Pasión encubierta - Lori Foster - E-Book
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Pasión encubierta E-Book

Lori Foster

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Beschreibung

Cuando el detective Logan Riske emprendió una misión encubierta para encontrar a Pepper Yates, que posiblemente tenía alguna relación con el asesinato sin resolver de su mejor amigo, se prometió que iba a conseguir su cooperación haciendo lo que fuera necesario. Sin embargo, aquella esquiva belleza era más desconfiada y corría más peligro de lo que él pensaba. Y lo que menos necesitaba era empezar a sentir algo por ella… Pepper se había pasado años esquivando al propietario corrupto de un club nocturno que no iba a detenerse ante nada con tal de mantenerla en silencio. Ella no podía confiar en nadie, ni siquiera en el guapísimo obrero de la construcción que se había mudado al apartamento de al lado. Entre ellos había surgido una atracción innegable, pero, al rendirse a esa pasión, ¿conseguiría la seguridad que tanto anhelaba, o lo que sentía por Logan los pondría a los dos en el punto de mira del asesino? "Lori Foster teje una alta tensión sexual a la vez que desarrolla una historia de suspense". Romantic Times

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Seitenzahl: 483

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Lori Foster

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasión encubierta, n.º 202 - enero 2016

Título original: Run the Risk

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá.

Traducido por María Perea Peña

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con

personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o

situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, TOP NOVEL y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina

Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos

los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7833-4

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Si te ha gustado este libro…

Dedicatoria

 

Para Jenna Scott y Gary Tabke. Tengo un gran respeto por los agentes de policía, pero sé muy poco sobre el funcionamiento interno de los cuerpos de seguridad.

Gracias a los dos por ayudarme a comprender ese funcionamiento, por ayudarme en la investigación y por responder mis numerosas preguntas.

Cualquier error o exageración es mío, porque, de verdad, ¡a veces los escritores necesitamos que las cosas encajen! Pero, gracias a vosotros dos, espero que la historia sea verosímil.

Dedicado a la comunidad de escritores, de autores y de lectores.

Capítulo 1

 

Pepper Yates sintió un intenso escrutinio mientras caminaba hacia el edificio de su apartamento. Llevaba sintiéndolo ya dos semanas, desde que había llegado su nuevo vecino, pero no había conseguido acostumbrarse a él.

Se estremeció.

No saludó al hombre que estaba asomado a la terraza, con los brazos musculosos apoyados en la barandilla, sin camisa y sonriendo, siguiendo todos sus movimientos.

No le dio ánimos de ninguna manera. Él estaba fuera de su alcance, y su atención hacia ella la ponía nerviosa.

Se resbaló por culpa de aquella inseguridad, y sus zapatillas baratas de lona y suela de goma hicieron un ruido repelente contra el pavimento. La falda larga le golpeó las espinillas. Sintió una opresión en el pecho.

Con la cabeza agachada, agarrando con fuerza las bolsas de papel de la compra, fingió que no notaba su presencia en la terraza.

Deberían darle un Óscar, porque, de veras, ¿quién no iba a notar su presencia? Seguramente, las mujeres iban a él como moscas a la miel. Tenía aquel tipo de actitud fresca y chulesca.

El tipo de actitud que la alteraba.

A él debía de fastidiarle que ella no le hiciera caso. Era la única explicación que tenía su atención continua. Sin embargo, ¿qué otra cosa podía hacer ella?

El sol ardiente de agosto le caía a plomo sobre la cabeza. Le encantaría darse un buen baño fresco en la piscina. Pero no con él delante.

En realidad… nunca más.

Parecía que los días en que podía bañarse tranquilamente habían terminado para ella. Le entristecía pensar en todo a lo que había tenido que renunciar en nombre de la supervivencia.

Pero, gracias a su hermano, había sobrevivido, y eso era lo más importante.

También era el primer motivo por el que no podía dejarse atraer por su vecino.

Debería tener una gran letra pe de «Peligro» en el pecho desnudo.

Mientras aceleraba el paso, bajó la cabeza, pero, por supuesto, él la saludó.

Siempre la saludaba. No tenía sentido, pero sus rechazos no lo habían desanimado en absoluto.

Aquel hombre tenía un ego muy sólido.

—Buenas noches, señorita Meeks.

Cuando había elegido aquel nombre falso, no le había importado que sonara tan absurdo como Sue Meeks, porque muy poca gente se dirigía a ella, y nunca la saludaba nadie.

Pero él, sí.

Tomó aire, miró hacia arriba y asintió.

—Buenas noches.

Él salió de la terraza, y ella supo que había entrado para poder abordarla en el pasillo.

¿Por qué no la dejaba en paz?

El edificio donde estaban sus apartamentos era… desagradable. La pintura de las paredes estaba desconchada, había humedades en los rincones y la moqueta tenía manchas que ella no quería inspeccionar demasiado…

Ella sabía por qué estaba allí.

Sin embargo, ¿por qué estaba él allí?

A cada paso, sabía que se acercaba más a su vecino, pero no tuvo más remedio que subir por las escaleras hasta el segundo, donde estaba su apartamento. Y, por supuesto, él estaba esperándola.

Ella se detuvo.

Entonces, él se apoyó en su puerta, que estaba justo al lado de la suya, con los brazos cruzados sobre el pecho desnudo, con el pelo castaño despeinado y una barba incipiente. Solo llevaba unos pantalones cortos de algodón, de color marrón, que estaban arrugados y que le colgaban de las caderas delgadas. A ella se le cortó la respiración.

Siempre que lo veía, sentía el mismo impacto de la primera vez. Era tan increíblemente atractivo que la dejaba embobada.

¿Qué quería?

Teniendo en cuenta lo guapo que era, y el aspecto que tenía ella, no podía tratarse de lo usual. Entonces, ¿por qué la perseguía sin descanso?

La larga caminata que había desde casa al supermercado, y la vuelta, algo que normalmente le gustaba, la había dejado acalorada, sudorosa y sin ánimo para jueguecitos.

Por lo menos, no aquellos jueguecitos.

Intentó apartar la mirada para evitar que él notara todo lo que ella sentía y pensaba.

Sobre él. Sobre el increíble cuerpo que él se empeñaba en exhibir.

Y en cuánto le gustaría a ella frotarse contra aquel cuerpo…

—Eh.

Antes de que pudiera pensar en una forma de esquivarlo, él se apartó de la puerta y le dedicó una sonrisa amigable. Tenía los ojos oscuros y la mirada cálida. Ella se tragó el suspiro.

—Hola.

—Vamos, deja que te ayude con las bolsas.

Pepper respondió:

—No, de veras, no es necesario. Tengo que…

De todos modos, él le arrebató las bolsas y le hizo un gesto para que lo precediera hacia su apartamento. Ella, con las manos vacías, mantuvo los hombros encorvados e hizo todo lo posible por disimular su reacción.

—De veras, señor Stark…

—Somos vecinos, así que llámame Logan.

Ella no quería llamarlo de ninguna manera, e intentó transmitírselo.

—De veras, señor Stark, no necesito ayuda.

Él sonrió. Fue una sonrisa divertida, de flirteo.

—Eres muy quisquillosa.

—Yo no soy….

Él le quitó las llaves de la mano, también. Y, como si intentaba arrebatárselas iba a quedar como una tonta, Pepper no tuvo más remedio que seguirlo.

Mientras él abría la puerta, observó su ancha espalda. Estaba moreno, y tenía la piel casi tan húmeda de sudor como ella.

Sintió un cosquilleo en los dedos, a causa de la necesidad de acariciarlo, de pasar las palmas de las manos por aquella piel caliente y por sus músculos tensos.

Él se giró, y ella pudo ver de cerca su pecho. Aunque se sentía escandalizada, no pudo dejar de fijarse en sus tetillas pequeñas y marrones, y en el vello suave que las ocultaba un poco…

—Si no eres quisquillosa, ¿qué eres?

Ella alzó la vista y, al darse cuenta de que él la había estado observando, se ruborizó.

—Soy celosa de mi intimidad —respondió Pepper.

Aunque, teniendo en cuenta cómo acababa de mirarlo, no era de extrañar que él no lo comprendiera.

Cada vez que se cruzaba con él, lo devoraba con la mirada, porque él siempre exhibía demasiada piel. Ella no estaba acostumbrada a ver a nadie tan guapo como él.

Él la tomó por la barbilla para que alzara la cabeza, y a ella estuvo a punto de parársele el corazón.

—¿Saludar a un vecino pone en peligro tu intimidad?

No, no, no. Él no podía tocarla; no podía permitírselo. Había llegado el momento de escapar.

Se agachó y lo rodeó, abrió la puerta de par en par, entró en el apartamento y se giró para bloquearle el paso.

—Apenas lo conozco.

—Estoy intentando ponerle remedio a eso —dijo él, y miró el interior de su apartamento con curiosidad y sorpresa. Arqueó una ceja seguramente al ver el desorden.

Se alegraba de que hubiera visto que era tan desordenada. Tal vez eso ayudara a repelerlo.

—Soy reservada —dijo ella, y le quitó las bolsas de los brazos. Después, se irguió, y añadió—: Y hay otros que deberían ser igual.

—Sí, tal vez pudiera —respondió él, y dejó de mirar su apartamento. Se apoyó en el marco de la puerta. Era muy alto; debía de medir más de un metro ochenta. Sus anchos hombros le impedían cerrar la puerta.

Esperó, en silencio, pacientemente, a que ella lo mirara a los ojos.

Pepper alzó la vista, y sintió la caricia de su atención íntima y sugerente. Carraspeó, y le dijo:

—¿Qué es lo que tal vez pudiera hacer?

—Tal vez pudiera dejar de perseguirte —respondió él, y añadió, en voz baja—: Si no fueras tan mona.

Ella se quedó tan sombrada que dio un paso atrás.

¿Mona? Aquel tipo debía de ser un loco, porque no podía estar tan desesperado. ¿Por qué iba a decir algo tan absurdo?

Él sonrió.

—¿Es que no crees que seas mona?

A ella se le escapó una carcajada, y su «no» instantáneo pareció un graznido.

¿Mona? Ni por asomo. Tenía el pelo rubio, pero lo llevaba lacio y recogido una coleta baja y pegada a la nuca, que no la favorecía en absoluto. Nunca se ponía ni una gota de maquillaje. Cualquier abuelita respetable desdeñaría su ropa, y llevaba unos zapatos tan feos que con solo mirarlos se ponía triste.

Se encorvaba al andar y balbuceaba cuando hablaba en voz baja. Al menos, se acordaba de balbucear cuando cierto vecino no la abordaba y se empeñaba en acompañarla.

—Bueno, pues yo sí lo creo —dijo él, sin dejar de mirarla.

Su mirada de lástima hizo que ella recuperara al valor y el orgullo.

—¿Lo dice en serio, señor Stark?

Él cambió de postura y se inclinó hacia ella. Cuando Pepper pensó que se le iba a cortar la respiración, él dijo con claridad:

—Llámame Logan.

Oh, Dios Santo. Estaba tan cerca que ella podía sentir su calor y su respiración, y ver sus pestañas oscuras y espesas.

Tenía unos ojos muy seductores.

A ella le subió la temperatura corporal.

—Oh, ummm…

Aquellos labios sexis esbozaron una sonrisa.

—Y, ¿cómo te llamo yo a ti?

Cuando Pepper se quedó mirándolo embobada, él frunció ligeramente los labios, sin dejar de sonreír.

Oh, Dios… quería besar aquella boca. Besarla y… otras cosas.

Pepper agitó la cabeza e intentó cerrar la puerta.

—Adiós, señor Stark.

Él posó la palma de la mano en la puerta y, sin demasiado esfuerzo, le impidió que la cerrara.

—Vamos, vamos. ¿Qué de malo puede haber en que me digas tu nombre?

¿Qué podía hacer?

Él era tan insistente que su continua negativa parecía absurda.

De mala gana, respondió:

—Sue.

Entonces, con una sonrisa de diversión, él admitió:

—Ya lo sabía.

—¿Cómo?

—Tú eres la administradora del edificio, así que he visto tu nombre en mi contrato de alquiler —dijo él, y volvió a pellizcarle suavemente la barbilla—. Pero quería que me lo dijeras, de todos modos.

Ella soltó un bufido de ofensa, pero él no se apartó de la puerta.

—Bueno —dijo él, mirando de un lado a otro del pasillo—. Tú vives sola, y este no es el mejor edificio de apartamentos del mundo, ni el mejor barrio.

—¿Está criticando mi desempeño como administradora?

—Tú solo eres responsable de decirle al propietario si la renta se retrasa o si hay que hacer reparaciones, ¿no? —preguntó él. Sin dejar que respondiera, añadió—: Voy a darte mi número. Cualquier cosa que surja, o si alguien te molesta…

—Usted me está molestando.

Él clavó la mirada en su boca.

—¿Por eso estás tan ruborizada?

Oh, Dios. Ella sintió aún más calor en las mejillas.

—De veras, señor Stark…

—Logan —la corrigió él suavemente—. Dilo. Solo una vez, y me voy.

¿Acaso quería… seducirla?

Eso parecía. Y, peor aún, lo conseguía solo con su presencia.

—Logan —dijo ella, con rigidez—. Tengo que dejarte.

«Antes de cometer alguna estupidez, como invitarte a pasar, por ejemplo. O tirarte al suelo y…».

Él se sacó una tarjeta del bolsillo.

—Mi número. En serio. Para cualquier problema, o si quieres hacerme una visita… Solo tienes que llamarme, ¿de acuerdo?

—Sí, de acuerdo —dijo ella. «Ni lo sueñes»—. Gracias.

Como si le hubiera leído el pensamiento, él se rio suavemente y se apartó de la puerta.

—Hasta luego, Sue.

«No, si yo te veo primero».

—Adiós, Logan —respondió ella, y comenzó a cerrar la puerta.

Él dijo:

—No ha sido tan doloroso, ¿no?

Ella le cerró la puerta en la cara, y se desplomó sobre ella.

¿Doloroso? No, exactamente.

Más bien, se sentía como una batidora a toda velocidad. Todos sus deseos y sus emociones estaban entremezclándose frenéticamente.

Llevaba demasiado tiempo, una eternidad, sin mantener relaciones sexuales con un hombre, y no podía estar con un espécimen como él sin imaginarse lo imposible. Tenía que encontrar la forma de evitar a su vecino, y hacerlo de modo que no resultara sospechoso.

Aunque, en realidad, el mero hecho de evitarlo ya era sospechoso. Tal vez, pensó, estuviera enfocando mal todo aquello. A cualquier mujer le halagaría que el señor Stark le hiciera caso.

Y, especialmente, a una mujer como ella.

¿Tenía un buen motivo para darle conversación y llegar a conocerlo mejor? Se apretó las mejillas con las manos para contener la sonrisa.

Sí, eso era lo que iba a hacer. Dejaría de desdeñarlo y, en vez de eso, le haría caso tímidamente. Si eso no le asustaba de una vez por todas, no sabía con qué podía asustarse.

 

 

Logan Riske volvió a su alojamiento temporal con optimismo.

Había tenido que ser insistente una vez más.

Prácticamente, la había obligado a conversar con él. Pero, por lo menos, en aquella ocasión había tenido éxito.

Más que eso.

La señorita podría negarlo hasta el día del Juicio Final, pero se sentía atraída por él. Si su maldito hermano no la tuviera tan acobardada, probablemente estaría llamando a su puerta en aquel momento.

El hecho de pensar en su hermano, Rowdy Yates, siempre le ponía de mal humor. Sin duda, Rowdy llevaba años amedrentándola, así que él tenía que proceder con cuidado.

Se pasó una mano por el pecho mientras sopesaba los pros y los contras de aquel plan. Era una artimaña, y no podía equivocarse con eso. Sí, ella era muy diferente a la mujer de las fotos que estaban en su poder, pero tenía algo en los ojos… Había algo en su forma de mirarlo…

Pepper Yates.

Después de dos años de búsqueda, se acercaba el final, y ella era la clave para conseguir su objetivo.

Pensó en las pequeñas fotografías que había encontrado en Internet, y en las noticias de los periódicos. Sus enormes ojos llenos de inocencia llamaban la atención en todas ellas. Estaba un poco peor que dos años atrás, pero, seguramente, el hecho de huir y de esconderse, y también el hecho de soportar a su hermano, podía tener aquel efecto en una mujer.

Apretó los puños.

Casi todo lo que había encontrado había sido sobre Rowdy Yates, pero también habían surgido algunas cosas sobre ella. Él sabía que tenía menos de treinta años, y que era tímida.

No se había imaginado, sin embargo, que fuera tan alta. Debía de medir un metro setenta y seis o setenta y siete, poco menos que él. Y, pese a que no era guapa, sus ojos castaños eran muy expresivos. Cuando ella lo había mirado fijamente, él había sentido aquella mirada por todo el cuerpo.

Pepper tenía el pelo rubio oscuro, casi castaño. Largo, pero lacio y sin brillo, despeinado, con las puntas abiertas y recogido en una coleta. Un desastre.

Y, sin embargo, a él le gustaría verlo suelto. Quería sentirlo en sus manos.

Y, hablando de desastre… Se había llevado una sorpresa al echarle un vistazo a su apartamento. Había dado por hecho que una chica fea y monjil como ella sería muy limpia y ordenada.

¡Ja! Ni por asomo.

Ropa, revistas, latas de refrescos vacías y una caja de pizza, todo por el salón. Más allá, había visto una toalla tirada en el suelo del baño y, a través de la puerta abierta del dormitorio, la cama deshecha, con una colcha que estaba más en el suelo que sobre el colchón.

Por algún motivo, el hecho de saber que no era precisamente una maniática del orden le provocó una sonrisa. Contradecía absolutamente todas sus suposiciones.

De nuevo, imaginó su cama deshecha y revuelta, y se preguntó si habría pasado la noche en vela. Sabía, con toda seguridad, que ella pasaba las noches sola.

Tal vez aquel fuera el motivo por el que había mirado su cuerpo más de una vez.

¿Y aquel rubor?

Sí, no era señal del enfado que había visto en sus ojos expresivos.

Unos ojos que no podían esconder secretos.

A él, no. Era policía, y era un experto en descubrir misterios.

Era un hombre, y sabía seducir a una mujer.

Sue Meeks, con su absurdo nombre, no iba a ser diferente.

Lo que le parecía extraño era su propia reacción.

A primera vista, ella no era atractiva. Él conocía lo suficientemente bien a las mujeres como para saber que, con un poco de trabajo, podía llegar a serlo. Normalmente, las mujeres sabían explotar sus puntos fuertes y disimular sus puntos débiles.

Pepper Yates no tenía ni la más mínima idea.

Y su cuerpo… ¿Quién podía saberlo? No parecía ni gorda, ni delgada, tan solo… sin formas.

No había encontrado ninguna fotografía en la que pudiera apreciarse de verdad su figura. Y, debajo de aquella ropa tan amplia y pasada de moda que llevaba, podía estar escondiendo cualquier cosa.

A pesar de todo aquello, mientras hablaba con ella se sentía vivo. Demonios, se había sentido vivo solo con verla acercarse por la acera, con su enorme bolso colgado del hombro y los brazos llenos de bolsas de papel del supermercado. Ella llevaba la cabeza agachada, pero sus pasos eran largos y seguros.

Hasta que lo había visto.

Entonces, se había puesto a arrastrar los pies como si fuera un sacrificio que tenía que realizar de mala gana.

Aquella también podía ser la descripción de lo que él había planeado.

No podía sentirse culpable por ello. A Pepper no iba a ocurrirle nada. Él se ocuparía de que estuviera bien. Tal vez fuera tímida, pero tenía una chispa de fuego.

Cuando él encendiera esa chispa, averiguaría todo lo que necesitaba saber de su hermano, pero la trataría bien y sería generoso con sus atenciones, tanto emocional como físicamente.

No, Pepper Yates no era ninguna belleza, pero acostarse con ella no iba a ser ningún tormento. Demonios, solo con pensarlo sentía impaciencia.

Tenía que dejar de pensar en ello.

Logan volvió a la terraza después de cerrar la puerta con el pestillo. Como el edificio no tenía aire acondicionado, la terraza era el único alivio para aquel calor húmedo y asfixiante.

Aunque, a decir verdad, el calor no era el único motivo por el que salía a la terraza.

En una de las bolsas del supermercado, Pepper llevaba una chuleta.

Pepper Yates, también conocida como Sue Meeks, preparaba muchas de sus comidas en una pequeña parrilla de gas propano. Él la había observado varias noches a través de las persianas mientras ella cocinaba una patata y un filete de pollo, o una chuleta de cerdo o vaca.

¿Acaso detestaba cocinar tanto como él?

¿No se cansaba nunca de comer a solas?

Él sabía que no tenía citas con hombres, porque no había visto que tuviera ninguna visita; ni siquiera la de su maldito hermano.

Además, no conducía, y no salía de su apartamento durante mucho tiempo, solo lo necesario para hacer algún recado. Tal y como ella había dicho, era celosa de su intimidad y reservada.

No tenía vida social.

Él lo sabía porque llevaba vigilando el edificio de apartamentos varias semanas, desde mucho antes de ir a vivir allí.

¿Saldría ella a cocinar a su parrilla con él sentado en la terraza, justo al lado, tan cerca como para que pudieran hablar?

¿Resistiría la curiosidad que él había visto en su expresión?

¿O lo evitaría, como había hecho hasta aquel momento?

Se dejó caer en una de las tumbonas, terminó su cerveza y cerró los ojos bajo el sol del atardecer, y pensó en las cosas que iban a suceder.

Cosas que tenían que ver con ella.

Cosas que, sin duda, iban a ser interesantes.

Incluso excitantes.

La emoción de la caza.

Él vivía para eso, y ese era el motivo por el que se había hecho policía. Era el núcleo básico de su naturaleza.

Y, ahora, por fin, avanzaba hacia su presa.

 

 

¿Por qué tenía que estar él ahí afuera? Pepper esperó más de una hora para ver si Logan Stark entraba en su casa. Sin embargo, no lo hizo.

Y ella no dejó de observarlo.

Parecía que estaba dormido; su pecho se expandía y se hundía por las respiraciones lentas y profundas. Tenía las piernas separadas, las manos y la cara relajadas.

Su cuerpo era una tentación.

Pepper tragó saliva y pensó en la tarjeta que él le había dado, y que ella había colocado sobre la nevera para evitar perderla. No mencionaba ningún trabajo, tan solo su nombre, dirección y número de teléfono móvil. No tenía aspecto de ser pobre. Su actitud no casaba con la derrota del desempleo, y su cuerpo no casaba con la falta de ejercicio.

Él quería conversación. Ella se mordió el labio.

Bueno, tal vez le preguntara que dónde trabajaba. Y tal vez, dada su absurda persecución, él esperara que ella quisiera saber más de él.

Tenía un brazo sobre la cabeza, y la postura exhibía a la perfección sus bíceps y la mata de pelo oscuro que tenía en la axila. Era increíblemente sexy. Tenía el otro brazo flexionado, junto al costado, y la mano abierta sobre el abdomen musculoso. El sol dorado del atardecer se reflejaba en su torso bronceado. No tenía demasiado vello, lo justo para ser un hombre masculino y atractivo.

Gracias a Dios, aquel tipo no se depilaba el pecho.

Y, más abajo, estaba la bragueta de su pantalón, con un buen bulto.

Pepper se asomó un poco más a la terraza y siguió mirándolo con embeleso.

Se le ralentizaron los latidos del corazón, y su respiración se aceleró.

Logan abrió un ojo y volvió a sorprenderla mirándolo.

Durante varios segundos, se miraron el uno al otro. Después, él dijo, con una voz grave, en un tono a la vez perezoso y de interés:

—Eh, hola.

Oh, no, no, no. ¿Por qué tenía que ser tan… irresistible?

Estaba avergonzada, pero no acobardada, así que salió por completo a la terraza. Con las manos entrelazadas y una sonrisa nerviosa, dijo:

—Yo… eh… No quería despertarte.

—Solo estaba dormitando —dijo él, estirándose para desperezarse—. No es problema.

Los estiramientos le hicieron cosas interesantes a sus músculos: se flexionaron, se abultaron y se relajaron de nuevo. Quedaron prominentes, pero no tensos.

¡Qué injusto! ¿Cómo podía estar tan bien sin hacer absolutamente nada?

Se incorporó en la tumbona y pasó las piernas al otro lado del asiento. ¡Hasta sus pies eran bonitos!

Después de pasarse la mano por la cabeza y por el pecho, él la miró.

—¿Vas a hacerte la cena en la parrilla?

¿Y cómo sabía eso?

—Um…

—Podríamos cenar juntos. Yo también iba a tomarme una chuleta. No hay motivo para que no compartamos la parrilla, ¿no? —dijo el vecino. Y, como si quisiera aportar un extra, añadió—: Incluso llevaría la cerveza.

Aquella cercanía, teniendo en cuenta la atracción que había entre ellos, podía ser traicionera. Un poco de tiempo con él, quizá. Pero ¿toda una cena? Sería tonta si aceptara la pro…

—Está bien.

¿Cómo?

Oh, Dios, ¿había salido eso de su boca? Por supuesto que sí. Solo había que mirarlo, allí sentado como una tentación física, con una expresión perezosa y la piel caliente bajo el sol.

Ella se tapó la boca con la mano.

Después de todo, era humana y, si su aspecto y su forma de vestir no lo mantenían a raya, ¿qué tenía de malo?

Él se quedó tan sorprendido como ella.

—¿De verdad? —preguntó, y se irguió con una expresión de desconfianza, mirándola atentamente.

¿Acaso esperaba que blandiera un cuchillo de carne?

¿Esperaba que tuviera una intención oculta?

Por supuesto, ella tenía una motivación oculta, pero no era la que él pensaba.

Pepper bajó la mano y respiró profundamente el aire húmedo y caliente.

—Como tú has dicho, no hay motivo para que no compartamos la parrilla.

—Vaya, estupendo —dijo Logan y, con una sonrisa, se puso en pie—. ¿Tengo tiempo para darme una ducha?

Oh, ella prefería que no lo hiciera. Habría querido olerlo, beberse su esencia caliente.

—Si es imprescindible…

—Dame cinco minutos —respondió él y, sin decir una palabra más, entró en su casa.

Pepper se abrazó a sí misma y se sentó en la única silla de exterior que poseía. Estaba desinflada, preocupada y absolutamente impaciente.

Capítulo 2

 

Después de ducharse y afeitarse a una velocidad récord, Logan marcó el número y sujetó el teléfono con una mano mientras se secaba con la otra.

En cuanto respondieron, dijo:

—Ha mordido el anzuelo.

Su compañero, Reese, preguntó:

—¿Qué significa eso, exactamente? ¿Qué le has hecho?

A Logan se le escapó una carcajada ronca.

—No le he hecho nada. Ha aceptado cenar conmigo, eso es todo.

Por el momento. Pero, si las cosas iban bien…

—Ojalá volvieras a reflexionar sobre esto, Logan.

¿Por qué se comportaba Reese como si él fuera a abusar de ella?

—Y un cuerno. Si yo no llego hasta el fondo de esto, ¿quién va a hacerlo?

Nadie más se había preocupado de investigar para descubrir la verdad. Nadie más se atrevía a enfrentarse a aquel canalla de Morton Andrews.

A nadie más le importaba lo que había sucedido hacía dos años.

—Logan…

Logan se puso la ropa interior y unos pantalones cortos gastados y suaves. Hacía mucho tiempo que había decidido evitar los lujos de la riqueza que había heredado y procurarse comodidad y confort. Era detective y, por ese motivo, debía llevar traje y corbata. Ya se había acostumbrado y ni siquiera pensaba en ello.

Sin embargo, en su tiempo libre, llevaba lo que más le apetecía.

Aquel nuevo papel de albañil de clase media encajaba bien con él. La mayor parte del tiempo solo necesitaba unos pantalones cortos.

—Estoy demasiado cerca del objetivo, así que ahórrate el sermón —dijo, mientras se subía la cremallera.

Reese respondió en un tono resignado:

—¿Has visto a su hermano?

—No. Pero está cerca, estoy seguro.

—Si al final tienes razón, puede que lo consigas. Pero, si te has equivocado…

No se había equivocado. Confiaba en su instinto, y su instinto le decía que allí había algo.

Jack Carmin y él habían ido juntos al colegio y a la universidad. Después de los estudios, él había decidido ser detective, mientras que Jack había elegido un tipo de carrera diferente: la carrera política. Y había muerto a manos de un loco. Un asesinato a sangre fría por culpa de la avaricia y la corrupción.

—Era mi mejor amigo, Reese.

Y Morton Andrews iba a pagar por su muerte.

—Ya lo sé —respondió Reese—. Mantenme informado, ¿de acuerdo? Y no hagas ninguna tontería, ni te arriesgues demasiado.

Logan soltó una carcajada seca.

—¿Que no me comporte como tú, quieres decir?

Reese era bien conocido por su tendencia a defender a los más desvalidos, y se parecía a Jack en muchos aspectos. Cuando se enfrentaba a la injusticia, a menudo actuaba antes de pensar con detenimiento; sin embargo, en su opinión, normalmente daba en el clavo.

Logan tenía una confianza total en él, y eso era decir mucho, porque él confiaba en muy poca gente.

—Exacto —respondió Reese.

—Mañana volveré a llamar.

—¿No esta noche?

Con suerte, estaría ocupado hasta tarde.

—Vamos a mantener las llamadas al mínimo, por si acaso.

Reese vaciló.

—Olvídate de la policía y de tu misión. Si necesitas respaldo, no confíes en nadie, ¿entendido? Llámame a mí, y solo a mí.

—Eso se sobreentiende.

El asesinato de Jack lo había empujado a aceptar el puesto de jefe de un cuerpo especial. Su teniente le había dado carta blanca para limpiar la corrupción creciente en Warfield, Ohio. Sin embargo, como mucha de esa corrupción se había infiltrado en la policía, Logan había reclutado rápidamente a Reese.

—He seleccionado algunos policías de uniforme, por si los necesitamos. Chicos de fiar.

Con la palabra «chicos», Reese se refería a policías jóvenes, con los ojos bien abiertos y con ganas de hacer cumplir la ley.

—¿No les has dicho nada todavía?

—No. Solo he investigado su vida personal y familiar y su historial. Si encuentras a Rowdy, ellos pueden llevar a cabo la detención, para que todo sea más limpio.

—Gracias.

Para conseguir mejorar las cosas de verdad, Logan necesitaba a gente con la que pudiera contar, y eso significaba que Reese tenía que ocuparse de la organización.

Pero también necesitaba al testigo de un asesinato que se había cometido dos años antes.

Y eso significaba que tenía que detener al hermano de Pepper, Rowdy Yates.

Con muchas investigaciones y un poco de suerte, había encontrado a Pepper. Al principio, no sabía con certeza si era ella; Rowdy había sabido borrar su rastro excepcionalmente bien. Sin embargo, una vez que la había visto de cerca y había hablado con ella, estaba seguro de que había dado en el clavo.

A través de Pepper, conseguiría detener a Rowdy.

Y, a través de Rowdy, conseguiría detener a aquel canalla de Morton Andrews, el propietario de un club, que era el responsable de muchas muertes, incluida la de Jack.

Demonios, él no era el único que lo sabía. Mucha gente había establecido el vínculo. Sin embargo, Morton tenía a tanta gente comprada, que era intocable.

Si Rowdy testificaba, él conseguiría que metieran a Morton a la cárcel.

Y, con aquel objetivo en mente, dijo:

—Tengo que colgar. La dama está esperando.

Se guardó el teléfono móvil en el bolsillo, junto a las llaves y una cartera con un DNI falso, un preservativo y algo de dinero. Utilizar su nombre de pila verdadero hacía que las misiones encubiertas fueran más fáciles. Ya era suficiente acordarse siempre de que Pepper Yates era Sue Meeks sin tener que acordarse también de su propio alias. Era muy fácil echarlo todo a perder cuando uno intentaba cambiar demasiadas cosas. Por ese motivo, el trabajo de albañil era parte de su personaje.

Su hermano Dash y él habían heredado mucho dinero de su familia, pero ninguno de los dos hacía ostentación de su riqueza ni quería vivir de las rentas, ni tampoco sentado en una sala de juntas. Invertían con inteligencia, hacían generosas donaciones y vivían su vida.

Dash tenía una empresa de construcción, y había podido contratar a Logan y proporcionarle una coartada por si acaso Rowdy decidía investigarlo.

Por suerte, había encontrado a Pepper en otro condado. En casa, cualquier conocido habría podido destruir su tapadera sin saberlo.

Logan fue a la cocina, tomó su chuleta, una patata y un paquete de seis cervezas, menos una.

Salió al pasillo, cerró su puerta y llamó a la de Pepper. Ella abrió inmediatamente, casi antes de que él bajara la mano. Era como si hubiera estado esperándolo. Sin embargo, se quedó allí, moviéndose con nerviosismo, y dijo:

—Hola.

Estaba adorablemente insegura de sí misma, evitando su mirada y mordiéndose el labio inferior. Y, una vez más, ruborizada.

—Hola.

Logan la miró atentamente, aunque no hubiera ningún cambio en ella. Llevaba las feas zapatillas de lona, la misma falda larga y el jersey amplio de antes. Y seguía teniendo el pelo recogido en una coleta baja.

Sin embargo, se dio cuenta de que tenía la respiración agitada, y de que le temblaban las manos.

Él sintió emoción, atracción, excitación, todo a la vez. Se sintió implacable y posesivo.

—¿Me dejas pasar, Sue?

Ella siguió mirándolo embobada.

Logan bajó la voz, y dijo:

—Voy a pasar.

—Oh —musitó ella, y cerró los ojos avergonzada. Después, se apartó para dejarle entrar—. Sí, por supuesto.

No había planeado apresurar las cosas, sino tomárselas con calma. Sin embargo, al pasar junto a ella, tuvo la sensación de que era el momento idóneo, y la besó con firmeza en los labios.

—Gracias.

Aquel breve contacto le pareció adictivo, e hizo que le hirviera la sangre.

Por un simple beso.

Él llegó hasta su cocina antes de darse cuenta de que Pepper se había quedado junto a la puerta y lo estaba mirando boquiabierta. Parecía que iba a salir corriendo del apartamento.

Después de dejar la cerveza, la chuleta y la patata en la encimera, le preguntó en voz baja, como si no supiera el motivo de su asombro:

—¿Va todo bien?

Ella le clavó otra mirada intensa y, a la vez, inocente:

—Sí —dijo y, con un suspiro, cerró la puerta. Vaciló un instante y, por fin, se acercó—. Sí, todo va bien. He encendido ya la parrilla. Dentro de uno o dos minutos, podremos poner las chuletas —añadió, y pasó a su lado con la cabeza agachada y la boca fruncida.

Logan la tomó del brazo. Era delgada, y tenía los huesos delicados.

¿Por qué no se había dado cuenta antes?

—Has recogido —comentó. Ella había cerrado la puerta de su dormitorio y del baño, así que él no sabía cómo estaban esas habitaciones, pero la caja de pizza, las latas vacías y los papeles habían desaparecido del salón—. Espero que no hayas ordenado por mí.

—Oh, no, en absoluto —dijo ella, alejándose hasta el otro extremo del sofá, para que el mueble sirviera de barrera entre los dos—. Eso era lo que quedó de anoche.

Sus esfuerzos por mantener las distancias solo conseguían que Logan se sintiera más depredador aún. Cuando él se acercó, ella lo miró alarmada. De repente, se giró y le dio la espalda. Después… se quedó allí, inmóvil.

¿Un mecanismo de defensa? ¿Hasta qué punto la habría maltratado su hermano?

Su instinto protector se despertó. Ella era una muchacha muy dulce y tímida.

Y estar con ella también iba a ser dulce. Aunque eso no importaba: sus razones para estar allí en aquel momento, para utilizarla, tenían poco que ver con su atractivo, que cada vez le parecía mayor.

Con el dorso de un dedo, le acarició un lado del cuello, y tuvo la recompensa de notar que ella se estremecía. Su increíble suavidad lo excitó aún más, y eso le enronqueció la voz.

—¿Cenaste pizza tú sola anoche? —preguntó.

—Yo… por supuesto —murmuró ella, balanceándose hacia él—. Estoy sola.

Él se quedó asombrado por la rapidez con la que se derretía. La tomó por los hombros y, de nuevo, notó su esbeltez. ¿Podría ser tan fácil? ¿Acaso ella no tenía ni una pizca de instinto de defensa? Su necesidad de afecto era evidente.

Él tuvo ganas de darle un abrazo, pero no quería asustarla.

—Podías haberme invitado.

—Eh… —ella agitó la cabeza, y respondió—: No, no podía.

¿Porque su hermano no se lo permitía? Desgraciado…

Logan se inclinó hacia ella y respiró muy cerca de su nuca. Le susurró al oído:

—Cuando quieras, Sue. Tienes mi número —le rozó el lóbulo de la oreja con el labio, y prosiguió—: O, si lo prefieres, solo tienes que llamar a mi puerta.

Ella tenía la respiración entrecortada, y se alejó de él bruscamente.

—No, lo siento —dijo—. Yo no voy a hacer eso.

Salió corriendo a la terraza. Entonces, Logan miró a su alrededor por la habitación.

Su mobiliario era un batiburrillo de piezas que, seguramente, venían con la casa, como ocurría en su apartamento. Si era la administradora del edificio, ¿vivía allí gratuitamente? ¿De dónde sacaba el dinero para la comida y para la ropa? La estrechez económica era, seguramente, la causa de que llevara ropa de segunda mano. Tampoco tenía coche. ¿Era porque no podía permitírselo?

A Logan le inquietó pensar en lo sola que estaba. Siempre empatizaba con los que eran menos afortunados, porque a él nunca le había faltado nada en la vida. Sin embargo, con aquella mujer, no se trataba solo de conciencia social hacia los necesitados.

Era un sentimiento desconocido para él.

¿Dónde demonios estaba su hermano? ¿Por qué la tenía Rowdy tan desprotegida?

Por lo que había descubierto, no había pensado que Rowdy Yates fuera un hombre malvado, sino uno que había tomado decisiones equivocadas, y aceptar un empleo de Morton Andrews era una de las peores. Sin embargo, al conocer a Pepper, pensó que Rowdy tenía que ser un canalla para permitir que su hermana viviera en aquellas circunstancias.

Aparte de una historia laboral que incluía de todo, desde lavar platos en un restaurante a hacer de repartidor, carpintero y gorila de discoteca, había muy poca información sobre Rowdy, y menos aún sobre su hermana.

Logan sabía que Rowdy trabajaba, que cambiaba de rumbo, que siempre estaba al límite de buscarse un buen lío, y que siempre llevaba a Pepper a su lado en aquella vida.

Logan no había podido encontrar nada sobre su educación, ni sus padres, ni otros parientes.

Sin embargo, sabía que Rowdy había trabajado en Checkers, que era el peor club en el que podía haber trabajado. Mientras estuvo allí empleado, se había visto envuelto en la corrupción, Su declaración era necesaria para atrapar a Andrews, pero llevaba dos años eludiendo su implicación en el caso. La última vez que alguien había sabido algo de Rowdy había sido justo antes de que le cortaran el cuello a un periodista. Después, nada.

Hasta aquel momento, en que Logan había encontrado a la hermana pequeña de Rowdy. Y, por mucho cargo de conciencia que le supusiera, iba a utilizarla para conseguir lo que quería.

Justicia.

Venganza.

Paz.

Sin vacilar más, Logan tomó la comida, sacó dos cervezas y fue a la terraza a reunirse con ella.

 

 

Pepper estaba tendida en la cama, despierta, acalorada e insatisfecha.

El ventilador no hacía más que mover el aire húmedo de un lado a otro. Tampoco le había servido de nada tomar una ducha fría, después de pasar cuatro largas horas soportando la seducción de Logan Stark.

Dios, ardía al recordar su forma íntima de mirarla y de hablar.

Incluso su forma de comer le había afectado tanto, que ella casi apenas había probado su cena. Había pensado en hacerle a Logan algunas preguntas personales, pero él la había mantenido a la defensiva con pequeñas caricias y sonrisas cálidas. Le había costado un gran esfuerzo no caer bajo su hechizo.

Pero quería hacerlo. Con todas sus fuerzas.

En realidad, quería caer debajo de él.

Imposible.

Se tumbó boca arriba, mirando al techo, y se preguntó si él estaría dormido. Después de aquel beso espontáneo que le había dado antes de entrar en su apartamento, ella se había puesto en guardia y, cuando por fin había llegado la hora de que se marchara a su casa, le había ofrecido la mano para despedirse. Era civilizado, y socialmente aceptable.

Pero él se había salido con la suya incluso entonces, porque le había tomado la mano y le había besado la palma. En aquel momento, volvió a notar la sensación, y apretó el puño con un gruñido.

Cuando sonó su teléfono, dio un respingo y, rápidamente, se incorporó. Nadie tenía su número, salvo Rowdy.

Encendió la luz y respondió a la llamada:

—Hola.

—¿Te he despertado?

—No —dijo ella. Los dos tenían horarios raros, pero, aunque no los tuvieran, Rowdy siempre la llamaba cuando menos se lo esperaban los demás—. ¿Ocurre algo?

—Has tenido compañía.

Ella tragó saliva. ¿Cómo había podido averiguarlo tan rápidamente?

—Un vecino.

—Un hombre.

Como Rowdy era el verdadero propietario del edificio de apartamentos, aunque lo había comprado con un nombre falso, ella comprendía su consternación.

—No sé mucho de él.

—Y, de todos modos, ¿lo invitas a cenar?

—No, no ha sido así. Se llama Logan Stark y, por algún motivo… —titubeó. No podía decirle a su hermano que Logan había flirteado con ella. Eso le pondría furioso, y le provocaría tanta desconfianza como a ella—. Solo quería cenar, nada más.

Silencio.

—Vamos, Rowdy —dijo ella, en un tono conciliador—. Sabes que tengo cuidado.

—Estás jugando con fuego.

Era muy posible.

—No es para tanto. Solo ha sido una cena.

—Dime por qué.

Ella se encogió de hombros.

—Yo me estaba preguntando lo mismo. No es que sea muy atractiva.

Él soltó una maldición en voz baja.

—Yo no quería decir eso.

—Sí —dijo ella—, pero no pasa nada. Lo más importante es ser discretos, ¿no?

—No me gusta.

—Últimamente no hay muchas cosas que te gusten —respondió ella, con un suspiro. Sentía lástima por su hermano, estaba preocupada por él, y muy cansada de todo aquel engaño—. Por favor, créeme, Rowdy. No me voy a arriesgar.

—Puede que no lo hagas a propósito, pero lo que hiciste anoche fue un riesgo, así que voy a investigarlo.

Ummm….

—Tal vez puedas averiguar dónde trabaja.

—Pregúntaselo tú —dijo Rowdy—. Ya veremos si concuerda con lo que yo averigüe.

—De acuerdo.

—Dame una o dos semanas para encontrar todo lo que pueda sobre él. Hasta entonces, cuídate. No bajes la guardia.

—Te quiero, Rowdy.

La voz de su hermano se suavizó.

—Yo también a ti, nena —dijo. Después, antes de colgar, añadió—: Compórtate.

Pepper dejó el teléfono de nuevo en la mesilla de noche. Sería tan agradable poder visitar a Rowdy y pasar un día entero con él… Pero él no se lo permitiría.

Entendía el motivo, pero lo echaba de menos más y más cada día.

Eso la entristecía. Sin embargo, cuando estaba intentando conciliar el sueño, pensó en Logan, no en su hermano.

Y eso fue lo que más inquietud le causó.

 

 

Morton Andrews estaba con sus secuaces en el tercer piso de su exclusivo club, con su corte. Estaba rodeado de idiotas, pero eran sus idiotas, leales y temerosos de su influencia, así que los toleraba.

Miró al policía que acababa de entrar. No iba a ofrecerle que se sentara; no iba a tener ninguna cortesía. Los policías tenían que recordar cuál era su lugar: el de la servidumbre.

—¿Es cierto que Rowdy Yates ha aparecido ya?

El tipo se quedó sorprendido, pero se recuperó enseguida.

—¿Dónde ha oído eso?

Interesante. Entonces, tal vez hubiera algo de verdad en ello.

—¿Es que se te ha olvidado que tengo muchos tentáculos? Tengo oídos por todas partes.

—Sí, es cierto.

Morton sabía que tenía unas cuantas virtudes, pero la paciencia no era una de ellas.

—¿Y bien?

—No se sabe nada concreto de Rowdy.

Algunas veces, le molestaban aquella seguridad y aquella frialdad, casi desdén. Los otros se acobardaban ante él. Los otros entendían la amenaza. Aquel, no.

—¿Me avisarás cuando se sepa algo?

—Por supuesto.

—Muy bien —dijo Morton—. Ya puedes marcharte.

El policía, sin inmutarse, se dio la vuelta y se marchó.

Morton cabeceó. En su opinión, el único policía bueno era el corrupto, o el muerto. Todavía tenía que decidir el destino de aquel. Pero pronto…

 

 

Logan mantuvo la distancia con Pepper durante tres días. No fue fácil, pero quería que ella pensara en él, que sintiera impaciencia por verlo. La impaciencia podía derribar sus barreras, y eso era lo que él necesitaba.

Después de pasar el día trabajando para su hermano Dash, se había liberado de mucha tensión. El trabajo físico siempre tenía ese efecto en él. La luz del sol, el sudor, el trabajo manual… le gustaba.

Seguramente, a Dash también, lo cual podía explicar por qué había comprado la empresa y por qué trabajaba codo con codo con los trabajadores regularmente.

Aquella tarde habían hecho una solera de hormigón, y tenía el pelo sudoroso y la camiseta pegada a la piel. Allá por donde pasaba, dejaba huellas de polvo. Tenía la cara tirante del sol.

Y, de todos modos, le encantaba.

Dash tenía una buena idea de la vida: ganarse un sueldo con un trabajo honrado y crearse una buena reputación.

Y no estaba de más que aquella empresa pudiera proporcionarle a él estupendas tapaderas. Nadie sabía que Dash y él tenían parentesco, así que nadie le prestaba atención en la obra. Solo era un obrero más.

Justo cuando llegaba a su puerta, Pepper se asomó.

Él sintió satisfacción.

—Hola, Sue —dijo, mientras abría la cerradura y empujaba la puerta—. ¿Qué tal?

—Yo… eh…

Él volvió a mirarla, con una ceja arqueada.

—Hacía varios días que no te veía.

—He estado trabajando —dijo, y se inclinó para dejar un termo y un casco dentro del apartamento—. Así es la construcción. Estás un mes sin trabajar y, después, no paras durante una temporada.

—¿Construcción? —preguntó ella, saliendo un poco al pasillo.

Él lo consideró una oportunidad de oro, y se masajeó la nuca con cansancio.

—Sí —dijo—. ¿Quieres pasar? Tengo que ducharme y comer algo, pero, después, podemos charlar un rato.

—Oh —murmuró ella y, cabeceando, retrocedió un paso . No, yo…

Él la tomó de la mano y tiró de ella hacia su apartamento.

—Voy a tardar muy poco. ¿Qué habías pensado para cenar? Tengo muchísima hambre.

No era precisamente sutil, pero tal vez ella captara la indirecta y se apiadara de él.

—Iba a pedir una pizza —dijo, mientras miraba a su alrededor con interés, cuando él cerró la puerta. De repente, dio muestras de aprensión—: Debería irme.

—Yo preferiría que te quedaras —dijo él, y se sentó para quitarse las botas de trabajo—. Dejaría la ducha para más tarde si pudiera, pero estoy muy sudoroso. Con este calor, y la humedad, hoy ha sido un día terrible.

—Sí.

Al oír aquella pequeña muestra de acuerdo, él alzó la vista, y la sorprendió mirándole los hombros.

—Seguramente, huelo a vestuario.

Ella se ruborizó, y susurró:

—No.

Logan se deleitó con su respuesta. ¿Acaso la tenía tan fascinada que ella no podía responder más que con monosílabos? Para que las cosas siguieran así, se puso de pie y se quitó la camiseta.

Ella tomó aire bruscamente y se quedó boquiabierta.

Demonios, ¿podía ser más apetecible una mujer, y podía estar más necesitada de una buena sesión de sexo? Estuvo a punto de desmayarse cuando él pasó junto a ella para dejar las botas en el suelo, junto a la puerta.

Se quedó a su lado, agobiándola un poco, mientras se vaciaba los bolsillos y dejaba el teléfono móvil, la cartera y algunas monedas sobre la mesa.

—Ponte cómoda, ¿de acuerdo? Vuelvo ahora mismo.

Ella se quedó mirando su garganta, y él tuvo que darle un pequeño empujoncito verbal.

—¿Sue? —susurró.

Ella lo miró a los ojos.

—Dime que vas a seguir aquí cuando salga de la ducha.

—Sí —dijo ella, asintiendo lentamente—. Voy a estar aquí.

Él no pudo resistirse, y le acarició la mejilla cálida y sedosa con el dedo meñique. Entonces, antes de perder el control, repitió:

—Ponte cómoda.

Se dio la vuelta y entró al baño.

Esperaba que ella fisgara un poco mientras estaba a solas. Para eso había dejado la cartera y un segundo teléfono móvil en la mesa; cualquier cosa que pudiera encontrar serviría para reforzar su tapadera.

Se enjabonó de pies a cabeza, y dejó que el agua fría le mitigara un poco la lujuria.

En realidad, no debería sentirse tan excitado. No tenía sentido. Aquel era un trabajo como cualquier otro, y su relación con ella era un medio para conseguir un fin. Además, Pepper Yates, también conocida como Sue Meeks, era lo menos parecido a una mujer fatal.

Sin embargo, el hecho de saber que ella estaba esperando en la otra habitación le provocó una erección; tenía el vientre tenso, y los testículos, endurecidos.

Mierda.

Tenía mucha prisa por volver con ella, así que cerró el grifo y se secó. Ahora que había conseguido meterla en su apartamento, no quería que ella se escapara sin tener la oportunidad de avanzar hacia su meta.

Al salir del baño, abrochándose los pantalones vaqueros, la encontró junto a la puerta, con una expresión un poco distraída. Parecía que no se había movido ni un centímetro. Demonios, parecía que había estado conteniendo la respiración.

Tuvo unas sensaciones nuevas, que le tensaron los músculos. No sabía con seguridad qué era lo que sentía, pero lo sentía intensamente, y era algo cálido e inquietante.

Sus miradas se encontraron, y Logan se acercó a ella sin decir una palabra. Se quedaron uno frente al otro, mirándose durante unos segundos, mientras la atracción formaba un arco entre los dos, como si fuera una corriente eléctrica cuya intensidad aumentaba a cada latido de sus corazones.

Entonces, él dijo, lentamente:

—Parece que vas a salir corriendo.

Ella se humedeció los labios y negó con la cabeza.

Como no podía resistirse a tocarla, Logan puso una mano sobre su cabeza, y notó lo sedoso que era su pelo. Le acarició la cabeza hasta que llegó a su nuca, y después prosiguió hacia abajo por su coleta, hasta que llegó a la parte baja de la espalda y se detuvo.

—¿Va todo bien?

—Sí —dijo ella. Entonces, cuando él la atrajo hacia sí, balbuceó—: No había sabido nada de ti…

Era evidente que su estrategia había funcionado, pensó Logan. Entonces, ¿por qué se sentía como si fuera un desgraciado?

—Después de trabajar en la obra, llegaba a casa destrozado por las tardes.

—No quería decir que… Tú no me debes nada.

Aquella muestra de vulnerabilidad le creó cargo de conciencia.

—¿No?

Sin que él tuviera que urgirla, ella se acercó a él, con la atención fija en su boca.

—Es que yo… Tú dijiste que… Así que pensé… —musitó. Entonces, cerró la boca y los ojos—. No importa.

—Te di mi número de teléfono —le recordó él.

—Te dije que no iba a llamarte.

Y no lo había hecho.

Seguramente, él debería besarla en aquel momento, para evitar aquel pequeño conflicto.

Mejor tarde que nunca.

Sin embargo, no la besó directamente en los labios, sino en la mejilla, hacia abajo, por la mandíbula y, después, hacia un lado de su cuello de seda.

Ella se agarró las manos por detrás de la espalda, y lo desconcertó.

—Hueles muy bien, Sue —dijo, acariciándole la oreja con la nariz, llenándose los pulmones con su olor—. Hueles a sol.

—He estado fuera —respondió ella, con la voz entrecortada—. Hay termitas en el edificio.

—¿Sí? —preguntó él, aunque no le importara nada. La mano que tenía posada en su espalda se le contrajo, y notó su esbeltez.

—Tenía que hablar con el de la empresa de desinsectación —dijo ella, e inclinó la cabeza hacia atrás, para que le resultara más fácil llegar a su garganta—. Hemos estado fuera más de una hora.

¿Había ido una empresa de desinsectación a aquel vertedero? Bueno, él nunca había visto ningún bicho, y le sorprendía.

—Gracias por ocuparte de eso.

—Seguramente, yo también necesito una ducha.

—No —respondió él, y abrió la boca sobre su garganta. La tocó con la lengua y lamió su piel, la saboreó, y le susurró al oído—: Pero podías haberte duchado conmigo si…

Ella se salió tan rápidamente de entre sus brazos, que él tardó un segundo en comprender qué había pasado.

Ella tenía la mirada de un ciervo que se hubiera quedado paralizado ante las luces de un coche.

Él no podía perder las riendas de la situación.

—Has mencionado algo de pedir una pizza —dijo, como si no hubiera pasado nada, y retrocedió un par de pasos para darle espacio y que pudiera respirar—: ¿Qué te parece si invito yo, y cenamos aquí?

Ella estaba a punto de retirarse a causa de la indecisión.

—No quería molestar.

—Estarías haciéndome un favor —respondió él, y, al ver que ella seguía vacilando, le entregó su teléfono móvil—. Vamos, pídela tú. Mientras, yo voy por algo de beber para los dos.

Se alejó, con la esperanza de que ella se calmara y se quedara con él. Sin embargo, también estaba preparado para perseguirla si eso no ocurría.

Entonces, oyó su voz suave pidiendo la pizza, con muchos ingredientes, justo como a él le gustaba.

Sacó unos vasos del armario, y preguntó:

—¿Prefieres Coca-Cola, o cerveza?

Ella miró la cerveza con ansia, pero dijo:

—Una Coca-Cola, por favor.

Otro misterio. Si quería cerveza, ¿por qué no lo decía? ¿Acaso pensaba que no era propio de una mujer educada? ¿O le preocupaba que el alcohol, aunque fuera en una dosis tan ligera, pudiera disminuir su resistencia y la empujara a revelar secretos?

Logan detestaba más a su hermano a cada segundo que pasaba.

—¿Con hielo?

Ella asintió.

—¿Cuánto tiempo tardarán en traer la pizza? Me muero de hambre.

—Quince minutos, más o menos —dijo ella, y se acercó ligeramente—. Están ahí al lado, al torcer la esquina.

—Ah, me alegro de saberlo.

—También puedes pedir comida tailandesa y china, y te la traen bastante rápido. Y la comida mexicana solo tarda media hora.

—Comes mucha comida para llevar, ¿eh?

—En verano, normalmente, hago la comida a la parrilla. Eso ya lo sabes. Pero, por las noches, cuando todo está más silencioso… algunas veces… —ella se encogió de hombros, sin terminar la frase.

—¿No puedes dormir?

—Me gusta la tranquilidad —dijo ella—. No tengo horario fijo, así que, si quiero ver una película antigua, o las noticias, lo hago. Creo que soy muy nocturna.

—Entonces, ¿te acurrucas en el sofá con algo de comida preparada?

Aquella era una imagen muy mona. ¿Qué clase de pijama llevaría? ¿Un camisón de abuela? ¿Una camiseta y unas braguitas? No, por algún motivo, no se la imaginaba en ropa interior.

—A lo mejor podrías darme los números de teléfono de los restaurantes de la zona.

—Claro —dijo ella, y preguntó, desde la puerta de la cocina—: ¿Puedo ayudar en algo?

Oh, sí. Podía hacer muchas cosas. Él se limitó a sonreír, y respondió:

—No, no te preocupes. Ya sacaremos unos platos y las servilletas cuando traigan la pizza —le entregó la bebida, y preguntó—: ¿Quieres que veamos la tele, o nos sentamos en la terraza?

Ella miró hacia la terraza, pero vaciló, así que fue él quien tomó la decisión.

—Vamos a ver qué hay en la televisión —dijo, y la tomó de la mano para llevarla hacia el sofá.

Él se sentó, y tiró de ella para que se sentara a su lado. Se quedó rígida y silenciosa, como desconfiada, con la espalda recta y las rodillas muy juntas.

¿Y todo porque él estaba a su lado?

—Relájate.

—Estoy relajada —respondió ella rápidamente.

Después de una larga mirada, él sonrió y cabeceó.

—Creo que voy a tener que enseñarte a que te relajes.

Ella abrió mucho los ojos, sobre todo al ver que él dejaba la cerveza en la mesa y alargaba los brazos hacia sus hombros.

Sin embargo, él tan solo la empujó contra el respaldo y empezó a masajearle los músculos tensos.

—Vamos, Sue. Respira hondo… así. Ahora, exhala despacio.

Ella lo intentó, pero estaba demasiado rígida.

—No te preocupes. Al final, lo conseguirás —le dijo Logan, y volvió a acomodarse a su lado. Entonces, tomó el mando a distancia y comenzó a cambiar de canal, hasta que encontró una película que estaba en medio de una escena de amor.

—Esto —dijo, y dio un trago a su cerveza—. Mejor que estar ahí fuera sufriendo más bajo el sol.

Durante uno o dos minutos, ella miró la pantalla con la respiración profunda y constante, hasta que terminó la escena sexual. Cuando empezaron los anuncios, él volvió a cambiar de canal, y puso los deportes.

Ella se giró un poco hacia él. Logan esperó a ver qué hacía.

Le acarició la mandíbula con una mano. Fue algo tan inesperado, tan espontáneo, que él se quedó mudo, inmóvil. Ardiendo.

—A los hombres siempre les gusta tener el mando a distancia, ¿verdad?

¿Y qué sabía ella de los hombres y sus preferencias con respecto al mando? Con la voz entrecortada, Logan respondió:

—¿Quieres que vuelva a poner la película?

—No me importa lo que veamos, pero me alegro de que hayas decidido que estuviéramos dentro —respondió ella, mientras le rozaba un lado del cuello con los dedos—. Ya has tomado demasiado el sol.

Dios Santo, ¿cómo podía hacerle tanto efecto una sola caricia?

—En los hombros también —susurró, con la voz ronca—. Gajes del oficio, supongo. La mitad del tiempo trabajamos sin camiseta.

Ella le miró los hombros, y su mano siguió a su mirada.

—¿La construcción es el motivo por el que estás tan moreno?

—Eso, y que me gusta estar al aire libre —contestó él. Posó la cerveza en la mesa—. Nadar, remar, estar en el bosque. Me gusta la naturaleza.

Su hermano tenía una casa en un lago. Era un lugar muy retirado, y ambos lo usaban cuando querían alejarse del mundo, cuando ni siquiera les apetecía tener compañía femenina.

La cabaña era de madera, y tan rústica, que con darse una ducha de cinco minutos se terminaba el agua caliente. Había que lavar la ropa y los platos a mano. Tenía tres dormitorios, una cocina y un baño diminutos. El enorme porche delantero estaba flanqueado por altísimos árboles, y tenía vistas a un lago que era lo suficientemente grande como para pescar, nadar y remar.

—¿Duelen? —le preguntó ella, suavemente, acariciándole la piel de los hombros.

—¿El qué? —preguntó Logan. Lo que le causaba dolor era la lujuria que sentía, pero no creía que ella se refiriera a eso.

—Las quemaduras del sol —dijo ella, y pasó la mano por su nuca y, después, por sus clavículas.

Fue un movimiento atrevido, inesperado, y a él se le olvidaron todos los planes. La agarró por la muñeca, le besó la palma de la mano y se la colocó sobre el pecho.

—¿Sue?

Ella miró su boca con anhelo.

—Tienes la piel muy caliente.

Al cuerno. Le estaba pidiendo un beso a gritos, y él no era ningún santo. ¿Y qué importaba si daba aquel paso ahora o después? De un modo u otro, iba a ser suya.

Le pasó una mano por la nuca y la atrajo hacia sí. Al primer roce de sus labios, ella emitió un sonido de placer, y Logan supo que estaba perdido.