Pensar la polarización - Gonzalo Velasco Arias - E-Book

Pensar la polarización E-Book

Gonzalo Velasco Arias

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Beschreibung

Yo no estoy polarizado. Polarizados están los políticos, las redes sociales y los medios de comunicación. Nadie se considera partícipe de un fenómeno sobre el que, sin embargo, existe un enorme acuerdo social: la polarización es un riesgo para la salud de la esfera pública democrática. Un cierto propósito de enmienda puede parecer aconsejable (¿hice bien al compartir ese chiste sobre el político que más detesto?, ¿cuándo fue la última vez que intercambié ideas con alguien en mis antípodas ideológicas?). Pero, al mismo tiempo, ¿no resultan sospechosos esos discursos equidistantes que reparten la culpa en todos por igual? Apelar a que actuemos con más responsabilidad cuando participamos en el debate público, ¿no es como pedir al náufrago que se salve nadando, o al desahuciado que conserve su casa ahorrando más dinero? El propósito de este libro es delimitar la responsabilidad y el margen de acción de la ciudadanía ante el problema de la polarización. Con este fin, trata de aclarar qué tipos de polarización existen, cuáles son los factores que la explican, qué consecuencias tiene para nuestro ideal de espacio público, y qué procesos psicológicos, éticos, epistemológicos e ideológicos condicionan su propagación.

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Serie Más Democracia

Editores: Cristina Monge y Jorge Urdánoz

¿Se puede medir la calidad de la democracia? ¿Estamos correctamente representados con el actual sistema electoral? ¿Ha de reformarse la constitución? ¿Cómo funcionan por dentro los partidos políticos? ¿Cómo se financian? ¿Qué ocurre con la corrupción? ¿Cómo podemos combatirla? ¿Cuál es el motivo que subyace a la aparición de los nuevos movimientos políticos? ¿Son todos populistas? ¿En qué consiste la nueva cultura feminista?

La serie Más Democracia procura respondera estas y otras preguntas en clave divulgativa, y señala cuestiones decisivas para entender tanto el mundo actual como los retos que plantea la política institucionalizada.

Se trata de un proyecto editorial surgido gracias a la colaboración con una plataforma ciudadana que lleva el mismo nombre que la serie y que persigue luchar contra la actual perplejidad política a la vez que promocionar, fomentar y desarrollar los valores y principios democráticos.

© Gonzalo Velasco Arias, 2023

El autor quiere expresar su agradecimiento al grupo de lectura del proyecto de investigación «Desacuerdos morales en la esfera digital (DIGI_Morals-Fundación BBVA)», coordinado por el profesor Antonio Gaitán, cuyas discusiones han sido un estímulo y una fuente inestimable de documentación durante la redacción de este ensayo.

Diseño de cubierta: Equipo Gedisa

Corrección: Beatriz García Alonso

Primera edición: mayo de 2023, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.

www.gedisa.com

Preimpresión:

Editor Service, S.L.

www.editorservice.net

eISBN: 978-84-19406-17-0

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

Al profesor Fernando Broncano Rodríguez. Escribir es mi mejor manera de devolverle su confianza

Índice

Presentación. Los años en los que nos polarizamos peligrosamente

Cristina Monge y Jorge Urdánoz

Polarizado lo estarás tú

Qué nos pasa: lo que necesitas saber sobre la polarización

Polarización ideológica: ¿quién polariza

a quién?

Confiar o ser confiados

Polarización afectiva y tribalismo moral

Un fenómeno complejo

En busca de la deliberación perdida

¿Somos menos ilustrados?

¿Somos más pasionales?

¿Somos menos autónomos?

Esta polarización no la pagamos

Paradojas de la responsabilidad

en las redes sociales 

Delegar o no delegar, esa es la cuestión

¿Es solo un retuit?

Contra la equidistancia

La derechización del espacio público

La trampa de los contrarios asimétricos

Conclusiones

Bibliografía

Presentación Los años en los que nos polarizamos peligrosamente

Cristina Monge y Jorge Urdánoz

El concepto de polarización tiene su origen en el electromagnetismo clásico. Wikipedia la define como «el proceso por el cual en un conjunto se establecen características que determinan la aparición en él de dos o más zonas, los polos, que se consideran opuestos respecto a una cierta propiedad, quedando el conjunto en un estado llamado estado polarizado». Siendo ello así, resulta muy preocupante que un fenómeno como el descrito haya saltado a la esfera de lo político, y que lo haya hecho con la fuerza con la que lo ha hecho, especialmente desde la gran crisis de 2008.

La idea, ciertamente, no puede ser más sencilla: aparecen dos polos y el conjunto —esto es: el todo— cambia de estado. Y las consecuencias, a su vez, no pueden ser más alarmantes. Del mismo modo que la polarización eléctrica configura, de nuevo de acuerdo a Wikipedia, uno de los tres elementos que condicionan el comportamiento de los materiales, parece obvio que la polarización política afecta al comportamiento de nuestras sociedades. Los recientes acontecimientos del asalto al Capitolio de los Estados Unidos en 2021 y a la plaza de los Tres Poderes de Brasil este mismo año de 2023 pueden interpretarse como sacudidas eléctricas que señalan que algo está fallando. Todo indica que, cuando la política se polariza, la normalidad democrática se enrarece hasta extremos peligrosos. Muy peligrosos.

¿Qué podemos hacer? El fenómeno es tan complejo que a lo que Gonzalo Velasco nos invita en este magnífico libro sobre la polarización no es tanto a pensar sobre ella sino, más bien, a pensar sobre nosotros frente a ella. En sus propias palabras, «más que estudiar la polarización en sí, propongo analizar cómo la pensamos». Ese análisis se articula a través de interrogantes que no hablan del fenómeno, o que al menos no lo hacen directamente, sino que hablan más bien de nosotros, de las sociedades en las que la polarización está germinando: ¿es cierto que, de modo muy paradójico, somos más ignorantes que antes? ¿Lo es que somos más emocionales, más afectivos, menos racionales? ¿Y que estamos, además, más sesgados? Son preguntas —a las que el autor va a dar, como veremos, y frente a muchos otros análisis, una respuesta negativa— que hemos de responder si de verdad queremos entender lo que les está ocurriendo a nuestras sociedades en lo relativo, sobre todo, a lo político. Porque es, sin duda, la esfera de la política, y no tanto la de lo social, la que se ha enrarecido y la que parece arrastrar algún tipo de novedosa dolencia que no acertamos a diagnosticar.

De hecho, que la perspectiva del profesor Velasco no sea la habitual en relación con las cuestiones mencionadas desvela dos cosas. La primera, que el fenómeno de la polarización es tan reciente —y tan presente— que todavía no hay un corpus sólido de certezas teóricas al respecto. La segunda, que, precisamente por ello, se trata de un tema que se abre a diferentes propuestas a la hora de plantear soluciones. Aquí se ofrecen algunas —con respecto a los medios de comunicación, por ejemplo, o con respecto a la derechización del espacio de lo político, también— que pueden compartirse o no, pero que por ello mismo nos indican hasta qué punto la cuestión de cómo abordar la polarización es, de momento, ella misma una cuestión política y, en ese sentido, sujeta a diferentes prismas valorativos.

Todo lo cual, sin embargo, no es óbice para que exista ya un saber incipiente sobre la polarización, esto es, un conjunto de términos y relaciones conceptuales que pertenecen a lo que podríamos denominar una teoría compartida por los estudiosos de lo político. Un saber, de hecho, que es el que nos ofrece el libro en su primer capítulo, que no es otra cosa que un recorrido por las principales distinciones que bullen en el interior del concepto general de polarización: la ideológica, la partidista, la afectiva, etc. Esto es, en sus propias palabras, un «resumen de los principales consensos al respecto». Y, tras ese consenso, el texto avanza hacia el abordaje de las grandes cuestiones que el fenómeno de la polarización plantea en la actualidad a nuestras sociedades. Un abordaje que, como dice el autor siguiendo a Ortega, hemos de enfrentar si queremos entender «lo que nos pasa». Bienvenidos, y bienvenidas, a la aventura de entender uno de los grandes temas de nuestro tiempo.

Polarizado lo estarás tú

Tú no estás polarizado. Polarizados están los políticos, tan dramáticos y exagerados, con sus alocuciones efectistas e incendiarias en parlamentos y platós de televisión, su tono de contienda bélica y de desprecio callejero hacia el adversario. Polarizadas están las redes sociales, donde tanto abundan el insulto y la sorna, donde discrepar equivale a militar y opinar implica exponerse a los calificativos y las etiquetas de los demás. Polarizados están los medios de comunicación, previsibles los periódicos en sus editoriales, previsibles los tertulianos televisivos en su comedia costumbrista de izquierdas y derechas, no menos que los presentadores en sus no siempre bien disimuladas afinidades electivas hacia tal o cual político. Y polarizado está, desde luego, el partido del otro extremo de tu espectro ideológico, sus portavoces, y esa pequeña muestra de convencidos a quienes la contingencia o el destino te impide evitar: el portero lenguaraz del edificio donde vives o trabajas, cierto pariente de asistencia invariable a las reuniones familiares, el desinhibido conductor del taxi que azarosamente tomaste para aquel trayecto.

Y sin embargo, si lo piensas con un poco de sinceridad y detenimiento, repararás en que hace tiempo que no estás de acuerdo con ninguna propuesta o intervención del principal partido político del espectro ideológico contrario. Reconocerás que, incluso, en más de una ocasión has derrochado epítetos descalificativos hacia sus líderes. Aceptarás, también, que has expresado públicamente firmeza y convicción por leyes y medidas relativas a materias sobre las que no tienes demasiada competencia ni, por tanto, capacidad para justificar tu opinión (quizás en relación con los impuestos, con políticas energéticas o con procesos judiciales polémicos). Convendrás, del mismo modo, que presumes explícita o implícitamente de conocer bien cómo razona y cuáles son las motivaciones ocultas de quien piensa de manera distinta, que hace tiempo que ningún desacuerdo te lleva a cambiar radicalmente de opinión, o que tus intervenciones en redes sociales suelen ser apoyadas y arengadas por usuarios (siempre los mismos) muy parecidos a ti en sus manifestaciones ideológicas, en sus opciones estéticas e, incluso, en sus formas de vida.

Si en efecto esto es así, si no es raro que identifiques como propia alguna de estas experiencias, puede que tampoco sea descabellado dudar de que, quizás, estás contribuyendo en algo a eso que, de forma a veces difusa, llamamos polarización. Cuando manifiestas tus convicciones, ¿demonizas también a quienes piensan distinto?, ¿priorizas tus afinidades identitarias (partidos políticos, generadores de opinión) a la rigurosa deliberación sobre lo que acontece?, ¿has dejado de escuchar al diferente, al que consideras sin concesiones un contrincante competitivo? Sin lugar a dudas, estas y otras muchas son preguntas que resulta urgente que nos planteemos hoy, sobre todo si aceptamos —y sobre este diagnóstico sí parece haber un consenso— que vivimos tiempos en los que la discusión pública se ha degradado hasta el punto de minar las condiciones de posibilidad de nuestras democracias. Empezar por evaluar si cada uno de nosotros está contribuyendo a ese deterioro del espacio público puede ser una iniciativa de compromiso cívico y prudencia epistémica. De compromiso cívico porque, como analizaré más adelante, la deliberación respetuosa entre iguales es el ideal comunicativo de nuestro modelo de democracia. Y es una cuestión de prudencia también, porque nadie que viva en sociedad es inmune a un estado de «falsa conciencia», es decir, a una representación tergiversada del orden social que dificulte la comprensión de nuestro papel en los fenómenos sociales e impida tanto que asumamos una correcta responsabilidad ante las cosas que pasan como que actuemos en la dirección adecuada para cambiarlas. Hacer una revisión crítica de nuestras creencias y actitudes para valorar nuestra relación con ellas (preguntarnos, por ejemplo, si hemos aceptado tácitamente ciertas creencias que no mantendríamos tras un examen pausado) parece un ejercicio saludable desde muchos puntos de vista.

Puede, sin embargo, que, al leer el razonamiento anterior, una cierta incomodidad te haya asaltado, y que bajo la apelación a la humildad y la prudencia respecto a las propias creencias intuyas algún tipo de trampa. ¿No es esto una manera de decir que, ante la polarización, todos somos igualmente responsables? ¿Resulta entonces que mis opiniones y mis preferencias, que inevitablemente alguna vez serán precipitadas, polarizan tanto como el desprecio de tal o cual político hacia su adversario, o como el alarmismo del titular de aquel periódico de gran tirada hacia aquella iniciativa gubernamental? ¿No hay algo profundamente injusto en que nos sintamos responsables de que el espacio público sea cada vez más inhabitable y hagamos un consecuente propósito de enmienda, cuando las élites políticas y mediáticas no hacen lo propio? Lo que es más, que esto pase por ser una obligación propia de un buen ciudadano, ¿no es precisamente un mecanismo ideológico, un engaño mal intencionado de las élites, que, de ese modo, descargan sobre los demás la responsabilidad de una polarización de la que, en último término, son las principales causantes?

Efectivamente, creo que esta suspicacia está plenamente justificada. Por supuesto, tomar conciencia crítica de uno mismo es un ejercicio necesario para ser verdaderamente libres y para relacionarnos de manera válida con los demás. Que el remedio contra una sociedad polarizada comience por nosotros mismos, en cambio, puede sonar a que se está desviando el foco de la responsabilidad. A las preguntas anteriores, incluso se podría añadir una que incorpora un matiz importante. Que nos sintamos indignados y diametralmente opuestos ante las creencias y los posicionamientos de otros partidos políticos o bandos ideológicos, ¿significa automáticamente que somos presa de la polarización? Estar «en las antípodas» de un pensamiento, considerarlo intolerable, estar dispuestos a movilizarnos públicamente en su contra, ¿es siempre y en todo caso señal de una dinámica de extremismos equidistantes que impide el entendimiento? En absoluto. Antes bien, la indignación y ese tipo de firmeza cívica y moral que, llegado el caso, conducen a la protesta pública son componentes esenciales de la democracia. Hay que concluir, por tanto, que, cuando se trata de abordar críticamente el problema de la polarización, conviene andar con pies de plomo, porque circula un cierto discurso que apela a la moderación como pretexto para blanquear posturas intolerables y condenar a quienes, con responsabilidad y sentido crítico, se oponen a su entrada en el espacio público. No solo está justificado, sino que resulta necesario sentir indignación y rabia ante ciertos retrocesos en los derechos civiles básicos de las personas, ante el desprecio de la tolerancia como norma de convivencia, ante los bulos y las falsas creencias hacia colectivos con reivindicaciones específicas de justicia o minorías históricamente desfavorecidas. En circunstancias como estas, situar a quien se ofende e indigna en un extremo equidistante a la posición antidemocrática contra la que reacciona esconde un mecanismo engañoso que estigmatiza y aquieta la protesta crítica a través de la culpa.

De estas preguntas iniciales, que surgen sin mucho esfuerzo a poco que nos paremos a pensar en nuestra experiencia como participantes en el espacio público, creo que pueden desgranarse ya tres puntos de vista distintos con relación al problema de la polarización. Por un lado, puede ser considerado un fenómeno estructural, colectivo, cuyas causas y remedios trascienden las actitudes de los individuos. Esta postura prioriza lo colectivo sobre lo personal, y entiende el espacio público como una dinámica en la que interactúan de forma compleja agentes políticos, empresas de comunicación, y diversos grupos de interés que condicionan las creencias y decisiones de los individuos. Un segundo punto de vista es el que, al contrario del anterior, entiende que, en la medida en que la polarización social empieza por la forma en la que los individuos interpretan la realidad social y se posicionan ante los debates públicos, es necesario entender cómo cada uno de nosotros procesa la información, de qué vicios y defectos adolecemos respecto a épocas en las que el debate era más saludable, y qué virtudes podríamos prescribir para recuperarlo. Por último, y no menos importante, conviene mantenerse alerta hacia la posibilidad de que el discurso crítico con la polarización esté siendo empleado por grupos de interés con el objetivo de vencer las barreras de entrada del espacio público democrático liberal, condenando preventivamente a quienes con firmeza los critican.

En las páginas que siguen, estos tres planos de análisis aparecerán como íntimamente interconectados. Dicho esto, lo que me parece relevante dilucidar desde un punto de vista concernido con la calidad de nuestras democracias es hasta qué punto somos responsables de algunos de los fenómenos de degradación de la discusión pública que de un modo vago etiquetamos como polarización. Porque delimitar el alcance de nuestra responsabilidad permite también evaluar cuál es nuestro margen de respuesta activa al problema. Por ello, más que en grandes procesos tecnológicos y comunicativos de alcance global, o en tendencias de la política nacional e internacional, voy a poner la lupa en procesos subjetivos de formación de creencias, obtención de conocimiento y expresión de opiniones. Si de lo que se trata es de averiguar si podemos y debemos sentirnos responsables de ciertas dinámicas comunicativas que son nocivas para nuestras democracias, es necesario saber si el modo en que formamos opinión y manifestamos nuestras preferencias políticas está hoy más alejado que en otras épocas del ideal de autonomía y pensamiento crítico, o entender cómo la mediación digital ha modificado la forma de relacionarnos con el conocimiento y con nuestra identidad. Tenemos que aclarar si, como se suele decir, nuestra sociedad es más afectiva que en el pasado, si el carácter ubicuo de las redes sociales nos hace más vulnerables a dinámicas grupales, y si las virtudes éticas y epistémicas que nos han sido inculcadas por la educación reglada y el discurso cultural dominante son aún válidas o están ya caducas.

Para tratar de responder a estas y otras preguntas relacionadas, voy a proceder en el siguiente orden: en primer lugar, trataré de presentar algunas definiciones y resumir los principales consensos de los estudios sobre la polarización; en segundo término, discutiré en qué se separa nuestra esfera pública actual de la idealizada por la teorías de la democracia y por la nostalgia cultural de la Ilustración, y discutiré si esa distancia es mayor que en otras épocas; a continuación