Planilandia: Una novela de muchas dimensiones - Edwin A. Abbott - E-Book

Planilandia: Una novela de muchas dimensiones E-Book

Edwin A. Abbott

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Beschreibung

"Planilandia: Una novela de muchas dimensiones", escrita por Edwin A. Abbott, es una obra singular que combina sátira social, reflexión filosófica y especulación matemática. Ambientada en un universo bidimensional habitado por figuras geométricas, la historia es narrada por un humilde cuadrado que describe con detalle la estructura, las costumbres y las estrictas jerarquías de su mundo. En Planilandia, la posición social de cada habitante se determina por su forma y número de lados: desde las simples líneas, relegadas a los trabajos más humildes, hasta los círculos, que ostentan la máxima autoridad como clase sacerdotal. El protagonista, dotado de curiosidad y espíritu crítico, relata su vida cotidiana y las estrictas normas que rigen la convivencia, pero también se ve arrastrado a experiencias extraordinarias que desafían todo lo que creía posible. Un encuentro con un ser de Espaciolandia —un mundo tridimensional— le abre la mente a realidades más allá de su limitada perspectiva, aunque no sin provocar conflictos con sus compatriotas, aferrados a sus creencias y estructuras rígidas. A lo largo de su relato, el Cuadrado interactúa con personajes tan llamativos como su nieto, cuya imaginación supera los límites impuestos por la tradición, o el enigmático Esfera, que actúa como guía hacia la comprensión de dimensiones superiores. Abbott construye así una fábula intelectual que, bajo su apariencia fantástica, ofrece una crítica aguda a las clases sociales, la intolerancia y la resistencia al cambio. Con ingenio y una originalidad deslumbrante, la novela invita al lector a reflexionar sobre los límites de la percepción y la naturaleza de la realidad. "Planilandia" sigue siendo, más de un siglo después, una obra visionaria que combina el encanto de la ciencia ficción con la profundidad de la alegoría, cautivando por igual a amantes de las matemáticas, la filosofía y la literatura satírica. Esta traducción ha sido asistida por inteligencia artificial.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Edwin A. Abbott

Planilandia: Una novela de muchas dimensiones

Historia satírica sobre la sociedad rígida, la percepción limitada y las dimensiones invisibles
Traductor: Javier Morel
Editorial Recién Traducido, 2025

Índice

Prefacio
PARTE I: ESTE MUNDO
Sección 1. Sobre la naturaleza de Flatland
Sección 2. Sobre el clima y las viviendas en Flatland
Sección 3. Sobre los habitantes de Flatland
Sección 4. Sobre las mujeres
Sección 5. Nuestros métodos para reconocernos
Sección 6. El reconocimiento visual
Sección 7. Sobre las figuras irregulares
Sección 8. Acerca de la antigua práctica de la pintura
Sección 9. Sobre la Ley Universal del Color
Sección 10. Sobre la represión de la sedición cromática
Sección 11. Sobre nuestros sacerdotes
Sección 12. Sobre la doctrina de nuestros sacerdotes
PARTE II: OTROS MUNDOS
Sección 13. Cómo tuve una visión de Lineland
Sección 14. Cómo intenté en vano explicar la naturaleza de Flatland
Sección 15. Sobre un forastero de Espaciolandia
Sección 16. Cómo el forastero intentó en vano revelarme con palabras los misterios de Espaciolandia
Sección 17. Cómo la Esfera, tras fracasar con las palabras, recurrió a los hechos
Sección 18. Cómo llegué a Espaciolandia y lo que vi allí
Sección 19. Cómo, aunque la Esfera me mostró otros misterios de Espaciolandia, deseaba aún más, y lo que resultó de ello
Sección 20. Cómo la Esfera me animó mediante una visión
Sección 21. Cómo intenté enseñar la Teoría de las Tres Dimensiones a mi nieto y con qué éxito
Sección 22. Cómo después traté de difundir la Teoría de las Tres Dimensiones por otros medios y su resultado

Prefacio

Índice

Si mi pobre amigo de Planilandia conservara el vigor mental que poseía cuando empezó a escribir estas Memorias, no necesitaría ahora representarlo en este prólogo, en el cual desea, primero, agradecer a sus lectores y críticos de Espaciolandia, cuyo aprecio ha exigido —con insospechada rapidez— una segunda edición de su obra; segundo, disculparse por ciertos errores y erratas (de los cuales, sin embargo, no es del todo responsable); y, tercero, aclarar uno o dos malentendidos. Pero ya no es el Cuadrado que fue. Años de encarcelamiento, y el peso aún mayor de la incredulidad y la burla general, se han unido al deterioro natural de la vejez para borrar de su mente muchos de los pensamientos y conceptos, y buena parte de la terminología, que adquirió durante su breve estancia en Espaciolandia. Por ello me ha pedido que responda en su nombre a dos objeciones concretas, una de índole intelectual y otra de carácter moral.

La primera objeción sostiene que un habitante de Planilandia, al ver una Línea, contempla algo que a los ojos debe ser GRUESO además de LARGO (de lo contrario no sería visible, pues necesita cierto espesor); y, en consecuencia, debería —se argumenta— admitir que sus compatriotas no son solo largos y anchos, sino también (aunque sin duda en grado mínimo) GRUESOS o ALTOS. Esta objeción resulta verosímil y, para los espaciolandeses, casi irresistible; confieso que, cuando la oí por primera vez, no supe qué contestar. Sin embargo, la respuesta de mi anciano amigo me parece zanjarla por completo.

—Lo admito —dijo él, cuando le comenté esta objeción—; admito la veracidad de los hechos que señala su crítico, pero niego sus conclusiones. Es cierto que en Planilandia existe, aunque no se reconozca, una Tercera Dimensión llamada «altura», del mismo modo que en Espaciolandia existe una Cuarta Dimensión no reconocida, que aún no lleva nombre, pero que yo denominaré «extra-altura». Sin embargo, nosotros no podemos percibir nuestra «altura» más de lo que ustedes pueden percibir su «extra-altura». Ni siquiera yo —que estuve en Espaciolandia y gocé durante veinticuatro horas del privilegio de entender el significado de «altura»— ni siquiera yo puedo ahora comprenderla ni captarla por la vista ni por proceso racional alguno; solo puedo aprehenderla por fe.

La razón es evidente. Hablar de dimensión implica dirección, implica medida, implica más y menos. Pues bien, todas nuestras líneas son IGUAL e INFINITESIMALMENTE gruesas (o altas, como prefiera); por consiguiente, no hay en ellas nada que conduzca nuestra mente a concebir esa Dimensión. Ningún «micrómetro delicado» —como sugirió un crítico espaciolandés demasiado apresurado— nos serviría de nada, porque NO SABRÍAMOS QUÉ MEDIR NI EN QUÉ DIRECCIÓN. Cuando vemos una Línea, vemos algo que es largo y LUMINOSO; la LUMINOSIDAD, tanto como la longitud, es necesaria para que exista una Línea; si la luminosidad desaparece, la Línea se extingue. De ahí que todos mis amigos planilandeses, cuando les hablo de la Dimensión no reconocida que de algún modo se hace visible en una Línea, respondan: «Ah, te refieres a la LUMINOSIDAD»; y cuando replico «No, hablo de una Dimensión real», enseguida objetan: «Entonces, mídela o dinos en qué dirección se extiende». Y esto me deja sin palabras, porque no puedo hacer ninguna de las dos cosas. Ayer mismo, cuando el Círculo Jefe (es decir, nuestro Sumo Sacerdote) vino a inspeccionar la Prisión del Estado y me hizo su séptima visita anual, y por séptima vez me preguntó: «¿Estás mejor?», intenté demostrarle que él era «alto» además de largo y ancho, aunque él lo ignorara. ¿Y cuál fue su respuesta? «Dices que soy ‘alto’; mide mi ‘altitud’ y te creeré». ¿Qué podía hacer? ¿Cómo afrontar su reto? Quedé abatido y él salió de la celda con aire triunfal.

—¿Todavía le parece extraño? Entonces póngase en una situación parecida. Suponga que un habitante de la Cuarta Dimensión, condescendiendo a visitarlo, le dijera: «Cada vez que abres los ojos ves un Plano (que es Bidimensional) e INFIERES un Sólido (que es Tridimensional); pero en realidad también ves (aunque no lo reconozcas) una Cuarta Dimensión, que no es color ni brillo ni nada parecido, sino una Dimensión auténtica, aunque no puedo indicarte su dirección ni tú podrías medirla». ¿Qué le contestaría a tal visitante? ¿No ordenaría que lo encerraran? Pues ése es mi destino: y nos resulta tan natural a los planilandeses encarcelar a un Cuadrado por predicar la Tercera Dimensión como a ustedes, espaciolandeses, encerrar a un Cubo por predicar la Cuarta. ¡Ay, qué fuerte parecido de familia recorre a la humanidad ciega y perseguidora en todas las Dimensiones! Puntos, Líneas, Cuadrados, Cubos, Extra-Cubos: todos somos propensos a los mismos errores, todos, por igual, Esclavos de nuestros respectivos prejuicios Dimensionales, como ha dicho uno de sus poetas de Espaciolandia—

«Un solo toque de la Naturaleza emparenta a todos los mundos».1

En este punto, la defensa del Cuadrado me parece inexpugnable. Ojalá pudiera decir que su respuesta a la segunda objeción (de índole moral) resulta igual de clara y convincente. Se le ha acusado de misógino; y dado que esta censura ha sido planteada con vehemencia por quienes la Naturaleza ha convertido en algo más de la mitad de la población de Espaciolandia, quisiera disiparla en la medida en que pueda hacerlo con honestidad. Sin embargo, el Cuadrado está tan poco familiarizado con la terminología moral de Espaciolandia que le haría un flaco favor si transcribiera literalmente su defensa. Actuando, pues, como su intérprete y resumidor, entiendo que, a lo largo de siete años de prisión, él mismo ha matizado sus opiniones personales tanto sobre las Mujeres como sobre los Isósceles o Clases Inferiores. En lo personal, ahora se inclina por la opinión de la Esfera de que las Líneas Rectas son, en muchos aspectos importantes, superiores a los Círculos. Pero, al escribir como Historiador, se ha identificado (quizás demasiado) con los puntos de vista generalmente aceptados en Planilandia y, según le han informado, incluso por los Historiadores de Espaciolandia, en cuyas páginas (hasta épocas muy recientes) el destino de las Mujeres y de las masas humanas rara vez se consideraba digno de mención y nunca de un análisis detenido.

En un pasaje todavía más oscuro desea ahora negar las tendencias Circulares o aristocráticas que algunos críticos le han atribuido de forma natural. Sin restar méritos al poder intelectual con que unos pocos Círculos han mantenido durante generaciones su supremacía sobre inmensas multitudes de compatriotas, cree que los hechos de Planilandia, hablándose solos, demuestran que las Revoluciones no siempre pueden sofocarse con sangre, y que la Naturaleza, al sentenciar a los Círculos a la infecundidad, los ha condenado al fracaso definitivo—«y en esto», dice, «veo el cumplimiento de la gran Ley de todos los mundos: mientras la sabiduría del Hombre cree estar haciendo una cosa, la sabiduría de la Naturaleza lo obliga a hacer otra, muy distinta y mucho mejor». Por lo demás, ruega a sus lectores que no presuman que cada minucioso detalle de la vida cotidiana en Planilandia deba corresponder a otro en Espaciolandia; y, sin embargo, espera que, tomado en conjunto, su trabajo resulte sugerente y entretenido para aquellos espaciolandeses de mente moderada y modesta que, al tratar lo que es de máxima importancia pero queda fuera de la experiencia, evitan decir, por una parte, «Esto nunca podrá ser», y, por otra, «Debe ser exactamente así, y lo sabemos todo al respecto».

1. El Autor me ruega añadir que la mala interpretación de algunos de sus críticos sobre este asunto lo ha llevado a introducir, en su diálogo con la Esfera, ciertos comentarios relacionados con el tema, los cuales anteriormente había omitido por considerarlos tediosos e innecesarios.

PARTE I: ESTE MUNDO

Índice

«Ten paciencia, pues el mundo es amplio y vasto.»

Sección 1. Sobre la naturaleza de Flatland

Índice

Llamo a nuestro mundo Flatland, no porque así lo llamemos nosotros, sino para que su naturaleza resulte más clara para ustedes, mis felices lectores, privilegiados de vivir en el Espacio.

Imaginen una enorme hoja de papel sobre la que Líneas rectas, Triángulos, Cuadrados, Pentágonos, Hexágonos y otras figuras, en lugar de mantenerse quietas, se desplazan libremente por la superficie, sin poder elevarse por encima de ella ni hundirse debajo, muy parecidas a sombras—solo que sólidas y con bordes luminosos—, y tendrán entonces una idea bastante acertada de mi país y de mis compatriotas. Hace unos años, ¡ay!, habría dicho «mi universo»; pero ahora mi mente se ha abierto a perspectivas más elevadas.

En un país así, comprenderán de inmediato que es imposible que exista algo de lo que ustedes llaman «sólido»; sin embargo, supongo que pensarán que al menos podríamos distinguir a simple vista los Triángulos, Cuadrados y demás figuras moviéndose como las he descrito. Por el contrario, no podíamos ver nada parecido, al menos no de forma que permitiera diferenciar una figura de otra. Nada era visible, ni podía serlo para nosotros, salvo Líneas Rectas; y la necesidad de ello la demostraré enseguida.

Coloquen un penique en medio de una de sus mesas del Espacio; e inclinándose sobre él, mírenlo desde arriba. Les parecerá un círculo.

Pero ahora, retrocedan hasta el borde de la mesa y bajen poco a poco el nivel de sus ojos (con lo cual se acercan cada vez más a la condición de los habitantes de Flatland), y verán que el penique se vuelve cada vez más ovalado; y, finalmente, cuando tengan el ojo exactamente al ras del borde de la mesa (de modo que, por así decirlo, ya sean auténticos Flatlanders), la moneda dejará de parecer oval y, en la medida en que puedan verla, se convertirá en una línea recta.

Lo mismo ocurriría si trataran del mismo modo a un Triángulo, un Cuadrado o cualquier otra figura recortada en cartón. En cuanto la miren con el ojo a ras de la superficie de la mesa, comprobarán que deja de parecer una figura y que se transforma, en apariencia, en una línea recta. Tomen, por ejemplo, un Triángulo equilátero—que entre nosotros representa a un Comerciante de la clase respetable. La fig. 1 muestra al Comerciante tal como lo verían si lo observaran desde arriba; las figs. 2 y 3 lo muestran como lo verían si su ojo estuviera casi al nivel de la mesa; y si su ojo estuviera completamente a ese nivel (que es como lo vemos en Flatland) no verían más que una línea recta.

Cuando estuve en Spaceland oí que sus marineros viven experiencias muy parecidas cuando cruzan sus mares y divisan alguna isla o costa lejana tendida en el horizonte. La tierra distante puede tener bahías, cabos, entrantes y salientes de cualquier número y extensión; sin embargo, a distancia no ven nada de eso (a menos que el sol brille con fuerza sobre ella y revele sus salientes y concavidades mediante luces y sombras), nada salvo una línea gris e ininterrumpida sobre el agua.

Bien, eso es exactamente lo que vemos cuando alguno de nuestros amigos triangulares —o de otra forma— se acerca a nosotros en Flatland. Como no contamos con sol ni con ninguna luz capaz de producir sombras, carecemos de las ayudas visuales que ustedes tienen en Spaceland. Si nuestro amigo se acerca, vemos que su línea se agranda; si se aleja, se hace más pequeña; pero sigue pareciendo una línea recta: sea un Triángulo, Cuadrado, Pentágono, Hexágono, Círculo o lo que sea, no vemos sino una Línea recta y nada más.

Quizá se pregunten cómo, en estas circunstancias tan desfavorables, podemos distinguir a nuestros amigos unos de otros; pero la respuesta a tan natural pregunta será más apropiada y fácil cuando pase a describir a los habitantes de Flatland. Por ahora, permítanme aplazar el tema y decir una o dos palabras sobre el clima y las viviendas de nuestro país.

Sección 2. Sobre el clima y las casas en Planilandia

Índice

Al igual que en vuestro mundo, también en el nuestro existen cuatro puntos cardinales: Norte, Sur, Este y Oeste.

Al carecer de sol u otros cuerpos celestes, nos es imposible determinar el Norte de la manera habitual; pero disponemos de un método propio. Por una Ley de la Naturaleza, existe en nuestro mundo una atracción constante hacia el Sur; y, aunque en los climas templados es muy débil —de modo que incluso una Mujer en buen estado de salud puede recorrer varios estadios hacia el norte sin gran esfuerzo—, la fuerza que nos tira hacia el sur basta para servir de brújula en la mayor parte de nuestra tierra. Además, la lluvia (que cae a intervalos regulares) llega siempre desde el Norte, lo que representa una ayuda adicional; y en las ciudades contamos con la orientación que brindan las casas, cuyos muros laterales corren en su mayor parte de Norte a Sur, de manera que los tejados desvíen la lluvia que viene del Norte. En el campo, donde no hay viviendas, los troncos de los árboles sirven de cierta guía. En conjunto, no tenemos tantas dificultades como cabría esperar para orientarnos.