Pasado, presente y futuro de la ciencia en México - Luz María Pérez Castellanos - E-Book

Pasado, presente y futuro de la ciencia en México E-Book

Luz María Pérez Castellanos

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Esta obra representa el esfuerzo y trabajo de un grupo de profesores del Centro Universitario de Tonalá (CUT), quienes, a través de la Academia de Historia del entonces Departamento de Ciencias Sociales del CUT, organizaron en abril de 2016 el Primer Coloquio de Historia de la Ciencia en México. Este evento logró reunir a más de cuarenta investigadores nacionales con diversas formaciones académicas y un objetivo común: el estudio de la historia de la ciencia, que fue posible mediante la presentación de ponencias en las que se conjugó lo multidisciplinario y lo transdisciplinario. Acciones como éstas nos dan la oportunidad de vincular el trabajo de nuestros investigadores con sus pares, al tiempo que interactúan con los estudiantes. El fruto de esta labor finalmente es un testimonio sobre historia de la ciencia. Los trabajos que integran el presente libro son resultado de la selección realizada por el Comité Editorial del CUT, que se encargó de revisar acuciosamente las ponencias presentadas durante el coloquio y que, sin duda, materializan el interés que existe en el ámbito nacional en torno a este campo del conocimiento.

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Colección Monografías de la Academia

Índice

Presentación

Ricardo Villanueva Lomelí

Prólogo

Alberto Saladino García

Elementos para una teoría sobre historia de la ciencia mexicana

Alberto Saladino García

Interculturalidad e interdisciplinariedad para comprender el mundo natural y social

Carlos Ortega Ibarra

Las sociedades económicas de amigos del país como difusoras del conocimiento científico en México

Luz María Pérez Castellanos

Francisco Jiménez y el conocimiento geográfico en el siglo XIX

Luz María Oralia Tamayo Pérez

La población de Jalisco a través de la Estadística de Longinos Banda (1828-1858)

Claudia Alejandra Benítez Palacios

Cuatro estudios sobre el magnetismo terrestre en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (1858-1863)

Rodrigo Vega y Ortega

José Bernardo Martínez

Expresiones sobre el evolucionismo en los boletines científicos de Guadalajara (1882-1911)

Rubén Ocegueda Torres

Minería, Estado y empresarios. Un estudio de caso a través de la Escuela Práctica de Minas y Metalurgia del Fresnillo (1854-1858)

Lucero Morelos Rodríguez

Francisco Omar Escamilla González

Historia de la Facultad de Ciencias Químicas, UASLP (1927-1970)

Enrique Delgado López

La política científica del cardenismo y la influencia del CNESIC en el Instituto Politécnico Nacional (IPN)

Abraham O. Valencia Flores

Historia de la salud pública y la epidemiología: sus principales forjadores

Javier Eduardo García de Alba García

Ana L. Salcedo Rocha

Entre lo tradicional y lo científico: fuentes para el estudio del saber médico en Guadalajara (1790-1824)

Hugo Humberto Salas Pelayo

La higienización y el desagüe del Valle de México. Un proceso histórico en desarrollo

Isaac Acosta Fuentes

La frenología en el México decimonónico: ¿conocimiento médico o charlatanería materialista?

Graciela Velázquez Delgado

Enfermedades y acciones de salud pública durante el porfiriato en Jalisco

Zoraya Melchor Barrera

Diana Melchor Barrera

La escasez de leche en Guadalajara (1951-1952): empresarios, pasteurización y enfermedades

Carolina Bueno Andrade

Autores

Presentación

Ricardo Villanueva Lomelí

Esta obra representa el esfuerzo y trabajo de un grupo de profesores del Centro Universitario de Tonalá (CUT), quienes, a través de la Academia de Historia del entonces Departamento de Ciencias Sociales del CUT, organizaron en abril de 2016 el Primer Coloquio de Historia de la Ciencia en México. Este evento logró reunir a más de cuarenta investigadores nacionales con diversas formaciones académicas y un objetivo común: el estudio de la historia de la ciencia, que fue posible mediante la presentación de ponencias en las que se conjugó lo multidisciplinario y lo transdisciplinario.

Acciones como éstas nos dan la oportunidad de vincular el trabajo de nuestros investigadores con sus pares, al tiempo que interactúan con los estudiantes. El fruto de esta labor finalmente es un testimonio sobre historia de la ciencia.

Los trabajos que integran el presente libro son resultado de la selección realizada por el Comité Editorial del CUT, que se encargó de revisar acuciosamente las ponencias presentadas durante el coloquio y que, sin duda, materializan el interés que existe en el ámbito nacional en torno a este campo del conocimiento.

Agradezco a la doctora Ruth Padilla Muñoz, ex rectora del Centro Universitario de Tonalá, por el apoyo que brindó en la organización del coloquio del que se deriva esta publicación de calidad, así como a los doctores Marco Antonio Pérez Cisneros y María Rodríguez Batista, directores de las divisiones de Ciencias y Ciencias Sociales, respectivamente.

También expreso mi agradecimiento a todos los que colaboraron e hicieron posible reunir a especialistas de alto nivel de todos los rincones del país, pero de manera especial al doctor Alberto Saladino García, destacado investigador y teórico de la historia de la ciencia en México, quien, además de participar como ponente magistral, se dio a la tarea de redactar el prólogo de esta obra.

Por último, sólo me resta puntualizar que la publicación que usted tiene en sus manos es producto del trabajo y entusiasmo que caracteriza a la comunidad académica del Centro Universitario de Tonalá y al trabajo colaborativo de la directora de la División de Ciencias Sociales, Jurídicas y Humanas, doctora Marina Mantilla Trolle, quien impulsó este proyecto desde su concepción, así como del Jefe del Departamento de Ciencias Sociales y Disciplinas Filosóficas, Metodológicas e Instrumentales, maestro Marco Antonio Delgadillo Guerrero, quien apoyó la propuesta para que esta obra viera la luz.

Prólogo

Alberto Saladino García

Todos los hechos pasados alcanzan el presente y son los que determinan el futuro, entre ellos, y de manera cada vez más preponderante, el caso específico del conocimiento científico. Con base en esa apreciación, intuyo, directivos del Centro Universitario de Tonalá de la Universidad de Guadalajara (UdeG) tomaron la pertinente decisión de convocar al I Coloquio de Historia de la Ciencia. Pasado, Presente y Futuro de la Ciencia en México, realizado los días 13, 14 y 15 de abril del año 2016, para evidenciar el carácter interdisciplinario de los programas profesionales que imparte y coadyuvar a su fortalecimiento.

El título del libro recupera la segunda parte del nombre del evento: Pasado, presente y futuro de la ciencia en México. Sus coordinadoras son Luz María Pérez Castellanos y Zoraya Melchor Barrera, académicas distinguidas de dicha unidad académica de la UdeG. La obra es resultado del interés por fomentar la divulgación de la producción científica con conciencia histórica al recoger las ponencias expuestas, debatidas y comentadas en dicho coloquio, y debe ser identificada como un fehaciente instrumento para coadyuvar a la consolidación de los programas académicos impartidos en el Centro Universitario de Tonalá de la UdeG.

Así, la trascendencia del I Coloquio de Historia de la Ciencia estriba en publicar las ponencias, lo cual habla muy bien del compromiso social de la UdeG, particularmente por las limitaciones presupuestarias a las que se vienen sometiendo las instituciones universitarias. Por ello, me parece importante registrar la persistente y loable atención de esta institución por contribuir al análisis de los desarrollos de la ciencia y de la tecnología en México. Algunos testimonios son los siguientes: el Coloquio Nacional El Siglo de Alzate, organizado por el Centro Universitario Los Altos, en Tepatitlán, en coordinación con la Sociedad Latinoamericana de Estudios sobre América Latina y el Caribe, durante los días 11 y 12 de noviembre de 1999; el I Coloquio de Historia de la Ciencia y la Tecnología del Occidente Mexicano, efectuado del 17 al 19 de mayo de 2006, y el II Encuentro de Historia de la Ciencia y de la Tecnología del Occidente Mexicano, realizado del 10 al 12 de septiembre de 2008, ambos en la ciudad de Guadalajara.

De modo que el I Coloquio de Historia de la Ciencia, muy bien organizado, con ponentes de alto nivel, procedentes de diversas universidades del país, bastante animado por la amplia y juvenil concurrencia, debe valorarse como parte de la tradición de la UdeG de apoyar la investigación científica, humanística y tecnológica para ponerla al servicio de la sociedad. Así, esta institución prueba su vocación académica al tender puentes entre el conocimiento y las improntas nacionales.

Las 16 ponencias compiladas en este libro aportan datos, informaciones, explicaciones, interpretaciones, reportes y testimonios del quehacer científico de los mexicanos en la historia a la cultura nacional y a la cultura mundial, al abonar elementos con los cuales auxiliarse para la comprensión del presente y ser considerados puntos de apoyo para construir rutas al futuro.

De hecho, el esclarecimiento de la semántica invocada en la segunda parte del título, la ciencia en México, da cuenta de la perspicacia de las coordinadoras del libro al mostrar que los trabajos leídos en el coloquio se centraron en exponer sus investigaciones relativas a proyectos científicos vinculados a la problemática del país. O sea, reconocen que los participantes realizan sus actividades académicas con todo el rigor de la metodología científica en el suelo mexicano. En efecto, el contenido del libro corrobora que en nuestro país se ha hecho y se hace ciencia, como en cualquier otra parte del mundo.

Para comprender la importancia de esta obra en el campo de la historia de la ciencia, me parece razonable ubicarla en el contexto de la implosión de las obras publicadas en el país durante los quince años transcurridos del siglo XXI, pues sobrepasan ya los cien títulos. Los temas cubren casi todas las ramas de las ciencias exactas, naturales, humanas y sociales; atienden todos los periodos históricos —desde las culturas primigenias mesoamericanas, pasando por el periodo novohispano y destacando la etapa republicana hasta nuestros días—; explayan procesos metodológicos en la génesis de conocimientos. Se registra en esos libros la participación de investigadores de todas las regiones del país, de modo que con esas contribuciones se está trascendiendo el centralismo.

La relevancia del contenido de la obra coordinada por Luz María Pérez Castellanos y Zoraya Melchor Barrera, Pasado, presente y futuro de la ciencia en México, lo constituye la materia prima que aporta para enriquecer el quehacer científico en la historia del país. Entre esos rasgos del quehacer científico destaca la riqueza temática, la valoración y práctica de metodologías integradas, la atención prioritaria al periodo republicano —siglos XIX y XX—, que podría considerarse elemento fundamental para coadyuvar a la consolidación de la construcción de la ciencia nacional al propugnar, con base en ella y ajustándose a las improntas de nuestro tiempo, su incorporación a los procesos de globalización, para bien de la mundialización del conocimiento histórico de la ciencia.

La riqueza temática se visualiza en los productos de las investigaciones expuestas y en los avances reportados donde se observa la ampliación de la cultura científica, humanística y tecnológica, al abordar tópicos teóricos sobre la historia de la ciencia, el asociacionismo científico, la elaboración de biografías, la formulación de críticas historiográficas, la atención a tópicos demográficos, la referencia a cuestiones de ciencias naturales, de física, de geografía, de geología, de química, de urbanismo, sobre políticas científicas, acerca de temas de historia de la medicina y de salud pública, la referencias a debates en torno a los avances tecnológicos, e incluso la revisión de saberes que aspiraron al rango de ciencia, como la frenología.

Con respecto a los procesos de análisis y construcción de explicaciones sobre el quehacer científico, se palpa el empleo de metodologías integradas, especialmente se discute en un trabajo la importancia de la interdisciplina y en algún sentido se palpan revisiones, ciertamente implícitas, de carácter intra, multi y transdisciplinario.

Me parece que la atención otorgada al periodo republicano —siglos XIX y XX— da cuenta del compromiso de los estudiosos de la historia de la ciencia y de la tecnología por aportar elementos para consolidar la tradición intelectual del país desde sus distintas regiones, al destacar los aportes de individuos como instituciones culturales, del papel de las publicaciones periódicas, las acciones del poder público y del sector privado.

En consecuencia, resulta obvio advertir, con base en todos los textos que integran el contenido del libro, el claro compromiso de coadyuvar a la consolidación de la historia de la ciencia nacional.

Sin desconocer la omnipresencia del centralismo en la vida en el país, debe señalarse que la investigación académica en los distintos ámbitos del saber y de la historia de la ciencia, de manera particular, se ha incrementado significativamente, pues los autores de los textos aquí integrados proceden de distintas instituciones educativas y culturales de la Ciudad de México: de la Universidad Nacional Autónoma de México, de la Universidad Autónoma Metropolitana, del Instituto Politécnico Nacional y, claro, del interior del país: de la Universidad Autónoma del Estado de México, de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, de la Universidad de Guanajuato, de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, y en el caso del estado de Jalisco, de la Universidad de Guadalajara, del Instituto Mexicano del Seguro Social y de Congreso del Estado de Jalisco.

Esto se explica porque las universidades del país han introducido en sus programas de licenciatura, y en algunos posgrados, cursos sobre historia de la ciencia, tanto en áreas de las ciencias exactas, ciencias naturales y ciencias de la salud como en ciencias sociales, ciencias humanas y tecnología. Por ejemplo, buena cantidad de los textos contenidos en este libro son avances o resultados de investigación de las instituciones donde los autores realizan sus labores académicas.

Me parece relevante destacar que el libro se erigirá en aporte en el actual proceso de globalización de la ciencia mexicana por la riqueza temática y el rigor analítico de los textos que lo componen; esa valoración la sustento en el reconocimiento de la repercusión de la labor de los propios científicos y, naturalmente, en la de los estudiosos de la historia de sus aportes o innovaciones. En efecto, la tendencia a su inserción en la llamada ciencia mundial, en el caso de la historia de la ciencia mexicana, se expresa mediante, por lo menos, tres tipos de manifestaciones: 1) la realización de trabajos relativos a temas que trascienden lo nacional, y en este libro existen testimonios al respecto; 2) el cultivo de la perspectiva latinoamericana, con lo que también se traspasan las fronteras mexicanas, como lo ejemplifican ciertos estudios reproducidos en esta obra, y 3) por la publicación de trabajos en el extranjero, como lo han hecho algunos de los colaboradores de este volumen.

En todas esas manifestaciones se palpa que la internacionalización del quehacer sobre historia de la ciencia realizada por los académicos mexicanos, es consecuencia de la madurez y consolidación alcanzada gracias a su disciplina intelectual, a la originalidad de la temática abordada y a la productividad en sus labores de investigación. De manera que, con base en los materiales de este libro, se puede dibujar el mapa de la investigación, transmisión y difusión de la historia de la ciencia en y desde México, y así contar con más elementos para cerrar la brecha de conocimientos sobre nuestro pasado científico.

Para aportar más elementos con los cuales reforzar mi valoración sobre la importancia del libro y, a la vez, inducir en su lectura a los interesados, paso a abreviar los contenidos o propósitos de cada uno de sus textos.

Elementos para una teoría sobre historia de la ciencia mexicana, de Alberto Saladino García, expone tres elementos para abonar argumentos en favor de la construcción de una teoría sobre la historia de la ciencia mexicana, específicamente sobre la génesis de la historia de la ciencia en México, que remonta a Juana Inés de Asbaje y Ramírez; la relación de fuentes y su numeralia, así como la revisión de algunos criterios para respaldar su legitimación epistemológica, como las propuestas de periodización, la novedad y originalidad, y las bases de su tradición.

Interculturalidad e interdisciplinariedad para comprender el mundo natural y social, de Carlos Ortega Ibarra, problematiza la cuestión del método partiendo de un diagnóstico crítico acerca de la enseñanza tradicional de las ciencias y las humanidades en las que permea, como lo escribe, “una narración maniquea del conocimiento que nos coloca en las disyuntivas de lo moderno-tradicional, crítico-ideológico, objetivo-subjetivo, verificable-especulativo, útil-inútil, benéfico-peligroso, sustancial-inocuo, complejo-sencillo y occidental-no occidental”; para trascender esas posiciones excluyentes entre cultura científica y cultura literaria, entre ciencias y humanidades, sugiere y fundamenta el empleo de las perspectivas intercultural e interdisciplinaria.

Las Sociedades Económicas de Amigos del País como difusoras del conocimiento científico en México, escrito por Luz María Pérez Castellanos, tiene como propósito central estudiar los orígenes del asociacionismo científico en México, por lo cual realiza la reconstrucción de la génesis y los roles de este tipo de organizaciones surgidas en Europa en el siglo XVIII, para pasar a ubicar el caso de la Sociedad Guadalajarense de Amigos Deseosos de la Ilustración, mejor conocida como La Estrella Polar, cuyo antecedente lo constituye la convocatoria de la Gaceta del Gobierno de Guadalajara de junio de 1821; luego ejemplifica sus propósitos ilustrados de difundir y aplicar el conocimiento científico en bien del país al abordar tópicos específicos sobre derecho público, geografía e historia.

Francisco Jiménez y el conocimiento geográfico en el siglo XIX, de Luz María Oralia Tamayo Pérez, es un trabajo orientado a enriquecer el conocimiento geográfico del país, como lo viene haciendo en sus múltiples trabajos de historia de la geografía mexicana. Ahora focaliza su atención en la labor escasamente conocida del ingeniero geógrafo Francisco Jiménez. El texto está estructurado en cuatro partes: datos biográficos, trabajos en la Comisión de Límites Mexicana, desempeños en la función pública y colaboración en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.

La población de Jalisco a través de la Estadística de Longinos Banda (1828-1858), escrito por Claudia Alejandra Benítez Palacios, explicita que la revaloración de dicha obra se debe a su constitución como una fuente importante sobre la población jalisciense para establecer parámetros relativamente confiables acerca de su desarrollo y porque permite apreciar el clima intelectual y social de México durante la primera mitad del siglo XIX. Su exposición la concentra en la revisión de las informaciones proporcionadas por Longinos Banda relativas a la población del estado de Jalisco, de 1828 a 1858.

Cuatro estudios sobre el magnetismo terrestre en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (1858-1863), se debe a la pluma de Rodrigo Vega y Ortega y José Bernardo Martínez. Su análisis lo reducen a la exposición de trabajos del mexicano José Justo Gómez de la Cortina, del alemán August Sonntag y del estadounidense Joseph Lavering, y de un escrito del Instituto Smithsoniano de Estados Unidos. Tales textos muestran el interés de los socios de la SMGyE por esta ciencia y su contacto con científicos extranjeros; asimismo, reflejan detalles de la práctica científica, del perfil de los estudiosos de la geología, con los cuales amplían la caracterización de la geología mexicana.

Expresiones sobre el evolucionismo en los boletines científicos de Guadalajara (1882-1911), de Rubén Ocegueda Torres, es un estudio donde se aportan testimonios sobre el impacto del darwinismo en la ciudad de Guadalajara, al señalar que los naturalistas tapatíos, a través de las sociedades científicas y de sus boletines, a partir de 1880, mostraron interés por las ideas de Charles Darwin, algunos las aplicaron, pero también hubo quienes las objetaron. El eco del darwinismo lo explica el autor por la hegemonía del proyecto modernizador del presidente Porfirio Díaz, que implicaba el impulso a la ciencia y su aplicación al conocimiento de los recursos naturales del país.

Minería, Estado y empresarios. Un estudio de caso a través de la Escuela Práctica de Minas y Metalurgia del Fresnillo (1854-1858), de Lucero Morelos Rodríguez y Francisco Omar Escamilla González, explica el legado de Antonio del Castillo al que reconocen como introductor de nuevos paradigmas y conceptos de las ciencias geológicas, forjador de espacios como la creación de la institución que revisan. Además de analizar los factores políticos, económicos y educativos que hicieron posible su puesta en marcha como la primera de su género en el continente. De paso, evalúan la labor de difusión de sus aportes en congresos, exposiciones y publicaciones periódicas especializadas y de carácter internacional. Concluyen con el reconocimiento de que la Escuela Práctica de Minas del Fresnillo representa la consolidación de la profesionalización del ingeniero de minas y ancla en la creación del Instituto Geológico Nacional en 1888.

Historia de la Facultad de Ciencias Químicas, UASLP (1927-1970), de Enrique Delgado López, establece el proceso de su génesis y desarrollo a partir de la efervescencia de la autonomía universitaria, dando lugar a la Escuela de Estudios Químicos, vigente hasta 1942; luego, expone la actividad del ingeniero Andrés Acosta, quien organizó la Escuela de Ciencias Químicas, “primero como encargado, luego como decano y posteriormente como director”; finalmente, repasa su transformación en Facultad de Ingeniería Química de la UASLP a partir de 1956 y su funcionamiento hasta 1970. Reconoce su presencia en la historia de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí e informa que sus creadores dieron origen a la figura de profesor de tiempo completo en los años sesenta.

La política científica del cardenismo y la influencia del CNESIC en el Instituto Politécnico Nacional, de Abraham O. Valencia Flores, reconstruye las políticas del Estado mexicano sobre la ciencia durante los años 1934-1938, e identifica sus avances como un componente indispensable del quehacer estatal y nacional con la creación del CNESIC, el 30 de octubre de 1935, como órgano de consulta del gobierno federal; señala como su primer presidente a Isaac Ochoterena y su integración con 15 miembros; también evalúa las loables intenciones cardenistas, al señalar la imposibilidad de realizarlas en su totalidad. Reconoce como trascendental acción cardenista el legado científico y tecnológico al México contemporáneo.

Historia de la salud pública y la epidemiología: sus principales forjadores, de Javier Eduardo García de Alba García y Ana L. Salcedo Rocha, efectúa un recuento cronológico de personas y hechos, acompañado de un pertinente trabajo de conceptualización de “la epidemiología como una transdisciplina estratégica que, junto con la administración (o gestión) sanitaria, las ciencias sociales y las humanidades, conforman a la salud pública” y de “la salud, como un proceso vital, de carácter histórico-social, resultado del acceso a los bienes materiales y no materiales que determinan el bienestar bio-psico-social”.

Entre lo tradicional y lo científico: fuentes para el estudio del saber médico en Guadalajara (1790-1824), escrito por Hugo Humberto Salas Pelayo, expone la “certificación médica” como fuente para el estudio histórico de la modernización de la medicina en Guadalajara, en el periodo comprendido entre 1790-1824; por cierto, una etapa escasamente estudiada de las prácticas tradicionales, y la aprecia como fuente para el estudio de la medicina local y una alternativa para interpretar la transición del saber médico de la época novohispana al México independiente.

La higienización y el desagüe del Valle de México. Un proceso histórico en el desarrollo, de Isaac Acosta Fuentes, se presenta en tres partes: primero se repasa el tema del desagüe durante el periodo colonial, a partir del inicio y ejecución de obras que culminarían con un primer desagüe parcial, en el contexto de un amplio e intenso debate entre los expertos al respecto; luego, pasa a desarrollar las ideas científicas generadas durante el siglo XIX que vincularon salud pública, drenaje y urbanización, y termina con las conclusiones, donde se establecen consideraciones relativas al desequilibrio hidrológico regional y la sustentabilidad.

La frenología en el México decimonónico: ¿conocimiento médico o charlatanería materialista?, de la pluma de Graciela Velázquez Delgado, sustenta que este tipo de conocimiento fue cultivado en el país, pero no con la misma profundidad que en Inglaterra y Estados Unidos, pues no alcanzó su consolidación en las instituciones médicas. Informa de indicios con los cuales prueba su presencia entre algunos médicos, abogados y escritores. Para el efecto, realiza una retrospectiva a partir de la segunda década del siglo XIX con José Luis Montaña y el arribo de extranjeros como el español Mariano Cubí y Soler y el griego Plotino Constantino Rhodakanaty; concluye con la percepción de su declive al final de dicha centuria.

Enfermedades y acciones de salud pública durante el porfiriato en Jalisco, escrito por Zoraya Melchor Barrera y Diana Melchor Barrera, revisa acciones sobre saneamiento, vacunación, estadística y geografías médicas y legislación sanitaria, para contar con elementos con los cuales examinar el desarrollo de enfermedades y las acciones de salud pública en Jalisco durante los años 1877-1910. El texto da cuenta de la exhaustiva revisión archivística y documental que lo respalda, por lo cual, los resultados se pueden apreciar como una contribución al enriquecimiento de la historia de la salud pública regional y nacional.

La escasez de leche en Guadalajara 1951-1952: empresarios, pasteurización y enfermedades, de Carolina Bueno Andrade, parte de la concepción de que la salud pública es una herramienta para promover el desarrollo del país, por lo cual las autoridades volcaron su atención a la industria ganadera al estimular la pasteurización de la leche, para prevenir algunas enfermedades provocadas por el consumo de leche en estado natural. El estudio se focaliza en un expediente del Archivo Histórico del Supremo Tribunal de Justicia del Estado de Jalisco, donde se narra una denuncia de Cremerías Mexicanas en contra de productores de leche por calumnias contra el proceso de pasteurización.

Como se puede visualizar, las biografías construidas, la crítica historiográfica, las fuentes documentales abordadas, los periodos revisados, los procesos metodológicos analizados o utilizados, las ramas científicas estudiadas, las reflexiones teóricas propuestas, las sociedades científicas contextualizadas, en fin, la variedad de tópicos que contiene este libro, son las principales motivaciones para incitar a su lectura.

Aprovecho la oportunidad para dejar constancia de mi agradecimiento al equipo organizador del coloquio, a los directivos del Centro Universitario de Tonalá de la UdeG: doctora Ruth Padilla Muñoz, rectora; doctora Marina del Sagrario Mantilla Trolle, jefa del Departamento de Ciencias Sociales; doctor Marco Antonio Pérez Cisneros, director de la División de Ciencias, y doctora María Rodríguez Bautista, directora de la División de Ciencias Sociales, por apoyar dicho evento y llevar a la imprenta sus resultados; asimismo, a las coordinadoras de la obra por su generosidad para registrar mi punto de vista sobre el contenido del libro e invitar a los interesados a leerlo, con ojos eminentemente críticos.

Elementos para una teoría sobre historia de la ciencia mexicana1

Alberto Saladino García

Presentación

Deseo iniciar mi exposición con sinceros agradecimientos a los organizadores del Primer Coloquio de Historia de la Ciencia: Pasado, Presente y Futuro de la Ciencia en México de la Universidad de Guadalajara, por invitarme a dictar la conferencia inaugural. Acepté gustoso por la percepción de que el cultivo de la historia de la ciencia en México se está consolidando en virtud de la implosión de conferencias, coloquios, congresos, seminarios, simposios, publicación de artículos, de revistas, edición de libros y la apertura de cursos en licenciaturas de las áreas de las ciencias y de las humanidades, y la impartición de posgrados.

Dichas circunstancias prueban el dinamismo en los estudios sobre de la historia de la ciencia en nuestra época, al contar con fuentes más que suficientes para profundizar en el análisis, la revisión crítica y el planteamiento de reflexiones, en los cuales se aportan datos para identificar su perfil profesional. De manera que existen elementos para desarrollar la concepción de la historia de la ciencia y los conocimientos con los cuales elevarla al plano de teoría.

Centraré mi exposición en tres elementos que me parecen indispensables para abonar argumentos en pos de una teoría sobre la historia de la ciencia mexicana: la génesis de la historia de la ciencia en México; fuentes y numeralia bibliográfica y su legitimación epistemológica mediante la revisión de sus propuestas de periodización, novedad, originalidad y tradición.

Génesis de la historia de la ciencia en México

Debo apuntar —con base en los estudios realizados en México— que en este rubro es innecesario apelar a los grandes nombres de la cultura occidental para sustanciarlo, pues hombres y mujeres estudiosos en nuestro territorio han marcado sus orígenes; más bien, hemos de tenerlos como nuestros grandes y propugnar por su reconocimiento en el concierto de la historia de la ciencia mundial.

Acudamos, pues, a la memoria mexicana para probarlo. Con la implantación de la cultura occidental, a partir del siglo XVI, el cultivo de la ciencia occidental estuvo a la orden del día y sus productos fueron varios. Entre sus primeras manifestaciones, tenemos las obras de Martín de la Cruz y Juan Badiano, Libellus de medicinalibus Indorum herbis, quem quídam Indus Collegii Sanctae Crucis medicus composuitanno Domini 1552, y de Juan Diez Freyle, Sumario compendioso de las cuentas de plata y oro que en los reinos del Perú son necesarios a los mercaderes y todo género de tratantes. Con algunas reglas tocantes a Aritmética (México, Juan Pablo de Brescia, 1555). Estos textos constituyen el amanecer de los americanos en el ámbito de la racionalidad occidental, por lo que pueden apreciarse —con otras producciones a lo largo de esta centuria—, como materia prima para introducirse en la edificación de la historia de la ciencia en México.

Un suceso de incuestionable importancia en la explicación de la génesis de la historia de la ciencia en nuestro territorio lo representa un atisbo de Juana Inés María del Carmen Martínez de Zaragoza Gaxiola de Asbaje y Ramírez de Santillana Odonojú, en la segunda mitad del siglo XVII. Para probar por qué debe ser reivindicada, por lo menos como pionera, sino es que como forjadora de la historia de la ciencia, en general, y de las científicas, en particular, debo señalar que el programa de su desenvolvimiento intelectual consistió en sugerir los aportes de las mujeres a través de la historia, para clarificar su igualdad frente a los hombres, específicamente en el plano cultural, que el género masculino se había reservado como exclusivo. Su postura gnoseológica tomó dos orientaciones: por una parte, igualarse con algunos de los prominentes intelectuales de sexo masculino y, por otra, destacar los aportes de mujeres a lo largo de la historia.

En diversos pasajes de su obra, con reconocimiento y cierta humildad, cita tanto a filósofos y teólogos como a científicos, entre ellos, Agustín de Hipona, Aristóteles, Galeno, Juan Crisóstomo, Parménides, Ptolomeo, Séneca, Tomás de Aquino; con apoyo en los argumentos de uno de los apóstoles clarifica las posibilidades intelectuales de las mujeres y, en particular, la de ella frente a Agustín de Hipona y Aristóteles, al escribir:

dice el Apóstol: “Pues por la gracia que me ha sido dada, digo a todos los que están entre vosotros que no sepan más de lo que conviene saber, sino que sepan con templanza y cada uno como Dios le repartió la medida de la fe”. Y en verdad no lo dijo el Apóstol a las mujeres, sino a los hombres; y que no es sólo para ellas el callar, sino para todos los que no fueren muy aptos. Querer yo saber tanto o más que Aristóteles o que San Agustín, si no tengo la aptitud de San Agustín o de Aristóteles, aunque estudie más que los dos, no sólo no lo conseguiré sino que debilitaré y entorpeceré la operación de mi flaco entendimiento con la desproporción de objeto (De la Cruz, 1982: 332-333).

Su razonamiento es convincente al reconocer que las mujeres, contando con el don intelectual, tienen el mismo derecho, como los hombres, de enriquecer el saber.

Para demostrar su erudición sobre los aportes de féminas a la cultura, se dedicó a enlistar una nutrida nómina de humanistas y religiosas: Abigail, Ana, Blesila, Débora, Ester, Fabiola, Falconia, Gertrudis, Nicostrata, Paula, Pola Argentaria, Rahab, Sabá, Sibilas; pero lo destacable e insólito con que prueba su amplísima cultura fue la relación hecha de prominentes científicas:

Si revuelvo a los gentiles… Veo adorar por diosa de las ciencias a una mujer como Minerva, hija del primer Júpiter y maestra de toda la sabiduría de Atenas… Veo a una Cenobia, reina de los Palmirenos, tan sabia como valerosa. A una Arete, hija de Aristipo, doctísima… A una Aspasia Milesia que enseñó filosofía y retórica y fue maestra del filósofo Pericles. A una Hispasia [Hipatia] que enseñó astrología y leyó mucho tiempo en Alejandría. A una Leoncia, griega, que escribió contra el filósofo Teofrasto y le convenció. A una Jucia [Julia], a una Corina, a una Cornelia; y en fin a toda la gran turba de las que merecieron nombres, ya de griegas, ya de musas, ya de pitonisas; pues todas no fueron más que mujeres doctas, tenidas y celebradas y también veneradas de la antigüedad por tales. Sin otras infinitas, de que están los libros llenos, pues veo aquella egipsiaca Catarina, leyendo y convenciendo todas las sabidurías de los sabios de Egipto… Sin otras que omito por no trasladar lo que otros han dicho…, pues en nuestro tiempo está floreciendo la gran Cristina Alejandra, Reina de Suecia, tan docta como valerosa y magnánima (De la Cruz, 1982: 330-331).

Su erudición es encomiable; la valoración de sus aportes a la historia de la cultura invoca la pertinencia de complementar las informaciones que proporciona sobre las científicas en cuestión, como muy bien lo han adelantado algunos historiadores de la ciencia (Alic, 1991 y Saladino, 1996).

Conforme se enriquezcan las informaciones del programa establecido por la llamada décima musa, se constatará mi afirmación de considerarla precursora o quizá la madre de la historia de la ciencia por su preclara inquietud intelectual de rescatar los aportes y significación de su género en el ámbito del saber científico.

Su erudición y la mentalidad racionalista con la que procedió le permitieron establecer la primera relación de mujeres interesadas y practicantes de la ciencia de la que se tenga memoria. Con base en los estudios elaborados por historiadores de las ciencias, se prueba la existencia de Arete de Cirene (370-340 a.n.e.), Aspasia de Mileto (470-410 a.n.e.), Catarina o Catalina de Alejandría (siglos III-iv), Cenobia o Zenobia, nombre latinizado del arameo Bat-Zabbai (circa siglo tercero de esta era), Cornelia Scipio (189-110 a.n.e.), Cristina Alejandra (1626-1689), Hipatia de Alejandría (370-415), Julia Domna (¿-217) y Leoncia (circa 300 a.n.e.).

En consecuencia, pienso, debe propalarse que Juana Inés de Asbaje representa el amanecer del cultivo de los conocimientos sobre historia de la ciencia, pues ningún(a) estudioso(a) antes de ella había apreciado la significación femenina en el cultivo del saber científico.

Más aún, en abono a los méritos de Juana Inés, debo apuntar que fue fundadora del surgimiento de la tradición feminista al promover la recuperación de los aportes de las mujeres a través del tiempo; incluso, el recuento de las mujeres en la historia de la cultura le asigna propósitos ilustrativos, tanto para comprender la igualdad de capacidades intelectivas con los hombres, como porque pretendía institucionalizar su participación novohispana como trabajadora de la cultura. En este último sentido, apuntó la pertinencia de que fueran las mismas mujeres quienes instruyeran al género femenino, para evitar problemas de relación con los varones.

La sucederían estudiosos que forjarán la tradición mexicana en el ámbito de la historia de la ciencia. En efecto, a la vuelta del siglo, apareció un texto que le dio continuidad, ciertamente en este caso pesó más el interés por recuperar las creaciones culturales en general y no la preocupación exclusiva por sistematizar los aportes científicos. Es el caso de Juan José de Eguiara y Eguren con su Bibliotheca mexicana o Historia de los varones eruditos que en la América Boreal nacidos o que, en otra tierra procreados, por virtud de su mansión o estudios en ésta arraigados, en cualquier lengua algo por escrito legaron, principalmente de aquellos que en dilatar y favorecer la fe católica y la piedad con sus hazañas y con cualquier género de escritos publicados o inéditos, egregiamente favorecieron (volumen I, 1755).

El proceso seguido por la historiografía de la historia de la ciencia en el siglo XIX persistió con las obras de José Mariano Beristáin Romero y Martín de Souza, Biblioteca Hispano-Americana Septentrional o Catálogo y noticia de los literatos, que o nacidos, o educados, o florecientes en la América Septentrional española han dado a luz algún escrito, o han dejado preparado para la prensa (tres volúmenes, México, 1816-1821); Manuel Orozco y Berra, Apuntes para la historia de la geografía en México (1873); Francisco del Paso y Troncoso, Estudios sobre la historia de la medicina en México, en Anales del Museo Nacional (1883); Francisco Pimentel, Historia crítica de la literatura y de las ciencias en México, desde la Conquista hasta nuestros días (1885); Francisco de Asís Flores y Troncoso, Historia de la medicina en México desde la época de los indios hasta el presente (1886); Nicolás León, Apuntes para la historia de la medicina en Michoacán, desde los tiempos prehispánicos hasta 1875 (1886), Apuntes para la historia de la cirugía en Michoacán, desde los tiempos prehispánicos hasta el año de 1875 (1887) y Apuntes para la historia de la obstetricia en Michoacán, desde los tiempos prehispánicos hasta el año de 1875 (1887); Santiago Ramírez, Estudio biográfico del señor Don Joaquín Velázquez Cárdenas de León Primer Director General de Minería (1888); Modesto de Olaguíbel, Memoria para una bibliografía científica de México en el siglo XIX. Sección primera (Botánica) (1889); Jesús Galindo y Villa, El presbítero D. José Antonio Alzate y Ramírez (1890); Santiago Ramírez, Biografía del señor D. Manuel Ruiz de Tejada, antiguo alumno del Colegio de Minería (1889), Datos para la Historia del Colegio de Minería (1890) y Biografía del Sr. D. Andrés Manuel del Río. Primer catedrático de mineralogía del Colegio de Minería (1891); Nicolás León, Biblioteca botánico-mexicana (1895); José G. Aguilera, Bosquejo geológico de México (1896); Lázaro Pavia, Reseña biográfica de los Doctores en medicina más notables de la República Mejicana e historia ligera de la ciencia médica desde las épocas más remotas y sus progresos en el presente siglo (1897).

Los estudios sobre historia de la ciencia se intensificaron a lo largo de todo el siglo XX, ya no sólo como curiosidad gnoseológica, sino como producto del proceso de profesionalización y la aparición de especialistas. Así, los logros científicos consolidaron una nueva imagen de la ciencia, en constante cambio y permanente readecuación, para dar cuenta más objetivamente de los procesos y fenómenos que acontecen en la realidad. Dentro de este contexto aconteció la profesionalización del estudio de la historia de las ciencias y la dosificación de procedimientos más adecuados para su cultivo.

Fuentes y numeralia

Las investigaciones realizadas para reconstruir los conocimientos racionales de la época prehispánica proporcionan información sobre el empleo de medios que se salen del canon de las fuentes tradicionales, como lo apuntan Laura Rodríguez Cano y Alfonso Torres Rodríguez en su obra Calendario y astronomía en Mesoamérica (2009): “Enfocaremos las formas de registro en piedra, madera, cerámica, concha, hueso y fibras, que dan cuenta de los ciclos y cómputo del tiempo que utilizaron las distintas culturas mesoamericanas a lo largo de su historia como norma en su vida política, religiosa, económica y social” (Rodríguez Cano y Torres Rodríguez, 2009: 9). Esas herramientas de trabajo son fuentes indiscutibles, aunque heterodoxas, para respaldar la reconstrucción gnoseológica de tal época, pero no son suficientes.

Por ello, se recurre a otros medios con los cuales satisfacer el rigor de las fuentes y lo han explicado así investigadores como Alfredo López Austin, al dar cuenta del transvase de contenidos a fuentes escritas con letra latina, pero en idioma náhuatl (1975: 12 y 1980: 8) y de otros procedimientos y medios para explicar convincentemente lo que se estudia como los informes de fuentes etnográficas.

El estudio de etapas posteriores, como los siglos de la época colonial y de vida independiente, ha requerido de fuentes fundamentalmente escritas, como documentos, boletines, epístolas, gacetas, periódicos, revistas, tesis y libros. De ahí que el trabajo de archivo resulte de primordial importancia para los historiadores, pues allí es donde se obtienen fuentes primarias documentales como cartas, informes, leyes, oficios, testamentos, etcétera. Asimismo, los investigadores le vienen otorgando creciente jerarquía a las publicaciones periódicas, de las más antiguas, como las gacetas editadas de manera regular e intermitentemente en el siglo XVIII.

La tradición por el empleo de las publicaciones periódicas se forjó a lo largo de los dos últimos siglos, y la han mantenido los estudiosos más destacados, pero complementada con otras fuentes como los libros.

Más recientemente fueron incorporadas como fuentes los trabajos de titulación, principalmente, las tesis, pues son producto de investigaciones emprendidas por jóvenes que, si bien resultan, a veces, poco novedosas y originales, constituyen materia prima importante por el acopio de datos e informaciones; en muchas de las ocasiones, pioneras o escasamente conocidas.

Por eso, las fuentes resultan de primordial importancia para elaborar trabajos como los que nos corresponde desarrollar, y no pueden reducirse sólo a las escritas, pues el sui géneris proceso histórico de nuestro pasado invoca hurgar en otros medios más allá de los expuestos. Federico de la Torre así lo ha planteado: “…la recuperación de fuentes como las patentes industriales, los instrumentos científicos, las citas, las correspondencias científicas e industriales, los periódicos científicos y técnicos, y la iconografía, entre otras, permite moldear un estudio más abierto, alejado de una interpretación reduccionista de las profesiones que a la larga resultaría insuficiente para abordar un tema tan complejo” (De la Torre, 2000: 16). Incluso, las fuentes orales resultan imprescindibles, como las entrevistas con protagonistas o testigos cuyas informaciones no han llegado a las prensas.

Si bien existen antecedentes de trabajos de investigación sobre historia de la ciencia, los que pueden considerarse como profesionales son los producidos a partir del siglo XX a la fecha. La identificación de bibliografía al respecto contenida como apéndice en mi más reciente libro, Elementos para una teoría latinoamericana sobre historia de la ciencia (2015), me permite establecer la siguiente numeralia: 200 títulos alcanzaron las prensas en el siglo XX y cerca de 120 libros en los 15 años transcurridos del siglo XXI, lo cual da cuenta de abundantes fuentes para convertirlas más allá de libros de apoyo y consulta en objetos de análisis, crítica, estudios y reflexiones para conformar el perfil mexicano de la historia de la ciencia.

Por ejemplo, ahora recurro a dicha bibliografía con el propósito de ubicar los intereses gnoseológicos de los investigadores mexicanos sobre historia de la ciencia con base en áreas del conocimiento. En historia de ciencias exactas —astronomía, física, matemática— se publicaron 12 libros a lo largo del siglo XX y ya van 12 en el siglo XXI; sobre historia de ciencias humanas fueron 14 en la centuria pasada y van 11 en la actual; acerca de historia de la medicina —cirugía, enfermería, fisiología, herbolaria, odontología, patología, etcétera— alcanzaron las prensas 38 títulos en el siglo XX y ya van 18 en el siglo XXI; con respecto a textos de historia de las ciencias naturales —biología, botánica, geografía, geología, química— a lo largo de la centuria pasada fueron publicados 24 libros y se han publicado 15 en esta centuria; en relación con títulos de historia de las ciencias sociales —antropología, arqueología, derecho, economía, política— se editaron 10 libros en el siglo XX y en el actual he identificado siete.

Otros rubros del conocimiento histórico que contribuyen a enriquecer el perfil del estado del arte en las investigaciones históricas de la ciencia en México, lo representan las historias de la ingeniería y de la tecnología; se produjeron siete libros en el siglo pasado y en el actual van seis.

Asimismo, debe apuntarse la elaboración de textos orientados a estimular el estudio y profundización de la historia de la ciencia mediante la sistematización de fuentes, como es el caso de la publicación de 13 libros con bibliografías alusivas en el siglo XX y la edición de dos libros en el siglo XXI. Aquí incluyo los libros específicos o generales de historia de la ciencia que en México han sido prolijos, pues se publicaron 24 en el siglo pasado y 5 en lo que va de la centuria actual. También se publicaron 15 libros sobre historia de instituciones científicas y siete de historias relativas a organizaciones científicas en el siglo XX, en tanto han sido tres y dos, respectivamente, en la actual centuria.

Dos hechos más resultan relevantes a destacar en la construcción del rostro de las investigaciones históricas vinculadas con la historia de la ciencia en México. Por una parte, tenemos la atención a la vida de protagonistas de la ciencia, pues se editaron 32 biografías en la centuria pasada y 24 se han publicado en el actual siglo, lo que representa casi una quinta parte del total. El otro caso significativo lo constituye la aparición de libros relacionados con el arribo de científicos españoles, cuyo impacto ha sido innegable en las más diversas ramas, por lo que en el siglo pasado se editaron tres libros y en el actual igualmente se han publicado tres.

Legitimidad del conocimiento histórico

Si la epistemología ha servido para contextualizar los procesos de génesis, construcción, consenso e implicaciones del conocimiento científico a través del tiempo, podemos recurrir al análisis epistemológico para sustanciar la emergencia del modus operandi de los historiadores de la ciencia mexicana, pero no sólo por el análisis de la lógica interna de esta rama del conocimiento, sino también para atender la situación de crisis del paradigma de la ciencia como conocimiento casi incuestionable, proclive a su dogmatización. Para argumentar en este sentido, consideraré cuatro cuestiones: periodización, novedad, originalidad y tradición.

Periodización

Una de las cuestiones insoslayables en toda revisión epistemológica sobre la historiografía de la historia de las ciencias, lo constituye el asunto de la periodización, pues al adentrarse en la revisión de los criterios para su establecimiento salta a la vista la falta de consenso y más bien destacan como rasgos la inexistencia de justificación científica de los mismos, la aplicación de propuestas ajenas al desenvolvimiento científico de nuestros países o, cuando más, el uso de nomenclatura sui generis, o el apego a los cánones de la historia política.

Tal situación proviene de las primeras historias de las ciencias escritas. La enseñanza de esta preocupación por forjar propuestas alternativas ha sido retomada por otros historiadores a través de la problematización de la cuestión, al contrastar los fundamentos de las periodizaciones utilizadas. En México tenemos dos ejemplos, uno lo constituye la obra de Elías Trabulse, quien ha atendido el asunto de la periodización con diversas alternativas, destacan la periodización por siglos como lo testimonia su magna obra Historia de la ciencia en México al dedicar los primeros cuatro volúmenes a los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, respectivamente, y la propuesta de establecer divisiones dentro de los siglos según los temas estudiados.

El otro caso lo representa Luz Fernanda Azuela Bernal, quien en uno de sus estudios sobre sociedades científicas estipula que al efectuar “análisis de los objetivos de la práctica científica corporativa, la periodización planteaba dificultades. Entre las opciones a la mano estaba la periodización tradicional que considera elementos de carácter político, así como una eventual propuesta sustentada en las transformaciones que se verificaron en la organización de la ciencia […] Las décadas naturales, por su parte, facilitaban el estudio estadístico” (Azuela Bernal, 1996: 7).

Así, se observa la existencia de criterios diferenciados que amparan las periodizaciones tradicionales y la posibilidad de propuestas apegadas a las exigencias de los temas de estudio, con lo que se sugieren elementos para generar periodizaciones alternativas.

Novedad

La historiografía relativa a la historia de la ciencia mexicana aporta material para incursionar en el tema de la novedad. Por diversas razones, los estudios de historia de la ciencia han resultado novedosos tanto para mexicanos como para extranjeros. Para nuestros compatriotas porque su cultivo ha venido a develar una zona ignorada de nuestra historia, identificada por Elías Trabulse como historia secreta, y en consecuencia, ha buscado enriquecer la comprensión del pasado cultural del país. De modo que en México se sigue desarrollando la historia de la ciencia con variedad de temas, por lo cual en primera instancia se puede advertir su carácter novísimo en aspectos no abordados antes y ellos afloran por doquier. Para mostrarlo, consideraré algunos casos sustanciados por nuestros historiadores.

Cuando se integra el primer libro con esa perspectiva, uno de sus promotores apunta:

En este volumen se recoge por primera vez la experiencia histórica que en materia de ciencia ha tenido la porción del continente, que en la actualidad constituye América Latina. Los estudios que lo integran consideran de conjunto la historia de la ciencia de esta región geográfica y cultural. Sus autores son historiadores de las ciencias que relatan, entre otros aspectos, lo que en diferentes momentos y circunstancias de la historia latinoamericana se entendió por ciencia, las formas que adoptó la actividad científica, los factores de naturaleza contextual responsables de las peculiaridades de la ciencia autóctona, de la domiciliación de la ciencia europea y su evolución ulterior en tierras americanas. Se trata de una historia local (Saldaña, 1996: 7).

A la visión latinoamericanista se añade el esclarecimiento de otras innovaciones como novedades, por ejemplo, la vinculación de estudios sobre los saberes científicos y técnicos autóctonos con los de la ciencia occidental (Saldaña, 1996: 36).

Otro ejemplo lo constituyen los estudios sobre el asociacionismo científico; por eso, los primeros elaborados al respecto se presentan como novedosos. Así lo justifica Luz Fernanda Azuela:

El propósito de este ensayo es mostrar un panorama amplio de la práctica científica durante el Porfiriato, desde la perspectiva de las tres más importantes sociedades científicas del periodo —la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (SMGE); la Sociedad Mexicana de Historia Natural (SMHN) y la Sociedad Científica “Antonio Alzate”—, pues fueron ellas la primera instancia organizativa de la ciencia mexicana en el último tercio del siglo XIX, y por ende, el ámbito al que recurrió el Estado para la organización de su estrategia modernizadora. De las sociedades científicas surgieron algunas de las iniciativas que promovieron la apertura de espacios para la práctica científica, la organización y la participación en eventos de carácter nacional e internacional, así como el desarrollo de investigaciones que llevaron a la ciencia mexicana a un punto culminante en su desarrollo histórico (Azuela Bernal, 1996: 2).

La consideración de algunos autores de presentar los productos de investigación como novedades, lo son en cuanto los temas que trabajaron estuvieron justificados por la inexistencia de antecedentes, o por las nuevas explicaciones e interpretaciones que efectuaron.

La novedad temática se complementa con la referencia a los tipos de fuentes utilizadas. Un caso donde confluyen ambas circunstancias lo constituye el trabajo de Mariana Ortiz Reynoso, Las tesis de farmacia del siglo XIX mexicano (2002). Esa doble novedad radica en lo difícil que es pensar en la existencia de tesis en el siglo XIX y en la impartición de una carrera que no tiene continuidad lineal. Justifica su investigación con la argumentación siguiente:

La idea de emprender este proyecto surgió a raíz de un anhelo por conocer la manera en que se gestó la evolución de la farmacia en México, desde sus inicios hasta su cientifización; en otras palabras, la forma en que se profesionalizó e institucionalizó esta disciplina. Esta investigación está dirigida al análisis de las 97 tesis presentadas por los alumnos de farmacia en sus exámenes profesionales en el periodo de 1870, año de la primera tesis registrada, a 1896, año en que se publica la última edición decimonónica de la Farmacopea Mexicana… nunca antes se habían estudiado las tesis profesionales de los alumnos de la carrera de farmacia del siglo XIX (Ortiz Reynoso, 2002: XIX).

Esta labor pionera es resultado de la ampliación de rubros de nuestros historiadores de las ciencias.

Como se sabe, la historia de la medicina ha sido cultivada con creciente profesionalismo, cuyos antecedentes provienen del siglo XIX y, sin embargo, trabajos recientes se pueden ubicar como novedosos por cuanto añaden informaciones e interpretaciones. Un ejemplo en este sentido lo constituye la obra de Ana Cecilia Rodríguez de Romo, Gabriela Castañeda López y Rita Robles Valencia, intitulada Protagonistas de la medicina científica mexicana, 1800-2006 (2008), donde sustentan: “… no existe una obra que comprenda exclusivamente los datos biográficos elementales de los médicos que hicieron la moderna medicina mexicana” (2008: 30), y se buscó sustanciar lo más científicamente al plasmar una caracterización equilibrada con la enumeración de obras y logros principales del médico.

La novedad interpretativa también es fundamental, pues coadyuva a la generación de estudios con los cuales se pretende trascender el mero inventario o reseña de datos. Para el efecto se han utilizado recursos epistemológicos como lo sugiere Martha Eugenia Rodríguez Pérez: “La transformación de los organismos que se analiza —el Protomedicato, la Facultad de Medicina del Distrito Federal, el Consejo Superior de Salubridad y el Consejo de Salubridad General— justifica el estudio diacrónico de las instituciones mexicanas” (2010: 13).

Como puede advertirse, la invocación a la novedad de sus trabajos, por parte de algunos de nuestros historiadores de las ciencias, tiene múltiples respaldos, pues los hay que buscan admirarnos por ser pioneros en temas que abordan, por inaugurar la perspectiva integracionista latinoamericana, por el uso de fuentes inéditas, por las informaciones que proporcionan, por los instrumentos conceptuales de que se valen o por las interpretaciones a que llegan.

Originalidad

Uno de los sentidos de la semántica del término original apela a lo novedoso, por lo cual este apartado puede concebirse como continuación del anterior; mas existen otras interpretaciones acerca de la originalidad o singularidad que pueden aplicarse a los esfuerzos de nuestros historiadores de la ciencia.

La atención a la originalidad como peculiaridad me permite revisar las justificaciones de los autores de libros en los que buscan incardinar el cultivo de rubros que parecen alejados de las preocupaciones de la cultura nacional, como lo plantea Arturo Menchaca al presentar el libro sobre Las ciencias exactas en México: “La intención de este volumen es dar un panorama del estado actual (hasta fines del siglo XX) de las ciencias exactas y naturales, no biológicas, junto con la ingeniería en México, así como de las perspectivas de estas disciplinas para el siglo XXI […] La presentación corre desde lo más básico (las matemáticas) hasta lo más aplicado (la ingeniería)” (Menchaca, 2000: 11), pues se observa como insólito la vinculación de la ciencia con la tecnología, la integración —en la mayoría de colaboraciones— de exposiciones sobre antecedentes prehispánicos y/o coloniales y la inquietud por mostrar la relación entre pasado, presente y el futuro de las mismas.

La originalidad se evidencia en la génesis de los estudios al exponer planteamientos que van más allá de los criterios académicos como los externados por Ruy Pérez Tamayo:

He escrito este libro porque una búsqueda personal y varias consultas con amigos historiadores de la ciencia en nuestro país no lograron identificar algún texto publicado sobre el tema: Historia general de la ciencia en México en el siglo XX.

Existen otros muchos estudios monográficos sobre distintos aspectos específicos de distintas ciencias en nuestro país en el siglo pasado… pero ninguno que contenga un examen crítico general de toda la ciencia en México en el siglo XX, de sus condiciones iniciales, de sus transformaciones, de su estado actual y de su futuro próximo. El objetivo de este libro es intentar llenar ese vacío (2005: 5).

Entonces, tenemos que el rasgo distintivo estriba en la determinación de la inexistencia de investigaciones publicadas sobre el tema, pero también por los acotamientos y objetivos de los mismos en los que se inscriben intereses gnoseológicos y personales, así como el deslinde de posturas ideológicas y el esbozo de argumentos a favor del conocimiento del pasado reciente de la ciencia:

Aunque este libro se titula Historia general de la ciencia en México en el siglo XX, en realidad es menos que eso […] cuyo objetivo específico [es]: describir y documentar algunos hechos sobresalientes de la historia general de la ciencia en nuestro país en el siglo XX (a partir de 1912), en especial aquellos que ilustren mejor las tres grandes transformaciones ocurridas en ese lapso en la ciencia mexicana, que son: 1) su profesionalización, crecimiento y diversificación, 2) su ingreso, primero al discurso oficial y más recientemente a las acciones oficiales, y 3) su matrimonio con la tecnología.

[…] Mi interés central ha sido describir la evolución de la ciencia en general en México en el siglo XX […]

Este libro está dirigido a todos los mexicanos, porque estoy convencido de que a todos nos interesa o debería interesarnos… No es que nuestra ciencia esté subdesarrollada porque México es un país subdesarrollado, sino exactamente al contrario: México es un país subdesarrollado porque su ciencia está subdesarrollada (Pérez Tamayo, 2005: 6-7).

Despertar el interés en esta temática entre los mexicanos en general tiene el propósito de esclarecer la importancia de la ciencia en el desenvolvimiento del país, cuya aclimatación es condición sine qua non para superar el atraso de la nación.

La originalidad se reclama incluso en el uso de fuentes directas para desplegar investigaciones con las cuales incrementar la historiografía e innovar las interpretaciones o para abordar tópicos soslayados. Contribuciones originales han hecho nuestros historiadores a temas del pasado de la ciencia europea. De los varios testimonios cito el ejemplo, por parecerme paradigmático, de Ana Cecilia Rodríguez sobre la originalidad científica en el quehacer de Claude Bernard al explicar:

Ésta es la historia de su primer gran hallazgo científico. En 1848 descubrió cómo, gracias al páncreas, se digieren y absorben las grasas que consumimos con los alimentos. La originalidad del libro depende del uso exhaustivo de sus protocolos de laboratorio, de donde surge una verdad muy diferente a la que el gran fisiólogo francés hizo pasar a la historia a través de sus publicaciones.

En sus cuadernos personales, Bernard plasma no sólo su pensamiento científico, sino a veces también sus más íntimas ideas, opiniones, deseos o frustraciones. En sus impresos describe una narrativa gloriosa de su descubrimiento, sin tropiezos ni dudas, y casi perfecta desde el punto de vista de la metodología experimental. Trabajar con los manuscritos bernardinos permite seguir el proceso creativo, a veces doloroso, a veces deslumbrante, de su vida científica […]

El uso de los protocolos de laboratorio en la investigación histórica es más bien excepcional (2006: 15, 18).

El contacto con las fuentes directas embarga de emoción a la autora de este libro, que lo usa para explicar una de las contribuciones más importantes del científico francés y lo pondera en los términos siguientes:

Este libro es la historia del primer descubrimiento de Claude Bernard, cuál fue, cómo lo realizó, qué hay acerca de su contexto social, científico y, sobre todo, personal. ¿Cómo “sentía” en el laboratorio de investigación?, ¿cómo reaccionaba ante sus hallazgos de trabajo?, ¿cuáles eran las explicaciones que ese cerebro privilegiado naturalmente otorgaba a tantas cosas que muchos vieron, pero no entendieron? Apoyada en los papeles bernardinos, propongo respuestas a esas preguntas (Rodríguez de Romo, 2006: 20-21).

Como se aprecia, su trabajo fue abordado de manera profesional, lo cual es del todo encomiable.

Asimismo, nuestros estudiosos de la historia de las ciencias se han preocupado por investigar las aportaciones originales de latinoamericanos a los temas de frontera de la ciencia mundial, de modo que tópicos como la gravitación universal, la teoría de la selección natural, el origen de la vida, la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad han sido abordadas para exponer su arraigo y difusión, pero también las contribuciones sobre ellas.

Así lo testimonia María de la Paz Ramos Lara con el caso de la teoría de la relatividad:

Mediante esta obra dejamos constancia de nuestra participación en las actividades que se organizaron en la UNAM y en todo el mundo, en el año 2005, para conmemorar el Año Internacional de la Física […] a través de este libro damos a conocer la recepción y desarrollo que tuvo la relatividad y la gravitación en México; las primeras contribuciones que realizaron los científicos mexicanos en estos campos; la experiencia que tuvieron algunos de ellos al conocer a Albert Einstein, y la trayectoria institucional de diversos grupos y líneas de investigación (2008: 9, 11).

Tradición

La tradición o conformación y transmisión de valores científicos promovidos por los historiadores de las ciencias para incardinar la razón científica en la nación es una de las más importantes consecuencias prohijadas por la historiografía producida. Pero nuestros historiadores han trascendido esa labor al radiografiar, además, momentos claves del cultivo y fomento de la ciencia en nuestra historia.

Historiadores, como Elías Trabulse, nos recuerdan la dominancia en la historia de México de tres tradiciones científicas que han coexistido yuxtaponiéndose: organicista, hermética y mecanicista (1984: 21). Más aún, este autor, con base en el profundo conocimiento de la mecánica de la ciencia en la historia mexicana, contrasta la tradición con la ruptura para sustentar que han sido las constantes.

En la construcción de la tradición en la historia de la ciencia mexicana participan los cultores de esta disciplina, no obstante que atienden diversidad de cuestiones y lo hacen con plena conciencia. Entre los mecanismos puestos en boga destacan la edición de publicaciones producto de homenajes como la magna obra editorial impulsada por Patricia Aceves Pastrana, quien ha entregado a los interesados media docena de textos de la serie Estudios de Historia Social de las Ciencias Químicas y Biológicas con el noble propósito de “contribuir al establecimiento de una tradición dirigida al rescate del pasado de las ciencias químicas y biológicas en la complejidad de su terreno histórico” (1995: 15).

Otro medio empleado es la conmemoración de efemérides para revalorar la obra de científicos, ramas del conocimiento, instituciones, teorías, etc. La historiografía específica en este caso la constituye diversidad de obras. Acudo para ejemplificarlo a textos editados por Graciela Zamudio y Gerardo Sánchez Díaz (coords.), Entre las plantas y la historia. Homenaje a Jerzy Rzendowski (1998); Teresa Rojas Rabiela (coord.), José Antonio Alzate y la ciencia mexicana (2000); Patricia Aceves Pastrana (ed.), Periodismo científico en el siglo XVIII: José Antonio de Alzate y Ramírez (2001); Gerardo Sánchez Díaz y Porfirio García de León (coords.),