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En la Inglaterra rural del siglo XIX, Elizabeth Bennet, una joven inteligente y de carácter independiente, se enfrenta a las convenciones sociales y a los juicios precipitados de su entorno. Cuando conoce al enigmático Mr. Darcy, la atracción entre ambos se ve empañada por el orgullo, la clase y los malentendidos. A través de diálogos brillantes y una ironía sutil, Jane Austen disecciona con maestría las costumbres, los prejuicios y las aspiraciones de su tiempo, sin renunciar al humor ni a la emoción. Publicada en 1813, Orgullo y prejuicio es una de las novelas más admiradas de la literatura universal: una historia de amor y autoconocimiento donde la razón y el sentimiento se enfrentan en el delicado juego del corazón y la sociedad.
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Seitenzahl: 577
Veröffentlichungsjahr: 2025
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La Colección Clásicos Libres está destinada a la difusión de traducciones inéditas de grandes títulos de la literatura universal, con libros que han marcado la historia del pensamiento, el arte y la narrativa.
Entre sus publicaciones más recientes destacan: Meditaciones, de Marco Aurelio; La ciudad de las damas, de Christine de Pizan; Fouché: el genio tenebroso, de Stefan Zweig; El Gatopardo, de Giuseppe di Lampedusa; El diario de Ana Frank; El arte de amar, de Ovidio; Analectas, de Confucio; El Gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald; El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, entre otras...
Jane Austen
ORGULLOY PREJUICIO
© Del texto: Jane Austen
© De la traducción: Francisco Delgado
© Ed. Perelló, SL, 2025
Carrer de les Amèriques, 27
46420 - Sueca, Valencia, España
Tlf. (+34) 644 79 79 83
http://edperello.es
I.S.B.N.: 979-13-70193-70-6
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Primer volumen
I
Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de unagranfortuna,necesitaunaesposa. Sin embargo, poco se sabe de los sentimientos u opiniones de un hombre de talescondiciones cuando entra a formar parte de un vecindario. Esta verdad está tan arraigadaen las mentes de algunas de las familias que lo rodean, que algunas le consideran de sulegítimapropiedadyotras deladesus hijas.
—Mi querido señor Bennet —le dijo un día su esposa—, ¿sabías que, por fin, se haalquiladoNetherfield Park?
ElseñorBennetrespondióqueno.
—Pues así es —insistió ella—. La señora Long ha estado aquí hace un momento ymelo hacontado todo.
ElseñorBennetnohizoademándecontestar.
—¿Noquieressaberquiénlohaalquilado?—seimpacientósuesposa.
—Eres tú la que quieres contármelo, y yo no tengo inconveniente en oírlo.Estasugerencialefuesuficiente.
—Pues sabrás, querido, que la señora Long dice que Netherfield ha sido alquiladopor un joven muy rico del norte de Inglaterra. Que vino el lunes en uncarruaje de cuatrocaballos para ver el lugar y que se quedó tan encantado con él que inmediatamentellegó a un acuerdo con el señor Morris, que antes de San Miguelvendrá a ocuparloyquealgunos desus criados estaránenlacasaafinales delasemanaqueviene.
—¿Cómosellama?
—Bingley.
—¿Estácasadoosoltero?
—¡Oh!, soltero, querido, por supuesto. Un hombre soltero y de gran fortuna, cuatroocinco mil librasal año.¡Québuen partido paranuestras hijas!
—¿Yqué?¿Enquépuedeafectarles?
—Miqueridoseñor Bennet—contestósuesposa—,¿cómopuedessertaningenuo?
Debessaberque estoypensandoencasarloconunadeellas.
—¿Eseseelmotivoquelehatraído?
—¡Motivo! Tonterías, ¿cómo puedes decir eso? Es muy posible que se enamore deunadeellas,yporeso debesiravisitarlotan prontocomo llegue.
—No veo la razón para ello. Puedes ir tú con las muchachas o mandarlas a ellassolas, que tal vez sea mejor. Como tú eres tan guapa como cualquiera de ellas, a lo mejorelseñorBingleyteprefiereati.
—Querido, me adulas. Es verdad que en un tiempo no estuve nada mal, pero ahorano puedo pretender ser nada fuera de lo común. Cuando una mujer tiene cinco hijascreciditas,debedejardepensarensu propiabelleza.
—En tales casos, a la mayoría de las mujeres no les queda mucha belleza en quépensar.
—Bueno, querido, de verdad, tienes que ir a visitar al señor Bingley en cuanto seinstaleen el vecindario.
—Notelogarantizo.
—Pero piensa en tus hijas. Date cuenta del partido que sería para una de ellas. SirWilliam y lady Lucas están decididos a ir, y solo con ese propósito. Ya sabes quenormalmente no visitan a los nuevos vecinos. De veras, debes ir, porque para nosotrasseráimposiblevisitarlo si tú no lo haces.
—Eres demasiado comedida. Estoy seguro de que el señor Bingley se alegrarámucho de veros, y tú le llevarás unas líneas de mi parte para asegurarle que cuenta conmi más sincero consentimiento para que contraiga matrimonio con una de ellas, aunquepondréalgunapalabraenfavordemi pequeñaLizzy.
—Me niego a que hagas tal cosa. Lizzy no es en nada mejor que las otras, no es nila mitad de guapa que Jane, ni la mitad de alegre que Lydia. Pero tú siempre la prefieresaella.
—Ninguna de las tres es muy recomendable —le respondió—. Son tan tontas eignorantes como las demás muchachas, pero Lizzy tiene algo más de agudeza que sushermanas.
—¡SeñorBennet!¿Cómopuedeshablarasídetushijas?Teencantadisgustarme.
Notienescompasióndemispobresnervios.
—Te equivocas, querida. Les tengo mucho respeto a tus nervios. Son viejos amigosmíos. Hace por lo menos veinte años que te oigo mencionarlos con muchaconsideración.
—¡Nosabes cuánto sufro!
—Pero te pondrás bien y vivirás para ver venir a este lugar a muchos jóvenes deesosdecuatromil libras al año.
—Noserviríadenadasi viniesenesosveintejóvenesynofuerasavisitarlos.
—Sidependedeeso,querida,encuantoesténaquílosveinte,losvisitaréatodos.
El señor Bennet era una mezcla tan rara entre ocurrente, sarcástico, reservado ycaprichoso, que la experiencia de veintitrés años no habían sido suficientes para que suesposa entendiese su carácter. Sin embargo, el de ella era menos difícil, era una mujerde poca inteligencia, más bien inculta y de temperamento desigual. Su meta en la vidaeracasarasus hijas.Su consuelo, las visitasyel cotilleo.
II
El señor Bennet fue uno de los primeros en presentar sus respetos al señor Bingley.Siempre tuvo la intención de visitarlo, aunque, al final, siempre le aseguraba a su esposaque no lo haría, y hasta la tarde después de su visita, su mujer no se enteró de nada. Lacosa se llegó a saber de la siguiente manera: observando el señor Bennet cómo su hija secolocabaun sombrero, dijo:
—EsperoquealseñorBingleyleguste, Lizzy.
—¿Cómo podemos saber qué le gusta al señor Bingley —dijo su esposa resentida—sitodavíano hemos ido avisitarlo?
—Olvidas, mamá —dijo Elizabeth—, que lo veremos en las fiestas, y que la señoraLonghaprometido presentárnoslo.
—No creo que la señora Long haga semejante cosa. Ella tiene dos sobrinas enquienespensar, esegoístaehipócritaynomerecemiconfianza.
—Ni la mía tampoco —dijo el señor Bennet— y me alegro de saber que nodependes de sus servicios. La señora Bennet no se dignó contestar, pero incapaz decontenerseempezó areprenderaunadesus hijas.
—¡Por el amor de Dios, Kitty no sigas tosiendo así! Ten compasión de misnervios.Melos estás destrozando.
—Kitty no es nada discreta tosiendo —dijo su padre—. Siempre lo hace enmomentoinoportuno.
—Amínomediviertetoser—replicóKittyquejándose.
—¿Cuándoestupróximobaile,Lizzy?
—Demañanaen quincedías.
—Sí, así es —exclamó la madre—. Y la señora Long no volverá hasta un día antes,asíqueleseráimposiblepresentarnosalseñorBingley,porquetodavíanoleconocerá.
—Entonces, señora Bennet, puedes tomarle la delantera a tu amiga y presentárselotúaella.
—Imposible, señor Bennet, imposible, cuando yo tampoco le conozco. ¿Por qué teburlas?
—Celebrotudiscreción.Unaamistaddequincedíases verdaderamentemuypoco.
En realidad, al cabo de solo dos semanas no se puede saber muy bien qué clase dehombre es. Pero si no nos arriesgamos nosotros, lo harán otros. Al fin y al cabo, laseñora Long y sus sobrinas pueden esperar a que se les presente su oportunidad, pero,no obstante, como creerá que es un acto de delicadeza por su parte el declinar laatención,seréyo el queoslo presente.
Lasmuchachasmiraronasupadrefijamente. LaseñoraBennetselimitóadecir:
—¡Tonterías,tonterías!
—¿Quésignificaesaenfáticaexclamación? —preguntóelseñorBennet—. ¿Consideras las fórmulas de presentación como tonterías, con la importancia quetienen? No estoy de acuerdo contigo en eso. ¿Qué dices tú, Mary? Que yo sé que eresunajoven muyreflexiva,yqueleesgrandes librosylos resumes.
Maryquisodeciralgosensato,pero nosupo cómo.
—MientrasMaryaclarasusideas—continuóél—,volvamosalseñorBingley.
—¡EstoyhartadelseñorBingley!—gritósuesposa.
—Siento mucho oír eso, ¿por qué no me lo dijiste antes? Si lo hubiese sabido estamañana, no habría ido a su casa. ¡Mala suerte! Pero como ya le he visitado, no podemosrenunciarasu amistad ahora.
El asombro de las señoras fue precisamente el que él deseaba. Quizás el de la señoraBennet sobrepasara al resto, aunque una vez acabado el alboroto que produjo la alegría,declaróqueen elfondo eralo queellasiemprehabíafigurado.
—¡Mi querido señor Bennet, que bueno eres! Pero sabía que al final te convencería.Estabaseguradequequiereslobastante atushijascomoparanodescuidar esteasunto.
¡Qué contenta estoy! ¡Y qué broma tan graciosa, que hayas ido esta mañana y no noshayasdicho nadahastaahora!
—Ahora, Kitty, ya puedes toser cuanto quieras —dijo el señor Bennet, y salió delcuartofatigado porel entusiasmo desu mujer.
—¡Qué padre más excelente tenéis, hijas! —dijo ella una vez cerrada la puerta—.No sé cómo podréis agradecerle alguna vez su amabilidad, ni yo tampoco, en lo que aesto se refiere. A estas alturas, os aseguro que no es agradable hacer nuevas amistadestodos los días. Pero por vosotras haríamos cualquier cosa. Lydia, cariño, aunque eres lamásjoven,apostaría aqueelseñor Bingleybailará contigoenelpróximobaile.
—Estoy tranquila —dijo Lydia firmemente—, porque aunque soy la más joven, soylamás alta.
El resto de la tarde se lo pasaron haciendo conjeturas sobre si el señor Bingleydevolvería pronto su visita al señor Bennet, y determinando cuándo podrían invitarle acenar.
III
Por más que la señora Bennet, con la ayuda de sus hijas, preguntase sobre el tema,noconseguíasacarleasumaridoningunadescripciónsatisfactoriadelseñorBingley.Le atacaron de varias maneras: con preguntas clarísimas, suposiciones ingeniosas, y conindirectas, pero por muy hábiles que fueran, él las eludía todas. Y al final se vieronobligadas a aceptar la información de segunda mano de su vecina lady Lucas. Suimpresión era muy favorable, sir William había quedado encantado con él. Era joven,guapísimo,extremadamenteagradableyparacolmopensabaasistiralpróximobailecon un grupodeamigos.No podía habernada mejor. El que fueseaficionadoal baileera verdaderamente una ventaja a la hora de enamorarse, y así se despertaron vivasesperanzas para conseguir el corazón del señor Bingley.
—Si pudiera ver a una de mishijas viviendo felizmente en Netherfield, y a las otras igual de bien casadas, ya nodesearíamásenlavida —ledijo laseñoraBenneta su marido.
Pocos días después, el señor Bingley le devolvió la visita al señor Bennet y pasócon él diez minutos en su biblioteca. Él había abrigado la esperanza de que se lepermitiese ver a las muchachas de cuya belleza había oído hablar mucho, pero no viomás que al padre. Las señoras fueron un poco más afortunadas, porque tuvieron laventaja de poder comprobar desde una ventana alta que el señor Bingley llevaba unabrigoazulymontabauncaballonegro.
Poco después le enviaron una invitación para que fuese a cenar. Y cuando la señoraBennet tenía ya planeados los manjares que darían crédito de su buen hacer de ama decasa, recibieron una respuesta que echaba todo a perder. El señor Bingley se veíaobligado a ir a la ciudad al día siguiente, y en consecuencia no podía aceptar el honor desu invitación.La señoraBennetse quedóbastantedesconcertada.Nopodíaimaginarqué asuntos le reclamaban en la ciudad tan poco tiempo después de su llegada aHertfordshire, y empezó a temer que iba a andar siempre revoloteando de un lado paraotro sin establecerse definitivamente y como es debido en Netherfield. Lady Lucasapaciguóunpocosustemoresllegando ala conclusióndequesolo iríaa Londrespara reunir a un grupo de amigos para la fiesta. Y pronto corrió el rumor de que Bingley ibaa traer a doce damas y a siete caballeros para el baile. Las muchachas se afligieron porsemejante número de damas, pero el día antes del baile se consolaron al oír que en vezde doce había traído solo a seis, cinco hermanas y una prima. Y cuando el día del baileentraron en el salón, solo eran cinco en total: el señor Bingley, sus dos hermanas, elmaridodelamayoryotro joven.
El señor Bingley era apuesto, tenía aspecto de caballero, semblante agradable ymodalessencillosypocoafectados.Sushermanaseranmujereshermosasydeindudable elegancia. Su cuñado, el señor Hurst, casi no tenía aspecto de caballero, perofue su amigo el señor Darcy el que pronto centró la atención del salón por su distinguidapersonalidad, era un hombre alto, de bonitas facciones y de porte aristocrático. Pocosminutos después de su entrada ya circulaba el rumor de que su renta era de diez millibras al año. Los señores declaraban que era un hombre que tenía mucha clase, lasseñoras decían que era mucho más guapo que Bingley, siendo admirado durante casi lamitad de la velada, hasta que sus modales causaron tal disgusto que hicieron cambiar elcurso de su buena fama. Se descubrió que era un hombre orgulloso, que pretendía estarpor encima de todos los demás y demostraba su insatisfacción con el ambiente que lerodeaba. Ni siquiera sus extensas posesiones en Derbyshire podían salvarle ya de parecerodioso y desagradable y de que se considerase que no valía nada comparado con suamigo.
El señor Bingley enseguida trabó amistad con las principales personas del salón. Eravivoyfranco,noseperdióniunsolobaile,lamentóquelafiestaacabasetantempranoyhablódedarunaélenNetherfield.Tanagradablescualidadeshablabanporsísolas.
¡Qué diferencia entre él y su amigo! El señor Darcy bailó solo una vez con la señoraHurst y otra con la señorita Bingley, se negó a que le presentasen a ninguna otra dama yse pasó el resto de la noche deambulando por el salón y hablando de vez en cuando conalguno de sus acompañantes. Su carácter estaba definitivamente juzgado. Era el hombremás orgulloso y más antipático del mundo y todos esperaban que no volviese más porallí. Entre los más ofendidos con Darcy estaba la señora Bennet, cuyo disgusto por sucomportamiento se había agudizado convirtiéndose en una ofensa personal por haberdespreciadoaunadesushijas.
Había tan pocos caballeros que Elizabeth Bennet se había visto obligada a sentarsedurante dos bailes. En ese tiempo Darcy estuvo lo bastante cerca de ella para que lamuchacha pudiese oír una conversación entre él y el señor Bingley, que dejó el baileunosminutos paraconvencerasuamigo dequeseunieseaellos.
—Ven, Darcy —le dijo—, tienes que bailar. No soporto verte ahí de pie, solo y conesaestúpidaactitud. Es mejorquebailes.
—No pienso hacerlo. Sabes cómo lo detesto, a no ser que conozca personalmente ami pareja. En una fiesta como esta me sería imposible. Tus hermanas estáncomprometidas, y bailar con cualquier otra mujer de las que hay en este salón seríacomoun castigo paramí.
—No deberías ser tan exigente y quisquilloso —se quejó Bingley—. ¡Por lo quemás quieras! Palabra de honor, nunca había visto a tantas muchachas tan encantadorascomoestanoche,yhayalgunasqueson especialmentebonitas.
—Tú estás bailando con la única chica guapa del salón —dijo el señor Darcymirandoalamayordelas Bennet.
—¡Oh! ¡Ella es la criatura más hermosa que he visto en mi vida! Pero justo detrásde ti está sentada una de sus hermanas que es muy guapa y apostaría que muyagradable.Dejaquelepidaami parejaquetelapresente.
—¿Qué dices?
Y, volviéndose, miró por un momento a Elizabeth, hasta que susmiradas se cruzaron, él apartó inmediatamente la suya y dijo fríamente:
—No está mal,aunque no es lo bastante guapa como para tentarme. Y no estoy de humor para hacercaso a las jóvenes que han dado de lado otros. Es mejor que vuelvas con tu pareja ydisfrutesdesussonrisasporqueestás malgastandoel tiempoconmigo.
El señor Bingley siguió su consejo. El señor Darcy se alejó, y Elizabeth se quedóallí con sus no muy cordiales sentimientos hacia él. Sin embargo, contó la historia a susamigas con mucho humor porque era graciosa y muy alegre, y tenía cierta disposición ahacerdivertidas las cosasridículas. En resumidas cuentas, la velada transcurrió agradablemente para toda la familia. Laseñora Bennet vio cómo su hija mayor había sido admirada por los de Netherfield. Elseñor Bingley había bailado con ella dos veces, y sus hermanas estuvieron muy atentasconella.Janeestabatansatisfechaomásquesumadre,peroseloguardabapara ella.
Elizabeth se alegraba por Jane. Mary había oído cómo la señorita Bingley decía de ellaque era la muchacha más culta del vecindario. Y Catherine y Lydia habían tenido lasuerte de no quedarse nunca sin pareja, que, como les habían enseñado, era de lo únicoque debían preocuparse en los bailes. Así que volvieron contentas a Longbourn, elpueblo donde vivían y del que eran los principales habitantes. Encontraron al señorBennet aún levantado, con un libro delante perdía la noción del tiempo, y en estaocasión sentía gran curiosidad por los acontecimientos de la noche que había despertadotanta expectación. Llegó a creer que la opinión de su esposa sobre el forastero pudieraserdesfavorable,peroprontosediocuentadequeloqueibaaoíreratodolo contrario.
—¡Oh!,miqueridoseñorBennet—dijosuesposaalentrarenlahabitación.
Hemos tenido una velada encantadora, el baile fue espléndido. Me habría gustado quehubiesesestadoallí.Janedespertótaladmiración,nuncasehabíavistonadaigual.
Todos comentaban lo guapa que estaba, y el señor Bingley la encontró bellísima y bailócon ella dos veces. Fíjate, querido, bailó con ella dos veces. Fue a la única de todo elsalón a la que sacó a bailar por segunda vez. La primera a quien sacó fue a la señoritaLucas. Me contrarió bastante verlo bailar con ella, pero a él no le gustó nada. ¿A quiénpuede gustarle?, ¿no crees? Sin embargo pareció quedarse prendado de Jane cuando lavio bailar. Así es que preguntó quién era, se la presentaron y le pidió el siguiente baile.Entonces bailó el tercero con la señorita King, el cuarto con María Lucas, el quinto otravez con Jane, el sexto conLizzy yel boulanger...
—¡Si hubiese tenido alguna compasión de mí —gritó el marido impaciente— nohabría gastado tanto! ¡Por el amor de Dios, no me hables más de sus parejas! ¡Ojalá sehubiesetorcido un tobillo en el primerbaile!
—¡Oh, querido mío! Me tiene fascinada, es increíblemente guapo, y sus hermanasson encantadoras. Llevaban los vestidos más elegantes que he visto en mi vida. Elencajedel delaseñoraHurst...
Aquí fue interrumpida de nuevo. El señor Bennet protestó contra toda descripciónde atuendos. Por lo tanto ella se vio obligada a pasar a otro capítulo del relato, y contó,congranamargurayalgodeexageración,laescandalosarudezadel señor Darcy.
—Pero puedo asegurarte —añadió— que Lizzy no pierde gran cosa con no ser sutipo, porque es el hombre más desagradable y horrible que existe, y no merece lassimpatías de nadie. Es tan estirado y tan engreído que no hay forma de soportarle. Nohacía más que pasearse de un lado para otro como un pavo real. Ni siquiera es lobastante guapo para que merezca la pena bailar con él. Me habría gustado que hubiesesestadoallíyquelehubieses dado unabuenalección.Ledetesto.
IV
Cuando Jane y Elizabeth se quedaron solas, la primera, que había sido cautelosa alahorade elogiaralseñorBingley,expresóasuhermanalomuchoqueloadmiraba.
—Es todo lo que un hombre joven debería ser —dijo ella—, sensato, alegre, consentido del humor, nunca había visto modales tan desenfadados, tanta naturalidad conunaeducación tan perfecta.
—Y también es guapo —replicó Elizabeth—, lo cual nunca está de más en unjoven.Demodo quees un hombrecompleto.
—Me sentí muy adulada cuando me sacó a bailar por segunda vez. No esperabasemejantecumplido.
—¿No te lo esperabas? Yo sí. Esa es la gran diferencia entre nosotras. A ti loscumplidos siempre te cogen de sorpresa, a mí, nunca. Era lo más natural que te sacase abailar por segunda vez. No pudo pasarle inadvertido que eras cinco veces más guapaque todas las demás mujeres que había en el salón. No agradezcas su galantería por eso.Bien, la verdad es que es muy agradable, apruebo que te guste. Te han gustado muchaspersonasestúpidas.
—¡Lizzy,querida!
—¡Oh! Sabes perfectamente que tienes cierta tendencia a que te guste toda la gente.Nunca ves un defecto en nadie. Todo el mundo es bueno y agradable a tus ojos. Nuncateheoído hablarmal deun serhumano en mivida.
—No quisiera ser imprudente al censurar a alguien, pero siempre digo lo quepienso.
—Ya lo sé, y es eso lo que lo hace asombroso. Estar tan ciega para las locuras ytonterías de los demás, con el buen sentido que tienes. Fingir candor es algo bastantecorriente, se ve en todas partes. Pero ser cándido sin ostentación ni premeditación,quedarse con lo bueno de cada uno, mejorarlo aun, y no decir nada de lo malo, eso sololo haces tú. Y también te gustan sus hermanas, ¿no es así? Sus modales no se parecen ennadaalos deél.
—Alprincipiodesde luegoqueno,pero cuandocharlasconellassonmuyamables.
La señorita Bingley va a venir a vivir con su hermano y ocuparse de su casa. Y, omucho me equivoco, o estoy segura de que encontraremos en ella una vecinaencantadora.
Elizabeth escuchaba en silencio, pero no estaba convencida. El comportamiento delas hermanas de Bingley no había sido a propósito para agradar a nadie. Mejorobservadora que su hermana, con un temperamento menos flexible y un juicio menospropenso a dejarse influir por los halagos, Elizabeth estaba poco dispuesta a aprobar alas Bingley. Eran, en efecto, unas señoras muy finas, bastante alegres cuando no se lascontrariaba y, cuando ellas querían, muy agradables, pero orgullosas y engreídas. Eranbastante bonitas, habían sido educadas en uno de los mejores colegios de la capital yposeían una fortuna de veinte mil libras, estaban acostumbradas a gastar más de lacuenta y a relacionarse con gente de rango, por lo que se creían con el derecho de teneruna buena opinión de sí mismas y una pobre opinión de los demás. Pertenecían a unahonorable familia del norte de Inglaterra, circunstancia que estaba más profundamentegrabada en su memoria que la de que tanto su fortuna como la de su hermano había sidohecha en el comercio.
El señor Bingley heredó casi cien mil libras de su padre, quien ya había tenido laintención de comprar una mansión pero no vivió para hacerlo. El señor Bingley pensabade la misma forma y a veces parecía decidido a hacer la elección dentro de su condado,pero como ahora disponía de una buena casa y de la libertad de un propietario, los queconocían bien su carácter tranquilo dudaban el que no pasase el resto de sus días enNetherfieldydejasela compraparala generación venidera.
Sus hermanas estaban ansiosas de que él tuviera una mansión de su propiedad. Peroaunque en la actualidad no fuese más que arrendatario, la señorita Bingley no dejaba poreso de estar deseosa de presidir su mesa. Ni la señora Hurst, que se había casado con unhombre más elegante que rico, estaba menos dispuesta a considerar la casa de suhermanocomo lasuyapropiasiemprequeleconviniese.
A los dos años escasos de haber llegado el señor Bingley a su mayoría de edad,una casual recomendación le indujo a visitar la posesión de Netherfield. La vio pordentro y por fuera durante media hora, y se dio por satisfecho con las ponderaciones delpropietario,alquilándolainmediatamente.
EnteélyDarcyexistíaunafirme amistad apesardetenercaracterestanopuestos.
Bingley había ganado la simpatía de Darcy por su temperamento abierto y dócil y por sunaturalidad, aunque no hubiese una forma de ser que ofreciese mayor contraste a la suyay aunque él parecía estar muy satisfecho de su carácter. Bingley sabía el respeto queDarcyletenía, porloqueconfiabaplenamente enél, asícomoen subuencriterio.
Entendía a Darcy como nadie. Bingley no era nada tonto, pero Darcy era mucho másinteligente. Era al mismo tiempo arrogante, reservado y quisquilloso, y aunque era muyeducado, sus modales no le hacían nada atractivo. En lo que a esto respecta su amigotenía toda la ventaja, Bingley estaba seguro de caer bien dondequiera que fuese, sinembargoDarcyerasiempreofensivo.
El mejor ejemplo es la forma en la que hablaron de la fiesta de Meryton. Bingleynunca había conocido a gente más encantadora ni a chicas más guapas en su vida. Todoel mundo había sido de lo más amable y atento con él, no había habido formalidades nirigidez, y pronto se hizo amigo de todo el salón. Y en cuanto a la señorita Bennet, nopodía concebir un ángel que fuese más bonito. Por el contrario, Darcy había visto unacolección de gente en quienes había poca belleza y ninguna elegancia, por ninguno deellos había sentido el más mínimo interés y de ninguno había recibido atención o placeralguno. Reconoció que la señorita Bennet era hermosa, pero sonreía demasiado. Laseñora Hurst y su hermana lo admitieron, pero aun así les gustaba y la admiraban,dijeron de ella que era una muchacha muy dulce y que no pondrían inconveniente enconocerla mejor. Quedó establecido, pues, que la señorita Bennet era una muchachamuy dulce y por esto el hermano se sentía con autorización para pensar en ella como ycuandoquisiera.
V
A poca distancia de Longbourn vivía una familia con la que los Bennet teníanespecial amistad. Sir William Lucas había tenido con anterioridad negocios en Meryton,donde había hecho una regular fortuna y se había elevado a la categoría de caballero porpetición al rey durante su alcaldía. Esta distinción se le había subido un poco a lacabezayempezóanosoportartenerquededicarse alosnegociosyvivirenunapequeña ciudad comercial. Así que dejando ambos se mudó con su familia a una casa auna milla de Meryton, denominada desde entonces Lucas Lodge, donde pudo dedicarsea pensar con placer en su propia importancia, y desvinculado de sus negocios, ocuparsesolamente de ser amable con todo el mundo. Porque aunque estaba orgulloso de surango, no se había vuelto engreído, por el contrario, era todo atenciones para con todo elmundo. De naturaleza inofensivo, sociable y servicial, su presentación en St. James lehabíahecho además,cortés.
La señora Lucas era una buena mujer aunque no lo bastante inteligente para que laseñora Bennet la considerase una vecina valiosa. Tenían varios hijos. La mayor, unajoveninteligenteysensatadeunos veinteaños,eralaamigaíntimadeElizabeth.
Que las Lucas y las Bennet se reuniesen para charlar después de un baile, era algoabsolutamente necesario, y la mañana después de la fiesta, las Lucas fueron aLongbournparacambiarimpresiones.
—Tú empezaste bien la noche, Charlotte —dijo la señora Bennet fingiendo todaamabilidad posible hacia la señorita Lucas—. Fuiste la primera que eligió el señorBingley.
—Sí,peropareciógustarlemáslasegunda.
—¡Oh! Te refieres a Jane, supongo, porque bailó con ella dos veces. Sí, parece quelegustó. Sí,creo quesí.Oí algo,no sé, algosobreel señorRobinson.
—Quizá se refiera a lo que oí entre él y el señor Robinson, ¿no se lo he contado? Elseñor Robinson le preguntó si le gustaban las fiestas de Meryton, si no creía que habíamuchachas muy hermosas en el salón y cuál le parecía la más bonita de todas. Surespuesta a esta última pregunta fue inmediata: «La mayor de las Bennet, sin duda. Nopuedehabermás queunaopinión sobreeseparticular».
—¡No me digas! Parece decidido a... Es como si... Pero, en fin, todo puede acabarennada.
—Loqueyooífuemejorqueloqueoístetú, ¿verdad,Elizabeth?—dijoCharlotte—. Merece más la pena oír al señor Bingley que al señor Darcy, ¿no crees? ¡Pobre Eliza!Decirsolo:«No estámal».
—Te suplico que no le metas en la cabeza a Lizzy que se disguste por Darcy. Es unhombre tan desagradable que la desgracia sería gustarle. La señora Long me dijo quehabíaestado sentado asuladoyqueno habíadespegadolos labios.
—¿Estássegura,mamá?¿Noteequivocas?YovialseñorDarcyhablarconella.
—Sí, claro, porque ella al final le preguntó si le gustaba Netherfield, y él no tuvomás remedio que contestar. Pero la señora Long dijo que a él no le hizo ninguna graciaqueledirigieselapalabra.
—La señorita Bingley me dijo —comentó Jane que él no solía hablar mucho, a nosercon susamigos íntimos.Con elloses increíblementeagradable.
—No me creo una palabra, querida. Si fuese tan agradable habría hablado con laseñora Long. Pero ya me imagino qué pasó. Todo el mundo dice que el orgullo no lecabe en el cuerpo, y apostaría a que oyó que la señora Long no tiene coche y que fue albaileen uno dealquiler.
—A mí no me importa que no haya hablado con la señora Long —dijo la señoritaLucas—,perodesearíaquehubiesebailadocon Eliza.
—Yoquetú,Lizzy—agrególamadre—,nobailaríaconélnuncamás.
—Creo,mamá,que puedoprometertequenuncabailaréconél.
—El orgullo —dijo la señorita Lucas— ofende siempre, pero a mí el suyo no meresulta tan ofensivo. Él tiene disculpa. Es natural que un hombre atractivo, con familia,fortuna y todo a su favor tenga un alto concepto de sí mismo. Por decirlo de algúnmodo,tienederecho aserorgulloso.
—Es muy cierto —replicó Elizabeth—, podría perdonarle fácilmente su orgullo sinohubiesemortificado elmío.
—El orgullo —observó Mary, que se preciaba mucho de la solidez de susreflexiones—, es un defecto muy común. Por todo lo que he leído, estoy convencida deque en realidad es muy frecuente que la naturaleza humana sea especialmente propensaa él, hay muy pocos que no abriguen un sentimiento de autosuficiencia por una u otrarazón, ya sea real o imaginaria. La vanidad y el orgullo son cosas distintas, aunquemuchas veces se usen como sinónimos. El orgullo está relacionado con la opinión quetenemos de nosotros mismos, la vanidad, con lo que quisiéramos que los demáspensarandenosotros.
—Si yo fuese tan rico como el señor Darcy, —exclamó un joven Lucas que habíavenido con sus hermanas—, no me importaría ser orgulloso. Tendría una jauría deperrosdecaza,ybeberíaunabotelladevino al día.
—Pues beberías mucho más de lo debido —dijo la señora Bennet— y si yo te viesetequitaríalabotellainmediatamente.
El niño dijo que no se atrevería, ella que sí, y así siguieron discutiendo hasta que sedioporfinalizadalavisita.
VI
Las señoras de Longbourn no tardaron en ir a visitar a las de Netherfield, y estasdevolvieron la visita como es costumbre. El encanto de la señorita Bennet aumentó laestima que la señora Hurst y la señorita Bingley sentían por ella, y aunque encontraronque la madre era intolerable y que no valía la pena dirigir la palabra a las hermanasmenores, expresaron el deseo de profundizar las relaciones con ellas en atención a lasdos mayores. Esta atención fue recibida por Jane con agrado, pero Elizabeth seguíaviendo arrogancia en su trato con todo el mundo, exceptuando, con reparos, a suhermana, no podían gustarle. Aunque valoraba su amabilidad con Jane, sabía queprobablemente se debía a la influencia de la admiración que el hermano sentía por ella.Era evidente, dondequiera que se encontrasen, que Bingley admiraba a Jane, y paraElizabeth también era evidente que en su hermana aumentaba la inclinación que desdeel principio sintió por él, lo que la predisponía a enamorarse de él, pero se daba cuenta,con gran satisfacción, de que la gente no podría notarlo, puesto que Jane uniría a lafuerza de sus sentimientos moderación y una constante jovialidad, que ahuyentaría lassospechasdelosimpertinentes. Asíselocomentó asuamiga,laseñorita Lucas.
—Tal vez sea mejor en este caso —replicó Charlotte— poder escapar a lacuriosidad de la gente, pero a veces es malo ser tan reservada. Si una mujer disimula suafecto al objeto del mismo, puede perder la oportunidad de conquistarle, y entonces esun pobre consuelo pensar que los demás están en la misma ignorancia. Hay tanto degratitud y vanidad en casi todos, los cariños, que no es nada conveniente dejarlos a laderiva. Normalmente todos empezamos por una ligera preferencia, y eso sí puede sersimplemente porque sí, sin motivo. Pero hay muy pocos que tengan tanto corazón comopara enamorarse sin haber sido estimulados. En nueve de cada diez casos, una mujerdebe mostrar más cariño del que siente. A Bingley le gusta tu hermana, indudablemente,perosi ellano leayuda, lacosano pasarádeahí.
—Ella le ayuda tanto como se lo permite su forma de ser. Si yo puedo notar sucariñohaciaél,él, desde luego, seríatonto si nolo descubriese.
—Recuerda,Eliza,queélnoconoceelcarácterdeJanecomotú.
—Pero si una mujer está interesada por un hombre y no trata de ocultarlo, él tendráqueacabarpordescubrirlo.
—Tal vez sí, si él la ve lo bastante. Pero aunque Bingley y Jane están juntos amenudo, nunca es por mucho tiempo, y además como solo se ven en fiestas con muchagente, no pueden hablar a solas. Así que Jane debería aprovechar al máximo cadaminutoenelquepuedallamarsuatención.Ycuandolotengaseguro,yatendrátiempo paraenamorarsede éltodoloquequiera.
—Tu plan es bueno —contestó Elizabeth—, cuando la cuestión se trata solo decasarse bien, y si yo estuviese decidida a conseguir un marido rico, o cualquier marido,casipuedodecir que lollevaríaa cabo.PeroesosnosonlossentimientosdeJane,ellano actúa con premeditación. Todavía no puede estar segura de hasta qué punto le gusta,nielporqué.Solohacequincedíasqueleconoce.BailócuatrovecesconélenMeryton, le vio una mañana en su casa, y desde entonces ha cenado en su compañía cuatro veces.Estono es suficientepara queellaconozcasucarácter.
—No tal y como tú lo planteas. Si solamente hubiese cenado con él no habríadescubierto otra cosa que si tiene buen apetito o no, pero no debes olvidar que pasaroncuatroveladas juntos. Ycuatro veladaspueden significarbastante.
—Sí, en esas cuatro veladas lo único que pudieron hacer es averiguar qué clase debailes les gustaba a cada uno, pero no creo que hayan podido descubrir las cosasrealmenteimportantes desu carácter.
—Bueno —dijo Charlotte—. Deseo de todo corazón que a Jane le salgan las cosasbien, y si se casase con él mañana, creo que tendría más posibilidades de ser feliz que sise dedica a estudiar su carácter durante doce meses. La felicidad en el matrimonio essolo cuestión de suerte. El que una pareja crea que son iguales o se conozcan bien deantemano, no les va a traer la felicidad en absoluto. Las diferencias se van acentuandocada vez más hasta hacerse insoportables. Siempre es mejor saber lo menos posible de lapersonacon laquevasacompartirtu vida.
—Me haces reír, Charlotte. No tiene sentido. Sabes que no tiene sentido, además túnuncaactuarías deesaforma.
Ocupada en observar las atenciones de Bingley para con su hermana, Elizabethestaba lejos de sospechar que también estaba siendo objeto de interés a los ojos delamigo de Bingley. Al principio, el señor Darcy apenas se dignó admitir que era bonita. No había demostrado ninguna admiración por ella en el baile, y la siguiente vez que sevieron, él solo se fijó en ella para criticarla. Pero tan pronto como dejó claro ante símismo y ante sus amigos que los rasgos de su cara apenas le gustaban, empezó a darsecuenta de que la bella expresión de sus ojos oscuros le daban un aire de extraordinariainteligencia. A este descubrimiento siguieron otros igualmente mortificantes. Aunquedetectó con ojo crítico más de un fallo en la perfecta simetría de sus formas, tuvo quereconocer que su figura era grácil y esbelta, y a pesar de que afirmaba que sus manerasno eran las de la gente refinada, se sentía atraído por su naturalidad y alegría. De esteasuntoella no teníala más remota idea.Para ellaDarcy eraelhombre quese hacíaantipático dondequiera que fuese y el hombre que no la había considerado lo bastantehermosacomo parasacarlaabailar.
Darcy empezó a querer conocerla mejor. Como paso previo para hablar con ella, sededicóaescucharlahablarconlosdemás.Estehechollamólaatenciónde Elizabeth. Ocurrióundía encasadesir Lucasdondesehabíareunidounampliogrupo degente.
—¿Qué querrá el señor Darcy —le dijo ella a Charlotte—, que ha estadoescuchandomi conversacióncon el coronelForster?
—Ésaesunapreguntaquesolo elseñorDarcypuedecontestar.
—Si lo vuelve a hacer le daré a entender que sé lo que pretende. Es muy satírico, ysinoempiezo siendoimpertinenteyo,acabarépor tenerlemiedo.
Poco después se les volvió a acercar, y aunque no parecía tener intención de hablar,la señorita Lucas desafió a su amiga para que le mencionase el tema, lo queinmediatamenteprovocóaElizabeth,quesevolvióaélyledijo:
—¿No cree usted, señor Darcy, que me expresé muy bien hace un momento,cuandoleinsistíaalcoronel ForsterparaquenosdieseunbaileenMeryton?
—Congran energía,peroeseesuntemaquesiemprellenadeenergíaa lasmujeres.
—Esustedseveroconnosotras.
—Ahora nos toca insistirte a ti —dijo la señorita Lucas—. Voy a abrir el piano y yasabeslo quesigue, Eliza.
—¿Qué clase de amiga eres? Siempre quieres que cante y que toque delante de todoelmundo.SimehubiesellamadoDiosporelcaminodelamúsica,seríasunaamigade incalculable valor, pero como no es así, preferiría no tocar delante de gente que debeestar acostumbrada a escuchar a los mejores músicos —pero como la señorita Lucasinsistía, añadió—: Muy bien, si así debe ser será —y mirando fríamente a Darcy dijo—:Hay un viejo refrán que aquí todo el mundo conoce muy bien, «guárdate el aire paraenfriarlasopa»,yyologuardaréparami canción.
El concierto de Elizabeth fue agradable, pero no extraordinario. Después de una odos canciones y antes de que pudiese complacer las peticiones de algunos que queríanque cantase otra vez, fue reemplazada al piano por su hermana Mary, que como era lamenos brillante de la familia, trabajaba duramente para adquirir conocimientos yhabilidadesquesiempreestabaimpacientepordemostrar.
Mary no tenía ni talento ni gusto, y aunque la vanidad la había hecho aplicada,también le había dado un aire pedante y modales afectados que deslucirían cualquierbrillantez superior a la que ella había alcanzado. A Elizabeth, aunque había tocado lamitad de bien, la habían escuchado con más agrado por su soltura y sencillez. Mary, alfinal de su largo concierto, no obtuvo más que unos cuantos elogios por las melodíasescocesas e irlandesas que había tocado a ruegos de sus hermanas menores que, conalgunadelas Lucasydosotresoficiales,bailabanalegrementeenunextremodelsalón.
Darcy, a quien indignaba aquel modo de pasar la velada, estaba callado y sin humorpara hablar. Se hallaba tan embebido en sus propios pensamientos que no se fijó en quesirWilliam Lucasestabaasu lado, hastaqueeste sedirigióaél.
—¡Qué encantadora diversión para la juventud, señor Darcy! Mirándolo bien, nohay nada como el baile. Lo considero como uno de los mejores refinamientos de lassociedadesmás distinguidas.
—Ciertamente, señor, y también tiene la ventaja de estar de moda entre lassociedadesmenosdistinguidas delmundo, todoslos salvajesbailan.
SirWilliamesbozóunasonrisa.
—Su amigo baila maravillosamente —continuó después de una pausa al ver aBingley unirse al grupo— y no dudo, señor Darcy, que usted mismo sea un experto enlamateria.
—Meviobailaren Meryton, creo,señor.
—Desde luego que sí, y me causó un gran placer verle. ¿Baila usted a menudo enSaintJames?
—Nunca,señor.
—¿Nocreequeseríauncumplidoparaconeselugar?
—Esuncumplidoquenunca concedo enningúnlugar,sipuedoevitarlo.
—Creoquetieneunacasa enlacapital.ElseñorDarcyasintióconla cabeza.
—Pensé algunas veces en fijar mi residencia en la ciudad, porque me encanta la altasociedad,peronoestabasegurodeque elairede Londreslesentasebiena ladyLucas.
Sir William hizo una pausa con la esperanza de una respuesta, pero su compañía noestaba dispuesto a hacer ninguna. Al ver que Elizabeth se les acercaba, se le ocurrióhacer algo quelepareció muygalantedesu parteylallamó.
—Mi querida señorita Eliza, ¿por qué no está bailando? Señor Darcy, permítameque le presente a esta joven que puede ser una excelente pareja. Estoy seguro de que nopuedenegarseabailarcuandotieneanteusted tantabelleza.
Tomó a Elizabeth de la mano con la intención de pasársela a Darcy, quien, aunqueextremadamente sorprendido, no iba a rechazarla, pero Elizabeth le volvió la espalda yledijo asirWilliam untanto desconcertada:
—De veras, señor, no tenía la menor intención de bailar. Le ruego que no supongaquehevenido hastaaquíparabuscarpareja.
El señor Darcy, con toda corrección le pidió que le concediese el honor de bailarcon él, pero fue en vano. Elizabeth estaba decidida, y ni siquiera sir William, con todossusargumentos, pudo persuadirla.
—Usted es excelente en el baile, señorita Eliza, y es muy cruel por su partenegarme la satisfacción de verla. Y aunque a este caballero no le guste esteentretenimiento, estoy seguro de que no tendría inconveniente en complacernos durantemediahora.
—ElseñorDarcyesmuyeducado—dijoElizabeth sonriendo.
—Lo es, en efecto, pero considerando lo que le induce, querida Eliza, no podemosdudardesu cortesía,porque,¿quién podríarechazarunaparejatanencantadora?
Elizabeth les miró con coquetería y se retiró. Su resistencia no le había perjudicadonada a los ojos del caballero, que estaba pensando en ella con satisfacción cuando fueabordadoporlaseñoritaBingley.
—Adivinoporquéestátanpensativo.
—Creoqueno.
—Está pensando en lo insoportable que le sería pasar más veladas de esta forma, enuna sociedad como esta, y por supuesto, soy de su misma opinión. Nunca he estado másenojada. ¡Qué gente tan insípida y qué alboroto arman! Con lo insignificantes que son yquéimportanciasedan.Daríaalgo poroírsus críticas sobreellos.
—Sus conjeturas son totalmente equivocadas. Mi mente estaba ocupada en cosasmás agradables. Estaba meditando sobre el gran placer que pueden causar un par de ojosbonitosen el rostro deunamujerhermosa.
La señorita Bingley le miró fijamente deseando que le dijese qué dama habíainspiradotalespensamientos. ElseñorDarcy,intrépido, contestó:
—LaseñoritaElizabethBennet.
—¡LaseñoritaBennet!Medejaatónita.¿Desdecuándo essufavorita?Ydígame, ¿cuándotendréquedarle laenhorabuena?
—Ésa es exactamente la pregunta que esperaba que me hiciese. La imaginación deuna dama va muy rápido y salta de la admiración al amor y del amor al matrimonio enunmomento. Sabíaquemedaríala enhorabuena.
—Si lo toma tan en serio, creeré que es ya cosa hecha. Tendrá usted una suegraencantadora,deveras,yniquedecirtienequeestarásiempreenPemberleyconustedes.
Él la escuchaba con perfecta indiferencia, mientras ella seguía disfrutando con lascosas que le decía. Y al ver, por la actitud de Darcy, que todo estaba a salvo, dejó corrersuingenio durantelargo tiempo.
VII
La propiedad del señor Bennet consistía casi enteramente en una hacienda de dosmil libras al año, la cual, desafortunadamente para sus hijas, estaba destinada, por faltade herederos varones, a un pariente lejano. Y la fortuna de la madre, aunqueabundante para su posición, difícilmente podía suplir a la de su marido. Su padre habíasidoabogado en Merytonylehabíadejadocuatromillibras.
La señora Bennet tenía una hermana casada con un tal señor Phillips que había sidoempleado desu padreylehabíasucedido en los negocios,yun hermanoenLondresqueocupabaun respetablelugarenel comercio.
El pueblo de Longbourn estaba solo a una milla de Meryton, distancia muyconveniente para las señoritas, que normalmente tenían la tentación de ir por allí tres ocuatro veces a la semana para visitar a su tía y, de paso, detenerse en una sombrereríaquehabíacercadesucasa. LasquemásfrecuentabanMerytoneranlasdosmenores, Catherine y Lydia, que solían estar más ociosas que sus hermanas, y cuando no se lesofrecía nada mejor, decidían que un paseíto a la ciudad era necesario para pasar bien lamañana y así tener conversación para la tarde, porque, aunque las noticias no solíanabundar en el campo, su tía siempre tenía algo que contar. De momento estaban bienprovistas de chismes y de alegría ante la reciente llegada de un regimiento militarqueibaaquedarsetodoelinviernoyteníaenMeryton sucuartelgeneral.
Ahora las visitas a la señora Phillips proporcionaban una información de lo másinteresante. Cada día añadían algo más a lo que ya sabían acerca de los nombres y lasfamilias de los oficiales. El lugar donde se alojaban ya no era un secreto y prontoempezaronaconoceralos oficiales enpersona.
El señor Phillips los conocía a todos, lo que constituía para sus sobrinas una fuentede satisfacción insospechada. No hablaba de otra cosa que no fuera de oficiales. La granfortuna del señor Bingley, de la que tanto le gustaba hablar a su madre, ya no valía lapenacomparadacon el uniformedeun alférez.
Después de oír una mañana el entusiasmo con el que sus hijas hablaban del tema, elseñorBennet observó fríamente:
—Por todo lo que puedo sacar en limpio de vuestra manera de hablar debéis de serlas muchachas más tontas de todo el país. Ya había tenido mis sospechas algunas veces,pero ahoraestoyconvencido.
Catherine se quedó desconcertada y no contestó. Lydia, con absoluta indiferencia,siguió expresando su admiración por el capitán Carter, y dijo que esperaba verle aquelmismodía, pues alamañanasiguientesemarchabaaLondres.
—Me deja pasmada, querido —dijo la señora Bennet—, lo dispuesto que siempreestás a creer que tus hijas son tontas. Si yo despreciase a alguien, sería a las hijas de losdemás,no alas mías.
—Simishijassontontas,lomenosquepuedo hacer esreconocerlo.
—Sí,peroya ves,resultaquesonmuylistas.
—Presumo que ese es el único punto en el que no estamos de acuerdo. Siempredeseé coincidir contigo en todo, pero en esto difiero, porque nuestras dos hijas menoressontontas deremate.
—Mi querido señor Bennet, no esperarás que estas niñas tengan tanto sentido comosus padres. Cuando tengan nuestra edad apostaría a que piensan en oficiales tanto comonosotros. Me acuerdo de una época en la que me gustó mucho un casaca roja, y laverdad es que todavía lo llevo en mi corazón. Y si un joven coronel con cinco o seis millibras anuales quisiera a una de mis hijas, no le diría que no. Encontré muy bien alcoronelForsterlaotranocheencasadesirWilliam.
—Mamá —dijo Lydia—, la tía dice que el coronel Forster y el capitán Carter ya novan tanto a casa de los Watson como antes. Ahora los ve mucho en la biblioteca deClarke.
La señora Bennet no pudo contestar al ser interrumpida por la entrada de un lacayoque traía una nota para la señorita Bennet, venía de Netherfield y el criado esperabarespuesta. Los ojos de la señora Bennet brillaban de alegría y estaba impaciente por quesuhijaacabasedeleer.
—Bien, Jane, ¿de quién es?, ¿de qué se trata?, ¿qué dice? Date prisa y dinos, dateprisa,cariño.
—Esdelaseñorita Bingley—dijo Jane,yentoncesleyóenvozalta:
Mi querida amiga:
Si tienes compasión de nosotras, ven a cenar hoy con Louisa y conmigo, si no, estaremos en peligro de odiarnos la una a la otra el resto de nuestras vidas, porque dos mujeres juntas todo el día no pueden acabar sin pelearse. Ven tan pronto como te sea posible, después de recibir esta nota. Mi hermano y los otros señores cenarán con los oficiales.
Saludos, Caroline Bingley.
—¡Con los oficiales! —exclamó Lydia—. ¡Qué raro que la tía no nos lo hayadicho!
—¡Cenarfuera!—dijolaseñora Bennet—. ¡Quémalasuerte!
—¿Puedollevarelcarruaje?—preguntóJane.
—No, querida. Es mejor que vayas a caballo, porque parece que va a llover y asítendrásquequedarteapasarlanoche.
—Sería un buen plan —dijo Elizabeth—, si estuvieras segura de que no se van aofrecerparatraerlaacasa.
—Oh, los señores llevarán el carruaje del señor Bingley a Meryton y los Hurst notienencaballos propios.
—Preferiríairenelcarruaje.
—Pero querida, tu padre no puede prestarte los caballos. Me consta. Se necesitan enlagranja. ¿No es así, señorBennet?
—Senecesitanmás enlagranjadeloqueyo puedoofrecerlos.
—Si puedes ofrecerlos hoy —dijo Elizabeth—, los deseos de mi madre se veráncumplidos.
Al final animó al padre para que admitiese que los caballos estaban ocupados. Y,por fin, Jane se vio obligada a ir a caballo. Su madre la acompañó hasta la puertapronosticandomuycontentaun díapésimo.
Sus esperanzas se cumplieron. No hacía mucho que se había ido Jane, cuandoempezó a llover a cántaros. Las hermanas se quedaron intranquilas por ella, pero sumadre estaba encantada. No paró de llover en toda la tarde, era obvio que Jane nopodríavolver...
—Verdaderamente,tuveunaideamuyacertada.
Sin embargo, hasta la mañana siguiente no supo nada del resultado de su oportunaestratagema. Apenas había acabado de desayunar cuando un criado de Netherfield trajolasiguientenotaparaElizabeth:
Mi querida Lizzy:
No me encuentro muy bien esta mañana, lo que, supongo, se debe a que ayer llegue calada hasta los huesos. Mis amables amigas no quieren ni oírme hablar de volver a casa hasta que no esté mejor. Insisten en que me vea el señor Jones, por lo tanto, no os alarméis si os enteráis de que ha venido a visitarme. No tengo nada más que dolor de garganta y dolor de cabeza.
Tuya siempre, Jane.
—Bien, querida —dijo el señor Bennet una vez Elizabeth hubo leído la nota enalto—, si Jane contrajera una enfermedad peligrosa o se muriese sería un consuelo saberquetodo fueporconseguiralseñorBingley ybajotusórdenes.
—¡Oh! No tengo miedo de que se muera. La gente no se muere por pequeñosresfriados sin importancia. Tendrá buenos cuidados. Mientras esté allí todo irá demaravilla.Iríaaverla,si pudiesedisponerdel coche.
Elizabeth, que estaba verdaderamente preocupada, tomó la determinación de ir averla. Como no podía disponer del carruaje y no era buena amazona, caminar era suúnicaalternativa. Ydeclaró su decisión.
—¿Cómo puedes ser tan tonta? —exclamó su madre—. ¿Cómo se te puede ocurrir talcosa?¡Conelbarroque hay! ¡Llegaríashechaunafacha,noestaríaspresentable!
—EstaríapresentableparaveraJanequeestodolo que yodeseo.
—¿Esunaindirecta paraquemandeabuscar loscaballos,Lizzy?—dijosupadre.
—No, en absoluto. No me importa caminar. No hay distancias cuando se tiene unmotivo.Son solo tresmillas. Estarédevueltaala horadecenar.
—Admiro la actividad de tu benevolencia —observó Mary—, pero todo impulsodel sentimiento debe estar dirigido por la razón, y a mi juicio, el esfuerzo debe serproporcionalalo quesepretende.
—Iremos contigo hasta Meryton —dijeron Catherine y Lydia. Elizabeth aceptó sucompañíaylas tres jóvenes salieronjuntas.
—Si nos damos prisa —dijo Lydia mientras caminaba—, tal vez podamos ver alcapitánCarterantes dequesevaya.
En Meryton se separaron, las dos menores se dirigieron a casa de la esposa de unode los oficiales y Elizabeth continuó su camino sola. Cruzó campo tras campo a pasoligero, saltó cercas y sorteó charcos con impaciencia hasta que por fin se encontró antela casa, con los tobillos empapados, las medias sucias y el rostro encendido por elejercicio.
La pasaron al comedor donde estaban todos reunidos menos Jane, y donde supresencia causó gran sorpresa. A la señora Hurst y a la señorita Bingley les parecíaincreíble que hubiese caminado tres millas sola, tan temprano y con un tiempo tanespantoso. Elizabeth quedó convencida de que la hicieron de menos por ello. Noobstante, la recibieron con mucha cortesía, pero en la actitud del hermano había algomás que cortesía: había buen humor y amabilidad. El señor Darcy habló poco y el señorHurst nada de nada. El primero fluctuaba entre la admiración por la luminosidad que elejercicio le había dado a su rostro y la duda de si la ocasión justificaba el que hubiesevenidosoladesdetanlejos. El segundo solopensabaen su desayuno.
Las preguntas que Elizabeth hizo acerca de su hermana no fueron contestadasfavorablemente. La señorita Bennet había dormido mal, y, aunque se había levantado,tenía mucha fiebre y no estaba en condiciones de salir de su habitación. Elizabeth sealegró de que la llevasen a verla inmediatamente. Y Jane, que se había contenido deexpresar en su nota cómo deseaba esa visita, por miedo a ser inconveniente o aalarmarlos, se alegró muchísimo al verla entrar. A pesar de todo no tenía ánimo paramucha conversación. Cuando la señorita Bingley las dejó solas, no pudo formular másquegratitudporlaextraordinariaamabilidadconquelatratabanenaquella casa.
Elizabethlaatendióensilencio. Cuando acabó el desayuno, las hermanas Bingley se reunieron con ellas, y aElizabeth empezaron a parecerle simpáticas al ver el afecto y el interés que mostrabanpor Jane. Vino el médico y examinó a la paciente, declarando, como era de suponer, quehabía cogido un fuerte resfriado y que debían hacer todo lo posible por cuidarla. Lerecomendó que se metiese otra vez en la cama y le recetó algunas medicinas. Siguieronlas instrucciones del médico al pie de la letra, ya que la fiebre había aumentado y eldolor de cabeza era más agudo. Elizabeth no abandonó la habitación ni un solo instantey las otras señoras tampoco se ausentaban por mucho tiempo. Los señores estaban fueraporqueen realidad nadatenían quehacerallí.
Cuando dieron las tres, Elizabeth comprendió que debía marcharse, y, aunque muyencontradesu voluntad,así lo expresó.
La señorita Bingley le ofreció el carruaje. Elizabeth solo estaba esperando queinsistiese un poco más para aceptarlo, cuando Jane comunicó su deseo de marcharse conella, por lo que la señorita Bingley se vio obligada a convertir el ofrecimiento del carruajeenunainvitaciónparaquesequedaseenNetherfield.Elizabethaceptómuyagradecida, y mandaron un criado a Longbourn para hacer saber a la familia que se quedaba y paraqueleenviasenropa.
VIII
A las cinco las señoras se retiraron para vestirse y a las seis y media llamaron aElizabeth para que bajara a cenar. Esta no pudo contestar favorablemente a las atentaspreguntas que le hicieron y en las cuales tuvo la satisfacción de distinguir el interésespecial del señor Bingley. Jane no había mejorado nada. Al oírlo, las hermanasrepitieron tres o cuatro veces cuánto lo lamentaban, lo horrible que era tener un malresfriado y lo que a ellas les molestaba estar enfermas. Después ya no se ocuparon másdel asunto. Y su indiferencia hacia Jane, en cuanto no la tenían delante, volvió adespertar enElizabeth la antipatíaqueenprincipiohabíasentidoporellas.
En realidad, era a Bingley al único del grupo que ella veía con agrado. Supreocupación por Jane era evidente, y las atenciones que tenía con Elizabeth eran lo queevitaba que se sintiese como una intrusa, que era como los demás la consideraban. Soloél parecía darse cuenta de su presencia. La señorita Bingley estaba absorta con el señorDarcy, su hermana, más o menos, lo mismo. En cuanto al señor Hurst, que estabasentado al lado de Elizabeth, era un hombre indolente que no vivía más que para comer,beber y jugar a las cartas. Cuando supo que Elizabeth prefería un plato sencillo a unragout, ya no tuvo nada de qué hablar con ella. Cuando acabó la cena, Elizabethvolvió inmediatamente junto a Jane. Nada más salir del comedor, la señorita Bingleyempezó a criticarla. Sus modales eran, en efecto, pésimos, una mezcla de orgullo eimpertinencia. No tenía conversación, ni estilo, ni gusto, ni belleza. La señora Hurstopinabalo mismoyañadió:
—En resumen, lo único que se puede decir de ella es que es una excelentecaminante. Jamás olvidaré cómo apareció esta mañana. Realmente parecía mediosalvaje.
En efecto, Louisa. Cuando la vi, casi no pude contenerme. ¡Qué insensatez venirhasta aquí! ¿Qué necesidad había de que corriese por los campos solo porque suhermanatieneunresfriado?¡Cómotraíaloscabellos,tandespeinados,tandesaliñados!
—Sí. ¡Y las enaguas! ¡Si las hubieseis visto! Con más de una cuarta de barro. Y elabrigoquesehabíapuestoparataparlas,desdeluego,no cumplíasucometido.
—Tu retrato puede que sea muy exacto, Louisa —dijo Bingley—, pero todo eso amí me pasó inadvertido. Creo que la señorita Elizabeth Bennet tenía un aspectoinmejorable al entrar en el salón esta mañana. Casi no me di cuenta de que llevaba lasfaldassucias.
—Estoyseguradequeusted sí quesefijó, señorDarcy—dijolaseñoritaBingley—,ymefiguroquenole gustaríaquesuhermana diesesemejante espectáculo.
—Claroqueno.
—¡Caminar tres millas, o cuatro, o cinco, o las que sean, con el barro hasta lostobillos y sola, completamente sola! ¿Qué querría dar a entender? Para mí, esodemuestra una abominable independencia y presunción, y una indiferencia por el decoropropiodelagentedel campo.
—Loquedemuestraesunapreciablecariñoporsuhermana—dijoBingley.
—Me temo, señor Darcy —observó la señorita Bingley a media voz—, que estaaventurahabrá afectadobastantelaadmiraciónquesentíaustedporsusbellosojos.
—En absoluto —respondió Darcy—, con el ejercicio se le pusieron aun másbrillantes.
Aestaintervenciónsiguióunabrevepausa,ylaseñoraHurstempezódenuevo.
—Le tengo gran estima a Jane Bennet, es en verdad una muchacha encantadora, ydesearía con todo mi corazón que tuviese mucha suerte. Pero con semejantes padres yconparientesdetan poca clase,metemoquenovaatenermuchas oportunidades.
—Creoqueteheoídodecirquesu tíoesabogadoen Meryton.
—Sí,ytieneotroqueviveen algúnsitio cercadeCheapside.
—¡Colosal!—añadiósuhermana.Ylasdosseecharona reír acarcajadas.
—Aunque todo Cheapside estuviese lleno de tíos suyos —exclamó Bingley—, noporello serían lasBennetmenos agradables.
—Pero les disminuirá las posibilidades de casarse con hombres que figuren algo enelmundo —respondió Darcy.
Bingley no hizo ningún comentario a esta observación de Darcy. Pero sus hermanasasintieron encantadas, y estuvieron un rato divirtiéndose a costa de los vulgaresparientesdesu queridaamiga.
Sin embargo, en un acto de renovada bondad, al salir del comedor pasaron al cuartode la enferma y se sentaron con ella hasta que las llamaron para el café. Jane seencontraba todavía muy mal, y Elizabeth no la dejaría hasta más tarde, cuando se quedótranquila al ver que estaba dormida, y entonces le pareció que debía ir abajo, aunque nole apeteciese nada. Al entrar en el salón los encontró a todos jugando al loo, einmediatamente la invitaron a que les acompañase. Pero ella, temiendo que estuviesenjugando fuerte, no aceptó, y, utilizando a su hermana como excusa, dijo que seentretendría con un libro durante el poco tiempo que podría permanecer abajo. El señorHurstlamiró con asombro.
—¿Prefieresleerajugar? —ledijo—.Es muyextraño.
—La señorita Elizabeth Bennet —dijo la señorita Bingley— desprecia las cartas. Esunagran lectoraynoencuentraplacer en nadamás.
—No merezco ni ese elogio ni esa censura —exclamó Elizabeth—. No soy una granlectorayencuentro placeren muchascosas.
—Como, por ejemplo, en cuidar a su hermana —intervino Bingley—, y espero queeseplaceraumentecuando laveacompletamenterepuesta.
Elizabeth se lo agradeció de corazón y se dirigió a una mesa donde había varioslibros. Él se ofreció al instante para ir a buscar otros, todos los que hubiese en subiblioteca.
