Pasado amargo - Melanie Milburne - E-Book

Pasado amargo E-Book

Melanie Milburne

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Beschreibung

El millonario griego Damon Latousakis necesitaba una amante y había elegido a la mujer a la que había desterrado de su vida hacía cuatro años… Quizá no confiara en ella, pero tampoco podía resistirse a sus encantos. Charlotte Woodruff no había podido olvidar lo que había sentido por Damon y cuánto había sufrido cuando él la había acusado injustamente. Pero ahora no podría decir que era inocente después de haber mantenido en secreto a la hija de ambos…Fue entonces cuando Damon descubrió que la pequeña de Charlotte era hija suya y empezó a exigir algo más...

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Seitenzahl: 154

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2007 Melanie Milburne

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasado amargo, Nº 1783 - julio 2024

Título original: Bought for Her Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales , utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410742178

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EN CUANTO Charlotte entró en la sala de juntas supuso que él ya estaba allí, porque sintió un escalofrío por la columna vertebral que le erizó el vello de la nuca, y lo buscó con la mirada.

Como si él también hubiera sentido su presencia, giró la cabeza y sus miradas se encontraron después de casi cuatro años sin verse.

Charlotte se quedó mirándolo mientras Damon se excusaba educadamente ante los miembros del museo con los que estaba hablando y avanzaba hacia ella, y sintió que se le cerraba la garganta hasta que apenas le era posible respirar.

Llevaba meses temiendo aquel momento, desde que se había enterado de que Damon Latousakis, el padre de su hija, Emily, era el patrocinador principal de la exposición sobre Grecia que estaba organizando junto con el conservador del museo.

–Hola, Charlotte –la saludó Damon poniéndose ante ella.

Charlotte intentó mantener la calma, pero lo cierto era que estaba nerviosa.

–Ho… Hola, Damon.

Damon la observó lentamente, desde su pelo castaño a su boca. A continuación, deslizó la mirada hasta su escote, que quedaba al descubierto con el vestido de noche de terciopelo que lucía y, por último, se posó de nuevo en sus ojos azules.

Charlotte se sentía como si la hubiera acariciado en todos aquellos lugares, sentía la electricidad pasando del cuerpo de Damon al suyo, sentía la piel tirante y el aire que los rodeaba, cargado.

–Te veo muy bien –comentó Damon en un tono que hacía sospechar que no lo hubiera esperado así–. Por lo que me han dicho, eres la ayudante del conservador, ¿no? Has llegado muy alto, ladronzuela. Claro que supongo que, al igual que me hiciste a mí, los tendrás a todos engañados. Supongo que no sabrán cómo eres de verdad.

Charlotte sintió un inmenso rencor en el bajo vientre, exactamente en el mismo lugar en el que se había formado el bebé que Damon había rechazado como suyo.

–Yo siempre he sido de verdad –contestó con frialdad.

Damon sonrió con desdén.

–¿Ah, sí? Vaya, será que estaba demasiado cegado por la pasión como para darme cuenta.

Al oír que Damon se refería a la pasión que había desbordado lo que había habido entre ellos, Charlotte sintió que se sonrojaba al instante, pues los tórridos recuerdos se apoderaron de su mente. Al recordar sus cuerpos entrelazados, sintió que se estremecía de pies a cabeza y que le temblaban los muslos. Damon la había hecho conocer el placer una y otra vez durante los dos meses de vacaciones que había pasado en Santorini.

Así que pasión.

Así que Damon sólo había sentido pasión por ella, mientras que ella lo había amado sin reservas.

–Perdón por interrumpirlos, señor Latousakis –intervino Diane Perry, un miembro del personal del museo–, pero tengo que hablar un momento con Charlotte.

Damon sonrió con desprecio.

–No pasa nada, ya habíamos terminado.

Charlotte se quedó mirándolo mientras se alejaba, sintiendo que le dolía el estómago como si alguien le hubiera dado una patada con una bota de puntera de hierro.

–¿Qué pasa? –le preguntó Diane frunciendo el ceño.

–Nada –contestó Charlotte intentando mostrar indiferencia–, ya sabes cómo son los millonarios griegos. Unos arrogantes.

–Ya. Bueno, pues ten cuidado con Damon Latousakis –le advirtió Diane–. Me acaba de llamar Gaye, la mujer de Julian. Julian ha tenido un infarto y está en el hospital.

–¡Oh, no!

–Se va a poner bien –le aseguró Diane–, pero quiere que mantengas al señor Latousakis contento porque él va a tardar unas cuantas semanas en poder reincorporarse al trabajo.

–¿Unas cuantas semanas? –se asustó Charlotte.

–Sí, por lo visto lo van a operar dentro de un par de días. Te va a llamar por teléfono para decirte lo que quiere que hagas exactamente, pero, mientras tanto, vas a tener que tomar tú las riendas.

–¿Yo?

–Por supuesto. Tú eres la que más experiencia tiene en miniaturas griegas. Además, fue idea tuya mezclar piezas contemporáneas y antiguas. Ésta es la oportunidad que llevas tiempo esperando. Normalmente, un ayudante tiene que esperar años para comisionar una exposición. Ahora podrás demostrarle a todo el mundo el gran talento que tienes para organizar exposiciones.

–No sé si voy a poder hacerlo yo sola –dudó Charlotte–. Julian era el que se encargaba de estar en contacto con los patrocinadores. Yo no he tenido ningún contacto con ellos.

–Da igual. Lo vas a hacer fenomenal. Deja de subestimarte. Eres una de las empleadas con más talento del museo.

–Gracias por tu voto de confianza, pero me parece que te estás olvidando de algo muy importante. Soy madre soltera y no voy a poder trabajar todas las horas que trabajaba Julian.

–Casi todo el trabajo está hecho ya. De momento, lo único que tienes que hacer es dar el discurso de bienvenida de esta noche. Es importante que impresiones a los patrocinadores. De lo contrario, la exposición podría irse abajo. Ya sabes lo competitivo que es este negocio.

–Se me da fatal hablar en público… –se lamentó Charlotte mordiéndose el labio inferior–. ¿Y si me quedo en blanco? Es lo que me suele pasar cuando me pongo nerviosa.

–Lo vas a hacer fenomenal –le aseguró Diane–. Tómate una copa de champán antes de empezar para calmar los nervios y, por favor, sé especialmente amable con Damon Latousakis porque es el patrocinador principal como presidente de la Fundación Eleni. Sin su dinero y sin las piezas de la colección familiar que va a prestar, esta exposición no se podría hacer.

–No te preocupes, Diane, sé cómo manejar a los hombres como Damon Latousakis –le aseguró Charlotte.

–Bien, tienes diez minutos, así que te sugiero que te vayas a tu despacho, lejos de todo este barullo, para estar tranquila antes del discurso.

 

 

Charlotte abrió la puerta de su oficina y se encontró a su hermana pequeña preparando una pseudo cama en el suelo con un abrigo viejo.

–¿Pero qué haces? –se sorprendió.

–Hola, Charlotte, me disponía a descansar un poco entre cliente y cliente.

Charlotte apretó los dientes.

–Ya te dije que no vinieras aquí cuando estuvieras así.

–No estoy borracha –le aseguró Stacey–. Deberías divertirte un poco de vez en cuando, hermanita.

Charlotte sintió que la desesperación se apoderaba de ella mientras observaba cómo su hermana se tambaleaba al ir a sentarse.

–¿Qué haces aquí? –le preguntó.

–La verdad es que había venido a pedirte dinero, pero ya lo he solucionado por mi cuenta –contestó Stacey mirándola con los ojos enrojecidos.

–¿Cómo?

Su hermana se encogió de hombros.

–Hace un rato me he encontrado con un tipo griego a la salida de los baños. Le he ofrecido un polvo rápido, pero me ha mirado con desprecio. Me ha parecido tan arrogante, el muy canalla, que le he robado la cartera para darle una lección.

Charlotte tragó saliva.

–¿La sigues teniendo?

–¿El qué?

–La cartera. ¿La sigues teniendo o la has tirado después de quedarte con el dinero?

Stacey se metió la mano en el bolsillo trasero de los pantalones ajustados de tela de leopardo y se sacó la cartera.

–Se la iba a regalar a Brian por su cumpleaños porque parece buena –comentó entregándosela.

Charlotte acarició el suave cuero, tomó aire y la abrió, horrorizándose al ver la fotografía del carné de identidad.

–¡Oh, no! –exclamó con el corazón desbocado.

–¿Qué pasa? ¿Le conoces o qué?

Charlotte cerró los ojos. No podía ser. Le ocurría constantemente. Cada dos por tres le parecía ver la cara de Damon Latousakis cuando abría el periódico o alguna revista. Siempre que veía a un hombre moreno, de ojos negros y rasgos bellos, se le disparaba el corazón.

Sí, eso era lo que le debía de haber pasado en ese momento. Había sido porque lo acababa de ver y tenía sus rasgos todavía en la retina.

Charlotte abrió los ojos y volvió a mirar.

Era él.

Charlotte cerró la cartera y, temblando, se la metió en el bolso.

–¿Cómo has conseguido entrar en el edificio? –le preguntó a su hermana.

–Le dije al tío de la puerta que era tu hermana –contestó Stacey.

Charlotte apretó los dientes, pues su hermana llevaba el pelo teñido de rubio platino y unos vaqueros tan apretados e indecentes como la camiseta de gran escote que lucía.

–Mira, tengo que dar un discurso en un par de minutos –le dijo nerviosa.

–Muy bien, por mí no hay problema –contestó Stacey haciendo el amago de tumbarse en la improvisada cama que se había preparado–. Yo sólo voy a dormir un ratito y me voy.

–¡No! –exclamó Charlotte obligándola a ponerse en pie–. No, no te puedes quedar durmiendo aquí. Yo voy a tardar un buen rato en volver y no quiero ni imaginarme lo que ocurriría si alguien te encontrara aquí…

–Ya –dijo Stacey apartándose de ella–. Claro, te avergüenzas de mí –añadió dolida.

–No es cierto. Lo que pasa es que esta noche es muy importante para mí –le aseguró Charlotte fijándose en la hora que era.

–Venga, Charlie, serán sólo un par de horas –le aseguró Stacey–. Tengo otro cliente a las once.

Charlotte sintió náuseas al imaginarse a su hermana acostándose con cualquiera que le diera dinero a cambio.

–¿Cómo eres capaz de hacerte una cosa así? Mírate. Estás delgadísima y muy pálida. Te estás matando y no voy a permitirlo.

–Me voy a poner bien, te lo aseguro. Sólo quería probarlo una última vez antes de dejarlo.

Una última vez. ¿Cuántas veces había oído Charlotte aquella promesa que jamás se cumplía?

–¿Por qué no vuelves a ingresar en la clínica de desintoxicación? –le propuso.

–Ese sitio era espantoso –contestó su hermana poniendo cara de disgusto–. No volvería aunque me pagaras por ello.

–Te pagan por ir a otros sitios mucho más espantosos y para hacer Dios sabe qué cosas espantosas con hombres completamente espantosos –apuntó Charlotte irritada.

–Estás celosa porque hace cuatro años que no hueles el sexo.

–Por si no te has dado cuenta, mira en la que me metí la última vez que se me ocurrió probarlo –le espetó Charlotte.

A continuación, se imaginó lo que haría Damon si se enterara de quién le había robado la cartera y, entonces, se dio cuenta de que estaba a poca distancia de allí, esperando con los demás a que ella comenzara su discurso.

–El otro día leí algo sobre una clínica privada que es muy buena –le dijo a Stacey–. ¿Accederías a ir si consigo el dinero?

Su hermana se encogió de hombros y se tumbó en el suelo.

–Puede que sí y puede que no.

–Por favor, por lo menos, prométeme que te lo vas a pensar –le rogó Charlotte con lágrimas de frustración en los ojos–. No quiero que Emily crezca sin su tía. Eres lo único que tengo, Stacey. Mamá se quedaría horrorizada si te viera así, sobre todo después de lo que le pasó a papá.

Su hermana apoyó la cabeza en un cojín y cerró los ojos.

–Muy bien, te prometo que me lo voy a pensar, pero nada más.

Charlotte se apresuró a sacar del último cajón de su mesa la mantita de conejitos que tenía guardada para cuando Emily iba por allí y se la puso a su hermana por encima.

Stacey emitió un sonido que parecía querer decir que estaba a gusto. Tras cerciorarse de que se había quedado dormida, Charlotte sacó la cartera del bolso y miró la fotografía de Damon, que le evocó demasiados recuerdos dolorosos.

Aquellos ojos negros habían brillado de deseo desde la primera vez que se habían posado en ella. Charlotte tuvo que hacer un gran esfuerzo para no estremecerse de pies a cabeza al recordar cómo aquella boca se había apoderado de la suya, cómo aquellas manos habían explorado todas y cada una de las curvas de su cuerpo y cómo su masculinidad había explotado dentro de ella varias veces, arrebatándole su inocencia y dejando en su lugar un hambre que parecía imposible de saciar.

De alguna manera, era cierto que todavía no se había saciado.

Charlotte cerró la cartera y suspiró, decidiendo que lo primero que haría al día siguiente sería dejar la cartera anónimamente en el hotel de Damon.

Con un poco de suerte, Damon jamás sabría quién se la había robado…

Capítulo 2

 

 

 

 

 

CHARLOTTE acababa de cerrar la puerta de su despacho cuando vio que una silueta alta salía de las sombras del pasillo y sintió que le daba un vuelco el corazón al reconocer la penetrante mirada de Damon Latousakis.

«Por favor, Stacey, no te muevas».

–Me estaba preguntando dónde te habrías ido –le espetó Damon.

–Tenía que… mirar unas cosas –contestó Charlotte.

–¿Éste es tu despacho?

–Eh… sí.

–¿Por qué no me invitas a pasar y hablamos un rato? –le propuso Damon.

–¿Hablar de qué? –contestó Charlotte poniéndose nerviosa.

–De nosotros –contestó Damon tomando un mechón de su pelo entre los dedos y acariciándolo como si estuviera sopesando su calidad.

La estaba mirando de manera inequívoca y Charlotte sintió que el deseo se apoderaba de ella, que la lava ardiente recorría su cuerpo y que sus pechos se tensaban.

–Tú y yo no tenemos nada de lo que hablar, Damon, porque ya no somos pareja –contestó–. Por si no lo recuerdas, diste por terminada nuestra relación hace cuatro años.

–Lo recuerdo perfectamente –contestó Damon sin dejar de mirarla a los ojos–. Veo en tus ojos que tú también lo recuerdas todo perfectamente.

El silencio estaba lleno de recuerdos, de recuerdos peligrosos y seductores que podían acabar con el autocontrol que se había impuesto a sí misma. Charlotte, que se creía inmune al atractivo de aquel hombre, se había dado cuenta desde que sus miradas se habían vuelto a encontrar aquella noche, de que volvía a sentirse atraída por él de manera irrevocable.

En aquel momento, escuchó una tos proveniente del interior de su despacho y dio un respingo.

–Te tengo que dejar… me tengo que preparar para la reunión… –anunció subiendo el tono de voz por si a su hermana se le ocurría volver a toser–. Ya nos veremos luego. Podemos hablar más tarde. Ya sabes, nos podemos tomar una copa o algo… –añadió sin pensar en las consecuencias de aquella idea.

Estaba tan nerviosa ante la posibilidad de que Damon descubriera a su hermana escondida en su despacho que estaba hablando por hablar.

Damon se apartó y le dedicó una sonrisa enigmática.

–Muy bien, Charlotte –contestó.

Charlotte se quedó apoyada en la puerta de su despacho, viendo cómo se alejaba, y suspiró aliviada cuando se volvió a perder en las sombras del pasillo.

Cuatro años atrás, acceder a tomar una copa con él había sido el peor error de su vida. Acababa de hacer lo mismo y no tenía ni idea de cuáles iban a ser las consecuencias esa vez.

Con piernas temblorosas, Charlotte avanzó hacia la sala de juntas.

 

 

Unos minutos después, Charlotte se encontraba mirando a su alrededor en la sala de juntas, preguntándose si iba a necesitar más de una copa de champán para armarse de valor. Tal y como se encontraba, ni con dos botellas enteras veía posible librarse del pánico que la invadía.

Los últimos rezagados estaban entrando en la estancia, charlando animadamente y poniéndola cada vez más nerviosa.

Al fondo, vio a Damon con una copa de champán que apenas había tocado en la mano. Cuando se giró hacia ella, la miró a los ojos y Charlotte comprendió que en sus pupilas había una promesa que la hizo estremecerse de pies a cabeza.

–Miembros y amigos del museo y honorables invitados, señoras y señores –comenzó el director del museo–. Es un gran honor para nosotros contar hoy aquí con el señor Damon Latousakis, presidente de la Fundación Eleni, que ha tenido la amabilidad de venir desde Grecia –añadió sonriendo al aludido–. Les voy a presentar a la conservadora en funciones del museo, la señorita Charlotte Woodruff, que nos va a hablar de la exposición y de cómo sería imposible organizarla sin la generosa aportación de ustedes, de los socios y amigos del museo y de nuestros maravillosos patrocinadores, entre los que cabe destacar, de nuevo, al generoso señor Latousakis. Charlotte…

Charlotte se acercó el micrófono y se dio cuenta de que tenía la mente completamente en blanco. ¿Qué iba a decir? Con la distracción de la repentina visita de su hermana y la no menos repentina aparición de Damon en el pasillo no había tenido tiempo de prepararse el discurso.

Tenía que pensar deprisa y los preciosos segundos que tardó el técnico de sonido en ajustar el micrófono a su altura le valieron de mucho.

–Miembros y amigos del museo, honorables invitados, señoras y señores… –comenzó.

Y, de alguna manera, consiguió terminar el discurso sin mirar ni una sola vez a Damon Latousakis. Aun así, sentía su mirada clavada en ella.

Al terminar, bajó del podio y se tomó la copa de champán que Diane le tenía preparada. Su amiga la llevó a un rincón.