Orgullo y venganza - Cathy Williams - E-Book
SONDERANGEBOT

Orgullo y venganza E-Book

Cathy Williams

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Aquello era una venganza... o una segunda oportunidad? Hacía algunos años, Laura Jackson se había enamorado locamente de Gabriel Greppi. Pero cuando le pidió que se casara con él ella lo rechazó porque pensó que eran demasiado jóvenes... Gabriel no había podido perdonar a Laura. Ahora él era millonario y ella estaba al borde de la ruina. El guapísimo argentino había planeado volver a seducirla para luego rechazarla como ella lo había hecho antes. Lo primero resultó fácil porque la pasión entre ellos seguía teniendo la misma fuerza. Pero Gabriel no tardó en descubrir que la segunda parte iba a ser muy, muy difícil de llevar a cabo...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 145

Veröffentlichungsjahr: 2017

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Cathy Williams

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Orgullo y venganza, n.º 1406 - marzo 2017

Título original: The Millionaire’s Revenge

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9682-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Gabriel Greppi llevaba unos minutos con las manos metidas en los bolsillos de su desgastada cazadora de cuero, observando la casa color crema de estilo victoriano. Miró hacia el ala izquierda y vio que su habitación estaba a oscuras. Como era de esperar. Debía de estar en las cuadras, a pesar de que eran más de las nueve y aquella noche de invierno hacía bastante frío.

Al pensar en ella, no pudo evitar sonreír. Lo que iba a hacer lo iba a hacer por ella, pero no iba a ser así siempre. Lo sabía, lo presentía. Llamó a la puerta sabiendo que iba a ser bien recibido, que a sus padres, que lo trataban con la educación superficial típica de la clase alta británica, no les hacía mucha gracia su presencia. No, las cosas iban a cambiar. Solo tenía veintidós años y tenía mucho tiempo para hacerlas cambiar.

Apretó los dientes y llamó al timbre. Tuvo que esperar un rato a que le abrieran y, cuando lo hicieron, abrieron una rendija. Le entraron ganas de preguntar si se creían que era un ladrón, pero se mordió la lengua. Peter Jackson no tenía mucho sentido del humor.

–Greppi, ¿qué te trae por aquí?

–Me gustaría hablar con usted, señor Jackson –contestó poniendo el pie para que no le cerrara la puerta en las narices.

–¿Ahora? ¿No puede ser en otro momento –dijo Peter Jackson con impaciencia.

Miró al chico y, a regañadientes, abrió la puerta del todo y lo dejó pasar.

–Si vienes a ver a mi hija, ya te puedes volver a casa porque está en la cama y no pienso despertarla.

–Pero si solo son las nueve.

–Exacto.

–No he venido a ver a Laura sino a usted. A usted y a su esposa –contestó Gabriel intentando mantener la compostura a pesar de que estaba tenso como un cable.

–Espero que no sea para pedirme un favor, muchacho, porque te digo desde ya que la respuesta es un rotundo no. Nunca hago favores económicos a nadie.

–No he venido a pedirle dinero –dijo Gabriel intentando ser educado.

–Pues di lo que tengas que decir y vete.

Aquello había sido un gran error. Había decidido hacer las cosas según mandaba el código de honor y ahora se estaba preguntando por qué lo había hecho.

–Me gustaría que estuviera su esposa delante.

–Muy bien, pero date prisa porque mi mujer no está muy bien y se quiere ir a dormir –dijo yendo hacia el cuarto de estar.

Gabriel lo siguió.

–Lizzie, cariño, tenemos una visita inesperada. No, no te levantes. Es Greppi.

La menuda figura de Elizabeth Jackson se perdía en una gran butaca, pero, a pesar de su fragilidad y de sus cincuenta y tantos años, seguía siendo una mujer guapa. Era la típica mujer británica de clase alta que no le dijo ni que se sentara ni le preguntó si quería tomar algo. Era obvio que los dos querían saber qué hacía en su casa a las nueve de la noche.

–Si quieres comprarme un caballo, Greppi, no estás de suerte. Laura me ha dicho que te gusta Barnabus, pero no está en venta. Además, no creo que lo pudieras pagar. Es un buen ejemplar aunque tenga temperamento. Con un buen adiestramiento, podría ser todo un campeón en las carreras. No te creas que, porque te lleves bien con él o porque salgas con mi hija, te iba a hacer una rebaja. Ya me estoy portando suficientemente bien contigo contratándote para que hagas trabajillos en las cuadras los fines de semana.

–He venido a pedirles la mano de su hija.

Por la cara que pusieron los dos era como si les hubiera dicho «he venido a decirles que soy un extraterrestre» o «he venido a decirles que soy el hijo de Satán».

–Sé que Laura los quiere con locura y me gustaría contar con su bendición –agregó mirándolos fijamente.

Aunque era joven, la vida le había enseñado a enfrentarse a las cosas cara a cara. Eso incluía a los padres de Laura, esnobs y prepotentes, que habían dejado muy claro desde que lo habían visto por primera vez que no era de su agrado.

–Estoy enamorado de su hija y, aunque sé que actualmente no tengo mucho que ofrecerle, les aseguro que…

Mencionar su estado financiero y que Peter Jackson comenzara a reírse a carcajadas fue todo uno.

–¿Te has vuelto loco, Greppi? –le dijo secándose las lágrimas–. Escúchame con atención, muchacho –añadió echándose hacia delante–. Ni a Lizzie ni a mí nos hace ninguna gracia la relación que tienes con mi hija, pero como es mayorcita no hemos podido hacer nada. ¡Lo que sí te aseguro es que para casarte con ella tendrás que pasar por encima de mi cadáver! ¿Me has entendido? Es lo más precioso que tenemos en la vida y, bajo ningún concepto, vamos a dar nuestra bendición a vuestro matrimonio.

–Es una niña, Gabriel –apuntó Elizabeth Jackson–. Solo tiene diecinueve años. Tú no eres mucho mayor tampoco.

–¿Por qué no dejan de lado el aspecto de la edad y son sinceros? –dijo Gabriel muy serio–. Ustedes me ven como un ciudadano de segunda porque no soy británico.

–¡Eso no es cierto, jovencito! –exclamó Elizabeth de forma poco convincente.

–Desde luego, no eres lo que queremos para nuestra hija –confesó Peter–. Laura se merece…

–¿Algo mejor? –dijo Gabriel con acritud.

–Llámalo como quieras, pero desde ahora te digo que no eres bien recibido en esta casa. Búscate otras cuadras en las que trabajar.

Dicho aquello, el hombre le dio la espalda y se puso a mirar por la ventana, dando por terminada la conversación.

–Muy bien –dijo Gabriel mirándolos fijamente y sabiendo que sentirían un gran alivio cuando se hubiera ido.

Menos mal que con Laura no sería así. Hubiera preferido que los padres de su amada les dieran la bendición, pero, si no era así, peor para ellos.

Giró sobre sus talones y se fue. Apenas había estado diez minutos dentro. Y él que había creído que le iba a costar, por lo menos, una hora convencerlos de que haría todo lo que estuviera en su mano para hacer feliz a su hija…

Salió a la calle y anduvo por la acera un buen rato porque sabía que el padre de Laura estaría mirando por la ventana. Luego, dio marcha atrás y se fue directo a las cuadras.

Había quedado con Laura. Solo pensar en ella, se calmó.

Gabriel fue directamente a la cuadra de Barnabus. Allí estaba Laura, cepillándolo y acariciándolo.

Gabriel sintió el cosquilleo en la entrepierna que siempre sentía cuando la veía. Tomó aire profundamente y tanto Laura como Barnabus se giraron hacia él.

–No creí que fueras a llegar tan pronto –murmuró ella limpiándose las manos en los vaqueros y sonriendo.

Gabriel se acercó y le dio un beso.

–¿Decepcionada?

–¡Por supuesto que no!

–¿Quieres que te ayude?

–No, la verdad es que no hay nada que hacer. Solo estaba hablando con Barnabus un poco.

–Sobre mí, espero –murmuró Gabriel abrazándola con fuerza para que sintiera cómo lo excitaba.

Laura era la combinación perfecta de sus padres. Tenía la estatura de su padre y la belleza rubia de su madre. Cuando echaba la cabeza hacia atrás, como en aquellos momentos, el pelo, que llevaba por la cintura, le colgaba sobre el trasero y Gabriel sentía los mechones como si fueran seda.

–Por supuesto –rio–. ¿De quién si no? ¿Qué has hecho desde la última vez que nos hemos visto? ¿Me has echado de menos?

«He estado de esclavo en una empresa de ingeniería que lleva un incompetente, he desempolvado un poco los libros de económicas para que no se me olvide lo que he aprendido, he estado ahorrando hasta el último centavo para poder comer cuando vuelva a la universidad, y, ah, sí, le he pedido a tus padres tu mano y casi me muerden», pensó Gabriel.

¿Para qué le iba a contar sus penurias? Decidió perderse en su cuerpo y pedirle que se casara con él. Sus padres iban a tener que aceptarlo porque no les iba a quedar más remedio.

–Si has terminado con Barnabus… –susurró poniéndole un mechón de pelo tras la oreja.

–¿En la oficina…?

–O aquí fuera, si prefieres, pero ya sabes que, luego, hace frío.

La oficina eran tres habitaciones que había en la parte trasera de las cuadras. Gabriel pensó que pronto no tendrían que esconderse para hacer el amor. Se imaginó la cara de Laura cuando le pidiera que se casara con él y aquello le dio fuerzas.

–¿Qué pasa? –le preguntó ella viéndolo sonreír.

–¿Has pensado alguna vez en acostarnos en una cama? –dijo abriendo la oficina. En cuanto Laura hubo entrado, la puso contra la puerta y le besó el cuello–. ¿Te imaginas una cama de dos por dos, con sábanas de raso y un buen edredón?

–A mí, me valdría con dos camas pequeñas juntas –contestó ella suspirando al sentir su lengua deslizándose por su escote–. En cualquier sitio menos aquí. Me muero de miedo cada vez que pienso que mi padre podría aparecer justo cuando estamos… eh…

–¿Haciendo el amor? –dijo Gabriel.

Laura se apretó contra él completamente derretida. Aquel chico de orígenes argentinos y maravillosos ojos oscuros la tenía encandilada.

Lo había conocido hacía un año. Estaba montando a caballo y, de repente, había sentido una fuerza especial. Al mirar hacia las cuadras, lo había visto, con las manos en los bolsillos, apoyado en la puerta, mirándola. Había ido a pedir trabajo porque le gustaban los caballos y se le daban bien. Acababa de llegar a vivir allí. Su padre había perdido el empleo que tenía como profesor y no podía pagar sus gastos de la universidad. Gabriel necesitaba trabajar durante un año y había aceptado hacerlo en una pequeña empresa cercana. La idea era dejar la universidad un año, ahorrar y volver. Así se lo había contado, sin pestañear. Laura no se había enterado de mucho porque estaba abducida por su belleza animal.

–¿Me estás diciendo que quieres hacer el amor conmigo? –le dijo Gabriel al oído.

Laura rio en voz baja y él le acarició la cara y comenzó a besarle el cuello con infinita ternura. Aunque llevaba tres capas de ropa, Laura sintió que sus pezones pedían a gritos que los tocaran.

La oficina estaba a oscuras y hacía calorcito dentro.

–¿Qué dirías si te dijera que no me apetece? –bromeó metiéndole los dedos en el pelo y besándolo con pasión. Habían sido cuatro días sin verlo. Una eternidad.

–Te diría que eres una mentirosa –contestó Gabriel levantándole el jersey y desabrochándole los pantalones.

Laura se estremeció de gusto porque sabía lo que llegaba a continuación. El placer de los placeres.

Cuando hacía un tiempo que no se veían, solían desnudarse a toda velocidad, desesperados por unirse, pero Gabriel pensó que aquella noche iba a ser especial y decidió tomarse su tiempo.

La llevó al fondo de la oficina, donde había un gran sofá contra la pared. Al principio, se le había hecho un poco raro hacer el amor en el mismo sitio donde el contable de Peter Jackson hacía sus cuentas, pero, como la necesidad era la madre de todas las ciencias, ya ni lo pensaba.

Aquel sofá les parecía el paraíso.

–Quiero mirarte –dijo Laura tumbándose cuan larga era–. Me encanta ver cómo te desnudas –añadió cruzando los brazos bajo la cabeza.

–No sé por qué –rio él.

–¿Quién miente ahora? Sabes perfectamente por qué me gusta mirarte. Tienes un cuerpo perfecto. Eres tan fuerte y musculoso como el mejor de nuestros caballos.

–Muchas gracias –contestó Gabriel sabiendo que, viniendo de ella, era el mejor cumplido con el que podía soñar.

Se quitó la cazadora, el jersey y la camiseta, que una vez había sido negra y ahora era de un gris desgastado.

Laura gimió de placer sin darse cuenta al verlo con el torso al descubierto. No era la primera vez que lo veía así, por supuesto. En verano, sin que se enterara su padre, solía montar a Barnabus desnudo de cintura para arriba. Vio cómo se quitaba los pantalones y los calzoncillos y se sonrieron.

–¿Te gusta?

Laura suspiró, asintió y se puso en pie para quitarse los vaqueros. Se sentía en llamas. Con solo mirarlo, se le entrecortaba la respiración.

–Déjame a mí, querida –murmuró.

No solía emplear palabras cariñosas. Era un hombre apasionado, pero con mucho control. Las explosiones de afecto no iban con él y a Laura le gustaba así. Su ternura iba más allá de lo típico. Por eso, precisamente, que la llamara así hizo que le diera un vuelco el corazón. Le dejó que le quitara el jersey, la vieja camiseta de rugby de su padre y la camiseta interior.

–Qué guapa eres –dijo Gabriel acariciándole los generosos pechos que rebosaban ligeramente sobre el sujetador de encaje–. Nunca me cansaré de mirarte ni de tocarte.

Laura rio y le agarró el dedo. Despacio, se lo puso en la boca sin dejar de mirarlo con aquellos maravillosos ojos color chocolate. Deslizó la otra mano hasta su masculinidad.

–¿Cómo que nunca? ¿Y cuando te vayas a la universidad en septiembre? ¿Qué harás con todas las chicas que se te van a tirar al cuello?

–¿Tienes celos? –dijo él desabrochándole los vaqueros y acariciando la cinturilla de sus braguitas.

–Por supuesto –contestó ella–. Por eso, prefiero no pensarlo –añadió mojándose los labios con la lengua y apretándose contra su cuerpo.

Era solo unos centímetros más baja que él. Sus cuerpos estaban perfectamente diseñados para acoplarse.

–Prefiero pensar en el aquí y el ahora –concluyó poniéndole las manos en la parte delantera de sus húmedas braguitas, dejándole claro que se moría por que sus expertas manos recorrieran aquella parte de su anatomía.

–Eres una bruja, Laura –dijo Gabriel quitándole las braguitas y el sujetador.

–Sí, desde que te conocí –contestó ella.

Y así había sido. Había llegado a sus manos virgen, atraída por algo que no había sentido por ninguno de los chicos con los que había salido antes. Aquel semental de pelo color azabache tenía algo irresistible.

–Bien dicho –apuntó Gabriel agarrando uno de sus pechos.

Quería ir despacio, pero, viéndola completamente desnuda, teniéndola completamente desnuda entre sus manos… era difícil controlarse. Se moría por estar dentro de ella.

La sentó en el sofá y se arrodilló entre sus piernas abiertas. La postura perfecta para deleitarse en sus pechos. Mientras lo hacía, Laura echó la cabeza hacia atrás y gimió de placer sin reparos. Sintió la lengua de Gabriel y la estela de saliva, primero en un pezón y luego en otro.

Ningún otro hombre podría hacerle sentir jamás tanto placer. Laura era suya, pensó Gabriel en un rapto de posesión.

Le puso las manos en la parte interna de los muslos y comenzó una exploración mucho más íntima que la volvió loca.

Entre jadeos, Laura iba verbalizando su pasión, algo que actuó como un afrodisíaco en Gabriel. La penetró con fuerza y se movieron al unísono hasta alcanzar el éxtasis a la vez.

Al terminar, se tumbaron abrazados en el sofá.

–Sería maravilloso poder dormir juntos, ¿verdad, Gabriel? –dijo Laura con su cabeza entre los pechos–. La verdad es que podría ir a verte a la universidad –continuó soñadora–. Allí, tendremos una habitación para nosotros solos. La gloria. Y tú también podrás venir a verme a mí. Este año sabático ha estado bien, pero me quiero ir ya de casa.

–Edimburgo está muy lejos de Londres –apuntó Gabriel.

–¿Qué me estás diciendo? –dijo ella mirándolo a los ojos–. Ya sé que no va a ser tan fácil como ahora, que no nos vamos a ver tanto, pero vamos a seguir juntos, ¿verdad? El destino nos unió, eso está claro, el destino te hizo leer aquel anuncio y venir hasta aquí.

–¿Y vas a tener tiempo para mí? –bromeó Gabriel–. La carrera de Veterinaria es dura. No sé si vas a poder dedicar tiempo a… conocidos…

Laura vio que estaba bromeando y suspiró aliviada.

–Tú no eres un conocido –rio.

–Hay otra solución, ¿sabes? Para poder vernos más, digo.

–¿Cuál? ¿Has encontrado un tesoro y te vas a comprar un helicóptero para ir a verme todas las noches?

–Cásate conmigo.

Laura tardó unos segundos en entender lo que le estaba diciendo.

–Estás de broma, ¿no?

–Nunca he hablado más en serio, querida.

Laura se sentó. Se moría por encender la luz para poder ver la expresión de su cara, pero no podían correr el riesgo de que los vieran desde la casa.

–¿Casarme contigo, Gabriel?

–Sé que, al principio, sería duro, pero podríamos alquilar algo barato en Londres. En vez de ir a Edimburgo, podrías estudiar en Londres. A mí, solo me queda un año y, luego, ganaré dinero. Te aseguro, mi amor, que no pasaríamos hambre.

–Gabriel… –dijo dándose cuenta de lo que significaría casarse con él.