Pasión en Madeira - Sally Wentworth - E-Book
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Pasión en Madeira E-Book

SALLY WENTWORTH

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Beschreibung

LAZOS DE PASIÓNSegundo libro de la trilogía sobre los Brodey, una familia que lo tenía todo: dinero, belleza… pero no amor. Francesca Brodey estaba acostumbrada a conseguir sólo lo mejor. Pero por mucho que tuviera, seguía sintiendo un enorme vacío en su interior. Deseaba conocer a un hombre que la amara por lo que era, y no por su dinero. Sam Gallagher no era en absoluto su tipo: rudo, de una sinceridad hiriente, ¡sencillamente imposible! Desde luego, no se podía decir que estuviesen hechos el uno para el otro. Sin embargo, Francesca sabía que deseaba a Sam, y estaba acostumbrada a salirse siempre con la suya. Pero las cosas no le iban a resultar tan fáciles como creía...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1995 Sally Wentworth

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasión en Madeira, n.º 1035 - febrero 2021

Título original: Francesca

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-117-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

EL BICENTENARIO DE LA CASA BRODEY

 

El magnífico palacio barroco del siglo XVIII de la familia Brodey, situado a orillas del río Duero, en Portugal, será pronto el escenario de una magnífica fiesta para celebrar el bicentenario de la fundación de la famosa compañía vinícola.

La Casa Brodey, conocida en todo el mundo por sus exquisitos vinos de oporto y madeira, ha diversificado en los últimos años sus intereses, convirtiéndose en una de las empresas más saneadas de Europa. Fundada en la bella isla de Madeira, la compañía se trasladó a Oporto, después de que Calum Lennox Brodey, el fundador de la familia, comprara unos terrenos en el pintoresco valle del Duero. Sus propiedades están cubiertas con los millares de cepas que producen el vino de oporto en el que se fundamenta la prosperidad de la familia.

 

 

UN ACONTECIMIENTO FAMILIAR

 

Todos los miembros del clan Brodey estarán en Oporto para recibir a los invitados que acudirán a los festejos.

Se comenta que el patriarca de la familia, Calum Lennox Brodey, que, al igual que todos los primogénitos de la rama principal lleva el nombre del fundador de la familia, espera complacido la llegada de sus parientes. A pesar de que ya cuenta con más de ochenta años, Calum el Viejo, como es conocido en los círculos vinícolas, todavía se ocupa de las labores de la empresa, y se le puede ver a menudo recorriendo los viñedos para comprobar la buena marcha de las cosechas, o supervisando el trabajo en la planta embotelladora de Oporto.

 

 

ATORMENTADOS POR EL PASADO

 

Aunque esta celebración será sin duda una ocasión feliz, no hará olvidar la terrible tragedia que sacudió a la familia hace unos veinte años, cuando los dos hijos mayores de Calum el Viejo perecieron junto a sus esposas en una accidente automovilístico, cuando se encontraban de vacaciones en España. Cada uno de ellos tenía a su vez un hijo, de aproximadamente la misma edad, y de ambos se hizo cargo Calum el Viejo. Superando su pena, los acogió en su palacio, y empezó a prepararles para que pudieran hacerse cargo del negocio familiar.

Durante un tiempo se rumoreó que el anciano señor Brodey pensaba dejar sus negocios en manos de su tercer hijo, Paul. Sin embargo, éste prefirió dedicarse a la pintura, convirtiéndose en un reputado artista. Actualmente vive cerca de Lisboa con su esposa, Maria, de ascendencia portuguesa. Hace poco tiempo, su único hijo, Christopher, se ha incorporado al negocio y trabaja en las oficinas que la empresa tiene en Nueva York.

Sólo uno de los nietos vive aún con Calum el Viejo en el magnífico palacio familiar: se trata del único hijo de su primogénito quien, siguiendo la tradición familiar, también se llama Calum… Calum el Joven en este caso. A sus treinta y pocos años, se le considera uno de los solteros más codiciados no sólo del país, sino de toda Europa. Aunque es él quien virtualmente dirige los asuntos de la empresa, durante los días que duren los festejos se mantendrá en un discreto segundo plano, cediendo todo el protagonismo a su abuelo.

 

 

¿MATRIMONIO A LA VISTA?

 

Otra peculiar tradición que se ha mantenido entre los Brodey lleva a los hombres de la familia a mantener los lazos con su país de origen mediante el matrimonio con rubias muchachas típicamente inglesas. Durante generaciones, han viajado a Inglaterra para regresar con alguna hermosa «Rosa de Inglaterra» del brazo. ¿Mantendrán Calum el Joven y su primo Christopher esta singular costumbre?

El tercero de los nietos, Lennox, quien actualmente reside en Madeira, asistirá a los festejos con su bella y encantadora esposa Stella. La pareja espera su primer hijo para finales de año. Ni que decir tiene que Stella es una encantadora rubia inglesa.

La hija pequeña de Calum el Viejo, Adele, está casada con el famoso y aún apuesto Guy de Charenton, millonario francés conocido por su generoso mecenazgo a la Ópera de París y sus filantrópicas aportaciones a numerosas asociaciones de carácter benéfico.

Aunque los Brodey están muy bien relacionados con las mejores familias, especialmente en Inglaterra, fue la única hija de Adele, la bellísima Francesca, la primera en emparentar con la nobleza, merced a su matrimonio con el Príncipe Paolo de Vieira. La boda se celebró en el magnífico castillo familiar del novio, en Italia, y aunque entonces nadie podía imaginar un final tan triste para un romance que parecía salido de un cuento de hadas, lo cierto es que la pareja acabó divorciándose tras apenas dos años de vida en común. Desde entonces, Francesca ha tenido varios pretendientes, siendo el último y más asiduo el conde Michel de la Fontaine, con quien ha sido vista a menudo tanto en París como en Roma, ciudades en las que habitualmente reside.

Desde aquí queremos felicitar a todos los miembros de la familia Brodey, y desearles una venturosa celebración; estamos seguros de que sus afortunados huéspedes disfrutarán de la ya legendaria hospitalidad de esta influyente familia.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TODOS los miembros de la extensa familia Brodey estaban reunidos en los bellos jardines del magnífico palácio barroco cercano a Oporto. Habían acudido desde todos los rincones del mundo para celebrar los dos siglos de existencia de la Casa Brodey.

Incluso Francesca, la princesa, estaba allí.

Calum Lennox Brodey, el patriarca de la familia, se quedó mirando a su única nieta con una mezcla de orgullo y exasperación. Alta y rubia, esbelta y elegante, su increíble belleza causaba admiración donde quiera que fuera… pero también había sido mimada más allá de toda medida tanto por él mismo como por sus padres. Un camarero le sirvió otra copa de vino blanco de oporto muy frío procedente de su propia bodega, que el anciano, en un gesto automático, olfateó con placer antes de paladearlo.

Muchos de los invitados a la fiesta tampoco podían apartar la vista de Francesca, deslumbrante con su precioso vestido de brillantes colores; deambulaba por los jardines seguida de cerca por aquella especie de perro faldero de conde francés, empeñado en aparecer como su más rendido admirador. Aquel hombre no la convenía en absoluto, pensó su abuelo, quien tampoco había confiado nunca en su ex-marido; sin embargo, la joven se había empeñado en casarse con aquel príncipe italiano, y estaba acostumbrada a conseguir siempre lo que se le antojaba, lo que incluía a los hombres. Excepto en una ocasión. Por desgracia, reflexionó el anciano, aquel empeño en alcanzar siempre lo que deseaba no parecía haberla hecho feliz.

Sin sospechar lo que su abuelo estaba pensando en aquellos momentos, Francesca estaba pasándoselo en grande. Le encantaba estar de vuelta en el palácio donde tantas y tan felices vacaciones había pasado en su infancia; disfrutaba además enormemente de la compañía de sus familiares, que aquel día asistían a la comida ofrecida a los representantes de las más importantes empresas vinícolas. Muchos parientes se quedarían durante toda la semana de festejos, que finalizaría con el gran baile de gala.

Por encima de las cabezas de los invitados su mirada se cruzó con la de su abuelo, a quien sonrió cariñosamente. Después, se dirigió al encuentro de un grupo de invitados que parecían haberse quedado un poco aparte del resto. De inmediato, Michel le fue a la zaga, poniéndole una mano en el hombro para detenerla.

–Francesca, chérie, ¿por qué no me enseñas estos magníficos jardines? Nadie nos echará de menos si nos perdemos un rato. Además, quiero pedirte una cosa –le insinuó con una de sus encantadoras sonrisas–, algo que creo que tu familia debería…

Sin embargo, ella no le dejó continuar; cada vez estaba más arrepentida de haberlo invitado. Pero últimamente se habían estado viendo con tanta frecuencia, que hubiera sido una grosería por su parte no hacerlo; además, él había insistido en que aquélla sería una oportunidad inmejorable para conocer a su familia… y, de paso, se dijo Francesca cínicamente, calcular de primera mano sus riquezas.

Decidida, se acercó al grupo de invitados y les saludó con una cálida sonrisa.

–Hola, soy Francesca de Vieira, la nieta de Calum Brodey. Me parece que no nos conocemos…

Siempre conseguía que la gente se sintiera a gusto con ella. Su madre tenía a gala haberle inculcado una cortesía exquisita, lo que unido a su naturalidad y simpatía, la convertía en la perfecta anfitriona. Sus padres también estaban en la fiesta; por desgracia, su madre seguía enfadada con ella: no le perdonaba que se hubiera separado del príncipe, ni que la prensa sensacionalista se hubiera cebado en ellos. Su madre se oponía por completo a la idea de divorcio… y, a decir verdad, ella también. Pero había llegado un punto en su matrimonio en el que la convivencia era imposible, por lo que el divorcio había sido su única salida. Hubiera deseado llevar el asunto con mayor discreción, pero las ansias de venganza de Paolo lo había hecho imposible.

En las revistas del corazón se daba por hecho su próximo matrimonio con Michel, o, mejor dicho, el Conde de la Fontaine. Sin embargo, ella no lo tenía tan claro: para empezar, era un poco mayor, rondaba los cuarenta años, aunque todavía era un hombre muy atractivo, y se preocupaba por mantenerse en forma. También era muy alto, lo que dada la alta estatura de ella, resultaba una ventaja. Sin embargo, no dejaba de pensar que había sido un error invitarlo: en París, Michel había sido el compañero ideal, pero aquí él parecía de alguna forma fuera de lugar. Quizá lo mejor hubiera sido separarse una temporada para poder pensar con claridad en qué decisión tomar…

Al poco rato, se sumaron a su grupo otros invitados, en su mayoría hombres, atraídos por su belleza, su título y posición, y también por un par de detalles sobre su vida privada que el príncipe no había tenido empacho en revelar públicamente durante el proceso de divorcio.

Sin embargo, había que reconocer que siempre le había gustado a los hombres; por desgracia, en aquellos momentos se sentía incapaz de que a ella le atrajera ninguno. Podía ser que sólo fuera una consecuencia de su desdichado matrimonio. Por otra parte, a pesar de las ardientes palabras de Michel, dudaba de que la amara sinceramente, de que en realidad no tuviera en mente las ventajas que aquella boda podría reportar a su maltrecho patrimonio.

Desde su divorcio había salido con varios hombres, todos integrantes de la jet-set internacional, pero, al final, no había conseguido confiar en ninguno. Dudaba de que llegaran a apreciarla o quererla por ella misma y no por su fortuna.

Sólo estaba a gusto con sus primos. Habían pasado juntos largas temporadas desde que eran niños, siempre bajo la benévola tutela de su cariñoso abuelo. Recordó con nostalgia cuando se dedicaban a corretear por los campos, remar en el río, trabajar en los viñedos en la época de la vendimia… Ella era la más pequeña de los cuatro, y al ser la única chica, sus primos la trataban como a una especie de cachorrillo al que tenían que cuidar y que les seguía a todas partes.

Francesca echó un vistazo a su alrededor para ver dónde estaban sus primos. Vio a Calum hablando con un grupo de gente en un extremo del jardín, y a Lennox, que buscaba una silla para que se sentara su mujer, embarazada de unos cuantos meses. Desde que se había casado, su primo parecía más feliz que nunca, pensó Francesca. Justo entonces vio que se acercaba a ella Christopher, acompañado de una atractiva joven, rubia y muy menuda. Su primo parecía evidentemente encantado a su lado.

–Francesca, te presento a Tiffany Dean –dijo cuando llegó a su altura–. Tiffany, mi prima, la princesa de Vieira.

–¡Qué suerte tiene de ser tan alta, princesa! –dijo la vivaracha joven al estrecharle la mano.

–Por favor, llámame Francesca… y no te creas que es tanta suerte. Piensa en la cantidad de hombres entre los que tú puedes elegir comparada conmigo.

Las dos se echaron a reír ante aquel comentario, momento que aprovecharon para examinarse mutuamente de arriba abajo. Comparado con el brillante vestido de Francesca, el traje de seda gris de Tiffany parecía algo severo; sin embargo, con su preciosa melena rubia parecía una muñequita frágil y adorable. A su lado, Francesca se sentía como una giganta. Al principio pensó que Christopher la había invitado a la fiesta, pero enseguida se enteró de que había acudido con una invitación.

Francesca empezó a bromear con su primo mientras los invitados empezaban a dirigirse hacia las mesas dispuestas para la comida. Michel, que empezaba a cansarse de que ella lo ignorara, llamó su atención groseramente.

–Van a servir el buffet –le dijo en francés–, ¿dónde quieres que nos sentemos?

–Si tienes hambre –le espetó Francesca en el mismo idioma, molesta por su interrupción, y más molesta aún por su propia estupidez al haberle invitado–, vete y siéntate. Yo iré cuando me apetezca.

Por supuesto, Michel se quedó a su lado, pero sin esforzarse lo más mínimo por disimular su aburrimiento, mientras Tiffany charlaba sin parar. Francesca tuvo que admitir que la joven era simpática y tenía mucha gracia; empezaba a gustarle, y pudo darse cuenta de que su primo tampoco era inmune a sus encantos. Con una pizca de tristeza, pensó lo mucho que cambiarían las cosas si Chris y Calum también se casaban; se rompería aquella relación tan especial que los cuatro mantenían desde niños y que, en cierto sentido, era un lazo más fuerte de lo que cualquier matrimonio podía llegar a ser.

Poco a poco, el jardín se fue quedando vacío. Michel seguía impertérrito a su lado, por lo que no le quedaría más remedio que comer con él. Sin embargo, quería sentarse a la misma mesa que Christopher y Calum, así que invitó a Tiffany a que comiera con ella, sabiendo que, de ese modo, Chris también lo haría.

–Será mejor que vayamos a comer. Tiffany, ¿quieres sentarte con nosotros? –preguntó–. Por cierto, ¿dónde está Calum? –prosiguió, buscando al mayor de sus primos con la mirada.

Al darse cuenta de que ella lo buscaba, Calum se dirigió a su encuentro con una sonrisa.

–Recuerda que el abuelo quiere que nos sentemos entre los invitados –le dijo cuando oyó su sugerencia.

Francesca le asió el brazo persuasivamente.

–¿Tenemos que hacerlo? Hace siglos que no os veo. Prefiero sentarme con vosotros…

Calum le acarició la mano cariñosamente y le dedicó una de las deslumbrantes sonrisas que reservaba sólo para ella… y para los animalitos que le parecían divertidos y encantadores.

–Ya nos pondremos al día a la hora de la cena –le prometió.

–Pero el abuelo estará con nosotros, y ya sabes que con él delante no podremos hablar a gusto…

–Si no llevaras una vida tan alocada, no te pasaría eso –la interrumpió Calum burlón.

–De acuerdo –admitió Francesca con un suspiro, soltándole al fin el brazo–, nos dispersaremos. Lo siento mucho, Tiffany, pero tendrás que conformarte con el pesado de Chris…

–¡Oye, cuidado con lo que dices! –protestó su primo.

Calum se echó a reír y después les pidió que le presentaran a Tiffany, a quien tampoco conocía. Cuando Chris estaba a punto de hacerlo, les interrumpió uno de los invitados.

–¡Tiffany! ¡Por fin te encuentro! Como el hielo de tu copa estaba a punto de derretirse, me la he bebido yo –dijo el desconocido con un fuerte acento americano.

Por un momento, Tiffany fue incapaz de disimular el desagrado que le producía aquel inesperado encuentro. Francesca se dio cuenta enseguida, lo que estimuló su curiosidad femenina: ¿por qué la joven reaccionaba de forma tan sorprendente? Discretamente, examinó de arriba abajo al desconocido, que era tan alto como Calum, pero muy moreno en lugar de rubio. También tenía los ojos oscuros, y los hombros muy anchos, como si estuviera acostumbrado a realizar duros trabajos con sus manos.

Francesca reparó en que ni Chris, que parecía haberse quedado estupefacto, ni Calum conocían a aquel hombre. A los dos les había pillado por sorpresa darse cuenta de que Tiffany no estaba sola.

–Hola a todos –les saludó el americano, muy campechano.

Tiffany procuró ocultar su disgusto mientras hacía las presentaciones.

–Éste es el señor… lo siento, no puedo recordar el nombre… Bueno, es otro de tus invitados –continuó, dirigiéndose a Calum.

–Me llamo Gallagher, Sam Gallagher –se presentó el hombre estrechando las manos de los dos primos–. Supongo que usted debe de ser la princesa –dijo, mirando a Francesca.

Francesca se figuró que Tiffany había conocido a aquel hombre en la fiesta y había intentado zafarse de él sin éxito… sin embargo, no lograba entender su interés en conocer a Chris y a Calum. Aquella situación la divertía y la intrigaba a la vez.

–Sí, supongo que lo soy –contestó–. ¿Estaba buscando a Tiffany? –continuó, deseando saber más cosas.

–Sí: fui a buscarle una copa y, cuando regresé, parecía haberse esfumado. Supongo que entabló conversación con algún otro invitado.

Francesca se quedó mirando a Chris enarcando una ceja.

–Lo siento –se disculpó su primo con una sonrisa–, no tenía la menor idea de que estaba acompañada.

Tiffany se apresuró a quitar importancia al asunto, pero Chris se marchó con Calum, tal y como Francesca había supuesto que haría: estaba demasiado bien educado como para indisponerse con uno de sus invitados.

Durante un instante, un destello de ira cruzó la mirada de Tiffany, fue tan breve que si Francesca no la hubiera estado observando atentamente, no se habría dado cuenta, ya que al segundo la joven esbozó una brillante sonrisa, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.

Francesca estaba cada vez más intrigada, y decidió que podía ser divertido seguir de cerca a aquella chica tan peculiar.

–Bueno, nosotros no tenemos que separarnos, así que, ¿por qué no te sientas con nosotros, Tiffany? Y usted también, señor Gallagher, por supuesto –añadió, sólo para ver cuál era la reacción de la muchacha.

–Encantado.

El americano asió a Tiffany por el brazo para guiarla entre la multitud, pero ella se desasió de inmediato, lanzándole una elocuente mirada de disgusto que, aparentemente, él pasó por alto, limitándose a seguir andando a grandes zancadas hacia las mesas.

Deliberadamente, Francesca los condujo hacia una mesa en la que podrían sentarse las dos parejas enfrentadas, ya que estaba deseando comprobar cómo se comportaban Sam y Tiffany al tener que estar juntos. Aunque procuraba disimularlo, era evidente que la joven estaba muy disgustada con Sam por haberla separado de Chris.

Se quedó mirando al apuesto americano, pensando lo distinto que resultaba de Michel. El conde podía resultar encantador y sutil, pero artificial comparado con la franca rudeza que transmitía Sam, un hombre que, se dijo, parecía más que capaz de hacer frente a cualquier situación. Calculó que debía de ser más joven que Michel, rondando los treinta quizá, y, sin duda, no pertenecía a la jet-set, como demostraba la forma en que se comportaba, más como un espectador de aquella elegante fiesta que como un participante.

Cuando Calum llegó con los últimos invitados, comprobó consternada que faltaba un sitio. De inmediato, se puso en pie, pero cuando llegó a la mesa, su primo ya había dado las órdenes necesarias para que añadieran la silla y el cubierto necesarios. Justo en aquel momento acudió también Elaine Beresford, la responsable del catering.

–Hemos dispuesto exactamente las plazas que nos pediste, Francesca –se disculpó–. Me dijiste ciento sesenta, así que colocamos dieciséis mesas de diez.

–¿No se habrá quedado una plaza libre en otra de las mesas? –indicó Francesca,

–No, lo acabo de comprobar, están todas completas. Estoy segura de que hay un invitado que no figuraba en la última lista que me diste.

–¡Qué raro! Supongo que será alguien que llamó para decir que no venía y que cambió de idea en el último momento. Bueno, no te preocupes más –Francesca volvió a su sitio, pensando que en una reunión en la que había tantas personas a las que no conocía le sería imposible adivinar quién era el comensal misterioso. Desconocidos como Tiffany y Sam, se dijo, preguntándose cómo habrían conseguido que los invitaran a una fiesta en principio preparada sólo para la familia y los representantes del comercio del vino.

No dejó de observarlos durante la comida: tras ignorar a Sam durante un buen rato, Tiffany pareció relajarse un poco y se decidió a charlar con él, quien empezó a contarle curiosas anécdotas de su trabajo en un rancho ganadero. Hablaba con tanta gracia y elocuencia, que la joven se echó a reír complacida. Quizá, se dijo Francesca maliciosamente, ya no le importaría tanto que Sam la hubiera apartado de Chris. En un momento de la comida, sin que el americano lo notara, le hizo un significativo gesto a Tiffany con la mirada, pero ella le respondió de inmediato con igual discreción sacudiendo la cabeza categórica, negando que pudiera tener ningún interés en su acompañante, a pesar de su atractivo y simpatía evidentes.

Cuando terminó la comida, los huéspedes se dispersaron por el jardín mientras los camareros les servían oporto. Sin preocuparse por Michel, Francesca fue en busca de Chris, a quien por fin encontró en animada charla con un grupo de empresarios australianos.

–Tendrán que disculparme –les interrumpió con su más encantadora sonrisa–, pero les voy a robar a mi primo por un ratito, si no les importa. Tengo que preguntarle una cosa muy importante –y asiéndole por el brazo, se lo llevó a un rincón del jardín.

–Bueno, ¿qué es eso tan importante que tienes que preguntarme?

–¡Nada! Sólo quería rescatarte: me pareció que estabas atrapado en una conversación de lo más aburrida.

–Nada de eso. ¿Y qué es lo que te hace pensar que tú no me aburres con tu charla insustancial? –se burló.

Ella levantó la naricilla con cómico orgullo.

–Hasta en los peores tiempos de nuestro matrimonio, Paolo tuvo que admitir que yo podía ser cualquier cosa menos aburrida –declaró.

Chris se la quedó mirando cariñosamente: su prima casi nunca mencionaba a Paolo, y quizá el que empezara a hacerlo indicara que estaba empezando a superar el trauma de su desastroso matrimonio.

–¿Lo has visto alguna vez? –preguntó interesado.

–¡Santo Cielo, claro que no! –replicó con una amarga carcajada–. Y no tengo la menor intención de volver a verlo. No tenía que haberme casado con él.

–¿Por qué lo hiciste entonces?

Pero eso era algo de lo que Francesca no tenía la menor gana de seguir hablando.

–Pues de rebote –explicó burlona–. Estaba harta de vosotros tres.

–¿De nosotros?

–Sí, tenía tanto miedo de acabar con alguien tan arrogante y machista como vosotros que me fui al otro extremo…

Chris apretó el puño, amenazándola en broma.

–Escucha, princesa o no, todavía puedo darte una buena paliza…

–¡Huy, qué miedo! –replicó Francesca siguiéndole el juego.

Sin embargo, Chris no la escuchaba: Tiffany acababa de salir de la casa, y Sam, que se había tomado una copa de oporto con Calum, se acercó a ella y, agachándose, le dijo algo al oído.

El sonido de la bofetada que le propinó Tiffany se oyó por todo el jardín, y provocó que los invitados se volvieran atónitos hacia ellos.

–¿Cómo te atreves? –gritó la joven.

Tras el primer momento de asombro, Chris se dirigió hacia ellos a toda prisa, lo mismo que Calum desde el otro extremo del jardín. Tiffany le dio la espalda a Sam y echó a correr no hacia Chris, sino hacia Calum, reacción que a Francesca le pareció cuando menos curiosa.

–Mi primo le acompañará hasta la puerta –dijo Calum a Sam fríamente, colocándose entre Tiffany y él.

Sam empezó a protestar, pero Chris le asió por el brazo, obligándole a retirarse. Por un momento, pareció que se iba a resistir, pero, tras mirar largamente a Tiffany, cedió por fin. Francesca vio alejarse a su primo y a él hacia el portón, preguntándose qué sería lo que habría hecho para merecer que lo abofetearan en público de forma tan humillante. Aunque apenas lo conocía, no le parecía un hombre grosero. Quizá la culpa la tuviera el vino, se dijo… pero entonces recordó la mirada que le había dirigido Tiffany cuando Sam había intentado defenderse: casi se podía haber tomado por un gesto de súplica, en absoluto parecía ofendida, mucho menos ultrajada.

Más intrigada que nunca, Francesca se acercó a la extraña joven.

–Quizá sea mejor que entres un momento en la casa –le propuso. Tiffany le dijo que quería asegurarse primero de que Sam se iba. Mientras esperaban, Francesca le hizo notar que tenía toda la falda manchada de vino. Seguramente había salpicado cuando a Sam se le cayó la copa.

–¡Oh, no! –exclamó Tiffany, sinceramente horrorizada al ver el estropicio.

–Vamos dentro; si lo limpiamos enseguida, seguro que no se nota nada.

Francesca la condujo hacia el baño de una de las habitaciones de invitados, le prestó uno de sus albornoces y llamó a una de las doncellas para que se llevara la falda y la limpiara.

–Espero que quede bien –dijo Tiffany preocupada.

Su angustia casi resultaba exagerada: sólo se explicaba si era un persona extremadamente cuidadosa con la ropa…, o si no tenía demasiadas prendas de calidad en su guardarropa. A Francesca le hubiera gustado investigar más aquel punto, pero tuvo que bajar al jardín a toda prisa para despedir a los invitados junto a Calum. Cuando el último grupo se hubo marchado, Chris se acercó a ellos.