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Boris Vian

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Beschreibung

La escritura poética de Boris Vian (1920-1959) se extiende a lo largo de dos décadas, de los primeros años cuarenta hasta finales de los cincuenta. Tan solo dos colecciones 'Barnum's Digest' y 'Cantinelas en jalea' aparecen en vida del escritor. Los 'Cien sonetos' que empieza a crear tal vez a finales de los años treinta y el primer lustro de los cuarenta son publicados en 1984 de la mano del editor Jean-Jacques Pauvert; los poemas agrupados en torno a 'No quisiera palmarla', lo hacen en 1962, con notable éxito de ventas en la década de los sesenta y setenta. Si comparamos su producción poética con el resto de su obra, puede pensarse que esta ocupa un lugar relativamente reducido. Pero lo cierto es que ya se hable de poesía, de novela, de teatro o de canción, el espíritu poético que preside el conjunto de lo escrito por Boris Vian es incuestionable. De hecho, a lo primero que debemos dar el calificativo de poético es a su vida, ahora ya perteneciente a los dominios del mito, fuertemente impulsada por un deseo transformador propio de alguien que quiere construir un mundo a su medida, que quiere hacer de la vida algo diferente a lo que llamamos realidad. Vida y obra están íntimamente unidas en Vian, el hombre se encuentra siempre detrás de su escritura, mudado a una nueva dimensión, la del yo poético, es decir, la de la vida poética.

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POESÍA COMPLETA

Boris Vian

POESÍA COMPLETA

Edición deJuanAntonioTello

ColecciónPoesía universal

Director:Manuel Aragón

19

Diseño de cubierta:Marie-Christine del Castillo

«Cantilènes en gelée», «Cent sonnets»:

© Christian Bourgois et Cohérie Boris Vian 1972, 1984

© Librairie Arthème Fayard 1999 de la edición enOeuvres Complètes

«Barnum’sdigest», «Poemasdiversos», «Última colección»

© Fond’action Boris Vian

© Edición y traducción: Juan Antonio Tello ©2014. Editorial Renacimiento

ISBN: 978-84-16981-65-6

Impreso en España Printed in Spain

Vida poética de Boris Vian

La producción poética de Boris Vian (1920-1959) se extiende a lo largo de dos décadas, de los primeros años cuarenta, cuando empieza a componer sus sonetos en un ejercicio de versificación que le enseña a manipular la lengua francesa, hasta finales de los años cincuenta, donde contamos con algunas piezas que no encuentran acomodo en un plan de conjunto, pero que siguen alimentando una obra descomunal si se la compara con el tiempo que tarda en escribirla, apenas veinte años. Se hable de novela, de teatro o de canción, es cierto que el espíritu poético preside el conjunto de lo escrito por Vian, aunque no se encuentre enmarcado en los formatos habituales de este tipo de expresión. De hecho, a lo primero que debemos dar el calificativo de poético es a su vida, que ahora ya pertenece a los dominios del mito, pero fuertemente impulsada por un deseo transformador de la realidad propio de aquel que quiere construir un mundo a su medida, que quiere hacer de la vida algo diferente a la vida misma, como bien indica en su poema «Un día, habrá algo diferente al día…», perteneciente a No quisiera palmarla, un emblema de su ideario. Vida y obra están íntimamente unidas en Boris Vian, el hombre está siempre detrás de la escritura, transformado en una nueva dimensión, la del yo poético, es decir, la de la vida poética. Es evidente cuando dice: «No se comprende una obra, se comprende al hombre que la ha hecho».

De los más de dos centenares de poemas de que consta su poesía, solo los correspondientes a Barnum’s Digest y Cantinelas en jalea ven la luz en vida del escritor. Tanto los Cien sonetos, que tiene a punto ya en el año 1946, como reconoce en una carta a Raymond Queneau a propósito de la publicación de Vercoquin y el plancton en Gallimard, como los poemas agrupados en torno a No quisiera palmarla, son objeto de sendas publicaciones póstumas, estos últimos en 1962, con un considerable éxito de ventas durante la década de los años sesenta y setenta, y los primeros en 1984, ambos de la mano del editor Jean-Jacques Pauvert. Tenemos que remontarnos a finales de los años treinta para ver a un joven Boris componiendo fragmentos rimados en su casa de Ville d’Avray, acompañado de familia y amigos. Educación y juego, cultura y divertimento, van ligados en la familia Vian. Su padre, Paul, transmite a sus hijos unos valores básicos en la formación de la personalidad del escritor: el absoluto desprecio por las instituciones clericales, el ejército y la política, la indiferencia por los valores materiales o la exaltación de la libertad. De la biblioteca de la casa –Kafka, Mac Orlan, Andersen, Wells, los hermanos Grimm, Lewis Carroll, Rabelais, Alfred Jarry– se deduce un poso literario significativo en la posterior concepción de sus universos literarios, volcados en una imaginación delirante que toma prestados rasgos de una tradición bien definida dentro de la literatura francesa. El mismo Boris reconoce únicamente, en el contexto de sus filias, las figuras de François Rabelais, Lewis Carroll y Alfred Jarry, tres grandes transgresores de la realidad, así como, de manera puntual, el Pilón de Faulkner y Adolfo de Benjamin Constant. Entre sus contemporáneos destaca su gran amigo Raymond Queneau, tal vez el único o uno de los pocos que cree abiertamente en el genio vianesco en los malos momentos, quien firma el prólogo de El arrancacorazones, donde reconoce que un día Boris Vian iba a convertirse definitivamente en Boris Vian, es decir, que el escritor iba a mostrar la verdadera medida de sus posibilidades.

A pesar de esta ausencia de clasicismo declarado, engañosa por cuanto se sabe que lee ya desde los cinco años y que habría devorado todo tipo de libros, sus lecturas escolares remiten al precedente simbolista, aunque solo sea como punto de referencia para sus ejercicios de estilo. En Cien sonetos, en efecto, los simbolistas franceses son objeto de atención en los poemas «Arte poética», basado en el célebre poema de Verlaine del mismo nombre; «À Arthur», donde, por medio del calambur, se subraya la conocida afición a la bebida de Rimbaud; o «Armonía de la tarde», pastiche del poema homónimo de Charles Baudelaire. Verhaeren aparece tanto en Cantinelas en jalea, con las variantes ortográficas de «Las ciudades tentaculares», como en Vercoquin y el plancton, el único libro, se dice, que ha leído el personaje Fromental. El precedente simbolista supone una corriente relativamente reciente para los poetas surrealistas, generación cronológicamente anterior. Los simbolistas son, de hecho, los padres de la poesía moderna, los creadores de un lenguaje que rompe con los moldes del clasicismo poético. Breton, por ejemplo, escribe, en 1913, poemas a la manera de Mallarmé. Louis Aragon también los emula. El simbolismo forma parte de su formación, del mismo modo que el surrealismo se encuentra en el contexto histórico que le toca vivir. Simbolistas y surrealistas comparten el mismo gusto por la provocación, su aversión por todo lo que tenga que ver con lo religioso, sus ansias renovadoras.

A pesar de que Vian no tuvo en ningún momento relación con los círculos surrealistas –aunque sí cuenta con amigos que habían formado parte de este movimiento, tanto en el mundo de la literatura como en el de la pintura–, en su obra puede entreverse la presencia de temas y motivos convergentes. No está de más recordar que los surrealistas, de media, le superan en veinte o veinticinco años. Jacques Prévert, un caso cercano que luego se convierte en vecino, amigo y compañero del Colegio de Patafísica, nace en 1900 (Boris Vian en 1920). Con él, y con otros nombres como Max Jacob, Roger Vitrac, Henri Michaux, Francis Ponge, Tardieu o Raymond Queneau, comparte un mismo gusto por la manipulación del lenguaje. En 1945-1946, estos autores, junto con Sartre, Camus o Supervielle, se encuentran en primera línea literaria. André Breton, al que dedica una «Crónica del mentiroso», «Impresiones de América», en principio rechazada por la revista Les Temps Modernes, que narra en clave de humor el exilio del papa del surrealismo en Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial, regresa a París en 1946, justamente el año en que Boris Vian se estrena como escritor publicando Vercoquin y el plancton. Breton, Péret, Duchamp o Max Ernst habían optado por mantenerse al margen del conflicto bélico, mientras que otros como Desnos, Aragon, Éluard y sobre todo René Char, quien abraza el maquis, habían participado de una manera más activa en tiempos de la ocupación alemana. Por estas fechas, no obstante, el movimiento surrealista ha comenzado un declive que desembocará en una disolución gradual.

Los cadáveres exquisitos con los que se divierten los habitantes de «Les Fauvettes», nombre de la residencia de Ville d’Avray, son un indicador de la gran influencia ejercida por el movimiento surrealista en los años veinte y treinta. Vian compartió con ellos una serie de principios que, podría decirse, estaban en el ambiente: su espíritu inconformista, unido siempre a un vitalismo exacerbado, ciertas prácticas estéticas que ponen en entredicho la percepción ordinaria del mundo, un universo regido por leyes que contravienen la lógica habitual de las cosas, la preponderancia del sueño y del inconsciente como alternativa a la percepción de lo real, la presencia del amor, del erotismo, del juego como elemento literario y sociabilizador, del humor recurrente, la importancia máxima que se otorga al lenguaje, tratado como un fin en sí mismo. Sus novelas hacen honor a ese principio creativo por el cual la ficción no busca imitar la realidad, sino convertirse en un universo verdaderamente alternativo, un nuevo orden de cosas gobernado por leyes ajenas a la pauta aristotélica. Relatos como «Drencula» mezclan sueño y erotismo en proporciones similares y se justifican por dar rienda suelta al subconsciente más primario. Sonetos como «BZZZ…», «SNCF», «Alta filosofía» o «Altos fondos» nos sumergen en ese mundo de sueños y pesadillas tan característico de la estética surrealista. El erotismo, en sus diferentes formas, está presente en multitud de poemas, especialmente de la colección Cantinelas en jalea. El amor entre hombre y mujer (bien sea desde el juego galante, la relación sentimental, el erotismo o lo pornográfico), la homosexualidad, la zoofilia, etc., encuentran acomodo en la obra vianesca, tratados casi siempre desde el filtro del humor, un humor que surge muchas veces de la situación evocada, o buena parte de ellas del tratamiento de un lenguaje que se justifica por sí mismo, por su carácter lúdico y trasgresor. Neologismos, arcaísmos, alteraciones ortográficas y homofonías, aná­foras, digresiones, proverbios, paronomasias, calam­bu­res, mezcla de registros popular y culto, son habituales en su escritura. El principio de formación que nutre los sonetos, anunciado ya en el primero de ellos, «A mi cariñito», se rige por esas grandes líneas maestras que gobiernan el conjunto de su obra: humor, experimentación con el lenguaje, gusto por la provocación, mezcla de luces y sombras personales, formalismo disfrazado de heterodoxia. Motivos como el del descuartizamiento en poemas como «Los mares de China» o en canciones como «Au bon vieux temps» inciden en un horizonte común de imágenes. Fobias hacia algunos personajes de la importancia histórica de Paul Fort o Paul Claudel se repiten en el universo Vian, como bien indican los poemas que les dedica tanto al príncipe de los poetas, titulado «Aportación al príncipe», como al místico en «Autodefensa del calambur» o «A mi musa». La alusión jocosa a otros escritores es relativamente frecuente en su obra y pone de evidencia unos gustos literarios bien definidos, sin excesivas concesiones a lo que pueda quedar en sus márgenes. Paul Claudel, junto con Pierre-Jean Jouve, Pierre Emmanuel, Jean-Claude Renard o Claude Vigée, son los representantes de una poesía enmarcada en la búsqueda espiritual y mística. La serie «Estorninos» de los Cien sonetos recrea de manera divertida esa frecuentación del mal y la doble postulación hacia Dios y hacia Satán que se da tanto en la obra de Baudelaire como en la de Pierre-Jean Jouve, una dialéctica que relaciona estas nociones con el acceso a la escritura poética, con el favor de las musas.

En otro contexto bien diferente, Vian se topará de nuevo con otro tipo de misticismo, el de Jean Grosjean, amigo de Malraux, lector en Gallimard y posteriormente codirector de la NRF, esta vez al competir con él como finalista del «Prix de la Pléiade», al que optaba con su novela La espuma de los días. Boris Vian cuenta con el apoyo de Raymond Queneau, Jean-Paul Sartre y Jacques Lemarchand pero finalmente se impone Terre du temps de Jean Grosjean, preferido de Malraux, de Jean Paulhan y de Marcel Arland, entre otros, quienes serán de ahí en adelante blanco de sus iras. Este episodio queda reflejado en el poema «No he ganado el Prix de la Pléiade», en el que Vian se queja amargamente del desenlace de lo que sin duda hubiera sido un espaldarazo a su carrera literaria. Los ecos de esta decepción traspasan el ámbito del poema y llegarán a aparecer incluso en alguna de sus novelas, como sucede, de manera referencial, en El otoño en Pekín.

A mitad de los años cuarenta, la situación de la poesía francesa discurre al hilo de los acontecimientos. Atrás quedan los grandes ismos artísticos. Este estado de cosas insta a los poetas a tomar posiciones con respecto a la realidad histórica. La situación de guerra en que vive el país demanda un tipo de expresión más apegado a lo real. El lenguaje poético sirve de vehículo para la alusión y el equívoco, más proclives a escapar de la censura. La poesía de la Resistencia, y también, en otros términos, los miembros de la Escuela de Rochefort, buscan un lenguaje más directo y sencillo, al tiempo que una interiorización de lo personal. La escuela de Rochefort rechaza el uso de la poesía clásica, el exceso de esteticismo que caracterizaba al surrealismo. La experiencia cotidiana toma la delantera. La poesía de la Resistencia (1939-1945) supone un hecho no solo literario, sino histórico, la emergencia de nuevas generaciones preocupadas por su futuro más inmediato, agrupadas en torno a revistas como P.C. 39-40, Poésie 40, Messages, Fontaine, Confluences. La poesía se convierte en un canto nacional, algo semejante a lo que propone Aragon una década después con su defensa encendida de la métrica regular en Les Lettres Françaises. El ejercicio literario deja paso al compromiso social. El poder creador cede ante las evidencias. Jean Starobinsky, por ejemplo, analizaba la situación y las motivaciones de la poesía de la Resistencia en Francia en términos comparativos con lo que supuso el Romanticismo, el Simbolismo o el Surrealismo, capaces de crear por sí mismos un clima literario dominante. La realidad, en cambio, apunta al horizonte de una Francia vencida y ocupada, herida en su sentimiento de grandeza, inmersa en la experiencia trágica de la condición humana. El 14 de julio de 1943 aparece, en las Éditions de Minuit, una primera antología, L’Honneur des poètes, que reúne en una colección clandestina a veintidós poetas, ocultos tras seudónimos. Benjamin Péret reprocharía, en «Le Déshonneur des poètes», el espiritualismo cristiano y la glorificación del nacionalismo que se lleva a cabo en este volumen, así como el bajo nivel estético de una escritura que no alcanza, a su juicio, la calidad de un prospecto farmacéutico. Boris Vian, a buen seguro, hubiera suscrito esta afirmación si no se hallara en esos momentos en una situación bien diferente. De hecho, lo hace de forma explícita en «Baladas de nuestra guerra», donde alude a Paul Déroulède, fundador de la «Liga de patriotas» en 1882, chantre de la reconquista de Alsacia y Lorena. Los surrealistas calificarán estos cantos resistentes de «déroulades».

El año 1939, Boris Vian ingresa en la Escuela Central de Artes y Manufacturas. Queda exento del ejército a causa de sus dolencias cardiacas. El 6 de noviembre de 1940 comienza sus estudios en Angoulême, ciudad a la que había sido trasladada la Escuela Central a causa de la guerra. La correspondencia con su madre, «la mère Pouche», denota una falta de conciencia del conflicto, del que solo se escuchan ecos en zona no ocupada. Vian es demasiado joven para asumir plenamente la situación en la que vive el país, demasiado opuesto a los principios que mueven las guerras como para tomárselos en serio. Lo que no impide que en sus poemas queden muestras de ello, desde las series «Zazous» o «En cartillas» de Cien sonetos, un verdadero testimonio en tiempos de la ocupación; «Balada pesimista», «Balada de los mercados oscuros», «Balada del año cuarenta», «Balada de nuestra guerra»; poemas como «Han puesto carteles», que describe la publicidad que el ejército nazi había colocado en los muros de París para amedrentar a la población, negros sobre fondo rojo, sanguijuelas que buscan la sangre, como evoca poéticamente Vian; o el pastiche en clave erótica a que somete el famoso poema «Libertad» de Paul Éluard, un emblema de la poesía resistente, una especie de reto lanzado a su amigo Claude Léon, compañero en la orquesta de Claude Abadie y en el Office du Papier.

El declarado antimilitarismo de Boris Vian queda fuera de toda duda. Tiempo más tarde será sancionado de manera rotunda con las vicisitudes que sufre su canción-poema «El desertor», que pasa a las generaciones posteriores como paradigma del canto «procivil». La canción, incluida en la gira que realiza por diferentes ciudades de Francia y Bélgica en 1955, provoca reacciones hostiles entre el público. Hay que recordar el clima nacionalista que se respira en pleno contencioso colonial. A instancias de Paul Faber se prohibe su difusión en las ondas. Vian redactará una carta abierta a este concejal parisino en la que defiende enérgicamente sus ideas al respecto. Otra carta bien diferente, dirigida esta vez al Colegio de Patafísica, «Lettre à sa Magnificence le baron Mollet, Vice-Curateur du Collège de Pataphysique, sur les truqueurs de la guerre», reafirma en las mismas ideas.

A finales de la Segunda Guerra Mundial se produce una progresiva caída de la poesía en la indiferencia. Los años cuarenta y cincuenta están caracterizados por una precariedad de la palabra, un desgarro del yo y del mundo. El surrealismo se agota y la poesía resistente cede su lugar, en los albores de los cincuenta, a un periodo de incertidumbre, momento propicio para las grandes interrogaciones. Los jóvenes poetas que intentaban ocupar el lugar de los dadaístas y de los surrealistas no acaban de cuajar en sus propuestas literarias. La poesía se oculta y el interés se traslada a la prosa. Boris Vian escribe dos de sus colecciones de poemas en este lapso de tiempo, con escasa suerte en lo que se refiere a Barnum’s Digest, publicado por cuenta de autor, y Cantinelas en jalea, cuya repercusión puede considerarse prácticamente anecdótica. Los Cien sonetos, como hemos dicho, permanecen sin editar hasta los años ochenta. 1945-1950 es la época de Saint-Germain-des-Prés, de la revista Les Temps Modernes, de Jean-Paul Sartre y de Camus, del existencialismo, como bien refleja Vian en su novela La espuma de los días, donde se parodia la fiebre por el autor de El Ser y la Nada. Esta época trasciende en las dedicatorias de los poemas de Cantinelas, donde se cita a personajes como «los Escorpiones», Jean d’Halluin y su mujer Colette, editores de la novela negra de Vian, Jacques Prévert, Édith Piaf, Odette Bost (esposa de Pierre Bost), Brenot, Raymond Queneau, los pintores Lucien Coutaud y Félix Labisse, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, muchos de ellos habituales del barrio. Boris reina como «príncipe de Saint-Germain».

Pero es con otro pintor, Jean Boullet, con quien colabora para la creación de Barnum’s Digest. Barnum’s supone un acercamiento al mundo de lo fantástico mediante la colaboración con este artista y dibujante y su galería de monstruos de feria. Poesía y pintura se unen aquí a través de la figura literaria de la écfrasis. En el siglo XX se ha apreciado una vuelta a la máxima latina «ut pictura poiesis». La pintura se convierte en un modelo de referencia para la poesía. Apollinaire es tal vez quien mejor ha sabido combinar la poesía moderna y la crítica de arte, con permiso de Charles Baudelaire. Cuando Boris Vian se entrega al ejercicio de escribir diez poemas a partir de diez dibujos de Boullet, toda una tradición le contempla: la de la ilustración, el cuadro-poema, el poema-cartel, el caligrama, etc. Lo propio del periodo en el que escribe no es tanto la posibilidad de inventar nuevas propuestas como las consecuencias estéticas de esta conversación. Aragon y Matisse, Ponge y Giacometti, Char y Braque o Miró, Éluard y Max Ernst, son algunos de los artistas que han ensayado el culto a la amistad ecfrástica. La relación que Vian establece con los dibujos de Jean Boullet es, sin embargo, estrictamente mimética y descriptiva: «Diez monstruos fabricados por Jean Boullet y traducidos del americano por Boris Vian», una fórmula similar a la utilizada en la autoría de su novela negra. Vian no escribe los poemas, los traduce a partir de la interpretación de las ilustraciones. Su punto de vista es eminentemente humorístico, un nuevo ejercicio de estilo.

Una encuesta realizada en 1950, tres años más tarde, muestra las reticencias de los editores a publicar poesía. La renovación esperada tras la guerra no se ha producido. Editar libros de poemas no es un buen negocio. El interés de la prensa se traslada a la novela y al teatro. En seis años, Boris Vian publica sus cinco novelas –Vercoquin y el plancton (1947), La espuma de los días (1947), El otoño en Pekín (1947), La hierba roja (1950) y El arrancacorazones (1953)–, en las que pueden encontrarse muchos de los motivos, temas y preocupaciones que también se hallan en su poesía. La crítica ha calificado su novela de demasiado poética, en contraste con una poesía demasiado prosaica, lo que deja entrever la interacción de diferentes tonos y registros de su escritura. Lo poético se inmiscuye en la novela y el teatro. Los límites entre géneros se quiebran. Las obras de Queneau (Chêne et Chien), de Audiberti (La beauté de l’amour) o de Aragon, que titulaba su libro de poemas Le roman inachevé, sirven para ilustrar esta tendencia. La elección de los personajes o de las situaciones, el tratamiento del lenguaje, el recurso de las imágenes, son otros tantos factores que intervienen en esa visión poética que puede imprimirse a un texto narrativo. Raymond Queneau decía, a propósito de su novela Le chiendent (1932), que se había fijado reglas tan estrictas como las que pudiera haber en la creación de un soneto. Michel Butor apostaría más adelante por una alianza entre la visión poética y la perspectiva novelesca, una trasfiguración de la realidad con la que Boris Vian, una década antes, juega a fondo en sus novelas. Las reflexiones del personaje Wolf de La hierba roja están en esta misma línea de poetización de la realidad que después se ensaya en el Nouveau Roman. Los recuerdos puros no existen, dice Wolf, solo las impresiones que guardamos de otras épocas se superponen para formar una realidad diferente, ajena a lo vivido, con los rasgos de otra personalidad. Un misterio (el de la identidad) no se puede sustituir por una palabra, ya que esto da como resultado la creación de otro misterio.

Numerosos ecos de la poesía de Vian pueden encontrarse en sus novelas, o viceversa. El exceso de celo con que la madre de El arrancacorazones cuida a sus trillizos remite al poema «La vida en rojo» de Cantinelas en jalea y, a su vez, a un episodio bien definido. A causa de su frágil salud, su madre le colma de atenciones hasta el punto de agobiarle y coartar su libertad de adolescente. Doble trasposición, poética y narrativa, a partir de un dato biográfico. Esa misma sensación de encierro y ahogo aparece, con otros términos, en poemas como «Las islas», novelas como La espuma de los días u obras de teatro como Los forjadores de imperio. Los fantasmas relativos a la enfermedad y la muerte, al envejecimiento, a las pulsiones sexuales, la violencia y la crueldad, al deseo de libertad, al ansia de notoriedad, están presentes en toda su obra. Wolf dialoga consigo mismo, con su reflejo de plata en el espejo, y se pregunta qué es lo que le sucede, qué le apetece hacer, cómo puede encaminar una vida que no discurre por el camino deseado. Examina a su familia, sus estudios, la religión, el sexo, las relaciones sociales, sus inquietudes metafísicas. Y entonces es inevitable pensar en poemas como «Por qué vivo», «Ya no me apetece mucho» o «No quisiera palmarla», escritos en un periodo difícil, un momento clave que a la postre desemboca en el abandono de su carrera literaria para dedicar sus esfuerzos a su faceta musical.

El distanciamiento con su mujer, Michelle Léglise, es ya evidente a finales de los años cuarenta. El fisco le reclama el cobro de impuestos atrasados por los derechos de autor de su novela negra. Tiene pendiente una denuncia por atentado a las buenas costumbres referente al caso Escupiré sobre vuestras tumbas, interpuesta por el arquitecto Daniel Parker, director del «Cartel d’action sociale», que desemboca en juicio, con una fuerte multa y prohibición de reeditar la obra. En 1950 aparece La hierba roja, una novela, como acabamos de ver, muy próxima en sentimientos y preocupaciones a los poemas de No quisiera palmarla, que tiene escasa repercusión entre los lectores. Lo mismo sucede, tres años después, con El arrancacorazones. Boris vive con estrecheces, traduce por encargo, colabora en revistas como Constellations, Arts, La parisienne, Jazz Hot, etc. Comienza a escribir guiones cinematográficos y espectáculos de cabaret. Conoce a Ursula Kübler, la que será su segunda mujer. Todas estas circunstancias aparecen reflejadas de un modo u otro en sus poemas.

Al margen de este cuestionamiento vital, común también a los tiempos que le han tocado vivir, existe un condicionamiento del propio acto de escritura. Sus momentáneos fracasos literarios le empujan seguramente a ello. Poemas como «Uno más», «Los hay que tienen trompetillas», «Ella estaría ahí, tan pesada», «Ya no tengo muchas ganas», «Si fuera poeta», «Me gustaría» o «Todo se ha dicho cien veces» ponen en cuarentena no solo la capacidad de decir que puede otorgarse al acto poético, sino la posibilidad o las ganas que Vian tiene en esos momentos de expresarse en términos poéticos. El deseo de ser escritor preside su vida desde principios de los años cuarenta. Su originalidad es indudable, fraguada al margen de las diferentes corrientes estéticas con que hemos querido contextualizar su trabajo creativo. Pero su adscripción a unas determinadas coordenadas culturales queda igualmente fuera de toda duda. El papel que juega el escritor en el conjunto de la poesía francesa de la época se sitúa en una serie de campos bien concretos. Vian choca contra la moda existencialista, tanto a nivel intelectual como personal. A pesar de haber colaborado en varias ocasiones para Les Temps Modernes con sus «Chroniques du menteur», de frecuentar en una época determinada la compañía de Jean-Paul Sartre y de Simone de Beauvoir, las reservas que mantiene para con ellos son evidentes. En los poemas que les dedica en Cantinelas, titulados «Las moscas», por razones obvias, y «Los mares de China», uno de los poemas más duros de su obra poética, se muestra a las claras esta desconfianza.

Boris Vian se posiciona, por un lado, en el contexto de la novela negra, por otro, en la Ciencia Ficción. La «Série Noire» puesta en marcha por Gallimard, dirigida por Marcel Duhamel, abre brecha en la tradición francesa con la consideración de un género de marcado acento anglosajón. Con el seudónimo de Vernon Sullivan firma cuatro novelas. La primera de ellas supone un verdadero acontecimiento para la prensa de la época y un quebradero de cabeza continuo en la vida del escritor. Escupiré sobre vuestras tumbas se contextualiza en la moda de la novela negra americana, de gran presencia en las librerías de la época. Henry Miller, Caldwell, James Cain o Peter Cheney son algunos de sus precursores. Vian firma un pastiche, es decir, una imitación de género eminentemente lúdica. Entre 1948 y 1949, traduce tres obras para la «Serie Negra» de Gallimard: La dame du lac y Le Grand Sommeil de Raymond Chandler y Les femmes s’en balancent de Peter Cheney. Otros nombres ilustres como Robert Scipion, Jacques-Laurent Bost o Henri Robillot, amigo y compañero del Colegio de Patafísica, a quien dedica más tarde uno de sus poemas, le acompañan en estas tareas traductoras.

Hay que mencionar igualmente la Ciencia Ficción, de la que Vian es un ferviente defensor gracias a sus traducciones y a sus artículos en revistas especializadas. Su implantación en Francia supone un fenómeno reciente para la época. Boris Vian, que busca continuamente nuevos modos de expresión y nuevas expectativas, es seducido por el afán de novedad que encarnan el cine y la literatura futurista. Junto con Michel Palotin, Raymond Queneau, Pierre Kast, France Roche y François Chalais, forma el «Club des Savanturiers», sabios aventureros que comparten la misma pasión por la Ciencia Ficción. Traduce al canadiense E. A. Van Gogt para la editorial Gallimard, Le monde des à y Les aventures des Ã. Se interesa por la obra de Alfred Korzybski, autor de Science and sanity, una introducción al pensamiento no aristotélico en la que se proponen marcos lógicos diferentes. La Ciencia Ficción insta a otras formas de la imaginación, un nuevo lirismo y una nueva moral materializados en el cine y la literatura. En su artículo «Possibilités d’un cinéma amateur», publicado en el Festival Internacional de Cine Aficionado de Cannes, aboga por conceptos como la emoción, la sátira, la ligereza, la alegría y la renovación. Carga contra el neorrealismo italiano. Sus gustos oscilan, muy al contrario, entre la fantasía, la aventura y el erotismo, una nueva mística y un deseo de transformar la propia realidad. La Ciencia Ficción invierte los términos históricos y propone un cambio de lógica que fractura antiguos esquemas clásicos, un propósito semejante a lo que trasciende de la lectura de alguno de sus poemas: formalismo y renovación, búsqueda de perspectivas. Si de lo que hablamos es de lenguaje literario, entonces hay que hacer referencia obligada, una vez más, a Raymond Queneau. Su convergencia literaria y personal es evidente, uno de los puntos de referencia realmente válidos a la hora de considerar la escritura vianesca en su máxima expresión. Vian y Queneau comparten tiempo, espacio e ideas estéticas, un mismo gusto por la subversión lingüística, un vasto catálogo de recursos cuyo fin es cuestionar el carácter convencional del lenguaje. Juegos y creaciones forman parte de una misma estrategia. El lenguaje es un material para los sueños, el sueño de la escritura que consiste en construir mundos paralelos, alternativos, microcosmos poéticos que, en esta ocasión, están hechos a partes iguales de luces y de sombras, de obstáculos y de deseo, de vida poética.

* * *

La edición original de la poesía completa de Boris Vian, de donde parte esta traducción, estuvo a cargo de Marc Lapprand para Cent sonnets y de Gilbert Pestureau para el resto de las colecciones: Barnum’s Digest, Cantilènes en gelée, Poèmes divers y Dernier recueil. Todas ellas están incluidas en Boris Vian, Oeuvres, V, París, Librairie Arthème Fayard, 1999.

Mi agradecimiento a Marie-Christine del Castillo por sus valiosas aportaciones a esta traducción.

Juan Antonio Tello

POESÍA COMPLETA

CIEN SONETOS1

Fuera de encuadre

A mi cariñito2

Como soy muy viejo, sé muchas historias,

Y he hecho para ti no menos de un ciento.

Oh, ciertamente no es ni fino ni poderoso

No me ha exigido esfuerzos meritorios

Pero es un poco loco, un poco blasfematorio

Un poco alegre a veces, un poco triste3 de paso

Guarda un poco de forma, y se va degradando

Si es preciso, pero era un motivo perentorio.

No me reproches que me burle de todo.

No me burlo. Me complazco sobre todo

En meterle mano en los rincones oscuros a mi pobre musa…

Ella berrea a menudo. Vaya, no entiendo nada,

Y le hago daño en sus tiernos encantos…

Pero me da un poco igual si es lo que te gusta.

Lotería

Si delante de ti quieres tener dinero

Ahorra mucho. Es fácil

La lotería te presta un brazo dócil

Será de tu suerte buen agente

Compra un billete, eso es lo más urgente

Para elegirlo no celebres un concilio

No te digas «soy un imbécil»

Si su compra te deja hecho un indigente

Sin miedo espera el momento del sorteo,

Y nunca muestres tu rabia

Si tu esperanza se va a pique,

Porque es culpa tuya: tenías que haber cuidado

En situarte bajo la alta salvaguarda

Del muy benigno Saint Honoré d’Eylau4.

Bzzz…

Dios supo odiar bastante para crear las moscas,

Horribles, aterciopeladas, con su cuerpo inquietante

Hinchado de pus amarillento, y en su vuelo flotante

Arrastrando un no sé qué fúnebre y turbio.

Contradiciendo a Satán que pudre lo que toca

Vosotras, moscas, tocáis lo que se pudre, al probar

Todas en masa el ojo rosáceo y rezumante

De bestias cegadas por vuestras ávidas bocas

Y vuestra ala estridente con nervaduras de hierro

Eleva en mi pesadilla un nebuloso infierno

De cuerpos velludos, surgidos de la sombra donde se golpean

Los clavos del largo ataúd donde extenderé mi cuerpo

Y que será quemado en la llama inmortal

Para librarme de vosotras, cuando esté muerto…

El Memo

I. Trivial

Nació, gordo y redondo. Riendo como un bendito

Se entretenía solo en su ligera cuna.

Hizo como todos más de un riachuelo

También igual que a todos le cambiaron el pañal

Tuvo tres años, el pelo largo, luego flequillo.

Bueno las más de las veces, fue un jovencito

Normal, que hacía ruido, que empujaba su aro

Como otros niños, le gustaban las naranjas

El azúcar, los caramelos, los pasteles y la fruta,

Comía gruesos filetes con gran apetito

Apreciaba también la sopa y las verduras.

Prefería las caricias a los golpes. A menudo

Cogía la gripe después de un resfriado

Todas las mañanas, se vestía al levantarse.

II. Instituto5

Creció sin cambiar mucho, pero su pereza

Le hacía muy rápido terminando sus deberes

Es una solución que se puede pensar…

En la matemática, mostraba poca destreza.

Eso le decidió. ¿Por qué buscar siempre

Cultivar directamente la rama del saber

En la que pareces brillar? Dijo «adiós»

A las letras, luego tanteó la ecuación traidora

Y le fue muy bien. Siempre penúltimo

No se preocupaba, sabiéndose prisionero

Del engranaje oscuro de las diferenciales.

Aprobó sin problemas el bachillerato de letras

Que había preparado, recaída venial

Para colmo, luego, lo llamaron a filas.

III. Novato6

Y llegó el examen para una gran escuela

La riada contenida de mil buenos cretinos

Hacia doscientas plazas, levantarse por la mañana

Cargados de tormentas latentes, y el corazón que enloquece…

La cristalera inmensa, tumultuosa cacerola

Donde cuecen cerebros nadando en sus destinos

Con los ceños fruncidos, las llamadas clandestinas

Las salidas, clamando una orden de Rolle7…

Por fin, el mes de espera inquieta y de engaño

Que durará diez años pero solo duró una hora

El oral tan esperado, lamentable y solemne

La incomprensión de los compañeros sin entrañas

El buen corazón de verdugos barbudos de mirada cruel

Y el día del triunfo en que se derrumban las murallas.

IV. Joven

Y era la edad nueva de los bailes agarrados

A los cuerpos ligeros, cargados de olores fluidos

Besos atrevidos posados sobre la fiera tibieza

De suaves cabelleras dulcemente acariciadas

A veces el recuerdo de esas horas pasadas

En resolver un problema de triste profundidad

Se deshilachaba, vapor ligero, en el ardor

De labios, en su boca anhelante apretados

Pero agudo, por debajo de la línea del sueño

El anzuelo de su trabajo venía sin tregua

A enganchar, cual pérfido relámpago, su corazón

Y su mirada cansada seguía en la noche clara

A las carcajadas nerviosas de grandes risas burlonas

La ronda desmelenada de horribles espectros escolares…

V. Castigos

En la Escuela, un hombre grueso de tez marchita

Miembro del Instituto –era el director–

Le ignoró, como a aquellos cuyo –crimen indicativo–

Padre no era «alguien en la vida».

No por ello aprendió menos estereometría

La construcción de puentes o de generadores

Y el arte del militar, y el del dibujante

Para ganar su pitanza y servir a la patria.

Pero con la cabeza vacía y los pies pesados

Cruzó la puerta al cabo de tantos días

Un poco ebrio de sentir su cuerpo en equilibrio

Cuidadosamente atado reposaba en sus manos

Haz de fuego devorador donde van las almas libres

El rollo del diploma para engañar a los muchachos.

VI. Segundo final

Así, con los ojos fijos en su sueño engañoso

Partió a la vida, provisto de un buen coraje

Y con una cabeza en la que flotaba un hermoso espejismo

Aterrizó por fin con un gran director

«Entre, querido compañero y colaborador.

Entre, se pondrá enseguida manos a la obra»

Entró, viéndose construir un gran pantano

Ganaba un poco menos que un fresador ajustador.

Pero estaba feliz. Su sueño tomaba cuerpo

Se veía subir en un plazo récord

Los peldaños abruptos de su nueva carrera

Treinta años más tarde, esperando aún el éxito,

Fue, como coronación de una vida regular,

Ascendido a jefe de oficina por un fallecimiento…

Aportación al príncipe8

Quiero poner por las nubes al príncipe de los pohetas9

Cada uno de nosotros10 le debe un homenaje florido

Cargado de un tufo a incienso en cien cerebros madurado

Amplio como el vuelo del gran quebrantahuesos

Alabemos, alabemos a Paul Fort11. Que reine en la cresta

De Olimpo de picos agudos habitados por el cabrito

Que su nombre para siempre de los mortales sea querido

Y en la Hélade áurea que laurel en la cabeza

Reine, no contento de haberlo hecho sobre nosotros.

Así, en el humo azulado, los vudúes

Reinaban, dominadores, en los tiempos de los sacrificios.

Ya está. He celebrado sus obras perfectas.

Y qué importa después de todo si –que Satán me castigue–

No conozco ni uno de los bellos versos que ha escrito…

Hot12

Calma chicha, mar pálida, cielo vacío

Sol abatido en una esquina

Alrededor de los mástiles giran sin fin

Algunas vagas aves lívidas

El vientre de las velas se arruga

Y cuelga después de tantas mañanas…

La brea se funde al fondo de las junturas.

En toda la extensión árida,

Sin movimiento y sin color,

Bajo la opresión del calor,

Las sombras caen, chatas, muertas.

Y el océano, cemento reluciente

Hace presa, encarcelando, yaciente

Al inerte bajel que soporta…

Stars

Amigos, lloremos: el gusto francés ya no existe

Vayan al cine, vayan a ciegas

Y contemplen un poco los rasgos de la estrella

Ruborízate, público, de ver en qué te complaciste.

Dos quizás de cada cien películas serían excluidas

Del museo de los horrores. Y uno se sujeta la cabeza

Para entender. Y no comprende. Será uno tonto

¿Por qué los productores tienen la mente tullida

Hasta el punto de cargar con semejantes mujeres?

¿Es que no existen, sin ser maravillas,

Quienes besarían también, podrían rodar también

Poseerían en cambio un encanto perceptible

Para el común de los mortales, imbuido

Por el afán de cuidar un poco la superficie sensible?…

Retractación pública

Vírgenes de la pantalla, amo vuestros talles finos

Vuestros ojos, cargados de pestañas no todas vuestras

Vuestro suave cabello lleno de nuestros sueños locos

Vuestra piel redonda y vuestro aspecto coqueto

Simone, con tus hoyuelos mimosos

Gaby la pelirroja y la negra13 sobre todo

Michèle, y en su granero guardalotodo

La impetuosa y presta Micheline,

Marie, tan morena, escapada de una imagen

Coloreada que data de la Edad Media

Y Josseline de clara melena

Tú sola en fin que a todas superas14

(En edad también –ella da la razón–)

Venus de espaldas, Danielle de frente15…

Peces

Pescadores, glotones, quiero para vosotros en un soneto

Cantar la fauna larga y lisa de las aguas templadas,

Desde la farra, querida por el antiguo aeda,

Hasta el pez gato –Bebé diría: pez minino.

El tiburón peregrino, piadoso bajo su bonete

La breca16, enemiga del pequeño conejo; el feo

Rape17, siempre alegre, y la aguja, siempre tiesa

La anguila18 altanera (no es bueno, lo reconozco)

El lucio, que teme ante todo al encuadernador19

La carpa, celebrada por Horacio20; olvidadiza,

La rémora, que busca un me21 problemático

Y el avaro gobio, caballa la escocesa22…

Pero al piscicultor geómetra francés

Aconsejo que cultive la raya tórica23.

SNCF24

Envidia… Enroscada confusamente en mi cerebro

Mosca amarilla enviscada en la apestosa basura

Envidia… Las palabras acuden… Tortura… impura… Aguanta…

La amarga podredumbre que llena la bodega

Rincones de sombra… ásperos deseos y mal siempre nuevo

Mordedura de lo posible con el diente siempre duro

Alcantarilla fétida cuyo torrente de desperdicios

Del pantano del crimen alcanzaría el nivel…

Todo se calma y se calla. La pesadilla se vacía

Dejando como un absceso algunas huellas lívidas

Pero, incansable lepra, insidioso coral

La envidia roe mi corazón y lo mancha y lo agujerea.

Bajo el túnel del mal resbalando al choque de los raíles

El vagón de mi alma tiene asientos de barro…

Flores25

Centinela al borde de un estanque

Hay cerca de la charca garita…

En la clara mañana dolor súbito

(Alba, espina) os hiere a menudo.

Ira, Ys, es un Dios amenazante

Que sumerge la ciudad maldita.

Ojo, odia, Dios siempre, y huida

De Caín y de sus hijos.

Peso de cien horas dice las penas

Del detenido bajo pesadas cadenas.

Encanto, es lo que Amélie tiene

Cuerpo helado de amor asesino

Mañana estarás en el cementerio

Donde para tu corazón pesada losa hay…

Alta filosofía

Pesadillas con dedos de carbón

Demonios danzantes, árida arista

De picos negro sobre blanco cuya cresta

Enmascara el abismo que de un salto

Se cruza para caer en él, gibones

Colgados de las horcas, sucias cabezas

De locas, viles, blandas bestias

Viscosos estorninos del Gabón

Mi cerebro retorcido se obceca

En buscaros, pálidos cometas

De aromas nauseabundos

Y os quiero, y os celebro

Porque los malos sueños son buenos

Si son los buenos los que echamos de menos.

Tierras abstrusas

Hace algunos días, tuve un sueño espantoso

Era un Verdadero poeta, y en un papel amarillo

Escribía en Verdaderos Versos un fragmento del largo de una vara

Con tinta rosa… y he aquí cinco de ellos

Curva en el subsuelo de las fuentes pálidas… Puerto de los valientes

Contemnando26 rupícola en la ojiva del fauno agrio,

Hacia la nada del gesto, así de los alisos fuerza lanzada…

Calmemos las mañanas tenebrosas…

¡En mí brota el liripipión de los ontógonos!…

Y mi despertador sonó. Yo había visto la gorgona

De frente, y sudaba como lenguado gratinado.

Ahora, he comprendido como hacen los poetas

Se duermen tan pronto la noche está completa

Y no ponen jamás su despertador.

Norte

Se fue hacia el océano nórdico

A pescar los peces grises que se encuentran allí

Bregaba en la guata pálida donde se pelean

Buscando su ruta en el seno del rebaño esporádico

Unos veleros, bramando en largos golpes espasmódicos

Para arrancar las vidas en desigual combate.

Durante las guardias, mascando su picadura de tabaco

Soñaba, y el agua chapoteaba, fatídica…

Y era, en el país, la estación de los regresos.

Ella iba vestida con sus mejores galas

Y cantaba: «Brisa ligera, oh brisa suave

Dime si volverá a su casa de Armor»

Y, lejos sobre el acantilado y sobre la landa rojiza,

En un suspiro apagado el eco respondió… «muerto…».

Autodefensa del calambur

Por qué pues dedicarme a las mil gemonías

Nada hay más fertilizante que un saco de guano…

Fresas, ¿creceríais sin el apestoso tonel

Que esparce a vuestros pies la materia bendita?

¡Vil calambur! se dice. Pero suave armonía

Para el oído de quien no ama en absoluto a Giono27.

Yo florecía ya cuando el pálido gorrión

Arrullador llevó la aceituna a Armenia…

Pero vosotros estáis celosos. Y vosotros, espíritus fuertes,

Leéis a Claudel28, parece, sin esfuerzos

Vamos, villanos forjadores de piezas edificantes

Abejorros29 pesados de vuestros gusanos blancos30, todos, ¡largaos!

Porque del espíritu que vuela soy solo el excremento31,

Pero caigo de lo alto mientras vosotros os arrastráis.

S.E.P.I.32, etc.

Burócrata, con manguitos de una lustrina inmunda

Tirado en los papeles que se apilan debajo de mí

Contemplo, soñador, un viejo texto de leyes,

Y me rasco la frente con una pluma de escritorio33

Tengo trabajo. Qué más da… El giro del mundo,

Aunque la pereza se apodere de mí,

No se detendrá. Es una suerte, a fe mía,

Pero me da igual. Segundo tras segundo

El tiempo resbala, viscoso, en el tubo de los días

Se pega a las paredes, retrasándose en los recodos

Luego pasa y quedo con mi alma vacía

Y me rasco la cabeza esperando la noche

La hora en que absorba con mandíbula ávida

La col maloliente cuyo olor yace en el pasillo.

Altos fondos

¡Dichosos los lívidos ahogados mecidos por las olas!

Los gusanos no les comen en un ataúd oscuro…

Sus pulmones están liberados de los miasmas impuros

De sepulcros donde el humor y la sanies fluye…

¡Oh! Verduscos náufragos de los fondos donde el mar se balancea,

Al margen de vuestra vida cuando el deleátur

Apunta de repente, no vais a yacer bajo el suelo duro,

Bajo la tierra sucia y triste que va cavando el vampiro…

El ardiente abrazo de ocho brazos del pulpo os embriaga,

Y vencidos por la suavidad del agua, de no vivir ya,

Reís a grandes carcajadas, henchidos por el orgullo

De amar en los abismos grises el cuerpo frío de las sirenas,

El oro de los soles tragados por la mar soberana…

Ella ríe y muestra también los dientes de sus escollos…

Zazous34

I. Elzazou

«… y la princesa le rechazó porque no llevaba zapatos de ante…»

Mme d’O’Noy35Contes swing

Los pantalones estrechos, los hombros caídos,

El cabello de punta, el ojo azul, el aspecto idiota,

El zazou se levanta y su cráneo-cascabel

Brilla, con las sienes oprimidas por la gomina.

Desde mediodía, con un paso indolente,

Arrastrando los pies y chupando una colilla,

Vagabundea, yendo de bar o de café swing

A otros lugares, a ahogar el demonio que le atormenta.

Sí, desde el momento en que triunfó, fecha funesta,

El pequeño cuello inglés, desde que toda chaqueta

Debe caer hasta la rodilla, desde que el sombrero

Debe moldear el occipucio dejando la frente libre,

El zazou ya no vive, porque busca la piel,

Para calzarse, de un ante36 que sea de su calibre…

II.Swing-concert

«Decir que Michel Warlop o Claude Laurence tocan bien, ¡es un descaro!…»

Yo

El violín multiplicaba las notas agrias

Y los zazous aullaban de gozo. Luego el batería

Se esforzó como un loco mientras que el cantante

Atacaba su estrofa. Se decía que los negros

Nunca lo habían hecho mejor. Un cretino, alto y delgado,

Movía un pie al compás. Lleno de arrogancia

Otro saboreaba, con los ojos medio cerrados, protector,

La melodía que desplegaba su ritmo alegre.

Era un buen concierto. Nunca las desafinadas notas

Habían conocido la aprobación de tantas tontas.

Un éxito semejante no se encuentra a menudo.

Y como se apaciguaba, sin motivo aparente,

El horrible pandemónium, un zazou, levantándose,

Agitaba su índice cuando todo había terminado…

Surprise party

Elpick-up escupía un blues melancólico

El ambiente estaba cargado de polvo y de olores

Unos zazous bailaban sujetando contra sus corazones

A pequeñas chicas de trasero espasmódico

En un armario, una pareja aficionada a la obstetricia

Se entregaba a juegos llenos de arte y de candor

Otra en un rincón intentaba con ardor

Acoplar las amígdalas al ritmo de la música.

Unas manos se encontraban bajo faldas muy cortas

Ebrios, dos tórtolos (Y si dijera: ¿dos zoquetes?)

Buscaban una cama; las camas estaban todas ocupadas…

Dejen besuquearse a esta juventud dichosa

¿Para qué extirparles de este impuro purín

Si su esperanza se limita a frotar mucosas?

III. Sueño dezazou

«… conozco un pequeño cine clandestino donde ponen películas americanas, amigo…»

X

En este bar swing donde el ambiente es agobiante

Dormita, golpeando sin convicción el fondo

De su pipa de la que cae el candente rescoldo…

A veces se ajusta con una gracia inquietante

Su corbata de rayas amarillas y amaranto…

Y luego sueña y piensa en su sueño ridículo

Lo que cuesta ver en las pantallas a Charlot

Que el Craven37 es escaso y la época repugnante.

Entonces, tiende la mano hacia su cóctel de fresas

Se dispone a responder a las niñas tontas

De las que le gusta verse rodeado todo el día

Se esfuerza en parecerse a la esfinge de Edipo,

Cierra a medias los ojos, sonriendo a su corte,

Y, para matar el tiempo, enciende otra pipa…

IV. Amor dezazou

«… No por ser swing se deja de conocer el amor…»

X

Ella bailaba, ligera con sus zapatos de suela de madera.

Un largo traje marrón moldeaba su bonito busto.

Una pulsera de ámbar, grabada, de trabajo tosco

Ceñía su muñeca. Bajo un pañuelo de lunares

Su melena rojiza iluminaba su cara.

La falda corta dejaba entrever justo

Una rodilla redonda enfundada en seda. ¡Gracia venusta!…

¡Esplendorosa juventud!… «Érase una vez

La princesa más maravillosa del mundo,

Y su madrina fue la soberbia Esclarmonda…38»

Así me acordaba de los cuentos de antaño

Y mi corazón de zazou ardía de dicha serena

Y yo saltaba, enlazando tiernamente a mi reina

Proyectando bien alto mis calcetines de color rubí…

V.esquire

«… Soy zazou, esa es mi gloria…»

X., antiguo monaguillo

Los viejos no conocen la atracción de una revista

Para un joven hecho, de veinte años de edad.

Antes la más Bella, en los jardines de primavera,

Se dejaba tentar por la manzana divina…

No saben ya lo dulce que es tener las pintas

De un héroe de la pantalla, salir con el buen tiempo

Paraguas en mano, con las solapas subidas,

Unos guantes, un sombrero nuevo; quedar con Corinne

Y con Jacky, sentarse en un cercano Pam-Pam39

Quemando antiguo Virginia del Tío Sam,

Sentirse igual que la novena página

Del último número que trajo Charley

–«¡Pero de estrangis!… ¡Querida!…»– en su último viaje

Y que fue desde entonces nuestra Magna Carta40…

VI. A un viejo

«… el cocotero, ¡qué bonito sueño!…»

Cécile S.41

Sí, pero esos viejos restos que se burlan sin cesar

En sus mejores tiempos hacían otro tanto

¡Les sienta bien burlarse de nuestro pelo flotante!…

Se peinaban al estilo «Jockey» en su juventud…

Les sienta bien aplastar nuestra amable alegría

Y nuestros bailes al ritmo de un jazz brillante.

¿El cake-walk42 era entonces más excitante?…

¡Ancestros, sed sinceros! Tuvisteis vuestras debilidades.

Y el cuello duro de diez centímetros de alto

No se llevaba en la época de Brunegilda43

Pero sí en mil novecientos, príncipe, ¡o me confundo!…

Protestáis. Echáis de menos vuestros tiempos…

¡Dejad pues que se pudran vuestros cuerpos tullidos!

Se tiene más bondad cuando uno está fuera de uso.

VII. La pradera

«… para gustar a Dorio-Manitú44, fue desenterrada el hacha de guerra…»

Big chief Ough-Amough Ough, Obras…

Unzazou paseaba por la calle Gay-Lussac.

Tenía la mejilla rosa y el bigote alegre,

Era un verdadero zazou: sombrero castaño oscuro

Zapatos de ante, chaqueta larga y pantalón de embudo.

Ahora bien, provisto de tijeras, de un cuchillo, de una alforja,

Una especie de hindú, curtido, sombrío y delgado

Vagaba, buscando fortuna y su espíritu íntegro

Agitado como a merced de una horrible resaca

Soñaba con una cabellera reluciente de brillantina,

Con batalla, con guerra… Y la roja gavanza

Era menos roja, amigos, de lo que fue su mirada…

Hubo un gran grito. El acero lanzó su llama.

Cráneo afeitado, el zazou se batía en retirada…

Con el ojo ahora sereno, el otro secaba su hoja…

VIII. Mercado negro

«… No hace daño a nadie, siempre se guardan las mismas reservas…»

X., Inspector de suministros

El señor Marcel se sienta delante del alto mostrador:

–«Alfred… Un cuarto de Vittel45… Sí, como siempre…»–

Alfred se apresura, y trae con prontitud

Un Pernod46 bien cargado, azúcar y la escupidera.

El señor Marcel es guapo. Con su sombrero negro

Tiene muy buen aspecto y su noble actitud

Inspira un sentimiento de plena quietud.

–«¡Alfred!… ¿Vino ayer a verme el señor René?…

¿No? Entonces perfecto. Dame rápido la guía».–

Señala con el dedo, y su mirada se ilumina.

Va a llamar por teléfono: –«¿Eres tú, René? De acuerdo,

Ven a por ellos enseguida». Luego vuelve a su sitio.

Quinientos luises más que entran sin esfuerzo.

Bebe, sonríe, y vuelve a pedir un poco de hielo.

Estorninos47

Caída del demonio

Le seguía la pista desde hacía una hora,

Preparándole una emboscada.

¡Ah! Me iba a reír a su costa.

Pero él… Cómo me gustaría que llorara…

A mejor vida

Lo mandaría, todo palpitante…

Él entra… Al punto, jadeante,

Lo empuño tan pronto aflora…

¡Vil estornino! ¡Pájaro maldito!

¡Esta noche se acerca tu fin!

Su cara estaba ya lívida,

Y yo reía como una hiena…

Abrí la ventana de un golpe

Y lo arrojé al vacío…