Pasión por dinero - Sally Wentworth - E-Book
SONDERANGEBOT

Pasión por dinero E-Book

SALLY WENTWORTH

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Primer libro de la trilogía sobre los Brodey, una familia que lo tenía todo: dinero, belleza… pero no amor. Chris Brodey podía conseguir cualquier mujer a la que mirase, y estaba mirando a Tiffany Dean, para una relación sin compromiso alguno. Para él, ella no era más que otra mujer interesada sólo en el dinero... Tiffany no tenía dinero, ni trabajo, y ni siquiera la oportunidad de conseguirlos. Su última oportunidad dependía de colarse en la fiesta de los Brodey… Chris estaba dispuesto a ofrecer a Tiffany su riqueza y prestigio, y a cambio ella haría lo que él quisiera. Pero Tiffany descubrió que una cosa era ser la posesión de un hombre, y otra muy distinta, ser la posesión de alguien de quien estaba enamorada.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 212

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1995 Sally Wentworth

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasión por dinero, n.º 1034 - marzo 2021

Título original: Chris

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-119-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

EL BICENTENARIO DE LA CASA BRODEY

 

El magnífico palacio barroco del siglo XVIII de la familia Brodey, situado a orillas del río Duero, en Portugal, será pronto el escenario de una magnífica fiesta para celebrar el bicentenario de la fundación de la famosa compañía vinícola.

La Casa Brodey, conocida en todo el mundo por sus exquisitos vinos de oporto y madeira, ha diversificado en los últimos años sus intereses, convirtiéndose en una de las empresas más saneadas de Europa. Fundada en la bella isla de Madeira, la compañía se trasladó a Oporto, después de que Calum Lennox Brodey, el fundador de la familia, comprara unos terrenos en el pintoresco valle del Duero. Sus propiedades están cubiertas con los millares de cepas que producen el vino de oporto en el que se fundamenta la prosperidad de la familia.

 

UN ACONTECIMIENTO FAMILIAR

 

Todos los miembros del clan Brodey estarán en Oporto para recibir a los invitados que acudirán a los festejos.

Se comenta que el patriarca de la familia, Calum Lennox Brodey, que, al igual que todos los primogénitos de la rama principal lleva el nombre del fundador de la familia, espera complacido la llegada de sus parientes. A pesar de que ya cuenta con más de ochenta años, Calum el Viejo, como es conocido en los círculos vinícolas, todavía se ocupa de las labores de la empresa, y se le puede ver a menudo recorriendo los viñedos para comprobar la buena marcha de las cosechas, o supervisando el trabajo en la planta embotelladora de Oporto.

 

ATORMENTADOS POR EL PASADO

 

Aunque esta celebración será sin duda una ocasión feliz, no hará olvidar la terrible tragedia que sacudió a la familia hace unos veinte años, cuando los dos hijos mayores de Calum el Viejo perecieron junto a sus esposas en una accidente automovilístico, cuando se encontraban de vacaciones en España. Cada uno de ellos tenía a su vez un hijo, de aproximadamente la misma edad, y de ambos se hizo cargo Calum el Viejo. Superando su pena, los acogió en su palacio, y empezó a prepararles para que pudieran hacerse cargo del negocio familiar.

Durante un tiempo se rumoreó que el anciano señor Brodey pensaba dejar sus negocios en manos de su tercer hijo, Paul. Sin embargo, éste prefirió dedicarse a la pintura, convirtiéndose en un reputado artista. Actualmente vive cerca de Lisboa con su esposa, Maria, de ascendencia portuguesa. Hace poco tiempo, su único hijo, Christopher, se ha incorporado al negocio y trabaja en las oficinas que la empresa tiene en Nueva York.

Sólo uno de los nietos vive aún con Calum el Viejo en el magnífico palacio familiar: se trata del único hijo de su primogénito quien, siguiendo la tradición familiar, también se llama Calum… Calum el Joven en este caso. A sus treinta y pocos años, se le considera uno de los solteros más codiciados no sólo del país, sino de toda Europa. Aunque es él quien virtualmente dirige los asuntos de la empresa, durante los días que duren los festejos se mantendrá en un discreto segundo plano, cediendo todo el protagonismo a su abuelo.

 

¿MATRIMONIO A LA VISTA?

 

Otra peculiar tradición que se ha mantenido entre los Brodey lleva a los hombres de la familia a mantener los lazos con su país de origen mediante el matrimonio con rubias muchachas típicamente inglesas. Durante generaciones, han viajado a Inglaterra para regresar con alguna hermosa «Rosa de Inglaterra» del brazo. ¿Mantendrán Calum el Joven y su primo Christopher esta singular costumbre?

El tercero de los nietos, Lennox, quien actualmente reside en Madeira, asistirá a los festejos con su bella y encantadora esposa Stella. La pareja espera su primer hijo para finales de año. Ni que decir tiene que Stella es una encantadora rubia inglesa.

La hija pequeña de Calum el Viejo, Adele, está casada con el famoso y aún apuesto Guy de Charenton, millonario francés conocido por su generoso mecenazgo a la Ópera de París y sus filantrópicas aportaciones a numerosas asociaciones de carácter benéfico.

Aunque los Brodey están muy bien relacionados con las mejores familias, especialmente en Inglaterra, fue la única hija de Adele, la bellísima Francesca, la primera en emparentar con la nobleza, merced a su matrimonio con el Príncipe Paolo de Vieira. La boda se celebró en el magnífico castillo familiar del novio, en Italia, y aunque entonces nadie podía imaginar un final tan triste para un romance que parecía salido de un cuento de hadas, lo cierto es que la pareja acabó divorciándose tras apenas dos años de vida en común. Desde entonces, Francesca ha tenido varios pretendientes, siendo el último y más asiduo el conde Michel de la Fontaine, con quien ha sido vista a menudo tanto en París como en Roma, ciudades en las que habitualmente reside.

Desde aquí queremos felicitar a todos los miembros de la familia Brodey, y desearles una venturosa celebración; estamos seguros de que sus afortunados huéspedes disfrutarán de la ya legendaria hospitalidad de esta influyente familia.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ESTABAN los tres Brodey reunidos en los hermosos jardines de su magnífico palacio barroco cerca de Oporto. Todos ellos habían ido a celebrar el bicentenario de la Casa Brodey.

Aquel almuerzo era el primero de la semana de festividades que culminaría en una gran gala. Pero aquel día había sólo unos ciento sesenta invitados, y una persona que se había colado.

Los que habían recibido invitación oficial tenían relación con el comercio de vino: compradores de Francia, América, Gran Bretaña, e incluso de Australia; transportadores locales, expertos viticultores de la planta embotelladora de Vila Nova de Gaia y de sus muchas fincas en el Alto Duero. Había una gran cantidad de hombres de traje oscuro, y las mujeres en su mayoría eran hijas o esposas suyas a quienes habían invitado por cortesía.

Los miembros de la familia atendían a los diferentes grupos de invitados. El grupo más numeroso estaba reunido alrededor del cabeza de familia, Calum Lennox Brodey, «Calum el Viejo», como lo llamaban, quien conversaba con los invitados. Su espalda estaba algo encorvada ya pero sus ojos aún brillaban con la inteligencia y el gusto por la vida que lo había caracterizado.

Otro grupo casi de igual tamaño estaba reunido con su nieto y heredero, llamado Calum también, quien llevaba el negocio familiar, aunque tal vez fuera más preciso llamarlo «imperio».

Una rubia alta y esbelta de colorido vestido sobresalía entre los trajes oscuros como una llama. Se separó de uno de los grupos y tomó un vaso de oporto helado de la bandeja de un camarero. La siguió un hombre de unos treinta y muchos años, igualmente alto, de atractiva figura y pronunciados rasgos, y con un aire de delicado encanto que no podía sino indicar que se trataba de un francés. Le dijo algo a la chica y puso una mano en su hombro posesivamente. Pero ella se la quitó y fue a conversar con algunos invitados que parecían estar un poco perdidos, y quienes después de su trato cordial, su sonrisa y su calidez, lograron sentirse cómodos. Se trataba de la Princesa Francesca de Vieira, la nieta de Calum el Viejo; y el hombre que estaba con ella era un conde francés, de quien corría el rumor que sería su siguiente marido.

Había también otros miembros de la familia de la sucursal de Madeira, pero fueron aquellos tres, el viejo Calum y sus tres nietos, quienes fijaron su atención en Tiffany Dean en el momento en que ésta entró por uno de los arcos que conducían a la terraza, situada por encima de los hermosos jardines donde se encontraban los invitados. Ella sabía muchas cosas acerca de los Brodey. Había estado informándose durante las pasadas dos semanas, desde que se había decidido a colarse en aquella fiesta. Había obtenido bastante información acerca de ellos en los periódicos locales portugueses, y en las revistas internacionales. En éstas había aparecido Francesca, sobre todo, su espectacular boda con un príncipe italiano y su aún más espectacular divorcio, que había sido una fuente inacabable para columnistas de la prensa del corazón y los paparazzi.

Tiffany la observó con envidia. Vestía un elegante traje de pantalón brillante, y se movía con un aire de seguridad y confianza en sí misma que sólo podía provenir de no haber tenido que preocuparse jamás por el dinero, y de haber tenido siempre lo mejor de todo. La mejor educación, las mejores ropas… Incluso los mejores hombres.

El joven Calum se comportaba del mismo modo, con el mismo gesto arrogante que lo habría distinguido de todos los demás aunque no hubiera sobresalido entre la gente por su altura y su pelo rubio. Todos los Brodey eran rubios porque era tradición en la familia casarse con mujeres rubias, «sus rosas inglesas», como las había llamado algún periodista romántico en un artículo que había leído Tiffany como parte de su investigación acerca de la familia. Aunque ella no había tenido mucha práctica en ello, había escrito un par de artículos para una revista dirigida a las mujeres, y la persona que la había puesto en contacto con la revista le había pedido que intentase escribir algo acerca de los Brodey desde dentro, especialmente acerca del joven Calum.

En condiciones normales, ella habría rechazado la petición, la invasión de la intimidad no era su fuerte, pero las circunstancias la habían obligado a aceptar. La primera razón había sido la falta total de dinero; llevaba mucho tiempo sin trabajo y estaba desesperada. La segunda razón había sido más personal. Recordó a su contacto en la revista, un joven editor que había ido a verla y le había ofrecido una buena suma de dinero si lograba acercarse a Calum y obtener algún cotilleo.

–Con tu aspecto y tu pelo rubio, te será fácil. Simplemente intenta averiguar qué ocurre detrás del rostro público que muestran al mundo. No hay nada de malo en ello. Nosotros los utilizamos, y a ellos les encanta estar en los medios de comunicación, aunque digan que no.

Tiffany sabía que probablemente no era cierto, y a pesar de su falta de dinero, habría rechazado el trabajo, pero estaba resentida con los Brodey. Por culpa de ellos había perdido el trabajo que la había llevado a Portugal, en primer lugar. Aunque en realidad no había conocido a ninguno de ellos personalmente. Ella había sido un insignificante elemento en el ambicioso proyecto en el que había participado la Compañía Brodey como principal inversor. Y habían sido los Brodey quienes primero se habían retirado cuando había empezado la recesión, haciendo que los otros inversores se retirasen también, y que el proyecto fracasase, dejándola sin trabajo junto a los demás trabajadores. Había sido el resentimiento por la falta de consideración lo que había vencido por fin sus escrúpulos y la había hecho aceptar el encargo. Así que se había colado en la fiesta, sabiendo que aquélla era su última oportunidad. La última vez que le tocaría tirar el dado.

Entrar al palacio había sido mucho más fácil de lo que se había imaginado. Tiffany había esperado que hubiera una cola de coches a la puerta y que la gente se bajase impacientemente de los coches y comenzara a andar hasta la entrada. En ese momento simplemente se había unido a un pequeño grupo y había entrado con ellos, sin siquiera haber tenido que usar la frase de que su esposo la estaba esperando en el interior, que había preparado en portugués por si le pedían que mostrase su invitación. Pero ahora que estaba allí debía pensar el modo de que le presentasen a Calum Brodey, y el modo de llamar su atención. Una vez que él se hubiera fijado en ella, todo lo que tenía que hacer era mantener su atención el mayor tiempo posible.

Tiffany decidió ser positiva. Respiró profundamente y bajó las escaleras de la terraza para unirse a los invitados.

Un camarero apareció con una bandeja llena de vasos. Al ver que Tiffany no tenía ninguna bebida, se detuvo para que pudiera servirse una. En el momento en que lo hizo, otra mano, masculina, apareció por detrás de ella para tomar otro vaso. Ella miró por encima del hombro y vio a un hombre alto, de hombros anchos con un traje claro. Ella se dispuso a seguir su camino, pero él le dijo:

–Hola. Tienes aspecto de hablar inglés –su acento lo identificó inmediatamente como norteamericano, de los Estados Unidos, probablemente.

Tiffany dudó un momento, y luego asintió.

–¿Tienes algún problema?

–Sólo que no hablo portugués y que no conozco a nadie aquí. Te he visto de pie allí, observando a todo el mundo, y me imaginé que estarías en la misma situación que yo –el hombre alargó su mano libre y sonrió, presentándose–: Mi nombre es Sam. Sam Gallagher.

Tiffany volvió a dudar. No quería que el americano la siguiera a todas partes, pero por otra parte sería útil tener a un hombre que la siguiera durante un rato. Así que le sonrió y le dio la mano también.

–Soy Tiffany Dean.

El hombre la miró, apreciando su esbelta figura envuelta en un traje de seda cuyo alquiler le había costado hasta el último céntimo alquilar. Tenía un brillo de sorna en sus ojos, pero señalando el vaso con desconfianza sólo dijo:

–¿Qué es esto?

–¿No lo sabes? Es oporto blanco. El aperitivo de moda en toda Europa. No sé en Estados Unidos. Eres de allí, ¿no es verdad?

–¿Cómo lo has adivinado? Sí. Soy de Wyoming.

–¿Se bebe tanto oporto allí? ¿Eres vinatero?

–¿Vendedor de vinos? ¡No, por Dios!

–Creí que en esta fiesta todo el mundo estaba relacionado con el comercio de vino de una u otra forma –comentó Tiffany, mirando entre la gente, tratando de ver a Calum Brodey. Lo vio atravesando el jardín, yendo a hablar con una mujer pelirroja que parecía tener algo que ver con el servicio de comidas. La mujer asintió y se fue deprisa, y entonces Calum volvió con los invitados.

Tiffany empezó a moverse en su dirección. Sam la siguió.

–No, tengo un amigo que trabaja con una compañía naviera de aquí. Él no pudo asistir hoy, así que me dio la invitación. Es una fiesta más grande de lo que pensaba. ¿Conoces a los Brodey?

Ella se encogió de hombros.

–Todo el mundo los conoce. Es una de las familias más importantes de Oporto. Aquél es el cabeza de familia –gesticuló hacia el señor Brodey–. Está hablando con uno de sus nietos, Lennox Brodey, y su esposa, la mujer rubia embarazada que tiene al lado –señaló.

Al mirar a la pareja Tiffany sintió una punzada de celos. Parecían tan felices juntos, evidentemente estaban profundamente enamorados, la mujer radiante con su embarazo, y el hombre muy solícito con ella. Eran dos personas afortunadas, a quienes la vida no había asestado ningún golpe.

Tiffany asintió hacia donde estaba Francesca de Vieira.

–Aquélla es su nieta, la que tiene el traje rojo.

Sam siguió la mirada de Tiffany. Ésta lo oyó suspirar. Pero seguramente aquella mujer siempre causaría esa reacción, pensó Tiffany. Se puso de puntillas y deseó ser más alta. Luego se rió para sus adentros y se dijo que jamás crecería, así que sería mejor sacar partido de lo que le había dado la naturaleza en lugar de esperar milagros.

Y sabía que lo que tenía era una cabellera rubia voluminosa y brillante, unos ojos azules con pestañas largas y una nariz respingona. No era una cara bonita, pero sí atractiva. Su figura no estaba mal, a pesar de sus quejas acerca de la estatura.

–¿Vives aquí, en Portugal? –le preguntó Sam mientras avanzaban.

–Temporalmente. No conozco a casi nadie de aquí, así que me temo que no podré presentarte a nadie –le dijo para desanimarlo y que se marchase.

–Yo tampoco, así que a lo mejor deberíamos seguir juntos.

En aquel momento ella hubiera preferido que Sam se hubiera ido, porque ya que él no podía presentarle a nadie, ella prefería seguir sola. Terminó su copa, le dio el vaso con una sonrisa y le dijo:

–Hace mucho calor. ¿Crees que podrías conseguirme otro vaso de esto? Pero con mucho hielo, por favor –agregó, para que Sam se demorase más.

–Claro. No te vayas. Vuelvo enseguida.

Sam se internó en la multitud, buscando un camarero. En cuanto desapareció de su vista, Tiffany caminó deprisa hacia la zona del jardín en donde había visto a Calum Brodey. En ese momento, un grupo de hombres se empezó a separar en medio de las risas. Uno de ellos se dio la vuelta, y se chocó con ella. Con una sonrisa aún en la cara, le dijo:

–Perdao… –intentó sujetarla.

–Eh… Não tem de que.

Él se rió.

–Evidentemente, no eres portuguesa.

–¡Oh, Dios! ¿Tanto se me nota? –preguntó Tiffany sonriendo.

–Bueno, el esfuerzo por intentar hablarlo merece reconocimiento.

–Pero mi pronunciación es muy mala, ¿verdad? –Tiffany miró las facciones del apuesto hombre. Tenía el pelo algo largo, y su cara le resultaba familiar–. Tú tampoco eres portugués, ¿verdad?

–Soy bilingüe. Tengo una madre medio portuguesa –extendió la mano y le dijo–: Soy Christopher Brodey.

Tiffany se dio cuenta entonces de dónde lo conocía, de los artículos que había mirado. Pero como no estaba en la línea directa de la familia, no se había fijado mucho en él. Intentó recordar lo que había leído, y recordó que en su temprana juventud aquel hombre había tenido fama de ser un poco rebelde. Seguía siendo joven, tendría algo menos de treinta años, pensó Tiffany, así que probablemente siguiera siendo un aficionado a los coches veloces, los yates y las mujeres. Pero podía serle útil.

Así que Tiffany le dio la mano y le sonrió mientras se presentaba.

–Tiffany. Bonito nombre. Y bastante original –la miró dándole a entender que la encontraba bonita también–. Estoy seguro de que no nos conocemos, de lo contrario me acordaría. Pero no vengo a menudo a Portugal últimamente. Mi trabajo consiste en abrir nuevos mercados para nuestros vinos, así que viajo mucho.

–¿De verdad? Eso suena muy interesante. Y por lo que he oído, debes de ser un gran vendedor –dijo ella, adulándolo–. Vendes en todo el mundo ahora, ¿no es cierto?

–No exactamente. Pero en muchos sitios –sonrió él.

Tenía una sonrisa atractiva, unos ojos muy pícaros y un cierto aire de niño. No era difícil imaginarse por qué tenía aquella fama con las mujeres.

–¿Dónde estás actualmente? –le preguntó ella.

–Es una pregunta difícil. Mis padres viven en Lisboa y tienen una mansión en Madeira, donde vivía yo mientras estaba aprendiendo acerca del comercio del vino. Pero, ahora, paso la mayor parte del tiempo en Nueva York porque el mercado americano está en fase de expansión.

–Oporto debe de ser un poco aburrido para ti ahora.

–No. Me gusta Nueva York, pero Portugal es mi hogar –asintió hacia la casa y agregó–: Y vivo en esta casa cuando estoy por aquí, con mi abuelo y mi primo.

Tiffany miró el palacio. Era hermoso. A ambos lados de la magnífica entrada, en cuya parte superior había un escudo, se extendían las dos alas del palacio. Las paredes eran blancas pero las numerosas ventanas con ornamentos de piedra rompían su monotonía. Había estatuas a los lados y chimeneas en el tejado. Al final del ala izquierda, una capilla. Estaba todo muy bien conservado además. Los querubines de la fuente del lago brillaban con el sol.

–Es un hermoso lugar –dijo ella. Pero luego agregó para no parecer demasiado deslumbrada–: Y un lugar ideal para la celebración. ¿Es tuya la compañía naviera más antigua de la zona?

–No. Hay otras más antiguas. Somos un poco nuevos en esto. Pero déjame que te consiga una copa –miró alrededor, vio a un camarero, chasqueó los dedos y éste apareció inmediatamente. Chris tomó dos copas.

–¿Cómo es que te invitaron a la fiesta?

–¡Ah! Bueno… –Tiffany le sonrió maliciosamente y puso un delicado dedo en su manga mientras se inclinaba hacia él–. ¿Me prometes que no me vas a echar?

Chris la miró con ojos pícaros y le contestó:

–Soy conocido por mi discreción.

Tiffany no le creyó, pero le dijo confidencialmente:

–Realmente no me han invitado. Un compañero de trabajo no ha podido venir y me pasó la invitación. Y como casi no conozco a nadie en Oporto, pensé que sería una buena oportunidad de conocer gente de habla inglesa. Y ya ves, ha funcionado. Para empezar, te he conocido a ti.

–Bueno. Me alegro de que hayas venido. ¿Dónde trabajas en Oporto?

–En el distrito comercial –y agregó rápidamente–: Supongo que conoces a todo el mundo. ¿Podrías presentarme a algunas personas que hablen inglés? ¿Tu familia, quizás?

La boca de Chris se torció levemente, como si hubiera sospechado algo, pero dijo:

–Por supuesto. Veamos quién anda cerca –miró alrededor. Aunque no era excepcionalmente alto su cabeza sobresalía por entre las de los portugueses–. ¡Ah, sí! Por aquí –le puso una mano en el codo y la llevó.

Tocó el hombro de alguien y dijo:

–Com licença –se acercó adonde estaba su prima.

Chris se acercó a Francesca de Vieira. Tiffany estaba segura de que lo había hecho a propósito. Aunque no se trataba del primo indicado, era mejor que nada, pensó ella. Así que esbozó la mejor de sus sonrisas cuando se la presentó, y luego la miró con admiración y le dijo:

–¡Qué suerte tiene de ser tan alta, princesa!

–Por favor, llámame Francesca… y no te creas que es tanta suerte. Piensa en la cantidad de hombres entre los que tú puedes elegir, comparada conmigo.

Se rieron.

Tiffany calculó que debían tener edades similares, unos veinticinco años. Las dos eran rubias, pero ahí se terminaba el parecido. Francesca era esbelta y delgadísima, y era capaz de llevar la ropa de un diseñador con la elegancia de una experimentada modelo. Llevaba el pelo recogido de un modo que parecía casual, con mechones sueltos que formaban un marco para su cara, pero conseguirlo debía de haberle llevado al menos una hora en la peluquería. Adornaban su cuello y sus muñecas joyas de diseño. Se había casado con un aristócrata rico y se casaría con otro. Se notaba que se había criado entre algodones, y sobre todo era hermosa.

Tiffany en cambio tenía la desventaja de ser baja, y debía cuidar, por lo tanto, la ropa que se ponía. Jamás había usado nada que no fuera sencillo, ni llevado joyas como Francesca. Y en cuanto a los hombres… Bueno, ése era un asunto cerrado en su vida.

Al mirarla, Tiffany pensó que debería odiarla, pero se había quedado desarmada frente al encanto y la calidez de la rica muchacha.

–Tiffany no habla portugués muy bien y no conoce a nadie aquí –le explicó Chris–. Así que he decidido ayudarla.

Su prima lo miró con picardía.

–¿No la has traído tú?

Chris le devolvió la mirada, y luego miró al conde.

–No. Nos hemos conocido por casualidad.

–¡Qué suerte has tenido! –dijo Francesca irónicamente.

Era evidente que los primos se conocían muy bien y que se estaban tomando el pelo.

En ese momento, el conde francés le puso una mano en el brazo a Francesca.

–Van a servir el buffet. ¿Dónde quieres que nos sentemos? –preguntó en francés.

Y Francesca le respondió en el mismo idioma.

–Si tienes hambre, vete y siéntate. Iré cuando me apetezca.

Allí residía la diferencia entre ellas dos, pensó Tiffany. Francesca podía rechazar a un hombre que evidentemente se preocupaba por ella, mientras que ella debía tramar algo y adular para que le presentaran a un hombre al que tal vez ni siquiera gustaría.

Pero lo disimuló. Y conversó en los siguientes minutos como si estuviera acostumbrada al desparpajo y a moverse en aquellos círculos elitistas, e intentando que su personalidad supliera las desigualdades entre ellos. Contó un par de anécdotas que hicieron reír a Chris y a Francesca. La risa de Chris llamó la atención de los que estaban cerca de ellos. Y Tiffany deseó que se acercara su primo, puesto que el jardín se estaba vaciando, y la gente se estaba acercando hacia la zona donde estaban puestas las mesas para la comida.

El conde había esperado a Francesca a pesar de su desplante, pero en aquel momento a ella pareció darle pena su novio y dijo:

–Será mejor que vayamos a comer. Tiffany, ¿quieres sentarte con nosotros? –miró alrededor–. Por cierto… ¿dónde está Calum?

Tiffany se alegró de que las cosas estuvieran yendo bien, y agradeció la invitación a sentarse con una sonrisa. Luego, comenzó a moverse junto con los otros. Calum Brodey, que estaba con un grupo, miró alrededor y fue a reunirse con ellos. Sus ojos se detuvieron un segundo en Tiffany, y luego miraron a Francesca. Entonces dijo:

–Recuerda que el abuelo quiere que nos sentemos entre los invitados –le dijo cuando oyó su sugerencia.

Francesca pareció molesta y preguntó: