Pasión y escándalo - Emilie Rose - E-Book
SONDERANGEBOT

Pasión y escándalo E-Book

Emilie Rose

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Todo el mundo tiene al menos un secreto... pero el suyo podría arruinarle la vida Si aquellas fotografías en las que aparecía con Carter Jones, su amante de la universidad, salían alguna vez a la luz, arruinarían la carrera política de su abuelo. Por eso estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de recuperarlas... incluso volver a ver a Carter. Carter no había podido olvidar a Phoebe después de que ella cediera a las presiones de su familia y pusiera fin a su relación. Ahora tenía la oportunidad de vengarse exigiendo un pago poco ortodoxo por las fotografías... y Phoebe no tendría otra opción que aceptar sus condiciones.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 163

Veröffentlichungsjahr: 2012

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2005 Emilie Rose Cunninghan. Todos los derechos reservados.

PASIÓN Y ESCÁNDALO, Nº 1425 - mayo 2012

Título original: Scandalous Passion

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0099-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

«Deshazte de los esqueletos de tu armario antes de que tu abuelo declare su candidatura a la presidencia, o la prensa lo hará por ti».

Phoebe Lancaster Drew alisó con las húmedas palmas de sus manos su traje azul marino y avanzó por la acera con las palabras del director de la campaña de su abuelo resonando en su cabeza.

En realidad resultaba bastante patético que el único esqueleto que guardara en el armario fueran algunas fotos privadas tomadas doce años atrás. Excluyendo aquellos estimulantes nueve meses, se había comportado como una auténtica belleza sureña durante toda su vida y había dedicado su tiempo a su familia, a causas dignas y, en los últimos tiempos, a su carrera. Pero aquellos meses…

Su corazón latió más rápido mientras contemplaba la elegante casa de ladrillo. ¿Le habrían dado bien las señas en la asociación de alumnos? Un hombre soltero no tenía necesidad de elegir una casa con un jardín tan grande en aquel tranquilo barrio… a menos que se hubiera casado y hubiera tenido hijos. Respiró profundamente y pulsó el timbre.

Hijos. En otra época, Carter Jones y ella planearon tener una familia.

Si Carter había encontrado una mujer con la que tener la familia que deseaba, se alegraría por él. Pero el cosquilleo que recorrió la espalda de Phoebe contradijo sus pensamientos.

Al ver que nadie acudía a abrir, volvió a llamar. No tenía mucho tiempo para llevar a cabo su tarea, y presentarse allí sin avisar previamente un sábado por la tarde a finales de mayo era arriesgado, pero no se había atrevido a llamar por teléfono ni a correr el riesgo de que las fotos se perdieran en el correo.

Su abuelo planeaba anunciar su candidatura en unas semanas, lo que haría que la prensa se dedicara de inmediato a perseguir e investigar a todos los relacionados con el senador de Carolina del Norte. Phoebe sería uno de los blancos principales porque había sido la ayudante de su abuelo desde la muerte de su abuela, y se suponía que seguiría ocupando ese puesto si su abuelo llegaba a la Casa Blanca. También era la encargada de escribirle los discursos.

El sonido de un chapoteo llamó su atención. ¿Habría una piscina en la parte trasera de la casa? Mientras rodeaba ésta vio un Mustang descapotable negro en el garaje. ¿Carter conduciendo un coche tan poderoso? La imagen no encajaba con el genio de los ordenadores larguirucho y desgarbado del que estuvo perdidamente enamorada durante el primer semestre de universidad.

Él, hijo de un militar, y ella, nieta de un senador, habían formado una pareja insólita… como sus padres. Y, como en el caso de éstos, tampoco hubo un final feliz para Phoebe y Carter. Los padres de Phoebe renunciaron a todo, incluyéndola a ella, por amor, y murieron el uno en brazos del otro mientras perseguían su sueño.

Una larga piscina ocupaba parte del jardín trasero de la casa. Un solo nadador avanzaba por el agua con ágiles brazadas. El estómago de Phoebe se encogió. ¿Sería Carter?

Cruzó el patio con piernas temblorosas para esperar en el borde de la piscina. Mientras se acercaba, Phoebe se fijó en los poderosos músculos del hombre y en el tatuaje de alambrada negro que rodeaba uno de sus antebrazos. Su estómago se relajó. El hombre misterioso no podía ser Carter, pero tal vez sabría indicarle dónde se encontraba.

Se arrodilló junto a la piscina para llamar su atención, pero antes de que pudiera hacerlo el nadador surgió a su lado en una cascada de agua y la tomó por el tobillo con la mano. Sorprendida, Phoebe gritó, perdió el equilibrio y acabó sentada en el suelo sobre su trasero.

Los ojos azules que la contemplaron le resultaron inmediatamente familiares. Pero aquellos anchos hombros, aquellos bíceps, aquel tatuaje… Se quedó boquiabierta. ¡Aquél no podía ser Carter Jones!

–¿Carter? –susurró.

–¿Phoebe? –dijo él, tan sorprendido como ella.

Phoebe tragó con esfuerzo. ¿Qué había pasado con el Carter que había conocido? Se había convertido en un… cachas.

–¿Por qué me has sorprendido así? –preguntó mientras se levantaba con toda la dignidad que pudo.

–Pensaba que eras una de mis vecinas. Son conocidas por las pésimas bromas que gastan.

Mientras Carter salía de la piscina en un revuelo de agua, Phoebe dio un paso atrás y miró con expresión incrédula al Adonis que tenía ante sí. No había olvidado la impresionante altura de Carter, pero era mucho más ancho que el joven desgarbado que en otra época tuvo entre sus brazos. Además de estar mucho más fuerte tenía más pelo en el pecho, un pelo que se estrechaba poco a poco hasta convertirse en una línea que se perdía en la cintura de su bañador. Sus piernas también parecían más desarrolladas y una serie de cicatrices rosadas adornaban su rodilla izquierda, pero, aparte de eso, parecía la perfección personificada envuelta en una piel húmeda y dorada.

–Yo… yo… –a pesar de su habilidad con las palabras, Phoebe no fue capaz de decir nada más.

–Si sigues mirándome así, va a darme complejo recordar lo esquelético que estaba antes.

–Des… desde luego, has desarrollado toda una… musculatura.

–Eso es lo que sucede cuando entras en los marines.

–¿Los marines? ¿Eres un marine? –Phoebe no ocultó su asombro. Hijo de militar, Carter siempre había asegurado odiar la vida que llevaba su padre, viajando siempre de un destino a otro.

La expresión de Carter se ensombreció.

–Ya no. ¿Qué puedo hacer por ti, señorita Drew?

–Lancaster Drew –corrigió Phoebe automáticamente.

–Cierto. No olvidemos tus lazos con el venerado senador Lancaster –la amargura del tono de Carter no podría haber sido más evidente.

–Yo… no… –Phoebe vio una toalla en una silla cercana, la tomó y se la alcanzó. Con toda aquella maravillosa piel expuesta ante ella apenas podía pensar.

Carter la aceptó, pero se limitó a usarla para secarse un poco el pelo y luego se la puso en torno al cuello.

Phoebe se fijó en sus manos y notó que no llevaba anillo, pero eso no significaba nada, ya que algunos hombres no lo llevaban a pesar de estar casados. Además, no estaba allí precisamente para reavivar su romance.

–Quería hablar contigo del pasado. Específicamente de nuestro pasado y de nuestras… fotos.

–¿Qué fotos?

Phoebe notó que sus mejillas se acaloraban.

–Ya sabes a qué fotos me refiero –dijo, incómoda, mientras notaba que su falda se había humedecido en el trasero a causa de la caída–. A las íntimas –añadió en un susurro.

Los ojos de Carter sonrieron y sus labios se curvaron levemente. Miró atentamente a Phoebe y ésta se encogió. Ella no había mejorado con los años como él. De hecho, casi todos los cinco kilos que había engordado desde la universidad se le habían acumulado por debajo de la cintura.

–Ah, esas fotos.

–¿Aún las tienes?

–¿Por qué? –Carter se cruzó de brazos y sus fuertes pectorales parecieron señalar en dirección a Phoebe. El recuerdo de la sensación de los endurecidos pezones que los adornaban contra su lengua le produjo un acaloramiento instantáneo.

No había duda de que aquel hombre tenía un cuerpo por el que merecería la pena morir, pero el tatuaje de su brazo atraía su atención como la visión de un helado habría atraído a un niño.

–Eso debió doler –dijo a la vez que lo señalaba

–Si dolió, estaba demasiado borracho para fijarme.

Phoebe captó un nuevo destello de amargura en la expresión de Carter. En la época en que salían juntos no bebía, pero entonces ella ni siquiera tenía la edad legal para hacerlo. Iba a cumplir dieciocho y él tenía veintiuno.

–¿Conservas las fotos?

–Tal vez. ¿Por qué?

¿Qué había pasado con el viejo Carter? ¿Qué había pasado con su amigo, con su amante, con la única persona con la que solía hablar horas y horas? Todo en él parecía más duro: su cuerpo, su voz y sus ojos.

–Me gustaría recuperarlas…

–¿Me has echado de menos? –Carter volvió a sonreír.

–… junto con los negativos –continuó Phoebe, sintiendo que su corazón iba a explotar si Carter no dejaba de mirarla así. Aquella mirada solía sugerir que en unos segundos uno de los dos, o ambos, estarían desnudos, y luego…

Abochornada, Phoebe sintió una reveladora calidez entre los muslos. Apenas podía respirar, y al tratar de achacarlo al calor y la humedad de Carolina, estuvo a punto de reír en alto.

–¿Planeas enseñarlas por ahí y contarle a todo el mundo la época en que bajaste a los barrios bajos?

–Aquello no fue bajar a los barrios bajos, Carter. Mi abuelo está a punto de anunciar su candidatura a la presidencia. Si cayeran en determinadas manos, esas fotos podrían poner en peligro su campaña.

–De manera que se trata de nuevo de la carrera de tu abuelo –dijo Carter, cuyo tono reveló claramente su enfado.

Carter nunca había entendido cuánto debía Phoebe a sus abuelos por haberse ocupado de ella después de que sus padres la abandonaran, algo que quedó claro cuando doce años antes le hizo elegir entre él o su abuelo.

–Y también de la mía. Soy su redactora de discursos. Me gustaría destruir esas fotos. Éramos jóvenes e impetuosos…

–No –Carter pasó junto a ella y se encaminó hacia la casa.

–¿Qué quieres decir con «no»? –preguntó Phoebe mientras se volvía y lo miraba sin poder evitar admirar su magnífica espalda.

–Que no voy a darte las fotos –dijo él sin detenerse.

Phoebe lo siguió.

–Seguro que a tu mujer no le hace gracia que tengas fotos de otra mujer en la casa.

Carter se detuvo y se volvió tan bruscamente que Phoebe chocó contra él. Sus palmas aterrizaron sobre la piel desnuda de su pecho y el la tomó por las muñecas, reteniéndolas contra sus pezones.

–No estoy casado –dijo en el tono ligeramente ronco que solía hacer que Phoebe se derritiera–. ¿Y tú?

–No –Phoebe tiró débilmente de sus manos y él la soltó–. ¿Vives sólo en esta casa tan grande?

–Sí.

–Es preciosa.

–Por dentro es aún mejor.

La invitación sugerida alarmó al instante a Phoebe. Miró su reloj.

–Ando un poco mal de tiempo. Me iré en cuanto me des las fotos y los negativos. Te espero aquí.

–Ven dentro y lo discutiremos.

Phoebe quiso aullar de frustración, pero ella nunca habría hecho algo así. La nieta del senador jamás sería tan burda como para mostrar públicamente su desagrado. «Jamás permitas que te vean sudar», le había advertido su abuelo en más de una ocasión.

–Prefiero que no reavivemos nuestros recuerdos. No serviría de nada. Así que, ¿tienes o no tienes las fotos?

–Sí –Carter subió las escaleras del porche y mantuvo la puerta abierta.

Phoebe sabía que podía rechazar la invitación, pero corría el riesgo de no volver a ver las fotos. Pero debía recuperar y destruir la evidencia de su vergonzoso pasado. Subió las escaleras con la barbilla ligeramente alzada y pasó a una soleada cocina comedor mientras notaba la mirada de Carter fija en su espalda.

–He hecho que te mojaras. Lo siento. ¿Quieres que meta tu falda en la secadora?

Phoebe se volvió a mirarlo. ¿Estaba hablando con doble sentido? ¿Y de verdad esperaría que le diera la falda?

–No. Es seda. Hay que secarla dejándola colgada.

–Puedo dejarte unos pantalones cortos mientras ponemos tu falda a secar en la terraza.

–No, gracias.

–Siéntate –Carter señaló la mesa de la cocina–. Un trasero mojado no estropeará las sillas. Enseguida vuelvo.

Phoebe se sentó con el pulso acelerado, apartó la mirada de la puerta por la que había desaparecido Carter y tuvo que contenerse para no abanicarse el rostro. No esperaba encontrarlo tan atractivo. Carter fue su primer amante, pero obviamente no había estado enamorado de ella, o de lo contrario no le habría roto el corazón como lo hizo. Ya se había engañado a sí misma en una ocasión y no tenía intención de repetir el doloroso error de confundir el deseo con el amor.

De todas las personas que Carter Jones habría esperado encontrar junto a su piscina la última era Phoebe Lancaster Drew.

Se quitó el bañador y maldijo en voz baja cuando el brusco movimiento le produjo una intensa punzada de dolor en el muslo. Habían pasado tres años y medio desde el accidente que había terminado con su carrera militar, y ya sólo sentía dolor cuando hacía alguna estupidez. Había pensado que la sombra que había visto junto a la piscina era la de uno de sus vecinos, o de alguno de sus ex colegas marines, aunque las visitas por lástima se habían ido espaciando más y más desde que su nueva empresa había despegado. Afortunadamente.

Se puso unos pantalones cortos y una camiseta. No hacía falta que se vistiera para impresionar a la nieta del senador. Hacía años que ella lo había desestimado como su oscuro secreto. Era bueno para la cama, pero no para casarse.

¿Qué había pasado con la chica de la que se había enamorado? ¿Habría existido realmente aparte de en su imaginación? Probablemente no.

El conservador traje de Phoebe y su pelo rubio recogido en un moño le recordaron el día que la sorprendió en casa de su abuelo en Washington, el día que a él se le cayeron las anteojeras y su mundo se desmoronó. El día que descubrió que Phoebe no lo amaba.

Sus padres habían acudido para asistir a su graduación en la universidad y quiso que conocieran a su futura esposa. Pero Phoebe no se alegró precisamente de encontrarlo en la puerta de casa de su abuelo. Se comportó como si estuviera deseando librarse de él lo antes posible. Cuando lo presentó a su abuelo dijo que era un compañero de clase, no su novio, ni su prometido. Su negativa a acompañarlo a conocer a sus padres fue la gota que colmó el vaso. Era evidente que no había un futuro para ellos. Carter comprendió que no había sido más que un juguete para Phoebe Lancaster Drew.

Y de pronto Phoebe aparecía con intención de borrar lo que hubo entre ellos doce años atrás. Carter trató de controlar su enfado. Aquellas fotos eran la prueba de que la bella nieta del senador había hecho cosas sucias con el hijo mestizo de un militar.

Entró descalzo en la cocina, sirvió te frío en dos vasos y ofreció uno a Phoebe antes de sentarse frente a ella. Seguía siendo una belleza morena de ojos color verde avellana, pero el ardor y la excitación habían desaparecido de ellos y el rictus de sus labios era de evidente tensión.

–¿Eres feliz haciendo de ayudante de tu abuelo?

–¿Por qué no iba a serlo? –preguntó Phoebe a la defensiva.

–Solías querer trabajar en un museo o enseñando en la universidad.

–Ya tendré tiempo para eso más adelante –Phoebe jugueteó con su vaso en lugar de mirar a Carter.

–¿Y la familia que en otra época deseabas tener? Tienes treinta años. Si tu abuelo es reelegido y cumple un segundo mandato, tendrás cuarenta años para cuando se retire, un poco tarde para empezar, ¿no te parece?

Una sonrisa típicamente política que no alcanzó sus ojos curvó los labios de Phoebe.

–He decido centrarme en mi carrera, y mi abuelo tendrá setenta cuando sea investido. Está deseando romper el record de Reagan, que accedió a la presidencia con sesenta y nueve.

–Lleva en la política más de treinta años. Debería retirarse.

Phoebe tomó un sorbo de su té.

–¿A qué te dedicas ahora, Carter?

Carter asintió lentamente ante el brusco cambio de tema.

–A la informática. ¿A qué si no?

Se conocieron cuando a él le tocó ser el tutor de Phoebe en la asignatura de Informática.

–¿Y qué haces exactamente en el terreno de la informática?

–Soy investigador informático.

–¿Investigas crímenes informáticos?

–Exacto.

–Seguro que se te da bien.

–Soy dueño de mi propia empresa, pero la informática no es lo único que se me da bien –Carter sonrió insinuantemente y vio con placer que Phoebe se ruborizaba. Dejó su vaso en la mesa y enlazó los dedos sobre su abdomen–. ¿Por qué debería darte las fotos, Phoebe?

Pronunciar su nombre le hizo pensar en noches ardientes y sábanas revueltas, en relaciones rápidas en el coche o en cualquier sitio donde no fueran a molestarlos. Le irritó que su pulso se acelerara.

–Necesito asegurarme de que no caigan en manos de la prensa.

–¿Crees que sería capaz de vendérselas al mejor postor? –preguntó Carter, que tuvo que esforzarse para que no se notara su enfado.

–Supongo que no, pero podrían caer en manos de alguien más y…

–Eso no sucederá. Tengo las fotos guardadas bajo llave. Así han estado desde que nos despedimos. Si no las vendí entonces, cuando estaba realmente enfadado contigo, no es probable que vaya a hacerlo ahora.

Phoebe se humedeció los labios y Carter sintió un incendio tras la cremallera de su bragueta. En otra época Phoebe tenía una boca especialmente talentosa. Había perfeccionado su técnica con él y le había permitido el placer de devolverle el favor.

–Dame las fotos, por favor.

Carter simuló recapacitar, pero no pensaba entregarle las fotos así como así. No las había visto desde que se había trasladado a aquella casa hacía ya tres años, pero representaban la primera vez en su vida que no se había sentido como un fracaso. Durante una época, Phoebe le hizo sentirse como un rey.

De pronto tuvo una idea. Doce años atrás, cuando Phoebe y él perdieron juntos la virginidad él era un joven inexperto. Pero aquello había cambiado. Y la señorita Phoebe merecía aprender lo que se sentía al ser utilizado y luego arrojado a un lado de cualquier manera.

La venganza podía ser dulce… además de sexualmente satisfactoria.

–Te propongo un trato.

Phoebe entrecerró los ojos con suspicacia.

–¿Qué clase de trato?

–Sal conmigo y te daré las fotos. Digamos que una por cita. Hay unas doce fotos.

Phoebe rió sin el más mínimo humor.

–Estás bromeando, por supuesto.

Carter se limitó a mirarla sin decir nada.

–¿Por qué? –preguntó finalmente Phoebe, obviamente incómoda.

Él se encogió de hombros.

–Porque sí.

Phoebe puso los ojos en blanco.

–Qué razonamiento tan infantil.

–Si no hay citas no hay fotos ni negociación.

–Eso es chantaje.

–Demándame si quieres. Pero en ese caso las fotos tendrán que ser presentadas como prueba –Carter se inclinó hacia delante y cubrió las muñecas de Phoebe con sus manos–. ¿Recuerdas cuánto solíamos divertirnos, Phoebe?

Ella retiró las manos, pero a Carter no se le pasó por alto la agitación de su respiración.

Phoebe alzó la barbilla.

–No pienso acostarme contigo.

Una sonrisa de anticipación curvó los labios de Carter. Había aprendido mucho sobre las mujeres en los últimos diez años, sobre todo a reconocer cuándo lo encontraban atractivo. Y no había duda de que Phoebe le había echado un buen vistazo.

–No te he pedido que te acuestes conmigo, pero agradezco que aclares las cosas de antemano para no alentar mis esperanzas… ni otras cosas.

Phoebe volvió a ruborizarse a la vez que se movía inquieta en el asiento.

–Una cita por foto. Yo elijo la foto.

–No. Yo establezco las citas y yo elijo las fotos.

La mandíbula de Phoebe se tensó visiblemente.

–Quiero verlas.

Carter sonrió de oreja a oreja. La jugada le había salido bien.

–¿En serio? ¿Ahora?

–Quiero asegurarme de que aún las tienes.

Carter se levantó y señaló una puerta.

–Están en mi dormitorio.

Phoebe permaneció sentada.

–¿Es ésa tu versión de «ven a ver mis grabados »?

Carter volvió a sonreír.

–No tengo grabados. Tengo momentos Kodak.

Phoebe parecía a punto de estallar.

–¿Quién más las ha visto?

Carter frunció el ceño.

–No soy de los que dan el beso de Judas.