Juego de poder - Sally Wentworth - E-Book
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Juego de poder E-Book

SALLY WENTWORTH

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Beschreibung

Brett King quería poseer a Tasha... ansiaba su cuerpo y la pasión que sabía que podían compartir, ¡así que planeó una campaña de seducción diseñada para volverla loca de deseo! Tasha deseaba a Brett, pero a ella no le interesaba el sexo sin compromiso. Sólo había una manera de probar los sentimientos de Brett... ¿Cómo respondería él si creyera que estaba embarazada de su hijo?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1997 Sally Wentworth

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Juego de poder, n.º 1056 - diciembre 2020

Título original: A Typical Male

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-901-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ELLA estaba salvaje! ¡Sensacional! ¡Fascinante! Cuando Brett King entró en el club donde se estaba celebrando la fiesta, su mirada se vio atraída inmediatamente hacia la chica que bailaba bajo el foco. La banda estaba tocando Copacabana y el resto de los bailarines se había retirado para observar a la chica del vestido rojo hacerse con el ritmo. La larga falda se le había levantado, revelando unas piernas largas y muy bien formadas. El flotante cabello rojo le ocultaba el rostro y las luces de colores le iluminaban el esbelto cuerpo, añadiendo la impresión de movimiento vibrante, de calor tropical y erotismo.

Había unos escalones que llevaban a la pista de baile, pero Brett se quedó donde estaba, con la atención completamente centrada en esa chica. Se percató que le había salido un compañero, que le duró unos minutos. Luego se libró de él y siguió bailando sola. Parecía completamente aparte de la gente que la observaba y animaba, no era consciente ni del efecto que estaba causando en los que la observaban.

Y ciertamente estaba causando un efecto en él. Se preguntó si esa chica sabría lo sexy y extremadamente seductora que estaba mientras se movía. Por un momento pensó que debía ser una bailarina profesional, pero había algo no pulido y completamente natural en su forma de moverse, no como una actuación estudiada y profesional.

Entonces fue cuando supo que tenía que conocerla.

Por fin, la música paró y la chica se vio inmediatamente rodeada por una multitud que le daba la enhorabuena.

Brett bajó los escalones y se fue a buscar al amigo que cumplía años y que luego se marcharía a Londres.

–Hey, llegas tarde –le dijo Guy cuando por fin lo encontró y se dieron la mano.

–Me han retrasado.

–Parece como si necesitaras beber algo.

Brett se rió y miró el rostro enrojecido de su amigo.

–Tú no.

–Es mi cumpleaños, por Dios.

Estaban casi gritando para hacerse oír por encima del ruido de la abarrotada sala.

–¿Quién era esa chica?

No tenía que explicar cual. Guy sonrió.

–Es algo realmente importante, ¿no? No hay muchas que estén tan bien cuando se sueltan el pelo.

–¿Quién es?

–Se llama Natasha Briant. Pero vas a tener que ponerte a la cola, es muy popular.

–¿Es tu chica?

Guy se rió.

–No. Ya verás que no pertenece a nadie, salvo a ella misma. Esto es, si te puedes acercar lo suficiente a ella como para averiguarlo, por supuesto.

–¿Estás cuestionando mi técnica?

–¿Con tu reputación de ligón? –dijo Guy levantando las manos–. ¿Quién se atrevería?

Brett se rió, le dio un puñetazo en un hombro y fue a por algo de beber.

Mientras se tomaba su copa, vio que la chica también llevaba una copa en la mano mientras seguía rodeada de gente. Tuvo que esperar un poco hasta que ella se dirigió al tocador de señoras. Luego se acercó a la puerta y esperó a que saliera.

–Hola, Natasha.

Ella se volvió, lo miró y él se dio cuenta de que su rostro hacía juego con el resto de ella. Aunque no era estrictamente bella, tenía una buena estructura ósea, nariz un poco respingona, una boca que sonreía con facilidad, largas y curvadas pestañas y unos ojos vitales muy azules y brillantes.

Ella lo recorrió con la mirada, aprobándolo. Luego le dijo con una agradable voz:

–Está claro que no nos conocemos de antes.

–¿Por qué estás tan segura?

–Nadie que yo conozca me llama Natasha. Siempre lo abrevian en Tasha.

Brett pensó que el nombre le pegaba, estaba lleno de fuego y pasión.

–Seguro que desciendes de gitanos rusos.

Ella lo miró divertida.

–¿Me he dejado llevar tanto?

–Definitivamente. ¿Es esa tu actuación para las fiestas?

–Tal vez. ¿Cuál es la tuya?

–Todavía sigo trabajando en ello.

–¿Es que tienes tan poco talento?

–Tal vez no necesite hacerlo para ganarme la vida.

–¿Estás diciendo que yo sí?

–No lo sé. ¿Por qué no te vienes a tomar algo para que lo pueda averiguar?

Tasha lo miró de nuevo. Le gustó lo que vio. Era alto y debía tener unos treinta y tantos años. Su cabello era espeso y oscuro, un poco demasiado largo para que fuera un yuppie como Guy. Y tenía un aspecto muy atractivo. Estaba a punto de negarse cuando se lo pensó mejor y decidió hacerlo, pero provocándolo.

–No, gracias. Estoy con unos amigos.

–Pues déjalos.

–¿Por qué debería hacerlo?

–¿Cómo sabrás que no te arrepentirás siempre si no lo haces?

Ella se rió.

–Eso me parece una forma de ligar muy bien estudiada.

–¿Estás casada? ¿Comprometida? ¿Vives con alguien?

A cada una de las preguntas, Tasha respondió agitando levemente la cabeza.

–¿Es que entonces ya sientes esa atracción entre nosotros? –le preguntó ella bromeando.

–No. Pero si no tienes a nadie, entonces seguramente no encuentres muy interesante a la gente con la que estás. Así que, ¿qué tienes que perder si te tomas algo conmigo?

–¿Crees que te voy a encontrar interesante?

–Sí.

Ella levantó las cejas, pero le gustó esa respuesta.

–Muy modesto por tu parte.

–Creo que la falsa modestia no te lleva nunca muy lejos –respondió él extendiendo la mano–. Yo soy Brett King. Guy y yo fuimos juntos a la universidad. Yo estoy soltero, soy heterosexual, y más o menos respetable.

Podía haber añadido que, no sólo estaba intrigado, sino altamente atraído por ella, pero no lo hizo porque se imaginó que con eso sólo lograría espantarla.

Ella aceptó la mano firme, pero relajadamente.

–¿Eres un mago de las finanzas o algo así?

–Definitivamente, no.

–¡Cielo Santo! ¿Por qué no lo has dicho antes? En ese caso, me tomaré algo contigo.

–Muy bien –dijo él sonriendo pícaramente–. ¿Vamos a algún sitio más tranquilo?

Tasha le señaló una zona alejada con mesas que daban a la pista de baile.

–Vamos allí.

Brett habría querido que se marcharan juntos de la fiesta, llevársela a alguna parte donde pudieran hablar tranquilamente. Tomó una botella de champán y un par de copas del bar y se instalaron en una mesa libre cerca de la pared.

–¿Y qué tienes contra los magos de las finanzas?

–Se lo tienen demasiado creído.

–Guy es uno de ellos.

–Sí, pero es agradable. Todos lo vamos a echar de menos ahora que se va a instalar en Hong Kong.

–¿De qué lo conoces?

Tasha se encogió de hombros.

–Es uno del grupo. Solía salir con una chica con la que yo trabajaba, y así nos hicimos amigos.

–¿Qué haces tú?

–Yo creía que esta conversación iba a ser sobre ti, sobre lo muy interesante que eres –le dijo ella irónicamente.

–No me digas que no te gusta hablar de ti misma.

–Ya lo sé todo sobre mí.

Eso lo hizo reír.

–¡Una mujer muy poco natural!

–¿Y qué haces tú?

Brett le podía dar una larga lista de las cosas que había hecho en la vida, pero sólo le dijo la última.

–Soy escritor.

A Tasha se le despertó inmediatamente el interés.

–¿Y tienes éxito?

–Supongo que eso depende de lo que quieras decir con tener éxito. Tengo dos novelas publicadas y acabo de terminar la tercera. No fueron bestsellers, pero sí que se vendieron bastante bien.

–Evidentemente, lo suficiente para animarte a seguir.

Brett asintió.

–Pero no lo suficiente como para comprarme un piso de superlujo en Chelsea ni un Porsche como el de Guy.

–Esa clase de gente están quemados cuando cumplen los cuarenta, si no antes. Háblame de tus libros. ¿Son de misterio?

Él frunció el ceño.

–No. Los tres son distintos. El primero tenía un poco de acción, pero el segundo era una especie de búsqueda en la mente de una persona para descubrir por qué hacía lo que hacía, lo que lo había hecho ser una persona capaz de cometer un crimen horrible. Probablemente ya sabes a lo que me refiero. No es nada nuevo.

–¿Y el último?

–No te voy a hablar de ese.

–¿Por qué no?

–Porque si te lo cuento todo, dejarás de encontrarme interesante.

Ella sonrió y le dijo satisfecha:

–Por lo menos, he averiguado que eres un escritor serio. ¿Tus libros se basan en experiencias personales?

Brett vio por su actitud que ella lo quería saber de verdad, que no se lo decía sólo por ser educada. Eso le agradó.

–No directamente. El primero estaba basado en una historia real, algo que le pasó a un amigo mío, pero los otros dos son pura ficción.

Algo le impidió contarle que había utilizado su experiencia como periodista para ayudar su imaginación. Tal vez lo hiciera porque a ella le había gustado eso de que fuera un escritor serio y no quería decepcionarla. Tenía mucho tiempo para contarle la historia de su vida, si podía conseguir interesarla tanto como para convencerla de que se volvieran a ver.

Entonces se dio cuenta de que quería hacerlo, y mucho.

–¿Te costó encontrar a quien te los publicara?

–Sí. Tenía algunos contactos, amigos que conocían a alguien en el negocio. Primero probé con esos sin ningún éxito. Pero luego tuve la suerte de encontrar una agencia que se mostró interesada por mi libro y luego se ocupó de la venta.

–Tuviste suerte, es cierto. Tengo entendido que sólo te aceptan si ya tienes algo publicado, ¿pero cómo vas a publicar algo si no lo has hecho antes?

–Parece como si hablaras por experiencia propia.

Ella se encogió de hombros, pero no lo negó.

–¿En qué trabajas tú?

–En el departamento de investigación de una compañía de televisión. No es que sea la BBC. Es una compañía pequeña.

Brett le rellenó entonces la copa y ella añadió sonriendo maliciosamente:

–No creo que debiera beber más. Pero es un buen champán.

Brett le devolvió la sonrisa.

–Y debemos darle una buena despedida a Guy.

–Por supuesto.

–¿Qué estás investigando en estos momentos?

Ella se inclinó para susurrarle al oído mientras los ojos le brillaban maliciosamente.

–No te lo puedo decir. Es un secreto. Algo por lo que, definitivamente, rodarán algunas cabezas.

Brett sonrió.

–Parece como si fueras a necesitar guardaespaldas.

–¿A quién me sugerirías tú?

Brett se frotó la mandíbula.

–Creo que me he metido en esto yo solo. Algo me dice que a ti no te gustaría si te dijera que a mí mismo. Pero… No me gustaría que eligieras a otro.

No dejó de mirarla para ver cómo reaccionaba, pero Tasha sólo se rió y se terminó su copa.

–Quiero bailar.

Se levantó y se dirigió a la pista de baile sin mirar si él la seguía o no.

Pero él la alcanzó antes de que llegara, la agarró de la mano y la atrajo a sus brazos. Tasha se tensó y, por un momento, pensó que se iba a resistir, pero luego se relajó y dejó que él la guiara. Era una pieza lenta y la pista estaba llena, sólo había sitio para permanecer muy juntos. Algunos hablaron con Tasha, tanto hombres como mujeres, pero nadie se dirigió a Brett.

–No parece que conozcas a mucha gente aquí –le comentó ella.

–Y no la conozco. Sólo a Guy. La verdad es que últimamente no nos vemos mucho, sólo de vez en cuando para tomar algo.

–¿Es una vida muy solitaria la del escritor?

Él se encogió de hombros.

–Tiene que serlo cuando estás trabajando, pero el resto del tiempo, puedes ser tan sociable como todos los demás.

–¿Vives solo?

–Sí.

Brett se preguntó si esa cuestión tendría segundas intenciones y si significaría que le estaba gustando.

Pero evidentemente, no era así, ya que ella frunció el ceño y le dijo:

–Cuando se vive solo se necesita tener amigos, pero los amigos necesitan mucho trabajo, mucho tiempo.

–Eso me suena muy filosófico –dijo él mirándola.

Pero no tuvo que bajar mucho la cabeza, ya que ella le llegaba a la barbilla. La altura justa para besarla, pensó y deseó hacerlo.

–Realmente no, es sólo que a veces necesitas tiempo para ti mismo, para estar solo haciendo lo que quieres hacer. Cosas como escribir. ¿No te parece?

Tasha levantó la mirada y se encontró con que él la estaba mirando intensamente. Había una mirada en sus ojos que reconoció inmediatamente porque la había visto anteriormente en muchos otros hombres. De ansia, de concupiscencia. Le mantuvo la mirada y levantó una ceja. Brett se rió, nada avergonzado por que lo hubiera pillado.

–Sí, los escritores pueden ser gente muy aislada. Incluso cuando no estoy escribiendo, me paso mucho tiempo paseando, pensando y demás.

–¿Tienes muchos amigos que te interrumpan todo el tiempo?

–Los puedo dejar aparte. Sólo he de poner el contestador e ignorar el timbre de la puerta.

–Esa es la manera más rápida que conozco de perder amigos.

–Tienes que vivir tu vida de la forma en que la quieres vivir, no para los demás.

Tasha se rió irónicamente.

–¿Quién se está poniendo filosófico ahora?

–Sí –respondió él sonriendo.

Ella se percató de que Brett tenía una sonrisa muy atractiva y sus ojos castaños eran cálidos y acariciadores.

La banda empezó a tocar La Mujer de Rojo.

–Esta debería ser tu canción –murmuró él acariciándole levemente la espalda.

Tasha sonrió y no se resistió. Brett tenía razón al pensar que lo había encontrado interesante y le parecía diferente al resto de los hombres que conocía. Había como una fortaleza interior en él que ella sentía, pero que él parecía querer esconder bajo su comportamiento alegre y desenfadado. Eso ya habría bastado para despertar su curiosidad, pero el hecho de que fuera un escritor que publicaba también la intrigaba. Y, por supuesto, ella le gustaba, pero de eso se había dado cuenta desde el primer momento.

Sabía perfectamente que era atractiva para los hombres. Era una de esas cosas de nacimiento a las que se había acostumbrado, tales como tener el cabello rojo y ser alta. Pero había aprendido a llevarlo y a utilizar esa atracción con ventaja, además de a quitarse de encima a los hombres a los que consideraba aburridos. También le había causado algunos problemas cuando era joven, unas experiencias que prefería olvidar, pero de las que había aprendido y ahora, a los veinticuatro años, tenía mucha confianza en su habilidad para cuidar de sí misma.

La música cambió y se hizo más rápida, así que empezaron a bailar separados. Le gustó ver que Brett se movía bien, que lo hacía tan suelto como parecía estar siempre. Pero seguía alerta, cosa que demostró cuando la agarró de la mano para apartarla del camino de una pareja que había bebido demasiado. Sin soltarle la mano, le dijo al oído:

–¿Por qué no salimos de aquí?

Tasha dudó sólo un momento antes de asentir.

–De acuerdo. Pero antes quiero despedirme de Guy.

Lo encontraron apoyado en la barra del bar, literalmente sujeto por un par de amigos, ya que parecía a punto de caerse al suelo. Cuando se acercaron, les dedicó una amplia sonrisa.

–¡Tasha, querida! –dijo soltándose un brazo para abrazarla.

–Gracias, Guy, ha sido una gran fiesta.

–¿Te vas? ¡No puede ser! ¡Todavía es pronto!

–Que te vaya bien en Hong Kong, Guy. Espero que no pierdas demasiados billones.

–No, no te puedo dejar ir –dijo muy triste–. Les voy a decir que no me voy. No puedo dejar así a todos mis amigos.

–Tonterías –respondió ella soltándose–. Te encantará estar allí. Y todos iremos a visitarte. O nos puedes llamar.

Antes de lograr soltarse del todo, Guy la había cubierto de besos. Brett se despidió también de su amigo y le deseó buena suerte.

Cuando llegaron a la puerta, se encontraron con otra media docena de personas que también se marchaban, amigos de Tasha que insistieron en que fueran con ellos a comer algo. Brett se habría negado, pero ella lo miró y accedió inmediatamente. Se metieron todos en un par de taxis y se dirigieron a una cafetería abierta hasta altas horas.

–Dan desayunos las veinticuatro horas del día –le dijo Tasha.

–Son las tres de la madrugada.

–¿Qué mejor hora para desayunar? Adelante, aquí se come muy bien.

Pidieron lo que iban a tomar y juntaron un par de mesas. Bebieron cerveza con el bacon y los huevos con salsa. Brett tuvo que admitir que estaba muy bueno. Había otros clientes en el local, taxistas, enfermeras y gente de paso.

Una de las enfermeras le pidió la sal a Tasha y ella se la dio sonriendo.

–Parecéis muy cansadas –les dijo–. ¿Habéis terminado de trabajar ya?

–Sí. Diez horas seguidas.

–¿De verdad?

–Tenemos que hacerlo si queremos conservar el trabajo.

Tasha se puso a hablar con ellas y luego se sentó a su mesa, olvidándose de los demás.

–Siempre está haciendo eso –dijo uno de sus amigos a Brett.

Él asintió sin preocuparse. Pronto se marcharían y la tendría para él solo, así que se dedicó a observarla, divertido. Definitivamente, esa chica era diferente a las demás.

Los demás se levantaron y él lo hizo también y extendió la mano hacia ella. Tasha lo miró, parecía muy alto a su lado, pero no había nada de amenazador en él. Y esa mano era más una invitación que una orden. Sonrió y la tomó. Se despidió de las enfermeras y salió de allí con él.

Ya estaba empezando a amanecer. Todos se despidieron en la acera y luego se fueron por parejas a buscar un taxi que los llevara a sus casas esa mañana de domingo.

–¿A dónde? –le preguntó Brett.

–Tasha miró a su alrededor.

–La verdad es que no quiero irme a casa. Me gustaría caminar por la orilla del río.

–¿No estás cansada?

–No. ¡Vaya! ¿Significa eso que tú sí lo estás?

–No.

Y era cierto, esa noche estaba tan animado que era imposible que estuviera cansado.

Ella lo tomó del brazo en un gesto completamente natural.

–Muy bien. ¿Dónde vives?

–Tengo una casa en Docklands.

–¿Es allí donde escribes?

–La mayor parte del tiempo. Pero también tengo una vieja cabaña en la costa, en Cornualles. A veces voy allí a encerrarme.

–¡Te envidio! Qué maravilloso ha de ser levantarte cuando quieres, trabajar sin interrupciones y… ¿Tienes teléfono allí?

–Uno móvil. Pero lo tengo apagado casi siempre.

–Así que te puedes aislar del mundo. ¿Tienes ordenador?

–Uno portátil.

–¿Así que te llevas la tecnología actual contigo?

–¿Te creías que todavía escribo aporreando la máquina de escribir con dos dedos?

Tasha agitó la cabeza.

–La verdad es que no. Supongo que somos criaturas de la era de los ordenadores. Yo también los uso a menudo. Pero sería maravilloso poder alejarte también de todo eso de vez en cuando.

–¿No te gusta la gente?

–Claro que sí.

Tasha pareció como si fuera a añadir algo más, pero luego agitó la cabeza.

Brett pensó que aquello podía ser importante para averiguar algo más de su carácter.

–Dime.

Ella volvió a agitar la cabeza.

–No, no te conozco suficientemente bien.

Para entonces ya habían llegado al río y estaban caminando por la orilla. Estaban completamente solos. Brett se detuvo en un lugar donde ya daba el sol y la hizo mirarlo. El sol le daba en el cabello de forma que parecía como de oro fundido. Estaba tan encantadora que se le cortó la respiración. Pero por fin, logró decirle firmemente:

–Esto es muy extraño, porque yo me siento como si te conociera de siempre. de toda mi vida. Puedes confiar en mí, Tasha. Y creo que lo sabes.

–¿Sí?

Ella lo miró a la cara por un largo momento y luego se rió.

–Por favor, no te pongas serio.

–No lo estoy. Pero me estás ocultando algo.

Se acercaron a un bando de hierro forjado y Tasha se sentó en él. Se quedó allí, pensativa. Brett se apoyó en la barandilla que daba al río, observándola y esperando.

Tasha tenía que admitir que le gustaba estar con ese hombre, que se sentía bien con él. Ella era una mujer de instintos, a pesar de que esos instintos le había fallado en el pasado y había aprendido a no confiar en ellos. Pero ahora decidió hacerles caso, así que le dijo lentamente: