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Se trata de una recopilación de obras de teatro de Belisario Roldán: «Rozas», drama de ambiente histórico en cuatro actos y en verso estrenado en 1916, «El rosal de las ruinas» (1916) y «El señor corregidor» (1917), dos poemas dramáticos en tres actos y en verso.
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Seitenzahl: 193
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Belisario Roldán
Saga
Obras escogidas
Copyright © 1922, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726681284
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
DRAMA DE AMBIENTE HISTÓRICO EN CUATRO ACTOS Y EN VERSO
estrenado en el teatro buenos aires
la noche del 29 de agosto de 1916.
PERSONAJES
ACTORES
Mercedes
Sra. Angelina Pagano
Manuelita
Sta. Lucía Barausse
Elena
Sra. Lina Esteves
Clara
» Aurelia Musto
Venancia
Sta. Dora Ferreira
Rozas
Sr. Francisco Ducasse
Capitan Gómez
» José Gómez
Llambías
» Pedro Gialdroni
Marmol
» Eduardo Zucchi
Cura Guesala
» José Costanzo
Mauricio
» Carlos Bouhier
Grondona
» Ismael Pandre
Teniente primero
» Juan Ferretti
Sebastian
» Cirilo Etulain
Don Pedro.
» Guillermo Arriguí
Antunez
» Ismael Pandre
El hijo
» Carlos A. Gordillo
Teniente Segundo
» Alfredo Gonzalez
» tercero
» Carlos M. Carranza
Carcelero
» Juan Ferretti
––––––
La sala de Rozas.—Muebles de la época.
venancia
(Entrando con una bandeja llena de tazas de plata y dirigiéndose, sin mirarlo, a Sebastián que la sigue.)
—¡«Dejame, dejame» en paz!
sebastian
—Eso no es modo, Venancia...
permití que te lo diga...
así no se corresponde
a un cariño como el mío...
venancia
—¡A más, estoy enojada!
sebastian
—¿Enojada vos? ¿Por qué?
venancia
Vos sos un alabancioso...
Vos le has dicho a don Benito
que yo ya te he dado el sí...
sebastian
(Aparte)
—¡Quién le mandará a Benito
revolver mi mazamorra!
(A ella)
Bueno, Venancia, mirá...
Yo he dicho eso, no lo niego;
y es que a fuerza de desear
el sí que te estoy pidiendo,
me gozo en anticiparlo
por cuenta de mi esperanza;
y se me hace agua la boca,
cuando lo digo, Venancia...
(Ella ríe)
Además, a vos te «costa»
que la negrada se ocupa
demasiado de nosotros
y se ríen del empeño
con que yo te solicito;
y siendo negro... ya ves,
soy «blanco» de negrerías
que me sacan canas verdes...
venancia
(Que ha mirado amorosamente a Sebastián mientras pronunciaba aquellas excusas)
—¡Basta, negro! ¡No más penas!
¡Ya has sufrido demasiado!
¡Aquí está mi blanca mano
como dicen en el teatro!
(Se la tiende y él la estrecha).
sebastian
—¡Venancia, Venancia mía!
¡Qué sorpresa que me dás!
¡Te perdono tus rigores
y las penas que he pasado,
negra que «tenés» dos ojos
como estrellitas del cielo
de una noche tropical!
¡Negra lustrosa y divina
que «tenés» la boca fresca
como un coral escondido
de puro humilde en la sombra!
(Ella ríe emocionada).
¡Dios te bendiga, Venancia!
¡Dos pasitos de candombe
para darle gusto al alma!
venancia
—¡No por Dios, que pueden vernos...
Y la niña Manuelita...
sebastian
(Interrumpiendo y empezando a bailar).
—¡Dos pasitos, dos pasitos!
(Venancia accede, después de mirar hacia el interior; y mientras piruetean su candombe, aparece Manuelita. Su presencia sobrecoge a los dos.)
venancia
(Bajo, a Sebastián).
—¡Has visto? ¡Por culpa tuya!
sebastian
—¡Perdón, niña Manuelita!
manuelita
(Tras una larga pausa).
—No... No estoy enojada...
Ese contento de ustedes
me ha entristecido más bien,
porque me ha hecho recordar
que nunca veo a la gente
alegrarse en torno mío...
(Aparte)
¡Siempre triste, siempre triste!
¡Siempre hablando a la sordina
y con la sonrisa oscura!
i Quién me diera, Señor, verlo algún día
lleno de la risa y de la alegría!
(A ellos).
—¿Y por qué tanto contento?
sebastian
—Es que, niña Manuelita,
... me dá no se qué decirlo...
Venancia y yo nos casamos
si es que usted nos dá permiso...
Nos hemos comprometido
En este mismo momento...
manuelita
(Aproximándose a Venancia afectuosamente).
—Mi enhorabuena, Venancia...
Sebastián es un buen negro,
y desde ya les ofrezco
ser madrina en el enlace...
sebastian
—¡Gracias, niña Manuelita!
venancia
—Su «mercé» es el ángel bueno
de los ricos y los pobres!
manuelita
(Como hablando consigo mismo.)
—Yo no soy sino un reflejo
de la tristeza común...
(A ellos.)
Cuando se casen, haremos
una fiesta popular...
Tatita estará entre Vds.
entre el pueblo que gobierna,
y habrá músicas y bailes
y mis amigas también
vendrán a regocijarse
con la ventura de ustedes...
sebastian
—¡Dios la bendiga, mi niña!
Mire, mire su «mercé».
(Señalando a Venancia que llora.)
¡Ella llora de alegría!
manuelita
—Bueno, Sebastián; ahora
hay que arreglar estas cosas...
(Aludiendo a los preparativos para el chocolate que va a servirse.)
Ya sabes tú (a ella) que Tatita
quiere ver siempre brillante
la plata de las vajillas...
(Venancia se apresura a frotar las tazas con un trapo.)
¿El Capitán Gómez vino?
sebastian
—Está al frente de la guardia
desde la hora de costumbre...
manuelita
—Vete enseguida a decirle
que yo necesito hablarlo.
sebastian
—Voy volando a traérselo
(Sale por el fondo.)
manuelita
—Tú, Venancia, déjame...
(En momento en que ésta va a hacer mutis, suena en el interior un golpe fuerte y seco. Manuelita se estremece.)
—¿Qué ha sido eso, Santo Dios?
venancia
—¡Ave María, mi amita!
Es que han llamado a la puerta...
(Asomándose.)
Es el aguador que llega...
manuelita
—¡Hasta el aldabón alarma!
(Venancia, que se había aproximado, hace medio mutis.)
Ven, Venancia, no te vayas...
venancia
(Volviendo.)
—¿Qué mi niña? Aquí me tiene...
manuelita
—Eres un girón de pueblo...
Tu me dices la verdad
y me miras sin recelos...
Yo sueño, Venancia, sueño
...pero nada, véte, véte...
(Mutis, Venancia.)
¡Hasta el aldabón alarma!
(Queda sola. Se sienta y tras un momento de meditación, abre el libro que traía en la mano. Luego lee en voz alta.)
Y el monarca era feliz,
porque su pueblo lo era;
y la gente forastera
prontamente comprendía,
al verle cruzar confiado
entre el eco alborozado
de la jubilosa grey,
que el monarca amaba al pueblo
y el pueblo amaba a su Rey...
(Cierra el libro y queda un momento pensativa.)
cap . gomez
(Apareciendo por la puerta del fondo acompañada del negro mientras aquella saluda a Manuelita)
—Buenas tardes, Manuelita...
manuelita
—Adelante, Capitán.
Tome asiento... ¿está Vd. bien?
(Se sienta)
capitan
—Perfectamente. Y dispuesto
a servirla, como siempre,
en cuanto pueda serle útil...
manuelita
—Quiero hacerle dos preguntas...
capitan
—...que contestaré en el acto...
manuelita
—Sé que es Vd., capitán,
el más fiel, el más adicto
el más leal y el más honrado
de todos los servidores
que rodean a Tatita...
capitan
—Juicio que me honra, en verdad,
y que no puedo admitir...
manuelita
—Yo sé bien lo que me digo...
Algo conozco a la gente;
y puesto que puedo hablarle
con absoluta confianza
déjeme decir también
que algunos amigos nuestros
estarían mejor estando
donde están los enemigos,
y que algunos de éstos últimos
serían los bienvenidos
si llamasen a esta puerta...
(Pausa)
Pero no quiero extraviarme
en disquisiciones vanas...
Mi primer pregunta es esta;
Merceditas, su señora
¿por qué no quiere venir?
¿qué ocurre entre ella y nosotros?
¿qué chisme ha podido haber
que la aleje sin motivo,
capitán, de nuestra casa?
capitan
—Esta tarde va venir...
manuelita
—Porque yo he ido en persona
a rogarle que no falte;
pero hace un mes que no viene...
¿No conoce Vd. la causa?
capitan
(Un poco turbado)
—No, Manuelita; la ignoro
si es que existe; lo que dudo.
Sabe mi mujer que estoy
en la guardia muchas horas
y que visitando a Vds.
se encontraría conmigo
y si es parca en sus venidas
es porque, seguramente,
se va haciendo más casera
cada día. Y nada más.
manuelita
—Sentiría de todas veras
que hubiese un mal entendido...
capitan
—Y yo a mi vez sentiría
que por causa de Mercedes
fuera Vd. a preocuparse...
No creo, se lo repito,
que haya un motivo especial.
en la actitud de su amiga;
y pues le hace Vd. el bien
de interesarse en tal forma,
cosa que mucho nos honra,
yo procuraré aclarar
lo que haya en el fondo de esto...
manuelita
—Es mi cariño por ella
lo que me hace preocupar...
capitan
—Cariño que retribuye
mi mujer, muy ampliamente...
No hablemos más del asunto,
y perdón, en nombre suyo,
si su conducta ha podido
preocuparla, Manuelita...
manuelita
—Preocuparme, y seriamente.
Además... tengo que hacerle
una rectificación...
Usted está equivocado
al afirmar que no hay
ningún motivo especial
a que atribuir la actitud
reservada de Mercedes...
Yo he hablado hoy con ella
y tras mucho vacilar,
concluyó por confesarme
que tiene buenos motivos
para no venir aquí...
capitan
(Alarmado)
—¿ Qué motivos?
manuelita
—No lo sé.
Imagínese el empeño
que puse por conocerlos;
pero no quiere decirme
ni una sola cosa más...
Logré, sí, que renovara
la seguridad completa
de su cariño hacia mí,
y en prenda de él, la promesa
de que esta tarde vendría...
capitan
(Preocupado)
—No comprendo.
manuelita
—Juzgue ahora
del afán con que le pido
que descifre esta charada...
capitan
—Le aseguro que he de hacerlo...
No comprendo, no comprendo...
manuelita
—Ahora soy yo quien le pide
perdón por haberle dado
ocasión de preocuparse...
Aclare Vd. mismo el caso,
Capitán, se lo suplico,
y escuche a esta impertinente
la interrogación segunda...
Es una pregunta grave...
¿qué hay de conspiraciones?
capitan
—Algo conoce Vd. ya
de mi manera de ver:
de conspiración, no hay nada.
manuelita
—¿Nada, nada, Capitán?
capitan
—Absolutamente nada.
manuelita
—No una, varias personas,
allegadas a Tatita...
capitan
(Interrumpiendo)
—...dicen todo lo contrario...
No es el caso extraordinario
ni ha de llamar la atención...
Para explicar la razón
y causa de su existencia,
funcionarios sin conciencia
mienten la vieja mentira
de la gente que conspira
y divulgan sotto-voce
la especie de que la noche
envuelve en sombras calladas
las intentonas menguadas
de ilusorias rebeliones...
¡Justifican de ese modo
sus estimables funciones!
manuelita
—¿Cree Vd. que lo inventan todo?
capitan
—No sin motivos denigro
a esa casta criminal...
¡Para que exista el puñal
debe existir el peligro
y siendo ellos los puñales,
los riesgos han de fingir
pues que faltando los tales
delitos que prevenir,
su propia razón de ser
dejaría de existir...
Y hasta suele acontecer
que en los calabozos gimen
autores imaginarios
de un imaginario crimen,
y se alzan los incensarios
en favor del que acusó
tildando tal vez de necio
al que afirma, como yo,
que solo nuestro desprecio
merecen esos villanos,
siniestras aves de agüero
que han maculado sus manos
en el crimen, vil acero
que ha degollado inocentes,
—mujeres, ancianos, niños—,
miserables delincuentes
aunque se llamen Cuitiños!
manuelita
—¡Capitán!
capitan
(Exaltado)
—Y pues que usted
me hace el altísimo honor
de creer mis referencias,
tolere al más fiel soldado
de su padre, una impresión:
allá abajo y aquí arriba
se vive de sugestiones;
y la más grande y más pura
que llega al Restaurador
es la sugestión de Vd...
Ejérzala libremente...
Invítelo a no estar viendo
enemigos en la sombra...
manuelita
—Lo he intentado alguna vez...
capitan
—Háblele como habla Vd.
cuando la fé la ilumina,
con la elocuencia en los labios
y el resplandor en los ojos
de la verdad y del bien...
Dígale que aún es tiempo
de suavizar asperezas,
que aquí, donde está la fuerza,
puede estar el otro impulso;
que la magnanimidad
viene siempre del más fuerte
y que este pueblo es tan bueno
como bueno es un gran niño...
Y no olvide que le hablo
en nombre de una adhesión,
tan íntegramente leal,
que si él prefiriese el crimen,
en el crimen, con ser crimen,
mi acero le acompañara,
aunque la conciencia entera
se quemase de rubor!
manuelita
(Secándose los ojos)
—Capitán...
(Le tiende la mano)
¡Ya me anunciaba
el corazón que iba a oir
palabras altas y puras...
No sé si querrá mi padre,
malgrado la gran bondad
de su corazón, oirme;
pero a fé que he de intentarlo
y el Señor no ha de querer
que caiga en tierra infecunda
tanta semilla de bien,
y que sirva, al menos, de algo...
(Poniéndose de pie)
Torne a su puesto el hidalgo
lleno de honor y de brío
mientras quedo yo en el mío
pidiendo al cielo propicio
que me permita poner
cuanto soy y cuanto valgo,
de mi buen padre al servicio...
capitan
—Guíe el cielo a su hija buena
que sabe velar piadosa
por su patria y por su padre,
y haga Dios que este la escuche
para ventura de aquélla...
(Saluda inclinándose profundamente y váse. Manuelita queda un momento de pie, de espaldas al público. Luego toma el libro que había dejado sobre una mesa y vuelve a leer en voz alta)
manuelita
—Y el monarca era feliz
porque su pueblo lo era;
y la gente forastera
prontamente comprendía
al verlo cruzar confiado
entre el eco alborozado
de la jubilosa grey,
que el Monarca amaba al pueblo
y el pueblo amaba a su Rey...
(Pausa. Después de llamar por timbre a Venancia, que acude)
¿qué horas son?
venancia
—Las cuatro han dado.
manuelita
—Traerás aquí el chocolate
y el calentador también.
Yo lo voy a preparar.
¿Hicieron las ensaimadas
para Tatita?
venancia
—Sí, niña.
(Váse hacia el interior. Sebastián aparece en la puerta del fondo y cuadrándose anuncia al dueño de casa)
sebastian
—El ilustre Restaurador
de las leyes...
rozas
—Buenas tardes.
manuelita
(Después de abrazar y besar a su padre)
¿Has paseado?
rozas
—Me aburrió mucho el Tedeum...
y después he caminado
una legua por lo menos...
tú, ¿qué has hecho?
manuelita
—Yo he leído.
(Le muestra el libro que Rozas toma sin abrir y cuyo título lee)
rozas
(Leyendo)
—El monarca amado
de su pueblo.
(Tira el libro con cierta displicencia sobre la mesa)
¿Nadie vino?
(Se pasea)
manuelita
—Nadie... no. Deben llegar
en seguida las visitas
que esperamos... ¿En qué piensas?
Me pareces preocupado...
rozas
—Nunca me faltan motivos
para estar de mal humor.
manuelita
(Muy penosamente)
—Tatita... vas a pensar
que soy una entrometida,
pero... quisiera decirte...
rozas
—¿Qué me quisieras decir?
manuelita
(Tras una pausa)
—Es que temo...
rozas
—Soy tu padre...
Quiero saber que te pasa...
manuelita
—Desde que murió la santa
aquella que fué mi madre,
ninguna voz se levanta,
padre mío, en esta casa,
no diré para ayudarte,
nada de eso, en la tarea,
ni menos para brindarte
el concurso de una idea,
pero ni para ofrecer
a tus afanes constantes
una impresión de mujer...
No será como la de antes
la pobre y tímida mía,
pero tiene ella en su pro,
a falta de otra valía,
la muy alta de ser yo
quien te la viene a ofrendar,
pues si mi fé no destella
como ella, luz al hablar,
pusiera a mi Dios querella
si dudases que te quiero
igual que te quiso ella...
rozas
—¿Qué es lo que vas a decirme?
manuelita
—Que hay gente a tu alrededor
empeñada en alarmarte.
con noticias que no siempre
se ajustan a la verdad...
Este pueblo, que es un niño,
más sensible a las bondades
que a las duras represiones...
rozas
(Interrumpiendo con un poco de brusquedad, perosin grosería)
—No sigas, te lo suplico...
Has evocado un recuerdo
que hace humedecer mis ojos
y has hablado dulcemente
en nombre de su filial
cariño que retribuyo;
pero elejiste un mal día...
Déjame, sin ofenderte,
déjame solo un momento...
manuelita
—¿Te has enojado, Tatita?
rozas
(Acariciándole la cara)
—Sabes muy bien que contigo
no me incomodo jamás...
Vete dentro. Ya hablaremos
otro día de este pueblo
que tiene el alma infantil...
manuelita
—Cuando lleguen las visitas
me harás llamar, ¿no es verdad?
rozas
—Sí, «mijita». En cuanto lleguen.
(Váse Manuelita. Rozas, muy visiblemente preocupado se pasea un momento, meditando. Luego toca el timbre. Sebastián acude)
Llame al jefe de la guardia
(Continúa paseándose)
capitan
(Apareciendo y cuadrándose militarmente)
—¿Qué me ordena su excelencia?
rozas
—Cuando tenga Vd. deseos
de ayudarme con consejos,
no se valga de mi hija:
démelos directamente...
capitan
—Señor...
rozas
—Basta ya. Retírese.
(El Capitán hace la venia y se retira. Rozas se sienta y permanece así unos segundos, fija la vista en el suelo. Oye un ruído interior derecha)
venancia
(Apareciendo con una perrita en las manos)
—¡Señor, señor!
¡Han pisado a la perrita!
rozas
(Tomando la perrita)
— ¡Han pisado a la perrita!
¡Habrá gente torpe y cruel!
¡Sebastián!
sebastian
(Acude)
—Mande, señor.
rozas
—¿ Quién ha sido el que le ha roto
la pata a «Federación»,
el imbécil que camina
sin ver lo que va pisando?
sebastian
—Yo no, Señor, se lo juro.
rozas
—¡Yo no, Señor, se lo juro!
¡Ahora han de jurarme todos
que ninguno es el culpable
y se quejarán después,
si por castigar a ese,
hago castigar a todos!
¡Salvajes. más que salvajes!
(Cambiando de tono)
¡Pobrecita
la perrita!
¡Animales!
teniente rojas
(Aparece con un papel en la mano y se cuadra militarmente)
rozas
—¿Qué hay, Teniente?
teniente rojas
—Comunican
recién de Santos Lugares
que han llegado los tres presos...
Solicitan instrucciones...
rozas
—Ya he dicho que los fusilen
(El Teniente hace la venia y se reira)
¡Mi pobre «Federación»!
(Acariciándola)
Y no se queja
ni grita
la menguada;
y levanta
la patita
lastimada
sin llorar...
¡Rudos, bárbaros, salvajes!
(A Sebastián que ha permanecido en la puerta lateral, entregándole la perra)
¡Que la lleven en seguida
a lo del Sargento Roque;
de orden mía, que le entablillen
la pata inmediatamente...!
(Mutis Sebastián)
—¡Tropa de bestias alzadas!
venancia
(Anunciando)
—La señora Merceditas
rozas
(Cambiando súbitamente de actitud)
—Hágala pasar aquí
(A la señora de Gómez que aparece)
¡Sea bienvenida la hermosa!
(Le da la mano)
mercedes
(Mirando en torno)
—Muy buenas noches, Señor
¿Manuelita no está aquí?
rozas
—Ya va a Venir Manuelita;
entretanto, conversemos...
¿No cree Vd. que ha amanecido
más socarrón el Cupido
del jardín,
que parece más despierto
y en los ojos tiene cierto
retintín?
¿qué está más verde Palermo
y el ombú viejo y enfermo
va mejor,
mientras ríe con más sorna
ese Dios Baco que adorna
el corredor?
¿qué a mentido el jardinero
cuando ha dicho que en Enero
no dá guindas el guindál,
pues su boca es una guinda
tan tentadora y tan linda
como el mal?
mercedes
—¿Va Vd. a insistir, Señor?
rozas
—Entre las muchas mentiras
que dirá de mi la historia,
dirá que ignoré la gloria
del amor y que a merced
nunca estuvo de sus redes;
pero es lo cierto, Mercedes,
que estoy loco por Vd...
mercedes
(Apartándose indignada)
—¡Por cariño a Manuelita
he vuelto a venir aquí
y pues que no rinde Vd.
al hidalgo que es mi esposo
la lealtad que merece
un soldado como él,
por respeto a su propia hija
respéteme Vd. a mí!
rozas
—¿Con esas gazmoñerías
se responde a mi pasión,
a mi pasión verdadera?
mercedes
—Y me retiro en seguida
Si Manuelita no viene...
rozas
—Dos cartas he escrito a Vd...
mercedes
—...que he quemado sin leer
rozas
—Su última palabra es... «nó»?
mercedes
—Mi última palabra es esa.
rozas
—Perfectamente, señora.
¡Veremos quién vence a quién!
venancia
(Desde la puerta)
—El señor cura Guesala,
el Señor Doctor Grondona,
la Señora de Marinez.
rozas
—Que pasen, y avísele
a la niña Manuelita.
(Simultáneamente avanzan las visitas y entra Manuelita)
manuelita
(Adelantándose)
—Señor Cura...
el cura
Manuelita...
manuelita
(A la señora de Marinez)
—Doña Clara...
sra . marinez
—Manuelita.
(Se besan)
manuelita
—¿Qué ha hecho Vd. con esas barbas,
querido doctor Grondona?
(El doctor Grondona tiene «chuletas» largas y recibe la pregunta mientras da la mano a Manuelita, en tanto que los otros visitantes saludan a Rosas y a Merceditas)
grondona
—Ponérmelas a la moda...
rozas
(Mientras da la mano a Grondona)
—Qué doctor Grondona este!
No le basta andar en charlas
con todos mis enemigos...
Ahora viene a provocarme
enseñándome el pescuezo...
(La broma trágica produce en los circunstantes una momentánea sensación de espanto, que Manuelita procura disipar)
manuelita
—¡Tiene unas bromas Tatita!
(A Mercedes)
—¿No viste a tu Capitán?
mercedes
—No.
manuelita
(A Venancia)
—Al Señor Capitán Gómez
y al Señor Teniente Rojas
invítelos a pasar...
mercedes
—Muchas gracias.
rozas
(A la señora de Marinez)
—¿Qué se miente, Misia Clara?
sra . marinez
—Que la semana que vïene
habrá otro sarao de gala
en casa de Luis Güevara...
y que será; más alegre
que el del sábado anterior
en lo de Misia Martina...
rozas
—¿Qué no estuvo bien la fiesta
del grave señor de Torres?
sra . marinez
—¡Qué esperanza. Parecía
un velorio. Se movía
la concurrencia apiñada
en la sala colorada
como cumpliendo un deber...
Daba risa. Era de ver
la santa resignación
con que se bailaba al son
de una música penosa...
Manuelita: era una cosa
más triste que el Viernes Santo...
rozas
—Es que por fingir se finge
hasta la misma alegría
en esta ciudad gloriosa...
(Irónico)
¡Cosas de pueblo que tiene
una gran alma infantil,
como aseguran algunos!
sra . marinez
—Sí; la ciudad no es alegre...
el cura
—Tal vez porque piensa en Dios,
y los que piensan en El
usan poco de la risa...
rozas
...¡pero roban cojinillos!
manuelita
(Como para desviar la conversación)
—Señor cura...
Entre yo y mis buenas negras
hemos hecho esta semana
todos los trajes que Vd.
nos pidió, para los pobres...
el cura
—¿Todos? ¿Son cuarenta y cinco?
(Entra el Capitán y el Teniente, saludos, etc.)
manuelita
—Todos, todos, sí; señor.
el cura
—Es trabajar febrilmente,
Manuelita, haber hecho eso;
y es un regalo muy grande
el que hace Vd. a mis pobres...
rozas
Ya que habla Vd. de regalos...
he recibido yo uno
por el velero de ayer,
que ha de llamar la atención...
(Al Teniente)
—Hágame el favor, Teniente...
Está sobre mi escritorio
un estuche angosto y largo;
hay una carta a su lado...
(Indica con el gesto que las vaya a traer. El Teniente entra)
el cura
(A Rozas)
—¿Es proveniente de España?
rozas
—No, señor. Viene de Francia.
sra . marinez
—Entonces será un vestido
destinado a Manuelita...
rozas
—¡Frío, frío! Vean Vds.
(Señalando al Teniente que vuelve con el estuche y la carta. Rozas abre aquél y saca una espada)
el cura
—Una espada...
rozas
—Cabalmente.
La espada de San Martín.
Me la envía desde Francia
el vencedor de Maipú,
(Emoción general)
y me escribe... Capitán:
hágame el bien de leerla...
Es una carta que pone
harta luz en mi conciencia
de gobernante...
(Le entrega la carta y el Capitán lee en voz alta)
capitan
—Excelencia:
Guardad para vos, Señor,
como el tributo lejano
de un proscripto y de un dolor,
la espada que alzó mi mano
ungida por la victoria.
Quien tuvo, cual vos, la gloria
de rechazar altanero
del umbral de la nación
al invasor extranjero
merece usar el acero
que relampagueó en Junín.
Recibid la devoción
de José de San Martín.
(La emoción que produce la lectura de esta carta se dejará ver en todos los circundantes)
grondona