Oxidarse o resistir - Salvador Gómez - E-Book

Oxidarse o resistir E-Book

Salvador Gómez

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Beschreibung

El discurso contestatario, y la profundidad en los argumentos filosóficos que sostienen su mensaje, convirtieron a Hermética en la banda que marcó la huella definitiva en el inconsciente colectivo del metal argento. Tanto el enigmático origen cultural del nombre de la banda, como la raíz conceptual que nutren sus líricas, generan una relación simbiótica entre el misterio y las certezas. Oxidarse o resistir es un novedoso ensayo crítico que aborda estos temas y no se conforma solamente con hacer un pantallazo superficial sobre algunas letras o frases puntuales. Más allá de eso, intenta abarcar casi la totalidad de la obra buscando, además, develar en la intertextualidad aquello que permanece oculto a simple vista. Cada frase y estrofa están minuciosamente analizadas desde la mirada subjetiva del autor, quien logra llegar hasta la esencia misma del mensaje de la banda. Las ideas que Ricardo Iorio transmitió a través de su gloriosa pluma encuentran, en esta obra, su parentesco genealógico con pensadores de la talla de Platón, Nietzsche, Marx o Schopenhauer, entre otros. Las reflexiones desde la íntima conciencia nos inducen a mirar por debajo de los ropajes que visten la historia en cada época para mostrarnos que, al desnudo, en realidad es siempre la misma. Es por eso que nos queda este camino sin más opciones para elegir que oxidarse o resistir.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Azul Bianca Gomez.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Gomez, Salvador Nicolás

Oxidarse o resistir: reflexiones desde la íntima conciencia / Salvador Nicolás Gomez. - 1a ed . - Córdoba : Tinta Libre, 2020.

190 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-624-9

1. Ensayo Sociológico. 2. Crítica Cultural. 3. Rock. I. Título.

CDD 306.48426

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución

por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2020. Gomez, Salvador Nicolás

© 2020. Tinta Libre Ediciones

AGRADECIMIENTOS

Quiero agradecer infinitamente a Sandra, mi mujer y compañera incondicional que me banca día a día. A mis hijos “Yoyi” y Azul que son mi tesoro más grande y me ayudaron a formatear los archivos en la compu.

A mis viejos (Guillermo y Ana María) por haberme inculcado los valores que posteriormente reconocería en las letras de Hermética. A mis hermanos (Julieta, Soledad y Guillermo) y sobrina María Victoria, que comparten esos mismos valores.

Al Ricardo Iorio de Hermética, por haber escrito las mejores letras del metal argento y ser una inspiración en mi juventud. A Claudio O’Connor, Claudio “Pato” Strunz, Antonio “Tano” Romano y Karlos Cuadrado por los momentos de felicidad que me regalaron y me siguen regalando desde arriba de un escenario, pero sobre todas las cosas por la buena onda y humildad que siempre me demostraron debajo de las tablas. A Jorge “Tito” Ali y Rodrigo Cordara, amigos hermanos que me regaló la vida; a David Mansilla, Lucas Hisse y Víctor “malón” Mansilla, amigazos y compañeros de mil recitales; a mi gran amigo Ariel Panzini por haberme apoyado en este proyecto; a Leonardo “Zorro” Novoa, Adrián Presa, Graciela Ronco, Roxana Nogueira, Stella Maris Canobbio, Leandro “Palito” Bonza, Gonzalo Esteller y toda la familia metalera con la que compartí tantos momentos inolvidables.

Por último, quiero dedicar esta obra a la memoria de mi viejo, cuyo ejemplo valió más que mil palabras, muchas de las cuales Hermética transformó en canción.

PRÓLOGO

En la vida hay algunos hechos trascendentes que definitivamente nos hacen mover la estantería, que son como un destello de luz en la conciencia y hasta marcan un giro copernicano en nuestra forma de interpretar y valorar el mundo en el que vivimos: enamorarse, ser padre, la muerte de un ser querido... hechos por los que, más tarde o más temprano, la mayoría de las personas pasamos. Pero también hay hechos que no a todos les suceden, o quizás a las grandes mayorías les pasen inadvertidos simplemente porque su alma no estaba preparada para reconocerlos como tal.

Escuchar Hermética por primera vez en mi vida, sin dudas, fue uno de esos hechos a los que estoy haciendo alusión. Fue un antes y un después, nada volvió a ser lo mismo desde entonces.

Corría el año 1991, mi adolescencia transcurría entre expulsiones escolares y cervezas en la esquina de algún barrio de Quilmes.

La rebeldía hacia el sistema y su falsa moral, hacia los moldes oficiales y las modas pasajeras eran cada día más grandes. El rechazo a la cultura de la joda, de los boliches bailables y toda esa “careta de mersa coqueta” (Evitando el ablande, Acido argentino-1991) me convertía a mis 15 años en un renegado antisocial para la mayoría de los pibes de mi edad. La sola idea de bailar como un idiota al ritmo de una música a la que no le encontraba sentido alguno me parecía repugnante. Mis gustos musicales estaban más bien orientados a sonidos sucios y letras desafiantes, como, por ejemplo, el de Los Violadores, Todos Tus Muertos, algo de Attaque 77..., y lo poco, o casi nada, que había escuchado de Heavy nacional era Rata Blanca (muy de moda por esos años), que, si bien me gustaba, no terminaba de llenarme del todo, hasta que un día, por casualidades del destino, llegó a mis oídos la versión de Cambalache (1990) de Hermética (mi hermana menor lo grabó de la Rock and Pop, suponiendo que me iba a gustar). No puedo explicar la sensación que me causó. ¡Fue literalmente un mazazo a la cabeza!

Como era costumbre por esos años, entre los pocos que escuchábamos música “no comercial”, al día siguiente llevé el casete con dicha grabación al colegio para pasárselo a mis amigos. Quiso la fortuna que uno de ellos ya conocía a Hermética y terminó prestándome un casete con el primer disco de la banda.

Si Cambalache fue un mazazo en la cabeza, escuchar la voz de Claudio O’Connor por primera vez fue directamente un terremoto que sacudió mi alma. No podía creer lo que estaba escuchando, era algo totalmente nuevo para mí.

Las letras tenían la impronta contestataria que ya le conocía a Los Violadores, pero con una sutileza exquisita (mientras ellos cantaban directamente: “represión a la vuelta de tu casa, represión en el quiosco de la esquina, represión en la panadería, represión 24 horas al día” (Los violadores, Los violadores-1983). Hermética le daba una vuelta más al asunto y cantaba: “por eso te vi escapando en las horas sin sol de las miradas oscuras que aprobaron las torturas del fugado represor” (Hermética, Hermética-1989), interpelando de esta forma también a la sociedad por su complicidad en muchos casos con la dictadura genocida. El sonido era violento, crudo y filoso, lo cual complementaba a la perfección lo que la lírica se encargaba de transmitir. ¡El combo era perfecto!

Ya no era un sonido distorsionado más una melodía digerible y endulzado con una letra que hablaba sobre cuentos de hadas, ¡no! Era la voz de los trabajadores oprimidos, de los “despojados de todo derecho por el blanco imperio” (Cráneo candente, Hermética-1989). Era la voz de mi viejo al que tantas veces había escuchado hablar de la explotación del hombre por el hombre, era mi voz como adolescente que quería seguir ajeno al tiempo mientras mil voces me ahogaban para que forme la cola del seguro porvenir, era la voz de los que estaban dispuestos a quemar combustible sobre rutas desiertas antes de ser parte de esa “gran masa anestesiada (que) se revuelca en egoísmo” (Masa anestesiada, Hermética-1989), y, sin lugar a dudas, era la voz que mejor representaba, representa y representara mi ser. Y no era solo lo que esa voz decía, sino la voz que lo decía y, sobre todo, cómo lo decía.

Sin lugar a duda, era “el reflejo de (mi) sentir” (Espíritu combativo, Malon-1995) hecho canción; eran aquellas palabras que mi corta edad no me permitía articular con claridad para darle voz a mis pensamientos, y, sobre todas las cosas, eran esas verdades que todos conocían, pero nadie se atrevía a decir.

Tuve la fortuna de presenciar mi primer concierto en vivo de Hermética cuando visitaron mis propios pagos (fue en Estadio Chico de Quilmes en el año 1992) y de ahí en adelante se convirtió en una necesidad la que me impulsó a seguir a la banda sin importar la distancias. De esta forma se sucedieron uno tras otros los recitales por todo el Gran Buenos Aires y Capital Federal a los que pude concurrir (San Miguel, San Justo, J.L. Suarez, San Martín, Ituzaingó, Morón, Banfield, Tristán Suárez, Quilmes, Estadio Obras, River Plate, etc.), con las dificultades económicas lógicas para juntar el mango y poder pagar la entrada en épocas de ajustes compulsivos y, peor aún, con las dificultades de andar “esquivando patrullas de la noche enferma” (Cráneo candente, Hermética-1989), ya que por esos años las razias policiales en los conciertos de heavy metal eran moneda corriente, pero nosotros teníamos la convicción absoluta de sentir una identificación plena entre lo que se transmitía desde el escenario hacia el público y viceversa.

Desde aquellos 15 años hasta el día de hoy, Hermética se transformó en parte mi vida, en una compañía constante tanto en mis horas de alegría como también en las de tristeza; en un sostén espiritual y emocional. Podría decir sin exagerar que se ha convertido prácticamente en la “banda de sonido” de la película de mi vida. Es por eso que me atrevo, como un simple admirador y fiel seguidor de la banda más importante de la historia del metal argentino, a escribir este libro, intentando reflejar, analizar y reflexionar sobre el contenido de las letras de la banda que marcó mi vida y la de tantos metaleros. Quizás “sin títulos que (me) respalden” (Almafuerte, Almafuerte-1998), pero sí con la convicción y la certeza firme de que una buena forma de evitar “el ablande” es reivindicar cada una de ellas y ponerlas sobre la mesa una vez más. Sin dotes de gran escritor, pero sí con las suficientes experiencias vividas durante años de recitales (como seguramente la gran mayoría de los que se tomen el tiempo de leer este trabajo) para poder transmitir en estas páginas una conciencia clara de los valores y la esencia de nuestra cultura.

La presente obra es un breve ensayo desde una interpretación hermenéutica, personal y, por supuesto, desde la subjetividad de alguien para quien Hermética se transformó en parte inalienable de su ser, y con la única intención de que aquel mensaje y ética tan identitarios del metal autóctono en general y de la “H” en particular no sean desvirtuados por el clima de época ni de los cambios radicales en los discursos de quien pareciera querer borrar con sus declaraciones mediáticas lo que alguna vez escribió con su maravillosa pluma.

En definitiva, este texto intenta no confundir la obra de la banda sobre la cual reflexiona con la del autor (es más, dedicamos un capítulo entero a marcar la diferencia filosófica entre la etapa de Hermética y la posterior) ni con su persona, ni mucho menos con su personaje. Solamente pretende “encender una vez más el fuego vivo que” (Yo no lo hare, Hermética-1989) Hermética supo alimentar y eternizar con su mensaje. Tampoco tiene la petulancia de creer que los resultados de las reflexiones y análisis aquí vertidos tengan la autoridad suficiente como para adjudicarse el título de “verdad absoluta”. Lejos de eso, y más allá de la profunda convicción de mis conclusiones, las formulo como una de las tantas interpretaciones posibles del fenómeno Hermética, con la premisa fundamental de no traicionar en lo más mínimo la esencia intima que sustenta su obra. Mi intención no es solamente reflexionar sobre cada letra en forma individual, sino también buscar las conexiones y articulaciones en los “intertextos” para complementar esas ideas que quedan flotando en la conciencia de aquellos que escuchan las canciones y saben que hay un algo más esperando por ser descifrado.

Roland Barthes1 habló alguna vez de “la muerte del autor” (El susurro del lenguaje, 1984) haciendo referencia a que todo texto una vez escrito ya no pertenece al autor, sino a la cultura en general y al lector (al público en este caso) en particular. Todo texto está compuesto por infinitas citas de otros textos anteriores e ideas que provienen del pasado cultural histórico común de las que el autor se ha alimentado y con las que, a su vez, alimentará al público, quien, al recibir el texto, lo interpretará según su propia subjetividad.

No importa entonces el yo ni la subjetividad del autor, sino el lenguaje que actúa; no importa la persona, sino la obra en sí misma.

Lo que intento simbolizar es lo siguiente: cuando el público exclama a viva voz en cada concierto “la H no murió”, está en lo cierto, porque no es Hermética (la obra) lo que ha “muerto”, sino, en sentido simbólico, el Ricardo Iorio (el autor) de Hermética.

La obra vive en la gente, en el público que la mantiene viva a través del tiempo; el autor, por el contrario, ya no puede volver el tiempo atrás y deshacer su propia obra. Pero sí podría, años más tarde, quizás, modificarla (cambiarle la letra a un tema, por ejemplo), pero esta modificación sería una nueva versión de la obra, lo cual no anularía la obra anterior en lo absoluto; esta seguiría viviendo en el público que ya la hizo suya. Tampoco el autor sería el mismo, ya que la subjetividad con la cual había compuesto la obra prima ya no sería la misma. Tan pronto como el autor da vida a la obra está condenado a morir como tal.

Pero más allá de eso, este trabajo apunta a capturar la esencia y el espíritu de la obra entera de Hermética, entendiendo que dicho espíritu es el que reencarna en cada uno de sus seguidores y que será transmitido a través de sus canciones de generación en generación. Más allá de la subjetividad particular de cada interlocutor, esta esencia jamás podrá ser distorsionada ni por el paso del tiempo, ni mucho menos por interpretaciones contradictorias de un mensaje que no deja lugar para ambigüedades.

En síntesis, por un lado, lo que he intentado es ordenar las letras de Hermética siguiendo un hilo filosófico entendiendo que en su conjunto conforman un verdadero corpus. Comenzando con una pequeña introducción, a modo ilustrativa, del origen de la palabra “Hermética”, su tradición, religión y filosofía. En el capítulo número uno el enfoque está centrado en la génesis de metal en nuestro país, armando una genealogía histórico-cultural de la cual nacería posteriormente la “H”.

En el segundo capítulo trataré el tema del “ser metalero”: su idiosincrasia, su cultura, ética y valores según lo que se desprende de la lírica de la banda.

En el capítulo número tres abordaré el revisionismo histórico que proponen letras como La revancha de América y Cráneo candente.

El cuarto capítulo se trata de un análisis profundo del sistema capitalista que ha parido como clase al “gil trabajador”, a la cual pertenece mayormente el metalero argento, ahondando en la superestructura sobre la que se sostiene, la normalización a través de la cual se invisibiliza y, por último, las consecuencias ambientales que produce.

El quinto capítulo es más bien sociológico, aunque abarca distintos temas: desde el vaciamiento que tuvo lugar en los años 90 y sus consecuencias sociales y políticas, pasando por casos coyunturales muy puntuales, hasta una reflexión sobre el arte de tapa como síntesis del contenido de las obras.

El capítulo número seis se centra en letras con más contenido metafísico como Para que no caigas o Memoria de siglos, donde la propuesta será buscar la esencia interna de las contundentes frases y definiciones que componen ambos textos.

El séptimo y último capítulo analizará el contenido de la canción cuya lírica marca definitivamente la postura filosófica que la banda desarrolla, a mi entender, a través de toda su obra. No se puede comprender el mensaje de Hermética sin intentar interpretar lo que Vida impersonal expresa.

Por otro lado, la intención es distinguir el rumbo que el autor toma en su etapa posterior comparando la letra de Vida impersonal (como definición filosófica del mensaje de Hermética) con la de Sé vos, de Almafuerte, que, claramente, es la canción que define la filosofía de la nueva etapa. Este punto es central para diferenciar a Hermética en particular de su autor en general.

El orden de los capítulos no es casual, he tratado de ir desde lo micro hacia lo macro, desde lo particular hacia lo universal según la ley de correspondencia. Decidí, entonces, primero definirnos como metaleros, por eso en los dos primeros capítulos abordaré la génesis de nuestro movimiento cultural para derivar, luego, en una radiografía de nuestro ser metalero individual y evidenciar que el todo y la parte se sustentan mutuamente.

La intención, posteriormente, es hacer una revisión histórica para rastrear algunas huellas del pasado que nos constituyen como sociedad en general. El tercer campo que intento abarcar es el de clase a la que, como sujeto social, el metalero pertenece: la clase trabajadora. Por último, los capítulos finales los dedicaré a reflexionar sobre cuestiones filosóficas y metafísicas universales, pero siempre desde la visión de una subjetividad determinada por el resultado de las conclusiones de los distintos análisis previos. Una especie de ascenso reflexivo a través de las distintas partes del todo.

Soy consciente de que el contenido de este libro no alcanza a abarcar en su totalidad una discografía tan rica a nivel lírico, incluso algunas letras quedaron fuera por falta de espacio, como también sé que es posible hacer otros tipos de lecturas, pero la intención solamente es sumar un granito más de arena a esta cultura metalera a la que seguramente también el lector pertenezca.

La valoración personal que cada uno haga de la que, a mi entender, fue la banda que marcó un antes y un después en la escena metalera local es sumamente respetable. Entiendo también que, para algunos, tanto Hermética como la música en general, será meramente un divertimento; para otros, simplemente, una etapa de su vida, y para un numeroso grupo de gente, entre la que me encuentro, será un modo de ver e interpretar el mundo. Para quienes no sean del palo y estén acostumbrados a escuchar canciones de amor mentido o letras banales, seguramente les parezca demasiado pretencioso extenderse tanto en reflexionar sobre la letra de un tema musical y se mofaran de ello, pero estoy dispuesto a “enfrentar caras de gente que no entiende y que con burlas justifican su ignorancia” (Atravesando todo límite, Hermética-1991), porque el objetivo de exaltar nuestra cultura bien lo vale.

Para cerrar este prólogo, me gustaría agregar que, sin importar de qué tipo de obra se trate su valoración final siempre estará sujeta al alma del consumidor, ya que el optimista siempre verá el vaso medio lleno; el pesimista lo verá medio vacío; el superficial verá su apariencia externa y el materialista su valor comercial, pero tengo la convicción absoluta de que lo más importante, si vas a beber de él, es su contenido, porque todo lo que consumimos pasa a ser parte de lo que somos, y en ese sentido todos los que tuvimos la suerte de asistir a un concierto de Hermética, todos los que por razones de edad no lo pudieron ver en vivo, pero hoy disfrutan de los recitales homenaje que tres de sus cuatro integrantes nos siguen ofreciendo, o aquellos que simplemente escuchan sus canciones en sus casas o con auriculares en el bondi, llevan dentro de ellos una parte de lo que fue, es y será Hermética.

Que el legado de Hermética siga vigente depende pura y exclusivamente de nosotros: su público, y solamente tenemos “este camino sin más para elegir que OXIDARSE O RESISTIR” (Yo no lo haré, Hermética-1989).

INTRODUCCIÓN

El pensamiento, Dios, que era hermafrodita, vida y luz a la vez, engendró con la palabra otro pensamiento creador que es el dios del fuego y el aliento vital. Y este, a su vez, fabricó siete gobernadores que envuelven con sus círculos el mundo perceptible y a cuyo poder se le llama destino. Después, la palabra divina se separó de los elementos descendentes [...] Y el pensamiento, padre de todas las cosas, vida y luz, engendró al hombre a su imagen y lo amo como a un hijo, pues que, creado a imagen del padre, era hermosísimo. En realidad, pues, Dios amó a su propia imagen, y entrego al hombre todas sus criaturas.

El hombre, tras observar la creación del demiurgo en el fuego, quiso, a su vez, crear, y el padre le concedió su deseo [...] pero el hombre, cuando vio su forma reflejada en el agua, se enamoró de ella y deseo habitarla. Al punto, su deseo se hizo acto y habitó la forma irracional: la naturaleza acogió a su amado, lo envolvió por entero y se unieron, pues se habían enamorado. Como consecuencia, si lo comparamos con los animales terrestres, el hombre es dual.

(Corpus Hermeticum-ch 1.18-12)

Cuando me dispuse a escribir este libro, me di cuenta de que, para poder transmitir lo más fielmente posible mi interpretación sobre la lírica de Hermética, era indispensable, primero, introducir al lector en la genealogía misma del nombre de la banda, de la cual se desprende una filosofía riquísima, sin cuyo marco sería difícil tener las herramientas necesarias para penetrar en la esencia íntima de sus letras.

Ya en la portada de esta obra se intenta graficar el concepto mismo de todo este trabajo, donde se combinan el arte de tapa del primer disco de la banda (a mi entender, el más inspirado e inspirador) y la imagen que mejor simboliza a la cultura Hermética y al gnosticismo en general. Lo que intento describir, en modo alegórico, es, por un lado, el mundo material y sus relaciones de poder que nos encadenan a vivir nuestras experiencias de una forma predeterminada por ese mismo pequeño mundo en el que nos encerramos y, por otro lado, la necesidad metafísica de traspasar ese límite que nos oculta un universo infinito de otras experiencias e interpretaciones posibles de la realidad.

La trilogía Hermes (personaje mitológico que da origen a la cultura Hermética en la que nos vamos a adentrar en esta introducción), Hermética (la banda) y hermenéutica (arte o teoría de interpretar textos) nos brinda herramientas fundamentales para entender el mundo por fuera de todo molde oficial y con esa impronta pretendo encarar este desafío.

LA TRADICIÓN HERMÉTICA

La tradición Hermética es una religión, una filosofía y una ciencia que se remonta a los tiempos del antiguo Egipto. Esta se le atribuye al dios egipcio Thoth, dios de la sabiduría y autoridad entre todos los dioses, inventor de la escritura, la palabra, las artes y ciencias.

En el siglo V a. C., el historiador Heródoto (484 a. C.-426 a. C.) describió al dios Hermes, mensajero de los dioses, dios de la sabiduría, la escritura, la interpretación y la música de la mitología griega, como el mismo dios greco-egipcio que Thoth. Más tarde también se lo asoció al dios Mercurio. Posteriormente, cuando Alejandro Magno conquista Egipto (334 a. C.), época en la que comienza el Helenismo, se produce un sincretismo entre la sabiduría egipcia y la griega (aunque esta ya estaba bastante influenciada por aquella) y la tradición hermética se nutre de la antigua religión egipcia, la filosofía griega clásica y la tradición sapiencial antigua. A partir de ese momento el origen de Hermes pasa a ser directamente egipcio.

Según Cicerón en su libro Natura deorum (45 a. C.), Hermes o Mercurio, después de matar a Argos, se exilió en Egipto donde “dio leyes y letras a los egipcios” y tomó el nombre de Thoth.

El mito de Hermes Trismegisto, o el tres veces grande, traspasa el carácter mitológico y hay muchos que sostienen que este existió realmente. Algunos lo describen como un antiguo sabio anterior a la época de los faraones, mientras que otros sostienen la tesis que, en realidad, se trata de tres grandes sabios que, en distintas épocas, se vieron iluminados por sus conocimientos y enseñanzas, o bien que el espíritu del mismo Hermes reencarnó en ellos. Sea como fuere, su origen temporal se pierde en la más profunda antigüedad de la civilización humana, pero lo más importante es el legado de un saber filosófico que ha inspirado a la humanidad entera y del que han bebido pensadores de la talla de Platón.

Bajo el nombre de Hermes Trismegisto se han encontrado escritos sobre astrología, ciencias ocultas, virtudes secretas de plantas y piedras, magia basada en el conocimiento y literatura filosófica (Asclepius, Poimandres y demás tratados del Corpus hermeticum).

Los tratados herméticos muchas veces están estructurados en forma de diálogos entre maestro y discípulo, buscando la iluminación de este.

La iluminación se obtiene a través de la contemplación del mundo y el cosmos, o, mejor dicho, como viene reflejado en el Nous o Mens del adepto. De tal manera que se evidencia el significado divino y adquiere la seguridad de un dominio espiritual sobre su entorno.

Este proceso se evidencia en la experiencia gnóstica de la ascensión a través de las esferas de los planetas hasta llegar a sumergirse en el seno de la divinidad. Esta religión del mundo, que constituye una especie de corriente subterránea del pensamiento griego (platonismo y estoicismo) pasa a ser en el hermetismo una religión de facto, un culto sin templos ni liturgias practicado en la soledad de la mente, una filosofía religiosa, o una religión filosófica que envuelve una determinada gnosis2.

El nombre de Hermes Trismegisto es asociado a cierta categoría de revelaciones filosóficas gnósticas, a una religión esotérica y a un saber oculto que solo puede ser transmitido de maestro a discípulo. Además de los textos sagrados que hoy forman parte del Corpus hermeticum (que sería literalmente la biblia del hermetismo), están los siete principios o leyes herméticas que gobiernan el mundo, y que, según los mitos, Hermes habría tallado en una piedra (algo así como Moisés hizo con los diez mandamientos). El profundo significado de los principios y las llaves para acceder a un control de estos eran transmitidos en forma verbal de maestro a iniciado, lo que hacía que el saber completo de la doctrina solo era accesible a unos pocos iluminados a través de la historia. Lactancio (Siglo III), uno de los padres de la Iglesia, consideraba a Hermes como uno de los más importantes profetas paganos, que previó el advenimiento del cristianismo y la caída de la antigua religión egipcia. Lo catalogaba como el escritor más antiguo e iluminado; en uno de sus textos lo define de esta forma: “A pesar de que solo fuera un mortal, era tal su antigüedad y estaba tan perfectamente dotado de todo tipo de saber, que su conocimiento profundo sobre tantas materias y artes le hizo acreedor del nombre de Trismegisto. Escribió gran número de libros dedicados a exponer el conocimiento de las cosas divinas y en ellas reivindicaba la majestad de un supremo y único Dios, haciendo mención de él bajo los mismos nombres que empleamos nosotros: Dios y padre”.

Otro de los grandes padres de la Iglesia, San Agustín (Siglo VI), también daba crédito a la idea que Hermes Trismegisto hubiese existido en realidad, pero, muy por el contrario de Lactancio, su posición con respecto al “Moisés egipcio” era poco favorable. En torno a la profecía hecha por Hermes Trismegisto acerca del advenimiento del cristianismo escribió lo siguiente: «Hermes presagió estos hechos en cuanto aliado del diablo; disimulando después la evidencia del nombre cristiano, predice, con doloridos acervos, que de hecho provendrá”.

Como vemos, la recepción de Hermes dentro de la patrística fue ambigua pero contundente.

En el comienzo de la era actual, el cristianismo estaba dividido entre los que profesaban un culto exotérico basado en la fe como única forma de acceder a Dios y los cristianos gnósticos que practicaban un culto esotérico basado en el conocimiento como forma de iluminación interior para acceder a Dios. Esta diferencia se fue acentuando con el transcurso del tiempo y la religión de la fe se fue haciendo cada día más numerosa. Una doctrina donde todas las preguntas tenían una única respuesta y en la cual la fe hacia esa respuesta eximia de complejas repreguntas que pudieran poner en jaque a la doctrina entera garantizaba la aceptación popular (alguna vez Nietzsche definió al cristianismo como “platonismo para las masas”) y, por supuesto, al mismo tiempo iba convirtiendo en “anormales” a todos los que quedaban por fuera.

La lucha por el monopolio de “la verdad” y el poder político que otorga ser el apropiador del saber, finalmente, es ganada por el cristianismo, con un decreto del emperador Constantino, en el año 325 cuando se produce el concilio de Nicea y pasa a ser adoptado como la religión oficial del Imperio romano como herramienta de control político y cultural del pueblo. A partir de este hecho, los cristianos, antes perseguidos, declaran herejes a todos aquellos que contradigan sus dogmas y se atribuyen la primera doctrina cristiana uniforme. Si bien la palabra hereje tiene una connotación negativa, su raíz etimológica proviene del latín hereticus que significa opción, o el que opina distinto. Es muy significativo ver cómo los cristianos utilizaron esta palabra como si fuese un agravio, dejando en claro su intolerancia hacia todo aquel que piense distinto o se atreva a cuestionar su doctrina, dando comienzo a una era de persecuciones donde el simple hecho de ser acusado de herejía era motivo suficiente para perder la vida. Con esto, todo pensamiento o culto distinto se vio obligado a desaparecer u ocultarse, entre ellos la tradición Hermética.

EL HERMETISMO EN EL RENACIMIENTO

Los textos herméticos hacen su reaparición en Florencia, Italia, durante el renacimiento, de la mano del sacerdote católico y filósofo Marsilio Ficino (1433-1499) quien se encarga de traducir el Corpus hermeticum en 1463 a pedido de su protector Cosme de Medici3. Es entonces que sus doctrinas vuelven a ver la luz con renovado vigor, ya que la aparición de estos textos, que la Iglesia Católica se había encargado de borrar de la historia, generan una gran controversia sobre si la propia biblia habría sido inspirada por estos escritos, debido a que su antigüedad, se estimaba, antecedía al antiguo testamento y además era muy notoria la semejanza en la descripción, sobre todo, del Génesis en uno y otro texto.

La influencia de la religión egipcia y su simbología fueron muy grandes durante el renacimiento, tanto que los distintos papas esparcieron por toda Roma obeliscos y otros símbolos paganos de la antigüedad egipcia, o, por ejemplo, en la catedral de Siena se muestra una imagen del dios Hermes entregando la sabiduría de Egipto y el Fénix de la creación de la antigua Heliópolis. Pero el renacimiento fue una época agitada de revolución científica, reforma protestante y contrarreforma, lo que generó la reacción más cruel de la Iglesia Católica que institucionalizó la Santa Inquisición para sembrar el terror de aquellos que consideraba una amenaza hacia su poder.

Uno de los tantos que sufrió en carne propia las garras de la Inquisición romana, quizás el más emblemático, fue el último gran hermetista, Giordano Bruno, quien fue mucho más allá de Copérnico en su postura referente a que es la Tierra la que gira alrededor del Sol y no a la inversa, como sostenía la Iglesia. Además, anticipó lo que siglos más tarde confirmaría la astrología moderna: nuestro mundo es solo uno de los infinitos planetas que existen en un universo que no tiene límites.