Pasión por la ignorancia - Renata Salecl - E-Book

Pasión por la ignorancia E-Book

Renata Salecl

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Beschreibung

El concepto de ignorancia necesita ser reevaluado, porque estamos atravesando un cambio revolucionario en la naturaleza del conocimiento. El desarrollo de la genética, la neurociencia y el big data ha cambiado la manera en que entendemos lo que puede conocerse sobre una persona. Los nuevos tipos de información traen aparejadas nuevas angustias, agravadas por lo difícil que resulta determinar con exactitud qué significará dicha información, quiénes tendrán acceso a ella y quiénes podrán usarla o manipularla. El surgimiento de nuevos tipos de información en el campo de la medicina implica que "saber o no saber" ha cobrado una importancia vital para el individuo. Igual de importante es examinar la ignorancia en relación con los nuevos mecanismos de poder.

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Acerca de Renata Salecl

Renata Salecl nació el 9 de enero de 1962 en Eslovenia. Filósofa, socióloga y teórica jurídica, se desempeña como investigadora en el Instituto de Criminología de la Facultad de Derecho de la Universidad de Ljubljana y es profesora en el Birkbeck College de la Universidad de Londres. Todos los años da clases en la Facultad de Derecho Benjamin N. Cardozo (Nueva York), sobre psicoanálisis y derecho, y también dicta cursos sobre neurociencia y derecho. Sus libros han sido traducidos a quince idiomas. En 2017, fue elegida como miembro de la Academia de Ciencias de Eslovenia.

En Ediciones Godot, publicó Angustia (2018), El placer de la transgresión (2019) y La tiranía de la elección (2022).

Ilustración de la autora, Renata Salecl, hecha por Maxi Amici.

Página de legales

Salecl, Renata Pasión por la ignorancia / Renata Salecl. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2021. Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online Traducción de: Matías Battistón. ISBN 978-987-8413-85-3

1. Filosofía Contemporánea. 2. Filosofía del Conocimiento. I. Battistón, Matías, trad. II. Título.

CDD 306.42

ISBN edición impresa: 978-987-8413-84-6

Copyright © Renata Salecl, 2020, All rights reserved

Título originalPassion for ignoranceTraducción Matías BattistónCorrección Candela Jerez y Fabiana Blanco Diseño de tapa Martín Bo Diseño de interiores Víctor Malumián Ilustración de Renata Salecl Max Amici

© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot Buenos Aires, Argentina, 2022

Pasión por la ignorancia.Qué elegimos saber y por qué

Renata Salecl

TraducciónMatías Battistón

Para Branko

Introducción

En marzo de 2020, cuando la crisis del coronavirus empezó a azotar los Estados Unidos, el Financial Times publicó una viñeta de James Ferguson donde se ve al presidente Donald Trump sentado en el despacho oval con un barbijo sobre los ojos y tapándose los oídos con las manos. En el piso, un cuadro muestra al presidente Xi Jinping usando la bandera china como barbijo. Mientras que un líder cierra los ojos y los oídos, el otro tiene la boca tapada por los símbolos de la nación y la ideología. Si hablamos de enfrentarnos con lo desconocido, la propagación de este virus representa el mayor reto mundial en los últimos cien años. La ignorancia y la negación tuvieron un papel clave al comienzo de la pandemia, como pudo verse muy claramente en el comportamiento del presidente estadounidense. En un principio, Trump ignoró la posibilidad de que la infección circulara en su país. En enero y febrero de 2020, cuando el coronavirus se expandía a gran velocidad por todo el mundo, Trump afirmó que no hacía falta alarmarse en los Estados Unidos, porque solo había unas pocas personas infectadas, y todas habían venido del extranjero. Negando los hechos a medida que estos iban desarrollándose, les aseguró a sus compatriotas que “todo estaba bajo control”, que “el nuevo virus no era más peligroso que la gripe”, y que él tenía una “capacidad natural” para entender esta enfermedad. Cuando se hizo imposible seguir ignorando la pandemia, Trump cambió de estrategia, y pasó a declarar una “guerra” contra el “enemigo invisible”. No es que ahora reconociera la gravedad del asunto porque de repente lo hubiera convencido la palabra de los expertos, o porque tuviera nueva información. No, lo que le dijo al público fue que él siempre había sabido lo serio que era el problema: “Sentí que era una pandemia mucho antes de que dijeran que era una pandemia”. Y agregó: “Pero vamos a derrotar al enemigo invisible. Creo que vamos a hacerlo incluso más rápido de lo que pensábamos, será una victoria absoluta. Será una victoria total”1.

Una década antes, los guionistas de Los Simpson habían imaginado un medicamento que inducía un tipo similar de optimismo ciego. En un capítulo muy conocido, Lisa tiene que hacer una presentación en la escuela sobre cómo se verá Springfield dentro de cincuenta años. Responsable como siempre, empieza a investigar el cambio climático y termina describiendo un futuro negro para la ciudad. Su presentación es tan terrorífica que sus maestros les dicen a sus padres que la manden a una psiquiatra. Después de verla, la médica le diagnostica “desesperanza en relación con el medio ambiente” y le receta Ignorital. Con ayuda de este medicamento, la percepción que Lisa tiene del mundo cambia; liberada de su angustia, se convierte en una persona de un optimismo abrumador. Las nubes se le aparecen como ositos sonrientes, y en su mente no deja de sonar “What a Wonderful World”. A sus padres les cuesta aguantar tanto delirio optimista, y deciden suspender las dosis de Ignorital. Marge y Homero se dan cuenta de que era más fácil lidiar con la Lisa de antes, la pesimista, que con la nueva, la de la alegría desaforada.

La idea de que un medicamento o algún otro tipo de terapia podrían ayudarnos a ignorar aquellas partes de la realidad que nos resulta difícil soportar no está limitada a la ficción. Durante décadas, la ciencia ha intentado encontrar una manera de controlar los recuerdos traumáticos de los veteranos de guerra o de las víctimas de otras formas de violencia. Estos estudios a veces indican que el mismo fármaco que le permite a alguien olvidarse de un hecho traumático puede ser de especial ayuda para quienes hayan sufrido una violación o algún tipo de ataque aberrante o de abuso sexual. En los debates éticos en torno al uso de medicamentos o de otros métodos para aliviar los recuerdos de este tipo, se suele plantear si es posible o deseable borrar solamente partes selectas de la memoria, y qué pasaría si quienes perpetran delitos o abusos violentos pudieran acceder a esa clase de fármacos, para borrar la memoria de sus víctimas y así evitar que los identifiquen o los imputen. Sin embargo, incluso sin sustancias de esta naturaleza, la gente encuentra la manera de ignorar o negar el conocimiento que amenaza su bienestar.

Cada época está marcada por su propia ignorancia. El modo en que las personas se relacionan con el conocimiento depende en gran medida del contexto, y lo que se entiende por “conocimiento” no solo es una construcción social, sino también en gran medida un tema individual. Para complicar aún más las cosas, las personas a menudo optan por la ignorancia o la negación (que, como veremos más adelante, no son lo mismo) cuando están cerca de descubrir algo insoportable.

El psicoanalista francés Jacques Lacan usó el término “pasión por la ignorancia”, tomado de la literatura budista, para describir cómo sus pacientes hacían todo lo posible para evitar reconocer el motivo de su sufrimiento, aunque la mayoría de ellos acudía a él porque supuestamente quería comprenderlo. Lacan también examinó la ignorancia de parte del analista, y decidió que este no debería ocupar la posición de “quien conoce las respuestas”, sino más bien adoptar una posición de no conocimiento y permitir que los analizandos descubran por sí mismos la causa de sus síntomas.

Este libro explorará la naturaleza de la pasión por la ignorancia. Por un lado, examinará cómo tratamos de evitar lidiar con el conocimiento traumático, y por el otro, analizará cómo las sociedades siempre encuentran nuevas maneras de negar aquella información que pueda socavar las estructuras de poder o los mecanismos ideológicos que mantienen el orden existente. Asimismo, trataré de explicar cómo, en las sociedades posindustriales y basadas en el conocimiento, el poder de la ignorancia ha adquirido una fuerza nueva y sorprendente, aunque nunca antes había sido posible aprender tantas cosas sobre los demás o sobre nosotros mismos como puede hacerse hoy con ayuda de la ciencia y de las nuevas tecnologías. El modo en que nos relacionamos con el conocimiento nunca es neutro, razón por la cual el término “pasión”, que el diccionario Merriam-Webster define como “una sensación o convicción intensa, potente o abrumadora”2, puede ayudarnos a entender no solo por qué la gente acepta lo que se percibe como verdad, sino también por qué lo ignora o niega. La curiosidad para algunos es una pasión, y cuando la gente deja de cuestionar el conocimiento establecido, el declive de dicha pasión bien puede abrir nuevas puertas a la ignorancia3.

El concepto de ignorancia necesita ser reevaluado, porque estamos atravesando un cambio revolucionario en la naturaleza del conocimiento. El desarrollo de la genética, la neurociencia y el big data ha cambiado la manera en que entendemos lo que puede conocerse sobre una persona. Los nuevos tipos de información traen aparejadas nuevas angustias, agravadas por lo difícil que resulta determinar con exactitud qué significará dicha información, quiénes tendrán acceso a ella y quiénes podrán usarla o manipularla. El surgimiento de nuevos tipos de información en el campo de la medicina implica que “saber o no saber” ha cobrado una importancia vital para el individuo. Igual de importante es examinar la ignorancia en relación con los nuevos mecanismos de poder. En la segunda mitad del siglo XX, el filósofo francés Michel Foucault escribió largamente sobre la relación entre el poder y el conocimiento; hoy en día, la relación entre poder e ignorancia merece la misma atención.

En este libro abordaré dos temas íntimamente relacionados: no saber (ignorancia) y no reconocer (ignorar). Ambas mentalidades son de gran relevancia para nuestra sociedad, nuestra cultura y nuestra vida intelectual hoy. Tanto una como la otra acarrean sus propios problemas, y ambas, a veces, tienen sus usos y sus ventajas también. Por ejemplo, la ignorancia implica un problema cuando se la trata como una virtud en sí misma, o si se la ve como un estado vergonzoso del que debemos escapar convirtiéndonos en consumidores dentro de la “economía del conocimiento” posmoderna. Inversamente, la ignorancia brinda una frontera natural a nuestros intentos de entender quiénes somos y cuál podría ser nuestro lugar en el mundo. La ignorancia marca un punto útil más allá del cual la experticia del profesional no puede seguir avanzando y, en un plano más profundo, fija un límite a lo que cabe esperar de la gente, a nivel individual y colectivo.

De igual modo, el acto de ignorar algo, ya sea consciente o inconscientemente, también adopta diversas formas. A veces, negar lo que vemos de una manera patente puede ser una estrategia4 indispensable para la supervivencia; otras, la negación perpetúa el miedo colectivo indispensable para las relaciones abusivas y las jerarquías tiránicas. Pero la ignorancia además puede ser una manera de negarse a reconocer esas estructuras de poder, y así debilitarlas o incluso echarlas por tierra.

El conocimiento que nos ofrece el psicoanálisis con respecto a las distintas maneras de encarar la verdad puede ayudarnos a entender mejor las formas que adopta la ignorancia en la sociedad posindustrial. Teniendo en cuenta el alcance de la genética, la medicina forense y el big data, es importante ver cómo la gente procesa estos nuevos conocimientos, y cómo estas ciencias están creando nuevas maneras de creer en la verdad, al igual que nuevas formas de ignorancia.

El capítulo 1 plantea de qué modo nuestra percepción de la ignorancia ha cambiado en la sociedad occidental contemporánea, y por qué la supuesta economía del conocimiento es más bien una economía de la ignorancia. Para entender cómo la gente se inclina por la ignorancia y la negación en tiempos de crisis, es útil ver de qué modo estas dos estrategias han sido adoptadas por quienes atravesaron la experiencia de la guerra. El capítulo 2 examina la ignorancia y la negación entre refugiados que escaparon de la guerra en Bosnia y Herzegovina entre 1992 y 1995. Muchas de las personas que han perdido seres queridos tienen la esperanza de que encontrar sus restos con pruebas de ADN los ayudará a resolver ese trauma. Los avances en la genética, la neurociencia y el big data también han llevado a una mayor confianza en el alcance del ADN en general y a la sensación, para algunos, de que es posible acercarse al secreto de la subjetividad misma. ¿Pero qué ganamos tratando de “ver” dentro del cuerpo, y tratando de predecir y prevenir futuras enfermedades con ayuda de pruebas genéticas? El capítulo 3 hace foco en las fantasías que circulan sobre los genes, en la manera en que las personas se replantean su herencia familiar al someterse a pruebas de enfermedades genéticas, y qué nuevas ansiedades, vergüenzas, angustias y culpas sienten cuando tratan de entender su mapa genético.

Cuando la información traumática afecta el bienestar de un individuo, la ignorancia suele ir de la mano con la negación. El capítulo 4 describe cómo funciona esto en relación con la salud en general. En estos tiempos de tanto consentimiento informado, se espera que la gente esté plenamente informada sobre sus enfermedades, el espectro disponible de procedimientos médicos y los riesgos que estos implican. Pero a menudo la gente elige cerrar los ojos cuando su vida está en juego.

Con todo lo que sabemos hoy sobre los demás, formar vínculos románticos es cada vez más difícil. Para ser atractivos, se nos suele aconsejar que nos mostremos indiferentes a nuestros posibles objetos de afecto. El capítulo 5 analiza cómo la ignorancia trabaja en un nivel intersubjetivo, en especial en casos de amor y odio.

En la sociedad altamente individualizada de hoy, muchos sienten que el resto los pasa por alto y que la sociedad los ignora. Algunos, como el movimiento de los incels, buscan visibilidad difundiendo mensajes misóginos en Internet, y a veces atacando de forma física a gente inocente. El capítulo 6 estudia cómo la sensación de haber sido ignorado puede vincularse a la ideología neoliberal del éxito y su acostumbrado imaginario “macho”. Esta ideología, paradójicamente, ha contribuido a la proliferación actual de sentimientos de inferioridad, angustia y culpa.

En la era de los algoritmos, el big data está cambiando la manera en que pensamos sobre nosotros mismos. Sin embargo, la ignorancia cumple un papel importante en el modo en que se recaban y usan los datos. Como sucede en el campo de la medicina, en el campo del big data los consentimientos informados velan los mecanismos de poder detrás de mucha palabrería opaca, contribuyendo así a perpetuarlos y a incrementar aún más la ignorancia. El capítulo 7 reflexiona sobre la ideología de la autosuperación, que ha contribuido a un incremento en la cantidad de aplicaciones para celulares y otros dispositivos móviles con ayuda de las cuales la gente espera cambiar sus hábitos y volverse más productiva, ignorando toda la información personal que esos mismos dispositivos recaban. Quienes controlan la sociedad hoy en día, ya sea política, social o comercialmente, dependen en gran parte del análisis, la manipulación y el control del comportamiento ajeno, con ayuda de los datos recabados sobre la población, y es por eso que el mundo opaco del big data presenta un elemento importante en la relación entre poder e ignorancia.

En una época impulsada por las nuevas fantasías en torno a la supuesta “verdad” sobre nosotros mismos (alimentadas a su vez por la fascinación con los genes, los cerebros y el big data) y por el surgimiento de las fake news, que impiden discernir con facilidad de dónde viene la información y hasta qué punto es confiable, no sorprende que la ignorancia sea cada vez mayor. En algunos casos, de hecho, esto puede tener un efecto positivo, ya que nos permite distanciarnos de la ideología dominante y posiblemente explorar nuevas formas de reflexión. Sin embargo, es igual de importante ver lo necesario que resulta para los propios mecanismos de poder que la gente no sepa ni entienda el modo en que operan.

1. Las muchas caras de la ignorancia

Hay dos maneras de pensar la ignorancia. Un sentido del término está relacionado con la falta de conocimiento, o la falta de deseo de saber; el otro, con los vínculos: por ejemplo, elegimos ignorar o nos negamos a notar cierto comportamiento o a cierta persona. Sin embargo, hay una diferencia crucial entre el acto de ignorar y el estado de ignorancia genuina, aunque puedan parecer dos cosas muy similares, incluso idénticas. Ignorar algo significa negar su importancia o su misma existencia; también significa pasarlo por alto. En cambio, ser ignorante de algo implica no estar consciente de su presencia patente, o incluso posible, o de su sentido en el universo. La diferencia entre el acto de ignorar y el estado de ignorancia conlleva la distinción moral entre el estado de responsabilidad y el estado de inocencia. Ignorar algo de lo que en realidad somos conscientes implica tratar de volver a esa dicha que la ignorancia “original” alguna vez nos dio.

“Ignorancia” es un término que suele usarse en un contexto negativo, y es algo de lo que a menudo acusamos a los demás. Sin embargo, la ignorancia y el acto de ignorar cumplen un papel esencial en nuestras vidas cotidianas, en especial en la manera en que creamos vínculos. Sin ignorancia, el amor no existiría. La crianza está llena de situaciones en las cuales los padres les prestan plena atención a sus hijos y después los ignoran rigurosamente. ¿La mejor manera de lidiar con los berrinches de un niño pequeño suele ser ignorarlo o adoptar la “penitencia” como estrategia? ¿Y qué es una “penitencia” si no un lapso en el cual los niños deben aceptar que sus padres los ignoren? Dormir también está esencialmente vinculado a la ignorancia, ya que el insomnio muchas veces es el resultado de no haber podido absorber y olvidar los acontecimientos del día y las emociones que nos suscitaron.

Asimismo, la ignorancia estratégica se promueve en las escuelas: los maestros les recomiendan a los alumnos que ignoren a los buscapleitos y que no presten atención a sus provocaciones. Esos mismos maestros a veces ignoran las señales de problemas personales o familiares que pueden leerse en el comportamiento del alumno particularmente disruptivo. En ocasiones es posible que los maestros se escuden en otra distinción entre modos de ignorancia: ignorar el mal comportamiento cuando es una señal de otra cosa puede significar que se decidió hacer la vista gorda, pero también puede significar que no se entendió lo que ese comportamiento implicaba realmente.

En una relación amorosa, ignorar los defectos puede ser una manera de mantener vivo el deseo. Cuando diseñamos o hacemos algo, nos recomiendan que ignoremos lo que están haciendo los demás, para que no comparemos nuestro trabajo al suyo. En la vida cotidiana, muchas veces simulamos ignorancia por respeto a una norma social o a una de las “reglas tácitas” en las que se basan las relaciones personales. Supongamos que alguien a quien respetamos ha dicho algo inapropiado o tiene puesto algo que nos parece extraño o de mal gusto. Por cortesía, es posible que no digamos nada y elijamos ignorar el error.

Las cuestiones de dinero suelen obligarnos a borrar las líneas que separan la ignorancia genuina de la simulada. En el trabajo, se les oculta a los empleados el salario del resto, y hablar con franqueza de cuánto se gana es tabú en muchos ambientes laborales, aunque podemos darnos una buena idea de cuánto ganarán nuestros colegas basándonos en sus vacaciones, sus coches y su ropa. En los hogares, hay quienes se niegan a compartir los detalles de sus cuentas bancarias con sus parejas y, en términos más amplios, un matrimonio puede ser un gran ejemplo de la distinción delicada pero esencial entre no saber y no reconocer.

Si la capacidad para ignorar forma una parte esencial de los vínculos íntimos y sociales, no tener esta capacidad suele ser muy problemático en otras áreas de nuestras vidas. Percibir y comprender el mundo a nuestro alrededor necesariamente implica decidir qué es importante para nuestras necesidades y objetivos y qué no. La gente que no puede hacer esto a veces queda incapacitada. Una mujer con uno de los coeficientes intelectuales más altos que se hayan registrado en los Estados Unidos ha dicho que nunca logró tener una carrera exitosa porque simplemente no puede ignorar la información irrelevante. Puede memorizar enormes cantidades de datos aleatorios, pero no puede juzgar qué es pertinente o no en una situación dada. En términos laborales, progresar se le hizo imposible, porque era incapaz de elegir trabajar o especializarse en ninguna profesión o campo del saber. Sabe mucho de una gigantesca variedad de temas, pero no tiene el “filtro” mental que la mayoría de nosotros damos por sentado cuando decidimos qué necesitamos saber y qué no5.

La ignorancia como estupidez protectora

Confucio señaló que el conocimiento verdadero consiste en saber la extensión de la propia ignorancia. De igual modo, Thomas Jefferson dijo: “Quien sabe, sabe lo poco que sabe”. Según reza un proverbio de Benjamin Franklin, “ser ignorante no es tan vergonzoso como ser reacio a aprender”. En los países socialistas de antaño, como la Unión Soviética y Yugoslavia, los líderes políticos les recalcaban a los alumnos que debían estudiar mucho. Tanto Vladímir Lenin como Josip Broz Tito solían concluir sus discursos a los estudiantes con un eslogan: “Tienen que aprender, aprender, aprender”. En cambio, algunos líderes mundiales hoy parecen enorgullecerse de lo poco que saben. Donald Trump hizo de la ignorancia una virtud. Muchos de sus votantes se identificaron con su aparente falta de conocimiento y con la nula vergüenza que mostraba por su ignorancia, lo que según ellos le confería una autenticidad que contrastaba con la artificialidad de muchos otros políticos y tecnócratas.

También se ha estudiado la ignorancia junto con la negación. En su libro Denial, Richard S. Tedlow expone importantes casos de negación en el mundo de los negocios y muestra cómo las grandes corporaciones se benefician con ellos6. Para Tedlow, la negación es una enfermedad contra la que hay que luchar todos los días: “Es un blanco móvil. No tiene cura”7. Y cita el ejemplo de British Petroleum (BP): en 2010, cuando la perforación de uno de sus pozos en el subsuelo marino causó un derrame de petróleo en el Golfo de México, la empresa se negó a reconocer las consecuencias ecológicas del desastre. Tedlow plantea tres explicaciones. Primero, es posible que la empresa realmente no supiera lo grave que era la situación. Segundo, es posible que parte del personal, en los escalafones más bajos de la jerarquía de BP, supiera lo que estaba sucediendo, pero tuviera miedo de contárselo a sus superiores. Y tercero, también es posible que todos, desde quienes ocupaban los cargos más bajos hasta los más altos, estuvieran al tanto de lo que había pasado, pero hayan decidido cerrar los ojos y no ver la terrible verdad. “Vieron pero no vieron. Sabían pero no sabían. Fueron estúpidos para protegerse”8.

¿Qué significa ser estúpidos para protegernos? El término “estupidez protectora” fue acuñado por George Orwell en su novela distópica 1984, donde lo presenta como la estrategia del “paracrimen”. Según Orwell, se trata de “la facultad de parar, de cortar en seco, de un modo casi instintivo, antes de desembocar en cualquier pensamiento peligroso”9. Incluye las facultades más obvias de “no entender las analogías, de no percibir los errores de lógica, de malinterpretar los argumentos más sencillos” si son contrarios al poder. La facultad orwelliana también siente “aburrimiento o rechazo ante cualquier pensamiento capaz de adoptar una orientación herética”10.

El decano de una universidad de Eslovenia usó material de la tesis de graduación de un estudiante (sin su permiso) en un informe pago, con fines comerciales. Cuando lo acusaron de plagio, los representantes de la universidad apelaron a la estupidez protectora. Así, alegaron que el uso no autorizado que le había dado el profesor al trabajo de su alumno no era para tanto, por tres razones. Primero, porque el tutor es como el coautor de la tesis; segundo, porque el nombre del estudiante figuraba en una nota al pie del informe comercial del profesor; y tercero, porque el profesor había firmado un contrato con esta empresa como particular, y no había actuado en nombre de la institución. En vez de limitarse a reconocer que el docente había presentado un trabajo ajeno como si fuera el suyo, los representantes de la universidad trataron de redefinir lo que cuenta realmente como plagio. Dadas las estridentes amenazas de la universidad a los estudiantes para que no plagiaran —y las graves sanciones que les imponían por hacerlo—, fue muy perturbador ver que las autoridades no solo defendían a uno de sus profesores más eminentes en un caso así, sino que además se negaban a aceptar la noción de plagio que manejaba el resto del mundo. El escándalo pronto fue ignorado y el profesor nunca sufrió ninguna consecuencia por sus actos.

En la vida diaria, la gente suele beneficiarse de varias formas de estupidez protectora o de ignorancia deliberada. Cuando la pareja de mi amiga estaba muriendo, ella quería que, al reunirse para cenar, los demás ignoraran esa experiencia tan horrible por la que ella estaba pasando. Hasta les pedía a los invitados que no la hicieran hablar de la enfermedad de su pareja. Para ella, unas pocas horas de conversación “común y corriente”, donde todos pasaran por alto las realidades de la enfermedad terminal, eran un bálsamo indispensable. No era que mi amiga negara lo que sucedía; simplemente, para ella era una comodidad y un respiro emocional que ese tema, tan dominante en casi todo aspecto de su vida, quedara reducido a un silencio colectivo. Otra pareja se impuso, para protegerse, una prohibición no muy distinta cuando atravesó una enfermedad así. Un viernes por la tarde, ambos decidieron empezar un “fin de semana libre de enfermedades”. Aunque uno de ellos estaba muriendo, y pasaban los días de la semana visitando consultorios médicos, una vez que llegaba el fin de semana acordaban no hablar al respecto y simular que todo era normal.

El autoengaño, la ignorancia y el mirar para otro lado también pueden ser algo increíblemente útil en nuestra vida privada, aunque no nos enfrentemos a circunstancias tan extraordinarias. Sociólogos que estudiaron la felicidad en el matrimonio descubrieron que las personas casadas que solo veían los atributos positivos de sus parejas eran mucho más felices que quienes tenían una visión más “realista”.

¿Cómo se vincula la ignorancia con el autoengaño? Leonardo da Vinci observó que el mayor engaño que sufre la gente proviene de sus propias opiniones. Upton Sinclair agregó que es difícil hacer que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda. Como Henrik Ibsen nos recuerda en El pato silvestre, si privamos al hombre promedio de sus mentiras, es posible que también le quitemos su felicidad11. Varios sociólogos y psicólogos han estudiado el autoengaño, y han observado que a la gente le gusta pensar que se conoce bien y que tiene una imagen realista de sí misma, ¿pero hasta qué punto es exacto ese autoconocimiento?12. A principios de la década de 1990, una investigación sobre el autoengaño en el ámbito académico reveló que un improbable 94% de los profesores universitarios estadounidenses creía ser mejor en sus trabajos que sus colegas. Un estudio parecido entre estudiantes del último año del secundario registró que la mayoría pensaba tener una capacidad superior a la promedio para llevarse bien con los demás. De los encuestados, el 25% creía estar en el 1% más alto13.

El conocimiento y la falta de conocimiento

¿Cuántas veces oímos a alguien admitir que no sabe algo? ¿Cuál fue la última vez que un político eminente reconoció no estar al tanto de todos los posibles efectos adversos de una política que estuviera promoviendo? ¿O que un médico admitiera que no sabía cómo podría afectar al paciente un medicamento en particular?

Varios autores han tratado de establecer una taxonomía de la ignorancia. Ann Kerwin, por ejemplo, distingue seis campos donde actúa la ignorancia:

Todo lo que no sabemos (lo desconocido conocido).

Lo que no sabemos que no sabemos (lo desconocido desconocido).

Lo que pensamos que sabemos pero no sabemos (errores).

Lo que no sabemos que sabemos (lo conocido tácito).

Tabús (conocimiento “vedado”).

Negaciones

14

.

Nancy Tuana, más concisa, propone cuatro campos de la ignorancia:

Saber que no sabemos, y aun así no interesarnos en saber.

Ni siquiera saber que no sabemos.

No saber porque otros (privilegiados) no quieren que sepamos.

Ignorar voluntariamente

15

.

En algunos escritos filosóficos antiguos, la ignorancia tiene cierta mística. El teólogo medieval Nicolás de Cusa es conocido por su obra De docta ignorantia, en la que estudia la relación entre saber y no saber (ignorar)16. Cusa promueve lo que él denomina “docta ignorancia”: un estado de saber que no se sabe. Su idea era que deseamos saber lo que no sabemos. Pero para él, la verdad es que la esencia de las cosas, o la verdad de los seres, nunca puede llegar a entenderse del todo. Por lo tanto, en lo que a la verdad respecta, “nosotros no sabemos otra cosa sino que lo verdadero mismo, con precisión, tal como es, lo sabemos incomprensible”17.

Según Cusa, este reconocimiento no es el fin, sino más bien el comienzo del verdadero entendimiento. Mientras mejor entendamos nuestra ignorancia (o no entendimiento), “tanto más accedemos a la misma verdad”. En otras palabras, “mientras más conozca alguien su no saber”, más docta será esa persona. Así, al igual que los seres de Dios no pueden comprenderse del todo, “la esencia de todas las cosas en sus profundidades sigue a salvo de nuestra cognición”, dejándonos en un estado de ignorancia inquisitiva18.

Hoy, estas palabras de Cusa parecen haberse olvidado. En el último tiempo, el deseo de definir a los seres humanos en términos biológicos ha alentado los esfuerzos por encontrar la “verdad” del carácter individual o de la subjetividad en los genes o en las células del cerebro. Este deseo por anclar la verdad de la psiquis humana en el cuerpo, paradójicamente, abre nuevos caminos hacia la ignorancia, aunque no en la forma “docta” fomentada por Cusa.

El Psicoanálisis y la ignorancia

Desde la época de sus primeros practicantes, el psicoanálisis se ha interesado en la ignorancia. La teoría psicoanalítica también se ha concentrado en la capacidad de negación, que está vinculada a la represión. Cuando alguien “reprime” un pensamiento, una imagen o una memoria, lo excluye de su conciencia. El pensamiento, la imagen o la memoria se olvidan y no pueden recordarse, porque para el pensamiento consciente resultan insoportables. Sin embargo, si una persona en análisis recurre a la negación, puede que lo haga porque la represión está perdiendo fuerza y el pensamiento reprimido está tratando de salir de nuevo a la luz.

Freud les decía a sus colegas que cuando los pacientes usaban la forma negativa (“No soy…”, “No hice…”, “Esto no es…”), el analista necesitaba prestar atención a lo que venía luego, porque era posible que la negación terminara siendo una afirmación, y que el paciente empezara a revelar algo antes reprimido.

Un ejemplo es el caso del paciente de Freud que, al describir un sueño, de repente dijo: “La mujer en el sueño no es mi madre”. El comentario causó sorpresa, porque no había nada en el sueño que hubiera sugerido que lo fuera. Con esa negación, el paciente encontró una manera de revelar su inquietud. Según explica Freud, la negación se convierte en una manera de hacer consciente la idea reprimida dotándola de existencia verbal. Bajo el manto del “no” del paciente, la madre entró en escena19.

A través de la negación, se puede hacer oír una verdad oculta; es decir, la negación es la primera señal de que alguien reconoce haber reprimido algo, aunque sin aceptarlo aún, lo que explica que opte por la forma negativa. Para Freud, entonces, la negación marca el intento incompleto por recobrar contenido reprimido del inconsciente, y a la vez actúa como un mecanismo sustituto, más débil, de la represión. Sin embargo, es importante distinguir entre negar y mentir. Mientras que una mentira consciente es un acto de engaño intencional, la negación es un acto de resistencia involuntaria20.

En suma, cuando negamos algo, sin querer revelamos exactamente qué queremos ocultar. Por lo tanto, negar implica agrandar una rendija o una veta abierta por donde se cuela de repente un pensamiento del que antes no éramos conscientes. Por eso, de manera algo paradójica, Freud vinculaba la negación con la idea de libertad. Según él, la negación permite que emerja algo relacionado con una memoria o una sensación reprimida, y es gracias a eso que finalmente podemos empezar a trabajar en el significado del pensamiento reprimido. De todas formas, es posible que recurramos asimismo a nuevas formas de represión.

Los posfreudianos también vieron el valor de la negación, y muchos de ellos empezaron a pensar cómo pueden relacionarse las negaciones de un individuo con un marco social más amplio. Otto Fenichel señaló que cuando una persona niega algo muchas veces, se siente obligada a respaldar sus declaraciones negativas con alguna creencia mítica o simplemente con una mentira. Por ejemplo, los mentirosos o las personas que tergiversan ciertos hechos particulares necesitan que otros les crean, y es así, corrompiendo lo que creen los demás, que logran forzarse a sí mismos a creerse sus propias mentiras21.

Los psicoanalistas están alertas no solo a las negativas directas, sino también a otras palabras que la gente usa para tratar de convencer a sus interlocutores de que algo no tiene importancia. Freud señala que la palabra “solamente” muchas veces cumple un papel particular en circunstancias así. Por ejemplo, un paciente puede decir: “Es solamente un sueño”. Un psicoanalista podría preguntarle entonces por qué parece estar tratando de restarle importancia al sueño que él mismo decidió contar sin que nadie se lo pidiera.

Sandor S. Feldman también exploró la manera en que la negación suele verse acompañada de ciertas palabras o costumbres. Cuando queremos negar la importancia de lo que vamos a decir, es posible que empecemos con una expresión casual, como “dicho sea de paso” o “antes de que me olvide”. Y a veces tratamos de disfrazar nuestra deshonestidad con frases insistentes, como “honestamente”, “créanme”, “francamente” o “a decir verdad”. Otras expresiones usadas para disimular sentimientos negativos son: “no lo decía en serio”, “no te quise lastimar” o “era un chiste”22.

En el psicoanálisis, la relación entre analista y analizando está fundada en un tipo particular de ignorancia. La transferencia, elemento esencial de la relación analítica, es un lazo emocional que no deja de parecerse al amor. Incluso antes de programar la primera consulta, el analizando presupone que el analista posee cierto saber o, como diría Jacques Lacan, el analista ya es “el sujeto supuesto saber”. Hasta un analista con décadas de experiencia nunca puede saber qué hizo que el analizando programara una consulta, qué fantasías inconscientes