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A Pablo Diablo le gusta ahuyentar a sus cuidadoras. Sin embargo, sus padres van a salir y han llamado a Elena la Hiena, una canguro muy, muy especial. ¿Podrá Pablo salir victorioso en esta ocasión? Cuatro relatos en los cuales la imaginación y la diversión están presentes desde las primeras páginas.
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Seitenzahl: 40
Veröffentlichungsjahr: 2014
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Para mis viejos amigos Caroline Elton y Andrew Franklin, y mis nuevos amigos Miriam, Jonathan y Michael
¡Halloween! ¡El más feliz de todos los días felices! Cuando llegaba, año tras año, Pablo no se lo podía creer: un día entero y verdadero dedicado a ponerse morado de golosinas y a gastar las bromas más terroríficas. Y lo mejor de todo es que la gente esperaba que uno gastara bromas terroríficas y se pusiera morado de golosinas. ¡Yupiiii!
Pablo Diablo estaba equipado y a punto. Tenía un rollo de papel higiénico. Tenía pistolas de agua. Tenía espuma de afeitar. ¡La de bromas que pensaba gastar aquella noche! El que no le diera en el acto un puñado de caramelos iba a enterarse de lo que era espuma. ¡Y pobre del insensato que le diera una manzana! Pablo Diablo sabía cómo tratar a ese lamentable tipo de mayores. Su traje de demonio rojo y negro ya estaba sobre la cama, listo y con sus complementos de máscara maligna, cuernos destellantes, tridente y cola tipo látigo. Asustaría a todo el mundo con semejante disfraz.
—Je, je, je –se rió Pablo Diablo, ensayando su risa diabólica.
—Pablo –dijo una vocecilla al otro lado de la puerta–, ven a ver mi nuevo disfraz.
—No –dijo Pablo.
—Pablo, porfaaa –insistió su hermano pequeño, más conocido por Roberto, el niño perfecto.
—No –dijo Pablo–. Estoy ocupado.
—Lo que pasa es que tienes envidia porque mi disfraz es mejor que el tuyo –dijo Roberto.
—No tengo envidia.
—Sí que tienes.
Aunque, ahora que lo pensaba, ¿qué iría a ponerse Roberto? El año anterior había copiado el disfraz de monstruo de Pablo y le había chafado completamente el Halloween a su hermano mayor. Mira que si ahora le había copiado el traje de diablo... No le extrañaría nada de un cochino copión como Roberto.
—Vale, puedes entrar, pero solo un segundo –dijo Pablo.
Un gran conejo rosa y saltarín entró dando botes en el cuarto de Pablo. Tenía orejitas blancas de conejo. Tenía rabito blanco de conejo. Y tenía lunares rosas por todo el resto del cuerpo. Pablo Diablo dio un gruñido. Vaya birria de disfraz. Menos mal que no era él quien iba a ponérselo.
—¿A que es guay? –dijo Roberto, el niño perfecto.
—No –dijo Pablo–. Es horroroso.
—Lo dices solo para hacerme rabiar –dijo Roberto sin parar de dar saltos–. Estoy deseando que llegue la noche y empezar con el “trato o truco”.
¡Horror! Pablo Diablo sintió como si le dieran un puñetazo en el estómago. ¡De pronto cayó en la cuenta de que el “trato o truco” era algo que se esperaba que su hermano compartiera... con él! Y que él, Pablo Diablo, tendría que andar por ahí en compañía de un conejo con lunares rosas. Todos le verían. ¡Qué vergüenza! Renato el Mentecato se burlaría de él durante toda su vida. Marga Caralarga le llamaría conejín chiquitín. ¿Cómo iba a dar sustos a la gente con un conejo lleno de lunares rosas siguiéndole por todas partes? Estaba perdido. Su nombre sería el hazmerreír universal.
—No puedes ponerte eso –dijo Pablo, desesperado.
—Sí que puedo –dijo Roberto.
—No te dejaré –dijo Pablo.
Roberto, el niño perfecto le miró.
—Lo que pasa es que tienes envidia.
¡Grrr! Pablo Diablo estaba a punto de arrancarle a Roberto su ridículo disfraz de un tirón, pero de pronto se le ocurrió una idea.
Iba a ser doloroso.
Iba a ser humillante.
Pero cualquier cosa antes que soportar a Roberto, cubierto de lunares rosas, dando brincos a su alrededor.
—¿Sabes lo que te digo? –dijo Pablo–. Pues que soy tan bueno que voy a dejarte usar mi disfraz de monstruo. Siempre has querido ponértelo.
—¡NO! –cortó Roberto–. Quiero ser un conejo.
—Pero en Halloween se supone que tienes que asustar –dijo Pablo.
—Asustaré –dijo Roberto–. Pienso saltar sobre la gente gritando buuu.
“A grandes males, grandes remedios”, se dijo Pablo Diablo.
—Puedo conseguir que asustes de verdad –ofreció.
—¿Cómo? –dijo Roberto.
—Siéntate y lo verás –Pablo dio una palmadita en su silla de trabajo.
—¿Qué vas a hacer? –preguntó Roberto con desconfianza, dando un paso hacia atrás.
—Nada –dijo Pablo–. Solo intento ayudarte.
Roberto, el niño perfecto, no se movió.
—¿Y cómo podría asustar de verdad? –preguntó cauteloso.
—Puedo darte un corte de pelo aterrador –dijo Pablo.
Roberto, el niño perfecto, se llevó las manos a la cabeza cubierta de bucles.
—Es que a mí me gusta mi pelo –dijo débilmente.
—Estamos en Halloween –dijo Pablo–. Quieres asustar, ¿sí o no?
—Mmm, mmm, pueeess... –murmuró Roberto mientras Pablo le sentaba de un empujón en la silla y sacaba las tijeras–... No cortes demasiado –dijo apenado.
—No te preocupes –dijo Pablo Diablo–. Siéntate bien y relájate.
Pablo Diablo hizo sonar las tijeras.
¡Tris tras! ¡Tris tras! ¡Tris tras!
“Magnífico”, se dijo, contemplando su obra con orgullo. Quizá debería ser peluquero cuando fuera mayor. ¡Sí señor! Podía imaginárselo ya: miles de clientes haciendo colas de kilómetros y kilómetros para someterse a los espeluznantes cortes de Monsieur