grondona este!

No le basta andar en charlas

con todos mis enemigos...

Ahora viene a provocarme

enseñándome el pescuezo...

(La broma trágica produce en los circunstantes una momentánea sensación de espanto, que Manuelita procura disipar)

 

manuelita

—¡Tiene unas bromas Tatita!

(A Mercedes)

—¿No viste a tu Capitán?

 

mercedes

—No.

 

manuelita

(A Venancia)

—Al Señor Capitán Gómez

y al Señor Teniente Rojas

invítelos a pasar...

 

mercedes

—Muchas gracias.

 

rozas

(A la señora de Marinez)

—¿Qué se miente, Misia Clara?

 

sra . marinez

—Que la semana que vïene

habrá otro sarao de gala

en casa de Luis Güevara...

y que será; más alegre

que el del sábado anterior

en lo de Misia Martina...

 

rozas

—¿Qué no estuvo bien la fiesta

del grave señor de Torres?

 

sra . marinez

—¡Qué esperanza. Parecía

un velorio. Se movía

la concurrencia apiñada

en la sala colorada

como cumpliendo un deber...

Daba risa. Era de ver

la santa resignación

con que se bailaba al son

de una música penosa...

Manuelita: era una cosa

más triste que el Viernes Santo...

 

rozas

—Es que por fingir se finge

hasta la misma alegría

en esta ciudad gloriosa...

(Irónico)

¡Cosas de pueblo que tiene

una gran alma infantil,

como aseguran algunos!

 

sra . marinez

—Sí; la ciudad no es alegre...

 

el cura

—Tal vez porque piensa en Dios,

y los que piensan en El

usan poco de la risa...

 

rozas

...¡pero roban cojinillos!

 

manuelita

(Como para desviar la conversación)

—Señor cura...

Entre yo y mis buenas negras

hemos hecho esta semana

todos los trajes que Vd.

nos pidió, para los pobres...

 

el cura

—¿Todos? ¿Son cuarenta y cinco?

(Entra el Capitán y el Teniente, saludos, etc.)

 

manuelita

—Todos, todos, sí; señor.

 

el cura

—Es trabajar febrilmente,

Manuelita, haber hecho eso;

y es un regalo muy grande

el que hace Vd. a mis pobres...

 

rozas

Ya que habla Vd. de regalos...

he recibido yo uno

por el velero de ayer,

que ha de llamar la atención...

(Al Teniente)

—Hágame el favor, Teniente...

Está sobre mi escritorio

un estuche angosto y largo;

hay una carta a su lado...

(Indica con el gesto que las vaya a traer. El Teniente entra)

 

el cura

(A Rozas)

—¿Es proveniente de España?

 

rozas

—No, señor. Viene de Francia.

 

sra . marinez

—Entonces será un vestido

destinado a Manuelita...

 

rozas

—¡Frío, frío! Vean Vds.

(Señalando al Teniente que vuelve con el estuche y la carta. Rozas abre aquél y saca una espada)

 

el cura

—Una espada...

 

rozas

—Cabalmente.

La espada de San Martín.

Me la envía desde Francia

el vencedor de Maipú,

(Emoción general)

y me escribe... Capitán:

hágame el bien de leerla...

Es una carta que pone

harta luz en mi conciencia

de gobernante...

 

(Le entrega la carta y el Capitán lee en voz alta)

 

capitan

—Excelencia:

Guardad para vos, Señor,

como el tributo lejano

de un proscripto y de un dolor,

la espada que alzó mi mano

ungida por la victoria.

Quien tuvo, cual vos, la gloria

de rechazar altanero

del umbral de la nación

al invasor extranjero

merece usar el acero

que relampagueó en Junín.

Recibid la devoción

de José de San Martín.

 

(La emoción que produce la lectura de esta carta se dejará ver en todos los circundantes)

 

grondona