Perdido voy en busca de mí mismo - Juan José Arreola - E-Book

Perdido voy en busca de mí mismo E-Book

Juan José Arreola

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Beschreibung

Al margen de la prosa, la escritura de versos fue para Juan José Arreola una actividad intermitente, ancilar a veces, pero el lector curioso hallará sonetos y no pocas décimas de notable factura donde casi siempre campea el espíritu lúdico y abismal de su autor. Arreola no se propuso pintar de manera profesional, trazar con pinturas el papel fue una suerte de terapia para atemperar su angustia y sus obsesiones, para liberar sus demonios y fantasías. A semejanza de su concepción intertextual de la literatura, en las acuarelas de Arreola el espacio pictórico está intervenido por la cita de cuadros y poemas, por la escritura como un elemento de la pintura.

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PERDIDO VOY EN BUSCA DE MÍ MISMO

Perdido voy en busca de mí mismo

POEMAS Y ACUARELA

JUAN JOSÉ ARREOLA

Presentación y acuarelas del autor

Compilación ORSO ARREOLA

Edición, introducción y notas FELIPE VÁZQUEZ

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 2018 Primera edición electrónica, 2018

Diseño de la colección: León Muñoz Santini Diseño de portada: Collage de Laura Esponda con las acuarelas del autor.

D. R. © 2018, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-6011-4 (ePub)ISBN 978-607-16-5899-9 (impreso)

Hecho en México - Made in Mexico

SUMARIO

La poesía en verso de Arreola, Felipe Vázquez

Presentación, Juan José Arreola

Sonetos

Décimas

Poemas en verso libre

Primeros poemas

Nota filológica

Notas a los poemas

Índice general

LA POESÍA EN VERSO DE ARREOLA

FELIPE VÁZQUEZ

Soy como el pez de los abismos, ciego.

A mí no llega resplandor de un faro.

Perdido voy en busca de mí mismo.

JUAN JOSÉ ARREOLA

I

Al poeta no le será dado conocer el destino de sus poemas. Aunque sea consciente de su singularidad lírica y aunque su lucidez le permita conjeturar cuál es su papel en el horizonte de una tradición, no podrá saber el destino de su obra, pues esa misma tradición se encargará de darle un lugar más o menos definitivo en el devenir de la literatura. Podemos inferir qué obra vivirá más allá de la muerte de su autor pero el juicio sobre la permanencia de una obra la tendrán siempre los lectores futuros.

Hago este preámbulo porque Juan José Arreola supo que su poesía perdurable estaba en la prosa, no en sus versos —a pesar de que algunos de ellos son de factura impecable—, y se rehusó durante muchos años a publicar el conjunto de su lírica. Cinco años antes de morir, accedió a publicar una parte de sus poemas por razones menos literarias que biográficas, pues consideraba que eran parte de su biografía íntima, un testimonio de su condición confesional. Lector sagaz de poesía y conocedor de los grandes poetas, con modestia disculpó la publicación de sus poemas aduciendo que eran parte de sus memorias y no quería morir sin haber hecho una confesión completa.

Los lectores de hoy somos parte de la posteridad de Arreola y coincidimos con él en que su poesía en prosa es la parte perdurable de su obra, pero tenemos también la necesidad de aprehender al hombre total, al poeta en todas sus facetas escriturales. La escritura de poemas en verso fue la senda que lo condujo hacia el poema en prosa, terreno donde descubrió y conquistó espacios inéditos en la literatura. Por eso tenemos la curiosidad de conocer el pre-texto del texto (y el texto del hiper-texto en el caso de Arreola), pues ello nos dará una visión integral de la obra arreoliana y nos permitirá acceder a nuevas formas de comprenderla e interpretarla.

En seguimiento de la idea lírico-vital de Arreola, diremos que uno de los sonetos que nos permite identificar el yo lírico con el yo autoral es la segunda versión de “Combatido por vientos y mareas…”. De este poema órfico y con ecos del Libro de Job y de los Salmos tomé el undécimo verso para titular su poesía reunida, pues considero que ese endecasílabo define la vida y la obra de nuestro autor.

II

Arreola empezó la carrera de escritor como poeta: antes que escribir prosa de ficción y dramaturgia, escribió sonetos, décimas y cuartetos alejandrinos, es decir, trató de dominar las formas líricas, la métrica y la rima. La capacidad de síntesis y polivalencia de las cláusulas sintácticas, el ritmo secreto y la musicalidad de la lengua le fueron dados a partir de la poesía. La práctica del verso y de las formas cerradas lo disciplinó para que años después articulara cuentos y poemas en prosa donde el juego, la extrañeza y el desasosiego se conjugan en formas que nos revelan la belleza literaria. En 1971 publicó su último libro de literatura en prosa: Palindroma, pero siguió escribiendo sonetos hasta 1986, es decir, la biografía literaria de Arreola empieza y finaliza con la escritura de versos.

En los primeros poemas prevalece la manifestación de sentimientos de amor y desamor, son un medio de búsqueda y expresión de su propia identidad, así como de su identificación con el mundo. Los cuatro sonetos de “Pasajera fugaz de un claro día…”, por ejemplo, surgen a partir de sus tormentos amorosos de cuando era estudiante de teatro (1937-1940) en la Ciudad de México. En el soneto “A Sara” hay una invocación amorosa dirigida a la mujer con la que se casará años después; aquí vemos al poeta en posesión plena de los ideales platónicos: el amor como vía de conocimiento de sí mismo.

Desde fines de la década de 1940, los poemas se vuelven de circunstancias, escritos a propósito de una persona, de un acontecimiento o de una celebración. La mayoría incluye una dedicatoria, explícita o elusiva, y es una galería de personajes que de alguna manera moldearon el curso de su vida: Alfredo Velasco Cisneros (su gran maestro, oriundo de Zapotlán), José Clemente Orozco, Antonio Alatorre, Daniel Cosío Villegas, Joaquín Díez-Canedo, Jesús Silva Herzog, Octavio Paz, Pedro Ramírez Vázquez y Eulalio Ferrer, entre otros. No pocos poemas dedicados son de excelente factura: quiero mencionar el que dedica a Joaquín Díez-Canedo, un soneto con cuyo pretexto le envía un ejemplar de Varia invención, y donde —a partir del recurso retórico de la captatio benevolentiae— hace gala de su lectura minuciosa de Góngora al reproducir no sólo el estilo cultista sino al articular una red semántica y fónica que se va espejeando en el discurrir de los cuartetos y tercetos.

De sus poemas de madurez prefiero los de índole personal, pues revelan su estado de ánimo, su aprehensión desapacible de las cosas y nos muestra en algunos casos su visión abismal; para mi gusto son los mejores. Me refiero a los sonetos “El día gris sin pájaros ni flores…”, “Verde junio de verdes surtidores…”, “Combatido por vientos y mareas…”, “Pido perdón al árbol y a la planta…” y “En un circo de dudas verticales…”. Si Arreola hubiera seguido por esa senda, habría hecho poemas de una hondura que habría envidiado Carlos Pellicer, y menciono al poeta tabasqueño porque fue su referente lírico a la hora de “labrar” algunos sonetos; basta leer “Verde junio de verdes surtidores…”, donde resuenan los ecos de Hora de junio. Incluso en algunos pasajes me parece más hondo y verosímil que cualquier soneto religioso de Práctica de vuelo, pues el autor de Confabulario estaba poseído por una visión trágica del mundo y un continuo sentimiento de culpa le minaba la salud corporal y psicológica; es decir, en él era “natural” hablar desde la desesperación y la catástrofe; el autor de “Esquemas para una oda tropical”, en cambio, gozaba de un temperamento hedónico: sus sentidos estaban abiertos al disfrute celebratorio del mundo y, a pesar de sus posibles faltas, se sentía abrigado por sus creencias. Arreola escribía desde el espacio de la caída y el desamparo, así lo muestra en la segunda versión de “Combatido por vientos y mareas…”. Citaré los tercetos:

Soy como el pez de los abismos, ciego.

A mí no llega resplandor de un faro.

Perdido voy en busca de mí mismo.

En la noche final del desamparo

sólo me queda voz para este ruego:

¿Dirás por fin mi voz desde el abismo?

Transido por el sentimiento de la orfandad, el pathos del yo lírico adquiere mayor intensidad debido a que invierte la referencia del Salmo 130: “Desde el abismo te invoco, Señor” (De profundis clamavi ad te, Domine). En el salmo, la voz suplica desde lo profundo, pide la salvación y prevalece la confianza en el dios; en el soneto se abre la incertidumbre debido a la interrogación, la expectación se vuelve desesperación porque duda y no sabe si, extraviado en esa noche oscura del alma, en su voz resonará la voz del dios. Si el dios habla en la voz del poeta, tal vez haya salvación y asistiremos al advenimiento de la poesía.

La conciencia de la culpa lo impele a una confesión continua, por eso ponía en práctica un mea culpa público —estuviera en la cátedra universitaria, en la cabina de radio, en el estudio de televisión o ante el micrófono del periodista—, y por eso decía que toda su literatura era confesional, pues consideraba que, más allá de la poética, su obra era también una biografía de su conciencia. Esta dinámica emocional desembocaba en un continuo sentimiento de piedad. Y dejó un testimonio de su compasión en el soneto “Pido perdón al árbol y a la planta…”, en cuyo segundo cuarteto el hablante poético, habitado por una piedad franciscana, confiesa sus faltas:

Pisé la hormiga y torturé la santa

humildad de la hierba en el sendero.

En la jaula detuve prisionero

bajel de plumas que a la aurora canta.

El endecasílabo “bajel de plumas que a la aurora canta” parece traído de los Siglos de Oro, forjado por alguna de las mejores plumas. Cuando veo que Arreola estaba dotado para articular versos donde se conjuga la delicadeza, la perfección y la belleza, siento que hay una falta en su vida por no haber cultivado de manera sistemática esa faceta de hacedor de versos. Ahora bien, aunque el tema es común a cualquier católico y de ninguna manera podemos dudar de su sinceridad, tengo la impresión de que este poema fue inspirado por los sonetos de Pellicer dedicados al pietismo de san Francisco de Asís. Nunca será suficiente repetir que Arreola es deudor de la poesía de Pellicer, él mismo comentaba que fue el poeta que más había leído. Recordemos que cuando se conocen —hacia mediados de 1950, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en ese tiempo instalada en el edificio de Mascarones—, se hacen amigos de manera inmediata y Pellicer le pide pasar a máquina los manuscritos de lo que será Práctica de vuelo, publicado en 1956. El católico Arreola ya se había identificado desde hacía años con el poeta católico, pero ese poemario aún inédito será una mina para su imaginación y lo marcará para siempre; será además uno de los pre-textos de su creación literaria: basta revisar las huellas constantes de la poesía de Pellicer en la obra de Arreola.

Otro soneto que me gusta comienza “El día gris sin pájaros ni flores…”, que remata en dos versos que son un motivo central de su poética: “Mi corazón reposa en el abismo / de un lluvioso y nublado pensamiento”. Para Arreola, emoción y logos, razón y sentimiento, están íntimamente trabados: cifrar y transmitir una emoción es más eficaz si sucede por medio de una arquitectura verbal de alta tensión. Los versos además nos muestran la condición tormentosa de su existencia: uno de los ejes donde se vertebra la mayor parte de sus textos y donde prevalece una mirada estragada por el desengaño, es decir, una mirada humorística que no pocas veces roza con la sátira.

Por último quiero referirme a dos poemas en verso libre que Arreola sometió a una transmutación escritural cuyo resultado produjo poemas en prosa de notable calidad. En 1951 escribe “Oda terrenal a Zapotlán el Grande con un canto para José Clemente”, lo envía a los Juegos Florales de Zapotlán el Grande y gana el primer lugar. Se trata de un poema cívico y nacionalista, en el buen sentido del término, cuyo modelo viene de “La suave patria” de Ramón López Velarde. Celebra los dones de esa tierra del sur de Jalisco, el buen temperamento de sus habitantes y, en los pasajes donde habla de José Clemente Orozco, realiza una tímida écfrasis: la gama cromática de los versos intenta una imitatio con los trazos violentos y sombríos de la pintura mural de Orozco. Doce años más tarde reescribe algunos versos de la oda para un pasaje de La feria y nos da uno de los poemas en prosa más hermosos de la literatura mexicana. No resisto la tentación de citarlo: