¡Plántate! - Josep Santacreu - E-Book

¡Plántate! E-Book

Josep Santacreu

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Una llamada a la acción y al compromiso de la sociedad. ¿Queremos ser recordados por haber dado la espalda a esta emergencia climática o por haber hecho todo lo posible por salvar nuestro hogar? Si eres de los segundos, este es el libro que no sabías que necesitabas.

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¡Plántate!

Crisis climática, bosques y salud humana

Dr. Josep Santacreu

Prólogo de Felix Finkbeiner

Primera edición en esta colección: noviembre de 2022

© Josep Santacreu, 2022

© del prólogo, Felix Finkbeiner, 2022

© de las ilustraciones de cubierta e interior, Sofia Santacreu, 2022

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2022

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-19271-56-3

Diseño de cubierta y fotocomposición: Grafime

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

Prólogo de Felix FinkbeinerIntroducción1. El planeta y los seres humanos2. Situación de los bosques3. Plantar más árboles para sembrar el futuro4. La otra emergencia: la pérdida de biodiversidad5. ¿Por qué es mejor construir con madera?6. Salud humana, naturaleza y cambio climático7. Alimentación para nuestra salud y la del planeta8. Desastres naturales y desplazamientos poblacionales9. Árboles urbanos y calidad de vidaEpílogoAgradecimientosDocumentales y películas recomendadasBibliografía

A mis padres, siempre.

A Eva y a nuestras tres hijas, Sofia, Silvia y Sandra.

A todos los niños y jóvenes del mundo para que promuevan y disfruten de la maravillosa recuperación de nuestro planeta.

Prólogo

He tenido el placer de conocer muy bien a Josep a lo largo de casi diez años trabajando juntos para construir la fundación Plant-for-the-Planet España. Conocí a un hombre que de alguna manera se las arregla para dirigir una de las compañías más importantes del país, DKV Seguros, mientras dedica una enorme cantidad de tiempo a abordar los desafíos sociales y ambientales en España y en todo el mundo. Además de ser el presidente fundador de Plant-for-the-Planet España, ha dirigido o codirigido numerosas organizaciones como la Fundación Ship2B, la Fundación Integralia y la Fundación Santacreu y ha asesorado a muchas más.

¡Y en medio de todo esto, de alguna manera también encontró tiempo para escribir este excelente libro!

Al hacerlo, ha desarrollado un conocimiento y una comprensión inusualmente profundos de algunos de los mayores desafíos de nuestro tiempo. Al leer este libro, lo apreciará como un pensador integrado y talentoso, que ve patrones y establece conexiones entre diferentes ámbitos. Especialmente entre el cuidado de la salud, área en la que ha recibido numerosos premios y trabajado a muchos niveles durante décadas, y la conservación y restauración ambiental, una de sus más profundas pasiones. Ha hecho un trabajo maravilloso en este libro aclarando las conexiones entre la salud humana, la biodiversidad y el cambio climático.

Una de las cosas que tenemos en común es nuestra profunda preocupación compartida por la deforestación global y la profunda convicción de que se puede revertir. Como escribe Josep, solíamos tener unos 6 billones de árboles en la tierra. Trágicamente, los humanos han talado la mitad, por lo que solo quedan 3 billones de árboles. En un mundo perfecto, traeríamos de vuelta todos estos árboles perdidos. Pero también necesitamos tierra para cultivar alimentos. Entonces no podemos restaurar los 3 billones de árboles perdidos.

Pero hay buenas noticias: podemos restaurar hasta 1 billón de árboles sin invadir tierras agrícolas. Una vez que esta gran cantidad de árboles haya crecido por completo, estos nuevos bosques podrían capturar entre 488 y 1 012 mil millones de toneladas de CO2. Eso es alrededor de ¼ a ⅓ de todas las emisiones humanas de CO2 hasta el momento (2,2 billones de toneladas).

¡Pero eso no es todo! Como describe Josep, la restauración de los bosques consigue mucho más que hacer frente a la crisis climática. Al asegurar que estos bosques se recuperen, esto nos ayuda a evitar la pérdida de especies de plantas y animales que llaman hogar a estos bosques, especialmente cuando los bosques albergan el 50 % de toda la vida en el planeta. La regeneración de los bosques también puede mejorar la calidad del agua local y reducir la erosión.

Además, traer árboles de vuelta puede ayudar a generar riqueza en los países del sur global. La mayor parte del potencial de captura de carbono de los bosques existe en América Latina, África y el sur de Asia. La restauración de bosques en estas regiones tiene muchos beneficios potenciales para la sociedad, incluida la creación de nuevas economías basadas específicamente en hacer que la restauración suceda. Esto puede conducir a la generación de miles de millones de dólares en ingresos para las economías nacionales y locales y los pequeños agricultores.

Y como muestra Josep, recuperar estos bosques también es esencial para la salud humana mundial.

Cuando los árboles se plantan entre cultivos en tierras agrícolas de manera adecuada, esto puede aumentar los ingresos de los agricultores al aumentar el rendimiento de los cultivos. Esto se conoce como Agroforestería. Alrededor de 1.600 millones de personas dependen de los recursos forestales para su sustento y alrededor de 1 200 millones de ellos usan árboles en las granjas para generar alimentos y dinero. Pero cuando la conservación y restauración de los bosques se realiza de manera deficiente, también puede afectar negativamente a la población local. Por lo tanto, es esencial que estos programas estén bien gestionados.

Nada de esto significa que nunca debamos talar y usar árboles. El 13 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero son causadas por la producción de hormigón y acero para la industria de la construcción. Al construir con madera en su lugar, podemos evitar estas emisiones. Además de eso, gran parte del carbono absorbido por un árbol permanece en su madera una vez que ha sido talada y convertida en una silla o una casa, y este carbono puede almacenarse durante siglos. Por supuesto, no debemos talar árboles de bosques primarios. Pero cuando volvemos a hacer crecer los bosques, la tala sostenible de algunos de los árboles es una parte importante para resolver la crisis climática.

Recuperar estos billones de árboles puede ser mucho más fácil de lo que piensas. En muchos casos, los bosques pueden recuperarse relativamente rápido por sí solos, por lo que no tenemos que plantar todos estos árboles nosotros mismos. En esas áreas, todo lo que tenemos que hacer es dejar de interponernos en el camino y la naturaleza plantará millones de árboles por sí misma. Este suele ser el caso cuando el área acaba de ser deforestada, el suelo todavía contiene muchas semillas y hay mucho bosque cerca intacto. Sin embargo, a veces los paisajes están tan degradados que la única forma de recuperar los bosques es plantar árboles. Debido a esto, es importante considerar cuidadosamente qué enfoques de restauración serán los más efectivos en cada área para que podamos restaurar los bosques (¡un billón de árboles!) lo más rápido posible.

Con todo el entusiasmo por la poderosa aportación que supone un billón de árboles nuevos, no olvidemos lo importante que es proteger los tres billones que existen actualmente. Un árbol protegido es mejor que un árbol recién plantado. Se necesitan décadas para que un árbol nuevo capture la cantidad de  almacenada por un árbol viejo. Todavía perdemos alrededor de 10 mil millones de árboles cada año. Eso es casi tantos como todos los árboles de España (–11 mil millones). La buena noticia es que este problema solía ser mucho peor. La deforestación global alcanzó su punto máximo en la década de 1980, cuando perdimos alrededor de 30 mil millones de árboles por año. Hemos avanzado mucho desde entonces. En las regiones templadas (Europa, América del Norte y el norte de Asia) hemos tenido una ganancia neta de bosques desde la década de 1990. Josep y yo creemos firmemente que podemos lograr eso para todo el mundo dentro de una década.

Naturalmente, los árboles por sí solos no pueden resolver la crisis climática. Lo primero es reducir drásticamente las emisiones globales de carbono poniendo fin al uso de combustibles fósiles, reduciendo el consumo de carne y con otras medidas presentadas por Josep en este libro. La restauración de bosques nunca puede ser un sustituto de la reducción de emisiones. Al mismo tiempo, la crisis está tan avanzada que no basta con reducir las emisiones. Debemos reducir las emisiones y restaurar los bosques al mismo tiempo para evitar que la temperatura global aumente por encima de los límites críticos de 1,5 °C o incluso de 2 °C.

Además, no son solo los ecosistemas forestales los que queremos restaurar. Para abordar la crisis del clima, de la biodiversidad, y de la salud humana, debemos restaurar todos los ecosistemas. Entre los más importantes para la mitigación climática se encuentran los humedales, los pastizales y las turberas, que pueden almacenar grandes cantidades de carbono cuando se protegen y restauran.

Restaurar los ecosistemas del mundo es una tarea enorme y estoy enormemente agradecido a Josep por haber dedicado tanto tiempo y energía a esa misión esencial. ¡Este libro es otra importante contribución a esa misión! Estoy seguro de que como lector apreciará como yo la habilidad del autor para explicar fenómenos complejos de manera concisa.

FELIX FINKBEINER

Fundador de Plant-for-the-Planet

Introducción

Es muy arrogante pretender salvar a la naturaleza, lo de verdad sensato es dejarnos salvar por ella.

FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE

Es hora de que elijamos la calidad sobre la cantidad en nuestras vidas, en todos los sentidos. Solo así podremos salvar el planeta.

SADHGURU

Siempre me acompaña una frase del obispo Pere Casaldàliga, defensor de los indígenas y de la Amazonia brasileña: «La vida sin causas no tiene sentido». A lo largo de mi vida me he involucrado en muchas causas de ámbito social, pero en las últimas décadas he dedicado buena parte de mi tiempo a reflexionar y a actuar en los temas que trata este libro: la crisis climática, los bosques, la salud humana y la conexión entre estos tres ámbitos.

Como médico y directivo de una empresa de salud, la preocupación por la salud siempre ha estado presente en mi día a día, y en las últimas décadas he podido ver con más claridad la relación directa que existe entre salud y naturaleza y, también, entre salud y crisis climática, hasta compartir lo que dice la Organización Mundial de la Salud: «El cambio climático es el mayor reto para la salud humana en el siglo XXI».

He leído mucho sobre cambio climático, calentamiento, reforestación, salud humana y naturaleza, también sobre aumento de población, migraciones dramáticas, responsabilidad, sostenibilidad... Hace más de veinte años que oigo hablar de construcción en madera, cuando el hormigón era una moda en la arquitectura, y hace diez que la tormenta de información referente al medio ambiente se ha desatado. Intentar poner en orden todos los estudios que surgen y encontrar su conexión como parte de un solo sistema es el reto de ¡Plántate! Mi intención es facilitar a todos aquellos que les preocupe nuestro futuro, el de nuestros hijos, unos parámetros mínimos e individuales de actuación o al menos de compromiso hacia los demás. El desconocimiento de los datos no debe ser una excusa para no actuar. Este libro pretende ser una llamada a la acción.

El calentamiento global, fruto del cambio climático, se origina con la acción humana, principalmente en los últimos 170 años. El uso de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) para producir energía a gran escala ha generado la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera. A estos gases se han sumado las emisiones producidas por el cambio de uso del suelo de la Tierra. La mitad de los bosques del planeta ha desaparecido y, en consecuencia, buena parte del carbono que almacenaban, especialmente en el suelo, ha acabado en la atmósfera. Los usos alternativos del suelo, la agricultura industrial, almacena mucho menos carbono e incluso llega a tener un balance negativo. Entre las emisiones de los combustibles fósiles y las producidas por el cambio de uso de la tierra, hemos llegado a unas concentraciones de gases que, inevitablemente, rompen el frágil equilibrio de la biosfera, alcanzado tras millones de años. El milagro de un ambiente óptimo para la vida está a punto de acabar. Los humanos somos la principal amenaza del planeta. No se trata de salvarlo, pues estaba antes de que llegáramos y la Tierra seguirá girando si desapareciésemos; se trata de salvar la variedad de especies de nuestros ecosistemas y muy especialmente de salvarnos a nosotros mismos. Según dice el filósofo Táíwò: «El cambio climático va a ser el tema central de la historia a partir de este momento. La crisis climática va a marcar ineludiblemente la agenda de la política y de la economía».

Si bien en este libro se habla de la necesidad de plantar árboles, debo decir desde el principio que la máxima prioridad en este momento es la reducción drástica de las emisiones procedentes del uso de energías fósiles. Lo último que deseamos los que promovemos la restauración de los bosques de la Tierra es que esto sea utilizado como excusa, como justificación, como lavado de conciencia para seguir extrayendo combustibles fósiles y seguir emitiendo gases de efecto invernadero. No debemos permitir que las acciones de adaptación al cambio climático, las medidas a medio y largo plazo como la restauración forestal, sirvan de distracción de la urgente necesidad de mitigación de las emisiones. Lo uno no puede ser sustituto de lo otro, todo es necesario y muy urgente.

Tras conseguir llevar las emisiones a cero hay que desarrollar planes de recaptación del CO2 atmosférico, ya que la concentración que ya hemos alcanzado, y seguimos empeorando, nos llevará en cuestión de unas pocas décadas a un escenario dantesco. Hemos de reducir esta concentración.

Para ello debemos apoyar decididamente las nuevas tecnologías que permitan captar CO2, pero, desafortunadamente, en la actualidad la única opción eficiente y a gran escala para capturar CO2 de la atmósfera y fijarlo es un nuevo cambio de uso del suelo, pasar a una agricultura regenerativa y la plantación masiva y sostenible de árboles y, por supuesto, la protección de los árboles en los ecosistemas actuales.

Hasta el momento hemos hablado de cómo mitigar el calentamiento global, cómo frenar el incremento de concentración de gases de efecto invernadero, pero un cierto nivel de calentamiento es ya inevitable. Las medidas de adaptación a ese nuevo escenario son imprescindibles, y la restauración de bosques es también una de las medidas de adaptación con más sentido.

Hacia el año 2002 el cambio climático pasó a ser un tema muy importante para mí; ese interés me llevó a estudiarlo y a empezar a tomar acciones en mi vida personal y en la empresa que dirijo. En 2004 en DKV Seguros teníamos ya la medición de nuestra huella de carbono, el impacto en emisiones de nuestra actividad. Iniciamos un programa amplio de reducción de emisiones, y hemos llegado a rebajar el 80 % comparado con el inicio del programa. En 2007, tras una importante reducción, decidimos financiar proyectos que compensaran las emisiones restantes y nos convertimos en una de las primeras compañías neutras en carbono.

Entre las múltiples actividades que desarrollamos, promovimos un programa de voluntariado con los empleados y familias que consistía en plantar árboles. Recuerdo el espíritu de camaradería y la satisfacción de mayores y pequeños tras plantar juntos cientos de árboles. En esa época tuvo lugar un hecho muy relevante para mí: asistí junto a mi esposa y el subdirector de la Fundación DKV Integralia a una jornada en Girona dedicada al emprendimiento social de jóvenes. Allí descubrimos y conocimos a Felix Finkbeiner, un niño de 12 años, y a su padre Frithjof. Ese día, tras la conferencia de Felix, me quedó claro un mensaje: mi generación lo ha hecho muy mal, hemos causado un enorme problema al planeta, no estamos reaccionando y vamos a dejar un mundo maltrecho a las siguientes generaciones. Pensé en mis tres hijas, en ese momento entre 3 y 5 años, y decidí apoyar la iniciativa de Felix para movilizar a los jóvenes frente al cambio climático con una idea sencilla, fácil de entender para cualquier niño: plantar árboles.

Felix Finkbeiner plantó su primer árbol en 2007, cuando tenía 9 años. Su profesora le había pedido que hiciera una presentación en clase sobre la crisis climática. Durante el fin de semana en el que la preparaba, él descubrió a Wangari Maathai, la bióloga y activista keniana ganadora del Premio Nobel de la Paz que unió dos causas: empoderar a las mujeres en África y plantar millones de árboles. Aquel niño no comprendió entonces la profundidad del legado de esta política africana, que dejó a su muerte 47 millones de árboles plantados, pero sí entendió que esos árboles servían para luchar contra el cambio climático. Con la clarividencia de los niños, pensó que también él podía plantarlos, y como él muchos más niños, porque es algo fácil, todo el mundo puede hacerlo. Unas semanas después plantó su primer árbol y lanzó la organización Plant-for-the-Planet para movilizar a decenas de miles de niños de todo el mundo con una misión: plantar un millón de árboles en cada país.

El chispazo de Finkbeiner llegó en 2011 a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Para entonces miles y miles de niños como él ya estaban plantando árboles en otros muchos lugares. Con 13 años se subió al estrado y lanzó un nuevo objetivo a la audiencia: plantar un billón de árboles. «Los niños sabemos que los adultos conocen los desafíos que tenemos por delante, y también las soluciones para estos desafíos, por eso no entendemos por qué hay tan poca acción». Recientemente la ciencia ha calculado y documentado lo que Felix intuyó: la plantación masiva de árboles por todo el mundo es una de las formas más baratas y de mayor alcance para retirar carbono de la atmósfera, cuya acumulación por las actividades humanas está aumentando la temperatura del planeta a velocidad de vértigo.

En 2015 un grupo de científicos vinculados a Felix y a Plant-for-the-Planet calculó por primera vez cuántos árboles podrían plantarse dejando intactas las áreas urbanas y la superficie actual de tierras para cultivo. Un segundo trabajo del equipo en 2019 fue publicado en la revista Science y aportó un dato fundamental: si se estableciera un programa mundial de plantación de árboles, estos podrían retirar entre un cuarto y un tercio de las emisiones actuales generadas por los humanos por su capacidad de absorber y almacenar CO2. Los árboles ya habían sido considerados por los investigadores climáticos de la ONU unos aliados importantes para mitigar los efectos del calentamiento global; ahora ya sabemos que son imprescindibles y que la cifra lanzada a sus 13 años por Felix Finkbeiner no era el sueño de un niño, es una realidad factible y necesaria.

La humanidad ha dedicado miles de años a crear una organización social y una tecnología que nos proteja de los caprichos de la naturaleza, pero estamos tirando todo este esfuerzo, toda esta herencia, por la borda. No creo que los seres humanos vayamos a extinguirnos, pero las consecuencias para nuestro modelo social van a ser enormes.

Nadie desea que sus descendientes tengan un mundo inhabitable. Sin embargo, lo que estamos haciendo, y sobre todo lo que no estamos haciendo, revela la profunda falta de habilidad para tomarnos el futuro tan en serio como nos tomamos el presente.

¿Se está reaccionando?

Sí, hemos empezado a reaccionar como humanidad, pero poco y tarde: vamos directos a un incremento de 3 °C. En unos pocos años alcanzaremos el incremento de 1,5 °C respecto a la época preindustrial, esto supondrá un mundo lleno de olas de calor en verano, sequías extremas, inundaciones devastadoras, reducción de cosechas y una rápida fusión de las capas de hielo y el progresivo aumento del nivel del mar. En dos décadas se superarán los 2 °C, lo que nos llevará a una grave amenaza para la estabilidad global de la humanidad, y para antes de final de siglo superaremos los 3 °C, los niños que nacen ahora van a vivir un mundo mucho más hostil que el de sus abuelos y padres. Esta no es una estimación solo de activistas o agoreros; publicaciones como The Economist comparten esta hipótesis al analizar los planes comprometidos por los Estados y los planes en curso de las industrias de combustibles fósiles.

Alcanzar 3 °C más de temperatura es una catástrofe de proporciones difíciles de comprender. Será un mundo mucho peor de lo que debería ser y esto será letal para una cifra incalculable de millones de seres humanos. Por cada 0,5 °C más de calentamiento el impacto es todo un mundo. Afectará a millones de personas, que sufrirán escasez de agua y pérdidas de cosechas, y que deberán dejar sus casas debido a las inundaciones y el aumento del nivel del mar.

Décadas de activismo climático han sacado a la calle a millones de personas, pero no se ha reducido el incremento continuo de emisiones ni las inversiones en sectores contaminantes, ni siquiera se han frenado los incentivos públicos a esos sectores.

¿Qué esperamos que hagan los activistas? ¿Estar de brazos cruzados? ¿Seguir solo con manifestaciones en la calle?

Si no hay un compromiso firme, empezando por los gobiernos, hemos de esperar una radicalización en sus posturas a pesar del origen profundamente no violento de este movimiento.

Con toda la información de que disponemos, sabemos que nos encaminamos hacia una emergencia global, pero se hace difícil que el conjunto de la sociedad acepte medidas extraordinarias como otras veces las ha aceptado por catástrofes o guerras.

Hemos empezado a percibir los efectos del calentamiento global, pero no lo suficiente como para que el conjunto de ciudadanos esté dispuesto a hacer los sacrificios necesarios para evitar los peores escenarios. Cuando sea evidente, será demasiado tarde. Este es el gran reto de la clase política y de los líderes sociales de nuestro tiempo: encontrar el modo de cambiar de dirección. Necesitamos líderes que, con su pedagogía, ejemplo, leyes, presupuestos e incentivos nos lleven hacia la nueva dirección y que no se frenen por los lamentos de los sectores que han sido responsables, queriéndolo o no, de traernos hasta aquí.

¿Cómo forzamos a los líderes políticos para que hagan lo que se debe hacer, de manera rápida y evitando un sufrimiento masivo? No tengo la respuesta para esta pregunta, pero intuyo que si no lo hacen vamos a vivir no solo una crisis climática, sino también un gran conflicto social con buena parte de los sectores de nuestra sociedad, especialmente de los jóvenes. El presidente J. F. Kennedy decía: «Aquellos que hacen imposible la revolución pacífica, harán inevitable la revolución violenta». Ojalá no lleguemos a esos extremos.

El Protocolo de Kioto era vinculante, pero sirvió de muy poco. Después de décadas de negociación, los países aprobaron en 2015 el Acuerdo de París, un nuevo tratado contra el cambio climático que se asienta en compromisos voluntarios. Si somos sinceros, en los últimos quince años, coincidiendo con el nacimiento de Plant-for-the-Planet, primero como movimiento y luego como fundación, no hemos avanzado nada.

Solo hemos ido a peor y hemos perdido la oportunidad de aprovechar un tiempo precioso. La frustración de los jóvenes va en aumento y podemos predecir una radicalización en sus posturas. ¿Qué vida les espera de aquí a unas décadas con el calentamiento desbocado? Felix, con 9 años, en 2007 fue un precursor de este movimiento de denuncia, pero siempre con un enfoque constructivo. Ahora movimientos como Fridays for Future y otros están adoptando posiciones más fuertes que debemos comprender, aunque nos cueste entender algunas de sus acciones, como ver a jóvenes veinteañeros haciendo huelga de hambre porque su gobierno no toma suficientes medidas al respecto, o jóvenes que se plantean no tener hijos por la preocupación sobre el cambio climático. Un estudio reciente publicado en The Lancet por equipos de las universidades de Bath y Stanford presenta los resultados de una encuesta realizada a 10 000 jóvenes de diez países distintos. Cerca de la mitad afirma que la ansiedad por el cambio climático está afectando su vida diaria.

Los investigadores manifiestan su sorpresa al escuchar a tantos jóvenes de todo el mundo decir que se sienten traicionados por los que supuestamente deben protegerlos. En los países del sur es donde los porcentajes de preocupación por el cambio climático son mayores. No es hora de paños calientes, es hora de reflexionar con los datos científicos de que disponemos, de escuchar a los jóvenes y tomar las medidas que hagan falta para abordar esta emergencia.

Los centros de análisis que estudian el riesgo de extinción de la humanidad se han centrado hasta la fecha en los siguientes escenarios: colisión de meteorito, calentamiento global, pandemia de origen animal, guerra nuclear, pandemia por bioterrorismo y evolución catastrófica de desarrollos tecnológicos.

Hasta la guerra de Ucrania de este 2022, el riesgo de guerra nuclear había descendido en los últimos tiempos, pero el arsenal nuclear sigue siendo enorme y las amenazas del presidente ruso Vladímir Putin muestran que el peligro no ha desaparecido.

La pandemia era un escenario al que se le asignaba baja probabilidad, pero tras la irrupción del coronavirus las cosas han cambiado. Un patógeno de alta transmisibilidad y efectos graves no se puede descartar. Respecto a las colisiones con asteroides, recordemos que está generalmente admitido que hace unos 65 millones de años un asteroide o cometa de grandes dimensiones colisionó con la Tierra, y lanzó tanto polvo a la atmósfera que el planeta se enfrió hasta provocar la extinción de los dinosaurios. Según la NASA, las colisiones de grandes objetos en el espacio se producen, por término medio, una cada 100 000 millones de años. Por tanto, la probabilidad de que se produzca en los próximos cien años es de una entre mil.

Respecto al calentamiento global, las predicciones más verosímiles nos dicen que causará catástrofes regionales a lo largo de este siglo, aunque no la extinción de la humanidad. Empeorarán de forma intensa pero desigual las condiciones para la vida humana en el planeta. La gran incógnita, sin embargo, es el alcance que puedan tener fenómenos de retroalimentación, como por ejemplo la liberación de metano a consecuencia del deshielo del permafrost siberiano, entre otros. Los fenómenos que se denominan «de punto de inflexión» podrían empeorar muy radicalmente los escenarios de evolución lineal previstos por los científicos hasta la fecha.

Tenemos muchos datos contrastados, mucha información y evidencia científica y, a pesar de eso, se gobierna y se sigue viviendo de espaldas a este conocimiento. Sabemos que la mitad de la solución de cualquier problema siempre está en reconocerlo y en cuantificarlo, la otra mitad está en los planes de acción. Sea por idiotez o sea por intereses políticos y económicos de corto plazo, no se ha aceptado la crudeza de la realidad que vivimos y esto es preocupante. La orquesta, en primera clase, sigue tocando porque casi nadie percibe que ese iceberg sea un peligro real para nosotros, y confiamos en que las futuras generaciones ya lidiarán con él.

Nada volverá a ser como antes, iremos a peor y hay que prepararse, crear infraestructuras y estrategias adecuadas para adaptarnos a la nueva realidad. Los desastres van a crecer y las temperaturas van a seguir subiendo, en buena parte porque hemos arruinado el suelo. Hemos perdido el 60 % de la superficie del suelo de calidad del planeta. Tardaremos cientos de años en recuperarlo. Y también porque seguimos quemando combustibles fósiles. Hasta hace doscientos años estaban ahí, intactos, y empezamos a excavarlos y transformarlos en carbón, petróleo y gas, quemándolos, convencidos de que no se acabarían y de que su combustión apenas afectaba al planeta. Nos hemos equivocado radicalmente. Cuando los científicos dicen que en ocho décadas van a desaparecer la mitad de todos los hábitats y animales de la Tierra, que nos dirigimos hacia la sexta extinción, ni los medios de comunicación, ni los políticos, ni la sociedad en general se hacen eco suficientemente, ni reaccionamos como corresponde.

Como cada año, previo al Foro Económico Mundial de Davos se publica su Global Risk Report. Este 2022 los más de mil líderes políticos, económicos e institucionales encuestados consideran que el mayor riesgo para la humanidad es el cambio climático.

El economista del MIT, Otto Scharmer, constata: «Hay que hacer el cambio del ego al eco. Necesitamos una nueva consciencia. Hemos de transformar nuestra economía, nuestro estilo de vida y la forma en que manejamos y elegimos lo público. Pasar a la energía renovable, a la agricultura orgánica y a un sistema de gobierno y de toma de decisiones diferente que permita alinear la actividad económica con un futuro sostenible para la humanidad». El sistema económico debe colocarse de otra forma, dando prioridad al desarrollo sostenible. El crecimiento y los beneficios económicos no pueden estar por encima de la protección del planeta. Jane Goodall, la primatóloga más admirada, afirmaba recientemente: «Si no encontramos otra forma de vivir, seremos una especie extinguida»; y añade: «¡Sí, juntos podemos salvar el mundo y lo haremos!». Este es el lema de la organización Raíces y Brotes, que ha creado para promover la educación en temas medioambientales de los jóvenes. Ojalá Jane tenga razón, pero no perdamos ni un minuto más para empezar a hacer lo que ya sabemos que hay que hacer.

Hace unos meses coincidí con Odile Rodríguez de la Fuente en una mesa redonda. Ella está llevando a cabo una gran labor de difusión medioambiental dando continuidad a la tarea pionera de su padre, quien influyó de manera relevante en varias generaciones de españoles. Odile nos dijo: «Por primera vez en la historia de la humanidad estamos empezando a comprender la interconexión de todo lo que hacemos y todo lo que nos rodea. A tratar los retos de forma multidisciplinar y sistémica y con ello conseguir mejores soluciones para hacer frente a los mayores retos que jamás hemos afrontado». Esta reflexión nos recuerda a la hipótesis Gaia, formulada en 1979 por James Lovelock: la biosfera (atmósfera y parte superficial del planeta) se comporta como un sistema complejo autorregulado que tiende al equilibrio, tiende a unas condiciones más favorables para la vida. Como asegura Odile, hoy tenemos mucha más información relevante de cómo es esta interconexión y la evidencia de que la inconsciente actuación humana está rompiendo el equilibrio alcanzado a lo largo de millones de años.

Estamos inmersos en nuestro día a día, en nuestras vidas, y no nos es fácil percibir la extrema fragilidad del equilibrio en el que vivimos. Recientemente una imagen me ayudó a captar mejor esta realidad. Me refiero a una fotografía de la Tierra en la que se ponía en proporción el tamaño del planeta con la finísima capa que es la troposfera. Esta fina capa es donde se desarrolla la vida y donde ocurren los fenómenos meteorológicos que nos afectan: lluvia, vientos... Se trata de una capa cuyo grosor oscila entre 8 y 19 kilómetros, dependiendo de la latitud; pongamos un promedio de 12 kilómetros. Si nos desplazamos 15 kilómetros a nuestro alrededor, en dirección norte, sur, este u oeste, todavía estamos prácticamente en nuestro vecindario, nuestro entorno. Si queremos dar la vuelta al planeta tenemos 40 075 kilómetros por delante. En cambio, si estos 15 kilómetros los subimos en vertical, hemos salido de la troposfera y entrado en la estratosfera. Si ponemos esta distancia en relación al radio de la Tierra, con sus 6371 kilómetros, estamos hablando de que la capa donde todo ocurre es de una amplitud de solo una sobre seiscientas veces el radio total del planeta. El equilibrio de ese finísimo espacio es el que está en juego con la alteración de los flujos calóricos de la radiación solar y del retorno al espacio condicionado por efecto de los gases que los humanos hemos emitido y que provocan el efecto invernadero.

En principio todos tenemos interés en la supervivencia y en la calidad de vida actual y futura de nuestro planeta, pero se necesita el compromiso y la acción de toda la sociedad para sanar nuestra relación con la naturaleza. Todas las partes interesadas han de involucrarse sin demora en la protección de la naturaleza. Se requieren soluciones globales a gran escala y hemos de empezar por un cambio en nuestra manera de vivir y operar en el mundo. No podemos seguir ignorando la ciencia. La clave de las próximas décadas es conectar el conocimiento con la tecnología y la naturaleza para repensar nuestra economía. Si nos basamos en hechos, tendremos una visión nítida de lo que está sucediendo, y así, al tomar consciencia, promoveremos los cambios con la magnitud y urgencia que se requiere. Si no actuamos pronto, sucederán cosas muy negativas en poco tiempo, nuestra generación lo sufrirá y para las siguientes generaciones será catastrófico. Y no nos lo perdonarán.

Para complementar el contenido de este libro y facilitar su comprensión, se han incluido vídeos cortos e ilustrativos que hacen referencia a los temas tratados.

Historia Plant-for-the-Planet 4:42

Movimientos que remueven conciencia Plant-for-the-Planet y ¿por qué empezó?

1.El planeta y los seres humanos

Estamos viviendo un desastre a escala global, originado por el hombre, es la mayor amenaza en miles de años: el cambio climático. Si no actuamos, el colapso de nuestra civilización y la extinción de buena parte del mundo natural está en el horizonte. Lo que ocurra ahora, y en los próximos pocos años, afectará los próximos miles de años.

SIR DAVID ATTENBOROUGH

Nuestros hijos no tendrán tiempo para disentir sobre el cambio climático. Estarán ocupados lidiando con él.

BARACK OBAMA

Nuestra huella en la Tierra

A la Tierra se le calcula una antigüedad de 4600 millones de años. Nuestros ancestros no aparecieron hasta hace apenas 300 000 años.