Perdón familiar - Jessica Matthews - E-Book
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Perdón familiar E-Book

Jessica Matthews

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Beschreibung

Por muy guapo y encantador que fuera, Marta Wyman no iba a permitir que Evan Gallagher la obligara a ver a su abuelo. Marta no conseguía entender qué impulsaba a aquel hombre a convencerla de que tuviera buena relación con un pariente al que ni siquiera conocía, pero estaba empeñada en seguir adelante con su vida como lo había hecho hasta que él apareció. Evan Gallagher iba a tener que esperar pacientemente hasta que ella cambiara de opinión... o se dejara llevar por sus verdaderos sentimientos.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Jessica Mathews

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Perdón familiar, n.º 1278 - junio 2016

Título original: A Nurse’s Forgiveness

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8235-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Las fotografías no le hacían justicia.

Evan Gallagher, de pie ante el mostrador de recepción de la Clínica de New Hope, se congratuló a sí mismo por su buena suerte. Se había arriesgado al presentarse sin llamar para ver si estaba trabajando, pero, dadas las circunstancias, no podía. Si lo hubiera hecho, habría echado por tierra sus intenciones.

La mujer a la que había ido a ver acababa de aparecer con una carpeta en la mano y un estetoscopio colgado del cuello. Hasta el momento, todo iba bien.

Ojalá pudiera hablar con ella antes de que se diera cuenta de quién era…

–¿La señora Rochoa? –preguntó Marta Wyman mientras sonreía a Evan y miraba por encima de su hombro.

Una mujer de unos cincuenta años, la única persona que había en la sala de espera, se puso en pie con dificultad y fue hacia ella lentamente.

Evan vio que Marta sonreía todavía más a medida que su paciente se acercaba. Había visto tantas veces sus rasgos en el informe del detective privado que la podría haber identificado en mitad de una muchedumbre.

Sus pómulos marcados, los ojos de color avellana y el pelo castaño rojizo no lo sorprendieron en absoluto, pero las fotografías no habían captado la sensualidad de su boca, la vida de sus ojos, la altivez de su cabeza ni la delicadeza con la que agarró a la señora Rochoa para ayudarla.

Parecía realmente preocupado por aquella mujer, pensó Evan con fastidio. Recordó que el informe del detective decía que era una persona muy querida en aquella población de dos mil habitantes. Obviamente, tenía cariño a todo el mundo menos a la persona a la que Evan representaba.

–¿Todavía le sigue molestando? –preguntó Marta a la mujer. Evan observó que llevaba el pelo recogido en un moño y no pudo evitar preguntarse por dónde le llegaría si lo llevara suelto.

Al tenerla tan cerca, se dio cuenta de que las fotos tampoco lo habían preparado para aquel cuerpo esbelto ni para la calidez de su voz. Aquel tono no era el mismo con el que le había hablado a él por teléfono. Se imaginó una chimenea y tardes largas disfrutando del cálido fuego, seguidas de noches todavía más largas y desayunos en la cama.

Estaba claro que los hombres de New Hope no habían visto que tenían una joya. Según la información de la que disponía, Marta Wyman había salido con varios hombres en sus veintiocho años, pero aquellas relaciones habían sido más platónicas que románticas. La mayor parte del tiempo se lo había pasado estudiando para ser enfermera y manteniendo a sus dos hermanastras, que eran más pequeñas que ella.

Aun así, aquello no justificaba el que Marta se negara a hablar con nadie que estuviera remotamente relacionado con el único pariente que le quedaba vivo.

Por eso, Evan había decidido personarse. Así Marta no le colgaría y le dejaría hablando solo al teléfono como la última vez. No podría quitárselo de encima. Aunque ella hubiera dado clases de defensa personal, cosa que a Evan le parecía muy bien dado los tipos raros que había visto por allí, él también sabía unos cuantos trucos de la infancia, transcurrida en barrios marginales. Además, le sacaba veinte o veintidós centímetros.

–Tengo las articulaciones fatal –contestó la señora Rochoa–. Es por la humedad.

–Lo sé. No es usted la única que está así –señaló Marta.

Evan dedujo que aquella mujer tenía artritis. Se sintió identificado ya que él mismo acababa de pasar por una infección vírica y sabía lo que era luchar contra el propio cuerpo.

En cuanto ambas mujeres pasaron a la consulta y cerraron la puerta, Evan se fue hacia la recepcionista rubia de veintitantos años y se dio cuenta de que estaba postrada en una silla de ruedas. Estaba hablando por teléfono y, según decía su etiqueta, se llamaba Rosalyn. Se resistió a llamar al timbre que había sobre el mostrador. Al fin y al cabo, había ido a ver a Marta y no le vendría muy bien ponerse a malas con la guardiana de su tiempo.

Como si Rosalyn le hubiera leído el pensamiento, se despidió de la persona que estaba al otro lado del hilo.

–¿En qué le puedo ayudar?

Evan le dedicó una gran sonrisa.

–Me gustaría ver a…

Rosalyn le indicó la pizarra.

–Firme ahí –le señaló con las uñas pintadas de rojo.

–Pero si no hay nadie más.

–Todo el mundo tiene que pedir hora –contestó ella sonriendo, pero con seriedad–. No hay excepciones.

Bien. Tendría que cumplir las normas. Evan puso su nombre y esperó que, con un poco de suerte, no lo reconociera.

–Solo serán unos minutos…

–¿Ha venido antes? –preguntó ella enarcando una ceja.

–No.

–Cuando se viene por primera vez, se suele estar en la consulta unos treinta minutos.

–Me alegro de que la doctora sea así de meticulosa –apuntó él. Media hora con Marta. Estaba seguro de que podría convencerla en ese tiempo.

–Si es usted representante de algún laboratorio o vendedor, tendría que haber venido antes de las nueve.

Evan se había puesto adrede ropa informal para que repararan en él. Sabía que la gente solía pensar que los hombres de chaqueta y corbata iban a un funeral o no era dignos de confianza. Le dedicó una de sus mejores sonrisas.

–No soy vendedor. Solo quiero hablar con…

Antes de que le diera tiempo a terminar, apareció Marta por detrás de Rosalyn y la señora Rochoa cruzaba la sala de espera.

Rosalyn se despidió de ella.

–Hasta el mes que viene –dijo ignorándolo a él.

–Ya veremos si no es antes –contestó la mujer saliendo a la calle.

Evan carraspeó.

–Me gustaría ver a…

Lo volvieron a interrumpir. Aquella vez fue la propia Marta, que le preguntó algo a Rosalyn en voz baja.

–¿Sabemos algo de nuestro amigo? –le dijo haciendo tanto énfasis en la última palabra que quedaba claro que la persona en cuestión era todo menos su amigo.

Rosalyn negó con la cabeza.

–Lo siento.

–Cuando lo vea, lo voy a estrangular –dijo enfadada–. No sé cómo se atreve a volver a hacer esto. Debería de caérsele la cara de vergüenza…

Viendo el enfado que tenía, Evan se alegró de no estar cerca de ellas. Marta ni siquiera lo había mirado, pero él no se sentía culpable por haberlo oído porque él estaba antes.

–Querrás decir, si viene –dijo Rosalyn.

–Bueno, qué más da. Se va a enterar y su jefe, también. Ya hablaré con ellos por teléfono o en persona. Ya está bien –añadió maldiciendo en voz baja.

–¿Qué hago? ¿Intento localizarlo?

Marta relajó los hombros y consideró la pregunta.

–Ya lo hemos llamado y no contesta. Vamos a darle hasta la una y media. Si no viene, me va a oír. Estoy dispuesta a presentarme en su casa si es necesario –contestó girándose y saliendo del habitáculo de Rosalyn.

Evan pensó, a juzgar por la penosa apariencia del edificio, que se estaban refiriendo a alguien que tenía que haber ido a arreglar algo.

Rosalyn fue a agarrar el teléfono y se paró al ver a Evan.

–Me gustaría ver a Marta –dijo él sonriendo.

–¿Es una emergencia?

Evan no estaba acostumbrado a que nadie cuestionara sus acciones. Aunque era uno de los miembros más jóvenes del servicio de medicina interna del Hospital de Santa Margarita, en Dallas, era uno de los que más fondos había conseguido. El respeto iba ligado al territorio.

Sintió deseos de levantar una ceja como cuando quería cortar a algún interno orgulloso o a algún estudiante altanero, pero se controló. Había elegido pasar desapercibido para llegar hasta Marta, así que debía seguir con el plan.

–No, pero es un poco urgente.

–¿Está usted enfermo?

Evan se preguntó si se habría dado cuenta de que estaba pálido. Después de haber contraído una hepatitis A tras comer marisco en mal estado en una cena, había decidido tomarse la convalecencia como unas vacaciones. Ya había pasado la fase de contagio y podría haber retomado su trabajo, pero no se encontraba bien ni física ni emocionalmente.

No había nada como una buena enfermedad para que uno se replanteara las prioridades. Por eso, había decidido irse a Breckenridge, en Colorado, para descansar unas semanas. Había parado en New Hope para hacerle un favor a un hombre a quien admiraba.

–Sí, he estado enfermo –contestó él sin entrar en detalles. Tal vez, así Rosalyn se apiadara de él y le dejara ver a Marta.

–Rellene este cuestionario, por favor. Las seis páginas. Lo recibirá, pero, como no tiene cita, va a tener que esperar un buen rato.

–¿Por qué? –preguntó mirando a su alrededor–. Pero si no hay nadie.

–Oficialmente, estamos cerrados hasta la una y media para ir a comer.

–No he venido a ver a Marta por cuestiones médicas –dijo intentando picar la curiosidad de aquella mujer.

–No lo entiendo –contestó ella sorprendida.

Evan cruzó los dedos con la esperanza de que no reconociera su nombre.

–Soy el doctor Evan… –se interrumpió al ver que Rosalyn se quedaba blanca.

–Vaya, le estábamos esperando.

Entonces, fue él quien se quedó sorprendido, pero se recuperó rápidamente. Hacía solo treinta y seis horas que había decidido ponerse en contacto con la señorita Wyman y no se lo había dicho a nadie.

Rosalyn salió de detrás del mostrador.

–Haberlo dicho antes –le dijo ligeramente sonrojada–. Como es la primera vez que viene, no sabía cómo era usted. Siento haberlo hecho esperar, doctor Evans.

Doctor Evans. Estaban esperando a un médico, no a un técnico. La leona se había vuelto de repente una cordera.

En otras circunstancias, le habría dicho que se había producido un malentendido, pero aquella era una situación desesperada que necesitaba de una medida desesperada. Si engañar a Rosalyn unos minutos le permitía llevar a buen fin su misión, lo haría y viviría con aquella pequeña mentira en su conciencia.

–No pasa nada –contestó Evan tranquilamente rezando para que Rosalyn no descifrara su apellido en el formulario. Con un poco de suerte, no se daría cuenta hasta que Marta y él hubieran llegado a un acuerdo.

Rosalyn maniobró a la perfección con la silla y lo guió hasta una sala pequeña que había al final del pasillo. Evan la siguió y se dio cuenta de que los pasillos parecían mucho más anchos de lo normal, como si hubieran reformado el edificio teniendo en cuenta la minusvalía de Rosalyn.

Ella se paró junto a una puerta y le hizo un ademán.

–Este es el despacho de Marta. Voy a decirle que está usted esperándola aquí. Ella lo informará de lo que hay que hacer.

–¿Debería llamar a mi guardaespaldas? –preguntó él sin poder evitarlo.

Rosalyn se sonrojó completamente.

–Marta está un poco enfadada porque le esperábamos a usted hace dos miércoles. Es de las personas que no perdona tres errores seguidos.

Evan recordó aquello, seguro de que le vendría bien.

–Y hoy habría sido el tercer día.

–Sí –contestó Rosalyn.

Pensó que a Marta no le iba a gustar que se hiciera pasar por el doctor Evans, pero, como ya le caía mal de todas formas, no tenía nada que perder.

–Gracias por el aviso.

Rosalyn se encogió de hombros.

–Es mejor que lo sepa.

–Gracias.

Sin decir nada más, salió y lo dejó a solas con sus pensamientos.

Sus amigos y sus colegas decían que tenía una lengua de plata porque lograba convencer a los donantes menos dispuestos para que se rascaran el bolsillo. Lo que la mayoría de esa gente no sabía era que el secreto de su éxito era buscar el punto débil de la presa y atacar por ese flanco.

Creía saber el punto vulnerable de Marta y pretendía hacer buen uso de ello. Tenía una deuda con Winston Clay y, a pesar de que el comportamiento de la señorita Wyman no le pareciera el correcto, no pensaba salir con las manos vacías.

Por el informe del detective privado y su primer intento de hablar con ella, que había fracasado, sabía que había que tener mucho tacto con la señorita Wyman. Teniendo en cuenta que, ya de por sí, el desventurado doctor Evans no era santo de su devoción, cuando se enterara de quién era en realidad y para qué había ido, las cosas no iban a mejorar.

Dejó a un lado la antipatía que sentía por aquella mujer, se paseó por la sala y confió en sus buenos modales. Si eso no resultaba, tendría que recurrir al dinero. No conocía a ninguna mujer a la que no se le hiciera la boca agua. En cuanto Marta hubiera oído lo que Winston podía ofrecerles a ella y a sus hermanastras, seguro que lo aceptaba gustosa entre su círculo de familiares.

Tenía suficiente experiencia como para saber cuándo la gente estaba intentando sacar más de lo que en principio se les ofrecía. Winston era una mina de oro y eso tenía que saberlo ella. No le sorprendería que estuviera haciéndose la dura para sacarle todo lo posible. Si Evan hubiera sido Winston, se habría olvidado de ella cuando se negó a hablar con él. La única que tenía algo que perder por mostrarse cabezota era ella, no Winston.

Pero él no era Winston. Aquel hombre mayor había puesto a mal tiempo buena cara ante el rechazo de Marta, pero Evan había visto que se entristecía por días. Aquella pérdida de alegría había hecho que Evan decidiera ayudarlo.

Hasta que no lo consiguiera, no iba a poder disfrutar de sus vacaciones y relajarse.

 

 

Marta tomó el expediente médico de la señora Taylor. Estaba decidida a que la viera un médico ese mismo día aunque tuviera que llevarla ella personalmente en coche a la clínica de Joe Campbell. Al fin y al cabo, la clínica de New Hope era un satélite de la consulta de Joe en Liberal. Por tanto, estaba legalmente obligado a ayudar a los pacientes de Marta y a estar siempre dispuesto a que se les consultara. Ya iba siendo hora de que el ilustre doctor Campbell se enterara de que su nuevo médico no estaba cumpliendo con el acuerdo.

Aunque, tal vez, lo supiera y no le importara.

Marta se irguió. New Hope era pequeño, pero sus habitantes se merecían el mismo trato médico que los de la ciudad. No iba a permitir que Campbell se saliera con la suya y solo les concediera las migajas del tiempo de sus médicos.

Si no hubiera sido porque la estaba esperando aquel médico, se habría montado en el coche y habría ido a recoger a Mónica para llevarla a Liberal. Así, podría buscar otra clínica cuyos médicos estuvieran más dispuestos a ayudar.

Pensó en el hombre de la sala de espera.

Menos mal que la señora Rochoa había acaparado toda su atención porque, de lo contrario, se abría derretido ante semejante sonrisa. Aquella boca y esos ojos negros como el carbón hacían de él un hombre muy guapo. Era un encanto con un cuerpo que cualquier mujer admiraría.

Era alto, delgado y tenía estilo. Llevaba el pelo, color chocolate oscuro, corto y parecía tan suave como el de un bebé.

Sus bonitos rasgos eran los de un hombre un poco maduro, ya que tenía algunas patas de gallo. Marta pensó que debía de andar por los treinta y tantos.

No se explicaba para qué había ido a verla. Conocía a casi todos los habitantes, pero a él no lo había visto nunca. Era demasiado guapo como para no acordarse de él. No le habían llegado rumores de que hubiera nadie nuevo. Seguramente, era que pasaba por allí.

Un vendedor. Sí, seguro que era así. Aunque no llevaba chaqueta y corbata, parecía demasiado seguro de sí mismo, demasiado cortés y sensual. Tenía que ser vendedor. Como le solía decir uno de sus pacientes, «blanco y en botella: leche».

Por culpa del doctor Evans, que no había aparecido, no estaba para aguantar las charlas propias de un vendedor.

La puerta se abrió y entró Rosalyn.

–No te lo vas a creer.

–¿Qué pasa?

–¿Has visto a ese hombre tan mono de la sala de espera?

–Sí. ¿Qué pasa?

–Es el médico al que estábamos esperando.

–¿El vendedor? –preguntó Marta sin poder creérselo.

–¿Vendedor? –repitió Rosalyn enarcando las cejas.

–Ya vale, el día de los inocentes fue hace dos meses.

–No es broma –insistió Rosalyn–. Es el doctor Evans.

Marta sintió que se le daba la vuelta el estómago y que los cereales del desayuno amenazaban con salir disparados.

–No es verdad.

–Ojalá no lo fuera. Se ha mostrado muy comprensivo.

–¿A qué te refieres?

–Le he pedido disculpas por la espera y por tu, ejem, pequeño enfado.

Marta deseó que se la tragara la tierra.

–No será verdad.

–Sí. Te había oído decir esto y aquello y tenía que decir algo para defenderte. No se ha enfadado. En realidad… parecía divertido.

Aquel día iba de mal en peor.

–¿Divertido? Bueno, esperemos que se lo tome así. ¿Dónde está?

–En tu despacho.

Marta tomó aire y sintió aquel dolor en el esternón, el mismo que llevaba meses con ella, desde que el detective privado había comenzado a meterse en su vida.

–Bien. Llama a todos los pacientes a los que tenía que haber visto el doctor esta mañana y dales cita a partir de la una y media. Se le va a hacer muy tarde, pero no pienso dejar que se vaya hasta que los haya visto a todos.

–De acuerdo –contestó Rosalyn observándola un momento–. ¿Estás bien?

Marta sonrió.