Pasión fugaz - Sally Wentworth - E-Book

Pasión fugaz E-Book

SALLY WENTWORTH

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Beschreibung

Tercer libro de la trilogía sobre Los Brodey, una familia que lo tenía todo: dinero, belleza… pero no amor. Calum Brodey, cabeza de la familia Brodey, era capaz de conseguir todo lo que se proponía, y de hacerlo con imaginación, ambición y eficiencia. Ahora se había propuesto conquistar a Elaine Beresford... Ella había sufrido un desastroso matrimonio. Su experiencia le había enseñado a valorar mucho su independencia... ¡tanto que no pensaba dejarlo todo sólo porque Calum esperara que lo hiciera! Con él se sentía deseada por primera vez en su vida. Pero sabía que el sueño sería fugaz...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 1995 Sally Wentworth

 

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasión fugaz, n.º 1036 - enero 2021

Título original: Callum

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-115-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

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Prólogo

 

 

 

 

EL BICENTENARIO DE LA CASA BRODEY

 

El magnífico palacio barroco del siglo XVIII de la familia Brodey, situado a orillas del río Duero, en Portugal, será pronto el escenario de una magnífica fiesta para celebrar el bicentenario de la fundación de la famosa compañía vinícola.

La Casa Brodey, conocida en todo el mundo por sus exquisitos vinos de oporto y madeira, ha diversificado en los últimos años sus intereses, convirtiéndose en una de las empresas más saneadas de Europa. Fundada en la bella isla de Madeira, la compañía se trasladó a Oporto, después de que Calum Lennox Brodey, el fundador de la familia, comprara unos terrenos en el pintoresco valle del Duero. Sus propiedades están cubiertas con los millares de cepas que producen el vino de oporto en el que se fundamenta la prosperidad de la familia.

 

 

UN ACONTECIMIENTO FAMILIAR

 

Todos los miembros del clan Brodey estarán en Oporto para recibir a los invitados que acudirán a los festejos.

Se comenta que el patriarca de la familia, Calum Lennox Brodey, que, al igual que todos los primogénitos de la rama principal lleva el nombre del fundador de la familia, espera complacido la llegada de sus parientes. A pesar de que ya cuenta con más de ochenta años, Calum el Viejo, como es conocido en los círculos vinícolas, todavía se ocupa de las labores de la empresa, y se le puede ver a menudo recorriendo los viñedos para comprobar la buena marcha de las cosechas, o supervisando el trabajo en la planta embotelladora de Oporto.

 

 

ATORMENTADOS POR EL PASADO

 

Aunque esta celebración será sin duda una ocasión feliz, no hará olvidar la terrible tragedia que sacudió a la familia hace unos veinte años, cuando los dos hijos mayores de Calum el Viejo perecieron junto a sus esposas en una accidente automovilístico, cuando se encontraban de vacaciones en España. Cada uno de ellos tenía a su vez un hijo, de aproximadamente la misma edad, y de ambos se hizo cargo Calum el Viejo. Superando su pena, los acogió en su palacio, y empezó a prepararles para que pudieran hacerse cargo del negocio familiar.

Durante un tiempo se rumoreó que el anciano señor Brodey pensaba dejar sus negocios en manos de su tercer hijo, Paul. Sin embargo, éste prefirió dedicarse a la pintura, convirtiéndose en un reputado artista. Actualmente vive cerca de Lisboa con su esposa, Maria, de ascendencia portuguesa. Hace poco tiempo, su único hijo, Christopher, se ha incorporado al negocio y trabaja en las oficinas que la empresa tiene en Nueva York.

Sólo uno de los nietos vive aún con Calum el Viejo en el magnífico palacio familiar: se trata del único hijo de su primogénito quien, siguiendo la tradición familiar, también se llama Calum… Calum el Joven en este caso. A sus treinta y pocos años, se le considera uno de los solteros más codiciados no sólo del país, sino de toda Europa. Aunque es él quien virtualmente dirige los asuntos de la empresa, durante los días que duren los festejos se mantendrá en un discreto segundo plano, cediendo todo el protagonismo a su abuelo.

 

 

¿MATRIMONIO A LA VISTA?

 

Otra peculiar tradición que se ha mantenido entre los Brodey lleva a los hombres de la familia a mantener los lazos con su país de origen mediante el matrimonio con rubias muchachas típicamente inglesas. Durante generaciones, han viajado a Inglaterra para regresar con alguna hermosa «Rosa de Inglaterra» del brazo. ¿Mantendrán Calum el Joven y su primo Christopher esta singular costumbre?

El tercero de los nietos, Lennox, quien actualmente reside en Madeira, asistirá a los festejos con su bella y encantadora esposa Stella. La pareja espera su primer hijo para finales de año. Ni que decir tiene que Stella es una encantadora rubia inglesa.

La hija pequeña de Calum el Viejo, Adele, está casada con el famoso y aún apuesto Guy de Charenton, millonario francés conocido por su generoso mecenazgo a la Ópera de París y sus filantrópicas aportaciones a numerosas asociaciones de carácter benéfico.

Aunque los Brodey están muy bien relacionados con las mejores familias, especialmente en Inglaterra, fue la única hija de Adele, la bellísima Francesca, la primera en emparentar con la nobleza, merced a su matrimonio con el Príncipe Paolo de Vieira. La boda se celebró en el magnífico castillo familiar del novio, en Italia, y aunque entonces nadie podía imaginar un final tan triste para un romance que parecía salido de un cuento de hadas, lo cierto es que la pareja acabó divorciándose tras apenas dos años de vida en común. Desde entonces, Francesca ha tenido varios pretendientes, siendo el último y más asiduo el conde Michel de la Fontaine, con quien ha sido vista a menudo tanto en París como en Roma, ciudades en las que habitualmente reside.

Desde aquí queremos felicitar a todos los miembros de la familia Brodey, y desearles una venturosa celebración; estamos seguros de que sus afortunados huéspedes disfrutarán de la ya legendaria hospitalidad de esta influyente familia.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TODOS los Brodey estaban presentes, reunidos en los bellos jardines de su magnífico palacio barroco, cerca de Oporto. Habían acudido a celebrar el doscientos aniversario de la Casa Brodey.

Cebrándolo con ellos había ciento cincuenta invitados, diseminados en grupos por la explanada de hierba del jardín, tomando aperitivos antes de la comida, hablando y riendo. Hacía un delicioso día de primavera y una ligera brisa soplaba desde la costa. Para los invitados, la fiesta y la comida significaban puro placer. Para Elaine Beresford significaba trabajo.

Estaba al fondo del jardín, molestando lo menos posible, asegurándose de que los camareros mantuvieran atendidos a todos los grupos de invitados. En el otro extremo del jardín, las mesas ya estaban preparadas para el número exacto de personas invitadas. Dentro de una media hora ocuparían sus asientos y, entonces, Elaine tendría que ocuparse de que fueran debidamente atendidos en todos los aspectos. Su tarea ya sería difícil en Inglaterra, donde solía contar con camareros y empleados que hablaban inglés y a los que ya conocía, pero iba a serlo aún más allí, en Portugal, donde ella y los dos empleados que había traído de Inglaterra tenían que enfrentarse a través de intérpretes a todos los problemas que surgieran: viandas que no llegaban a tiempo, chefs temperamentales que querían hacer las cosas a su modo, y otros cientos de cosas que podían, y solían, ir mal.

Y, sobre todo, tenía que tratar con los Brodey.

Las cosas iban bien de momento, y pudo fijarse en ellos mientras se movían entre los invitados. La familia Brodey era un caso especial. Elaine había conocido primero a Francesca, la Princesa de Vieira, por darle su título completo. Se conocieron en Londres, antes de que Francesca se casara con su príncipe italiano, y cuando ella aún estaba casada. Ahora, ninguna de las dos lo estaba. El matrimonio de Francesca terminó en un feo divorcio, y el de Elaine, en el accidente de avión que mató a su marido, Neil, tres años atrás. A pesar de sus diferencias de clase y modo de vida, se hicieron muy amigas. Tras la inesperada muerte de Neil, que dejó poco dinero en herencia a Elaine, ésta tuvo que transformar su afición en una auténtica profesión y empezó a ocuparse del servicio de comidas para bodas, fiestas y diversas celebraciones. Francesca le pidió que se encargara de su boda, y, a partir de ésta, empezaron a surgirle muchos trabajos. El hecho de que le hubieran ofrecido ocuparse de la organización de aquel bicentenario suponía una culminación en su profesión, y también, una gran responsabilidad.

Al principio, consideró seriamente rechazar el trabajo; implicaba muchas dificultades, la menor de las cuales no era precisamente el idioma. Pero era ambiciosa en su trabajo y quería ver crecer su empresa, de manera que, finalmente, no fue capaz de resistirse a aquel reto.

El abuelo de Francesca, Brodey el Viejo, que tenía más de ochenta años, era el cabeza de familia, y se había tomado un interés personal en la organización del acontecimiento. Pero había sido a Calum el Joven al que Elaine había mandado el presupuesto y con el que había mantenido largas conversaciones por teléfono para dejar aclarados todos los detalles del acontecimiento.

Calum y Francesca eran primos; Elaine podía ver a ambos mientras se movían entre los invitados. Francesca era alta y muy guapa, y llevaba un vestido de brillantes colores. Calum Brodey era aún más alto y sobresalía entre casi todos los presentes. Ambos eran rubios y su aspecto de ingleses se hacía más evidente entre tantos portugueses. Francesca tenía un acompañante, un conde francés, pero, ¿cuándo no había tenido alguno últimamente?

Calum no estaba casado, aunque ya tenía más de treinta años y era muy atractivo, de un modo ligeramente duro y arrogante, al menos desde el punto de vista de Elaine. Esta se dirigió a un camarero para indicarle que atendiera a un grupo de personas un poco apartado, y al hacerlo pasó junto al círculo que rodeaba a Calum. Este hablaba con los invitados en fluido portugués. Mientras volvía a ocupar su puesto en los escalones de una de las entradas de la casa, desde donde podía divisar todo el jardín, Elaine pensó que resultaba un poco extraño que aquella familia, que llevaba doscientos años trabajando y viviendo en Portugal, conservara aquel aspecto tan inglés. Todos hablaban inglés con total naturalidad y fluidez; los hijos de la familia acudían sistemáticamente a colegios ingleses, y casi todos se casaban con inglesas o ingleses. Sobre todo, cada heredero. Se decía que, según una extraña tradición, todos los herederos debían casarse con inglesas rubias.

Había pocas rubias en la fiesta; Elaine sólo había localizado media docena. Y no había ninguna con el pelo rojizo, como el suyo.

Miró su reloj y comprobó que llegaba la hora acordada para la comida. Volvió a acercarse al círculo de Calum. Alguien se apartó para dejarla pasar.

–Creo que ya es la hora –dijo.

–Por supuesto –Calum avisó a los que le rodeaban mientras Elaine de dirigía a otro grupo para comunicar que podían ir ocupando sus asientos.

Hubo un momento embarazoso cuando se comprobó que había un lugar de menos en las mesas preparadas para la comida, pero enseguida se puso un servicio de vajilla más y el incidente fue rápidamente olvidado mientras se servía el primer plato.

Elaine mantuvo la mayor discreción posible, asegurándose de que todo iba bien, tanto en la cocina como en el jardín. Los Brodey no habían reparado en gastos para que todo fuera de primera calidad y algunos de los vinos servidos eran de cosechas consideradas sublimes por los entendidos.

En sus conversaciones con Calum, Elaine había comprobado lo orgulloso que se sentía éste de su tradición familiar, y, aunque le hizo alguna sugerencia para reducir algún gasto, él se negó, alegando que celebraciones como aquella no tenían lugar todos los días y que sólo quería lo mejor para sus invitados.

El resto de la comida transcurrió sin incidentes, y, cuando acabó, Elaine pudo escapar unos minutos al guardarropa para descansar un rato. Mientras estaba allí, entró un momento una joven rubia que Elaine había visto hablando antes con los primos Brodey.

Fuera, en el jardín, se había servido un oporto tras la comida. Algunos de los invitados ya se habían ido, pero aún quedaban bastantes disfrutando de la última bebida. De pronto, se oyó un agudo grito y el claro sonido de un rostro siendo abofeteado. Se hizo un asombrado silencio en el jardín mientras todos miraban en aquella dirección. Elaine acudió rápidamente y comprobó con alivio que no había ningún camarero implicado en el asunto. Al parecer, la chica rubia que había visto en el guardarropa hacía unos minutos se había molestado por algo que le había dicho uno de los invitados. Chris Brodey ya había tomado al hombre por el brazo y lo escoltaba fuera del jardín. Calum estaba con la chica, pero, enseguida, Francesca se hizo cargo de ella y la llevó al interior de la casa.

Se había producido un fascinado silencio mientras todo el mundo observaba lo que sucedía, pero la gente empezó a hablar al cabo de un momento, comentando lo ocurrido. El viejo señor Brodey estaba dentro cuando sucedió, pero, después, salió al jardín, miró a su alrededor e hizo una seña a Elaine para que se acercara. Ella avanzaba hacia él cuando Calum se colocó a su lado y murmuró:

–Por favor, no le cuentes a mi abuelo lo que ha sucedido. Te lo explicaré más tarde.

Elaine le dedicó una mirada de sorpresa, pero asintió y siguió caminando hacia el abuelo. Cualquiera que la hubiera visto podría haberla confundido fácilmente con una de las invitadas. Llevaba un sencillo vestido muy bien cortado, una camisa de seda y zapatos de medio tacón, pero había algo en su esbelta figura, en su porte y forma de caminar que sugería una educación muy refinada. Cualquiera que la hubiera visto habría pensado que venía de una familia de muy buena posición.

Era en parte cierto. Recibió una buena educación y procedía de una rica familia. Su padre era el hijo pequeño de unos rígidos padres, un rebelde que amaba la vida y pretendía vivirla al máximo, normalmente en directa oposición con sus padres. Conoció a la madre de Elaine, una aspirante a actriz, mientras estaba en la universidad, y sólo un precipitado matrimonio, de nuevo contra los deseos de sus padres, convirtió en legítima a Elaine. Su padre murió en un accidente poco después, y su madre, que no tenía dinero propio, pidió ayuda a los padres de su marido. Fueron éstos quienes pagaron la educación de Elaine y quienes se ocuparon de ella durante varios veranos. Le dieron lo que se sentían obligados a darle, pero nada más, porque nunca habían aceptado a su madre, que no llegó a sobresalir demasiado en el mundo del cine y la televisión.

El viejo señor Brodey le dedicó una sonrisa de bienvenida.

–La fiesta ha ido muy bien, querida. Mereces ser felicitada –habló con cálida amabilidad. Era un hombre que sabía cómo tratar a las personas que trabajaban para él. Resultaba difícil que a uno le cayera mal, pero Elaine suponía que, si era necesario, también podría ser implacable; ¿cómo si no habría sido capaz de convertir una simple empresa vinícola en el imperio económico que ahora poseía?

Hablaron unos minutos, pero poco después subieron los últimos invitados a despedirse y, a continuación, Calum animó a su abuelo a retirarse a descansar. Cuando éste se fue, protestando un poco, Calum dijo a Elaine:

–Siento haber tenido que advertirte, pero no quería preocupar al abuelo. Últimamente no se ha encontrado demasiado bien.

–Por supuesto. Lo comprendo.

Él asintió y se alejó. Elaine observó su alta figura, preguntándose si estaría preocupado por la responsabilidad de tener que asumir el liderazgo del imperio Brodey. Pero sospechaba que Calum no sentiría ninguna ansiedad. Parecía capaz de hacer cualquier cosa que se propusiera, y sospechaba que tampoco carecía de la rudeza necesaria para hacerlo.

A continuación, Elaine se ocupó de comprobar que todo había quedado limpio y recogido y de que se pagara a los empleados, entre los que se distribuyeron la comida y las botellas de vino sobrantes. Sólo entonces se relajó y fue a su dormitorio.

Se había dispuesto que se quedaran en el palacio durante su estancia en Portugal, y le habían asignado una agradable habitación que daba a uno de los jardines. Probablemente, aquella habitación era utilizada en tiempos pasados por sirvientes de algún invitado de alta alcurnia, pensó Elaine cuando se la mostraron por primera vez. No tenía aire acondicionado ni calefacción, pero sí unas contraventanas que podían cerrarse para mantenerla fresca en verano y una chimenea para el invierno.

Los dos empleados que habían acudido con ella, ambos hombres, uno chef y el otro encargado de camareros, ocupaban habitaciones similares, y estaban echando una siesta después del duro trabajo de la mañana. Agradecida por poder descansar, Elaine tomó una ducha y se vistió con una cómoda falda y una camisa. Luego sacó una silla al jardín y se sentó a leer un rato al sol. No vio a ningún miembro de la familia hasta que el teléfono interno de su habitación sonó y Calum le dijo que quería verla.

Lo encontró en su estudio, una gran habitación equipada con todo lo último en tecnología de comunicación y que Calum había puesto a su disposición para trabajar durante esa semana. Estaba apoyado contra el escritorio y le dedicó una sonrisa cuando la vio entrar.

–Me temo que esta noche habrá un invitado más para cenar. Espero que eso no estropee tu planificación.

–En absoluto –Elaine se dirigió a la mesa que Calum había hecho instalar para ella y tomó la carpeta con los detalles para la cena–. ¿Es un invitado o una invitada?

–Una invitada –Calum se acercó a ella para ver el diagrama de la disposición de los invitados en torno a la mesa–. ¿Dónde la colocamos?

Elaine era consciente de su cercanía, de su fuerte masculinidad, pero apartó rápidamente aquel pensamiento de su cabeza, como se había acostumbrado a hacer durante los tres últimos años.

–Aquí, supongo, al final de la mesa. Cerca de Chris –dijo él, señalando el lugar con un dedo–. Es la joven protagonista del incidente de hoy –explicó–. Francesca y yo hemos pensado que sería buena idea invitarla a cenar.

–¿Cómo se llama? Tendré que preparar una tarjeta para ella.

–Tiffany Dean.

Elaine tomó nota y luego sacó una tarjeta en la que escribió el nombre con una elegante caligrafía, especialmente pensada para aquella clase de trabajo. Esperaba que Calum se fuera, pero éste se acercó a su escritorio a recoger algunos mensajes que habían llegado por fax. Tras leerlos, dijo:

–La comida ha ido muy bien. El único fallo ha sido que faltara un sitio.

Elaine estuvo a punto de decirle que estaba segura de que se había presentado un invitado de más, pero se contuvo. Era un detalle sin importancia, aunque no le gustaba que se cuestionara en lo más mínimo su profesionalidad. Pero, según le habían enseñado, en aquellas circunstancias el cliente siempre tenía razón, aunque, en ocasiones, estuviera totalmente equivocado.

–Respecto a la fiesta en la quinta –dijo–, ¿sabes ya con exactitud el número de invitados que habrá?

Calum sonrió.

–No, pero creo que Francesca tiene una lista. ¿Por qué no vamos a pedírsela?

Elaine fue con él al salón que más utilizaba la familia, pero Francesca no estaba allí, ni en la terraza que daba al jardín.

–Vamos a beber algo mientras la esperamos, ¿de acuerdo?

Calum entró en el salón y Elaine se sentó en la mesa de la terraza. Observó a Calum mientras abría expertamente una botella de vino. Sin duda, era un hombre con un atractivo especial, no sólo para las mujeres, sino para las personas en general. En teoría, su arrogancia debería haber impedido que fuera así, pero también sabía ser encantador con todo el mundo y tenía una sonrisa capaz de desarmar a cualquiera. Sin dejar de mirarlo, se preguntó por qué no estaría casado, y si el sociable rostro que mostraba al mundo sería su verdadera personalidad.

Calum se volvió en ese momento con los vasos en la mano y vio a Elaine mirándolo. Su ceja izquierda se elevó ligeramente. Avergonzada, ella se ruborizó un poco, y enseguida se enfadó consigo misma por ello.

–Los jardines del palacio son preciosos –dijo, cuando Calum salió a reunirse con ella.

–Son el orgullo y la alegría de mi abuelo.

–¿Pero no el tuyo?

Calum se encogió de hombros.

–Me intereso por ellos, por supuesto, y me gusta que tengan buen aspecto, pero me temo que apenas sé nada sobre el tema. ¿Y tú?

–Durante una época me gustó mucho ocuparme del jardín de casa –contestó Elaine, alegrándose de tener una excusa para volver la vista hacia el jardín–, pero luego me trasladé a un piso y tuve que conformarme con tener algunas plantas. De todas formas, no puedo ocuparme demasiado de ellas, porque suelo pasar mucho tiempo fuera.

–¿Viajas mucho a causa de tu trabajo?

–Sí, pero sobre todo en Inglaterra. Sólo hace unos meses que hemos empezado a trabajar también en Europa.

La pregunta de Calum había sido amable e intrascendente, y la respuesta de Elaine había seguido la misma línea, haciendo que el embarazoso momento anterior quedara rápidamente olvidado. Pero la siguiente pregunta de Calum la tomó desprevenida.

–Tengo entendido que eres viuda.

La expresión de Elaine se endureció.

–Sí –su respuesta fue breve y tajante, no porque aún estuviera especialmente sensibilizada respecto al tema, sino porque ya sabía por experiencia a dónde conducía normalmente aquella pregunta. Se reprendió interiormente por haberse quedado mirando a Calum como una tonta, por haberle dejado creer que tal vez se sentía atraída por él.

Esperó la inevitable proposición que solía seguir a aquella pregunta, dispuesta a decirle de modo tajante que se olvidara de ella, aunque eso le costara el trabajo. Pero Calum dijo:

–¿Y has sacado adelante tu negocio sola?

–Sí.

–Pues lo has hecho muy bien. Imagino que no debe haber sido una época fácil.

Confundida, preguntándose si se habría equivocado, pero aún cautelosa, Elaine dijo:

–Sí. Lo peor fue al principio.

Calum la miró con gesto expectante, como esperando que se extendiera más sobre el tema, pero en ese momento salieron a la terraza Francesca y Tiffany Dean. Un brillo de evidente interés iluminó momentáneamente la mirada de Calum, que se acercó de inmediato hacia ellas.

–¿Tienes más instrucciones para Elaine referentes a la fiesta en la quinta, Francesca? –preguntó.

Francesca asintió, aunque de evidente mala gana, y cuando fue con Elaine al cuarto de estar, permaneció junto a la puerta para poder mirar a Calum, que se había sentado junto a Tiffany en la terraza. Parecía distraída, y su comportamiento confundió a Elaine hasta que comprendió a qué se debía la actitud de su amiga. ¿Sentía celos Francesca del interés que estaba mostrando Calum por Tiffany? Francesca le había hablado a menudo de su primo, pero a Elaine nunca se le había ocurrido pensar que sintiera por él algo más que afecto. Al ver que Francesca estaba a punto de salir con ánimo de confrontar a la pareja, dijo rápidamente :

–¿Sabes cuántos cantantes y bailarines de fado habrá en la fiesta?

De evidente mala gana, Francesca miró una lista que sostenía en la mano.

–Más o menos veinte –contestó, y luego añadió–: Pero también hay que contar con los toreros y sus asistentes.

Elaine la miró con gesto de incredulidad. No sabía que la fiesta iba a incluir esa clase de diversión.

–¿Toreros?

Francesca la miró y sonrió.

–Oh, no te preocupes. Aquí, en Portugal, no se mata a los toros. De hecho, está prohibido.

–¿Y los pobres caballos?

–Van a torear a pie. Es casi como un ballet –explicó Francesca, pacientemente–. Deberías verlo. Te gustará.

Decidiendo mentalmente que lo haría, Elaine tomó nota en su cuaderno. Iba a hacer otra pregunta, pero Francesca había vuelto de nuevo su atención hacia la terraza, donde Calum estaba riendo por algo que había dicho Tiffany. El rostro de Francesca volvió a mostrar un evidente enfado, pero justo en ese momento, su primo Chris entró en el salón y ella le dio una silenciosa, pero expresiva orden con la mirada para que saliera a interrumpir a los otros dos.

Chris frunció el ceño, pero obedeció, y fue interesante comprobar cómo se enfadó Tiffany, aunque lo ocultó rápidamente y Calum no se dio cuenta. Al parecer, pensó Elaine, había dos mujeres interesadas en el heredero del imperio Brodey. Aunque, para ella, ninguna era adecuada. Los Brodey eran una familia tan unida que un matrimonio entre primos sería casi como un incesto. En cuanto a Tiffany… lo cierto era que no parecía apropiada para el papel.

Se dio cuenta de que Francesca la estaba mirando.

–Oh, lo siento.

Pasaron diez minutos más hablando de los detalles de la fiesta y luego Francesca salió a reunirse con los demás.

Elaine volvió al despacho de Calum y escribió una lista detallada de todo lo que haría falta para la fiesta de los trabajadores. Haría falta más vajilla, especialmente vasos para los barriles de vino que se abrirían. Iba a ser necesario llamar a la empresa local que los surtía, y no había ningún empleado en ella que hablara inglés. Volviendo a tomar la lista, Elaine regresó al salón para pedirle a Francesca que llamara por ella.

Chris y Tiffany se habían ido, dejando a los otros dos primos solos. Estaban sentados en el pequeño muro que rodeaba la terraza y Calum pasaba un brazo por encima de los hombros de Francesca. Mientras se acercaba, Elaine vio que Francesca dedicaba a su primo una sugerente mirada. Calum la atrajo hacia sí y la besó. No lo hizo en la boca, sino en la frente, pero los ojos de Francesca expresaron la evidente atracción que sentía por él.

Calum le dijo algo, luego alzó la mirada y vio a Elaine. De inmediato, soltó a Francesca y se levantó.

–Elaine ha vuelto a buscarte –dijo.

¿Había un tono de advertencia en su voz? Elaine no estaba segura.

Después de que Francesca hiciera la llamada, Elaine volvió a la cocina, preguntándose si los primos tendrían una aventura. ¿Sería ese el motivo por el que Calum no se había casado? ¿Porque estaba enamorado de Francesca? Pero ambos eran libres, de manera que, ¿qué los detenía? A menos que su abuelo se lo hubiera prohibido expresamente por su cercana relación familiar… ¿Pero qué importaría eso a dos personas tan autosuficientes y seguras de sí mismas? Si querían a su abuelo, tal vez les importara, supuso Elaine. O si temían quedarse fuera del testamento…

Tras asegurarse de que todos los preparativos para la cena estaban listos, fue al comedor a poner las tarjetas con los nombres en sus respectivos lugares. Pasó largo rato preparando la mesa y organizando un precioso centro de flores que el jardinero le había llevado. Cuando terminó, la mesa parecía una auténtica obra de arte.