Palestina Existe - José Saramago - E-Book

Palestina Existe E-Book

José Saramago

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Los autores denuncian, desde diferentes perspectivas, cómo Israel desarrolla una estrategia perfectamente planificada de ocupación y desalojo de Palestina, y cómo la llamada comunidad internacional emite, como mucho, algunas quejas retóricas en las que sitúa al agresor y al agredido en el mismo plano. Eso cuando no se refiere en términos más duros y conminativos a la resistencia palestina (calificada de «terrorista», sin matiz de ningún tipo) que a la acción criminal del Estado sionista, de la que sólo deplora sus «excesos», como si toda su política genocida no fuera en sí misma un intolerable y aberrante exceso. Con el apoyo material de los Estados Unidos de América, que le proporcionan cuantas armas, dinero y cobertura estratégica necesita, Israel se permite desdeñar la legislación internacional la Convención de Ginebra, muy destacadamente y pasar por alto todas las resoluciones de las Naciones Unidas sobre el conflicto.

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Foca / Investigación / 24

José Saramago, Noam Chomsky, James Petras, Edward W. Said, Alberto Piris y Antoni Segura

¡Palestina existe!

Prólogo, entrevista a José Saramago y selección de textos de Javier Ortiz

Israel desarrolla una estrategia perfectamente planificada de ocupación y desalojo de Palestina, y la llamada comunidad internacional emite, como mucho, algunas quejas retóricas en las que sitúa al agresor y al agredido en el mismo plano.Eso cuando no se refiere en términos más duros y conminativos a la resistencia palestina (calificada de «terrorista», sin matiz de ningún tipo) que a la acción criminal del Estado sionista, de la que sólo deplora sus «excesos», como si toda su política genocida no fuera en sí misma un intolerable y aberrante exceso. Con el apoyo material de los Estados Unidos de América, que le proporcionan cuantas armas, dinero y cobertura estratégica necesita, Israel se permite desdeñar la legislación internacional –la Convención de Ginebra, muy destacadamente– y pasar por alto todas las resoluciones de las Naciones Unidas sobre el conflicto.

Un conjunto de destacados escritores, historiadores y analistas (el novelista y Premio Nobel portugués José Saramago, el lingüista norteamericano Noam Chomsky, el sociólogo –también norteamericano– James Petras, el escritor palestino-neoyorquino Edward W. Said, profesor de Literatura en la Columbia University, el español Alberto Piris, general de Artillería en la reserva y analista del Centro de Investigación para la Paz, y Antoni Segura, catedrático de la Universidad de Barcelona y especialista en el mundo árabe),proporcionan en este libro de urgencia un conjunto de claves, datos, análisis y reflexiones fundamentales para la comprensión cabal de este conflicto.

Diseño de portada

Sergio Ramírez

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

© José Saramago, Noam Chomsky, James Petras, Edward W. Said, Alberto Piris, Antoni Segura, 2002

© Foca, ediciones y distribuciones generales, S. L., 2002

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-16842-33-9

PRÓLOGO

Éste es un libro de urgencia, referido a un problema a la vez viejo y urgente.

Se trata de un problema viejo, porque hunde sus raíces en el centro del pasado siglo. Pero es, a la vez, un problema que nos urge, porque quienes nos dedicamos a escribir –no sólo nosotros, desde luego, pero también nosotros– estamos moralmente obligados a hacer algo que demuestre que nos oponemos a la barbarie. O, cuando menos, que deje constancia del horror que se está produciendo, gracias al laissez faire de los unos y a la colaboración cómplice de los otros.

Como obra de urgencia que es, este libro se compone de material recopilado a la carrera, en el plazo de apenas un mes.

Incluye una larga entrevista con el novelista portugués José Saramago (que respondió a mis preguntas por escrito, lo que confiere al texto un valor documental doble); un artículo del lingüista norteamericano Noam Chomsky, él mismo de origen judío; un trabajo –un compendio de trabajos, más bien– del también norteamericano y sociólogo James Petras; un ensayo de Edward W. Said, nacido en Jerusalén pero hace ya mucho asentado en Nueva York, en cuya Columbia University ejerce de profesor de Literatura; otro de Alberto Piris, general en la reserva y analista del Centro de Investigación para la Paz de Madrid; y, en fin, un amplio y documentado análisis cronológico del conflicto, obra de Antoni Segura, catedrático de Historia de la Universidad de Barcelona y conocido experto en el mundo árabe.

El artículo de Chomsky y la mayor parte de los que integran el trabajo de Petras fueron gestionados y traducidos por el equipo de Rebelión, periódico electrónico de información alternativa (www.rebelion.org) ampliamente conocido (1.700.000 visitas en abril de 2002) en el mundo de habla hispana. Confiamos en que esta primera colaboración de Rebelión con Foca inaugure un intercambio continuado y fructífero. El objetivo que Rebelión y nosotros mismos perseguimos es que algunos textos importantes, escritos en principio para su difusión exclusiva por Internet, disfruten no sólo del eco rápido de su presencia en la Red, sino también del algo más tardío pero menos perecedero reconocimiento de la imprenta.

El trabajo de Edward W. Said fue publicado en el número 6 de la New Left Review –cuya edición en castellano corre a cargo de Ediciones Akal– dentro de un amplio e interesante dosier titulado «Oriente Próximo: genocidio, autodeterminación, literatura y feminismo», que recomendamos muy vivamente.

El general Piris ha basado su aportación a este libro en la compilación, sistematización y puesta en contexto de numerosos artículos publicados por él mismo en los últimos años, tanto en el fenecido Diario 16 como en el periódico electrónico La Estrella Digital.

El conjunto de estos materiales ofrece una muy importante panoplia de datos sobre la situación real y un conjunto extraordinariamente lúcido de criterios destinados a favorecer la reflexión y –confiamos– también la acción solidaria.

* * *

José Saramago me ha instado a que, como auspiciador y editor de esta obra, la prologue, incluyendo algún producto de mi propia cosecha analítica. Creo que me atribuye más conocimientos en la materia de los que realmente tengo.

Sin pretensión teórica alguna, me limitaré a dejar sucinta constancia de dos sentimientos que me asaltan siempre que tomo contacto con el conjunto de conflictos que se vienen viviendo en el Oriente Próximo.

El primero es una profunda irritación moral.

El segundo, una total perplejidad ideológica.

La irritación tiene dos vertientes.

De un lado, me indigna la utilización bochornosa que los dirigentes del Estado de Israel hacen de los sufrimientos históricos del pueblo judío, perseguido desde tiempo inmemorial en muchos países –España sabe no poco de eso– y cuya expresión más espantosa fue el Holocausto nazi-fascista llevado al paroxismo durante la II Guerra Mundial.

Se dice que no hay que olvidarlo, y estoy totalmente de acuerdo. Pero el riesgo del olvido sólo puede concernir al pasado. El Holocausto es pasado. En el momento actual, los judíos están ya muy lejos de ocupar un lugar destacado dentro del tétrico ranking mundial de las persecuciones étnicas. Es absurdo que pretendan que lo que les ocurrió con anterioridad a 1948 justifique lo que ellos vienen haciendo desde entonces.

Pero lo pretenden. Y, cada vez que alguien les reprocha que estén dedicándose a aplicar en el Oriente Próximo los mismos repulsivos métodos de los que ellos fueron otrora víctimas en tierras lejanas, echan mano del mismo expediente: para sufrimientos, los suyos.

¿Tiene derecho el injustamente condenado a condenar injustamente a los demás? Tal parece.

Pero semejante pretensión abusiva carecería de posibilidades si no hubiera quien estuviera dispuesto a dejarse abusar.

La inmensa mayoría de la población europea actual no tuvo participación alguna en el Holocausto. Ni para bien ni para mal. Quienes contaban con capacidad penal en 1945 son hoy septuagenarios, como poco. ¿Cuántos de ellos intervinieron en la persecución de los judíos?

Estamos hablando, por lo tanto, de un fenómeno residual, del que sólo cabría culpar a las presentes generaciones europeas –a una pequeña parte de ellas, en todo caso– si se mantuvieran en vigor los torvos principios del Dios del Viejo Testamento, dado a repercutir las infamias de los padres en los hijos, y en los hijos de los hijos, «y así hasta la tercera y cuarta generación», según reza el Libro del Éxodo.

Por fortuna, nuestro Derecho, menos incivilizado, prescribe la individualización de la culpa.

Pese a lo cual, los dirigentes europeos del 2002 tratan a las autoridades israelíes como si tuvieran alguna deuda que saldar con ellas. Como si la Europa del siglo xxi tuviera pendiente la expiación de algún crimen nefando de cuyo resarcimiento el Gobierno de Tel Aviv fuera merecedor.

Tan irritantemente absurda e irracional es su actitud que fuerza a plantearse si lo que en realidad la motiva es el apenado recuerdo del Holocausto... o si no se tratará más bien de una variante de solidaridad racista, de la que se beneficiaría el Gobierno sionista en su calidad de «destacamento blanco» en tierra «de moros». Porque, de lo contrario, se explica mal el empeño de las autoridades europeas en hacer un hueco a Israel en toda suerte de competiciones continentales, eurocopas de fútbol y Festival de Eurovisión incluidos[1].

Dice muy acertadamente Saramago que Israel es «rentista del Holocausto». Ésa es la razón de mi doble irritación: me indigna tanto el empeño de los dirigentes sionistas en parapetarse detrás del recuerdo constante del Holocausto, para así eludir la responsabilidad de sus crímenes actuales, como el hecho de que la llamada comunidad internacional acepte esa intolerable coartada para permitir que Israel se pase por el arco del triunfo todas las resoluciones de las Naciones Unidas y el Derecho Internacional en bloque[2].

En esa misma línea, me parece un insufrible sarcasmo la aburrida e irritante tendencia de Israel y sus defensores a justificarse diciendo que la suya es «la única democracia existente en la zona». Cual caricatura cruel de la antigua Atenas, donde los esclavos no eran reconocidos como ciudadanos, primero forman un colegio electoral selecto, limitado a los elegidos, y luego pretenden que el resultado de los votos de esa casta es la más acabada expresión de la democracia. Donde no hay ni verdadera libertad ni auténtica igualdad no puede haber democracia digna de tal nombre. Y en Israel no hay ni libertad ni –mucho menos– igualdad.

Me referiré ahora a la perplejidad ideológica que me provoca este conflicto, largo y cruel. Una perplejidad que nace del choque entre dos consideraciones aparentemente igual de sensatas.

La primera: parece de sentido común admitir que muchas reivindicaciones, por justas que fueran en sus orígenes, tienen fecha de caducidad. Por ejemplo: supongo que, para estas alturas, nadie consideraría sensato que la Generalitat catalana –por más que su himno rememore enfáticamente el hecho– planteara que le sean devueltos los derechos que perdió Cataluña a manos de los Borbones tras su 11 de Septiembre particular, en 1714. O que la Comunidad Valenciana hiciera lo propio apelando al vejatorio trato que sufrieron sus gentes tras la pérdida de la batalla de Almansa y la aprobación del Decreto de Nueva Planta, en 1716.

Digo, por poner dos ejemplos.

Hay, en efecto, a lo largo y lo ancho del mundo, situaciones de hecho que tienen su origen en tal o cual derecho de conquista, genuinamente injusto: desde la invasión ibérica de buena parte del continente americano a la derrota y puesta en reserva de los amerindios de Norteamérica, pasando por la europeización forzosa de Australia y Nueva Zelanda.

Algunas injusticias mucho más recientes en el devenir histórico se han convertido también en realidades impuestas por la vía de los hechos, por lo cual ya casi nadie las conserva en su orden del día político. Pongamos, por ejemplo, la restauración de la monarquía en España.

O –y con esto regresamos al objeto de nuestra reflexión central– la existencia del Estado de Israel y su derecho a contar con unas «fronteras seguras». Unas fronteras tan seguras para adentro como extensibles para afuera, que él mismo ha ido imponiendo a tiro limpio desde hace más de medio siglo.

Si la Autoridad Nacional Palestina dijera que rechaza cualquier acuerdo de paz que no se base en la resolución primigenia de las Naciones Unidas, y que todos los territorios conquistados por Israel desde 1948 hasta hoy deben ser reintegrados a sus legítimos dueños, todo el mundo se le echaría encima: no sería «realista».

Ahora bien, si todas las personas «sensatas» del mundo nos ponemos de acuerdo en que los beneficios obtenidos por el uso de la fuerza o por la mera imposición deben darse por consolidados así que el conquistador demuestra tener la capacidad de mantener el nuevo statu quo durante un cierto número de años, o de convertir en irreversible la situación de hecho, ¿en qué medida no estamos todos admitiendo, en nombre de la «sensatez», que dedicarse a la conquista violenta es muy rentable?

O, por plantearlo más directamente: ¿en qué medida no estamos admitiendo que la política correcta –no éticamente, pero sí a efectos prácticos– es la de Sharon, lanzado a la ocupación de territorios palestinos y al asentamiento de nuevas colonias judías, levantadas sobre las cenizas de los anteriores poblamientos?

Si la admisión de la irreversibilidad de las conquistas consolidadas es lo «sensato», ¿qué tiene de insensato dedicarse a las conquistas?

Lo que todos los «sensatos» del mundo estamos diciéndole implícitamente a Sharon es: «No hagas caso de quienes te dicen que estás loco. Estás perfectamente cuerdo. Tú sigue avanzando, sigue ocupando, sigue matando, sigue expulsando. Impón tu dominio fáctico... y deja que el tiempo transcurra. Que, como decía Cela, “el que aguanta vence”».

Y eso es exactamente lo que vienen haciendo las autoridades israelíes desde hace años. Antes con más hipocresía, ahora con pleno descaro.

A estas alturas, no cabe duda alguna sobre los objetivos que están persiguiendo los israelíes con sus continuas razzias en Cisjordania y Gaza.

Formalmente, sostienen que actúan para poner «fuera de juego» a los núcleos terroristas palestinos responsables de la última oleada de atentados. Pero lo cierto es que se han dedicado a exasperar a los sectores más radicales de la resistencia palestina, conforme a la táctica provocadora aplicada por Sharon en la Explanada de las Mezquitas, para forzarlos a actuar y justificar con ello su reacción, inscribiéndola de paso dentro de la campaña internacional lanzada por George W. Bush contra «las fuerzas del Mal».

Pero, una vez que se ponen en marcha, los israelíes no se limitan en absoluto a la localización y arresto de los supuestos terroristas. Proceden a la detención masiva del conjunto de los hombres en edad de empuñar un arma y se dedican a la destrucción sistemática de las infraestructuras palestinas: de sus vías de comunicación, de sus telecomunicaciones, de sus industrias, de sus instalaciones eléctricas, de sus sembrados, de sus conducciones de agua, de sus edificios... El objetivo –atentados suicidas al margen– es, de toda obviedad, hacer la vida imposible a quienes habitan en los territorios invadidos. Para forzarlos a irse.

Los que se aferran a la tierra quedan recluidos en áreas perfectamente delimitadas –incluso por alambradas–, comunicadas entre sí por vías que Israel controla. Es la variedad israelí de los guetos sudafricanos.

Con lo cual se crea una situación de hecho que, dentro de unos años –o tal vez antes–, se nos invitará a considerar «inevitable» y a tomarla como punto de partida forzoso para cualquier posible negociación. Porque será –nos dirán– la única posibilidad «sensata» y «realista». Igual que se toma como base la anexión de los anteriores territorios no previstos en la resolución de las Naciones Unidas a la hora de la partición de 1949 y sumados desde entonces al Gran Israel.

Reconozco mi perplejidad. ¿Qué clase de «sensatez» y de «realismo» son éstos, que mueven a sancionar la barbarie y a dejar la justicia en el olvido?

Madrid, mayo de 2002

Javier Ortiz

[1] Cuando, ya hace años, escribí un artículo mostrando mi perplejidad por la presencia de Israel en estos acontecimientos deportivos o –más o menos– culturales, que se suponen reservados para europeos, se me respondió que era algo que se hacía para dar a ese país la posibilidad de participar en contiendas de carácter continental, dada su pésima relación con los Estados que lo rodean. Hacían como si no se dieran cuenta de que alojar a Israel en las competiciones europeas era un forma de admitir que su pésima relación con los países vecinos no es culpa suya, sino de los otros.

[2] Es altamente significativo, en esta línea, que la Declaración sobre el Oriente Próximo suscrita en Barcelona por los jefes de Estado y Gobierno de la UE en la primavera de 2002 excluyera deliberada y explícitamente toda mención a la Convención de Ginebra. Esa referencia, que figuraba en el borrador de la Declaración, desapareció de su versión definitiva. Quedó claro que los dirigentes europeos saben que Israel no respeta las leyes internacionales sobre prácticas bélicas prohibidas, pero que renuncian a exigirle que las acate. Pues con eso como con todo.

José Saramago:

«Israel es rentista del Holocausto»

[El Nobel portugués contesta por escrito a un amplio cuestionario de Javier Ortiz sobre su viaje a Oriente Próximo y explica en profundidad su total rechazo a la agresión israelí contra el pueblo palestino]

NOTAPREVIADE JAVIER ORTIZ

El texto que sigue, y que finalmente presenta la forma de una entrevista convencional, tuvo en la práctica una gestación compleja, iniciada durante una larga y distendida cena que tuve con José Saramago tras su regreso de Ramala, horas antes de que emprendiera una prolongada gira de conferencias por los EE.UU.

El Nobel portugués no veía clara mi propuesta: «¿Una entrevista en profundidad conmigo sobre el conflicto de Palestina? ¡Pero si yo no soy un experto! Muchísima gente tiene conocimientos más profundos que los míos», me repitió una y otra vez. A lo que yo le respondí –también una y otra vez– lo mismo: «Sí. Pero tú has tenido una experiencia personal muy viva, y tus declaraciones han supuesto un aldabonazo para la opinión pública internacional. Se trata de amplificar el eco de ese toque a rebato. Se lo debes a la gente que está sufriendo allí».

Finalmente, no sé si por la fuerza de mis argumentos o por la tenacidad de mi insistencia, aceptó, no sin advertirme: «Pero yo sólo hablaré de lo que sé».

Convenimos también –con gran satisfacción por mi parte– que respondería a mis preguntas por escrito.

La realización práctica de la entrevista resultó bastante azarosa. Yo iba enviándole las preguntas por correo electrónico a los EE.UU. y él iba remitiéndome las respuestas según las iba redactando en los escasos ratos libres que le dejaba su periplo norteamericano from coast to coast. Sobre la marcha se me ocurrían nuevas preguntas, o él retornaba sobre lo ya escrito para matizar o ampliar alguna respuesta, o yo volvía a la carga apelando a tal o cual artículo nuevo publicado por él, o refiriéndome a unas u otras declaraciones suyas a este o aquel medio de prensa... Supongo que tal vez fuera más correcto decir que el resultado final se parece más a un intercambio epistolar vía Internet que a una entrevista propiamente dicha.

En todo caso, y sea lo que sea, el trabajo que viene a continuación presenta la indiscutible ventaja de que las respuestas del novelista son, como decía, por escrito, y no la trascripción más o menos afortunada que el periodista hace de un intercambio oral improvisado. Lo que apareja otros dos beneficios más: la exactitud y la concisión de sus contestaciones.

El lector apreciará que Saramago fue fiel a la advertencia que me había hecho. Pese a mis invitaciones, renuncia a opinar de aquellos asuntos sobre los que no se considera suficientemente informado. En tales casos, he dejado constancia tanto de las preguntas como de sus muy lacónicas respuestas, para que testimonien sobre su honestidad intelectual. Él afirma lo que tiene claro que puede afirmar, y nada más.

Sólo he suprimido del amplio intercambio epistolar una pregunta y una respuesta. Se entenderá: mi pregunta ocupaba ni más ni menos que 43 líneas y su respuesta constaba de... ¡una línea! Decía: «Enteramente de acuerdo con tu reflexión».

Llegué a pensar la posibilidad de proponerle: «¿Y si transcribo mi pregunta como si fuera una respuesta tuya?». Pero la materia que nos traíamos entre manos no animaba a las bromas.

Lo que el lector encontrará a continuación es –de eso si estoy seguro– un repaso amplio de las opiniones y los diagnósticos reales de José Saramago, hechos de su puño y letra, sobre la agresión del Estado de Israel contra el pueblo palestino.

* * *

–Antes de nada, ¿qué es el Parlamento Internacional de Escritores? ¿Cómo se creó? ¿Qué pretende? ¿Quiénes lo integran?

–Cualquier información que dé sobre este punto sería siempre insuficiente. Sugiero, por lo tanto, que se consulte el site del Parlamento Internacional de Escritores[1].

En esa web se explican muchas cosas. Entre ellas, las circunstancias que dieron origen a la creación del Parlamento. Se cuenta cómo, en julio de 1993, tras el asesinato del escritor argelino Tahar Djaout, se lanzó desde Estrasburgo un llamamiento por iniciativa del Carrefour des Littératures, en el que se afirmaba la necesidad de crear una estructura capaz de organizar una solidaridad concreta con los escritores víctimas de persecución. En pocos días, el llamamiento fue firmado por 300 escritores de todo el mundo. Así nació el Parlamento Internacional de Escritores (PIE).

El PIE se marcó diversos objetivos, el principal de los cuales es la defensa de la libertad de creación en cualquier lugar en el que se vea amenazada, realizando informes e investigaciones sobre las nuevas formas de censura. El 14 de febrero de 1994, quinto aniversario de la fatwa lanzada contra Salman Rushdie, el PIE nombró un Comité Ejecutivo compuesto por siete miembros: Adonis, Breyten Breytenbach, Jacques Derrida, Édouard Glissant, Salman Rushdie, Christian Salmon y Pierre Bourdieu, ya fallecido. Rushdie, que fue elegido primer presidente del PIE, redactó una Declaración de Independencia, texto que hace las veces de Declaración de Principios del Parlamento.

–¿Cómo surgió la idea del viaje? ¿Qué se buscaba con él? ¿Cómo se decidió la composición personal de la delegación?

–Por lo que creo saber, fue Wole Soyinka el que tuvo la idea del viaje. El objetivo era expresar la solidaridad del Parlamento Internacional de Escritores no sólo con el poeta Mahmud Darwish, sino también con todos los poetas, escritores y artistas palestinos que, como él, se encontraban enclaustrados en las ciudades donde vivían, sin autorización para viajar o siquiera desplazarse de un lugar a otro. La composición de la delegación estuvo organizada por el director ejecutivo del PIE, Christian Salmon, teniendo en cuenta, como es natural, la disponibilidad de tiempo de los escritores invitados y también, en la medida de lo posible, la diversidad de sus procedencias nacionales.

En vísperas del viaje, el Parlamento de Escritores hizo público un manifiesto en el que dio cuenta de los objetivos de nuestra misión, a los que nos atuvimos durante nuestra estancia en Ramala[2].

–Tengo entendido que ya habías estado antes por allí. ¿En quécondiciones? ¿Cómo fueron esas experiencias?

–La primera vez que viajé a Israel fue, si no me equivoco, en 1990, para la presentación de la traducción hebraica del Memorial del convento. Se me ofreció, entonces, la posibilidad de viajar por la región, desde Belén hasta la frontera con el Líbano y a los montes del Golán. Sólo al final del viaje supe que había sido transportado en un coche blindado... No pude tener entonces contacto con los palestinos, pero no fui insensible a su silencio ni a la tristeza de las miradas que se cruzaban con las mías. Debo confesar, sin embargo, que, probablemente por la satisfacción de verme traducido por primera vez al hebreo y por las atenciones (tanto particulares como oficiales) de que me vi rodeado, no presté la debida atención a la situación de los palestinos. Seguramente también influiría en mi relativa desatención la apariencia de «paz» que en esa época se observaba. Cuando regresé a Lisboa di una conferencia sobre las impresiones del viaje, en particular las emociones que experimenté en los diversos lugares que mantienen viva la memoria del Holocausto.

–Esta vez has estado cinco días, ¿no? ¿Qué viste, con quién hablaste?

–Lo que vi en Palestina me hizo comprender que mucha de la información corriente que circulaba en los medios de comunicación (me refiero a la información anterior al agravamiento de la situación, una vez que ahora difícilmente alguien podrá alegar ignorancia) era insuficiente y superficial, cuando no tergiversada, salvo en ocasiones muy concretas, cuando el dramatismo de los episodios narrados o una fácil aprehensión de las imágenes hacían «atractiva» la noticia. Con mis colegas, estuve en Ramala y en la Franja de Gaza, oí la protesta indignada de los que vieron sus casas destruidas, los lamentos de los que lloraban a sus muertos, vi largas filas de palestinos a la espera de que les permitieran el paso en los puestos de control para ir a trabajar en el «otro lado», percibí la frialdad con que los soldados israelíes intentaban enmascarar su propio miedo... Se respiraba la tensión en el ambiente, corrían noticias de concentraciones de tanques, era evidente que el Ejército israelí estaba preparándose para una ofensiva a gran escala. Sabemos lo que sucedió después.

–Se te ha reprochado que no mostraras interés por contactar con escritores israelíes y conocer sus puntos de vista.

–Hablé con escritores israelíes situados políticamente a la izquierda que me expresaron sus preocupaciones y su voluntad de paz. Me di cuenta de que existe una minoría de israelíes que desean una solución justa para los palestinos, pero también se me hizo claro que ningún partido en Israel, en el actual marco político, tiene condiciones para hacer suyas y promover entre la población esas aspiraciones de paz y de justicia. Conviví durante algunas horas con un admirable grupo de teatro formado por judíos y palestinos, cambié impresiones y admiré el valor de jóvenes que pagaron con la cárcel su negativa a prestar servicio militar en los territorios ocupados. Pero es obvio, incluso para un observador superficial, que la mejor parte del pueblo israelí se encuentra atada de pies y manos, y sin la mínima posibilidad de organizarse políticamente para los cambios necesarios.

–Con todo el ruido que organizó la visita, mucha gente no se enteró de que uno de los objetivos del viaje era visitar a Mahmud Darwish. Háblame de él.

–El objetivo inicial del viaje, del que antes he hecho referencia, nunca se olvidó. En un teatro de Ramala se realizó una lectura de textos poéticos y de ficción, tanto de los escritores de la delegación como de poetas y escritores palestinos. Mahmud Darwish estaba presente y fue aplaudido como pocas veces he visto aplaudir a un poeta. Se percibía que la voz de Mahmud, no siendo la voz única del pueblo palestino, es aquella que con más intensidad expresa sus dolores y sus esperanzas. Me pregunto si están todavía vivos todos aquellos hombres y mujeres que llenaban el teatro. Me pregunto si el propio teatro todavía estará en pie.

–La comparación que hiciste entre la situación en que el Gobierno de Israel mantiene al pueblo palestino y la que vivieron muchos judíos en campos de concentración nazis como el de Auschwitz ha levantado muchas y muy furibundas iras. ¿Qué pretendías al hacer esa comparación? ¿En qué sentido te parece rigurosa y en qué sentido crees que sería impropio establecerla?

–Para los judíos, Auschwitz es la palabra prohibida. Llegaron a decirme en Jerusalén que podía llamar a los israelíes lo que quisiera, pero que nunca pronunciara tal palabra. Auschwitz es para los judíos una herida que probablemente no cicatrizará jamás. Pero es también una herida que ellos no quieren ver cicatrizada, que constantemente arañan para que continúe sangrando, como si pretendieran hacernos responsables de ella. Auschwitz, en cierto modo, impide a los judíos enfrentarse con la realidad del mundo.

Es evidente que tenía clara conciencia de lo que iba a suceder al pronunciar la palabra maldita, pero creo que fue el hecho de haberla dicho y de haberme arriesgado a las consecuencias lo que hizo renacer un debate cada vez más necesario, el debate que servirá para esclarecer las responsabilidades del pueblo de Israel en su propia situación. The Wall Street Journal escribió que mis declaraciones habían levantado en Europa una ola de antisemitismo. Es absurdo, no puedo tanto... Además, si algún antisemitismo anda por ahí, la culpa no la tengo yo, sino precisamente quien de él se queja, es decir, el gobierno de Israel y la mayoría que lo apoya.

Mis declaraciones sobre Ramala y Auschwitz han sido tergiversadas sistemáticamente. Yo no comparé los hechos de Ramala con los hechos de Auschwitz, sino el espíritu de Auschwitz con el espíritu de Ramala. Lo anuncié cuando esa realidad era ya patente para cualquier persona que se atreviera a mirarla de frente. Luego el Ejército israelí se ha encargado de confirmarla del modo más terrible.

El «plan de paz» que Sharon presentó a Bush para obtener su visto bueno apunta claramente en esa dirección. Prevé un remedo de Estado palestino sin capacidad militar y con autoridad sobre un territorio reducido, que incluiría zonas de seguridad, vallas, alambradas electrificadas y puestos de control, todo ello destinado a separar físicamente a los árabes de los israelíes. Dibujemos un mapa y veremos nítidamente que lo que Sharon pretende es convertir el llamado «territorio palestino» en un inmenso campo de concentración.

No me ha sorprendido, insisto, la reacción que ha tenido la referencia a Auschwitz. Es más, podría decir que, aparte de esperarla, la forcé deliberadamente. Si hubiera formulado una crítica rutinaria, habría encontrado un eco rutinario. Todos los días se producen críticas rutinarias contra Israel y nadie las tiene en cuenta. Ésta ha obligado a que se discuta sobre el fondo del problema. Israel está expulsando a los palestinos y, a los que no consigue expulsar, los recluye en algo que cada día adquiere más nítidamente los caracteres de un espacio concentracionario.

–Sabes que no eres el único que utiliza el símil de «campos de concentración» al referirse a Palestina.

–Claro que no. Ni en público ni en privado. Por citar sólo un ejemplo, te diré que me acaba de llegar una carta de Brasil, de un brasileño judío, con unas reflexiones propias muy interesantes, y con citas de intelectuales judíos que todos admiramos y que nos ayudan a entender lo que pasa. Una de estas citas es de Hannah Arendt, que, hace años, refiriéndose a la tragedia de su pueblo, escribió: «Es perfectamente concebible, e incluso cabe dentro de las posibilidades políticas prácticas, que un bello día, una humanidad altamente organizada y mecanizada llegue a la conclusión, de manera democrática –es decir, por decisión de la mayoría–, de que a la humanidad, entendida como un todo, le conviene liquidar ciertas partes de sí misma». Para Hannah Arendt a esta conclusión se llega cuando se admiten que hay pueblos «descartables», a los que se les puede despojar primero de su tierra, luego de la condición de ciudadanos con derechos, finalmente de la vida que van arrastrando casi sin capacidad de defensa. Mi corresponsal brasileño decía que el pueblo palestino, para el gobierno de Israel, para los ciudadanos que lo han elegido y para las dictaduras árabes vecinas, se ha convertido en un «pueblo descartable», a imagen y semejanza de lo que ocurrió con el pueblo judío en los primeros decenios del siglo xx. Y hay similitudes si lo miramos bien.

–¿Has recibido estos días muestras de apoyo, de concordancia con tus planteamientos, por parte de judíos?

–Sí, muchas y algunas son testimonios desgarradores de personas que sufrieron en sus carnes todos los atropellos por el hecho de ser judíos, incluso la experiencia terrible del campo de concentración. Tengo cartas de supervivientes o de familiares de supervivientes que no consiguen entender la política de Ariel Sharon ni a quienes conociéndolo lo votaron. El gran poeta Juan Gelman, también judío, ha escrito, y me lo mandó para que lo leyera, un artículo que habla de los refuzniks, los reservistas de las fuerzas armadas israelíes que se niegan a servir en los territorios palestinos ocupados. Pues bien, en ese artículo además de contar los agravios que sufren los refuzniks, es decir, cárcel, pérdida de empleo, aislacionismo social, la consideración de traidor, tanto para el reservista como para su familia, Gelman, que sabe de lo que habla, narra historias de civiles que no escapan del clima de intolerancia operante. Textualmente dice: «La mítica cantante Yaffa Yarkoni, de setenta y siete años, que desde la guerra de 1948 ha acompañado todas las batallas de las tropas israelíes, luego de mirar un noticiero con escenas de Yenín declaró a la radio del ejército: “Cuando vi a los palestinos con las manos atadas a la espalda, hombres jóvenes, me dije ‘es lo mismo que nos hicieron en el Holocausto. Somos un pueblo que atravesó el Holocausto. ¿Cómo somos capaces de hacer esto?’” Reuven Rivlin, ministro de Comunicaciones, calificó esas palabras de “blasfemia” y se suspendió un homenaje a Yarkoni que se venía preparando desde hacía dos años: no por las presiones del gobierno, sino del público». Hasta aquí el relato de Gelman, aunque podríamos seguir leyéndolo, porque cuenta que 43 profesores de la Universidad firmaron una declaración para impedir que el ex ministro de Justicia de Israel Yossi Beilin pudiera impartir una conferencia en la Universidad Ben Gurion por haber participado en la elaboración de los acuerdos de paz de Oslo. Recuerda también Gelman una frase de Michael Lerner: «Si un pueblo está involucrado en la brutalidad hacia fuera, es seguro que la crueldad y el odio se reflejarán también dentro de esa comunidad». Por cierto, el número de refuzniks es algo así como el uno por mil de los 400.000 reservistas del ejército israelí.

–Hagamos ahora un repaso valorativo de las acusaciones que te han lanzado por tus afirmaciones. ¿Qué te parecen, en particular, las reacciones de Amos Oz, David Grossman y otras personalidades de la oposición israelí?

–Muchas de las personas que me atacaron nunca han ido a ver cómo viven los palestinos... Y, aunque quisieran, probablemente no se lo permitirían. Mahmud Darwish no puede ir a Jerusalén a conversar con David Grossmann o Amoz Oz, pero éstos tampoco pueden ir a Ramala a conversar con Mahmud Darwish... En cuanto a la oposición israelí, sería preciso saber exactamente de qué estamos hablando cuando decimos esas palabras. Existe una oposición casi «subterránea»: estuve con hombres y mujeres que forman parte de ella, pero no oí a nadie decir que alguna vez Grossmann u Oz se hubieran mostrado dispuestos a trabajar políticamente con ellos. Oposición debería ser el Partido Laborista, pero está en el Gobierno. En la remota hipótesis de que Ariel Sharon llegue a caer, ¿dónde está la fuerza política organizada que pueda presentarse a los electores israelíes como alternativa creíble?

–¿Cómo puede entenderse que gentes que se dicen de izquierda defiendan la existencia de un Estado de base religiosa, que prohíbe el matrimonio civil, que limita los derechos políticos de una parte de su población, que niega la ciudadanía a quienes siempre vivieron allí y la concede en función de la adscripción religiosa, que tiene legalmente regulada la tortura, etcétera?

–Mientras no «refundemos» la izquierda (¿cuándo, cómo y con qué ideas?), todas las confusiones son y serán posibles. En cuanto a Israel, está claro que se trata de un Estado parateocrático en el que se ha perdido (si es que alguna vez la tuvo) una noción consensual de pensamiento de izquierda, tal como, hasta tiempos recientes, lo entendíamos en Europa.

–Se te ha tachado de antisemita. ¿Cuáles son tus sentimientos ante el pueblo judío?

–Llamarme antisemita es una cortina de humo, o simplemente una estupidez malintencionada. En todo cuanto he escrito hasta hoy no se encuentra una sola palabra de donde honestamente se pueda concluir la existencia, en mí, de ese sentimiento. Cuando los judíos creían y difundían que había escrito Ensayo sobrela ceguera pensando en el Holocausto, no me llamaban antisemita. Cuando se decía, sin el más mínimo fundamento, que uno de mis libros lo había escrito en Israel, tampoco me llamaban antisemita. Dicen ahora que lo soy porque esa falsedad conviene a su propaganda.

Pero sí me manifiesto en contra de la incapacidad que están demostrando los israelíes para extraer lecciones de humanidad de los espantosos sufrimientos que padecieron sus antepasados. En lugar de aprender de las víctimas, se han inscrito en la escuela de los verdugos. ¿Que ayer fueron segregados? Ahora segregan. ¿Que fueron torturados? Ahora torturan. Hay un fragmento de El evangelio según Jesucristo en que, indirectamente, coloco a los judíos de cara a su responsabilidad en relación a los palestinos, pero eso no lo entendieron los israelíes. Dos horrores les impiden a los judíos mirarse al espejo: el de Auschwitz y el de su propia conciencia ahora.

–Es desalentador comprobar, como antes decías, qué magras son las filas del verdadero pacifismo israelí, ¿verdad?