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Pasión y escándalo Emilie Rose Si aquellas fotografías en las que aparecía con Carter Jones, su amante de la universidad, salían alguna vez a la luz, arruinarían la carrera política de su abuelo. Por eso Phoebe estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de recuperarlas... incluso volver a ver a Carter. Amor en alerta roja Jules Bennett Durante años, el multimillonario productor Max Ford había creído que Raine Monroe lo había traicionado. Por eso, cuando regresó a su ciudad natal, quería explicaciones. Pero su ex prefería mantenerse callada y alejada de la tentación... hasta que una tormenta de nieve los dejó atrapados, con su bebé, en su acogedora granja. Un trato muy ventajoso Sara Orwig El multimillonario Marek Rangel podía comprarlo todo. Todo tenía un precio, incluso el hijo de su difunto hermano. Estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de tener al niño en la familia, aunque tuviera que casarse con la madre del pequeño, Camille Avanole, una desconocida para él.
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Seitenzahl: 510
Veröffentlichungsjahr: 2020
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 449 - julio 2020
© 2005 Emilie Rose Cunningham
Pasión y escándalo
Título original: Scandalous Passion
© 2014 Jules Bennett
Amor en alerta roja
Título original: Snowbound with a Billionaire
© 2013 Sara Orwig
Un trato muy ventajoso
Título original: The Texan’s Contract Marriage
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2005, 2014 y 2015
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-618-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Pasión y escándalo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Amor en alerta roja
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Un trato muy ventajoso
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Si te ha gustado este libro…
«Deshazte de los esqueletos de tu armario antes de que tu abuelo declare su candidatura a la presidencia, o la prensa lo hará por ti».
Phoebe Lancaster Drew alisó con las húmedas palmas de sus manos su traje azul marino y avanzó por la acera con las palabras del director de la campaña de su abuelo resonando en su cabeza.
En realidad resultaba bastante patético que el único esqueleto que guardara en el armario fueran algunas fotos privadas tomadas doce años atrás. Excluyendo aquellos estimulantes nueve meses, se había comportado como una auténtica belleza sureña durante toda su vida y había dedicado su tiempo a su familia, a causas dignas y, en los últimos tiempos, a su carrera. Pero aquellos meses…
Su corazón latió más rápido mientras contemplaba la elegante casa de ladrillo. ¿Le habrían dado bien las señas en la asociación de alumnos? Un hombre soltero no tenía necesidad de elegir una casa con un jardín tan grande en aquel tranquilo barrio… a menos que se hubiera casado y hubiera tenido hijos. Respiró profundamente y pulsó el timbre.
Hijos. En otra época, Carter Jones y ella planearon tener una familia.
Si Carter había encontrado una mujer con la que tener la familia que deseaba, se alegraría por él. Pero el cosquilleo que recorrió la espalda de Phoebe contradijo sus pensamientos.
Al ver que nadie acudía a abrir, volvió a llamar. No tenía mucho tiempo para llevar a cabo su tarea, y presentarse allí sin avisar previamente un sábado por la tarde a finales de mayo era arriesgado, pero no se había atrevido a llamar por teléfono ni a correr el riesgo de que las fotos se perdieran en el correo.
Su abuelo planeaba anunciar su candidatura en unas semanas, lo que haría que la prensa se dedicara de inmediato a perseguir e investigar a todos los relacionados con el senador de Carolina del Norte. Phoebe sería uno de los blancos principales porque había sido la ayudante de su abuelo desde la muerte de su abuela, y se suponía que seguiría ocupando ese puesto si su abuelo llegaba a la Casa Blanca. También era la encargada de escribirle los discursos.
El sonido de un chapoteo llamó su atención. ¿Habría una piscina en la parte trasera de la casa? Mientras rodeaba esta vio un Mustang descapotable negro en el garaje. ¿Carter conduciendo un coche tan poderoso? La imagen no encajaba con el genio de los ordenadores larguirucho y desgarbado del que estuvo perdidamente enamorada durante el primer semestre de universidad.
Él, hijo de un militar, y ella, nieta de un senador, habían formado una pareja insólita… como sus padres. Y, como en el caso de estos, tampoco hubo un final feliz para Phoebe y Carter. Los padres de Phoebe renunciaron a todo, incluyéndola a ella, por amor, y murieron el uno en brazos del otro mientras perseguían su sueño.
Una larga piscina ocupaba parte del jardín trasero de la casa. Un solo nadador avanzaba por el agua con ágiles brazadas. El estómago de Phoebe se encogió. ¿Sería Carter?
Cruzó el patio con piernas temblorosas para esperar en el borde de la piscina. Mientras se acercaba, Phoebe se fijó en los poderosos músculos del hombre y en el tatuaje de alambrada negro que rodeaba uno de sus antebrazos. Su estómago se relajó. El hombre misterioso no podía ser Carter, pero tal vez sabría indicarle dónde se encontraba.
Se arrodilló junto a la piscina para llamar su atención, pero antes de que pudiera hacerlo el nadador surgió a su lado en una cascada de agua y la tomó por el tobillo con la mano. Sorprendida, Phoebe gritó, perdió el equilibrio y acabó sentada en el suelo sobre su trasero.
Los ojos azules que la contemplaron le resultaron inmediatamente familiares. Pero aquellos anchos hombros, aquellos bíceps, aquel tatuaje… Se quedó boquiabierta. ¡Aquel no podía ser Carter Jones!
–¿Carter? –susurró.
–¿Phoebe? –dijo él, tan sorprendido como ella.
Phoebe tragó con esfuerzo. ¿Qué había pasado con el Carter que había conocido? Se había convertido en un… cachas.
–¿Por qué me has sorprendido así? –preguntó mientras se levantaba con toda la dignidad que pudo.
–Pensaba que eras una de mis vecinas. Son conocidas por las pésimas bromas que gastan.
Mientras Carter salía de la piscina en un revuelo de agua, Phoebe dio un paso atrás y miró con expresión incrédula al Adonis que tenía ante sí. No había olvidado la impresionante altura de Carter, pero era mucho más ancho que el joven desgarbado que en otra época tuvo entre sus brazos. Además de estar mucho más fuerte tenía más pelo en el pecho, un pelo que se estrechaba poco a poco hasta convertirse en una línea que se perdía en la cintura de su bañador. Sus piernas también parecían más desarrolladas y una serie de cicatrices rosadas adornaban su rodilla izquierda, pero, aparte de eso, parecía la perfección personificada envuelta en una piel húmeda y dorada.
–Yo… yo… –a pesar de su habilidad con las palabras, Phoebe no fue capaz de decir nada más.
–Si sigues mirándome así, va a darme complejo recordar lo esquelético que estaba antes.
–Des-desde luego, has desarrollado toda una… musculatura.
–Eso es lo que sucede cuando entras en los marines.
–¿Los marines? ¿Eres un marine? –Phoebe no ocultó su asombro. Hijo de militar, Carter siempre había asegurado odiar la vida que llevaba su padre, viajando siempre de un destino a otro.
La expresión de Carter se ensombreció.
–Ya no. ¿Qué puedo hacer por ti, señorita Drew?
–Lancaster Drew –corrigió Phoebe automáticamente.
–Cierto. No olvidemos tus lazos con el venerado senador Lancaster –la amargura del tono de Carter no podría haber sido más evidente.
–Yo… no… –Phoebe vio una toalla en una silla cercana, la tomó y se la alcanzó. Con toda aquella maravillosa piel expuesta ante ella apenas podía pensar.
Carter la aceptó, pero se limitó a usarla para secarse un poco el pelo y luego se la puso en torno al cuello.
Phoebe se fijó en sus manos y notó que no llevaba anillo, pero eso no significaba nada, ya que algunos hombres no lo llevaban a pesar de estar casados. Además, no estaba allí precisamente para reavivar su romance.
–Quería hablar contigo del pasado. Específicamente de nuestro pasado y de nuestras… fotos.
–¿Qué fotos?
Phoebe notó que sus mejillas se acaloraban.
–Ya sabes a qué fotos me refiero –dijo, incómoda, mientras notaba que su falda se había humedecido en el trasero a causa de la caída–. A las íntimas –añadió en un susurro.
Los ojos de Carter sonrieron y sus labios se curvaron levemente. Miró atentamente a Phoebe y esta se encogió. Ella no había mejorado con los años como él. De hecho, casi todos los cinco kilos que había engordado desde la universidad se le habían acumulado por debajo de la cintura.
–Ah, esas fotos.
–¿Aún las tienes?
–¿Por qué? –Carter se cruzó de brazos y sus fuertes pectorales parecieron señalar en dirección a Phoebe. El recuerdo de la sensación de los endurecidos pezones que los adornaban contra su lengua le produjo un acaloramiento instantáneo.
No había duda de que aquel hombre tenía un cuerpo por el que merecería la pena morir, pero el tatuaje de su brazo atraía su atención como la visión de un helado habría atraído a un niño.
–Eso debió doler –dijo a la vez que lo señalaba
–Si dolió, estaba demasiado borracho para fijarme.
Phoebe captó un nuevo destello de amargura en la expresión de Carter. En la época en que salían juntos no bebía, pero entonces ella ni siquiera tenía la edad legal para hacerlo. Iba a cumplir dieciocho y él tenía veintiuno.
–¿Conservas las fotos?
–Tal vez. ¿Por qué?
¿Qué había pasado con el viejo Carter? ¿Qué había pasado con su amigo, con su amante, con la única persona con la que solía hablar horas y horas? Todo en él parecía más duro: su cuerpo, su voz y sus ojos.
–Me gustaría recuperarlas…
–¿Me has echado de menos? –Carter volvió a sonreír.
–… junto con los negativos –continuó Phoebe, sintiendo que su corazón iba a explotar si Carter no dejaba de mirarla así. Aquella mirada solía sugerir que en unos segundos uno de los dos, o ambos, estarían desnudos, y luego…
Abochornada, Phoebe sintió una reveladora calidez entre los muslos. Apenas podía respirar, y al tratar de achacarlo al calor y la humedad de Carolina, estuvo a punto de reír en alto.
–¿Planeas enseñarlas por ahí y contarle a todo el mundo la época en que bajaste a los barrios bajos?
–Aquello no fue bajar a los barrios bajos, Carter. Mi abuelo está a punto de anunciar su candidatura a la presidencia. Si cayeran en determinadas manos, esas fotos podrían poner en peligro su campaña.
–De manera que se trata de nuevo de la carrera de tu abuelo –dijo Carter, cuyo tono reveló claramente su enfado.
Carter nunca había entendido cuánto debía Phoebe a sus abuelos por haberse ocupado de ella después de que sus padres la abandonaran, algo que quedó claro cuando doce años antes le hizo elegir entre él o su abuelo.
–Y también de la mía. Soy su redactora de discursos. Me gustaría destruir esas fotos. Éramos jóvenes e impetuosos…
–No –Carter pasó junto a ella y se encaminó hacia la casa.
–¿Qué quieres decir con «no»? –preguntó Phoebe mientras se volvía y lo miraba sin poder evitar admirar su magnífica espalda.
–Que no voy a darte las fotos –dijo él sin detenerse.
Phoebe lo siguió.
–Seguro que a tu mujer no le hace gracia que tengas fotos de otra mujer en la casa.
Carter se detuvo y se volvió tan bruscamente que Phoebe chocó contra él. Sus palmas aterrizaron sobre la piel desnuda de su pecho y el la tomó por las muñecas, reteniéndolas contra sus pezones.
–No estoy casado –dijo en el tono ligeramente ronco que solía hacer que Phoebe se derritiera–. ¿Y tú?
–No –Phoebe tiró débilmente de sus manos y él la soltó–. ¿Vives solo en esta casa tan grande?
–Sí.
–Es preciosa.
–Por dentro es aún mejor.
La invitación sugerida alarmó al instante a Phoebe. Miró su reloj.
–Ando un poco mal de tiempo. Me iré en cuanto me des las fotos y los negativos. Te espero aquí.
–Ven dentro y lo discutiremos.
Phoebe quiso aullar de frustración, pero ella nunca habría hecho algo así. La nieta del senador jamás sería tan burda como para mostrar públicamente su desagrado. «Jamás permitas que te vean sudar», le había advertido su abuelo en más de una ocasión.
–Prefiero que no reavivemos nuestros recuerdos. No serviría de nada. Así que, ¿tienes o no tienes las fotos?
–Sí –Carter subió las escaleras del porche y mantuvo la puerta abierta.
Phoebe sabía que podía rechazar la invitación, pero corría el riesgo de no volver a ver las fotos. Pero debía recuperar y destruir la evidencia de su vergonzoso pasado. Subió las escaleras con la barbilla ligeramente alzada y pasó a una soleada cocina comedor mientras notaba la mirada de Carter fija en su espalda.
–He hecho que te mojaras. Lo siento. ¿Quieres que meta tu falda en la secadora?
Phoebe se volvió a mirarlo. ¿Estaba hablando con doble sentido? ¿Y de verdad esperaría que le diera la falda?
–No. Es seda. Hay que secarla dejándola colgada.
–Puedo dejarte unos pantalones cortos mientras ponemos tu falda a secar en la terraza.
–No, gracias.
–Siéntate –Carter señaló la mesa de la cocina–. Un trasero mojado no estropeará las sillas. Enseguida vuelvo.
Phoebe se sentó con el pulso acelerado, apartó la mirada de la puerta por la que había desaparecido Carter y tuvo que contenerse para no abanicarse el rostro. No esperaba encontrarlo tan atractivo. Carter fue su primer amante, pero obviamente no había estado enamorado de ella, o de lo contrario no le habría roto el corazón como lo hizo. Ya se había engañado a sí misma en una ocasión y no tenía intención de repetir el doloroso error de confundir el deseo con el amor.
De todas las personas que Carter Jones habría esperado encontrar junto a su piscina la última era Phoebe Lancaster Drew.
Se quitó el bañador y maldijo en voz baja cuando el brusco movimiento le produjo una intensa punzada de dolor en el muslo. Habían pasado tres años y medio desde el accidente que había terminado con su carrera militar, y ya solo sentía dolor cuando hacía alguna estupidez. Había pensado que la sombra que había visto junto a la piscina era la de uno de sus vecinos, o de alguno de sus excolegas marines, aunque las visitas por lástima se habían ido espaciando más y más desde que su nueva empresa había despegado. Afortunadamente.
Se puso unos pantalones cortos y una camiseta. No hacía falta que se vistiera para impresionar a la nieta del senador. Hacía años que ella lo había desestimado como su oscuro secreto. Era bueno para la cama, pero no para casarse.
¿Qué había pasado con la chica de la que se había enamorado? ¿Habría existido realmente aparte de en su imaginación? Probablemente no.
El conservador traje de Phoebe y su pelo rubio recogido en un moño le recordaron el día que la sorprendió en casa de su abuelo en Washington, el día que a él se le cayeron las anteojeras y su mundo se desmoronó. El día que descubrió que Phoebe no lo amaba.
Sus padres habían acudido para asistir a su graduación en la universidad y quiso que conocieran a su futura esposa. Pero Phoebe no se alegró precisamente de encontrarlo en la puerta de casa de su abuelo. Se comportó como si estuviera deseando librarse de él lo antes posible. Cuando lo presentó a su abuelo dijo que era un compañero de clase, no su novio, ni su prometido. Su negativa a acompañarlo a conocer a sus padres fue la gota que colmó el vaso. Era evidente que no había un futuro para ellos. Carter comprendió que no había sido más que un juguete para Phoebe Lancaster Drew.
Y de pronto Phoebe aparecía con intención de borrar lo que hubo entre ellos doce años atrás. Carter trató de controlar su enfado. Aquellas fotos eran la prueba de que la bella nieta del senador había hecho cosas sucias con el hijo mestizo de un militar.
Entró descalzo en la cocina, sirvió te frío en dos vasos y ofreció uno a Phoebe antes de sentarse frente a ella. Seguía siendo una belleza morena de ojos color verde avellana, pero el ardor y la excitación habían desaparecido de ellos y el rictus de sus labios era de evidente tensión.
–¿Eres feliz haciendo de ayudante de tu abuelo?
–¿Por qué no iba a serlo? –preguntó Phoebe a la defensiva.
–Solías querer trabajar en un museo o enseñando en la universidad.
–Ya tendré tiempo para eso más adelante –Phoebe jugueteó con su vaso en lugar de mirar a Carter.
–¿Y la familia que en otra época deseabas tener? Tienes treinta años. Si tu abuelo es reelegido y cumple un segundo mandato, tendrás cuarenta años para cuando se retire, un poco tarde para empezar, ¿no te parece?
Una sonrisa típicamente política que no alcanzó sus ojos curvó los labios de Phoebe.
–He decido centrarme en mi carrera, y mi abuelo tendrá setenta cuando sea investido. Está deseando romper el record de Reagan, que accedió a la presidencia con sesenta y nueve.
–Lleva en la política más de treinta años. Debería retirarse.
Phoebe tomó un sorbo de su té.
–¿A qué te dedicas ahora, Carter?
Carter asintió lentamente ante el brusco cambio de tema.
–A la informática. ¿A qué si no?
Se conocieron cuando a él le tocó ser el tutor de Phoebe en la asignatura de Informática.
–¿Y qué haces exactamente en el terreno de la informática?
–Soy investigador informático.
–¿Investigas crímenes informáticos?
–Exacto.
–Seguro que se te da bien.
–Soy dueño de mi propia empresa, pero la informática no es lo único que se me da bien –Carter sonrió insinuantemente y vio con placer que Phoebe se ruborizaba. Dejó su vaso en la mesa y enlazó los dedos sobre su abdomen–. ¿Por qué debería darte las fotos, Phoebe?
Pronunciar su nombre le hizo pensar en noches ardientes y sábanas revueltas, en relaciones rápidas en el coche o en cualquier sitio donde no fueran a molestarlos. Le irritó que su pulso se acelerara.
–Necesito asegurarme de que no caigan en manos de la prensa.
–¿Crees que sería capaz de vendérselas al mejor postor? –preguntó Carter, que tuvo que esforzarse para que no se notara su enfado.
–Supongo que no, pero podrían caer en manos de alguien más y…
–Eso no sucederá. Tengo las fotos guardadas bajo llave. Así han estado desde que nos despedimos. Si no las vendí entonces, cuando estaba realmente enfadado contigo, no es probable que vaya a hacerlo ahora.
Phoebe se humedeció los labios y Carter sintió un incendio tras la cremallera de su bragueta. En otra época Phoebe tenía una boca especialmente talentosa. Había perfeccionado su técnica con él y le había permitido el placer de devolverle el favor.
–Dame las fotos, por favor.
Carter simuló recapacitar, pero no pensaba entregarle las fotos así como así. No las había visto desde que se había trasladado a aquella casa hacía ya tres años, pero representaban la primera vez en su vida que no se había sentido como un fracaso. Durante una época, Phoebe le hizo sentirse como un rey.
De pronto tuvo una idea. Doce años atrás, cuando Phoebe y él perdieron juntos la virginidad él era un joven inexperto. Pero aquello había cambiado. Y la señorita Phoebe merecía aprender lo que se sentía al ser utilizado y luego arrojado a un lado de cualquier manera.
La venganza podía ser dulce… además de sexualmente satisfactoria.
–Te propongo un trato.
Phoebe entrecerró los ojos con suspicacia.
–¿Qué clase de trato?
–Sal conmigo y te daré las fotos. Digamos que una por cita. Hay unas doce fotos.
Phoebe rio sin el más mínimo humor.
–Estás bromeando, por supuesto.
Carter se limitó a mirarla sin decir nada.
–¿Por qué? –preguntó finalmente Phoebe, obviamente incómoda.
Él se encogió de hombros.
–Porque sí.
Phoebe puso los ojos en blanco.
–Qué razonamiento tan infantil.
–Si no hay citas no hay fotos ni negociación.
–Eso es chantaje.
–Demándame si quieres. Pero en ese caso las fotos tendrán que ser presentadas como prueba –Carter se inclinó hacia delante y cubrió las muñecas de Phoebe con sus manos–. ¿Recuerdas cuánto solíamos divertirnos, Phoebe?
Ella retiró las manos, pero a Carter no se le pasó por alto la agitación de su respiración.
Phoebe alzó la barbilla.
–No pienso acostarme contigo.
Una sonrisa de anticipación curvó los labios de Carter. Había aprendido mucho sobre las mujeres en los últimos diez años, sobre todo a reconocer cuándo lo encontraban atractivo. Y no había duda de que Phoebe le había echado un buen vistazo.
–No te he pedido que te acuestes conmigo, pero agradezco que aclares las cosas de antemano para no alentar mis esperanzas… ni otras cosas.
Phoebe volvió a ruborizarse a la vez que se movía inquieta en el asiento.
–Una cita por foto. Yo elijo la foto.
–No. Yo establezco las citas y yo elijo las fotos.
La mandíbula de Phoebe se tensó visiblemente.
–Quiero verlas.
Carter sonrió de oreja a oreja. La jugada le había salido bien.
–¿En serio? ¿Ahora?
–Quiero asegurarme de que aún las tienes.
Carter se levantó y señaló una puerta.
–Están en mi dormitorio.
Phoebe permaneció sentada.
–¿Es esa tu versión de «ven a ver mis grabados»?
Carter volvió a sonreír.
–No tengo grabados. Tengo momentos Kodak.
Phoebe parecía a punto de estallar.
–¿Quién más las ha visto?
Carter frunció el ceño.
–No soy de los que dan el beso de Judas.
Phoebe unió las manos con remilgo sobre su regazo.
–Ve a por las fotos, Carter. Te espero aquí.
Carter no la llamó cobarde, pero su mirada lo hizo por él. Y Phoebe captó el mensaje.
–Estás en tu casa. Enseguida vuelvo.
Carter miró su reloj mientras iba hacia su dormitorio. Operación Seducción en marcha a las cinco.
El juego había empezado.
Phoebe apoyó la cabeza en sus manos. Tenía que haberse vuelto loca para aceptar las ridículas condiciones de Carter. Pero necesitaba las fotos y los negativos.
Su abuelo siempre decía que si no podías hacer cambiar de opinión a un contrincante debías agotarlo. De manera que debía adaptarse al infantil juego de Carter. Afortunadamente, su abuelo iba a pasar un mes en su refugio de Bald Head Island para preparar las campaña. Ella se había quedado para investigar a sus posibles oponentes. Con un poco de suerte podría recuperar las fotos sin tener que dar explicaciones de sus andanzas.
En cuanto al abundante y evidente atractivo sexual de Carter, no había llegado a los treinta sin aprender a controlar sus necesidades sexuales. Resistirse a él no sería fácil, pero estaba dentro de sus posibilidades.
Miró a su alrededor en busca de algún indicio que le revelara en qué clase de hombre se había convertido Carter. Al margen de la calidad de todo lo que podía ver, la falta de elementos decorativos parecía indicar que no había una mujer viviendo con él, pero imposible imaginar a un hombre tan atractivo solo. De manera que, ¿quién sería la mujer que había en su vida? ¿O tendría más de una?
Pero eso daba igual. Estaba allí por un asunto de negocios, nada más. Debía descubrir el motivo que había tras el plan de Carter. ¿Qué quería a cambio de las fotos? Ni por un momento se le ocurrió pensar que todo lo que quería era el placer de su compañía.
Carter apareció con las fotos un momento después. La mirada de Phoebe voló inconscientemente hasta su poderoso brazo y el tatuaje que lo rodeaba. No podía creer que aquello la excitara, pero así era. ¿Tendría más? ¿Dónde? Su pulso se aceleró.
«Tu curiosidad solo te traerá problemas, Phoebe Lancaster Drew», solía decirle su abuela… y casi siempre tenía razón. Además, Phoebe acababa de ver a Carter en bañador. Si tenía algún tatuaje debajo de este, no iba a verlo.
Y no quería ver las fotos. No quería recordar hasta qué punto había confiado en Carter doce años atrás, ni lo poco importante que había sido para él, pero podía estar tirándose un farol. Extendió la mano y él le entregó las fotos. Phoebe apartó la mirada y se encontró observando el evidente abultamiento que había a un lado de la bragueta de los vaqueros cortos de Carter. Tragó con esfuerzo. Era evidente el efecto que le había producido contemplar las fotos. Pero ella iba a tener más control sobre sus instintos, se dijo mientras cuadraba los hombros.
Su mano tembló ligeramente mientras contemplaba la primera foto. Sin duda, aquella debía ser la más inocente de las que Carter había tomado con el automático de su vieja cámara. En la foto, Carter aparecía de espaldas, totalmente desnudo. Ella estaba frente a él y lo único que se veía eran sus brazos y manos, que tenía apoyadas sobre los glúteos de Carter. Aquellas manos podrían haber pertenecido a cualquiera, excepto por el anillo familiar que llevaba en su mano derecha, el mismo anillo que llevaba puesto cada día de su vida.
Sintió cómo se acaloraba al recordar la poderosa erección de Carter contra su estómago, el roce de sus pezones contra su pecho, el modo en que le estaba acariciando el trasero. Unos instantes después de que se disparara la cámara, Carter la penetró profundamente y le hizo el amor hasta que acabaron en el suelo, exhaustos.
Había amado a Carter locamente y aquella foto hizo que el recuerdo de sus sentimientos regresara con una fuerza inusitada… y también el profundo dolor que le produjo su abandono. Carter no la había amado lo suficiente.
Ella siempre perdía a aquellos a los que amaba. Fue abandonada por sus padres cuando tenía siete años. Seis años después murieron en un levantamiento rebelde en algún país olvidado de la mano de Dios. El anillo que llevaba era el único recuerdo que tenía de su madre. Su abuela, que acabó siendo la sustituta de su madre, murió inesperadamente cuatro meses después de que Phoebe empezara sus estudios en la universidad, y cinco meses después perdió a Carter.
La única familia que le quedaba era su abuelo y, al parecer, la aprobación de este dependía de que se mantuviera a su lado durante su apuesta por la presidencia. Solo el cielo sabía lo que sucedería si aquellas fotos salían a la luz pública y perjudicaban su campaña. ¿La abandonaría también, o la quería lo suficiente como para perdonarla por su impetuoso primer amor? Pero aquel era un riesgo que no estaba dispuesta a correr.
–Te las compro. ¿Cuánto quieres por ellas?
–Las fotos no están en venta.
La dura expresión de Carter bastó para convencer a Phoebe de que no tenía sentido insistir.
Incapaz de mirar las demás fotos, se las devolvió.
–En ese caso, quiero los negativos como muestra de buena fe.
–No hasta la última cita.
–En ese caso, dame tu palabra de que no vas a enseñar las fotos a nadie más.
–La tienes.
–¿Cuándo empezamos?
–Mañana. ¿Dónde estás viviendo?
–En Raleigh, en la casa de mi abuelo.
–Pasaré a recogerte a las seis.
–No –replicó Phoebe precipitadamente–. Eso no será necesario. Yo vendré aquí.
La mandíbula de Carter se tensó.
–¿Aún te preocupa lo que pueda decir tu abuelo si tu antiguo compañero de clase se presenta en tu puerta?
Carter recordaba muy bien lo incómoda que se mostró Phoebe cuando lo presentó a su abuelo, aunque él no esperó el tiempo suficiente para que ella le explicara por qué se había mostrado tan cautelosa.
–Mi abuelo no está en la ciudad.
–Normalmente recojo a mis citas en su casa y luego las acompaño de vuelta… a menos que vayan a pasar la noche conmigo.
–Ya que ese no va a ser el caso, seré yo la que pase por aquí. Luego podrás acompañarme hasta la puerta de mi coche.
La boca de Carter se tensó y parecía a punto de protestar, pero asintió secamente.
–De acuerdo. Quedamos a las seis.
Los latidos del corazón de Phoebe se apaciguaron un poco. Había ganado una batalla, pero no la guerra, desde luego. ¿En qué lío te estás metiendo, Phoebe Lancaster Drew?
Carter esperaba que Phoebe se echara atrás, pero en lugar de ello se presentó media hora antes.
Dejó las pesas en el suelo y se secó el sudor de la frente mientras la veía avanzar por el sendero que llevaba a la puerta. Había pasado un mal día… sobre todo porque no había logrado apartar de su mente la cita de aquella tarde. Jes, su secretaria, había amenazado con dejarlo plantado si no dejaba de ladrar órdenes, sobre todo teniendo en cuenta que estaban trabajando un domingo. Finalmente, Carter decidió irse de la oficina para liberar su frustración haciendo ejercicio.
Bajó a abrir antes de que ella tuviera tiempo de llamar al timbre.
Phoebe alzó las cejas al verlo en chándal y sudoroso. Ladeó la cabeza.
–¿Voy demasiado elegante para nuestra cita? –preguntó con ironía.
Carter observó su entallado traje azul marino, muy parecido al que llevaba el día anterior, pero no dijo nada al respecto.
–Llegas pronto. Yo aún tengo que prepararme.
–He salido con tiempo de sobra por si había tráfico, pero no lo había. Además, cuanto antes empecemos antes podré irme a casa.
Carter ocultó su irritación secando el sudor de su frente con la toalla que llevaba al cuello. Se apartó para dejarla pasar.
–¿Quieres echar un vistazo a la casa mientras me ducho y me visto, o prefieres esperar a que te la enseñe yo?
–Ninguna de las dos cosas, gracias.
Phoebe insultaba tan educadamente que Carter se limitó a asentir con la cabeza.
–En ese caso, dame diez minutos para ducharme. Si quieres un té frío, hay hielo en la nevera.
Mientras se duchaba, Carter se preguntó por qué encontraba aún tan atractiva a Phoebe después de tanto tiempo. Probablemente porque tenía mitificada la época que pasaron juntos. ¿Y qué mejor forma de demoler ese mito que pasando un mes con ella? Luego se buscaría una chica de por allí, echaría raíces y tendrían hijos.
Raíces. Por eso se había comprado aquella casa. Había pasado casi toda su vida yendo de un lado a otro y había llegado el momento de parar.
Quería encontrar un amor como el de sus padres, la clase de amor en que ningún sacrificio era demasiado grande. Carter jamás había oído quejarse a su madre por los continuos traslados de su padre. Se limitaba a hacer el equipaje y a seguirlo como una buena esposa de militar, dispuesta a ir a donde fuera con tal de permanecer a su lado.
Quería una compañera para toda la vida, y en cuanto se demostrara que sus recuerdos de Phoebe no eran más que fantasías exageradas, buscaría una mujer que no lo mirara con suficiencia y que no se avergonzara de presentarlo a su familia. El momento era adecuado. Ya tenía la casa y, tras tres años de trabajo duro, su empresa CyberSniper pisaba terreno firme.
Y Phoebe no era esa mujer. El día anterior ni siquiera había sido capaz de mirar más allá de la primera foto. ¿Acaso le producía tanta repugnancia recordar lo que hubo entre ellos?
Tras ducharse y vestirse, bajó a la cocina.
* * *
Phoebe oyó que Carter se acercaba, pero fue incapaz de apartar la mirada de la foto del adorable niño moreno y de ojos azules que había en la puerta de la nevera. Carter había dicho que no estaba casado, pero eso no significaba que no tuviera una ex y un hijo en algún sitio.
–¿Es tuyo? –preguntó con esfuerzo. Por supuesto que Carter tendría hijos algún día, y no serían de ella. Hacía tiempo que había enterrado aquellos sueños.
–No. J.C., Joshua Carter, es hijo de Sawyer Riggan. ¿Recuerdas a mi compañero de dormitorio en la universidad? Se casó hace unos años. Él y su esposa Lynn son mis vecinos. J.C. tiene dos años y es mi ahijado –añadió Carter con orgullo.
–Es adorable…
Cuando Phoebe se volvió olvidó lo que iba a decir. Carter tenía un aspecto impresionante con el traje gris marengo que había elegido. La camisa blanca acentuaba el moreno de su piel y la corbata azul que se había puesto iba a juego con sus ojos.
Phoebe parpadeó para apartar la repentina niebla de atracción no deseada que se había adueñado de su mente. No estaba entre sus planes repetir los errores del pasado.
–¿Sawyer y tú comprasteis vuestras casas en la misma calle? Supongo que habéis mantenido una fuerte amistad después de la universidad.
–Sí. Y Rick Faulkner y su esposa son dueños de la tercera casa de la calle. ¿Recuerdas a Rick?
–¿El rubio alto? –Phoebe recordaba a los atractivos amigos de Carter, pero por aquel entonces solo tenía ojos para él.
Carter asintió.
–¿Te apetece beber algo? Tenemos unos minutos antes de nuestra reserva.
–No, gracias. Me gustaría llegar temprano a casa esta noche. Espero una llamada de mi abuelo.
–De acuerdo. En ese caso, vámonos. Voy a por el coche y te recojo en la entrada.
–No hace falta. Esta no es una cita real, Carter. Puedo ir al garaje contigo.
Carter asintió secamente.
–Como quieras –dijo, y señaló la puerta que llevaba al garaje.
–¿A dónde vamos? –preguntó Phoebe una vez en el coche, un elegante deportivo que le hizo pensar que la empresa de Carter debía ir muy bien.
–A un restaurante nuevo.
Carter pulsó un botón y la puerta del garaje se abrió. Al tomar la palanca de cambios rozó la rodilla de Phoebe, que la apartó de inmediato de la zona de peligro, pero no lo suficientemente rápido como para evitar el cosquilleo que recorrió su cuerpo.
«Cíñete al plan, Phoebe», se dijo. «Doce citas. Nada de escarceos. Nada de promesas rotas. Nada de corazones rotos».
–¿Cuándo y por qué decidiste alistarte en los marines? –preguntó–. Creía que odiabas esa vida de vagabundeo.
–Después de graduarme en la universidad. Por los cursos de capacitación informática.
–Y ahora lo has dejado.
–Sí –replicó Carter sin más explicaciones.
–¿Por qué no has seguido en el ejército como tu padre? Imagino que ya tendrá muchas estrellas.
Carter siguió conduciendo sin decir nada.
Phoebe suspiró.
–Tu has forzado esta cita. Lo menos que puedes hacer es conversar educadamente.
Carter la miró de reojo.
–Mi padre ha ascendido a teniente general. Eso son tres estrellas. A mi me dieron de baja después de que me estropeara la rodilla en mi última misión.
Phoebe recordó las cicatrices.
–Lo siento.
–Yo no. Ya era hora de dejar el ejército. No es lo que quería hacer.
–¿Y ahora trabajas con Sawyer? Recuerdo que solías hablar de poner una empresa en marcha juntos.
–No. Trabajo solo.
Phoebe pensó que Carter no se refería solo a su negocio.
Unos minutos después se detenían frente a un edificio de piedra estilo castillo con almenas y todo. Un mozo acudió rápidamente a abrirles la puerta y a ocuparse del coche.
–¿No era esto una residencia privada cuando estábamos en la universidad? –preguntó Phoebe mientras entraban.
–La familia tuvo problemas y vendieron la casa. El actual dueño la transformó en un restaurante con pista de baile. Quiere utilizarlo para celebrar bodas, pero puedes decirle a tu abuelo que de momento es un buen lugar para organizar fiestas privadas.
Carter parecía saber mucho sobre el lugar, pero Phoebe no tenía intención de bailar con él ni de decirle a su abuelo que había estado allí con una cita. Si lo hiciera, su abuelo le preguntaría de inmediato por su acompañante. Estaba deseando casarle… con un candidato políticamente ventajoso, por supuesto.
La anfitriona, una atractiva rubia que se dirigió a Carter por su nombre propio, los condujo hasta una mesa apartada e iluminada esencialmente por velas. Phoebe se fijó en la rosa roja que había en la mesa, frente a su silla. Tras ocupar esta alzó la flor para aspirar su aroma. Si aquella hubiera sido una cita real, se habría sentido encantada con el romanticismo del ambiente. Pero aquello no era una cita y no pensaba dejarse impresionar.
Tras examinar el menú encargaron la comida. Carter parecía totalmente cómodo en aquel ambiente, pero doce años tampoco pasaban en vano. ¿La habría llevado a aquel sofisticado restaurante para demostrarle que se sentía totalmente a sus anchas en su mundo? Si era así, ¿por qué pensaba que a ella pudiera importarle?
Como si hubiera leído su pensamiento, Carter alargó una mano y la apoyó sobre la de ella.
–Me alegra mucho volver a verte, Phoebe –su grave voz de barítono y su mirada hicieron que Phoebe se estremeciera–. ¿Por qué no vamos a bailar hasta que esté lista nuestra comida?
La idea de estar entre los brazos de Carter hizo que Phoebe se sintiera un poco aturdida, pero enseguida se le pasó. ¿Acaso creía que iba a meterse fácilmente en su cama debido a la relación que habían mantenido en el pasado? Si era así, ya podía ir olvidándose. Ya no era la jovencita inocente de aquella época. Había sido cortejada por algunos de los políticos más hábiles de la capital, varios de los cuales pensaban que la mejor forma de influir sobre su abuelo era llevándosela a la cama. En una ocasión cometió el error de comprometerse antes de darse cuenta de que no era precisamente ella el principal atractivo de la relación. La experiencia había bastado para cuestionar los motivos de cada hombre que la invitaba a salir.
¿Cómo podía considerarla Carter tan fácil, tan crédula? Ocultó su enfado tras una educada sonrisa y apartó la mano.
–No me apetece bailar, gracias. ¿Hace cuánto tiempo que estás en Chapel Hill?
Carter no pareció afectado por su rechazo.
–Tres años. ¿Y tú? ¿Dónde vives ahora?
–Divido mi tiempo entre Raleigh y D.C.
El camarero llegó con el vino y sirvió dos copas después de que Carter lo probara y asintiera.
–¿Por qué sigues trabajando con tu abuelo? –preguntó Carter cuando se fue el camarero.
–Porque me necesita.
–¿Y qué harás si falla su apuesta por la presidencia?
Buena pregunta. Antes de morir, la abuela de Phoebe le había pedido que se ocupara de su abuelo cuando ella ya no estuviera. De manera que Phoebe dejó en suspenso sus planes para ayudar a su abuelo a superar la muerte de su esposa. Pero los meses fueron pasando y acabaron convirtiéndose en años, hasta que Phoebe acabó por dejar a un lado sus planes. Había aprendido mucho con la experiencia y había conocido a gente muy importante, pero si la apuesta de su abuelo por la presidencia fallaba, no sabía qué pasaría. Lo único que sabía era que no quería trabajar para otro político.
¿Qué haría con su vida una vez que su abuelo se retirara? La pregunta le preocupaba, pero aquel no era el momento de pensar en ello.
Tomó un sorbo de su vino para aliviar la sequedad causada por el temor a lo desconocido.
–Prevemos una campaña muy exitosa. Si las cosas no salen como esperamos, ya pensaré en mis alternativas.
–El tiempo pasa volando, Phoebe. Si no tomas decisiones, acabas quedándote sin opciones que tomar.
–¿Estás sugiriendo que vivo para el momento? ¿Que tomo egoístamente lo que quiero sin preocuparme de las consecuencias?
Como hicieron sus padres.
–Sólo digo que más vale que piense bien en lo que quieres y elabores una estrategia para conseguirlo antes de que sea demasiado tarde, a no ser que quieras que sea tu abuelo quien tenga la última palabra. ¿Qué quieres, Phoebe?
Phoebe pensó que daba igual lo que quisiera. Su camino había sido establecido hacía años. Seguiría escribiendo los discursos de su abuelo y actuando de anfitriona para él como venía haciendo desde que se graduó en la universidad. Si no sentía ningún entusiasmo por el plan, la culpa era de las fotos. Una vez que desapareciera aquella dificultad volvería a sentirse estimulada ante la posibilidad de llegar a vivir en la Casa Blanca.
Sonrió como solo los políticos sabían hacerlo.
–Quiero que mi abuelo gane las elecciones. Estoy convencida de que es el mejor candidato. Deja que te explique por qué.
Carter dobló su servilleta tras terminar de comer mientras luchaba contra su frustración. Debía reconsiderar su estrategia y abordar el asunto desde otro ángulo.
Phoebe había alzado una valla de alambre de púas a su alrededor a lo largo de aquellos doce años. Había evitado cualquier comentario personal y se había mostrado inmune a sus comentarios. Seducirla no iba a ser tan fácil como había creído.
Sintió que apoyaban una mano en su hombro y al volverse vio a Sam. Se levantó para saludarlo.
–La comida estaba magnífica, como de costumbre, Sam.
–Eres demasiado amable, capitán –dijo Sam en tono sarcástico–. ¿Quién es la bonita dama que te acompaña?
–Phoebe, te presento a Sam. Solía ser el cocinero de la compañía, pero ahora es el dueño y el chef de este lugar.
–Dueño en parte –corrigió Sam–. De no ser por tus dólares, aún estaría cocinando para el ejército y viviendo en las barracas. Sin embargo, me dedico a elaborar platos exquisitos y vivo en la planta alta de este lujoso lugar.
Phoebe miró a Carter sin ocultar su sorpresa y ofreció su mano a Sam.
–Mis felicitaciones al chef.
–Gracias, señorita –Sam se volvió hacia Carter–. Cuando Suzie me ha dicho que habías hecho una reserva para dos, he decidido venir a comprobar quien había logrado hacerte romper tu ayuno.
Carter sintió que las orejas le ardían bajo la atenta mirada de Phoebe. Pero daba igual que se enterara de que apenas tenía citas. Lo primero era CyberSniper. Pero Sam le había puesto en bandeja la oportunidad de vengarse de ella por haber convertido en un sucio secreto su pasado. Sonrió expresivamente.
–Phoebe es una vieja amiga.
Sam fijó la mirada en las ruborizadas mejillas de Phoebe.
–Me alegra conocerla, señorita. Llevo toda la semana trabajando en la receta de un nuevo postre. ¿Puedo tentaros para que lo probéis?
–Tenemos muchas prisa –replicó Phoebe antes de que pudiera hacerlo Carter–, pero gracias de todos modos.
Carter pensó en la potencia de las creaciones culinarias de Sam y sopesó las posibilidades de salvar la tarde. La curiosidad lo impulsó a utilizar cualquier medio para comprobar si los besos de Phoebe conservaban aún el poder que recordaba.
–¿Qué tal si nos lo preparas para que podamos llevárnoslo?
Sam sonrió de oreja a oreja.
–Lo que tú digas, capitán –dijo, y a continuación volvió a la cocina.
–No pienso tomar el postre contigo –espetó Phoebe en cuanto Sam se hubo alejado.
El beso que buscaba Carter parecía cada vez más lejos de su alcance, pero siempre le habían gustado los retos.
–¿Y qué te hace pensar que iba a compartirlo? Pero no sabes lo que te pierdes, Phoebe. Los postres de Sam son como sexo en una cuchara –guiñó un ojo–. Una mujer lista reconsideraría su decisión.
–Prueba un poco, Phoebe. Te gustará.
Phoebe trató de ignorar la traidora respuesta de su cuerpo a la ronca invitación de Carter. Sabía que debería salir corriendo, pero no podía. Estaban en el sendero de entrada a casa de Carter y este la tenía encajada entre su amplio pecho y la puerta abierta del coche.
Cuando Carter le pasó el recipiente del postre bajo la nariz sintió que la boca se le hacía agua.
–Sam ha incluido dos cucharillas de plástico –dijo él a la vez que alzaba la cucharilla hacia los labios de Phoebe.
Ella sabía que no podía sentirse tentada por él ni por su decadente postre. Nunca se perdonaría por sucumbir al primero, y sus caderas pagarían el precio de probar el segundo. Pero al menos merecía un premio por haber resistido su poderoso encanto durante toda la tarde. Y no había sido fácil.
Abrió la boca y Carter le introdujo la cucharilla. Los sabores a chocolate puro, cereza y crema se mezclaron en su lengua. Cerró los ojos en éxtasis. Estaba delicioso. Más que delicioso.
Se lamió los labios.
–Es realmente increíble.
Carter dejó el recipiente sobre le coche y se inclinó hacia ella hasta que sus rostros casi se tocaron.
–Casi tan increíble como el sexo –murmuró–. ¿Quieres pasar y que lo compartamos?
Phoebe ignoró los fuertes latidos de su corazón y apoyó las manos contra el pecho de Carter para frenar su avance.
–¿Quieres dejar de una vez de comportarte como un casanova?
–¿Acaso crees que me estoy insinuando?
–Desde luego. Lo que no entiendo es por qué.
Carter se apartó un poco y metió las manos en los bolsillos.
–Siento curiosidad. ¿Tú no?
–¿Sobre qué?
–Me gustaría saber si nos lo pasaríamos tan bien como antes. ¿No sientes tú la misma curiosidad?
Phoebe debía reconocer que ella también se había hecho la misma pregunta, pero no tenía ninguna intención de satisfacer su curiosidad. La última vez que lo hizo, Carter le robó el corazón y luego se lo hizo añicos.
Se encogió de hombros y sonrió forzadamente.
–En realidad no. Y ahora, si no te importa, tengo que volver a casa. Que disfrutes de tu postre.
Se apartó de él y fue rápidamente hacia su coche. Tras ponerse el cinturón miró a Carter una vez más antes de meter la marcha atrás. Entonces recordó que había olvidado la foto. Bajó la ventanilla y extendió una mano.
–La foto –dijo–. Ve a por ella, por favor. Te espero aquí.
Carter avanzó hacia ella. Phoebe se movió inquieta en el asiento. Carter introdujo la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó una foto. Una vocecita gritó asustada en la mente de Phoebe. ¿Y si se le hubiera caído mientras estaban fuera? ¿Y si…?
Carter se inclinó y apoyó los brazos en la ventanilla.
–No deberías irte con tantas prisas.
–Espero una llamada –dijo Phoebe entre dientes, aunque en el tono más educado que pudo.
Carter ignoró su mano abierta e introdujo un brazo y la cabeza por la ventanilla. Phoebe se apartó todo lo que pudo mientras él dejaba la foto en el bolso que tenía en el asiento del copiloto. Su aroma la rodeó. En lugar de dejar la foto y retirarse del coche como esperaba que hiciera, Carter la tomó con delicadeza por la barbilla. Antes de que pudiera reaccionar, sus labios estaban sobre los de ella. Ardientes. Suaves. Insistentes.
Phoebe sintió que todo su cuerpo se acaloraba al instante. Quería apartarlo de su lado, pero se sentía totalmente paralizada.
La magia aún seguía allí.
Carter sorbió delicadamente sus labios mientras le acariciaba la base del cuello con el pulgar antes de deslizar la mano hacia su escote. Los pezones de Phoebe se excitaron al instante a causa de la anticipación. Las irresistibles sensaciones que estaba experimentando anularon su voluntad. Estaba a punto de abrir la boca para ceder a la insistente lengua de Carter cuando este se aparto y sacó la cabeza del coche.
–Buenas noches, Phoebe. Llámame cuando te sientas capaz de enfrentarte a otra cita.
A continuación se dio la vuelta, tomó el recipiente del postre de encima de su coche y se encaminó hacia la puerta de su casa.
Phoebe dejó escapar el aliento, frustrada. Carter había conseguido afectarla, pero no volvería a suceder. Tomó el volante con manos temblorosas y salió marcha atrás.
La próxima vez estaría preparada para sus taimadas tretas.
Con el pulso totalmente desbocado, Carter entró en su casa y se dejó caer en una silla de la cocina. Se habría sentido orgulloso de su ataque sorpresa de no ser por lo decepcionado que estaba consigo mismo.
Aún deseaba a Phoebe con la misma falta de control que cuando era un joven inexperto. Había subestimado el poder de su oponente.
Pero había algo que estaba muy claro. No se sentiría satisfecho hasta haber metido a Phoebe Lancaster Drew en su cama y haberla sacado de su organismo. Una sonrisa de anticipación curvó sus labios.
Fue a por un papel y un bolígrafo y elaboró una lista de maneras posibles de hacer bajar la guardia de Phoebe. Luego descolgó el teléfono. Para la segunda cita iba a necesitar contar con la ayuda de sus amigos.
–Llámame cuando te sientas capaz de enfrentarte a otra cita –Phoebe imitó burlonamente el tono de Carter mientras entraba con el coche en el sendero de la casa de este.
No le había sido posible ignorar un reto como aquel, pero a pesar de todo había tardado dos días en llamarlo. Carter la había citado a las nueve de la mañana y le había dicho que llevara ropa ligera y unos tenis. La conversación había sido muy sucinta y Carter ni siquiera le había dado oportunidad de pedirle que reconsiderara la posibilidad de dar por terminado aquel juego absurdo.
Su corazón redobló sus latidos mientras avanzaba hacia la puerta. La foto que le había devuelto era la que ya había visto. ¿Cuál habría elegido para devolverle aquel día? ¿Y volvería a guardarla en el cajón de su mesilla de noche junto con la otra, o la destruiría?
Decidió que lo mejor sería destruirla. No podía arriesgarse a que su abuelo la encontrara. No quería que pensara que era como su madre… una vergüenza y una traba para sus aspiraciones políticas.
«¡Eres una egoísta que solo piensa en sí misma. Vete. Vete y no vuelvas hasta que hayas madurado!».
«¡Si madurar consiste en convertirme en un viejo pretencioso y charlatán como tú, entonces no volveré nunca!».
Phoebe trató de borrar de su memoria la última discusión entre su madre y su abuelo. A pesar de que ya habían pasado veintitrés años, aún podía escuchar sus airadas voces con tanta claridad como aquella noche desde lo alto de las escaleras.
Carter abrió la puerta en aquel momento e interrumpió los desagradables recuerdos de Phoebe. Vestía una camiseta gris y pantalones cortos. El polo y los pantalones cortos blancos de ella parecían muy formales en comparación.
–¿A dónde vamos?
–Al campus de la universidad –Carter se apartó para dejarla pasar.
–¿Para qué?
–Para montar en bici.
Phoebe pensó que era un plan bastante inocente. No creía que Carter fuera a dedicarse a seducirla mientras montaban. ¿Habría malinterpretado las intenciones de Carter o habría renunciado este a su idea de llevársela a la cama?
¿Y por qué le preocupaba que hubiera renunciado tan fácilmente?
–No tengo bicicleta.
–He pedido una prestada a mis vecinos, y te he comprado un casco.
Phoebe siguió a Carter a la cocina.
–De acuerdo. Si lo que quieres es montar en bici, adelante. ¿Pero dónde está la foto?
–¿Estás impaciente por verla? –preguntó Carter, divertido.
–No me haría ninguna gracia que se te cayera en el campus.
–No se me caerá.
–Déjala aquí.
Carter se apoyó despreocupadamente contra la encimera.
–Si lo que quieres es venir aquí cuando terminemos, solo tienes que decirlo.
La ufana sonrisa de Carter contradecía el implacable brillo de sus ojos azul zafiro.
–Haz el favor de dejarla aquí –se limitó a decir Phoebe.
Él se encogió de hombros, sacó su cartera, extrajo la foto y la dejó boca abajo sobre la encimera.
Phoebe fue a tomarla, pero él la apartó.
–Paciencia. Aún tienes que ganarte la recompensa.
Phoebe apretó los puños mientras se esforzaba por contener su genio. De pronto se dio cuenta de lo cerca que estaban. Carter solo tendría que inclinar la cabeza para besarla. Después del beso de la otra noche, casi estaba deseando que lo hiciera. La conmoción que le produjo aquel pensamiento le dio la fuerza necesaria para dar un paso atrás.
–Acabemos con esto cuanto antes –murmuró.
Carter señaló la puerta del garaje. Cuando entró en este, Phoebe se fijó en que había dos bicicletas sujetas en la parte trasera del Mustang y en que este tenía la capota bajada. Después de todo iba a tener que alegrarse de poder ponerse el casco.
Resignada a su destino, entró en el coche.
Unos minutos después se detenían en un zona de aparcamiento del campus. Carter bajó las bicis mientras Phoebe trataba de reparar los daños causados por el viento en su moño. Cuando fue a ponerse el casco tuvo dificultades.
–Suéltate el moño –dijo Carter–. Así no te encaja el casco como es debido.
Reacia, Phoebe se quitó las horquillas y se las entregó cuando él extendió la mano. Carter fue a dejarlas en el coche mientras ella trataba de peinarse un poco con las manos. Finalmente se puso el casco y trató de enganchar el cierre.
–Deja que te eche una mano –Carter se acercó a ella y ajustó la tira bajo su barbilla. Su cuerpo irradiaba calor y el roce de sus dedos hizo que un agradable cosquilleo recorriera el cuerpo de Phoebe. Avergonzada por la facilidad con que podía afectarla, cerró los ojos y trató de controlar su respiración.
–Perfecto –dijo finalmente Carter.
–¿A dónde vamos a ir?
–He pensado que te gustaría visitar algunos de tus lugares favoritos. Apenas hay gente porque solo están los estudiantes de los cursos de verano –dijo Carter mientras subía a una de las bicis, que parecía preparada para correr el Tour de Francia.
Phoebe subió con dificultades en la otra, que tenía un aspecto menos profesional. Cuanta menos gente fuera testigo de su humillación, mejor. Con un poco de suerte no toparían con ningún reportero. Afortunadamente, la prensa solía ignorarla, una circunstancia que ella había cultivado deliberadamente a base de llevar una vida tan aburrida como le era posible. Pero, quisiera o no, la campaña para las elecciones iba a convertirla en una persona interesante para la prensa.
–Adelante –murmuró.
Cuando empezó a pedalear comprobó que aquello no se parecía en nada a montar en la bici estática que tenía en casa. Pero poco a poco empezó a acostumbrarse y pudo empezar a fijarse en lo que la rodeaba. Y una de las primeras cosas que notó fue la cantidad de alumnas que se quedaban mirando a Carter. A algunas solo les faltaba babear. Pero por ella podían quedárselo. Una por vez o todas a la vez. Le daba igual.
–¿Estás lista para almorzar? –preguntó Carter al cabo de un rato por encima del hombro.
–Desde luego –Phoebe estaba deseando que acabara aquel paseo por la avenida de los recuerdos para recuperar su foto e irse a casa.
Carter detuvo su bici frente al edificio de la Unión de Estudiantes y encajó la rueda delantera en uno de los soportes destinados a ello. Phoebe hizo lo mismo. Las piernas le temblaban. Al parecer no estaba en tan buena forma como creía.
Carter aseguró las bicis con un cable y señaló una mesa vacía a la sombra.
–Ve a sentarte. Yo voy a por la comida.
Phoebe obedeció, gustosa. No pensaba dar a Carter la satisfacción de contarle que había disfrutado tanto del paseo por el campus que apenas se había fijado en su cansancio ni en las ampollas que se le debían haber formado en los talones. Sin duda pagaría por ello al día siguiente.
Una joven rubia se comió con los ojos a Carter mientras este entraba en el edificio. Cuando Phoebe se dio cuenta de que la estaba mirando con auténtica furia, apartó la mirada. Se sentía una anciana en comparación con la época en que solía acudir a comer a aquel lugar. Entonces estaba llena de esperanza, excitación y entusiasmo ante un futuro sin límites. Tenía tantas posibilidades ante sí… y sin embargo ahora apenas tenía algunas.
Su abuelo quería que entrara en política cuando él se retirara, pero ella no sentía el más mínimo deseo de hacerlo. Afortunadamente, aún tenía mucho tiempo para darle la noticia.
Entretanto, debía superar sus citas con Carter sin volver a cometer los errores del pasado.
Carter observó a Phoebe a través de los cristales mientras hacía la cola para pedir la comida. Se había quitado el casco y el sol relucía en su melena suelta y oscura. Así era como solía tenerla en otra época después de hacer el amor con él…
Cuando salía con la bandeja, la expresión entristecida de Phoebe le hizo ralentizar el paso. Había esperado que disfrutara de aquel paseo y que recordara la cantidad de veces que habían salido casi corriendo de allí para ir al dormitorio a hacer el amor.
Sintió la tentación de sacar la cámara que siempre llevaba consigo. Ya le había sacado otras fotos ese día y a Phoebe no le había gustado, pero en aquellos momentos no era consciente de su presencia. Finalmente cedió a la tentación, sacó la cámara con la mano que tenía libre, hizo la foto y siguió su camino.
–¿Va todo bien? –preguntó mientras dejaba la bandeja en la mesa.
Phoebe se sobresaltó al oírlo y enseguida cambió de expresión.
–Todo va bien.
Carter no la creyó, pero no dijo nada mientras le pasaba un vaso con te frío.
–He pedido dos perritos calientes, una hamburguesa doble y un sándwich de pollo. Tú eliges.
–Y suficientes patatas fritas para atascar las arterias de un regimiento –la burlona y genuina sonrisa de Phoebe pilló a Carter por sorpresa. Por unos instantes le había recordado a la chica que solía ser.
–¿No sueles comer comida basura cuando estás en D. C.? –preguntó mientras empezaban a comer.
–No. El abuelo sigue una dieta muy estricta –Phoebe no volvió a hablar hasta que terminaron de comer–. Háblame de Sam.
Carter dejó su vaso en la mesa y se secó los labios con una servilleta.
–¿Qué quieres saber?
–¿Cómo acabasteis haciendo negocios juntos? Resulta bastante peculiar una sociedad entre un especialista en ordenadores y un cocinero.
–Sam me salvó el pellejo cuando me rompí la rodilla. Estoy en deuda con él.
–¿Por eso financias su restaurante?
–Es lo menos que podía hacer. Además, es una buena inversión. Sam es listo y tiene muy buenas ideas para lograr que el negocio mejore.
Phoebe observó a Carter unos momentos y luego se levantó con expresión de pesar.
–Eres un buen tipo, Carter. Siempre lo fuiste. ¿Podemos irnos ya?
Carter había recibido mejores cumplidos a lo largo de su vida, pero aquel lo conmovió… y le hizo sentirse culpable por la seducción que tenía planeada. Si era un tan buen tipo, ¿por qué lo dejó?
–Desde luego –dijo.
Tras recoger los restos de la comida fue a soltar las bicicletas. Luego pedalearon hasta el coche. Phoebe rio desenfadadamente cuando se cruzaron con un par de ardillas y su expresión hizo que algo se agitara en el pecho de Carter. Aquella cita no estaba saliendo como había planeado. En lugar de ablandar a Phoebe, parecía que el que se estaba ablandando era él… excepto por lo que se refería a una parte fundamental de su cuerpo.
* * *
Phoebe sintió que se le humedecían las palmas de las manos. ¿Qué foto tocaría?
Siguió a Carter al interior de la casa tratando de no cojear por el roce de los tenis con sus talones.
–¿Quieres beber algo?
–No, gracias. Tengo que irme.
Carter alzó de la encimera la foto que estaba boca abajo y la miró. Phoebe extendió la mano para que se la diera. Carter se la ofreció, pero la mantuvo fuera de su alcance. Cuando, con un suspiro de frustración, Phoebe avanzó hacia él, una dolorosa punzada en su talón derecho le hizo gruñir de dolor.
–¿Qué sucede? –preguntó Carter con el ceño fruncido.
La ampolla debía haber reventado. Phoebe trasladó su peso al otro pie.
–Nada. ¿Me das la foto?
Carter bajó la mirada hacia sus pies.
–Estás sangrando.
–¿Qué? –Phoebe miró su zapatilla derecha y vio una pequeña mancha roja en el talón.
–Siéntate –ordenó Carter.
–Me ocuparé de mi pie cuando vuelva a casa. Tú dame la foto y deja que me vaya.
Sin decir nada, Carter dejó la foto en la encimera, tomó a Phoebe por la cintura y la sentó en la encimera sin darle tiempo a reaccionar. A pesar de sus protestas, le quitó el calzado con delicadeza y examinó sus talones.
–¿Por qué no me has dicho que te estaban saliendo ampollas? –preguntó, enfadado.
–Porque no pensaba que las ampollas fueran tan grandes ni que fueran a sangrar. No soy ninguna masoquista.
–No te muevas –dijo Carter en tono de advertencia, y a continuación salió de la cocina.