Para un soldado desconocido - Federico Lorenz - E-Book

Para un soldado desconocido E-Book

Federico Lorenz

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Beschreibung

A través de múltiples voces se reconstruyen las vivencias de un joven enviado a la Guerra de Malvinas, donde encuentra la muerte. Testimonio de un drama compartido con muchos de su generación. Treinta y una son las voces que se entrelazan para crear una fina malla que se propone retener algo de lo que fue el Negro, un joven soldado en el servicio militar arbitrariamente enviado a luchar a la Guerra de Malvinas, donde encuentra la muerte. El padre, los amigos, el intendente del pueblo, la madre, los compañeros de trinchera, una enfermera, el soldado que se salvó de ir a la guerra, una maestra que enseña castellano en las islas, la novia, un periodista, una adolescente kelper, la antropóloga forense, un par de militares ingleses, las rocas... Esas y otras voces vuelven al pasado para encontrar los ecos de lo que el Negro alguna vez fue, y de lo que también fueron ellos y ellas. Porque ir a buscar al otro es también ir a buscarse, porque entender ese territorio de los muertos podría quizás arrojar algo de luz sobre el de los vivos.

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Lorenz, Federico

Para un soldado desconocido / Federico Lorenz. - 1a ed

Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2022

Libro digital, EPUB - (Literatura)

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-8388-82-3

1. Narrativa Argentina. 2. Guerra de Malvinas. 3. Historia Argentina. I. Título

CDD A863

Literatura

Editor: Fabián Lebenglik

Coordinación editorial: Gabriela Di Giuseppe y Mariano García

Diseño e identidad de colecciones: Vanina Scolavino

Imagen de tapa: Cecilia Szalkowicz

Imágenes de interior: Federico Lorenz

Retrato del autor: Gabriel Altamirano

© Federico Lorenz, 2022

© Adriana Hidalgo editora S.A., 2022

www.adrianahidalgo.com

ISBN: 978-987-8388-82-3

Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723.

Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito

Disponible en papel

Índice
Portadilla
Legales
Prólogo
Las rocas
Antero
Roberto
El intendente
El soldado clase 62
The Paratrooper
Pigüé
Marcela
Chelo
Fabián
Petty Officer, Gun Crew, HMS Glamorgan
Gabriel
Guillermo
El periodista
Miguel
La maestra de castellano
Lisa
La antropóloga forense
El teniente
Silvia
Tony
Carlitos
El jefe del Regimiento
La maestra
Omar
Artillery Forward Observation Post
Tincho
Geoffrey
Felipe
Fred
La madre
Acerca de este libro
Federico Lorenz
Otros títulos

Vista de las marcas de la artillería británica desde las antiguas posiciones argentinas en el Wireless Ridge al atardecer

Embudos de artillería en la zona del Wireless Ridge

Un Pucará derribado en la zona de Goose Green

Prólogo

“Después nos enteramos de cómo habían sido las cosas allá, pero cada uno te la cuenta a su manera”, dice Fabián, uno de los personajes de Para un soldado desconocido, en una frase que define la manera en que Lorenz ha construido esta novela.

Treinta y uno son los hilos de las voces que se entrelazan para crear una fina malla que se propone retener, o quizá rescatar del agujero oscuro del olvido, algo de lo que fue el Negro, un colimba clase 63 arbitrariamente enviado a luchar a la Guerra de Malvinas, donde encuentra la muerte.

El padre, los amigos, el intendente del pueblo, la madre, los compañeros de trinchera, una enfermera, el soldado que se salvó de ir a la guerra, una maestra que enseña castellano en las islas, la novia, un periodista, una adolescente kelper, la antropóloga forense, un par de militares ingleses, las rocas (porque en esta novela las rocas también hablan)... Esas y otras voces, todas tan disímiles, vuelven al pasado para encontrar los ecos de lo que el Negro alguna vez fue, y de lo que también fueron ellos y ellas. Porque ir a buscar al otro es también ir a buscarse, porque entender ese territorio de los muertos podría quizás arrojar algo de luz sobre el de los vivos.

Lorenz destila todos sus conocimientos sobre Malvinas, su experiencia de haber estado ahí, poniendo a vibrar –en los testimonios de sus personajes y de manera muy vívida– las cuerdas que recobran el sonido de la voz ya callada del Negro. Para que deje de ser la estatua de rostro inexpresivo y ajeno que levantaron en su pueblo, toda de cemento y aleación de bronce. Para reintegrarle algo de la identidad que alguna vez tuvo. Para que vuelva a ser aquel muchacho de carne y hueso, “tan entrador y lanzado”, tan humano y tan vivo, ese “pibe normal, de jugar al fútbol, a las cartas, boludear, pero que también se quería ir del pueblo”.

Para un soldado desconocido regresa a Malvinas en busca del tiempo perdido del ayer, poniendo en acto aquello que dice Marcel Proust: la guerra “es humana, se vive como un amor o un odio, se podría contar como una novela”.

Patricia Ratto

Ante la sacralidad de ese misterio silente, todo es desdeñable: la fanfarria del Estado, la sabiduría de la historia, la piedra de los monumentos, el clamor de las palabras y de las oraciones fúnebres. Eso es la muerte.

- Vasili Grossman, Eterno reposo -

Las rocas

Estamos aquí desde el comienzo de los tiempos. Desde antes de que los hombres inventaran esa idea, para organizarse primero y para dominar después, hasta que la misma idea los sometió a ellos, sus creadores.

Ya éramos viejas cuando aparecieron los primeros humanos por aquí. Los vimos llegar, morir de hambre y matarse entre sí. Primero en barcos de madera y lona, que luego echaron humo y se hicieron de acero.

A algunos de ellos los arrojó el mar en la playa, carne fláccida entre los despojos de sus embarcaciones, restos ellos también. Pero los hombres se nos parecen en la obstinación. Hicieron más viajes, se siguieron matando. Y también mataron a los lobos marinos y a las ballenas, y trajeron las ovejas.

Cuando esa especie ya no sea ni siquiera un recuerdo, cuando ninguna memoria guarde los nombres con los que ellos en su soberbia nos bautizaron, aún estaremos aquí, orgullosas a pesar de las heridas que nos hicieron el viento y el mar. Somos las rocas, que los hombres en su fantasía creen dominar cuando nos clasifican; someter cuando nos excavan, muelen, estallan, acribillan, bombardean.

Antero

Los padres estábamos apretados ahí, a unos metros de la puerta del cuartel, pero no nos dejaban pasar. Se nos fue la mañana entera esperando alguna información. Nadie nos dijo nada, pero todos sabíamos a dónde irían los chicos. Por la radio, temprano, escuchamos que habíamos recuperado las Malvinas. Y como al regimiento ya lo habían movilizado por lo de Chile, pensamos que le iba a tocar ir al Sur otra vez.

Discutimos con tu madre esa mañana. Es que la vieja quería que te quedaras. Recién te habían incorporado, soldado clase 63, ¿qué te podían haber enseñado en dos meses? “Es una criatura que ni sabe hacerse la comida”, me dijo. “Es un hombre”, le contesté. “Es mi hijo”, me retrucó. Y yo la insulté, yo que nunca le había faltado el respeto. Ahora me doy cuenta de que en realidad también yo estaba preocupado por vos.

De haber sabido, yo mismo te hubiera pedido que te quedaras. Pero no estábamos educados para eso, hijo. Estábamos educados para hacer caso, confiábamos en el Ejército. Y somos una familia de pueblo, qué íbamos a saber. Si no podés creer lo que te dicen los que te gobiernan, lo que sale por la radio, ¿en qué podés confiar entonces? Así que hacíamos caso nomás, y eso es lo que te enseñé yo. A hacer caso siempre que no te faltaran el respeto.

Además, era un orgullo que tu hijo defendiera la patria. No te voy a mentir, no. Pero no, no sabíamos nada de cómo iba a ser la guerra. Tampoco de lo que los militares habían hecho antes, no señor. Sabíamos de la guerra contra la subversión, pero no teníamos de eso en el pueblo, no. Era como si pasara en otro país. Pero con Malvinas fue diferente.

Solamente me quedé con la bronca de no poder despedirte. Cuando escuchamos la radio, después de la pelea tu mamá fritó unas milanesas, armamos una vianda, te pusimos unos pulóveres en un bolso, unas revistas D’Artagnan de esas que te gustaban, y el Chelo, que ya manejaba, me llevó al Regimiento en el rastrojero de su papá.

Cuando llegamos al portón estaba toda la gente amontonada, queriendo saber. ¡Como en el Cabildo! Justo salían los camiones. Nos apartaron y los vimos pasar con las lonas bajas. La gente vivaba a la patria, agitaban banderitas, y yo ahí con el bolsito y las milanesas sin poderte ver. Pensé que mejor que la comiera alguno de tus compañeros, y se la di a uno de los pibes que estaba de guardia.

Que no se me hayan caído lágrimas no quiere decir que no te haya llorado, hijo.

Roberto

Mi pueblo es chico, sí. Una de esas localidades en las que las familias se conocen durante generaciones, de toda la vida. Todos terminamos siendo medio parientes. Es un típico pueblo de la llanura, de esos en los que la gente no para ni a cargar nafta. El cartel indicador en la ruta que señala el giro para tomar el acceso principal, entre eucaliptus añosos, y que te deposita en la plaza principal, cuadrada, perfecta, con árboles pintados a la cal. Uno de esos pueblos en los que los edificios más altos son los silos, y el más llamativo la estación de tren abandonada. Tenemos comisaría, dispensario, dos autoservicios no muy grandes, algunos almacenes. Uno de los supermercados es de unos chinos, que lo abrieron hace años. Al principio les desconfiábamos, porque le hacíamos caso a lo que contaban por la tele; pero ahora vamos todos. Tenemos un Club Social y Deportivo que es un orgullo. Competimos en el campeonato regional de fútbol y en el provincial de básquet. Todas las familias mandamos a nuestros hijos ahí.

Mi pueblo es un pueblo de esos en los que podés dejar la bicicleta en el pasto de la entrada que nadie se la lleva. Imaginate hace treinta, cuarenta años. En esa época éramos inseparables con el Negro. Nos queríamos mucho. Nos pasábamos el día en la calle. Jugábamos a la pelota, a las bolitas, o nos metíamos en la Casa Encantada, que había sido de un vasco y que nadie reclamó. Cómo será que ahora plantan soja hasta los bordes de los muros, pero nadie se animó a derribarla: la usan de galpón.

Con el Negro crecimos juntos. Era mi mejor amigo hasta que empezó la secundaria. No es que nos distanciamos, nada de eso. Pero nos veíamos menos porque él prefirió hacerla en el Nacional que había en la ciudad, decía que la formación era mejor y no sabía qué pero él quería seguir estudiando después. Yo no. Yo hice la escuela secundaria en el parroquial, para mis viejos y para mí era suficiente. Pero ya le digo, el Negro tenía fantasías, quería seguir estudiando, igual que Fabián. Así que convenció a los padres de que lo dejaran estudiar en la ciudad. A partir de ahí, el Negro se tomaba todos los días el micro en la ruta.